Narrativa de filigrana

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Narrativa de filigrana. Mesoamericana y virreinal. © Ignacio González Tejeda 2017

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Narrativa de filigrana Mesoamericana y virreinal

Ignacio Gonzรกlez Tejeda



A Marazul, Zulema y Emiliano, motores de mis letras y de mi vida.


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Parte 1 Narrativa mesoamericana

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Sangría ritual femenina en Yaxchilán La luna ya había dado muchas muestras de inestabilidad, a los ojos de profetas y prestidigitadores, cuando decidieron anunciar la presencia inminente de ciertos embates climáticos. YaxumHeen, quien era el principal consejero del monarca Itzamnaaj Balam, fue quien sugirió la ceremonia. Parece ser que la soberana K’abalXook también conocida como la Señora Puño-Pez, guardaba ciertas relaciones de índole culinario con Yaxum, quien era además el principal sacerdote del lugar. Era curiosa esta interacción entre dos miembros de la más alta cúpula política y eclesiástica, sobre todo si se considera la presencia de un ejército de damas, por supuesto que de más baja jerarquía, abocadas a las labores propias de todo lo vinculado con la alimentación de los soberanos. Y es que, por un lado, K’abalXook manejaba el concepto del placer de la degustación con una sensibilidad única, y por el otro, el sacerdote y consejero YaxumHeenhabía dedicado toda su vida a mezclar las formas posibles del Chocoatl, desde las bebidas tradicionales hasta las formaciones sólidas elaboradas con semillas de amaranto, figurillas partícipes indispensables en todo acto ritual. Cinco damas colaboraron en la investidura señorial del mandatario Itzamnaaj, mientras que la soberana K’abalXook sólo recibió los servicios de YaxumHeen. Sacerdotes menores prepararon los instrumentos propios de la ceremonia, como son el plato receptor de las tiras próximas a impregnarse de la sangre, así como la cuerda entrelazada con filosas puntas de maguey. El líder eclesiástico preparó para esta ocasión un brebaje anestésico que le brindó a la Señora Puño Pez minutos previos al inicio del acto ceremonial. Después de los coros sacerdotales y una vez recibida la instrucción del Señor Itzamnaaj Balam, la Soberana inició el ritual al hacerse pasar la cuerda punzante por un orificio en la lengua, al tiempo que las tiras porosas se iban impregnando del color púrpura característico e iban depositándose en el recipiente destinado para el acontecimiento. Yaxumvertió un líquido espeso al mismo plato y lo ofreció al monarca, quien con una larga antorcha procedió a encenderlo. El sacerdote entonces posó el incensario en el piso e indicó el reinicio de los cantos rituales. Las melodías mezcladas con el humo provocaban un cúmulo de visiones al borde del alucinamiento. Los tocados de ambos soberanos parecían cobrar vida y se entremezclaban con la complejidad textil del resto del vestuario de los monarcas. La sangría ritual había llegado a su máximo esplendor y grado de profundidad cuando se escucharon los primeros truenos que presagiaban el inicio de la lluvia. Los profetas y prestidigitadores estaban satisfechos.

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Fin del sacbé sangriento e inicio del camino blanco KuOxCaab era mensajero señorial, uno de los oficios más solicitados por la gente de los pueblos mayas. Se sabía que cuando se llevaba información de índole estrictamente oral, el empleado era premiado con su incursión dentro de los más altos puestos políticos del reino adonde se entregaba el correo. El joven Caab, de apenas veintiséis años, practicaba todos los días con el objeto de poder recibir la más alta designación en el área postal. En su historial se incluían más de treinta mensajes efímeros en papel amate así como otros cuatro de contenido ultrasecreto, también impresos en el material de corteza de árbol, pero con la consigna de protección inclusive a costa de la propia vida". Utilizando únicamente pies y manos sabía vencer a los pumas que merodeaban los senderos así como a los espías de los Señores enemigos del reino. De hecho, ya había salvado su integridad física en más de una ocasión. Conocía todos los sacbés que partían de la ciudad, desde el "corto" que comunicaba con el señorío más cercano hasta el "gran camino blanco" que llegaba hasta el distante mundo terreno de los muertos en las inmediateces de la costa oriental. El día que le informaron de su nuevo cargo fue inmensamente feliz. Se entrevistó durante poco más de dos horas con el principal y más alto consejero, quien lo preparó para que pudiera presentarse con el soberano PakTuyamnalJuun, quien se decía descendiente directo de la deidad fundadora del sitio, conocida curiosamente con el nombre de "dios descendente". El exótico ambiente que rodeaba los aposentos del Gran Señor, acordes con su alta investidura, no impresionaron en lo más mínimo a quien pronto iniciaría su corta carrera de mensajero oral. Como manejaba a la perfección el lenguaje maya, comprendió correctamente el contenido de la información que le transmitió el soberano.

Y emprendió la carrera por el sacbé, llegando mucho más pronto de lo que él pensaba a su destino. Dio el salvoconducto y se postró ante el otro monarca, a quien le transmitió el mensaje de una manera impecable. Ejecutó el trabajo con exquisita precisión. Esa noche durmió plácidamente. Pensaba que al otro día iba a ocupar un importante puesto en el reino. Lo que no sabía era que la última pócima que ingirió no le permitiría despertar, por lo que dormido sería sacrificado y enterrado posteriormente, eso sí, con los honores propios de un dignatario. KuOxCaab fue el último empleado postal que murió de esa manera pues el correo que entregó sentó las bases de las futuras comunicaciones cifradas, mismas que permitieron la preservación de la vida de todos los siguientes mensajeros orales.

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La venenera maya Como buen cazador que era, TuramBal fabricaba su propio material utilitario, como lo son arcos y flechas, así como la cuerda que tensaba a los primeros. Lo que no sabía hacer era el recipiente en el que se transportaba el veneno o sustancia adormecedora que se aplicaba a los punzones. Debido al avanzado estado de deterioro de la venenera que le heredó su padre, decidió acudir al tianguis semanal que se apostaba en la ciudadela más cercana. En ese lugar, en donde se mercaba a la intemperie, adquirió mediante varias semillas de cacao un precioso ejemplar de recipiente cerámico que procedió a "curar" de inmediato con extracto de plantas resinosas. Las pócimas que preparaba TuramBal eran tan efectivas y potentes que, aunque la punta del dardo o flecha apenas rozara a la presa en cuestión, ésta se derrumbaba aturdida bajo los efectos del anestésico. Todos querían salir de cacería con él pues, su fama era tal, que se decía que cuando sus flechas pasaban cerca de algún venado (sin tocarlo siquiera), el cuadrúpedo no daba ni tres pasos antes de caer. El día en que por primera vez utilizó la nueva venenera ocurrió un extraño suceso que uno de los cazadores describió como la "visión de la serpiente": "Íbamos todos en grupo ya que todavía no habíamos encontrado a la manada. Al recibir los primeros rayos solares, alcancé a percibir que TuramBal extraía su venenera del yugo-cartuchera que llevaba en la cintura. Entonces tuvimos la aparición de la Señora Wac Tunde Motul (una de las esposas de Pájaro Jaguar IV; recuerdo perfectamente que era ella y no la Señora Jaguar ni la Soberana Gran Cráneo); la dama Wac Tun estaba ricamente vestida y portaba en una cesta ritual una cuerda con espinas de maguey y tiras de papel. Frente a ella todos alcanzamos a ver cómo se levantó, de entre otros papeles ensangrentados, Kukulkán —la Gran Serpiente—, de cuyas fauces emergía un personaje que expresaba con su mano algún simbolismo ritual que desconozco. Ninguno teníamos miedo, al contrario, nos sentíamos como ese grupo de elegidos que aparece en la Escritura Sagrada del Consejo". Lo cierto es que los cazadores estuvieron desaparecidos por seis días y sus respectivas noches y cuando se les encontró parecía que continuaban en trance ritual. Con el tiempo se supo que la venenera de Turam había sido moldeada por un mago, prestidigitador y artesano que perteneció a la corte del reino y que había sido retirado de su cargo.

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Cetro K'awil y el origen de las mayordomías No sé por qué nadie me quiso creer. Y ahora allá vienen todos a preguntarme: que ¿qué te dijo?; que ¿cómo lo supiste? Y todo eso. La noche en la que se quedó el K'awil en la casa del mayor DomMaal, la verdad es que no pude dormir, estaba yo rete asustado. Y es que afuera había una penca de henequén bien alta, tanto así que rozaba el muro de atrás de donde me encontraba acostado y tratando de dormir. Es que se dicen muchas cosas del agave ese, desde que su aguamiel hace limpias de cuerpo hasta sus caminares por las paredes cuando son grandes. Y el que había afuera era bien alto. Con decir que hasta se me olvidó que faltaba bien poquito, apenas unas cuantas lunas, para que dejara de "preparar" mi barbilla en su parte de arribita y pudiera presumir el bezote que el mayor me había prometido (sí, me refiero a ese adorno que los hombres empezamos a utilizar al cumplir los doce años). Por eso, cuando se me apareció el K'awil yo ya estaba temblando del miedo. Y vuelvo a jurar que su cara era la mismita que la del Señor de los palacios, al que conocí cuando mi mayor DomMaal (o mayordomo: como yo le digo), me llevó allá. O sea, que ésta ya va a ser la segunda vez que voy, pero ahora en esta procesión con ofrenda y todo. La cosa es que cuando la vi caminar y escuché lo que decía la estatuilla, me ofreció comida; y pues todos saben que si mis tatas me encargaron con el mayordomo fue por mi manera de comer. En cada sentada yo podría comerme un venado completito. Así que, mientras me deleitaba con los platillos que el idolito viviente me iba ofreciendo, el mismo me decía que el monarca acababa de morir y que debía regresar él rápidamente al palacio con el fin de que el heredero al trono, pudiera portarlo en el acto ritual. No sé por qué, pero el guiso que más me gustó fue el de faisán enchilado, estaba bien picoso. Esto lo digo porque en esta procesión en la que llevamos un montón de noches acampando, no he comido algo tan rico. Y 'orita que vamos a ver al Hijo del Señor en la mismita ciudad de los palacios, dicen que él quiere que sea yo quien le entregue el cetro este, que 'zque por designio divino.

