Palabrería 7

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AĂąo 3 NĂşm.7 Abril de 2013

...sobre Cultura y otras Curiosidades


Portada “Atorado en la vida” Acuarela Gilda Tenopala Gutiérrez


A la memoria de Gabriel Pérez Trujillo y Martine Lemoine

Colaboradores: Guadalupe Mendoza Toraya Marc Benito Claudia García Moctezuma Mariel Hernández Nicola Mariani

Diseño y edición: Tonatiuh Tenopala tonateno@gmail.com


MI PRIMERA VEZ...

por Guadalupe Mendoza Toraya

Que curiosa costumbre la de las ofrendas de muertos, que curioso querer compartir el pan con nuestros muertos cuando lo cierto es que ninguno de nosotros quisiéramos pasar esa línea, cuando convivimos con ellos pero siempre muy claros de que nosotros estamos acá y ellos en el más allá. Como diría Javier Velasco “Por más que añoremos a nuestros muertos, no queremos estar ni un instante en su mundo. Ni respirar su aire, ni mirar su paisaje”. Estoy yo ahí, frente a tu foto, viendo como la lumbre consume lentamente la parafina de la veladora que compramos en el mercado para ti y no comprendo cómo, pero la primera ofrenda de mi vida la pongo para alguien que pensé vería durante años aquí, en esta vida, ahora lo que más deseo, como tanta gente con sus muertos, es brindarte un espacio acogedor por una noche. Realizamos el ritual, caminar al mercado mucho más colorido en estas fechas que de costumbre, mucho más nocturno en estas fechas que de costumbre. Andamos entre olor a copal, a chocolate, a azúcar y por todos lados observamos la mezcla pocha del día de muertos. Y entonces, llegamos al puesto colorido del papel picado, aquel que desplazaría al papel amate en la escritura de los códices para las ofrendas a los Dioses en Mesoamérica, y escogemos los más coloridos, uno de ellos incluso dice “Mi Angelito”, de lo cual me doy cuenta horas después, hasta pegarlo en la pared. Llega el momento de comprar las calaveritas, esas cuyo origen está en el tzompantli, el “altar de cráneos”, aquel altar donde se colocaban los cráneos de los sacrificados, generalmente cautivos de guerra, con el fin de honrar a los dioses; hoy podemos comprar cráneos, aunque esta vez sólo elegimos de chocolate. 2


TU PRIMERA VEZ No hay ofrenda sin fruta, compramos lo común: cañas, mandarinas, tejocotes, hasta plátanos, quizá se note nuestra poca experiencia en ofrendas… Y qué decir de tus chucherías, dulces, paletas, gancitos y tamarocas, por supuesto tus cigarros no podían faltar, son tan necesarios como la flor de cempasúchil, y llega el momento, ese en donde uno atraviesa un poco la línea, esa sensación de poder preguntarte qué te gustaría, qué hay que ofrecerte en este altar. Si, todo este tiempo he hablado de un nosotros y no un yo, por supuesto, tu carnala está a mi lado, ella eligió los colores, los sabores y los olores; y después, el nosotros volverá a significar algo, cuando junto a tu foto coloque otra, la de un joven que parece haber salido de un relato del 68, que pensándolo bien, no parece muy alejado de tu look de luchador social, el cual luego me entero que no sólo era un look, me pregunto de qué platicarán una vez que se encuentren, quizá puedan pasar toda la noche hablando. Hasta aquí, se ha tratado de lo que sentimos los de acá pero ¿y tú?, también es tu primera vez, la primera vez que irás de altar en altar dedicado a ti observando, probando y recordando, ¿qué sentirás tú?, ¿será lo mismo fumar un cigarro en este mundo que en el tuyo? ¿te detendrás un momento para mirarnos a nosotros, para hablarnos? Ha sido mi primera vez, la primera vez que pongo una ofrenda, la primera vez que convivo cara a cara con mis muertos, la primera vez que siento cruzar la línea, lo malo de las primeras veces es que no sabes cuándo terminar, así es como la ofrenda sigue ahí, en el mismo lugar y yo no veo a nadie por aquí que se decida a levantarla. Creo que nos permitiremos jugar un rato más entre la vida y la muerte, esta nuestra vida y esa, tu muerte. 3


