DISCOS Y OTRAS PASTAS 98 (Agosto 2022)

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DISCOS Y OTRAS PASTAS www.otraspastas.blogspot.com AÑO 16 NÚMERO 98

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INVISIBLE - “En vivo: Teatro Coliseo 1975” (2022)

LA INVISIBLE BUENA MEMORIA que lo integran. Un viaje arbitrario en el tiempo y la distancia. Siguiendo la estela de esa canción imprescindible, descubrí que antes de ser Spinetta, el Flaco había sido Almendra, Pescado Rabioso, Invisible. El de Invisible quizás sea el acceso más arduo al universo spinetteano, y su recorrido, probablemente el más intrincado de una discografía ya de por sí compleja. Invisible es una escala del viaje, pero también es un viaje

Siempre tuve la sensación de llegar a ellos a través de las canciones equivocadas. A Dylan con ‘Man Gave Names to All the Animal’, a Cohen con ‘Dance Me to the End of Love’, a Bowie con ‘This is Not America’, a Waits con ‘Downtown Train’, y la lista podría seguir hasta perderse en el infinito. Además de buenas melodías, todas esas canciones tienen suficientes motivos para convencerte: un animal tan suave como el cristal, una paloma que puede llevarte de regreso, un milagro por ocurrir, una luna amarilla agujereando el cielo nocturno. Sin embargo, por alguna razón desconocida, ninguna de ellas alcanza el canon de calidad que impone el fan promedio.

en sí mismo. *** En 1975, Argentina se retorcía en una maraña de intrincadas luchas intestinas. En ese abismo entre abismos, había lugar para una celebración que estaba comprometida con el ser humano. "A veces parece que estamos en el centro de la fiesta. Sin embargo, en el centro de la fiesta no hay nadie. En el centro de la fiesta está el vacío. Pero en el centro del vacío hay otra fiesta”. Si la poesía vertical de Roberto Juarroz pudiera escapar a todas sus abstracciones, seguramente pintaría la imagen de una tierra que se debate cíclicamente entre distintas realidades, una dentro de otra como muñecas rusas, alternando el dolor provocado por las heridas fratricidas que no terminan de cicatrizar, con la imperiosa necesidad de evadirse, dándole la espalda a esa sangría.

El caso de Spinetta fue distinto. La ‘Bengala Perdida’ es una canción inapelable. Un destello en la inmensidad de un mar fúnebre. Un estribillo que te suelta al vacío justo cuando parecía ir a tu rescate. Una poesía que puede desmentirlo todo. A veces, los milagros no alcanzan, y del barro, tal vez no se vuelva. ¿Cómo resistirse a esa melodía agridulce que envuelve a la tragedia del futbol? ¿Cómo no sucumbir a ese breviario del desconsuelo? Caja de herramientas indispensable para superar la travesía inhóspita de “Tester de Violencia” (1989), un álbum inconmensurable, tan necesario para el alma como exigente para el oído.

En esa tierra arrasada, Spinetta hablaba de abrir puertas hacia algo superior, de una búsqueda espiritual hacia una percepción más completa del universo. Una vivencia totalizadora. El arte

Todos tenemos nuestra propia puerta de entrada a los universos que habitamos. Un recorrido único por las galaxias