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Renovación Cuando el cielo todavía estaba vacío, la casta sacerdotal Ah kin diseminó la semilla del sabio verdadero; sembró el maíz por todos los rincones, mismos que son purificados siempre que transcurren 4 veces 13 haab tunes o 52 años (que es lo mismo). Tata HuBanhum nació dos haab tunes antes de la última ceremonia del fuego nuevo; bueno, así le llaman los altos dignatarios del amurallado, porque nosotros, los que somos gente del pueblo, celebramos nuestro propio renacer o gran purificación. Dice el tata Hu que casi no se acuerda de dichos festejos, pero como cada 13 hab tunes la tierra quiere dormirse y tenemos que hacerla despertar de nuevo, él es quien nos ha instruido a todos acerca de lo que debemos hacer en este cuarto ciclo, dice que porque el dador de la vida ya lo instruyó. En lo personal, yo ya adquirí dos platitos especiales para la ocasión; mientras que ma' Lijnaaya tiene dispuesta toda la vajilla. Ella también ha recibido consejos, sobre todo de su hermana JoobLij, ya que trabajó por un buen tiempo para una de las principales Señoras del palacio. Para las limpias rituales dediqué 2 veces 20 lunas a preparar el temazcal cerquita del ojo de agua; sí, a lo que comúnmente le decimos chultún. Así, de este rincón del cielo al que nos debemos, brotará, como resultado de la molienda espesa y a través de nuestras pieles, un producto líquido como sudor lechoso originado en parte por el "preparado" del alucinante que durante 60 lunas nos es permitido ingerir, 30 antes y 29 después del gran torneo de la pelota. Los Señores del amurallado son los únicos que pueden degustar esas sustancias inteligentes en cualquier época. Lo mismo sucede con el estuco: sólo sacerdotes y altos dignatarios lo pueden aplicar en pisos y paredes. Nosotros debemos utilizar a lo mucho arena arcillosa.

Entonces, en las festividades, romperemos toda la vajilla e iremos mezclando todos los pedazos con la masa lodosa del nuevo piso. Por cierto, mis dos recipientes cerámicos invocan, uno a mi dios del viento y el otro, al de la fertilidad. El rincón del barrio de los almendros se vestirá de místico por unos cuantos días, mientras que en el palacio amurallado se construirá el fuego nuevo que tanto ayudará a nuestras vidas.

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Transmisión del poder en Palenque (año 702) —cuento histórico— Miheen Ba estaba sumamente emocionado; después de una larguísima y complicada preparación, por fin tendría la oportunidad de presenciar uno de los rituales más importantes y espectaculares del mundo al que pertenecía: el de la investidura o transmisión del poder. Tres generaciones lo formaron como sacerdote y escultor, por lo que había tenido la fortuna de viajar para poder conocer obras de diversa índole en varias ciudades mayas. Prácticamente en todas las piezas vistas y analizadas había encontrado similitud en los principales personajes: eran formalmente idénticos, ya fueran gobernantes o brillantes guerreros; sólo sus atuendos y las inscripciones literarias marcaban las diferencias. Él quería hacer composiciones en las que los dignatarios se vieran fielmente reflejados, además de impregnar un estilo propio en cuanto a los diseños y en la forma de presentarlos. Huelga decir que solamente quienes pertenecían a los altos linajes eran motivos-modelos para las representaciones artísticas, ya fueran estas musicales, pictóricas, escultóricas o poéticas. El joven Miheen no pertenecía a las clases dirigentes; pero había escalado posición social gracias a su vocación al culto espiritual y, sobre todo, al oficio de esculpir la piedra, lo que, además, también le había dado buenos dividendos. Como se ha comentado, él estaba a punto de acudir a la entrega-recepción del tocado real. Dado el carácter profesional de su oficio, su posición en el recinto de los soberanos era de privilegio, además de que disponía a su lado de un chalán o ayudante que le ayudaría a tomar algún apunte gráfico, en caso de ser necesario. Y todo estuvo dispuesto para la ceremonia: En el centro y con un enorme pectoral solar se encontraba K'anXul, hermano menor de Chan Bahlum II, quien había fallecido en los días previos. El sucesor estaba sentado en "pierna de flor entrecruza" sobre un aposento en forma de barra ceremonial que poseía dos cabezas de serpiente y en la parte trasera, el apoyo o respaldo a manera de una lápida-óvalo. A los lados se encontraban dos chamanes que tomaban el papel de sus padres. En la zona de la izquierda se representaba a su papá, muerto en el 683, Pacal, Escudo Solar, sentado sobre un pequeño asiento sin respaldo en forma de barra ceremonial con cabeza de jaguar. Él era el encargado de llevar el tocado real, conformado por un casco rodeado con discos de jade y adornado con la imagen del principal dios protector del sitio, llamado Hu'unal. En la zona de la derecha estaba representada su madre AhpO-Hel (desaparecida en el 672), sentada igualmente sobre un escabel (o asiento pequeño sin respaldo) también en forma de barra ceremonial, pero en este caso adornado con una cabeza de serpiente, y que portaba la famosa ofrenda del K'awil o Dios de la Transformación y de las Visiones (al mismo tiempo Deidad de las Dinastías Reales). Es todo lo que ojos plebeyos pudieron ver, pues antes de que iniciara el rito propiamente dicho, el líder religioso y nuevo consejero principal ingresó al recinto sagrado con sendos incensarios de copal que de inmediato llenaron de humo el ambiente. El par de escultores, al aspirar la infusión a la que no tenían costumbre, cayó fulminado. Al cabo del tiempo otorgado, Miheen Ba entregó su trabajo, el cual quedó esculpido en uno de los muros pétreos del palacio.

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Sangría ritual conyugal en Yaxchilán La fama del escultor maya Miheen Ba traspasó todas las fronteras, se decía que sus labrados prácticamente cobraban vida al ser apreciados por los integrantes de las cortes. Lo cierto es que siempre trataba de reflejar en sus personajes alguna característica particular que diferenciara al héroe en cuestión, así como a él mismo como autor. Después de conocer el interior de varios palacios, así como de haber presenciado un sinnúmero de ritos cortesanos peculiares, empezaba a entender el motivo por el que no se permitía el sacrificio ceremonial a nivel popular, en cualquiera de sus modalidades. "Es que carecemos", decía: "del adecuado y efectivo alucinógeno adormecedor, por lo que invariablemente produciríamos dolor a la hora de las incisiones". Y es que las muertes ceremoniales eran sencillamente eso: ritos religiosos, guerreros o monárquicos, pero que no tenían nada que ver con torturas o sufrimientos. La extracción de órganos vitales, por ejemplo, se realizaba después de haber ejecutado al elegido en la piedra trapezoidal, en donde la muerte se producía por ruptura de columna; pero el sacrificado había sido adormecido previamente con potentes e infalibles anestésicos. Yaxun Balam, conocido también como Pájaro-Jaguar IV, gobernó la Ciudad de Piedras Verdes o Yaxchilán entre los años 752 y 768. A partir del inicio de su mandato realizó una serie de edificios en torno a la Gran Plaza. Uno de ellos, el más grande, es el que quedaría situado muy cerca y más próximo a la explanada. La idea del Señor era que la decoración pétrea de todos los dinteles y tableros interiores, formara un amplio discurso en su conjunto, por lo que el trabajo de esos relieves fue encomendado a Miheen Ba.

Sobre los tres accesos centrales, el escultor planeó el labrado de las placas tomando en cuenta aspectos familiares del reino. Pájaro-Jaguar IV y una de sus esposas, la Señora Jaguar, invitaron al artesano a una de las ceremonias del auto sangrado, pues todos los soberanos sabían que la sangre era el mortero de la vida ritual. Los miembros de las cortes la derramaban en cada ocasión importante de la vida de los individuos y de la comunidad. Era la sustancia ofrecida por los reyes y algunos nobles para sellar eventos litúrgicos. Por eso era importante que Miheen Ba eternizara el importantísimo rito que estaba por iniciar, programado con motivo del nacimiento del hijo de Pájaro Jaguar IV, cuyo nombre sería el de Escudo Jaguar II. Su madre apareció ricamente ataviada y ella misma se perforó la lengua con una especie de caña afilada; después de efectuarse el orificio, introdujo en él una larga cuerda por la que resbalaban, una a una, las gotas de sangre con las que un sacerdote iba impregnando las tiras sagradas de papel.

Yaxun Balam estaba sentado invocando en lo bajo a Yat Balam, Pene-Jaguar (el más importante antecesor y fundador de la dinastía Jaguar hacia el año 319), cuando inició las incisiones con un punzón ceremonial de jade en un glande firme y sólido, producto de los efectos de los untos e infusiones, así como del trabajo de dos de sus concubinas. Las tiras de papel con la sangre de ambos dignatarios se fueron depositando en una vasija destinada para estos fines místicos. La ceremonia se llevó a cabo en el año 754, pero le pidieron a Miheen Ba que inscribiera una fecha anterior por motivos militares. De suerte que en el trabajo escultórico entregado seis meses después aparecen los glifos correspondientes al 752 y en los rostros de los soberanos se puede apreciar la placidez ritual, debido al adormecimiento corporal producido por las sustancias ofrecidas por los sabios prestidigitadores.

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Cosmogonía maya Corría el año 747, cuando Miheen Ba, el gran escultor maya, quien grabara un número considerable de obras, tanto en estelas y lápidas, como en dinteles y placas murales, fallecía a los 86 haab tunes. En su lecho mortuorio y debido a las infusiones alucinógenas que le ofrecieron altos dignatarios (con el objeto de permitirle un deceso de altura y connotación señorial), realizó un recorrido cosmogónico que tanto influyera en su formación, y que le fue transmitido muy al inicio de sus manufacturas principalmente por Pacal, el gran Señor de Palenque y cabeza de un brillante linaje, tanto de príncipes como de artesanos constructores y protectores de las artes. Inició su recuento con los tres niveles conformantes de la totalidad: en primer lugar el Bolon-ti Kú o claridad celestial; en segundo, la vida en la tierra entre plantas y animales y al final, en el subsuelo: el inframundo abismal o Xibalbá, rodeado por representaciones de huesos alusivos a los muertos, mascarones del Monstruo de la Tierra descarnado y fauces de serpientes acompañadas en ocasiones con las mandíbulas de un jaguar. El centro terrenal, con el mítico árbol de la ceiba, con ramas o brazos que acaban generalmente en imágenes de ciempiés como símbolo de sangre, elemento primordial de los ritos mayas. Muchas veces en este gran árbol de la vida, aparece una serpiente siempre descarnada y en ocasiones bicéfala, de cuyas fauces abiertas puede emerger el K'awil, la divinidad maya de ofrenda y poder, conformando una compleja representación del cielo, siempre asociada con el momento en el que el maíz está en el inframundo o subsuelo esperando renacer. Es habitual que en lo alto de la ceiba se pose también algún miembro de la fauna, como por ejemplo el pájaro-serpiente, simbolizando el ámbito celeste al ubicarse entre medallones representantes del Sol y la Luna. Así, la parte inferior tiende a significar muerte y, la superior, vida. Entre las dos está el ser humano, como habitante en la tierra destinado a morir, pero al que le espera una deseada resurrección, como la que le ocurre al maíz. El otro elemento, aparentemente aislado, es el de las orejeras representando los símbolos sexuales, de vacío y penetración, en algunos casos llenos y en otros, no. Miheen Ba expiró pensando que su cuerpo quedaría suspendido entre el cielo Bolon-ti Kú y el subsuelo Xibalbá, como ocurrió, según se sabía, con su Señor y gran maestro Pacal en el 683, 4 veces 13 haab tunes sumados a otros 12 previos a este momento místico.

