El árbol que quiso ser trinquete

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“EL ÁRBOL QUE QUISO SER TRINQUETE” La historia de los árboles que sirvieron a la Real Armada en el siglo XVIII

“PREMIOS VIRGEN DEL CARMEN 2008”. “Juventud Marinera” para alumnos de Segundo Ciclo de la E.S.O. Trabajo realizado por los alumnos de 4º de E.S.O.: Alejandro Borja Grau Perales Virginia Toral Sierra José Luís Ruiz Salido Dirigido por el profesor: Vicente Ruiz García I.E.S. “FRANCISCO DE LOS COBOS”. ÚBEDA (JAÉN)


El árbol que quiso ser trinquete. La historia de los árboles que sirvieron a la Real Armada en el siglo XVIII

IES Francisco de los Cobos Úbeda (Jaén)

ÍNDICE

I.- LA ARMADA LEJOS DEL MAR. II.- LA PROVINCIA MARÍTIMA DE SEGURA. III.-

EL RECORRIDO DE LARICIO A TRAVÉS DEL GUADALQUIVIR.

IV.- EL ARSENAL DE LA CARRACA. V.- “DESCUBIERTA” Y “ATREVIDA.” VI.-

LA EXPEDICIÓN DE MALASPINA;

UNA ODISEA ATRAVÉS DEL

OCÉANO. VII.- LOS RESULTADOS DE LA EXPEDICIÓN. VIII.- EPÍLOGO: EL COSTE MEDIOAMBIENTAL, ECONÓMICO Y SOCIAL QUE

SUPUSO

LA

PROVINCIA

MARÍTIMA

DE

SEGURA

EN

SU

APORTACIÓN A LA ARMADA ESPAÑOLA DURANTE EL SIGLO XVIII. IX.- VOCABULARIO X. BIBLIOGRAFÍA Y PÁGINAS WEB CONSULTADAS

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I.- LA ARMADA LEJOS DEL MAR

No es fácil para nosotros hacer un trabajo acerca de lo que significa para España la Armada estando tan lejos del mar como lo estamos. El interés, la afición por el mar, los problemas navales y la cultura naval parece que son exclusivos de las gentes que viven en la costa. No es fácil tampoco encontrar una relación directa en nuestro entorno con la armada española, con sus marinos, sus navíos y sus batallas, con las expediciones, los descubrimientos o los naufragios de nuestra marina a lo largo de la historia. No es fácil escribir de todo eso desde nuestra ciudad situada en el corazón de la provincia de Jaén a más de doscientos kilómetros de la costa más cercana.

Sin embargo hay un episodio en la historia que vincula a nuestra tierra con el mar y con la armada española. Un episodio que de alguna manera nos hace partícipes de un poquito de la historia marítima española y que sin duda es parte de lo que debe significar para España nuestra armada, aunque esté lejos del mar. Un episodio lleno de luces y de sombras que se remonta al siglo XVIII y que se inicia en nuestras cercanas sierras de Cazorla, Segura y las Villas.

Pero esta historia no la vamos a contar nosotros sino uno de sus protagonistas; un pino que creció hace siglos en nuestras cercanas montañas de la Sierra de Segura: su nombre es Laricio, como la variedad a la que pertenece. Esta es la historia del árbol que quiso ser trinquete.

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II.- LA PROVINCIA MARÍTIMA DE SEGURA

Estamos el al año 1786, en un paraje llamado Pinar Negro, muy cerca de la villa que llamaban el Hornillo y que posteriormente sería conocida como Santiago de la Espada. Mi nombre es Laricio.

Soy un pino de la variedad salgareño que tengo más de

doscientos años y crezco junto a otros de mi especie a más de 1500 metros de altitud. Un poco mas abajo lo hacen los quejigos, como así llaman al roble andaluz. También las encinas y otras plantas de menor porte. Vivo en el reino de la cabra hispánica y del águila real. Sobre mi copa vuela el quebrantahuesos y otras rapaces. Mi tronco sirve para regocijo del oso pardo y a mi alrededor deambula el lobo y lince (animales que hoy día están extinguidos de dichas sierras). Soy alto, recto y con la corteza clara. Mis congéneres y yo hemos sido y somos muy apreciados por ser morada del pico picapinos y del búho real. También somos muy apreciados por otra especie que vive en estas sierras: el hombre.

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Todos los años cuando viene el buen tiempo me visita mi amigo el alimoche que viene en su migración anual desde África.

Alimoche me

cuenta historias sobre África, sobre la sabana y el desierto. Pero de todas, las que más me gustan son las que hablan del gran charco:

el mar.

¡Siempre me ha llamado la atención tanta agua junta! Dicen que hay más que en el gran río, el Guadalquivir, y me fascina que tras él hay otras tierras y otros árboles y especies que me gustaría conocer. Ojalá pudiera descubrir el mar pero se que es algo imposible. Sin embargo Alimoche me dijo que muchos de nosotros llegábamos al mar y algunos hasta cruzaban océanos. Me quedé perplejo y no me lo podía creer. Aun así, y para disipar dudas le pregunté al sabio búho real. Y así fue cuando él me desveló como muchos de nosotros nos convertíamos en naves que surcaban los mares. Todo comenzó en el año 1733 cuando algunos de nosotros fuimos cortados y trasladados para servir en la construcción de la Fábrica de Tabacos de Sevilla, un gran edificio que siglos después sería sede de la universidad hispalense. Los árboles se trasladaban desde la sierra hasta Sevilla a través del río Guadalquivir. Esto se hacía también siglos atrás y ahora, en pleno siglo XVIII volvía el transporte fluvial de los troncos. La madera que llegó era de tanta calidad que los ingenieros navales se fijaron en ella. Podían ser aptos para la construcción de navíos, fragatas y corbetas especialmente para la arboladura. El sabio búho siguió explicándome que vinieron hace años algunos hombres que certificaron nuestra calidad y que propusieron al rey que nos utilizara para la construcción y reparación de naves en el arsenal gaditano de La Carraca. Seríamos la solución para lograr el sueño de una