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por Tonatiuh Tenopala

Miércoles 5 de diciembre de 1984, es casi la hora de la comida, suena el teléfono estoy parado afuera del cuarto de mi hermana, ella contesta la llamada, después de intercambiar unas breves palabras se deja caer de rodillas y dice llorando “murió mi tío Toño”. Ese día cambió mi forma de ver la muerte, creo que a todos nos pasa cuando la muerte llega a un ser querido, desde chicos sabemos de ella, hablamos de ella, incluso bromeamos con ella, y en el fondo no comprendemos bien lo que significa… hasta ese día en que se mete en tu vida al llevarse otra, en mi caso fue mi tío Toño, y aunque en la familia ya teníamos algunos bajo tierra, o yo era muy pequeño cuando murieron o no existía una relación tan especial. Y va pasando el tiempo, y te das cuenta que la muerte, no tiene precisamente una secuencia lógica y piensas, lo natural es que los hijos entierren a sus padres, lo natural… ¿qué pasa cuando lo natural se cambia? ¿cuando son los padres los que tienen que despedir a un hijo? ¿o el hermano mayor al hermano menor?; es cuando piensas “vaya mierda”, y aparece en tu mente esa frase tan trillada pero tan cierta: "vive el momento" porque no basta estar vivo, hay que SENTIRSE VIVO.

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La vida en sociedad conlleva existencia de poder. El poder no se puede coger, no se puede tocar, ni oler pero está en todos los sitios en todos los lugares aunque no lo notemos. Antoine Lavoiser dijo en su frase célebre que la materia ni se crea ni se destruye, sólo se trasforma; este principio quántico con el análisis del poder y del control social no nos sirve. El poder se puede crear, se puede destruir y por supuesto se puede transformar. Las formas organizativas de poder gubernamental (de forma pretendida o no) siempre tienen un objetivo implícito o explícito que es el control de la vida y de la muerte . La desviación social todavía hoy se sigue castigando con la pena de muerte, no solamente en países catalogados como del tercer mundo o subdesarrollados sino también del primer mundo. La disidencia que ha llevado a progresos y saneamientos sociales tiene el riesgo de caer bajo las herramientas de control del poder constituido, que ve en los planteamientos disidentes el inicio del balanceo de los pilares que sostienen su estatus. No olvidemos que la pena capital no solo sirve para aplastar la disidencia sino que muchas veces se pronuncia contra personas sin defensa, sin recursos y sin apelación, con el objetivo de hacer desaparecer a los que no resulten funcionales al sistema de poder.

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La vida no se escapa del control social, las ciencias sociales llevan mucho tiempo fascinadas estudiando los mecanismos de control poblacional que han existido en sociedades estructuradas de forma muy diferente y en épocas muy diferentes. En las tribus ya preocupaba el número de miembros que podían permitirse abarcar porque los


Control de la vida y de la muerte por Marc Benito

recursos eran limitados. Los avances tecnológicos y científicos han permitido que la cantidad de recursos que se puedan obtener sean cada vez mayor. Con esto representa que no nos tendría que preocupar el tema de recursos pero se sigue abogando por la necesidad de un control de la vida y de la muerte. En otras épocas no muy lejanas, gobiernos dictatoriales se han creído tan poderosos que han intentado proclamar y abogar “soluciones finales” para tener el total control de la vida y de la muerte de grupos sociales característicos que ellos señalaban con el dedo, qué mejor metáfora que ésta para entender para qué sirve el control de la vida y de la muerte. El imaginario de las sociedades avanzadas actuales tiene dos temas tabúes: admitir que existe control social de la vida y admitir que existe control social de la muerte. No son formas de control directo ni que se puedan visualizar en los medios de comunicación, por lo que siempre es útil correr un tupido velo sobre el tema para no atreverse a mirar, porque lo que veríamos tiene el peligro de que no nos guste. La vida y la muerte, dos temas antagónicos pero a la vez tan cercanos cuando hablamos de control. Pero os propongo una última reflexión o curiosidad que siempre he tenido y que me gusta poner encima la mesa, porque hay una línea de pensamiento (analíticamente inconsistente) que suele pertenecer a un mismo tipo de persona que está en contra del aborto porque se mata, pero está a favor de la pena de muerte; siempre me ha llamada la atención.