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Las mariposas y los guerreros de Curicaueri —Deja en paz a la papálotl•parakata— grito el viejo Hurende-Quahue a Metz-Quetl, el inquieto hijo de su primogénito, Ehecávetl. —¿Por qué, abuelo?— respondió el infante, al tiempo que sus pequeños dedos soltaban las frágiles alas de la mariposa que previamente había aprisionado. —Verás, mi niño— dijo el anciano, mientras acariciaba los mechones de su nieto, invitándolo a tomar asiento junto a él, a efectos de que lo atendiera: "Cuando las huestes del señor Axayácatl, comandadas por el invasor Xotl-Calime, efectuaban una de sus campañas por tierras purépechas, el soberano de los nuestros y líder religioso o cazonci, reencarnó en el mismísimo dios Curicaueri de Uacusicha. Xungápeti-Caheri, que era como se llamaba el de linaje eneanj, había sido «preparado» por los herbolarios provenientes del lugar mítico de los ancestros: el Tzacapo-tacanendam; y por ese motivo, su estandarte o quachpantli era agitado por nuestro señor Ehécatl, el dios del viento verdadero". —¿Y cómo era su quachpantli?— preguntó el pequeño Metz-Quetl. Y éste era una de los pasajes que más le gustaba contar al anciano Hurende-Quahue, pues como había sido "Gran sacerdote" o petámuti, manejaba correcta y espléndidamente el arte de la transmisión oral de los conocimientos ancestrales del grupo, así como el de la difusión de las normas generadas por los representantes de cada uno de los dioses patronos de la enorme extensión del señorío tarasco-purépecha. Era por tanto lo que se dice un elegante tlahcuilo, es decir: un pintor o escritor, pero de carácter oral. "El estandarte de Xungápeti-Caheri fue confeccionado en los talleres de Ayelén, con el humo o siraat producto de la incineración ritual de los más intrépidos guerreros caídos en combate.

Todo militar, desde los macehualtin o soldados de más bajo linaje hasta los grandes cuãuhpipiltin o guerreros águila querían que sus ropajes e insignias de batalla provinieran de ese sitio artesanal. El quachpantli del príncipe Xungápeti-Caheri tenía una fuerte estructura de carrizo de manglar que se ceñía perfectamente a las hombreras y al pectoral, así como a la especie de yugo que rodeaba su cintura, mediante firmes y dúctiles cuerdas tejidas con hilo de maguey. La altura de cada uno de los tres banderines que ondeaban en su espalda superaba su propia medida aproximadamente en el equivalente a tres cabezas. Es por ello que el aire les producía un movimiento singular acompañado de un sonido acompasado de índole estrictamente militar. El color de las papeletas insignes era de un rojo carmesí similar a la sangre ritual. Así que, en un patrullaje que efectuaba nuestro señor Xungápeti en compañía de la escolta cortesana descubrió el escondite de los invasores, pero fueron emboscados por las tropas mexicas de Xotl-Calimey acribillados con flechas envenenadas.

Pero he aquí que, debido a su condición señorial, el príncipe pudo sobrevivir lo suficiente como para arrastrarse hasta donde estaba el cuerpo del caracolero oficial y retirarle el tecciztliotlapitzalli, mismo que llevó a su boca, no sin antes escribir un mensaje que informaba de la ubicación exacta del campamento del enemigo. El esfuerzo empleado para que el caracol emitiera el sonido ritual característico de la solicitud de auxilio, le provocó los últimos estertores de la muerte". La oratoria del viejo tenía embelesado a su pequeño nieto, de suerte que éste le increpó: —Abuelo, ¿aquí es cuando los guerreros muertos renacen en mariposas? —En efecto— contestó el abuelo y prosiguió con el relato: "Los macehualtin que acudieron al llamado, liderados por el noble y valiente Xharátanga, a su llegada al sitio de la masacre, alcanzaron a ver cómo dieciocho papálotl-parakata iniciaban el vuelo a partir de cada uno de los cuerpos de los soldados emboscados. Al acercarse Xharátanga al cuerpo todavía tibio de nuestro señor Xungápeti-Caheri, claramente vio que «su» mariposa brotaba de entre el estandarte del príncipe, lugar en donde se escondían los mensajes cifrados y ultrasecretos. 17


Así que esa nota fue el instrumento que orientó a nuestras tropas a fin de eliminar cualquier posible intromisión al territorio. A partir de ese suceso, nuestro señor, ya investido como el dios Curicaueri de Uacusicha, le pidió al Mictlantecuhtli que se produjera la resurrección de todos los guerreros caídos, en mariposas o papálotlparakata. Y el dador de la vida y la muerte así lo concedió". Metz-Quetl, como casi todos los antiguos tarascos, había aprendido con sapiencia el arte de saber escuchar; en un futuro cercano, él debería de transmitir toda esta información a la prole; por lo que le dijo al anciano: —Abuelito, mira esa mariposa; es como el carmesí de la sangre ritual; a lo mejor todo este tiempo nos estuvo cuidando nuestro señor de Curicaueri.

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La tumba de Pacal Cuando murió Pacal, también conocido como Escudo Solar (603-683 d. C.) ya se tenía todo dispuesto para su cripta. Él mismo fue quien dirigió los trabajos arquitectónicos para asegurar su descanso eterno en una morada digna, pero sobre todo discreta en cuanto a la presencia de posibles invasiones o saqueos futuros. La longevidad de este gran monarca se debió en buena medida tanto a su ocupación constante de los asuntos religiosos y de estado propiamente dichos, como a los de índole artística. El montículo, que a fin de cuentas fungiría como monumento funerario, fue ideado por el grupo más cercano de colaboradores en las áreas urbanas y de prestidigitación. La ciudad señorial fue planeada casi en su totalidad por él, debido a sus enormes conocimientos de geometría y de mecánica. Por eso dispuso una orientación acorde a los puntos cardinales en ese edificio piramidal. El monolito que conformaba el enorme sarcófago fue llevado desde las lejanas tierras serranas que el gobernante tan bien conocía, producto de los viajes de conquista e intercambio que practicó durante toda su vida. Su labrado cumplió con todo el proceso ritual señalado en los viejos y sabios consejos de los señores fundadores, los que se habían conservado mediante la transmisión oral a través de varias generaciones. La lápida con la que se cubrirían sus restos "oficiales" ya estaba en el interior de la cripta desde los últimos festejos del fuego nuevo y la renovación terrena. El día que el Señor Escudo Solar murió, fue enterrado sin honores. En cambio, su último doble, de quien se dispuso su muerte un día después, fue quien recibió todos los ritos sagrados. El cuerpo de quien lo suplantara en algunos actos de los años recientes e incluso en este importante, el de la suspensión entre el Xibalbá y el Bolon-ti Kú, fue sepultado encima de la tumba señorial del verdadero Pacal, de suerte que fungiría al futuro como una especie de señuelo.

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Investidura huasteca del Xipe-Tótec TlaelVaine, saliente destacado del Telpochcalli, fue el elegido divino para portar las filigranas de PeñotlPapán, el fundador del barrio del Xipe. El designio recayó en este joven sacerdote, debido a la titánica labor emprendida desde tiempo atrás por su madre, la niña Malincóyotl, al interceder ante LajuWaxik, el consejero principal del rey huasteco TéenekDa'ache, el de la mirada gris, para que el primogénito de su matrimonio mereciera semejante distinción. Era muy extraño que alguien que había estudiado en un Telpochcalli adquiriera la investidura sacerdotal de una de las más importantes deidades del mundo huasteco, las que por lo general estaban reservadas para hijos de nobles exclusivamente y egresados, además, del imponente Calmécac de Cempoallan, la metrópoli, en donde se encontraba el Altépetl o villa sagrada. La explicación radica en el hecho de que TlaelVaine recibió doble instrucción: por un lado, la propia del Telpochcalli o casa de los mancebos, en donde ingresó cuando cumplió los 15 años de edad y, por el otro, el cursillo personal que recibió, una vez a la semana y durante cinco largos años, del mismísimo consejero señorial LajuWaxik. El avance adquirido en esta última actividad le permitió equiparar sus conocimientos a los de cualquier estudiante aventajado del Calmécac. La niña Malincóyotl, quien era así llamada debido a su corta estatura, tejió para la ocasión un delicado morral de fibra de zapupe con un diseño que representaba, a su entender, las pequeñas piedras de jade heredadas, según se decía, del Señor PeñotlPapán. Y es que solamente el soberano TéenekDa'ache y su consejero principal LajuWaxik tenían acceso a los legados de todos los fundadores de los barrios que circundaban al Altépetl, como en este caso, a los de Papán-Xipe. La ceremonia, que tuvo lugar en el palacio de la deidad IxCuinan de JícarePil en Cempoallan, fue presidida por el monarca, quien personalmente realizó el desollamiento y curtido de la piel que lució TlaelVaine durante los trece días que demoró el proceso de su investidura sacerdotal. Solamente en la primera de estas jornadas, y antes de que ostentara las hermosas filigranas, así como el dramático vestuario ritual, es que su familia pudo visitarlo. Durante toda la noche se entonó el himno del YoaliTlauanao del bebedor nocturno. Esa fue la última ocasión en la que pudo departir con sus consanguíneos; la normatividad de la vida sacerdotal a la que ingresaba le exigía ciertos sacrificios, compensados sin duda por su definitivo ingreso a la nobleza. Se sabe que TlaelVaine fue, además, el modelo de infinidad de obras pictóricas y escultóricas en las que se plasmó al dios huasteco de los sacrificios y la primavera, así como también de las flores, la fertilidad y la orfebrería.