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gran armada que nos defendiera de los ingleses, que protegiera nuestras costas, el comercio y las colonias de ultramar. Y así fue como el rey Fernando VI promulgó las ordenanzas de montes de 1748 creando la Provincia Marítima de Segura.

III.-

EL RECORRIDO DE LARICIO A TRAVÉS DEL GUADALQUIVIR

Un día de otoño de 1786, cuando el frío arreciaba ya en aquellos páramos arbolados y ya comenzaban a caer las últimas hojas de algunos de mis compañeros de paisaje, se divisó a lo lejos un gran hombre, vestido un tanto extraño que portaba en una pequeña carretilla de madera tirada por un gran buey, un gran hacha y numerosos artilugios cuyo nombre desconozco.

Cada vez se acercaba más y más a nuestra posición en la sierra. No sabíamos qué pensaba hacer por aquél lugar y no tuvimos ni la más remota idea de cuál era su cometido en ese lugar. Todos estábamos asustados, pues el hacha brillaba a la luz de los pocos rayos de luz que el sol despedía sin muchas ganas. Al parecer se trataba de un

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delineador que se encargaba de marcar todos aquellos árboles que en un futuro no muy lejano serían aptos para ser pasto para los hacheros de las aldeas de cercanas.

El delineador se paró a observar alguno de los ejemplares más grandes y hermosos que se podían encontrar en aquel monte. Puedo permitirme el lujo de decir que a mí me observó durante un gran rato, mirando a mí alrededor, midiendo el ancho de mi tronco, estimando mi altura y afirmando cada vez que anotaba algo que no pude observar en un cuaderno de cuero que portaba en una mano. No tardó mucho en irse, pues decían que tenía prisa porque había otros lugares en los que buscar más madera, pues el frío no tardaría en llegar y las aldeas y pueblos más cercanos, donde gente humilde tenía que calentarse para afrontar aquellas condiciones climatológicas. No sé muy bien qué es lo que significó todo lo que ese misterioso hombre realizó a mis pies, pero me dijeron mis vecinos más cercanos que ya pronto abandonaría aquel lugar para emprender un viaje a un lugar que todos conocíamos, pero que ninguno que se había ido volvió para contárnoslo. El búho, ante los interrogantes que le planteaba, al final me comentó que se llevarían los árboles y que se los llevaban por el río llamado Guadalquivir, corriente abajo hasta llegar a unos puertos cercanos al mar, donde se transformaban en grandes embarcaciones. Yo no sabía cuál era mi futuro. Quería salir de aquél tranquilo lugar donde el agua discurre entre nuestras raíces y los pájaros cantan en nuestras ramas. Quería vivir alguna de esas aventuras que esos alados animales nos contaban.

Pasó la época más dura del crudo invierno y ya comenzaba la temporada de las grandes nevadas cerca de los meses de Enero y Febrero, cuando yo, tras noches y noches soñando con lo que me depararía el desconocido sino, divisé en lo más bajo de

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la Sierra de Segura un gran pelotón de hombres grandes y fuertes que portaban grandes hachas entre sus musculosos brazos y que miraban con malicia a todo ser viviente que veían a su alrededor. Algunos de mis compañeros pensaron que se podía tratar de nuevo de algunos delineadores, que iban a realizar un trabajo más intenso que el protagonizado por el extraño personaje meses atrás.

Sin embargo, todas esas hipótesis se nos vinieron abajo cuando entre el grupo de hombres pudimos distinguir al delineador que nos marcó en al pasado. No supimos cuánto terror experimentamos cuando el grupo de hacheros, bajo las órdenes del delineador, comenzaron a cortar a diestro y siniestro sin mirar atrás cada uno de los árboles que en el otoño fueron marcados, junto con todos sus datos. Conmigo no tuvieron clemencia y al igual que a los más majestuosos de mis vecinos, me arrancaron casi de raíz con esos afiladísimos instrumentos de metal. Mi cuerpo se llevó rodando colina abajo hasta llegar a una zona un poco más llana donde me apilaron junto los de mi misma especie. No nos cubrieron con ningún tipo de objeto pues con ello se 7


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pretendía facilitar la salida de la savia de nuestro interior, dejándonos secar a la intemperie de aquel inclemente tiempo. Para evitar que nuestros mutilados cuerpos se descompusiesen debido al contacto con el suelo, no nos dejaron directamente sobre el mismo, sino que nos pusieron sobre una pequeña estructura de madera realizada a base de la superposición de unos palos sobre otros, la cual llamaron “polines”.

Allí estuvimos largo tiempo, esperando y esperando y comenzado a cuestionar nuestra suerte. Según nos dijeron algunos pajarillos que por allí pasaban de vez en cuando, nos esperaba una larga travesía por un gran río y que nuestro camino terminaría en el gran mar. Yo nunca había visto eso que llamaban exactamente el “mar”, pero por la información que pude obtener, sé que se trataba de una gran masa de agua con fuertes corrientes y belleza sin igual. Pensaba que había sido elegido para un gran fin.

