Concurso Sin Fronteras 2010

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CONCURSO LITERARIO

SIN FRONTERAS

2010


Concurso realizado por LetrasKiltras – México, Centro América y Caribe bajo la dirección de Araceli Luna y dentro de las actividades a desarrollarse en el Primer Encuentro Internacional LetrasKiltras - México

Jurado Poesía: Alicia Fontecilla – Chile Cris Garmend – Argentina Javier Monroy – Perú

Jurado Narrativa: Fernando Omar Vecchiarelli – Argentina Néstor Fidel Panseri – Argentina Nat Gaete - Chile


Categoría

POESÍA



PRIMER LUGAR

DE PRESENTE O DE PASADO Rosy Palau - México Escucho los insectos comiéndose el silencio. ¿Irá a llover o es el rumor el espejismo de ese aroma? La luna es una raya en la ventana empolvada de estrellas, inquieta la penumbra. Estoy despierta, no sé si de presente o de pasado. Siempre es tiempo del tiempo, el deseo me lo dice, las horas todas. Ágiles las sombras se desdoblan disfrazadas de sorpresa en lo ya visto.

Cada uno su propia noche, su rato de amor o de inocencia. El sueño se acomoda bajo la luz que piensa y humildemente se ilumina con lo triste, profesa la ilusión, la eterna vez primera y material de lo ausente. Soy el principio y el fin del juego donde la palabra brilla y se disuelve en la verdad de lo abstracto. Llevo en mí la huída, me convierto en el olvido dejado alguna vez sobre las cosas. Apenas me acostumbro a ver la aurora saliendo como un algo de paloma entre lo oscuro.


SEGUNDO LUGAR

PIEDRA Luis Alberto Espinoza - Venezuela

A veces soy piedra

Pesado, áspero, lleno de vacíos. anhelando el pecado.

Soñando ser la sombra que oculta la montaña a la que pertenezco.


TERCER LUGAR

RUTINA DE UN SECRETO Yesenia Del Carmen Cortés Irivas - México

Algunas veces amanezco con los ojos hinchados Escupiendo bilis, rumiando el pasado, Veo televisión no tengo más que hacer Más de repente escucho un eco inesperado, Que me dice que yo soy un dios encarcelado que ríe, que llora, que puede soñar.


Primera mención

SÒLO Luis Eduardo Barraza Quintero - Venezuela

Del oscuro cieno nació el milagro de la conciencia. De su envenenado grito se rasgaron las arcas del cielo. Sólo el soplo divino enardece o apaga la llama. Sólo, seremos memoria en los que quedan. Cada hombre, sólo, es un epitafio del tiempo.


Segunda Mención

SUSPIROS CALLEJEROS Natalia Jardon - México

Anteayer, corría por mis rumbos al tambor de mis palabras. Como si fuera abejorro, ruidosamente escupiendo ideas, rastreaba mis destinos.

Hoy lleno las calles con mis suspiros. Respiros de un mundo paralelo que ya no existe, momentos efémeros, Repetitivos y nunca los mismos. Son novelas que construyo, corrijo, todas incompletas, denegadas, sin futuro y sin sentido. Llegan integras a mi boca, y sus personajes salen corriendo, dispersándose, escapando a la primera oportunidad.

Y cada uno agrega a mi enojo, a mi temblar, a mi temor. Estos suspiros matan, cada vez me acercan mas al fin, y mas a ti.


Tercera mención

OSARIO DE POETA Juan Guillermo Buitrago E. - Colombia En un viejo buzón dejé mis cartas De amor, de odios, de versos, de niñeces olvidadas Las dejé en un buzón Apretadas Inquietas, en temblorosos sobres de espuma Dejé mis versos Mi lápiz Empaqué mi piel en una maleta las deudas y mi dinero Mi mugre , y mis vísceras los achaques Todo lo dejé en el buzón de mi humanidad Todo quedó compacto allí, como lata de sardinas Mi niñez, mi pluma y mis andamios Mis huesos Osario, verde y morado Con mi nombre quedé guardado Sepultado en un viejo buzón A veces un cartero deja recibos, y pedacitos de piel allí Otras veces un niño, hurga en sus misteriosas aristas Y lo que siempre encuentra Son piedritas, y arenas y flores.


Cuarta mención

SINFONÍA DE AMOR # 5 Aurymar Elena Granadino Ochoa - Venezuela

Escribo mientras mi hijo duerme, su violín descansa también entre páginas y partituras que cantan. Escribo mientras escucho el ruido de la calle mi hijo sonríe y mi letra vuela. Él es mi letra, la sinfonía acorde con el verso, trato de inventar un refugio con ventanas abiertas. Él me regala el sol que está en su boca en el canto de su voz cuando me nombra. Sigo escribiendo y guardo mis palabras en sus ojos.