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La fumadera —ceremonia en Hochob— En el año 711 y con el objeto de inaugurar formalmente el edificio de los hombres en crestería de la ciudad de Hochob, ubicada en la zona de los Chenes, se practicó el ritual comunitario de "la fumadera". Esta celebración, como se sabe, es presidida por un sacerdote investido como el dios incinerante, quien por lo general porta un manto o especie de capa con la piel de un jaguar, que representa el balam o poder, así como un complejo tocado con las hojas de la planta aromática-incensaria, a manera de aposento o nido de un ave. En los ropajes siempre se entretejen largas ramas del elemento vegetal parecido al tabaco, el cual se "prepara" con las sustancias señoriales que permiten producir las "visiones" durante el rito. Finalmente, se sabe también que en estos festejos aparece una serpiente bicéfala con piel y con las características específicas para la ocasión: narigueras y largos listones ornamentales geométricos, a partir de sus labios inferiores, a manera de bezotes. Dichos elementos fueron captados por el escultor oficial del evento, Miheen Ba, el mismo que ejecutó las figuras de estuco de todos los hombres desnudos que se encontraban en la crestería, como remate superior del templo. El escultor abogó con el principal consejero espiritual del sitio, con el objeto de que se le permitiera esculpir en piedra en vez de moldear en ese material poco perdurable; pero no fue escuchado y tuvo que realizar los trabajos para los que fue requerido con las especificaciones del soberano. Cuando terminó de colocar su último modelo, se dijo hacia sí: "estas obras no significarán hacia el futuro, pues serán blanco fácil de posibles invasores". Así que mejor optó por realizar el ritual de la incineración como su dios descendente le dio a entender, el cual, por cierto, no estuvo muy alejado de los cánones tradicionales establecidos. Alucinó como en pocas ocasiones y pudo conocer al detalle casi todos los componentes del inframundo; y eso fue bueno, pues lo pudo representar de manera singular y magnífica en los relieves que fue ejecutando a lo largo de su creativa existencia.

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Reliquias de filigrana HeshuáCaic había guiado al clan Wampanuag a las tierras de la fertilidad. las enormes y maravillosas llanuras que poseían y disfrutaban con plenitud. La conformación de la tribu se gestó a partir de sus catorce hijos. Todos y cada uno de ellos eran portadores de las filigranas de jade que el Señor Caic les dispuso. MatlacóatlYohualli, la mujer de linaje iroqués, conocida también como la de Gracia de Día o TetenkajiBenatl, llevaba años peleando por su finca barrial. Ella era la única descendiente del sexo femenino del patriarca. Su madre y cuarta esposa del guía, CitlaltzinXochicóatl, se decía descendiente directa del creador de la "Gran Ley", el líder ottawa Pontiac Tótotl Pintado. MatlacóatlYohualli o TetenkajiBenatl no se sentía de raza Wampanuag pura, no tanto porque ella así lo hubiera decidido, sino porque sus numerosos hermanos de alguna forma la habían orillado a ese pensar. Una visión producida en uno de los ritos del inicio otoñal la iluminó y la indujo, según sus propias palabras, a dirigirse a su padre, pero de una manera diferente a su habitual reclamo. Así que con el objeto de celebrar la cosecha y la "buena relación" con sus catorce hermanos Wampanuag, ofreció una cena en el jornal dedicado a Júpiter, treinta y cinco lunas después de que se había producido el equinoccio. El principal alimento del convite fue el tótotl-guajolote. Las crónicas iroquesas no aseguran el hecho de que, con ese evento culinario, TetenkajiBenatl o MatlacóatlYohualli se hubiera apropiado de tierras de cultivo, pero los Anales orales Wampanuag sí sostienen que a, partir de esa fecha, los frutos de la siembra se multiplicaron en cantidad y, sobre todo, en calidad, por lo que al festejo, que se hizo imprescindible y se empezó a conmemorar anualmente, se le asociaron las famosísimas reliquias de filigrana, confeccionadas con jade y onix, y que fueron llevadas, como se sabe, desde las lejanas tierras chichimecas del sur. Con el tiempo la pedrería desapareció. Todos los Wampanuag creyeron que habían sido entregadas al dios del oriente, lo que motivó la construcción de una importante leyenda premonitoria acerca de la llegada de hombres peregrinos, provenientes del Gran Lago Salado, que portarían unos minerales transparentes, producto de la consagración de las originales filigranas, con los que iban a apropiarse de sus tierras y tradiciones.

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Taínos —Caridad Cobriza Virginal— En la legendaria isla Maizales los rojos siboneyes tenían ocupada la sierra de la maestranza, mientras que los cobres taínos mantenían el control costero. Estos últimos, en cuanto se cumplía un período equivalente a cien lunas, y siempre que los prestidigitadores y videntes climáticos así lo autorizaran, destinaban a un grupo de cazadores de las aguas para que se tirara al mar con el fin de obtener el fresco y nutritivo alimento que conformaba su reconocida dieta proteínica. Partían al amanecer en sus embarcaciones diversas, desde las balsas armadas y tejidas con carrizos y ratán hasta las de ceibas vaciadas, talladas y armadas en hilera. Los manjares más apreciados eran preparados por las mujeres del pueblo con el producto de los magníficos ejemplares atrapados por el grupo de pescadores. Songo Huama, uno de los taínos más eficientes en esas labores, tenía como hermana a una de las más hermosas princesas de la isla, NiyurKaidere, conocida también como La Perla Cobriza. Por otro lado, cada cuatro años LuahigaGüeme, el máximo jefe caribe del archipiélago, enviaba desde Cuapas a sus imponentes fuerzas navales a todas las islas de su jurisdicción, como una forma de inspección y a manera de censo y también para recabar las crónicas orales. La flota se componía de veloces y fuertes kayaks, tripulados por los más afamados e intrépidos marinos del señorío. Siempre zarpaban 200 indios caribes y por lo regular retornaban en un lapso de 80 a 120 lunas y con unas 30 ó 40 bajas, ya fuera por accidente marítimo o porque los emisarios encontraran respuestas de amoríos en las bellas taínas o siboneyes pertenecientes a alguna de las islas supervisadas. El Soberano jamás se desplazaba de la isla de Cuapas, pues las múltiples actividades caribes requerían su constante presencia. Uno de los príncipes más importantes de la corte, YamBolóatl, tenía enormes deseos de arribar a isla Maizales, pues en su anterior visita se quedó prendado de Perla Cobriza, que entonces, con sus doce años, todavía era una niña. Songo Huama, después de una mañana de pesca, salió a navegar en solitario sin un objetivo preciso, cuando percibió en lontananza los kayaks señoriales que se acercaban a toda velocidad. Era un espectáculo impresionante el poder admirar sus maniobras, pues por sus lanzas, penachos y ropajes, parecían un cardumen multicolor con desplazamientos en diferentes direcciones. Debido a su vista aguzada alcanzó a percatarse de que uno de los kayaks más rezagados sufría un percance al ser alcanzado por una ola bravía. Al no ver la reincorporación del marino, y dado que sus compañeros ya muy alejados no tomaban cartas en el asunto, remó con rapidez hasta el lugar en donde se encontraba la pequeña embarcación sin tripulante y decidió tirarse al mar.

Fue en la tercera inmersión cuando encontró el cuerpo del caribe y lo regresó a la barcaza. Trató de hacerle recuperar el sentido con sus hábiles maniobras de supervivencia, entre potentes masajes pectorales y certeros empujes de aire a manera de respiración de boca a boca, y debido al agua que iba soltando el accidentado, poco a poco restableció la respiración que había perdido por unos instantes. Así que, entre tosidos y bocanadas de agua, empezó a recuperar el conocimiento al tiempo que regresaban unos diez kayaks a “hacerse cargo” de la situación. Una vez en tierra, el líder de la expedición, YamBolóatl, agradeció, sin saberlo, a quien iba a ser su futuro cuñado, por haber salvado la vida de uno de los más importantes miembros de la corte caribe y sobrino del Soberano, por cierto. Así que Songo Huama fue agasajado con un festín que demoró toda una luna en la playa privada que los dueños del archipiélago tenían reservada para este tipo de eventos.

El príncipe YamBolóatl debió posponer su visita a NiyurKaidere por un largo día. La bella Perla Cobriza, que se enteró de la llegada de su pretendiente, lo esperó toda esa noche en el camino de la ceiba, lugar que habían acordado para el encuentro cuatro años antes.

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Y como su amado no llegó a la cita, la bella taína, para cavilar sus penas, le entregó su descanso al señor de los sueños. Mientras todo esto sucedía, la población estuvo involucrada en tremendo alboroto. El hermano mayor de Songo Huama y de NiyurKaidere, había sido descubierto en la ejecución de un repugnante acto ilícito, al pretender la sustracción de un par de ejemplares marinos que habían sido pescados por uno de sus tíos. Debido a las limitaciones, tanto en lo geográfico como en lo relativo a la consecución de víveres y beneficios, los castigos en las islas eran severos en extremo. Y el robo de alimento era uno de los delitos más graves, castigado con el sacrificio tacasi, el cual se verificaba en las inmediaciones del cementerio de Guamá. Consistía en introducir a toda la familia nuclear del infractor, incluyendo al propio delincuente, en una cámara con abertura a flor de tierra construida ex profeso para dichos fines durante la noche anterior al evento. La altura del hoyo ritual oscilaba alrededor de los 3 metros. Una vez dentro, dejaban caer unas redes encima de los acusados y sentenciados, con el objeto de inmovilizarlos para que no pudieran emerger a la superficie. Todos los jóvenes pobladores cargaban baldes con agua de mar, los cuales vertían hacia el interior del pozo artificial durante el tiempo suficiente para llenarlo y que el líquido cubriera en su totalidad a la familia, provocando su ahogamiento. No había posibilidad de librar la muerte porque, si el nivel acuoso bajaba con rapidez, inmediatamente lo restablecían con un nuevo trabajo de llenado. Ese amanecer, toda la familia de Perla Cobriza y Songo Huama fue sometida al tacasi, muriendo en el acto. Alejados de Guamá, al filo del mediodía, cuando los caribes y su invitado ya habían repuesto las energías de los festejos nocturnos, el líder de la expedición se dispuso a visitar la casa del taíno.

YamBolóatl y el recientemente festejado llegaron a la vivienda de este último, o más bien a lo que quedaba de ella, pues después de haberse llevado horas antes a los acusados sentenciados, el rito conllevaba, al amanecer, la incineración del hogar de los infractores. Los dos nuevos amigos, sabedores del significado de la casa en cenizas y conociendo del peligro que corría el salvador taíno, se alejaron inmediatamente del sitio y se dirigieron de forma inconsciente al camino de la ceiba. En la ruta se encontraron con la Perla Cobriza, quien fue apercibida por su hermano del fatal destino familiar. Hasta ese momento el príncipe caribe entendió la relación carnal que existía entre su bella amada y su reciente amigo y salvador Songo Huama. Perla Cobriza y sus dos hombres, hermano y novio, iniciaron de inmediato una travesía en dos kayaks: el del caribe y el que Songo Huama ya había recibido, como recompensa a su hazaña y en la noche previa, del marino rescatado. El destino fue una pequeña isla conocida secretamente por el príncipe YamBolóatl, misma a la que se accesaba únicamente por unos intrincados estrechos, llenos de fortísimas corrientes superficiales, quecontenían también peligrosas y afiladas estructuras rocosas. La vida de estos tres personaje dio un rotundo vuelco durante las últimas dos lunas. Los tres eran delincuentes; y el príncipe caribe en doble instancia o grado, pues aparte de su colaboración en la huida de los hermanos, con ese acto también desertó al ejército señorial; había traicionado al Soberano. Su estricta formación religiosa lo llevó a tomar una de las decisiones más contundentes de su vida; en realidad fue prácticamente la última: una ceremonia de autosangrado con resultados irreversibles. Él conocía el punto exacto de las incisiones que no cicatrizaban. Perla Cobriza, aún sin conocer el desenlace, estuvo a su lado en todo momento.