Varias semanas más tarde, ya en pleno verano, en el mes de julio, los mismos que nos habían cortado sin piedad, nos movieron sin dulzura ni delicadeza y con mucha violencia hasta un lugar en el que nos dejaron descansar a orillas de un río turbulento y pedregoso. Se volvieron a marchar. Muy de vez en cuando aparecían por allí unos campesinos y nos examinaban haciendo algunas recomendaciones en cuanto al lugar en el que podríamos portarnos mejor en el barco.

Cada vez el fin de este viaje lo veía más y más lejos. Yo pensaba que ya nos habían abandonado, pero no podía ser que nos hubieran cortado para nada. El verano pasó y las cosas no cambiaron. Llegó ya de nuevo el frío invierno y, en un día del mes duro de Noviembre, que ya se encontraba en su ocaso, aprovechando las máximas del caudal del río que llamaban Guadalquivir, se acercaron hasta nuestra posición unos

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hombres portando un gancho.

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Eran los pineros de la sierra que hábilmente nos

conducirían río abajo para posteriormente agruparnos y embarcarnos en unas chalanas que nos transportarían hasta el lugar donde el mismo cauce moría: el mar.

Durante la travesía yo llegué a distinguir hasta cerca de trescientos trabajadores o gancheros que trabajaban encargándose de cuidar con el máximo respeto posible nuestras maderas, intentando por todo lo posible que no nos mojáramos por acción de las espumosas gotas de agua fluvial que salpicaban. Así, cuando llegamos a nuestro destino, un lugar de la vega del río que ya se encontraba en su curso medio, sólo unos cuantos maderos pequeños se habían podrido y ya no pudieron continuar nuestro viaje. Gracias a Dios doy por no estar entre ellos, ya que si no, para nada hubiera servido este largo viaje, pues para acabar muriendo así, podría haberme quedado en nuestra casa, esperando el fin de mis días en aquellos frondosos lugares.

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No tardaron en separarnos pues, según decían, aquí nuestros destinos se dividían: unos serían enviados esa misma noche al puerto fluvial de la ciudad de Sevilla, mientras que los que quedamos allí, al día siguiente partiríamos hacia Cádiz, donde nos dejarían en unos astilleros. Ya en un barco más grande y con más calado continuamos el curso del río en busca de la desembocadura del mismo. Ya nos decían que pronto llegaríamos a nuestro destino. Sin embargo, de nuevo otro verano se consumía. No sé cuántos meses llevábamos fuera de nuestra casa. Unos me dijeron que ya casi eran cerca de dos años los transcurridos durante la travesía. Me parecieron pocos y aún menos a medida que íbamos avanzando, lentamente, por los continuos meandros que describía el ancho cauce del río. 10


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Finalmente llegamos a tierra. Mi decepción fue notable: casi dos años esperando llegar al mar y ya en el fin del trayecto, volvíamos a poner pie a tierra. Volvimos a esperar, pero esta vez sólo fue cuestión de tiempo, ya que se rumoreaba que hacía falta madera en el arsenal de La Carraca, nuestro lugar de destino, hacia donde íbamos con algunos días de retraso.

Ya una vez en aquel lugar de la hermosísima bahía, pude llegar a ver el mar a ambos lados del camino que recorríamos en unas carretas tiradas por unos animales de carga, los cuales no pude llegar a distinguir bien, pues el resto de mis compañeros de viaje se encontraban delante dificultándome esa visión. Pasamos por la orilla del mar, por una gran playa de finísima arena, donde pude sentir por primera vez la caricia de la fría y salada agua marina.

Llegamos a la Carraca, lugar donde a posteriori nos

trabajarían con más ahínco para sacar de nuestras tripas grandes buques y galeones que hasta los más valientes piratas ingleses temerían. No tardamos mucho en llegar a un gran edificio, en el cual nos descargaron y nos reunieron una nueva vez a la espera de que algunos hombres que en su interior se encontraban, nos examinaran y dieran “el visto bueno” al cargamento. Mis temores no eran pocos, pues el hecho de pensar que podíamos no ser lo que se buscaba me hacía imaginar funestos finales, en los que perecía abandonado de la mano del hombre en mitad de un vacío desierto. Fue ya en aquel lugar, en el momento en el que vi cómo aquellos muchachos que habían realizado la maderada con nosotros se alejaban satisfechos de su trabajo, cuando comprendí que este recorrido era en definitiva su trabajo: su forma de vida. Por ello supuse que la paralización de estas actividades forestales significarían la ruina para todos mis paisanos

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de las aldeas segureñas, pues acabaría con el trabajo de muchos de ellos y, por consiguiente, con muchas de sus vidas.