Quinta Mención ELEGÍA PARA JOSÉ, QUE FUE MI ABUELO Daniel Frini – Argentina.-

Al fin me decidí y logré poner en orden las palabras para hablarte. Pude descifrar lo ineludible de tu muerte. Encontré el justo equilibrio entre ayer y tristeza. Y entonces entendí dónde has ido. Supe que en todos los caminos, en cada grano de arena tenés un pedazo de mirada. Supe que sos gigante Supe que creciste. (No sé si vos subiste o Dios bajó, pero creciste). Sé que somos vos, que sos anhelo. Que cuando el sol se ponga rojo hacia la tarde, tus prodigios, tan humanos, hablarán de vos bajo los cien paraísos de tu patio. Que cuando el viento encuentre, por fin, su música será por que vos lo has ayudado. Es difícil de entender, pero he sabido que algún día, al final las estrellas escribirán tu nombre en un pedazo de cielo.



Categoría

NARRATIVA


PRIMER LUGAR

PLEAMAR Ricardo Juan Benítez - Argentina

Era una mañana tormentosa, como la de aquel día en que la gaviota decidió suicidarse. Claro que después mi padre le quitó magia al asunto. Me contó la verdadera razón porqué el ave se había precipitado contra la escollera. —Las gaviotas adultas van perdiendo la visión de tanto zambullirse en el agua de mar. Entonces, cuando van en vuelo y divisan un tenue reflejo, creen que es un pez y se tiran en picada contra el brillo de las rocas —me enseñó con su lógica implacable. O sea, que mi gaviota había muerto absurdamente por un accidente producido por su decadencia; cuando yo había imaginado una historia con un amor contrariado y misterioso. Como si mi gaviota fuera otra Alfonsina y este vasto mar su escondite definitivo. Salir a caminar en días tempestuosos de temporada baja me fascinaba. Las playas lucen desiertas. Se escucha el tronar de las olas en el rompiente. Se percibe el viento azotando matas y gallardetes abandonados en lejanos veranos. Los paradores solitarios, con sus sillas, mesas

y sombrillas

amontonadas, las terrazas con sus silencios excesivos. Se podía recorrer el pedregal para leer los mensajes de otros tiempos grabados en sus rocas:

―Carlos y Clarita 23 de febrero de 1949‖ —―¿Qué habrá sido del amor de Carlos y Clarita?‖ Tal vez se hubieran casado desafiando el maleficio de los amores de verano. Quizá alguno de sus nietos topara con aquel perpetuo recado de amor mientras correteaba inocente un estío cualquiera. No sería sencillo imaginar por aquella época que en algún momento se puede perder el bronceado, la belleza y la juventud. La vida y el amor parecen eternos. Por lo menos hasta el fin de las vacaciones. Entré al mesón. El piso y el mobiliario tenían una espesa capa de polvo y olvido. En las esquinas del techo había telarañas, sentía que hacía décadas que estaba cerrado. Me detuve a mirar por el ventanal el mar embravecido. Las olas


se alzaban en una pared compacta de color verde oscuro y al caer la espuma llegaba casi hasta la entrada de la posta. Yo no le temía. Jamás le había temido. Ni siquiera aquella tarde. Aún en los momentos más difíciles, como cuando quedé atrapado por una corriente de la bajamar, tuve el convencimiento que nada malo podía pasar. Que de algún lugar del abismo un ejército de tritones y sirenas vendrían en mi auxilio. Que me mostrarían un camino de caracolas y coral. Que el faro, más allá del puerto, me alumbraría la senda de regreso. Salí al porche con su piso de madera inundado. La lluvia arreciaba, la playa invitaba a una caminata. —―Caminar por la playa bajo la lluvia es un rito íntimo y sagrado; casi como acariciar un apacible vientre desnudo…‖ Descendí por los peldaños que se perdían en la arena y la resaca. Caminé hacía las olas. El horizonte era de un gris borroso, en la lejanía los nubarrones resplandecían de tanto en tanto por el fulgor de los relámpagos. No había aprensión ni incertidumbre en mí. Tenía la misma paz que experimentaba al bucear. Sé que en el azul profundo del mar se siente algo parecido a la protección del útero materno; silencio y armonía. Una ola me atravesó. No temía. Ya jamás temí. Conocía la ruta. Las nereidas, tiempo atrás, me habían guiado entre las penumbras a un sendero iluminado por erizos y medusas iridiscentes que se perdía detrás de un manto de algas. Lejos de pescadores y gaviotas. Es un buen sitio para reposar. Hasta que de nuevo suba incontenible la marea de nostalgias.