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como remedio. Invisible fue concebido como uno de los vehículos para ese viaje. Y lo fue tanto en el plano musical, como en el concepto filosófico que albergaba. Por entonces, la banda ya promediaba su periplo cósmico. Un itinerario cada vez más hermético y ambicioso. Un par de años atrás, la experiencia grupal de Pescado Rabioso había decantado hacia el formato casi solista en “Artaud” (1973). Se intuía un viraje desde la distorsión hacia un sonido más cristalino. Ese proceso, al que el mismo Spinetta describía como “almendrización”, terminó de cuajar cuando reclutó a Machi y Pomo, la base rítmica que acababa de grabar el “Volumen 3” de Pappo’s Blues. Luego de un single cargado de promesas (‘Estado de Coma’ / ‘Elementales Leches’), llegó el primer LP, el homónimo “Invisible”. Un trabajo que insinuaba las estilizadas formas de la evolución en marcha, sin abandonar por completo los trazos más gruesos de un efectivo rock de guitarra, bajo y batería. Rastros que desaparecerían casi por completo en el siguiente álbum. Ese 1975, “Durazno Sangrando” confirmaría el derrotero. Un Spinetta que había abrevado, entre otras fuentes, en el taoísmo, aspiraba a una mirada más amplia de su entorno. En sus palabras: “el Durazno representa dos visiones de la vida espiritual, una oriental y la otra occidental.” *** En el centro de ese vacío que ocupaba todos los espacios, hubo una fiesta. El Teatro Coliseo de Buenos Aires fue el lugar. Dos días, cuatro funciones, siete mil personas fueron testigos de un ritual mágico en el que Invisible ofreció su kit de supervivencia. La llegada de “Durazno Sangrando” despertaba la curiosidad de propios y ajenos, entre ellos un Astor Piazzolla crítico de la escena roquera local (“están lejos de todo”), y que más tarde tomaría distancia de la obra de Spinetta (“se dispersó como las aspas de un molino de viento"), pero a quien el Flaco veneró con genuino fervor, llegando a erigirlo como sinónimo de “tango” en una tardía plegaria por el amor perdido: “…Piazzolla, la tarde, el aire...las ganas de partir...” (‘Ave seca’ – Los Ojos (1999) – Spinetta y Los Socios del Desierto). Durante años, como talismanes que pasan de mano en mano, circularon cintas piratas entre los fans. Llega ahora un álbum que refleja con fidelidad el brillo que el paso del tiempo no logró velar. La selección de canciones que componen esta cápsula del tiempo funciona también como un compendio de la breve vida de la banda. A la necesaria ‘Durazno Sangrando’, que de entrada nos pone en contexto

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con su poética de ensueño, se le suman tres agradables pares. Dos canciones del primer álbum, ‘El diluvio y la pasajera’, probablemente el primer guiño certero de un sutil acercamiento al jazz, y una dilatada versión de ‘Azafata del tren fantasma’. Las dos caras de un simple publicado a finales de 1974 (‘Oso del sueño’ / ‘Viejos ratones del tiempo’) que retratan adecuadamente la transición progresiva desde la contundencia del rock a estructuras menos esquemáticas. Para terminar de componer el conjunto, también hay espacio para dos inéditos que integrarían el siguiente álbum: la austera belleza de ‘Que ves el Cielo’, y ‘Perdonado’, que destaca por la potente performance vocal de Spinetta. Lejos de la melancolía, la edición del material registrado en esas fechas es un acto de justicia evocativa, porque la grabación no solo recupera un hecho artístico intrínsecamente valioso, sino que tiene además el mérito de capturar una atmósfera. La instantánea de un momento. El perfume reparador de un oasis. Transmite el espíritu de refugio con el que el arte puede cobijarnos. El silencio reverencial que devuelve el sonido ambiente es el eco de un vacío solo interrumpido por la gratitud del aplauso. Pero, no todos fueron elogios. Miguel Grinberg, cronista indispensable de la época, algo desconcertado por el rumbo que tomaba la aventura de Spinetta, reseñó con dureza el impulso innovador de Invisible: “Como en algunos ejercicios espirituales budistas, su resultado linda con el vacío”. *** A Invisible le quedaba poca vida, pero aún habría de entregar su obra más acabada y definitiva. “El Jardín de los Presentes” llegaría con la siguiente primavera, justamente precedido de un single que incluía un respetuoso homenaje a Tanguito y su ‘Amor de Primavera’, elevando al rango de clásico a esa canción en vías de quedar sepultada en el olvido. Además de los temas anticipados en los conciertos del Teatro Coliseo, “El Jardín de los Presentes” incluiría incunables como el ‘Anillo del Capitán Beto’ y ‘Los Libros de la Buena Memoria’, obras mayores que abrazaban un puñado de canciones que desde su aparente inocencia presagiaban abismos por venir. En la última estrofa de ‘Las Golondrinas de Plaza de Mayo’, entre acordes que se hamacan con la cadencia de un anunciado final de fiesta, Spinetta suelta unos versos que en retrospectiva erizan la piel: “Se van en invierno, vuelven en verano, las golondrinas de Plaza de Mayo. Y si las observas comprenderás que solo vuelan en libertad”. JORGE CAÑADA

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GET BACK: THE BEATLES VISTOS (Y AMADOS) POR PETER JACKSON - PARTE II ESCRIBE: ROGELIO LLANOS Q.