IV.- EL ARSENAL DE LA CARRACA

El arsenal de la Carraca estaba situado en plena bahía de Cádiz. Era todo un complejo industrial que añadía aun más importancia a la ciudad de Cádiz, sin duda el epicentro del resurgir de la marina borbónica desde los primeros años del siglo XVIII. Ya en las primeras décadas de esta centuria la capital gaditana había acogido varias instituciones de enorme prestigio para la armada que harían de la “tacita de plata” y de su bahía el corazón de nuestra marina. Una de ellas era la Casa de Contratación cuya sede se había trasladado desde Sevilla entre otras causas por la magnitud que estaban tomando los navíos que llegaban desde las Indias que habían dejado pequeño el Guadalquivir. Desde 1717 todo el comercio ultramarino estaría organizado desde Cádiz. Igualmente fue creado el Real Observatorio de la Armada y el Colegio de Guardiamarinas. Pero sería el arsenal de la Carraca, cerca de la Isla de San Fernando el núcleo creador de naves en el sur de España. Había sido creado bajo los auspicios de José Patiño, auténtico artífice del proyecto de reforma de la marina ilustrada de los borbones. La actividad era frenética sobre todo cuando se preveía una campaña bélica. Carpinteros de ribera, toneleros, artilleros, artesanos en lonas y jarcias, infantes de marina, marineros, ingenieros, prácticos, presidiarios o esclavos formaban la diversidad de gentes de aquella factoría. No podía esperarse menos siendo Cádiz una ciudad tan cosmopolita.

Mi primer destino sería un almacén, fresco y orientado al viento de

poniente para ir secando mis entrañas y evitar la pudrición. Estaba ansioso por saber cual sería mi destino. Tal vez formaría parte de las cuadernas de un buque al servicio de

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la Carrera de Indias o por el contrario mi destino sería la arboladura de un gran navío de línea. África, Conquistador, España, Firme, Hércules fueron algunos nombres de los navíos de línea que se construyeron en la Carraca.

Es posible, por el contrario que mi tronco sirva para la reparación de algún navío ya que el arsenal de la Carraca fue un destino habitual para la reparación o el carenado de navíos y fragatas de la Real Armada. Incluso podría ser un elemento para aumentar el tonelaje y la capacidad de un gran navío de tres puentes. El Santísima Trinidad, al que llaman el Escorial de los mares. Un navío de tres puentes al que le van a añadirá una cuarta batería y será en este arsenal, dentro de no pocos años. ¿ Participaré en grandes batallas contra los ingleses? San Vicente, Trafalgar o la defensa de Tenerife de los envites del almirante Nelson podrían haber sido mis destinos.

Sin embargo la

providencia me tenía preparada una aventura más apasionante. Posiblemente no tan épica ni tan heroica que dé con mi madera en el fondo del mar a modo de pecios que un

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buen día la arqueología submarina rescatase. Mi destino no sería era ese porque no todo en la armada son batallas y guerras en el mar; no solo es sangre, fuego, olor a pólvora o astillas saltando tras una andanada de cañonazos del enemigo. Tal vez no escuche los gritos de ¡fuego! de los artilleros las tras las portas de un navío. El destino me tenía preparada una aventura emocionante pero pacífica cuyos resultados quedarían para siempre en beneficio de la cultura, en la memoria de la ciencia. Tendría el privilegio de servir en una expedición científica a través del mundo. La expedición de Alejandro Malaspina y José Bustamante s través del mundo. V.- “DESCUBIERTA” Y “ATREVIDA”

Durante 1788 la maquinaria constructiva se puso manos a la obra en el arsenal carraqueño.

Dos barcos gemelos,

dos corbetas se estaban

simultáneamente en los astilleros gaditanos.

construyendo

Sus nombres serían Descubierta y

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Atrevida en honor a las que el británico James Cook llevara en su segunda expedición. Primero se plantaba la quilla, auténtica columna vertebral del esqueleto del buque que servía de soporte a los demás elementos estructurales como las cuadernas, las cintas y los baos que eran las vigas que unían ambos costados del casco entre sí y que servían de soporte para las cubiertas. Y al final la arboladura; y allí estaría yo. ¿Sería una verga que sostuviese las gavias o los juanetes o por el contrario sería la mesana, en la popa del buque?

Mi destino tampoco era el palo mayor sino el trinquete de la corbeta

Descubierta. Iría en vanguardia, siendo el primero, aprovechando los vientos alisios cuando navegáramos al Nuevo Mundo. Y así fue, el día 30 de julio de 1789 zarpamos las dos cobetas Descubierta y Atrevida del puerto de Cádiz, iniciando así un memorable viaje en cuyo periplo recorreríamos la mayor parte del Imperio Español.

VI.-

LA EXPEDICIÓN DE MALASPINA;

UNA ODISEA ATRAVÉS DEL

OCÉANO

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De igual forma que los ingleses y los franceses habían realizado expediciones científicas en el siglo XVIII como las de James Cook o Laperausse, los españoles no seríamos menos. La monarquía de la época dedicaba al desarrollo científico un presupuesto incomparablemente superior al del resto de naciones europeas. El imperio del Nuevo Mundo era un vasto laboratorio para la experimentación y una inmensa fuente de muestras. Carlos III amaba todo lo referente a la ciencia y la técnica, de la relojería a la arqueología, de los globos aerostáticos a la silvicultura. En las últimas cuatro décadas del siglo XVIII , una asombrosa cantidad de expediciones científicas recorrieron el imperio español. Expediciones botánicas a Nueva Granada, México, Perú y Chile reuniendo un completo muestrario de la flora americana. La más ambiciosa de aquellas expediciones fue la nuestra, un viaje hasta América y a través del Pacífico por un súbdito

español

de

origen

napolitano,

Alejandro Malaspina.

Mientras en Francia hacía pocos días que había estallado la Revolución nosotros iniciábamos esta expedición por todo los lugares que tenía la corona a lo largo de 5 años.