SEGUNDO LUGAR

―TÚ, MI AMÉN‖ A. Elizabeth Carreño Caballero Te veo sentado al borde de la cama, observas el suelo, escondes las manos bajo tus piernas. Así no me pareces ni tan alto, ni tan robusto, ni tan intimidante, ni tan fuerte. Veo que no te cansas de pensar en mí. Me buscas en la lluvia que te salpica por la ventana. Me imaginas recogiendo piedras en el jardín. Me extrañas sosegada consultando a la luna. Me fantaseas con mi sombrero amarillo bajo el radiante sol, ese sol de primavera que nos enseñó a besar; esa causalidad que te convirtió en mi héroe pagano. Pero hoy, te ves tan indolente, tan insípido, tan inerte; vegetas por la casa atónito y pusilánime. Estás perdido en tus propias lesiones. Siento compasión por ti, ya no tienes a quien mentirle, ni a quien mancillar por sus errores; hiciste de la crisis una rutina que tendría que expirar. Me irrita tu papel de víctima desdeñada y debo conformarme con verte denigrado, porque no puedo aproximarme más. Hoy al fin estoy separada de ti, te abandoné para siempre. Muy tarde entendí el riesgo que vivía a tu lado, hasta que no quedó nada de mí. Quisiera acercarme a ti porque te veo llorar y sé que no olvidas, que quisieras ignorar los recuerdos que te persiguen día y noche. Pero se que nunca olvidarás como teñiste mi piel con nuevos tintes púrpuras. Como distorsionaste mi rostro con tus golpes certeros. Como modificaste mis escandalosas risas por gritos de auxilio. Como cambiaste mi saliva por sangre. Como hiciste que mi nariz deformada dejara de oler. Como canjeaste mis brazos rodeando tu espalda, por mis manos cubriendo de tus cobardes patadas mi vientre fecundado. Como pisoteaste mi vida en un momento de ardorosa ira.


Hoy transito en el limbo como un ánima turbada, me siguen doliendo las heridas y ya no tengo cuerpo, continúas alimentando mi miedo y mis lágrimas rastreras. Ni muerta puedo descansar de este lastimoso pánico que me atormenta. Por eso vengo a verte, para irrumpir tus sueños, para detener tu respiración en las noches con mi olor a agonía, para regalarte anemias y un pésame constante. Hicimos el pacto de estar juntos hasta la muerte, hoy asevero que ese acuerdo ha trascendido y sí; seguiremos unidos, por los siglos de los siglos.


TERCER LUGAR EL SUEÑO DE VALANCOURT Jardinero de las nubes - España Claude Valancourt tenía una casa a orillas del Mar de Bretaña. Los años lastraban sus hombros, y esa playa solitaria estaba allí desde que se iniciaran sus recuerdos de niño. Valancourt era escritor. Por las mañanas escribía con la mejor luz del día; por las tardes se recorría todo el arenal buscando la caracola de aquella niña a quien nunca le preguntó su nombre. Sucedió hace tantos años... Valancourt tenía entonces las piernas ligeras y la sangre ardiente de la mocedad, y solía echar a volar una cometa por encima de las nubes del litoral. La niña estaba sentada en un bajío. Su vestido era una gasa vaporosa, su sombrero de arroz estaba adornado con bonitos lazos de colores. Sus cabellos eran hebras del sol, sus ojos extensiones del mar y en su sonrisa faltaban algunos dientes de leche. Valancourt la miró con súbita admiración. La cometa cayó al arenal haciendo cabriolas en el aire. La niña le tendió a Valancourt una hermosa concha de cangrejo ermitaño. -Tómala, es para ti. Valancourt se sintió importante y afectó un gesto de rechazo. Admiraba a la niña pero quería hacerse el interesante. Le dio las espaldas a ella. -Dejaré la concha en la arena, por si alguna vez quieres llevártela. Valancourt recogió la cometa, y, sin mirar atrás, se alejó del lugar. Aún no lo sabía, pero una semilla de melancolía germinaba en su interior. Al día siguiente no encontró a la niña en la playa. Volvió varios días más y era inútil: ella se había ido. Se acordó de la caracola, y empezó a buscarla. Después de casi cincuenta años, aún seguía buscándola. La gente dudaba de la rectitud de su juicio, pero no le reprochaban nada porque era un gran escritor. Sabían que había pasado casi toda su vida a la orilla del mar, empeñado en una búsqueda infructuosa... El recuerdo de aquella niña