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YamBolóatl tuvo el deseo de poseer a su amada princesa, pero mejor optó por permanecer una mayor cantidad de tiempo a su lado y con vida, ya que el esfuerzo físico le habría representado un deceso más inmediato. Nunca hubo un acto de amor más sincero en todo el archipiélago caribe. Pero las crónicas orales nunca lo pudieron registrar. A la mañana siguiente NiyurKaidere despertó a su hermano para informarle de la muerte del príncipe. Los pacíficos habitantes de la isla, que resultaron ser también taínos, ayudaron a realizar los modestos ritos funerarios, pues Songo Huama decidió esconder la investidura señorial del difunto, atribuyendo su muerte a heridas ocasionadas en el paso rocoso. Los expedicionarios de Luahiga Güeme y sus inmediatos descendientes, tardarían más de cuarenta años en descubrir esta isla, cuando ya habrían muerto los dos hermanos infractores y las labores en vida de la malograda princesa le atribuirían el nuevo nombre de Caridad Cobriza Virginal. Al paso del tiempo, las tres tribus isleñas más importantes: caribes, siboneyes y taínos, la venerarían en los templos de todo el archipiélago como una verdadera reina y diosa.

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Chinampas —islas flotantes mexicas— o Acamapichtli —primer tlatoanitenochca— Todos querían seguir al patriarca Macatlalihue. Se sabía que sus antepasados tecuhtli, todavía en los pantanos aledaños a Aztlán-Chicomóztoc, eran reconocidos por las balsas-islas en las que sembraban maíz y cacao. La invitación a los atlaca chichimecas que se encontraban dispersos por todo el valle central había llegado a oídos del noble, quien era además uno de los pocos sobrevivientes de Chapultépec y Tula, y él, al fin guía pipiltzin, la hizo extensiva a todos sus primos tizapeños del señorío culhua. Las crónicas refieren un enfrentamiento en el que la corte militar de Culhuacan los obligó a retirarse de Tizapán hacia la zona lacustre meridional, pero los atlaca chichimecas, que para entonces ya se hacían designar mexitin ("gente de Mexi o nuestro señor Huitzilopochtli"), se infiere que fácilmente hubieran triunfado en cualquier forma de batalla. De aquí que la elección del islote rodeado de lagos y pantanos, se cree que no fue solamente debido a la señal divina (del águila devorando una cascabel), sino al factor económico en los productos lacustres y a la facilidad de defensa pero, sobre todo, al aspecto ideológico, al recrear el lugar de origen y la forma en la que concebían la vida. Macatlalihue repartió tierras, aunque mejor sería decir: agua y pantanos, así como algunos islotes. Sus primos aprendieron, no sólo a construir y botar trajineras y canoas, sino también el importantísimo y vital artificio de la chinampa, caracterizado por la ganancia terrestre al lago, mediante la paciente fabricación de entretejidos naturales con raíces resinosas y la minuciosa selección y el cernido de finas arcillas que se convertirían a la postre en resistentes pero porosos y cultivables estucos. Islas artificiales con superficie propicia para las labores agrícolas mexicas y que, gracias a las renovadas raíces de constantes cosechas y sembradíos frecuentes, endureció de forma tal que pudo recibir la construcción de enormes y pesados palacios, así como de las moles monticulares que honrarían a las más importantes deidades. Callitepletzin, uno de los primos del patriarca, había llevado consigo a una bella joven culhua que era el centro de atención del señorío por su noble ascendencia. Ella se sabía proveniente de la antigua ciudad de Tula y portadora del estandarte dinástico, que llevaba más de once generaciones de transferencias, a la espera del renacimiento del poder central tolteca. Así que la muchacha fijó sus expectativas en uno de los hijos del guía Macatlalihue con el que contrajo segundas nupcias. De este enlace nació Acamapichtli, quien con toda la nobleza ancestral, iba a ser el primer tlatoani tlacatecuhtli de los mexicas en la naciente ciudad Estado de Tenochtitlan.

El monarca aplicó las enseñanzas recibidas por la vía oral de los antiguos consejeros de Huitzilíhuitl, quien había gobernado en Chapultépec tiempo ha, motivo por el que uno de sus hijos llevó dicho nombre y fue por cierto el segundo emperador tenochca.

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Deformación craneana olmeca Dice la crónica que el señor Catlatélotl extravió su atlatl o lanzadardos en una incursión a la selva de Xacan, por lo que uno de los primeros días de la luna, el tercero para establecer precisión, decidió buscarlo en el angosto camino del zapote negro. En ese lugar, justo en la curva del hule, nuestro señor Ehécatl de los vientos tuvo un altercado con el mismísimo Tláloc de la lluvia y, según comentan los videntes de la gran plaza, se les escapó una lanza de fuego, cuya luz deslumbró a Catlatélotl, por lo que no se percató de que el rayo partió el tronco del gran árbol y una enorme rama de éste, a su vez, golpeó frontalmente el rostro del monarca y sacerdote. El séquito levantó el cuerpo inconsciente del señor que mostraba su cara abierta por mitad, cual mariposa de alhelí. No podía hablar, pues su boca no existía como tal; bueno, más bien toda su faz fungía con esa abertura, por lo que carecía en definitiva de control facial muscular. En virtud de que la sangre obstruía tanto conductos digestivos como respiratorios, la curandera señorial, quien nunca se alejaba del Soberano, realizó una incisión en el cuello bajo y le colocó un tubito de carrizo para que pudiera respirar. Inmediatamente juntó ambas partes del cráneo frontal utilizando ceniza de lagarto, junto con la rica herbolaria que se practicaba en toda la región. A manera de vendaje aplicó largas tiras de las dúctiles hojas obtenidas del plátano, previamente suasadas. Por último, oprimió con firmeza la frente del soberano con tablillas confeccionadas de maguey, las que tuvieron un comportamiento a manera de torniquete morfológico. Al cabo de cuatro largos meses, entre curaciones y reajustes del complejo mecánico que operó en la cabeza del monarca, el gran sacerdote y prestidigitador anunció la total rehabilitación del mandatario. Debido al alargamiento encefálico sufrido, se determinó que la raza naciente representara en su conjunto la morfología craneana del gran señor Catlatélotl. Así que a los varones recién nacidos se les aplicó el torniquete señorial y en un lapso de tres años, la deformación del cráneo ya era irreversible.

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El flautista Kokopelli Los chichimecas chalchihuites eran reconocidos por sus atributos sexuales, no necesariamente en lo referente a las características antropomórficas masculinas, sino en las habilidades de mujeres y hombres en lo relativo a las satisfacciones carnales mutuas. La segunda esposa del flautista Kokopelli fue Naira, hábil en el manejo de las bebidas rituales que prolongaban los tiempos eróticos más allá del escepticismo común hasta convertirse en lapsos impredecibles e imprescindibles. Su hermana Tamohí, quien había sido la primera mujer de Kokopelli, le había enseñado al flautista el arte del uso manual en recorridos táctiles y con los detenimientos justos y necesarios en las zonas erógenas adecuadas y dispuestas. Dicen los que saben que era tal el embrujo del marido, que Tamohí, antes de partir a unos encargos pendientes en aldeas vecinas (viaje del que nunca regresó), decidió convidar del acontecimiento sexual a toda su parentela femenina. Así que, a la muerte de Naira, el músico decidió no contraer más nupcias y dedicar su vida a interpretar la flauta y a recorrer el señorío chalchihuite. LujuYun, la de mirada salvaje, fue la primera mujer que estuvo con el sensual Kokopelli en su nueva soltería. De aquí siguió la dama Tamtoc y posteriormente, TéenekDa'ache, la doncella encantada. Sus hazañas sexuales recorrieron prácticamente toda el área chichimeca, lo cual quedó plasmado en los petroglifos encontrados en los lugares más inverosímiles circundados por las civilizaciones seris, yaquis y pueblo.

Se dice también que su música era cautivadora a tal grado que invitaba, aparentemente sin saberlo, a cuanta mujer se encontrara en sus andares, independientemente de su condición marital. Los Hopi, entre otros, se han disputado la paternidad del personaje, al identificarlo con una deidad fértil y portadora de lluvias y calores. Y todo porque uno de sus arribos coincidió con un deshielo precoz después de varias semanas de helada; de ahí que se aumentaran sus dones y atributos con el de “el que derrite las nieves”. Más de un centenar de hijos le son atribuidos, pues parece que era noble y señorial el que las doncellas manifestaran un embarazo de tan peculiar personaje, casi exclusivamente por el hechizo de su flauta.

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Nemontemi, uayeb o uayeyab (conocidos también como epagómenos) A casi un año de celebrar mi ingreso a la red señorial Atlahua-Calmécatl, olvidé por completo la terrible existencia del período nemontemi, uayeb o uayeyab, referente, como se sabe, a los días que nomás están en vano. Cara fue la penitencia que tuve que pagar ante la inminente presencia de esas jornadas aciagas. La impresionante red Atlahua-Calmécatl, conocida también como Nairihe Itandehui Nubeletzin Gulhúac, está conformada por pequeñas cofradías que, a su vez, albergan generalmente tlahcuilos, es decir, pintores o escritores con la sabia virtud de compartir sus cuicatl, poemas o cantos, así como sus composiciones pictóricas ejecutadas en el tradicional y socorrido papel del árbol del amate. Gracias a los veloces mensajeros que recorren caminos y sacbés, las obras de los agremiados son conocidas en la mayoría de los pequeños organismos, sin importar la lejanía de cada reino; y es que los correos humanos tienen una enorme capacidad de memoria, con lo que la actividad postal a través del Atlahua-Calmécatl ha superado todas las expectativas de sus creadores. El constante intercambio de los conocimientos de cada región ha ido fortaleciendo los lazos de unión de todos los participantes, a grado tal que, incluso, hay tlahcuilos que, en atención y respuesta a las manifestaciones filiales que solemos ejecutar en la cotidianidad de nuestros hogares, prefieren (o preferimos) esa "socialización" virtual de la que estoy hablando. Y digo virtual por el desconocimiento "real" entre todos nosotros, ya que solamente convivimos cuerpo con cuerpo los que asistimos a las salas de la creación, que es el lugar destinado a la producción de las obras, así como a la recepción-transmisión de los correos transportados por los empleados postales. Pero bueno, la verdad es que esto no es lo que yo quería relatarles, estimados visitadores y escuchas del pequeño barrio o tlaxilacaltin.