Alejandro

Malaspina era un marinero Italiano, de familia aristocrática de Parma. De joven ingresó en una escuela de guardia marinas en Cádiz. Con 34 años ya era Capitán de navío. Se dirigió al rey Carlos III para ofrecerle la posibilidad de un fascinante viaje. El informe lo recibió el ministro de marina, Valdés, el cual le pasó el informe a Carlos III. El 14 de octubre

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de 1788, Carlos III da su acuerdo. Las corbetas “Atrevida” y la otra “Descubierta”, una mandada por Bustamante y la otra por Malaspina serían las encargadas de llevar la expedición y en esta última, sería donde yo, convertido en trinquete serviría a las órdenes del marino italiano. Se seleccionaron 204 hombres: 18 oficiales de primer nivel, 2 médicos cirujanos, 2 capellanes, un cartógrafo, 4 pilotos, 6 dibujantes, 3 naturalistas. Zarpamos el 30 de Julio de 1789 del puerto de Cádiz con la idea de dar la vuelta al mundo.

Después de fondear durante unos días en las islas Canarias, navegamos por las costas de Sudamérica hasta el Río de la Plata, llegando a Montevideo el 20 de septiembre. De ahí, seguimos hasta las islas Malvinas, recalando antes en la Patagonia. Tras una cortísima estancia decidimos entrar en el Océano Pacífico a través del Cabo de Hornos, punta sur del continente americano, que todavía estaba sin cartografiar. Conocidas eran las experiencias que narraban los marineros que conseguían cruzar el fatídico Cabo de Hornos. Se hablaba de olas de más de cien metros capaces de tragarse a toda un tripulación. No exageraban quienes contaban aquella odisea pero gracias a la valía de ambas corbetas, gracias a su capacidad marinera y de resistencia Atrevida y Descubierta que con las velas trinquete, gavia y juanete aferradas a mí logramos superar la prueba del Cabo de Hornos. Doblamos el Cabo de Hornos y pasamos al Pacífico (13 de noviembre), explorando la costa y recalando en la isla de Chiloé, Valparaíso, Santiago de Chile, El Callao, Guayaquil y Panamá, para alcanzar finalmente Acapulco en abril de 1791. Al llegar allí, recibimos el encargo del rey Carlos IV de encontrar el Paso del Noroeste, que se suponía unía los océanos Pacífico y

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Atlántico. Malaspina, en lugar de visitar Hawaii como pretendía, siguió las órdenes del rey, llegando hasta la bahía de Yakutat y el fiordo Prince William (Alaska), donde nos convencimos de que no había tal paso. Volvimos hacia el sur, hasta Acapulco (a donde arribamos el 19 de octubre de 1791), después de haber pasado por el puesto español de Nutka (en la isla de Vancouver) y el de Monterrey en California. En Acapulco, el virrey de Nueva España ordenó a Malaspina reconocer y cartografiar el estrecho de Juan de Fuca, al sur de Nutka. Malaspina requisó dos pequeños navíos, Sutil y Mexicana, poniéndolos bajo el mando de dos de sus oficiales, Alcalá Galiano y Cayetano Valdés. Dichos barcos dejaron la expedición y se dirigieron al estrecho de Juan de Fuca para cumplir la orden. El resto de la expedición puso rumbo al Pacífico, navegando luego a través de las islas Marshall y Marianas y fondeando en Manila (Filipinas) en marzo de 1792. Allí, las fragatas se separaron. Mientras que la Atrevida se dirigió a Macao, nosotros, en la Descubierta exploramos las costas filipinas. En Manila moriría por unas fiebres el botánico Antonio Pineda, que supuso un duro golpe para todos nosotros. Unidas de nuevo, en noviembre de

1792,

ambas

fragatas

dejamos Filipinas y navegamos a través de las Célebes y las Molucas, dirigiéndonos posteriormente a la isla Sur de Nueva Zelanda (25 de febrero de 1793), cartografiando el fiordo de Doubtful Sound. La siguiente escala fue la colonia británica de Sydney, desde donde volvimos al puerto de

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El Callao, tocando en la isla de Tonga, y desde allí, por el Cabo de Hornos, regresamos a Cádiz el 21 de septiembre de 1794. La expedición levantó mapas, compuso catálogos minerales y de flora y realizó otras investigaciones científicas. Pero no abordó simplemente cuestiones relativas a la geografía o a la historia natural. En cada escala, los miembros de la expedición establecieron inmediato contacto con las autoridades locales y paralelamente los científicos ampliaban las tareas de investigación. Y allí, colaborando en aquella ingente tarea, en la mayor expedición científica española de su tiempo estaba yo, un trinquete elaborado con la madera de un pino de la Sierra de Segura. A nuestro regreso a España, Malaspina presentó un informe: Viaje político-científico alrededor del mundo (1794), que incluía un informe político confidencial, con observaciones críticas de carácter político acerca de las instituciones coloniales españolas y favorable a la concesión de una amplia autonomía a las colonias americanas y del Pacífico, lo que le valió, en noviembre de 1795, la acusación por parte de

Manuel Godoy de

revolucionario y conspirador siendo condenado a diez años de prisión en el castillo de San Antón de La Coruña. VII.- LOS RESULTADOS DE LA EXPEDICIÓN El objetivo de Malaspina era realmente ambicioso. Aspiraba a dibujar un cuadro razonado y coherente de los dominios de la monarquía española. Para ello, no