IV Carentes de la dirección firme y efectiva que le había impreso Brian Epstein, The Beatles no pudieron evitar mostrar evidencias de las dificultades que tenían para mantener su cohesión. Ese potencial creativo que fluyó a raudales en el pasado avanzaba ahora lentamente con muchas dificultades. La vida privada y las aspiraciones personales se levantaban como fantasmas inmovilizadores. Y en ese desconcierto, con otras motivaciones en el horizonte, el interés por mantener viva la banda se fue diluyendo más y más. Este apretado resumen histórico que viene desde los inicios de The Beatles hasta fines del año 1968, Peter Jackson nos lo recuerda con el montaje de rápidos y breves fragmentos de filmaciones de aquellos momentos que llegaron a convertirse en hitos en la historia musical del grupo. Esta manera de mostrar el pasado glorioso de una banda legendaria, señalando con fechas tales hitos, para luego confluir a comienzos de 1969 en los estudios Twickenham, es una magnífica introducción para lo que vamos a ver luego: el fin de una época, parte de los últimos momentos de vida de un grupo musical que hizo historia, que creó composiciones que han pasado a ser clásicos imbatibles y cuya influencia en el campo de la música persiste a pesar de los muchos años transcurridos. Mientras veía este material previo al primer día de reunión de la banda, recordé un filme que había revisado por enésima vez el día anterior: El Último Pistolero (1976). Allí Donald Siegel utilizó un recurso similar -una pequeña cronología de vida con retazos de sus películas anteriores- para hacernos conocer a su personaje (John Wayne), un viejo pistolero que cansado y enfermo llega a una ciudad del Oeste para

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pasar allí sus últimos días. Esta introducción es esencial para poder conocer al protagonista de la historia, crear un vínculo emocional con él y, sobre todo, remarcar el hecho de que el protagonista más allá del ámbito de la ficción es un personaje real plenamente identificado con los valores del Oeste que el tiempo los está dejando atrás. En Get Back, Peter Jackson obra de similar manera que el maestro Siegel. A lo largo de diez minutos, nos muestra quiénes han sido The Beatles, cuál ha sido su papel en la evolución de la historia musical y del mundo, y nos recuerda que más allá de su condición de estrellas del espectáculo que han llegado a alturas olímpicas, son seres humanos con sus virtudes y defectos, con sus sensibilidades y pasiones y que, como tales, han llegado a un punto final de donde ya no es posible retornar. El tiempo, los nuevos vientos que corren en el mundo de la música, los diversos intereses personales, el cansancio, las diferencias insalvables de opiniones y enfoques respecto al quehacer musical, fueron determinantes en la hora final de la banda. Porque Get Back, si bien nos habla de la creación de canciones, es también un filme sobre un final, sobre el lírico ocaso de un grupo musical que, a pesar del esfuerzo que está haciendo para poder crear una obra en conjunto, bien sabe o intuye que está viviendo sus últimas horas. Es desde aquí, desde este comienzo emotivo, que nos damos cuenta que no estamos frente a cualquier documental sobre la vida de una banda. No es el aprovechamiento oportunista a una veta fílmica que es posible explotarla comercialmente. No. Es, por el contrario, el acercamiento respetuoso y cariñoso a un material valioso que refleja fielmente el acto de la creación poética y musical, intentando comprender a los protagonistas, mirándolos con respeto y admiración, sin intentar juzgarlos. Y es la mirada cariñosa, plena de emoción del melómano irredento y del cineasta de estirpe, hacia una banda que dejó el alma y la piel en ese acto creador -estimulante y agotador- y que ya no da más, convirtiendo sus últimos versos y sonidos en una suerte de canto de cisne que aún resuena en el cerebro y en el corazón de los melómanos con sus notas vibrantes, tiernas o aguerridas, serenas o impetuosas. Pero siempre bellas, siempre inolvidables.