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Retratos de vida ¿y muerte? por Claudia García Moctezuma

Ayer estaba revisando mis archivos fotográficos cuando me topé con una de las fotos más hermosas y conmovedoras que he visto. Es la foto del año 2011 cuya autoría es del español Samuel Aranda quien en su caminar por Yemen retrata una escena cotidiana, triste y feliz. De guerra, de paz, de amor y de vida, de odio y de muerte. Esta dicotomía, esta bipolaridad entre amor y vida, odio y muerte me recordó que Carlos nos pidió que para este número de la revista Palabrería colaboráramos sobre estos temas: La vida y la muerte; o sobre un tema “vida vs muerte”, algo así entendí. Me acosté con la imagen de esa madre y su hijo en la mente mientras divagaba y me introducía al mundo de los sueños, del inconsciente y del subconsciente… De súbito surgieron emociones, percepciones y sensaciones que me evocan dos términos: vida y muerte. ¿Cómo los percibo yo desde lo más profundo de mí ser? Primero voy a exponer de manera muy corta y concreta lo que muchos sabemos, tratando de partir de términos comunes, conocimientos generales que vamos adquiriendo en nuestra formación; buscando que una vez en sintonía, puedan comprender lo que quiero escribir acerca de la vida y de la muerte. Pero aclaro: no es, de ningún modo, una verdad absoluta, una nueva teoría, un nuevo enfoque, una nueva postura o corriente que fundamente al conocimiento de la vida y de la muerte. Según lo que estudiamos en historia, en ciencias y en religión, el hombre ha pasado toda su existencia buscando verdades, razones y causas a todo lo que le intriga. A pesar de la búsqueda incansable, de los grandes descubrimientos y de los avances en el mundo moderno, a veces termino por creer que la mente humana no está tan preparada para entender algunos

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misterios: el amor, el odio, el día, la noche, el espacio, la energía, la vida y la muerte… La vida y la muerte se han explicado de muchas maneras y enfoques: el teológico, el materialista, el renacentista (los que creen en la reencarnación). El término biología alude en su origen etimológico a la vida cuando nos explican que “bio” es igual a vida y “logos” tratado o estudio. La disciplina que se aboca al estudio de la muerte se denomina “tanatología” y se dedica a estudiar los procesos de la muerte en pacientes que han vivido experiencias cercanas a la muerte o en pacientes terminales. Hasta aquí, más menos, creo que todos hemos escuchado o estudiado estos términos. Lo que quiero compartir sobre este tema es, en todo caso, una ocurrencia, un intento por explicarme, o mejor dicho, por transmitir lo que percibo de la vida y de la muerte. Que bien a bien, empezaría por comentarles que para mí hablar de vida y muerte es hablar de la misma cosa, y que la una no es ni se concibe sin la otra. Cuando era niña me preguntaba quién soy y a dónde voy, inmediatamente me invadía un escalofrío. Entre recuerdos y proyecciones me respondía a mí misma que “yo soy” antes de este cuerpo y “seguiré siendo” después de que se pudra. Como no era una sensación muy agradable y como no encontraba otras respuestas del cómo seré, a dónde iré, en qué me convertiré, decidía cambiarle de tema a mis preguntas y me entretenía en cualquier banalidad de niña, de escuela, de diversión o de deporte. Luego seguí creciendo y la muerte sólo me importunaba cuando veía una cucaracha aplastada, una mascota atropellada, un matamoscas con cadáveres. Al ver el cuerpo de un ser cercano, un ser humano en la funeraria, acompañándolo al panteón. No sé decirles si era un ser querido, sí me entristecía porque sufrió o sufrían los demás con su partida; pero no alcanzaba a comprender el luto, o ese sentimiento al que le llaman luto porque nunca lo he sentido. ¿Qué es entonces la vida? ¿Cómo concibo la muerte? No lo sé de cierto, pero creo que la vida es porque estoy viva, porque respiro y porque te escribo;