Mi período nemontemi inició el pasado día del guerrero, precisamente cuando esperábamos a los mensajeros, con la consabida información postal de los otros sitios, y en su lugar aparecieron unos emisarios de los Señores Principales que se dirigieron a mi lugar en la sala de las creaciones, sitio ese mío, apreciado por casi todos mis compañeros debido al arreglo que le había hecho. Me acusaron de ser un Seri Pecáyetl Anahuatlin Mixcóatl, algo que nadie sabe con precisión qué es, pero que entendemos como "aquel que usa los espacios de la red señorial para publicitar objetos y creencias sin pagar tributo". El caso es que me llevaron detenido a la prisión del señorío y allí me encontré con varias personas de otros barrios a las que se les acusaba de lo mismo que a mí. Fueron pues días aciagos en los que me mantuvieron aislado de la comunidad Atlahua-Calmécatl. Eso sí, de mi familia no me alejaron, ya que había área conyugal con todos los servicios, así como zona de juegos infantiles, por si uno tenía hijos pequeños, como era el caso de quien esto transmite. Esas jornadas terribles en las que me mantuvieron incomunicado de la extensa red Nairihe Itandehui Nubeletzin Gulhúac, terminaron, según los sistemas por ellos inventados, con mi liberación y reincorporación a la pequeña cofradía a la que pertenezco. Debo confesar, no obstante que, cuando regresé a la sala de las creaciones, me sentí diferente y extraño, como si hubiera transcurrido toda una eternidad.

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El pregonero Si bien es cierto que en cada hogar se preparaba el nixtamal, también era costumbre la existencia de un local comunitario acondicionado con enormes y alargados recipientes en constante calentamiento; esto de alguna manera facilitaba a las familias del vecindario el proceso de remojo y cocción del maíz; de igual manera había una roca maciza, muy grande y plana que hacía las veces de enorme metate. Todos los pobladores debían aportar, a manera de impuesto o tributo, pequeñas porciones de grano. Así, el molino comunal operaba desde muy temprano, aún antes de que se percibieran los primeros rayos solares, para cerrar sus puertas al filo del mediodía. A cambio de dos raciones de masa, como una forma de pago, cualquier mujer del poblado podía colaborar en la molienda. Se entendía que, de requerir una mayor cantidad, debería proveerse con su prole, ya fuera de sus propios hijos o bien de los integrantes de la línea ascendente. Ellas, las molenderas, debían de llevar consigo la 'mano' de piedra que, utilizada encima del metate con habilidad, cual mortero plano, servía para elaborar la pasta fina y resinosa. La gente que solicitaba los servicios del molino, además de la porción de aporte, dejaba un cúmulo de grano suficiente para que, una vez efectuado el proceso de transformación en masa comestible, recibiera el producto para su consumo familiar. Diariamente había una fila de vasijas, con las insignias de sus propietarios, que llegaban con maíz y luego, su contenido era rellenado con la pasta producto del nixtamal y que, a su vez, era la base para la elaboración de las tortillas. Debido a la variación en cuanto al tiempo de los resultados de la molienda, generalmente las entregas de la masa, de manera ordenada y casa por casa, las realizaba un pregonero, contratado por la autoridad civil para cumplir con esos menesteres. Los pobladores, a su vez, dibujaban en el papel del árbol de amate ciertos mensajes, cuyos destinatarios habían llevado su vasija a muy temprana hora, y eran entregados, en un rondín que realizaba el pregonero a media mañana, cuando la sombra apenas se equiparaba con la altura de las cosas. Había recipientes que no llevaban grano, sino únicamente las misivas ya descritas. El pregonero entonces hacía también las veces de amatero epistolar o heraldo popular, así como de otros oficios diversos derivados de su andar por las calles del poblado y que, de una u otra forma, podía alternar entre sí. El más socorrido era el de limpias y sanaciones, labor a la que dedicaba buena parte de cada tarde. Además, en esta actividad prácticamente no ejercía sus pregones, ya que casi todos los trabajos eran realizados mediante la concertación de citas programadas.

Requerimientos de índole ortopédica, tanto por lisiados de batalla como por accidentados del juego de pelota, lo convirtieron en un huesero excelente. ¿Y qué decir de las actividades de intercambio? Entre los lotes de pedrería y las pociones y menjurjes, era un experto en trueques y valores. El pregonero realizaba su labor principal en la plaza y en todas las calles del caserío. Sus gritos eran reconocidos en varias manzanas a la redonda. Una vez le ofrecieron barras de xocolatl y piezas comestibles a base del delicioso amaranto a cambio de las tradicionales e intercambiables semillas de cacao. Él aceptó el trueque sin chistar, sin saber que estaba adquiriendo una problemática con matices de índole ritual.

Las figurillas así confeccionadas casi eran exclusivas de los recintos señoriales, ya que se estilaba mezclar con las semillas el producto escarlata de los ejercicios de auto sangrado, con lo que se convertía en sacro alimento. El pregonero sabía todo esto, pero la mujer con la que realizó el intercambio era una de las doncellas 30


más afamadas y bellas del barrio.

He aquí entonces que ella había sustraído la figurilla de amaranto del templo azul, pues pensaba realizar un buen trueque y así poder adquirir un collar de jade que traía el pregonero desde semanas atrás. A ella le funcionó, pues el cacao recibido se lo dio a su hermano y éste a su vez lo intercambió por la joya. Pero el pregonero sí que sufrió, ya que, por esos acontecimientos, fue detenido y llevado ante el mismísimo soberano, quien le dijo: —Nosotros sabemos que tú eres el culpable por el robo del panecillo. Sin embargo, y gracias a que dispongo del poder supremo y señorial que me da la posibilidad real de evitarte la ejecución del máximo castigo, te haré la siguiente oferta. El Gran señor hablaba de forma pausada; sus palabras, una a una, eran la ley a imperar durante el tiempo de la inmediatez. —Deberás de brindar tus servicios de prestidigitador durante la próxima festividad del fuego nuevo… "Prestidigitador" pensó, "de eso sí que no sé nada". Sin embargo, no podía contradecir al monarca; vaya, ni siquiera podía articular palabra. Las "propuestas" soberanas en realidad eran mandatos estrictos. Faltaban sesenta lunas para las fiestas, así que inició el aprendizaje de los magos. Acudía todos los días a la plaza, pero ahora a informarse y empaparse de formas de hablar, así como ademanes sacros y estilos de premonición, a fin de superar la prueba señorial impuesta. Fue todo un éxito. Durante los tres días que demoró su participación, respondió con habilidad a todas las expectativas. Un correcto control corpóreo lo confundía con los prestidigitadores de oficio. Al finalizar las celebraciones, regresó sin más a su trabajo habitual, mismo que había descuidado en los últimos tiempos.

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Inmortalidad Ya-Xiuh-Kahn se había destacado desde la niñez en los golpes justos a la pelota de hule. No importaba si le pegaba con el muslo o la cintura. Por lo general era certero y conseguía buenas puntuaciones para su equipo. Conocía todas las canchas del barrio y más aún, de todo el señorío. Además, era reconocido por su buen desempeño en las labores agrícolas. La manipulación genética que realizaba en beneficio de la planta del maíz, se conocía por toda la región. Dice la crónica que Ya-Xiuh-Kahn elevó a rango principal el cultivo de las yerbas santas. Durante la última guerra de las flores fue hecho prisionero por las fuerzas del reconocido estratega mexica Huitstla. Y este militar era el principal proveedor de jugadores para los enfrentamientos rituales. Los participantes de estos encuentros generalmente eran esclavos condenados a muerte por haber cometido delitos graves de carácter místico o, como se sabe también, eran los prisioneros de las constantes guerras internas de reajuste o florecimiento. El premio para los que ganaban era la exhibición de sus cabezas con investidura señorial. Los perdedores eran ejecutados sin honores, o podían solicitar otro encuentro a efectos de poder obtener el triunfo y, así, el permitírseles trascender e ingresar, aunque fuera mediante el sacrificio, en la alta esfera social de la comunidad. Ver jugar a Ya-Xiuh-Kahn era un verdadero deleite a los ojos; pero también al oído; sus sonidos eran casi melodiosos. Golpeaba el esférico con una limpieza y precisión extremas, de tal suerte que por lo general lo colocaba en las áreas en donde era muy difícil recibir y/o responder. El día en que ganó la inmortalidad, brindó indiscutiblemente el mejor de sus partidos. Parecía como que toda su vida la había conducido hacia la correcta ejecución de esa justa deportiva. Ni una sola bola perdió y prácticamente todos sus tiros fueron perfectos. El tlatoani tlacatecuhtli, «el que manda», presenció el encuentro con sumo interés. Asimismo, al final del juego, presidió la ceremonia en la que Ya-Xiuh-Kahn fue investido como El Señor de los Hules.

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Año 978 —historia postal— Ce Ácatl Topiltzin Quetzalcóatl, el líder de Tula, conocido también como Nuestro Señor 1 Caña Serpiente-Pluma Preciosa, fue uno de los mandatarios de mayor relevancia en el mundo antiguo. El intercambio con los gobernantes de otras urbes, le propició una amplia cultura, manifestada, entre otras muchas disciplinas, en las costumbres gastronómicas. Muchos de sus platillos favoritos se preparaban con pescado fresco. Como la costa más cercana se encontraba a unos 500 kilómetros de la capital del imperio tolteca, se montaba una movilización impresionante, de la que eran parte fundamental el grupo de mensajeroscorredores que transportaban los ejemplares recién pescados en el mar, hasta las cocinas de la ciudad amurallada. La existencia de estos atletas, se debía a operativos similares, en los que la precisión y la eficiencia determinaban el éxito o no de los encargos. En las playas de Tecolutla vivía Huach Tecóyotl, el principal proveedor de presas acuáticas para el señorío, quien disponía de una balsa con todos los aditamentos para hacerse de ellas. Tenía una rara habilidad para atraer cardúmenes de todo tipo. Principalmente en lo relativo a los peces que no frecuentaban las aguas superficiales. Su secreto consistía en anclar la barcaza y esperar pacientemente el tiempo suficiente de integración contextual. Una vez transcurrido el lapso destinado, esparcía alrededor del bote un alimento especial, preparado con hojas secas y mieles selectas, que gustaba a los habitantes marinos. Él sabía de qué manera dosificar las cantidades en los momentos adecuados, hasta que llegaba un número considerable de posibles especímenes a arponear. Utilizaba solamente una larga vara, con fina punta de obsidiana, que engarzaba fuertemente la pieza seleccionada y atinada, después de haber realizado el lance con precisión. La cuerda amarrada a la pulla estaba tejida con fibra de henequén, y era de gran longitud. La punta, untada con sustancias anestésicas, hacía su efecto en unos cuantos segundos; de tal suerte que el animal herido no se alejaba demasiado del sitio en donde se encontraba el pescador. Éste, cuando se percataba de que el cordel dejaba de moverse, comenzaba a tirar de él con firmeza, uniformidad y parsimonia. Una vez recuperada la lanza con todo y presa, retiraba esta última con cuidados extremos, con el objeto de que el cuerpo no se desmoronara al sufrir el mínimo posible de afectaciones físicas.