desconocida que pudo ser mi amiga y tal vez mi amada…


Valancourt ya era viejo. Aunque su esperanza hubiera languidecido hacía décadas, no había renunciado a los paseos por el arenal. Una dorada tarde de octubre las olas arrojaron a la playa la concha de un cangrejo ermitaño. Valancourt la tanteó con la contera de su bastón, y notó que su viejo corazón le brincaba en el pecho. La tomó en sus temblorosas manos. Sus ojos se hundieron en las lágrimas. -Es tu concha, niña. Al fin la he encontrado. Atardecía cuando estaba de regreso en su casa. Colocó el hallazgo sobre su mesa de trabajo, situada frente a un ventanal que abarcaba toda la panorámica de la costa. Se sentó en la inmediata silla, y se sumió en la recreación de la vida que pudo haber sido. Esa noche vio nacer las estrellas, y, en la cúspide del firmamento, se alzó el deslumbrante disco de la luna. Sus ojos se prestaron a la fantasía; creyó vislumbrar a una niña volando una cometa sobre el marco plateado del satélite de los sueños y los recuerdos. Valancourt se levantó de la silla, abrió la ventana y gritó a los vientos de la noche: -¡Niña, recibí por fin tu regalo! Espérame y juntos haremos volar la cometa. Desde entonces, Valancourt dejó de salir cada tarde al arenal. Ya no necesitaba buscar lo que en realidad no había perdido. Su sueño estaba cumplido.


Primera Mención RELÁMPAGO Luis Alberto Jurado Martínez–México

Plácidamente recostado sobre mi cama escucho el rugir de los truenos y el estrépito continuo de las gotas furiosas golpear en mi ventana de esa espantosa tormenta. Observo el blanco techo de la habitación iluminarse cada vez que fuera el cielo grita. Escucho el silbido del viento entre los árboles que rodean mi mansión. Recuerdo que de niño tales cosas me aterraban. Imaginaba en cada rincón oscuro formas monstruosas de múltiples ojos y garras que, silenciosas, me arrastraban a ellas. El sudor helado me dominaba y como si se tratara de crueles dagas de un enemigo invisible, escalofríos recorrían mi espalda. Pero eso ya ha pasado, los temores infantiles se han desvanecido y dan paso a preocupaciones reales, palpables, terrenales. Descubrí que los monstruos no viven en las sombras, sino en mansiones parecidas a esta, visten bien, beben vinos caros y ocultan atrocidades cometidas bajo el rostro respetable y discreto. Los relámpagos empiezan a golpear más seguido y más fuerte, el canto del viento se intensifica y de alguna parte del frío exterior aúlla un lobo. ¡Ah memorias olvidadas! Otro temor de chiquillo acude a mi con aquel ruido animal, y aunque mi mente adulta y racional recuerda los altos muros que me rodean, no puedo evitar pensar en una fiera ágil y astuta que penetre en mi resguardo como cuando yo era un niño. Me ocultaba entonces bajo las cobijas, temblando y susurrando oraciones para que el animal no me encontrara. ¡Oh pavor de antaño! El aullido se repite y mis manos, involuntariamente, se cierran sobre el borde de mis sábanas y las suben hasta la barbilla. Reniego y


burlo de mi mismo, tratando de alejar tan estúpidos pensamientos. Un hombre de mi edad y experiencia aterrado por un miedo infantil, ¡qué barbaridad! Hay un nuevo relámpago, pero esta vez no le sigue ningún aullido. Levanto un poco la cabeza de la almohada y sin evitarlo, suspiro de alivio. ¡Imaginación mía, sucio me has jugado esta noche! Despertaste en mi cosa que creía muertas, abandonadas en la época de mi adolescencia. Ah de mi, ya me puedo imaginar por la mañana, en el comedor degustando el desayuno y riendo por lo sucedido hoy. Un relámpago choca, podría casi decir, fuera de mi ventana en medio de mi regocijo y hace que la habitación entera se estremezca, y yo también lo hago. El aullido, el maldito aullido ha renacido. Más cerca, más cerca. ¡Fuera de la ventana! Exclama mi cabeza y aunque mis pies tratan de levantarse no así el resto de mi cuerpo, el súbito pánico es demasiado como para tratar de controlarlo. Las sábanas vuelven a subir y esta vez no oculto mi alegría de que lo hagan. Imágenes espantosas rondan por todas partes-colmillos largos, afilados y brillantes, un pelaje que escurre agua de tormenta, helado como el terror que me perfora, un aliento fétido y unos ojos oscuros y asesinos que buscan a su desprotegida víctima. ¡Víctima! Dios, soy la víctima, no solo del imaginario animal sino de mis jóvenes terrores. El relámpago se repite nuevamente, pero no el aullido, y sé por qué no. Despacio y con delicadeza la puerta de la habitación se abre. Las palabras, recuerdos e ideas pierden sentido ante lo que veo. Ni aun cuando de niño imaginaba la llegada del horror pude llegar a creer que una sola persona pudiera sentir tanto miedo y seguir viviendo. El cuerpo tiembla todo junto, carne, sangre y huesos y no puedo evitarlo.