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porque estás vivo, porque respiras y porque me lees. Esto lo concibo porque lo siento, lo sientes, lo transmito, lo recibes, lo expreso, lo comprendes. Pero la muerte, como no puedo explicarla, entonces concluyo que no existe. La muerte no es muerte, sino ausencia de vida. Si hay vida no existe la muerte y si la vida deja de ser, no deja de ser si no se transforma, por lo tanto la muerte no tiene parte que explicar. Vuelvo a repetir que no pretendo establecer otra postura ni mucho menos una verdad, sino expresarme. Sé de sobra que las metáforas y las imágenes son muy buenos medios de comunicación, así que termino mi idea como empecé: describiendo imágenes que sirvan para ilustrar lo que quise decir. Siendo ya una mujer de 29 años me dispusieron los médicos a la cesárea de mi primer hijo y una sensación inolvidable y maravillosa me embargaba: vida dentro de mi vientre, movimientos y latidos. Es el momento más parecido al estado de perfección, así que una vez que lo pierdes te resistes a lo que sigue y experimentas la ausencia. Después de empujar y empujar, de abrir más, de cortar más músculos, de liberar el cuerpo de su nido siento cómo me arrancan esa vida y el vacío que me queda me duele hasta lo más profundo de mi ser. Entonces comprendo que esa ausencia se llama muerte. Pero la vida continúa y se prolonga en otro diminuto ser que nace y que para ello era necesario experimentar en mi cuerpo, en mi ser, la ausencia y el dolor… Una vez que mi camilla es llevada a recuperación solo lágrimas y lágrimas y lágrimas brotan de mis ojos, tantas que me abruman y apenas me dejan fracciones de segundos para recuperarme al respirar. Otra vez comienza un diálogo en mi mente que cuestiona la razón de mi llanto. No es la ausencia por el vacío en mi vientre lo que me hace llorar, sino la idea de que ese pequeño que vino al mundo un día también tendrá que morir. ¡Cómo no pude percatarme antes!, ¡Cómo podemos las madres enloquecer de felicidad por el acto de dar a luz! ¡Es porque no somos conscientes en el momento que un día ese niño o niña van a dejar este mundo! ¡¡Un día mi hijo va a morir!! ¿Cuándo?, ¿Cómo? ¿Qué va a ser de él el día de su partida? ¿Dónde estaré yo? Entonces, otra imagen aparece. Es el momento de la muerte de mi hijo, al parecer muchos, muchos años después… Puedo ver claramente su cuerpo

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de osamenta pesada, grande y larga tendido en una cama. No puedo ver su rosto porque duerme bocabajo. Viste un suéter de lana verde obscuro. Una gélida y blanca habitación nos rodea. Ahora entiendo, lo que estoy presenciando es el momento de partida de este mundo. Mi hijo va tener más de 90 años y yo, evidentemente, ya no seré cuerpo sino mi espíritu que viene a recibirlo y acompañarlo en lo que sigue. No puedo saber por cuánto tiempo contemplo la escena pero cuando ésta comienza a borrarse he dejado de llorar y siento paz, mucha paz. La vida es la esencia que lo tiene a él y a mí, que nos tiene a todos en este mundo terrenal. Ésta existe y es desde los tiempos y tiempos. Continuará por los tiempos y tiempos. Pero la muerte no es muerte sino ausencia de vida. Lo que nos duele no es la muerte sino la ausencia del que se transforma en otra forma de vida. No les pido que me crean, no quiero que acepten mi explicación. Sólo espero que reciban esta experiencia y opinión personal con imágenes que impactaron mi vida… Una de ellas todavía no sucede…

World press photo of the year 2011, Samuel Aranda. Protestas en Yemen de 2011.

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Sk’ak’alil anima ta Ach’ Banomil por Mariel Hernández

Heredado de los mayas, nuestra cultura, tzotzil venera las almas de sus muertos como mensajeros de los dioses. Este año, Ach Banomil tiene una nueva mensajera que nos mantiene en contacto con ellos y hace posible que nuestras niñas y niños festejen en su nombre y, agradecidos, les ofrezcan sus comidas y juegos favoritos. Jimena, nuestra festejada de honor, recibió regalos como fruta, tamales, atole y flores que sus hermanitos Carlos, Eduardo y Jaqueline, y todos sus compañeros, sirvieron con cariño a su mesa. No nos despedimos Jime, siempre estarás presente en nuestro altar, y cada año esperaremos el “sk’ak’alil anima” para recordarte que vives en nuestros corazones, descalzados como el tuyo, que ofreciste a los dioses para viva nuestra conexión con ellos.