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sólo contaba con los trabajos de sus colaboradores, sino que también investigó en los materiales de los principales archivos y fondos de la América española. A través de sus diarios y escritos, tuvieron cabida los distintos aspectos de la realidad del imperio, desde la minería y las virtudes medicinales de las plantas hasta la cultura, y desde la población de la Patagonia hasta el comercio filipino. De esta forma culmina, siguiendo los principios de la Ilustración, la experiencia descubridora y científica de tres siglos de conocimiento del Nuevo Mundo y la tradición hispana de relaciones geográficas y cuestionarios de Indias. A su regreso, la expedición Malaspina había acumulado una cantidad ingente de material: la colección de especies botánicas y minerales, así como observaciones científicas (llegaron a trazar setenta nuevas cartas náuticas) y dibujos, croquis, bocetos y pinturas, era impresionante y, sin duda, la mayor que habrían de reunir en un solo viaje navegantes españoles en toda su historia. De todo ese cúmulo de conocimientos y de la insuperable experiencia apenas se publicó un Atlas con 34 cartas náuticas. Durante el proceso de Malaspina en 1795 se habían pretendido eliminar los materiales de la expedición, que, sin embargo, fueron preservados en la Dirección de Hidrografía del Ministerio de Marina en Madrid. El grueso de aquel trabajo habría de permanecer inédito hasta 1885, cuando el teniente de navío Pedro de Novo y Colson publicó su obra Viaje político-científico alrededor del mundo de las corbetas Descubierta y Atrevida al mando de los capitanes de navío D. Alejandro Malaspina y D. José Bustamante y Guerra desde 1789 a 1794 (desgraciadamente, algunos materiales, como ciertas observaciones astronómicas y de historia natural, se habían perdido para siempre). No obstante, parte de las colecciones de historia natural acopiadas durante la Expedición, sobre todo las relacionadas con la

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Botánica, corrieron mejor suerte: el herbario de Luis Née fue donado al Real Jardín Botánico de Madrid, donde se conserva actualmente, y muchas especies fueron descritas gracias a estos materiales por su director de entonces, Antonio José Cavanilles. VIII.- EPÍLOGO: EL COSTE MEDIOAMBIENTAL, ECONÓMICO Y SOCIAL QUE

SUPUSO

LA

PROVINCIA

MARÍTIMA

DE

SEGURA

EN

SU

APORTACIÓN A LA ARMADA ESPAÑOLA DURANTE EL SIGLO XVIII. Hasta el siglo XX la historia no ha sabido reconocer la verdadera magnitud de empresa de Malaspina, cuyos objetivos de superar los logros científicos de ingleses y franceses fueron plenamente cumplidos. Tan sólo, recientemente, se ha comenzado a reconocer el valor de la información obtenida en la expedición de Malaspina, cumbre de la Ilustración española, pero aún sigue siendo oscurecida en la historia por los viajes de Cook, de La Pérouse y de Bougainville, que, como señala Felipe Fernández-Armesto, «siguen teniendo el papel predominante en el discurso y en la imaginación de los historiadores». Por otra parte la historia de Laricio es la de miles, tal vez millones de árboles de las Sierras de Segura que hicieron un servicio a la armada española y por tanto a la historia de España. Una historia oculta de la que hemos querido dar testimonio en este trabajo. Un trabajo que, creemos de manera singular y humilde, podría representar lo que representa la armada para nuestro país. Una historia escrita desde el interior, en forma de fábula pero basada en acontecimientos que realmente sucedieron y que fueron una página brillante de nuestra historia. Pero detrás de la épica, detrás la aventura existe otra historia no menos real que fue la de las gentes de las Sierras de Segura y la de las consecuencias que tuvo la Provincia Marítima en el paisaje de este rincón de Andalucía.

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La época que duró la Provincia Marítima es, posiblemente, la más convulsa de la Sierra por los diversos efectos que, para estos pueblos, tuvo. Aún hoy, después de siglo y medio, sigue teniendo detractores que le achacan todo tipo de males de carácter social, económico y ecológico. En el lado opuesto, también hay quien la elogia y considera que sus efectos fueron más positivos que negativos. Entre los primeros cabe mencionar al prestigioso serranista Emilio de la Cruz Aguilar; que hace afirmaciones tales como que de la Provincia Marítima "hoy queda la estepa que antes fue pinar"; que fue la explotación directa o provocación de incendios, la causa más eficaz del ataque al bosque de estas Sierras" o que al acabar con "los derechos de aprovechamiento comunal tallar; al menos en el Común de Segura supuso la ruina del Concejo y de los vecinos". Sin embargo, Jesús Cobo de Guzmán opina que "Las Ordenanzas de 1.580 fueron papel mojado y que antes, en y después de la Construcción de la Fábrica de Tabacos de Sevilla, las cortas de los árboles en Segura fueron realizadas varias veces al año sin consideración a nadie ni a nada" y fueron los carreteros que comercializaban con las maderas o los señores de las sierras de agua, los únicos afectados por el aprovechamiento forestal por parte de la Marina, aunque los primeros y al parecer, también los segundos pasarían a trabajar posteriormente para ésta. Incluso hay quien considera que mientras fue considerada como Provincia Marítima, se cambió radicalmente el arbolado de las comunidades vegetales de estas Sierras. Algunos autores, contrastando datos, sobre las "visitas" de montes realizadas en 1.751 y 1.785, respectivamente, deducen la siguiente hipótesis: ".... en una treintena de años se arrasó con una gran población de robles -quejigos- que fue a pasar río abajo a los astilleros de Sevilla....” esta situación fue idónea para la rápida expansión de los pinos por las

