Pobacma. Época I. 2014

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Facultad de HumanidadeS / Unicach

Tres cuentos Adriana Zebadúa Mendoza*

Crimen Llovía. Una hora después solo habría de recordar la sensación de los pequeños riachuelos recorriendo su cuerpo de arriba a abajo. Pero de eso apenas era consciente en aquel momento, pues su mente no registraba ninguna otra información que no fuese la que había ocupado su pensamiento a lo largo de las últimas dos semanas: deshacerse del huésped incómodo que había invadido su hogar el día de su cumpleaños. No se trataba de un ser de costumbres raras, ni siquiera de un amigo en apuro económico o emocional. De hecho hubiese preferido tener bajo su techo a un familiar indeseable antes que compartir su tiempo y espacio con aquel “personaje” chocante en grado superlativo, el cual había convertido en una pesadilla los días posteriores a su llegada. Ese día lo vio aparecer ante él haciendo alarde de su majestuosidad, sin embargo, supo que ese halo era pura y vana apariencia. Y supo también, en el mismo instante en que dedujo para sí esa conclusión, que nadie, ni siquiera todas las fuerzas sobrenaturales del orbe, habrían de obligarlo a mantener en su hogar por tiempo indefinido a ese ente abominable que, de tan solo mirarlo, producía un prurito no localizable. Compartieron techo durante tres largas semanas. Él, Jeremías de la Garza, dueño y señor de un pequeño departamento de los suburbios, de oficio redactor de la sección cultural de un periódico local y soltero por conveniencia y convicción (aunque sus compañeros aseguraran que lo era por simple * Licenciada en Ciencias de la Comunicación. Desde 2008 es docente en la Escuela Secundaria Técnica Núm. 10 de Palenque, Chiapas.

resignación), hombre para quien el tiempo no tenía precio, metódico incorregible, había sido invadido en su intimidad por aquel intruso tan diferente a él. ¡Tan endiabladamente diferente a él! Sin oficio ni beneficio, concebido en un mundo tan dispar al suyo y sin nada nuevo qué aportarle. Cada noche, al volver del trabajo y después de prepararse la misma cena de siempre, encendía el televisor para ver el noticiario nocturno y alcanzaba a divisar, por un rabillo del ojo, a esa “presencia” extraña que lo observaba despatarrado desde el sofá desteñido de la sala, desde el comedor o desde el lugar en el que se le ocurriera aparecerse. Sin embargo, trató de sobrellevar la situación durante los primeros días y no porque esperara que las cosas fuesen a mejorar, sino porque maquinaba un plan para poder actuar con la mayor cautela. El plan perfecto, el crimen sin mácula. Y una tarde, casi por obra y gracia de la Divina Providencia, trazó en su mente fría, calculadora, el plan perfecto para deshacerse de él. Esa noche sonrió al entrar a casa. Lo buscó con la vista y, con bastante esfuerzo, logró sacarlo casi a rastras hacia la calle. ¡Si hasta parecía que el “indeseable” sabía que jamás regresaría al que había sido su hogar durante tres semanas! Ahí estaban ambos. Observándose como dos rivales a punto de batirse en duelo. Jeremías sonreía. No había pensado que habría tanta gente alrededor, sin embargo se dijo para sí mismo: “más público, menos posibilidad de ser descubierto”. Y entonces


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