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V Luego de varios años lejos de los escenarios, The Beatles, por iniciativa de McCartney, hablaron una vez más de un concierto, de iniciar un tour, pero tras la oposición de Lennon y Harrison, y tras nuevas discusiones se arribó a una salida en la que todos aparentaron concordar: un programa de televisión con presencia de un pequeño público. ¿Dónde hacer ese programa? Se habló incluso de viajar a Trípoli, y de hacer el recital en un gran anfiteatro romano. Finalmente, y con el director Michael Lindsay-Hogg embarcado en la nueva aventura, aterrizaron en los fríos estudios de Twickenham en Inglaterra. Allí, en los estudios, surgió una nueva idea: grabar un nuevo álbum, alejado de todos los tecnicismos del momento y, siempre, bajo el registro constante de una cámara que captaría todos los detalles del proceso de creación, ensayo y grabación. Y así, a lo largo de veintidós días fue como se llevó a cabo este proyecto que dio a luz un disco y una película, Let It Be, y que ahora se ha convertido en un nuevo filme de siete horas y veintiocho minutos de duración que Peter Jackson ha denominado, como el proyecto inicial, Get Back. Todo el movimiento inicial nos lleva, poco a poco, a concentrarnos en unos planos de conjunto en el que, sentados en corro, Paul, John, George y Ringo, instrumentos en mano empiezan a hacer lo suyo, bajo la mirada expectante de técnicos y productores. Desde el arranque escuchamos los sonidos primarios y aún inciertos de “Don’t Let me Down” y de “I’ve Got a Feelin’”. Intercalando con aquellas composiciones que pugnan por salir a la luz, observamos con curiosidad e interés las discusiones acerca de la naturaleza del proyecto, y con no poco placer observamos los jam sessions de la banda que incluyen pequeños covers de los compositores y músicos admirados. Suenan así “Quinn the Eskimo”, “Johnny be Good”, “I Shall be Released”, “Midnight Special”, “The Third Man”, entre muchos otros. Hay a lo largo del filme, y especialmente en los tramos iniciales, una sensación de caos, de no tener los objetivos claros, de tratar de buscar el camino de la creación a través del intercambio de ideas, del repaso de viejas melodías con otros ritmos y diferentes fraseos, de ejecución de sucesivas variaciones de los mismos versos, de la repetición de frases inconclusas o

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inconexas en el intento de encontrar la palabra esquiva, el acorde huidizo. La cámara cinematográfica capta en detalle los gestos, las actitudes, los movimientos de los cuatro músicos, que interactúan entre ellos, comentando, apuntando o corrigiendo la ejecución de acordes, riffs y tonalidades. Es a través de esta mirada acuciosa que el filme nos introduce en el universo Beatle. Todo pareciera transcurrir sin orden ni concierto, con un McCartney tratando de movilizar todos los resortes creativos de la banda. Este es un documental que tiene una característica esencial: no hay un hilo conductor visible, salvo claro está el hecho de que todo está encaminado hacia una presentación pública -que durante muchos días fue incierta porque no había acuerdo dónde realizarla- y la grabación de un nuevo disco, planteamiento surgido a último momento. Esta aparente falta de hilo conductor, que en el cine lo identificamos como el punto misterioso a través del cual pasamos de un estado a otro, aquí no lo tenemos. Peter Jackson trabaja sobre el material ya filmado y selecciona aquellos momentos que crean esa atmósfera hecha de caos, languidez, brío, diversión, conflictos. Y, de pronto, pequeñas luces en el horizonte: sonidos y versos que van naciendo, que van encajando, que vamos identificando como los albores de los clásicos que ahora bien conocemos. No hay, sin embargo, frases de elogio tras los hallazgos, tras los logros. Sólo hay pequeños gestos de aceptación que incluyen risas, bromas y mucho humor. Pero el trabajo creativo debe continuar. Estamos frente a una rutina laboral. La creación de un álbum es como cualquier otra actividad humana. Una aventura empresarial dirigida a la gestación de versos y sonidos que, bajo ciertos arreglos armoniosos, generan melodías capaces de estimular nuestro sentido de la audición. Y como en toda aventura laboral hay mucha actividad repetitiva, hay novedades, caídas, logros. Y también conflictos. El filme de Peter Jackson, en sus casi ocho horas de duración, cumple también con una labor de sinceramiento o desmitificación respecto a ciertas invenciones que suelen generarse en torno a las grandes estrellas musicales. El cineasta, sin dejar de lado su profunda admiración por The Beatles, captura ese itinerario vital construido en