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La fotografía entre “memento mori” y “arte de la vida” por Nicola Mariani Roland Barthes, en su célebre ensayo La cámara lúcida, publicado por primera vez en Francia en 1980 pocas semanas antes de su fallecimiento, expuso una serie de consideraciones semiológicas, redactadas con un estilo subjetivo en forma de diario íntimo, sobre la fotografía. Dichas consideraciones contienen, en realidad, una reflexión bastante trágica sobre el concepto de muerte (casi como si se tratase de una especie de presagio de su inminente dipartida). Dicho en extrema síntesis, el ensayo de Barthes se centra en la tésis siguiente: la fotografía, al mismo tiempo que recoge una interrupción del tiempo, fija en la estaticidad bidimensional de la imagen un doble de la realidad (Barthes entonces mencionaba como soporte de la foto exclusivamente el papel preparado de la estampa fotográfica, puesto que la magnitud de la (r)evolución digital que afectaría posteriormente a la mecánica fotográfica era, en aquel entonces, algo todavía inimaginable). De ello, el semiólogo francés infería que la creación de este doble a través del medio fotográfico se asociaría eneludiblemente a la muerte. La imagen, al fin y al cabo, no sería otra cosa que una evidencia icónica de lo que ha sido y que nunca volverá a ser: lo que sólo fue una vez y que ha muerto para siempre. La postura esencialmente romántica asumida por Roland Barthes en este contexto lleva el autor a mantener que tras una imagen fotográfica siempre se oculta la muerte. En este sentido, el poder evocador de la muerte, asociado a la imagen, haría de cada fotografía un memento mori. Un doble de la realidad que nos recuerda constantemente la caducidad de nuestra existencia mortal. Escribe Barthes a este propósito: «En la Fotografía la presencia de la cosa (en cierto momento del pasado) nunca es metafórica; y por lo que respecta a los seres animados, su vida tampoco lo es, salvo cuando se fotografían cadáveres; y aun así: si la fotografía se convierte entonces en algo horrible es porque certifica, por decirlo así, que el Roland Barthes. cadáver es algo viviente, en

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tanto que cadáver: es la imagen viviente de una cosa muerta. Pues la inmovilidad de la foto es como el resultado de una confusión perversa entre dos conceptos: lo Real y lo Viviente: atestiguando que el objeto ha sido real, la foto induce subrepticiamente a creer que es viviente, a causa de ese señuelo que nos hace atribuir a lo Real un valor absolutamente superior, eterno; pero deportando ese real hacia el pasado («esto ha sido»), la foto sugiere que éste está ya muerto» [p. 92].

“Her various selves … Susan Sontag, 1972”. Photograph: Jean-Regis Rouston/Roger Viollet/Getty Images. Courtesy: The Guardian.

Al mismo énfasis que Roland Barthes ponía en el poder evocador de la muerte, típico de la fotografía, ya había recurrido unos siete años antes de que se publicara La cámara lúcida la escritora norteamericana Susan Sontag, si bien adoptando un estilo más objetivo y descriptivo. En su otro tanto célebre libro titulado Sobre la fotografía (1973), Sontag recuerda como ya a finales del decenio 1830, es decir en los comienzos de la fotografía, el mismo William H. Fox Talbot (1800-1877, pionero de la recien nacida disciplina fotográfica, inventor del calotipo y reivindicador de su prioridad sobre el invento coevo de Dauguerre) afirmaba que la cámara fotográfica tenía una especial aptitud para registrar las «heridas del tiempo». Fox Talbot se refería especialmente a lo que ocurría a los edificios y monumentos. Y en este sentido el inmenso trabajo de documentación realizado por fotógrafos como Eugène Atget (1857-1927), y por muchos otros gigantes de la historia de la fotografía documental a partir de la segunda mitad del siglo XIX en adelante, bien se podría interpretar como un esfuerzo titánico de resistir a la entropía y al paso del tiempo. Sin embargo, en su libro Susan Sontag escribía que la fotografía puede ser utilizada también para registrar las «abrasiones de la carne», puesto que nos permite seguir el inevitable proceso de envejecimiento de las personas. Según la escritora, entonces, la fotografía representaría «el inventario de la mortalidad». A pesar de las consideraciones argumentadas por Sontang y Barthes en sus memorables ensayos, en realidad, sabemos perfectamente que cualquier lectura filosófica y/o simbólica hagamos de las imágenes fotográficas – Henri Cartier-Bresson. “Juvisy, France“ (1938). Gelatin silver print, printed 23.3 x 34.8 cm. The Museum of Modern Art, New York. Gift of the photographer. © 2010 Henri Cartier-Bresson/Magnum Photos. Courtesy Fondation Henri Cartier-Bresson, Paris.