La silueta recortada en el umbral de la puerta crece en tamaño. De ella surge un gruñido casi imperceptible, como una risa maligna y vieja. Subo aun más las sábanas hasta taparme por completo. La vieja creencia infantil sigue ahí, una protección infalible contra los monstruos de la oscuridad. El gruñido se repite. Hay algo al filo de la cama que sube. Su peso es tremendo. El olor del bosque, la suciedad y la humedad por fin me llegan. También un último pensamiento. Bajo la sábana, despacio y aunque al principio los ojos los mantengo cerrados, al final los abro. La bestia ya no está sobre mí, se encuentra nuevamente al borde de la cama, con sus blancos colmillos y sus ojos asesinos fijos en mí. El pensamiento se repite, velo de frente, no importa lo que sea que esté al otro lado, míralo. El relámpago más fuerte de la noche golpea la tierra y brinco asustado, y por un momento mi atención se quita del animal. Cuando regreso la vista, ya no hay nada. El umbral está vacío, y su puerta cerrada. En la habitación no hay nadie mas que yo. Me recuesto, y por segunda vez, suspiro. Mis manos se relajan y sueltan las cobijas. Incluso río un poco, no de alivio sino de histeria, ya ha pasado, me digo. A tientas, sin despegar los ojos del techo, mi mano busca el vaso de agua que tengo al lado de la cama sobre una mesa, pero no lo encuentro. En su lugar mis dedos acarician el húmedo pelaje.


Segunda Mención AMARGA SONRISA Pablo López Albadalejo - España

–Hola, me llamo Adriano y se me ha roto la sonrisa –el hombre miraba al suelo con timidez. –¡Hola Adriano! No sonrías pues. Te saludamos –corearon al unísono los integrantes del grupo de Amargas Sonrisas Anónimas. El grupo estaba formado por ocho personas formando un semicírculo en cuyo centro se encontraba el psicólogo, Roberto. Adriano se volvió a sentar en su silla sin decir más. –Amado ¿Por qué crees que las sonrisas se rompen? –preguntó el psicólogo a un hombre calvo. –Porque las usamos mal, cuando los labios sólo quieren gemir por un dolor o una vergüenza, formamos una sonrisa insana. Y el organismo a la larga, crea anticuerpos que las destruyen, cualquiera que sea. –Eso lo sabe todo el mundo, Amado. Es la introducción de nuestra sociedad Amargas Sonrisas Anónimas. Dime lo que crees tú. Amado, que empezaba a esbozar una sonrisa, de repente enderezó sus labios. –Porque después de muchos años de vivir, no conseguimos sentirnos bien, no encontramos nuestro lugar en el mundo. Estoy solo –Amado esbozó una sonrisa que no llegó a vivir más que medio segundo. –¿Por qué has intentado sonreír si tan solo te sientes? –Porque la soledad me avergüenza, y no quiero que nadie sepa lo mal que estoy.


Adriano observaba con interés a Amado, no se daba cuenta de que estaba apretando fuertemente los puños. Temía que si le hacían una pregunta como esa vomitaría. Roberto observó con discreción a Adriano y anotó en su cuaderno: ―Adriano: sonrisa totalmente destrozada. No conviene presionarlo aún, hay mucha tristeza en su rostro. Durante las tres primeras sesiones se aconseja que su participación sea pasiva. Se le ha de sorprender.‖ Ninguna sonrisa había en todos aquellos rostros, sin embargo, tampoco había tensión alguna. Se encontraban relajados, sin presiones. Adriano se sintió cómodo ante aquellos que sin sonreír, parecían estar en paz. Aflojó la presión de sus puños y su espalda se relajó en el respaldo de la silla. –Elvira, dinos, ¿has sonreído hoy? Elvira encendió un cigarro con nerviosismo, sus manos temblaban. –Sí. Dos veces. –¿Te apetecía o era necesario? –Era necesario, mi jefe ha propuesto un desarrollo de negocio y debía demostrar que era de mi agrado. –¿Y cómo te sientes? –Tengo miedo de haber perdido lo que había recuperado en las últimas sesiones. –Elvira ha actuado correctamente –Roberto dirigía su mirada a todo el grupo–. Un error muy corriente es caer en el extremo de no sonreír jamás. No es viable, debéis sonreír cuando sea necesario. Es simple supervivencia en esta sociedad. Elvira no ha perdido nada de lo que ha avanzado en las últimas sesiones. Todo lo contrario, ha sabido dominar el temor al dolor de una sonrisa superflua, cortés.