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semillas provenientes mayoritariamente de pinos del piso cacuminal.... y la repoblación con especies de crecimiento rápido". Hipótesis que otros, posteriormente, dan como un hecho cierto para justificar otros fines o posturas. Cuando menos hay que resaltar las importantes alteraciones en la dinámica del crecimiento y desarrollo de la vegetación que se venían produciendo desde muy anterior a la Provincia Marítima, durante ésta y muy especialmente, en el periodo comprendido por la segunda mitad del siglo XVIII y la primera del XIX, que es cuando se produjeron mayores abusos en el aprovechamiento del arbolado. Así, en la Relaciones Topográficas de Felipe II del año 1.578, casi dos siglos antes de formarse la "provincia", daban al pino salgareño y la encina como árboles más abundantes en los montes de Santiago, Cazorla, La Iruela y aldeas próximas; al roble y la encina en los de Villacarrillo. Aunque las Ordenanzas de Montes de 1.748, que afectaban a todo el país, obligaban a repoblar con tres árboles por cada uno que se cortase, al parecer la medida no fue necesaria aquí, pues como bien se dice en el capítulo V del Expediente sobre el Régimen de Montes de Segura y su Provincia Marítima en 1.811 , las distintas especies de pinos de estas Sierras se repoblaban con suma facilidad, pues "sus semillas eran tan propensas a fermentar y arraigar, que no es menester envolverías en la tierra y así es, que a las primeras aguas del otoño empiezan los piñones a convertirse en arbolitos".

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No está documentado que la "gran población de quejigos fuesen a parar río abajo hasta los astilleros de Sevilla". Sin embargo, si existen múltiples documentos que atestiguan que tanto las primeras maderadas que se botaron por el Negociado de Hacienda, como las posteriores de la Marina, fueron maderas de pino , especialmente de salgareño o laricio, ya que la calidad de su madera "era incluso mejor que la que procedía de Flandes", por ser muy adecuada para utilizar en el interior de las naves y en la "arboladura" de éstas. También es significativo que a los operarios que bajaban la madera por los ríos, aquí se les llamase pineros cuando en otras zonas del país su denominación era la de "ganchero" o "perchero". Indudablemente que para la quilla y partes externas de las embarcaciones, se utilizaban maderas duras, como las del roble y otras frondosas. Pero éstas solían proceder del norte de la península (en el valle cántabro de Cabuérniga la Marina apeó un roble auténtico (Quercus robur) , que cubicó en torno a los 95 metros cúbicos), de Francia e incluso, de los territorios de ultramar. El citado expediente de 1811, refiriéndose a los quejigos serranos, dice que "La madera de estos árboles es de mucha duración, pero fácilmente se ahuecan y envejecen, sin duda porque no se les da el fomento y cultivo que requieren y porque los ganaderos al ramonear para sus ganados cortan las ramas sin método ni regla". Por ello, debió ser poco o nada utilizada por la Marina. No así como combustible y para la obtención de carbón vegetal, aprovechamiento que se prolongaría hasta principios de la segunda mitad del siglo XX, siendo ésta la causa, junto al pastoreo y las roturaciones para el cultivo, de la disminución de efectivos de las quercineas. No olvidemos que lo que hoy es olivar en Jaén, antaño fue, mayoritariamente, encinar. Por otra parte, la alta densidad de la madera de los Quercus mediterráneos, le hacían poco adecuada para su transporte por flotación, debiéndose realizar éste en carretas lo que encarecía el producto. Por ello, la madera de roble y encina que consumía la Marina

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fue, por lo general, cortada dentro de la franja de 25 leguas, que rodeaba la península y cuyos montes fueron, igual que los de estas Sierras, reservados para la construcción naval. No obstante, aunque la Marina no fuese aquí la culpable de todos los males que se le atribuyen, hay que decir que su acción destructiva en los bosques ibéricos fue una triste realidad en muchas zonas forestales. Gaspar de Aranda opina al respecto: "No sólo la actuación sobre montes y bosques fue mala desde el punto de vista superficial, sino también de manera incontrolada de la explotación de la riqueza forestal mediante cortas a hecho de grandes extensiones para alimentar a los insaciables altos hornos que llevaron más tarde a su propia muerte al agotar de manera salvaje y sistemática los recursos de los bosques, y dejando como herencia a las generaciones venideras desolación y pobreza". Si bien existen documentos sobre muchas "pinadas", no sabemos, ni con una mínima aproximación, la cantidad de madera que de estas Sierras sacó la Marina. Sólo los arsenales de la Carraca y Matagorda, consumían al año unos 3.000 metros cúbicos de pino, casi todos de salgareño, lo que suponían talar más de 2.000 árboles. Es de suponer que, al menos, otros tantos consumiesen los astilleros de Cartagena. Además habría que sumar la madera extraída por el negociado de Hacienda, cuya actividad maderera simultaneó con la Marina. Sí se sabe que la primera expedición que llegó a Sevilla en 1.734 la componían más de 8.000 piezas de pino. Sin embargo, la cantidad real que se sacó debía ser considerable, pues solamente en la zona de la Sierra de Segura con vertiente al Guadalimar; se llegaron a utilizar hasta 800 pares de bueyes para transportar las piezas de madera desde el monte a los aguaderos de este río. A estos habría que sumar los bueyes, mulos y asnos que se empleaban en el resto de montes de esta serranía que daban a las vertientes del Guadalquivir y Segura.