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base a esas pequeñas cosas que humanizan a los protagonistas. Y por ello, presta mucha atención no sólo a esa labor ardua y fatigante propia de la actividad creativa sino también a ese elemento revelador de los sentimientos más profundos e intensos del ser humano: el conflicto. Get Back es un testimonio de vida invalorable, cuyo interés crece tras cada revisión que hacemos de él. VI “Si escribo una canción, debo sentir que yo la escribí”, dice George Harrison ante la mirada seria y distante de Paul McCartney convertido en jefe de esta expedición musical. “La idea de estar involucrados tanto como si… fue lo bueno del último álbum (se refiere aquí al Álbum Blanco). Es el único álbum hasta ahora en el que traté de involucrarme”, continúa, no sin cierta incomodidad. Mucho resentimiento acumulado y, quizás, dolor. La expresión de Paul, captada rápidamente por una cámara atenta a cada detalle, descubre la tensión creada. Un “Sí…” manifestado con sequedad y parquedad lo dice todo. Y a esa expresión escueta le sigue un gesto revelador: Paul baja la mirada hacia su instrumento -aquel bajo memorable, compañero de tantas aventuras musicales- lo toma, a manera de una caricia, mientras George, que sabe que ha dado en el blanco, intenta romper el hielo creado: “¿No cantaremos ninguna canción vieja en el show?”. Entre el escepticismo y la sorpresa, George inicia los acordes de “Every Little Thing”. Paul empieza a cantar y, finalmente, trata de acabar con el momento difícil que se ha generado y dice. “Buen intento Johnny…”. Pero, luego, George, continúa abordando el asunto. El sonido del “I’m so tired” de McCartney se escucha en un ambiente cada vez más tirante. A pesar de ello, la actividad continúa acuciados por la necesidad de cumplir con los plazos establecidos. Los intentos de avanzar con el “Don’t let me down” son infructuosos. Nadie está contento con la parte vocal. Los coros o estribillos que intentan adaptar a la composición no funcionan, tienen un resabio a comercial publicitario. Para superar el cansancio, se apela a los covers, a los viejos temas tocados en tonalidades distintas. Pero nada evita el conflicto que ya ha aflorado y que se mantiene latente. Más aún cuando McCartney

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dispone cómo se deben tocar los tambores o las guitarras. No hay duda que ante el desconcierto, Paul se ve obligado a tomar el control de la banda. Pero es un control en el que hay también una suerte de exclusión o, en todo caso, minimización a los aportes de un George Harrison que, con el paso de los años, ha ido acumulando un material musical propio y valioso. Resulta bastante duro ver la manera cómo algunas composiciones de Harrison son postergadas o banalizadas como fue el caso de “I Me mine”. La frase de Paul, “es bonita”, y el baile de John y Yoko con la melodía de este tema entrañable de Harrison son más bien expresiones de menosprecio a una obra que se va construyendo con gracia y sensibilidad. Pero los egos de los compositores principales son enormes. Finalmente, “I Me Mine” y “For Your Blue” aparecerán en el álbum como una concesión al autor de “All Things Muss Pass”, otra composición que fue dejada de lado, aunque, quizás en buena hora, porque luego George crearía, a partir de ese tema un álbum de nombre similar que es una verdadera delicia para los melómanos, una obra maestra absoluta. Peter Jackson ha intentado –y logrado- captar minuciosamente todo el conflicto instaurado en torno a la participación de Harrison en la actividad creativa del grupo. Las imágenes son muy elocuentes: mientras John y Ringo observan en silencio, George y Paul se enfrascan en una discusión respecto a cómo se deben tocar los temas. Las discrepancias se mantienen hasta que George decide abandonar la banda. La recomposición del grupo, y el retorno de George, tomaron su tiempo y ello obligó a variar la fecha final señalada para el concierto, cuyo lugar aún no estaba decidido. Entre discusiones sobre la permanencia del grupo, el lugar del concierto, el trabajo creativo, los divertimentos, los ensayos, las pruebas, las audiciones de las versiones que van adquiriendo su forma final, el filme avanza con el pleno convencimiento de que el espectador ha hecho carne de esa labor diaria, intensa y exhaustiva. Pero Jackson tiene varios ases guardados bajo la manga. Y con la aparición de cada uno de ellos, sorprende al espectador y lo convence de seguir atento a la rutina laboral de la banda más grande del mundo.