–Yo he sonreído por alegría, mi novia estaba preciosa –intervino Lorenzo con entusiasmo–. A Carmen le ha gustado mi sonrisa, ha dicho que era fresca y limpia, hoy mojo... ¡Ja! El psicólogo dio fin a la sesión, algunos sonrieron y otros no. Adriano se dirigió al psicólogo cuando los integrantes del grupo desalojaron la sala. –Tengo miedo de no sonreír jamás. Duele la tristeza de los errores acumulados. Roberto lo miró fijamente. –Hay que joderse, ya me ha tocado un derrotista en el grupo. Adriano no pudo evitar una sonrisa de sorpresa y salió con ella aún dibujada en el rostro. Roberto suspiró aliviado y casi sonrió también.


Tercera mención

LA CALLE DE LA ARISTÓCRATA DESHILACHADA Alicia Inés Isern Vidal - Uruguay

Sentada mirando el mar, me esperabas todas las mañanas para nuestro habitual desayuno, tus atuendos sofisticados, que sorprendían a los transeúntes, te hacían brillar hermosa con tu aire de alteza al cruzar la calle Yí. Paseabas por los planetas, recorrías tu pasado, eras la humilde poseedora de una vida rica en experiencias, testigo vivo de infidelidades y reyertas, así como de amenazas, violaciones y delitos. Compartíamos a diario nuestras historias de vida, fuiste tantas veces mi confidente, como yo fui tu sostén, no conocíamos más que nuestros nombres, pero mucho de nuestro solitario existir. Recuerdo aquella mañana de verano, era temprano y estábamos conversando en nuestro rincón, cuando se acercó un señor con aspecto de inspector, y preguntó por Mirtha, te incorporaste raudamente, como si lo estuvieras esperando, como si hubieras planeado su visita, te alejaste conversando interesada en sus palabras. Te ofreció un sueño, tus predicciones se cumplirían: podrías volver con tu familia, compartir con tus hermanas la casa paterna, rearmar tu vida, encontrar tu refugio y junto a ellos hallarías el amparo esperado y hasta ahora negado. Era tu hermano, que con este gesto pretendió poner fin a la injusticia que hasta ahora vivías, y cumplir como un mandato, lo dictado por sangre y familia. Volviste pronto a nuestra esquina, tu novela no encajaba con la de ellos. Fuiste el estropajo, el pecado que se quiere ocultar, la vergüenza familiar. No brillaban más tus ojos, ya no tenías esperanzas, ya no reías. Sólo te quedaban


los satélites como compañía, tus indescifrables discursos, el exótico andar, y la vestimenta harapienta de aristócrata olvidada y deshilachada. -

Tengo frío – me dijiste un día.

-

Y yo un saco de zorro viejo que ya ni uso, tal vez te sirva –contesté

-

Traémelo, vemos que hacemos – solicitaste

Para abrigar tus piernas hiciste medias con las mangas de mi tapado de zorro gris, el resto fue tu chaleco para no morir de frío, la cabritilla rota de los guantes dejaba escapar tus uñas raídas, al gacho que lucías mugriento adornabas con flores blancas de los muros para con esa gala, asistir a tu misa de las ocho cada día, y volviste a reinar con hidalguía en tu calle de siempre, porque hiciste de tu vida una quimera. Hola Mirtha, que frío hoy, ¿no? – te comenté. Pero era de esos días en los que estabas ausente, o con tus delirios presentes. -

Es que, para que Dios pueda cumplirnos, hoy tuve que pedirle por satélite, en la Iglesia tienen todo programado, ya se comunican con los santos directo, porque las iglesias nuevas querían llegar antes……me explicabas muy seria e informada.

-

Y sí, los adelantos tecnológicos están en todas partes – te respondí – ahora me voy volando, porque llego tarde. No estaba de humor, ni tenía tiempo ese día para acompañar este viaje de mi amiga.

¿Recuerdas que compartíamos diálogos de física cuántica, y de tus visiones que a veces yo no entendía? Como cada mañana de aquellas madrugadas - que cubrían de escarcha mis cristales, y blanqueaban tus cartones – aquella, te llevaba bizcochos y un café caliente. Bajo un montón de harapos ese día aún dormías.


No me animé a llamarte, me fui en silencio a mi trabajo, faltaste a la liturgia. Volví ese mediodía…, te rodeaba un patrullero y la policía…, a codazos me acerqué para pedir por ti…, aliada de mis confidencias matinales, pero tu cuerpo inerte a nadie ya escuchaba, te fuiste sin despedidas, amiga mía.