Lo depositaba suavemente en una cama "preparada" con trozos de penca de maguey. Entonces lo recubría con hojas de plátano que previamente había suasado. Este envoltorio vegetal hacía las veces de caja protectora y térmica, la que entregaba en la estación de salida. Los caminos que instituyeron los mayas tiempo atrás, fueron perfeccionados durante el gobierno de Ce Ácatl Topiltzin Quetzalcóatl, a grado tal, que los corredores podían realizar sus tramos, descalzos y a gran velocidad. Cuando Huach Tecóyotl salía a pescar, daba aviso al primer contingente de correos. La carga a transportar requería de un tiempo mínimo para su entrega, por lo que se iniciaba la movilización humana correspondiente. Partían entre 10 y 12 corredores que se repartían a todo lo largo de la ruta de mensajería: el primero se quedaba a una distancia de 5 kilómetros, el segundo, a 10, y así sucesivamente. Las postas se encontraban en intervalos aproximados de 50 kilómetros. En cada una de ellas siempre había alrededor de 15 emisarios. El último de los corredores proveniente de la estación anterior, llegaba a dar el aviso y se repetía la mis33


ma operación a lo largo del camino frontal y hasta el siguiente puesto.

Cuando el o los pescados eran recibidos por el primer transportista e iniciaba el trayecto, podría decirse que todos los relevos, aproximadamente unos 100, ya estaban apostados en las ubicaciones propicias y con el tiempo suficiente de descanso para llevar el alimento perecedero con la rapidez requerida. Los primeros correos atravesaban el área huasteco-totonaca; el camino bordeaba la ciudad de El Tajín, la que era administrada por el poderío tolteca. De aquí pasaban al territorio dominado por los olmecas-xicalancas, con quienes el señorío observaba una cierta enemistad. De hecho, los caminos en ocasiones eran tomados por los habitantes de Tlaxcala, aunque no ejercían ataques, pues existía un temor, más que respeto, hacia el imperio. En Cholula, sitio original del antiguo bastión olmeca-xicalanca, se encontraba una imponente estación postal; en realidad era un pequeño fuerte tolteca, cuya misión era sofocar el mínimo intento de rebelión. El centro ceremonial de Cacaxtla también veía el paso de los corredores; mismos que efectuaban relevo en la decadente ciudad de Xochitécatl. La última estación se ubicaba en Teotihuacán, lugar en donde estuviera el imponente centro ceremonial hacia el año 650, y que, después del gran incendio, cien años después, ciertos grupos errantes lo habían utilizado como lugar de paso. Las ruinas de lo que fueran impresionantes palacios eran testigos de las correrías de los emisarios postales. El arribo a la enorme ciudad de Tula, siempre era un gran acontecimiento. Las piezas a hornear eran recibidas en la cocina del palacio central. El alimento debía de prepararse con cuidado y esmero, con el fin de emular la ardua labor realizada. Se dice que Ce Ácatl Topiltzin Quetzalcóatl degustaba todos los platillos con una exquisitez asombrosa; pero los realizados a base de productos del mar, le merecían todavía un trato superior. Muy en el fondo, es muy probable que venerara los trabajos de los súbditos involucrados.

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Conexión o continuidad del tiempo Xihutlin Salihui, también conocida como La del Año que Continúa, habitaba en las tierras del norte; pertenecía a una de las pocas comunidades que, a pesar de la aridez, había decidido establecerse en un punto geográfico determinado. El sitio llevaba por nombre Conca'Ac que quiere decir "La Gente". Esta bella pobladora tenía una habilidad peculiar en el oficio milenario de la cestería, práctica que ejercía desde que descubrió, en la infancia, los dúctiles y resistentes materiales fibrosos que se utilizaban en esa actividad manual. Existía una hermosa historia que, por cierto, se había ‘entretejido’ en relación a sus orígenes. Se decía que descendía directamente de una Cihuateteco, es decir, que su madre había fallecido al dar a luz; sólo que el suceso no había ocurrido en su nacimiento, sino en el de su hermano Ghan Xquéatl, El Último o El más Pequeño. La madre había confeccionado una especie de cunita para recibir al nuevo ser, misma en la que utilizó una técnica textil innovadora y revolucionaria para la época. Al percibir la dificultad del parto, y de la inminente orfandad del neonato, la sabia y vieja comadrona convocó a las principales hilvanadoras de las frías regiones del alto norte, a efecto de que "cerraran" el cesto, actividad que correspondía exclusivamente al ente materno, instantes posteriores al alumbramiento. Resultó de tal complejidad el tejido que solamente la pequeña Xihutlin Salihui fue capaz de realizar esa labor. De ahí se difundió la noticia de su notable quehacer artesanal. Por motivos de incomprensión femenina o quizás de carácter generacional, y a pesar de lo anterior, ella guardó un resentimiento secreto a quien le diera la vida, con lo que se le alimentó un deseo irreversible de alejarse del lugar en donde nació. (Parece ser que ella vio la luz durante el Nemontemi o el período de los días aciagos "que nomás están en vano"). Se sabe pues que Xihutlin Salihui, quien prefería ser llamada Continuidad del Tiempo, se despedía de las lejanas tierras altas, cuando fue atraída por un numeroso grupo de mariposas, en una de sus olas migratorias hacia los cálidos santuarios purépechas. Hay crónicas que apuntan que, durante el trayecto, la joven se transformó en Azmehs-ica-Papálotl o mariposa alada. La enorme carga que llevaba, aunque no lo sabía, era similar al peso de ciertas jóvenes antiguas originarias de las lejanas regiones meridionales. Así que dicha presencia le impidió llegar a su destino último; motivo por el que tuvo que quedarse en el área chichimeca. En el sur del territorio, mucho más allá de los santuarios de papálotl, vivía Itan-dehui (debajo o en el nido de la Paloma), quien de alguna manera y ‘aparentemente’ sin saberlo, mantenía una cierta conexión con Xihutlin Salihui o Continuidad de los Tiempos. Él también cargaba un pasado mítico, al sostener que había sufrido una transformación en épocas tempranas de su existencia. Y esto era avalado por uno de los más altos consejeros del señorío. Por esos motivos, se hacía llamar por sus familiares y amigos más cercanos Itan-Tecuánotl, es decir, la Oruga del Palomar. Su principal actividad era la aplicación geométrica y matemática en el 'terreno' del cosmos. Tenía una manera muy extraña, pero precisa, de describir el movimiento de los astros, así como la aparición reiterativa de los cometas. Era un ente observador, que se percataba de los más mínimos detalles que en otros pasaban desapercibidos.

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El manejo de trazos específicos lo utilizaba también en su tiempo libre creando obras de carácter pictórico, a manera de tlahcuilo. Actividad esta última que también ejercía la Xihutlin Salihui. Ambos personajes tenían sus respectivas parejas con quien ya habían generado la prole. Y en las dos comunidades compartían en lontananza otra apreciación: la de la magia manual; así que eran, a los ojos del pueblo, ella, una cihuanahualli, y él, la versión masculina, o sea: un nahualli. La 'real' conexión de la que fue posible extraer datos de las crónicas de los ancestros, señala la confección de un par de pinturas, prácticamente idénticas. Ambos iniciaron su cuadro a mediados de la primavera de uno de sus ‘años mejores’, y cada jornada aparecían los motivos realizados por el 'otro' en la obra propia. Xihutlin Salihui dibujaba una piedra, e Itan-Tecuánotl la impregnaba de agua, para retirarle la dureza.

Él trazaba un árbol, y ella prefería el 'sonido' de las hojas cayendo, mismas que se veían reflejadas en las dos ilustraciones a la mañana siguiente. Cuando 'apareció' la Azmehs-ica-Papálotl o mariposa alada, inmediatamente contrapunteó la imagen de la oruga o tecuánotl. Fueron muchas las jornadas de intenso trabajo y mágica correspondencia. Para los dos era la cosa más natural, como si toda su existencia hubiera sido destinada a la elaboración de esa magna obra. Dicen los que conocieron esas pinturas que poseían una vida inusual; que parecía que las cosas se movían al interior de los objetos.

Y también se sabe, por boca de quienes vivieron en esos tiempos, que no hubo época de mayor felicidad en los dos nahualli-tlahcuilos. Que la paz que irradiaban traspasó incluso las fronteras. Fue una era de armonía y comprensión en el mundo antiguo.