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La existencia de la Provincia comenzó a cuestionarse con las Cortes de Cádiz, cesando definitivamente en 1.836, período durante el cual aparece y desaparece en función de donde soplasen los vientos políticos. Su desaparición fue mucho más perjudicial para la conservación de la masa arbórea de la Sierra, que su existencia, al dispararse las cortas incontroladas del arbolado. En tal "desmadre" influyó tanto el descontento de ciertas gentes hacia la gestión de los montes por la Administración de Marina, como la ausencia de unos criterios estables sobre el aprovechamiento forestal, la carencia de unos deslindes adecuados y definidos y, especialmente, por la tendencia desamortizadora que se inicia con las Cortes de Cádiz y continuaría con la Ley de Montes de 1.863, teniendo sus peores consecuencias durante el gobierno de Mendizábal. A pesar de todos estos males la provincia marítima de Segura aportó un granito de arena a la historia naval de nuestro país.

No fue protagonista de una gesta, de un

acontecimiento épico en nuestra marina. Sin embargo la historia no solo la escriben los grandes marinos, los almirantes o los reyes. También las gentes anónimas e incluso los pinos como, Laricio,

el protagonista de nuestra historia, un árbol que quiso ser

trinquete. IX.- VOCABULARIO Trinquete: Verga mayor de un barco que se cruza sobre el palo de proa. Quebrantahuesos: Ave carroñera del orden de las Falconiformes, de más de un metro de longitud y dos de envergadura, con la cabeza clara y destacados bigotes negros, el pecho y el vientre anaranjados y el dorso oscuro. Habita en cordilleras abruptas de los países mediterráneos y se encuentra en peligro de extinción. Alimoche: ave rapaz de la familia de los buitres

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Fragatas: Buque de tres palos, con cofas y vergas en todos ellos. La de guerra tenía solo una batería corrida entre los puentes, además de la de cubierta. Corbetas: embarcación de vela, con tres palos y vela cuadrada, semejante a la fragata, aunque más pequeña. Arboladura: conjunto de palos mayores y vergas de un barco. Estimar: evaluar, poner precio a algo, sin exactitud. Embarcación: Construcción capaz de flotar Delineador: persona que se ejercita en delinear o cuyo oficio es ese. Hacheros: personas que trabajan con hachas. Polines: Rodillo que se coloca debajo de fardos, bultos, etc, de gran peso para que girando los transporte. 2. Trozo de madera prismático, que sirve para levantar fardos en los almacenes y aislarlos del suelo. Pineros: Obrero portuario especializado en carga y descarga de madera en rollo. Chalanas: Embarcación menor, de fondo plano, proa aguda y popa cuadrada, que sirve para transportes en aguas de poco fondo Gancheros: Encargado de guiar las maderas por el río, sirviéndose de un bichero. Fluvial: Término con el que se designa a algo perteneciente a un río. Calado (de un barco): Profundidad que alcanza en el agua la parte sumergida de un barco. Galeones: Bajel grande de vela, parecido a la galera y con tres o cuatro palos, en los que orientaban, generalmente, velas de cruz. Los había de guerra y mercantes Astilleros personas que trabajan en el establecimiento donde se construyen y reparan buques. Piratas Persona que, junto con otras de igual condición, se dedica al abordaje de barcos en el mar para robar.

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Maderada: Conjunto de maderos que se transportan por un río. Fábula: Breve relato ficticio, en prosa o verso, con intención didáctica frecuentemente manifestada en una moraleja final Quejigo: Árbol de la familia de las Fagáceas, de unos 20 m de altura, con tronco grueso y copa recogida, hojas grandes, duras, algo coriáceas, dentadas, lampiñas y verdes por la haz, garzas y algo vellosas por el envés; flores muy pequeñas, y por fruto bellotas parecidas a las del roble. Cacuminal: Dicho de un sonido: Que se articula con la lengua elevada hacia los alvéolos superiores o el paladar, de modo que los toque con el borde o cara inferiores de su ápice. Quilla: Pieza de madera o hierro, que va de popa a proa por la parte inferior del barco y en que se asienta toda su armazón. Roturar: Arar o labrar por primera vez las tierras eriales o los montes descuajados, para ponerlos en cultivo. Encarecer: Aumentar o subir el precio de algo, hacerlo caro. Desamortizar: Dejar libres los bienes amortizados. Almirante: Oficial general de la Armada, del grado más elevado del almirantazgo. Montevideo: Capital de Uruguay. Cartógrafo: Persona que traza cartas geográficas. Convictos: Se dice del reo a quien legalmente se ha probado su delito, aunque no lo haya confesado.

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X. BIBLIOGRAFÍA Y PÁGINAS WEB CONSULTADAS

http://www.acazorla.com/

http://www. todoababor.es

http://armadasiglo18.free.fr/

http://www.sierradesegura.com/comarca/historia/pmaritima.htm

www://perso.wanadoo.es7alonsocano1601/cano14/VISITA%20DE%20DON%2 0FRANCISCO%20A%20SEGURA.htm

http://www.acazorla.com/medio_natural/vegetacion/apro_foresta.htm

Enciclopedia Larousse

VV.AA: Geografía e Historia 4º de Educación Secundaria, ed. ANAYA

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