Cuarta mención

UNA HISTORIA DE AMOR INGLÉS (Sin ingleses y sin amor) Sergio Bautista Aguayo- México

Desde que tengo memoria he sabido que el destino de mi país está trazado. Desde mi infancia he sabido, también, que el nombre de mi familia está inscrito en letras de oro en los palacios de la reina Victoria de la distinguidísima casa de Hanover. Desde mis dieciocho años he tenido a mi cargo las propiedades de mi padre en la parte baja galesa, en la región de Cardiff. Mi nombre es Sir Joseph Gladstone y este relato es la historia de cómo me enamoré y de cómo perdí al amor de mi vida. El nombre de ella era Alice y era ella una conocida, de mucho tiempo, de la honorable familia de mi principal socio de negocios, el caballerísimo Richard Smith. Él mismo nos presentó en una de las galas que hacía la mujer más poderosa del mundo en Windsor. La aureola de belleza que Alice llevaba a todas partes me dejó, ese día, inexorablemente prendado de ella; a esto, añado, su familia tenía propiedades suficientes y, lo más importante, un buen nombre entre la clase de los industriales. No tardé mucho en resolver mentalmente mi futuro, y el de ella, con una boda a la que podría invitar a las personas más importantes de entonces y ¿porque no? a algunos miembros de la familia real. Le comuniqué la resolución de mis juicios a las tres horas de haberla conocido. Ella no tenía que estar convencida de querer casarse conmigo, era natural que un padre pudiera obligar a su hija a mejorar el apellido –aun más si se mejoraba con un apellido como el mío- pero ciertamente ella también vislumbraba, me dijo, un futuro con un hombre como


yo. De este modo y en ese lugar, comenzaron los arreglos de la boda más importante en la historia de la región de Cardiff. Alice había contemplado incluir algunos elementos de tipo exótico para que, en caso de que se presentaran, los miembros de la familia real se sintieran homenajeados por el reciente nombramiento de Victoria como Emperatriz de las Indias. Otra ventaja de ese plan es que Richard -que tenía negocios en Oriente- podría conseguirnos los mejores ornamentos hindúes, los más elegantes para que no discreparan con el sobrio decorado del resto de la fiesta. Así, ella se hizo cargo del asunto y recibía las visitas de Richard cuando yo me encontraba perfeccionando mis habilidades en el arte de la caza de liebre. Supongo que dejarla pasar tanto tiempo con ese caballero pudo ser un descuido de mi parte, pero ha de entenderse que mi posición me impedía sospechar que mi prometida pusiera su corazón en las manos de mi socio –con un abolengo muy reciente y aun endeble- o bien que Richard –a sabiendas de que sus negocios prosperaban sólo gracias a mi nombre- se atreviera a echar su futuro por la borda gracias a una mujer con la decencia ya maculada. Sin embargo nada de esto detuvo la impudicia de los dos y al poco tiempo, una de las damas de compañía de Alice me informó del infame amancebamiento. Su versión fue confirmada por August, el jefe del servicio de mi propiedad, y a las pocas horas me dirigí a la habitación principal de la residencia. Ahí encontré a Alice a la que arrastré del brazo y la conduje al carruaje, que de inmediato se dirigió a las propiedades de Richard. La diligencia, orden mía, iba a toda velocidad, de modo que demoramos sólo dos horas en recorrer las 8 millas de camino. Una vez en su propiedad, uno de los mozos fue al encuentro del carruaje y nos recibió con un paraguas y una alfombrilla que nos conducía a la propiedad, protegiéndonos del fango.


Esperé a que Richard bajara de sus aposentos, antes el mayordomo nos había ya traído una charola con tres tazas de te y un recipiente con leche, no le requerí azúcar ni pastas para acompañarlo. Richard se presentó, nos saludamos, nos informamos de cómo iban los negocios con las Indias y entonces me disculpé, interrumpiendo la conversación me levanté ceremoniosamente del sillón de la sala de estar, rodee la mesa para el te, me dirigí hacia el lugar de mi socio y con una parsimonia digna de mi nombre comencé a quitarme el guante blanco que llevaba en la mano derecha. La operación debió durar cerca de 30 segundos, porque Richard tuvo tiempo aun de tomar un sorbo de te y de colocar de nuevo la taza sobre la mesa. Levantó la cabeza hacia mí y pudo ver cómo mi mano se levantaba, con el guante sostenido por mis dedos índice y corazón, y se dirigía a su mejilla izquierda. El sonido que produjo la tela del guante al chocar con su pómulo fue perfecto. Debo decir que desde mi infancia había practicado la cachetada con guante blanco, el sonido que producían mis golpes eran, a decir de mis conocidos, de una elegancia extrema y con la firmeza del honor dispuesto a redimirse. Richard me miró con los ojos temblorosos tras el golpe retador, entendiendo que yo sabía lo que ocurría entre él y Alice, y resignado aceptó el duelo ordenando a su mozo traer las armas precisas para la ocasión. Dos horas después, cerca del atardecer estábamos en la campiña, preparados y con los fusiles en mano. No hace falta que cuente cómo le maté, ustedes saben cómo se mata en un duelo de honor, pero quizá convenga aclarar que igualmente maté a Alice, su nombre estaba manchado y corría el riesgo de que manchara el mío también. Su familia lo entendió de la mejor manera y pronto convinieron en presentarme a Ellie, una sobrina que vive en la zona norteña de Denbighshire. Ahora mismo