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en tanto que signos expresivos, con un valor documental y esencialmente “inventarial”, o bien artístico y meramente estético – dependerá, en última instancia (además que de las intenciones del autor) de la experiencia receptiva del espectador. Es decir, de la actividad interpretativa llevada a cabo por parte de quien mira la fotografía misma; de su personal trayectoria existencial; de sus esquémas psicológicos; de su predisposición emotiva; de su cultura macro y micro de referencia y del específico contexto socio-histórico al que pertenece. Dicho de otra forma, del paradigma interpretativo (implícita o explíctamente) adoptado y de las coordenadas espacio-temporales en las que la interpretación de la imagen tiene lugar. Podemos explicar así la actitud entusiasta y vitalista con la que muchos artistas se han acercado al medio fotográfico, desde que éste fue inventado, para tratar de incidir en la realidad y trasformar tanto su percepción como su misma esencia. Podríamos recordar, por ejemplo, las investigaciones formalmente rompedoras y a las prácticas “revolucionarias” del constructivismo fotográfico. Me refiero concretamente al trabajo de Aleksandr Rodchenko (1891-1956) de los primeros años veinte del siglo pasado, y a sus innovaciones compositivas derivantes de una inquietud para expresar en una forma totalmente nueva la nueva dimensión social que él estaba viviendo. Asimismo, pienso en las experimentaciones del futurista Anton Giulio Bragaglia (1890-1960) y a su interés por el registro del movimiento, o en aquellas de otros artistas que se dedicaron a explorar las posibles variantes de la fotografía, como Lázló Moholy-Nagy (1895-1946) o Man Ray (1890-1976). La actividad creativa vanguardista, de estos como de muchos otros fotógrafos, fundada esencialmente en la necesidad íntima de trasgredir las convenciones expresivas y representativas tradicionales, encontró en las especificidades del medio fotográfico una herramienta fundamental para tratar de acercar el arte a la vida. Paralelamente, la producción en serie y la comercialización de la cámara instantánea Leica a partir de 1925 sentó las bases de aquella corriente que fue llamada Live Photography y que encuentra en el apoderamiento por parte del fotógrafo del así llamado «instante decisivo» su característica más distintiva. El maestro indiscutible de esta corriente, Henri Cartier-Bresson (1908-2004), considerado el padre fundador del fotorreportaje, siempre decía que para atrapar el «instante decisivo» hay que poner la cabeza, el ojo y el corazón en el mismo momento en el que se desarrolla el clímax de una acción. Es decir, hay que pensar, ver y sentir lo que está pasando. En una palabra: László Moholy-Nagy, “Ascona” (1930). Colección Spaarnestad Photo/Nationaal Archief, Haarlem © Hattula Moholy-Nagy/VEGAP, 2010.

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hay que vivirlo. Vista desde esta perspectiva, entonces, la fotografía se configura como una práctica (y como un conjunto de productos resultantes de esta práctica) extremadamente vital y vitalista. Que nos hace vivir, y no sólo registrar, documentar e “inventariar” la realidad. A modo de conclusión, tal vez merezca la pena citar las palabras clarividentes y llenas de entusiasmo con las que, en 1845, el escritor y crítico Champfleury (Alias de Jules François Felix Fleury-Husson, 1820-1889) hablaba de la fotografía, de su relación con la vida y de sus posibles progresos futuros: «¡Qué delirio sería el nuestro si pudiéramos ver los progresos obtenidos Aleksandr Rodchenko, “Dive” (1935). Gelatin silver print, 11, 11/16 x 9 3/8" (29,7 x 23,8 cm). por la daguerrotipia dentro de cien años, cuando ya Thomas Walther Collection. Purchase, 1827.2001. no sea una parcela de vida la que se recoja, sino la © MoMAPS1. vida entera que se anima y se despliega ante los ojos maravillados de nuestros descendientes! Nunca me otorgué título de profeta, pero creo que estas cosas occurrirán. Un relato, una novela ilustrados por un daguerrotipo perfeccionado, nos ofrecería una serie de representaciones de la vida en que todo nos aparecería más claro, nítido, en una palabra, más vivo. ¡Eso es el mejor arte!» [Cit. en M-L. Sougez, Historia de la fotografa, 2006, p.80].

Bibliografía: -BARTHES, Roland, La cámara lúcida, Paidós, Madrid, 2010. -BENJAMIN, Walter, Sobre la fotografía, Pre-Textos, Valencia, 2008. -BORDIEU, Pierre, Un arte medio, Gustavo Gili, Barcelona, 2003. -FELICI, Javier Marzal, Cómo se lee una fotografía, Cátedra, Madrid, 2007. -FONTCUBERTA, Joan, Joan Fontcuberta habla con Cristina Zelich, La Fábrica, Madrid, 2001. -MOMEÑE, Eduardo, La visión fotográfica, Afterphoto, Madrid, 2010. -SONTAG, Susan, Sobre la fotografía, Debolsillo, Barcelona, 2010. -SOUGEZ, Marie-Loupe, Historia de la fotografía, Cátedra, Madrid, 2006.

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