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38 ESTRELLAS AUTORA: JOSEFINA LICITRA (ARGENTINA) Cuando uno lee la contraportada, “38 estrellas” no tiene pierde: promete una buena historia de lucha y resistencia, promete el retrato de una época de efervescencia revolucionaria, y, sobre todo, la visibilización y reivindicación de un importante hecho protagonizado por mujeres combativas. Lamentablemente, esta crónica, fruto de una encomiable investigación periodística, naufraga estrepitosamente, cuando su autora, la argentina Licitra, la contamina con propaganda gratuita e innecesaria, y hasta se atreve a decirnos quienes son los buenos y quienes son los malos (que no es lo mismo que tomar partido o tener simpatía por alguien). “38 estrellas” solo funciona como una cronología bien escrita. CRÓNICAS ARGENTINAS AUTOR: JUAN PABLO MENESES (CHILE) Primero existió el blog, luego el libro; la clásica estrategia. El autor intenta armar crónicas polifónicas, gracias a una legión formada por él y los comentaristas anónimos de su blog. Este ejercicio coral termina por abortar a lo que pudo ser un buen libro de crónicas, perfiles y opiniones, como el que nos tiene acostumbrado este destacado periodista chileno. En cada mito tratado, el autor se autolimita en sus análisis e investigaciones, con el objetivo de darle protagonismo a decenas de comentarios de los cibernautas. Y ya sabemos lo que sucede cuando el anónimo troll está detrás de las pantallas. Lo destacable: cuando el autor decide reunirse con algunos de los comentaristas anónimos y narra los días previos, los preparativos y el mismo día del encuentro en el que solo asisten dos comentaristas; prueba irrefutable de lo inútil que fue aquel pretendido ejercicio coral.

EL ASESINO TÍMIDO AUTORA: CLARA USÓN (ESPAÑA) Lo que prometía ser una novela negra, una crónica, o al menos una biografía novelada sobre la malograda actriz española Sandra Mozarowsky, termina siendo un aburrido manuscrito, donde solo un treinta o cuarenta por ciento trata sobre la actriz, su vida y su mediático suicidio o asesinato. Todo lo demás, es puro y vano ejercicio autorreferencial, y un incontrolable uso de citas textuales de otros libros que en nada contribuye a la trama.