está en camino a mis propiedades, si llega en estos días quizá podamos aun aprovechar los preparativos que estaban ya hechos con Alice y celebrar la boda el mismo día que tenía previsto antes de matar a Richard.


Quinta mención

ESPECTACULAR

Ignacio González Tejeda - México Todos los días observaba por unos instantes el enorme anuncio; y siempre, durante ese corto tiempo, hacía la misma reflexión: "Allí están tres números relacionados con mi persona". En primera posición se ubicaba el 67; eran las dos últimas cifras del año de su nacimiento. Enseguida el 39. Como él vio la luz un 8 de febrero, este numeral representaba ese mismo día contado a partir del 1 de enero. En tercer lugar, el que él consideraba su número de la suerte, el 15, el cual por cierto tampoco había surgido de manera fortuita, no; éste representaba el lugar que con mayor frecuencia había sido designado en los listados escolares; a veces fue 14 y otras, 16 ó 17, pero el quince lo recordaba como el que mayormente ocupó. Como siempre, al cabo de unos minutos, su cabeza ya estaba en otra cosa, debido a sus preocupaciones habituales y a las necesidades que obligaba el tráfico vehicular.

Es por eso que un día después de "las turbulencias", lo extrañó: ¡No estaba el imponente letrero! Fue uno de los 39 anuncios espectaculares que derribó el viento. Esa mañana su esposa le había preguntado "¿naranja o toronja?". Él estaba seguro de haber elegido la opción primera, incluso en un par de ocasiones; sin embargo en la mesa estaba vertido el jugo de toronjas, el cual bebió sin inmutarse.


Minutos después, y debido a que ese día su auto estaba en reparación, abordó un taxi. El conductor que lo llevaba encontró mucho conflicto vehicular (precisamente en la plaza en donde estaba -y había caído- el anuncio ya descrito), por lo que sugirió dos rutas alternas: tomar la avenida periférica o irse por el camino del puente verde, llamado así por las manifestaciones tumultuosas de partidos y grupos ecologistas. Ensimismado en su problemática laboral, apenas recordaba que se había inclinado por la ruta periférica, cuando alcanzó a percibir un mitin de

’Greenpeace’. -¿Acaso no le dije que rodeáramos por la periferia? -No- aclaró el taxista: -dos veces insistió que transitáramos por el crucero de los verdes. "Juraría que nunca di esa indicación" pensó. Ya sin contratiempos llegó a la oficina en donde trabajaba.

A partir de que su secretaria le sirvió café, cuando él estaba seguro de haber requerido agua, fue comprendiendo que había una especie de desajuste, por llamarlo de algún modo, entre sus elecciones y las respuestas que recibía en torno a ellas. Poco a poco se adaptó a su nueva circunstancia. Así, para solicitar el último reporte laboral, ya sabía que debía pedir las facturas a revisión; o, para que un colaborador le rindiera un informe, debía de enviarlo al médico.

Lo más interesante ocurrió cuando le pidió a Maribel Fernández, su secretaria, que mantuviera la puerta del privado abierta de par en par, y ella acató la orden cerrándola y cruzando el pasador doble.


Nunca se había atrevido ni siquiera a flirtear con ella. Pero ese día sucedió que todas las indicaciones que daba, Maribel las interpretaba en sentido inverso, hasta que terminaron desnudos en el sofá y fornicando inevitablemente de una manera deliciosa.

Una vez que se cumplieron quince días exactos del suceso, y mientras terminaban de reinstalar el espectacular, con fecha 26 de octubre (faltando 67 días para concluir el año), su vida volvió a la aparente normalidad; En cuanto el anuncio volvió a exhibir los numerales consabidos, y justo en el instante en el que el último trabajador descendió de la torre de soporte, lejos de allí, en la oficina, Maribel escuchó: -Señorita Fernández, hoy estoy muy cansado, así que haga el favor de cerrar la puerta con doble cerrojo y venga conmigo. La fiel secretaria, ahora amante, cumplió la orden al pie de la letra, al tiempo que comenzaba a desabotonarse la blusa.


Concurso Literario Sin Fronteras 2010

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