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EL VINO DE LA SOLEDAD AUTORA: IRÉNE NÉMIROVSKY (FRANCIA - RUSIA) Novela con tintes autobiográficos. Némirovsky no tiene piedad cuando se trata de describir a sus personajes. Gracias a sus dotes narrativos, uno los llega a conocer muy bien, y te provocan simpatía o desprecio, ninguno te es indiferente. Aquí se desarrolla con mayor profundidad el conflicto entre madre e hija que ya había abordado en su novelle “El baile”. Descubrimos el origen de esa relación de odio entre ambas, y el retrato familiar que le sirvió para moldear a sus personajes de origen judío: avariciosos, ludópatas, especuladores de la bolsa, etc. La niña que quiere vengarse, la adolescente que ya sabe cómo hacerlo y la jovencita que se está quemando por jugar con fuego. Al final, nuestra querida Elena decide ser superior a sus rivales: no los perdona, pero desiste de la venganza y opta por la libertad, se libera del resentimiento y también de su familia. A partir de ahora, el mundo es suyo más que nunca. TODOS TE QUIEREN CUANDO ESTÁS MUERTO AUTOR: NEIL STRAUSS (USA) Entrevistas reveladoras, divertidas, desconcertantes, exasperantes. Comentarios sabrosos tras bambalinas, cuando se presiona stop a la grabadora. El autor acierta cuando usa los paréntesis o los pies de página para explicarnos sobre el contexto de cada entrevista. Preguntas psicológicas. Muchas respuestas que nunca vieron la luz en su momento. De todo un poco. No hay duda: todos los músicos están locos, sobre todo los famosos. El último capítulo y el epílogo son la cereza del pastel. El final es escalofriantemente penoso, y en el epílogo, sin pretender sermonear, el autor nos da una lista de “lecciones aprendidas”, que equivalen a un decálogo de sobrevivencia, porque eso ha logrado la mayoría de nuestros héroes musicales: sobrevivir; sobrevivir a la fama, a las drogas, al business y a ellos mismos.

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3rd SECRET – “3rd SECRET” (2022)

LA RECONSTRUCCIÓN DE UN SECRETO ESCRIBE: JORGE CAÑADA En 1975 Brian Eno creó, a medias con el artista Peter Schmidt, las “Estrategias Oblicuas”, una baraja de cartas que contienen aforismos e instrucciones crípticas, supuestamente destinadas a favorecer el pensamiento lateral y evitar bloqueos creativos. Ese mismo año el propio Eno las utilizó durante la concepción de “Another Green World”, un disco esencial para entender la transición entre el pasado y el presente del pop. Una de esas estrategias consta de dos pasos. Primero: confeccione una lista exhaustiva de todo lo que podría hacer. Segundo: haga lo último de esa lista. *** Lo último en lo que pensaba Krist Novoselic a la llegada de la pandemia era en la resurrección del grunge. El bajista de Nirvana pasaba los días experimentando con afinaciones alternativas y practicando el finger-style, una técnica que permite tocar ritmo y melodía a la vez. Con la mente puesta en dar forma al siguiente álbum de Giants in the Trees, Novoselic y la cantante Jillian Raye habían compuesto ‘Rhythm of the Ride’, una pieza que condensaba sus obsesiones musicales en ese momento. Entonces el ambiente se transformó por la sensación que les produjo el descubrimiento de “Illuminations” (1969), un disco de Buffy Sainte-Marie definitivamente adelantado a su época en el uso del sintetizador Moog. Sainte-Marie, nacida en una reserva Cree, uno de los mayores pueblos originarios de los bosques orientales de Canadá, fue una de las artistas más prominentes de la DISCOS Y OTRAS PASTAS

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escena folk de los años 60 y, sin duda, la única intérprete ampliamente escuchada que dio voz a los nativos americanos a lo largo de su carrera. ‘God is Alive, Magic is Afoot’, la canción de apertura de Illuminations, toma su letra de un fragmento de “Beautiful Loosers”, la segunda novela de Leonard Cohen. Con su canto espectral, Buffy logró que el mantra “Dios está vivo, la magia está en marcha…” se transformara en una frase de dominio público. Medio siglo después, esa proclama se convirtió también en el leitmotiv de las sesiones creativas de Novoselic y Raye. *** Una tarde de pausa en los ensayos, mientras revolvía material viejo, Novoselic se topó con las cintas y CDs en los que había registrado las jams sessions de una reunión con Kim Thayil (Soundgarden), Bubba Dupree (VOID) y Alfredo Hernandez (Kyuss). Habían pasado casi dos décadas. Ese hallazgo hizo que el curso de los acontecimientos comenzara a tomar un rumbo inesperado. Conmovido por el descubrimiento, Novoselic envió las grabaciones a Thayil y Dupree. Meses más tarde los tres se citaron en Seattle y retomaron las sesiones como si el tiempo no hubiera transcurrido. Entre otros, se les sumaron Jillian Raye, la cantante de Giants in the Trees con la que Krist venía trabajando en un nuevo disco, y Matt Cameron, baterista de Soundgarden y Pearl Jam. La magia estaba en marcha. *** Comenzaron a acumularse los viajes de uno a otro extremo del estado de Washington, los demos, y los proyectos. Con canciones suficientes como para explorar al menos dos caminos, las “Estrategias Oblicuas” parecen haber vuelto a resolver el dilema: “Si tiene que elegir entre hacer una cosa u otra, haga ambas”. AGOSTO 2022


Pensaron en dos discos, hasta en tres, pero con la mano maestra de Jack Endino, otro histórico de la era en la que Seattle fue la capital del planeta Tierra, terminaron reuniendo todo el material en uno solo. El principio fue ‘Rhythm of the Ride’, y con justicia abre el disco. Lo que parece apenas un ejercicio estilístico se convierte en un tema hecho y derecho, un espacio en el que la agradable voz de Raye, apoyada en los coros de Jennifer Johnson, busca luz entre la destreza de los dedos de Novoselic. ‘I Choose Me’ y ‘Diamond in the Cold’ hacen las delicias de los fans de Soundgarden. Con sus riffs atemporales podrían pedir a gritos el auxilio de Cornell, pero la dupla vocal femenina se combina con una solvencia tal que no deja resquicio para reclamos. Hay homenajes indudables al “Led Zeppelin III” como ‘Winter Solstice’, que captura ese tibio reflejo del sol crepuscular que es marca registrada del folk británico con tintes celtas. Una calidez que apenas asoma en ‘Last Day of August’, para luego dar un giro hacia un tono más inquieto. ‘Live Without You’, ‘Right Stuff’ y ‘Dead Sea’ transitan las sendas que los discos de Giant in the Trees han sabido demarcar con su sello particular, y además son testigos de la disyuntiva que en algún punto enfrentaron Novoselic y Raye cuando asumieron que debían elegir entre priorizar el nuevo álbum de su banda o profundizar la colaboración con el resto de los músicos de Seattle. *** 3rd Secret es la ucronía del grunge. Una reconstrucción certera del derrotero que aquella aventura podría haber seguido si las cosas hubieran sido de otra manera, o, mejor dicho, si no hubieran ocurrido ciertos hechos que torcieron la línea del tiempo. Concretamente hablamos de la muerte.

De muertes que adelantaron relojes e hicieron volar por los aires hojas de calendario. El grunge no murió con Kurt Cobain, tampoco con Layne Staley, pero todo lo que vino después ocurrió como una desviación de la historia. Como el lado B de un single. Una cara menos luminosa, pero con los pies en la tierra. Hitchcock decía que sus películas buscaban generar en el espectador el mismo placer que daba despertar de una pesadilla. Sobrevivir a la imaginación. Eso es 3rd Secret. Un intento por sortear el destino. Podríamos caer en la tentación de llamarlo supergrupo. El grunge ya los tuvo, incluso en su génesis y antes de ser conocido como tal (Temple of the Dog), o como mero gesto colaborativo (el aporte de Mark Arm y Chris Cornell en el ‘Right Turn’ de Alice in Chains o lo que se dio en llamar Alice Mudgarden), o bien como intento desesperado de auto-rescatarse del abismo (Mad Season). Lo de 3rd Secret es distinto. Se trata más de una tarea de restauración de época, que de un ejercicio nostálgico. “La Anatomía de un Instante”, como llamó Javier Cercas a la meticulosa disección de un momento que parece eterno. *** Novoselic y compañía prometen volver a juntarse una vez que acabe el verano boreal, o quizás el último día de agosto. Dicen tener un puñado de ideas para un nuevo álbum, pero entonces ya no serán 3rd Secret. Se trata de la música, ante todo. Algún día alguien contará la historia de lo que pudo haber sido y no fue en la corta vida del grunge. Todo es posible, como en esa canción de Illuminations, en la que, sorteando una línea de bajo distorsionada, Sainte-Marie canta la historia de Adán en el día de la Creación y su comprensión, demasiado tarde, de que podría haber vivido para siempre.

DIRECTOR: HENRY A. FLORES Discos y Otras Pastas no se hace responsable del contenido de los artículos y agradece a sus colaboradores por la exclusividad.

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