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Ehécatl —el reciclo del viento y su reencuentro con la tierra— Por lo general marchan en común; todo parece indicar que están hechos el uno para la otra (y también viceversa). La satisfacción que ambos alcanzan cuando emiten lengüetazos de fuego, de alguna forma no nada más los libera de ciertas presiones (sobre todo en el caso de las interioridades de ella), sino que, aunque resulte paradójico, les produce un estado de inquietante frescura. La caricia que se produce con el contacto deseado genera sensaciones indescriptibles, cual nubarrones convertidos en gotas de rocío. La lluvia que moja, la que excita e incita al tiempo, incluso al tiempo de que aplaca, con dulzura y cierta suavidad, la calidez de la carne de la tierra. El viento arrulla, roza y… duele; ay, cómo duele…

Pero… arropa la desnudez de la amada (y no es pleonasmo): montes virginales que conforman en sus líneas las exquisiteces de lácteas vías, delicias en fluidos recurrentes, limpios en cuanto a la profundidad real de sus orígenes. Placer direccionado, excitación y goce, en el más amplio sentido de los conceptos (que NO términos). Y en el medio de ambos seres, como lo son la niebla y el riachuelo (inequívoca presencia sensual de paternidades antiguas), prevalece, desafiante e imponente, la vida. Las plantas entonces reverdecen como producto de la fecundación. Flores y frutos ancestrales (viajeros en el tiempo) regando polen y semilla en actos de erosión y erotismo. Protuberancias, salientes, entrantes… oquedades. Así, podría decirse que se cumple el ciclo… el reencuentro…

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Ritual Era una especie de procesión. Llevaban las vestimentas más representativas de los cargos que ejercían. Al frente iba el sumo sacerdote y principal consejero del señorío. Portaba un cetro ritual de jade con piedras de ónix y pedernal incrustadas, con representaciones de cráneos y corazones. Los hechiceros y prestidigitadores eran los únicos que utilizaban bezotes, debido a su propia incomodidad. En este caso, era de madera palo fierro y con una morfología muy especial, a manera de serpiente enroscada y con la extremidad superior con un alargamiento del que sobresalían las fauces del ofidio, las que parecían morder el labio inferior del mago. El adorno iba arriba del mentón. Los brazaletes, el pectoral y las orejeras formaban parte de una especie de "juego-joya" confeccionado también de piedras jade, pero de una pureza impresionante, de tal suerte que irradiaba brillos inquietantes. Como capa usaba una piel de jaguar de las que curtían los mejores peleteros de la comarca. Las sandalias eran unos finos huaraches que se confundían con los pies. Parecía como si anduviera descalzo. El siguiente grupo lo conformaba un séquito de altos dignatarios, en este caso, dueños de importantes parcelas y granjas avícolas. Prácticamente todos llevaban la misma indumentaria, compuesta por largas y elegantes capas coloridas unidas con broches dorados y motivos de plumas de quetzal. Atrás de ellos venía el Soberano, quien era transportado por ocho fuertes sacerdotes que cargaban uno de los tronos móviles totalmente descubierto. Destacaba la figura abultada que "ocultaba" el taparrabo. Corrían fuertes rumores de las concubinas acerca de los "implantes" que utilizaba el tlatoani para aparentar un enorme pene y grandes testículos, así como nalgas contorneadas. Los muslos, esos sí, como no había manera de esconderlos, se exhibían tal cual eran. Llevaba el pecho descubierto y un minúsculo dije o colgante que representaba la delicada presencia humana ante la magnificencia del cosmos y las deidades terrenas. Los soberanos usaban aretes en lugar de orejeras, así salvaguardaban casi íntegramente sus lóbulos. Estos monarcas tampoco se tatuaban; mantenían una piel suave y delicada. La cabeza era coronada por un penacho entretejido a base del plumaje de los pavorreales que se criaban en la capitanía de barrios. El cortejo se detuvo al pie de la pirámide. El sumo sacerdote inició el ascenso en forma sinuosa y con una agilidad felina. Previamente se había despojado de todos los objetos estorbosos para el movimiento, a saber: bezote, orejeras y pectoral; lo que sí mantuvo fue el par de brazaletes y obviamente la capa ceremonial. Su llegada a la cúspide del montículo dio pie para el inicio del festejo. El sonido del imponente caracol o tecciztli, determinó el principio del evento auditivo.

Las flautas de carrizo sugirieron la o las temáticas a desarrollar, con propuestas melódicas y tonales diversas. Esporádicamente retornaba el grave silbido del caparazón marítimo.

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De alguna manera iba estableciéndose un hilo conductor que introducía al escucha en historias que traspasaban la apreciación y el deleite musical estrictos. Dos grupos de veinticuatro teponaxtles cada uno irrumpieron, con lo cual comenzó propiamente el desarrollo musical. La impresionante temática, como siempre, ofrece una narrativa en la que aparecen propuestas y réplicas en un diálogo o contrapunteo incesante, pero nunca monótono. A veces las flautas agudas son las que marcan un argumento; luego las más bajas o graves contestan y toman el mando melódico. Al cabo de un tiempo adecuado, las percusiones aminoran su participación rítmica hasta llegar casi al silencio; es el momento de que ingrese la participación de la voz humana, siempre en intervención coral. Los grupos de cantantes están dispuestos hacia las orillas de la plaza, por lo que se les escucha claramente en el centro. Por lo general emiten sólo sonidos onomatopéyicos y guturales, en armonía con los tarareos de las tonalidades altas. El sumo sacerdote, a señal expresa del tlatoani, empezó con una especie de recitado, con un lenguaje sofisticado entre pronunciaciones purépechas y los elegantes fonemas nahuatlacas. Fueron momentos sublimes para el más delicado de los oídos. Coros, percusiones y melodías a contrapunto del viento enmarcaban los cantos o decires siempre agudos del mago principal. El soberano movió una especie de abanico y fue izada su silleta para desaparecer en un instante de la gran plaza. El sitio entonces fue ocupado por un nutrido grupo de danzantes con indumentarias diversas. En lo único que coincidían era en las sonajas que llevaban adheridas a los tobillos. Al paso uniforme se imponía un sonido como de aplauso hueco. Los había en representación de todo tipo de guerreros y dignatarios. En esta ocasión iban a interpretar una pieza teatral y dancística en la que el personaje central era el monarca mexica. Por eso se retiró previamente. Nunca había sido recomendable que los tlatoanis se "vieran" a sí mismos; y no precisamente por ellos, sino más bien por "proteger" al actor-danzante. Cuenta la crónica que una vez un soberano no toleró "su" participación histriónica y, quien hizo el papel, fue condenado a un fuerte castigo muy cercano a la muerte misma. El vestuario de los artistas imitaba, pues, el propio de los señores que ostentaban los más altos niveles militares y cívico religiosos. De nueva cuenta, el tecciztli estableció el cambio sustancial de la celebración. En breves instantes, se retiró el primer contingente actoral. Como parte del protocolo, los dignatarios ocuparon unas plataformas provisionales que fueron armadas en muy poco tiempo por los expertos artesanos de la madera. Se inició la representación con el ingreso de un grupo considerable de cuãuhpipiltin o guerreros águila, llamados también los militares del Día, quienes ocuparon una tercera parte del foro escénico. Inmediatamente después hicieron lo propio los guerreros tigre o soldados de la Noche, conocidos como ocêlõpipiltin. La asistencia estaba a punto de participar en la celebración mexica por excelencia: la de una "guerra florida", en la que los contendientes iban al campo de batalla a recolectar flores, porque en la piedra de los sacrificios, heredada de los patriarcas toltecas, al corte preciso del cuchillo, surgía la flor más preciosa de todas las habidas y por haber, a los ojos de los antiguos: el corazón del hombre. De allí el nombre de Guerras Floridas.

Estos eventos, como se sabe, representan lo más sagrado de la cosmogonía mexica, en esa búsqueda eterna de alcanzar a las deidades mediante humildes, aunque dramáticas, ofrendas y penitencias. Al centro del enorme patio, en el lugar en donde se encontraba la real y verídica piedra de los sacrificios de forma trapezoidal, era llevado un soldado-actor del bando derrotado, al que se le aplicaba una pro39


funda sedación.

La muerte se daba por ruptura de columna mediante un golpe contundente ejecutado por uno de los dos hechiceros más cercanos al sumo sacerdote, quien había bajado de la pirámide sin que nadie se hubiera percatado. Algunas crónicas aseguran que descendía volando. Los mismos prestidigitadores señoriales abrían el pecho del muerto honorable y le preparaban el camino al tlatoani, el que extraía la "cardioflor" e inmediatamente se la otorgaba al sacerdote para el ritual del depósito en el cuauhxicalli, la jícara o vaso del águila, y a él descendía el guerrero celeste en forma de colibrí a libar la miel de aquella flor preciosa. En este "teatro", nadie sabía si lo presenciado era actuación o realidad. Al actor-sacrificado nunca más se le volvía a ver, lo que no ocurría con el que bebía la sangre, el que adquiría, a partir de ese hecho y sin serlo previamente, una posición de alto respeto, muy cercana a la de dignatario. El alimento que se consumía en la celebración era a base de figurillas elaboradas con semillas de amaranto amalgamadas con las "mieles" escarlatas de la "cardioflor". Mientras todo esto sucedía, los grupos corales habían participado con cánticos casi imperceptibles, a manera de runruneo. Pero una vez que el "colibrí" comió el último residuo del amaranto escarlata, irrumpieron de nueva cuenta los cuarenta y ocho teponaxtles, como haciendo una valla al imponente, grave, maravilloso y bajo caracol, dando pie a un crescendo armónico al que se fueron incorporando todas las tonalidades vocales. La potencia sonora era de una magnificencia mágica y envolvente. De hecho, como señalan las crónicas antiguas, en estos rituales, por lo general siempre se daba una catarsis colectiva. Nuevo toque del tecciztli y en un instante se inundó todo el valle de un silencio mayúsculo. Parece ser que las aves e incluso los insectos estaban impregnados del éxtasis grupal. Con el lento retiro del guerrero caído, el que había alcanzado la nobleza en este acto, la ceremonia llegó a su fin.

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Nómada El temazcal era considerado por toda la población como un lugar sagrado, así que, para ser ingresados al baño ritual con la pureza que denota la desnudez, los usuarios dejaban su vestimenta a una distancia considerable. Iluíkatl Cíhuatl, La que va hacia el Cielo, acudió muy tempranito a darse lo que ella llamó "fuerte limpia hacia adentro", lo que representa el inicio del renacer maduro. Los viejos profetas y prestidigitadores la habían instruido en el camino del saber. Ese día era el correspondiente al sector femenino de los habitantes. Pero, si hubiera sido el de los hombres, no le habría importado. La decisión que tomó por la noche, con el baño de la Luna, la impregnó, no con una coraza, sino con un ropaje divino que le otorgó una seguridad en sí misma sin precedente. Se sabía seductora a los ojos de su hombre y macehualtzin, a quien encontraría al final del camino. Fue la primer persona que entró a la pequeña gruta. El guía le indicó su lugar, el mismo que ella aceptó gustosa. Prácticamente estuvo sola durante todo el tiempo de la purificación. La porosidad de su piel adquirió el nivel de la liviandad, ése tan añorado por los más experimentados sacerdotes. No cabe duda que el misterio de la pertenencia sublime otorga el descubrimiento de lo innato. Al salir de la cueva sagrada sólo se cubrió con un manto, el que ya tenía dispuesto, y se dirigió a "su" sitio. En el bosque se había destinado un paraje en donde estaba todo arreglado. Muy pronto, la pintura sacra facial adornaría la delicada piel de su rostro y, sin risas ni duelos, más bien con un rictus circunspecto, iría colocándose su nueva ropa, la que ella misma había confeccionado con las pieles blandas y resistentes de tiernos mamíferos muertos en el combate del parto. En la cinta que rodeó su frente reconstruyó su último sueño en la frase "sed en ti: yermo, no me es posible". De esta manera, iniciaría muy pronto el mejor de todos sus viajes, el más pleno y audaz. Su principal guía espiritual ya le había asignado su nuevo nombre: Waxik Laiu, La que deja de ser Sedentaria del Camino Yermo.

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Curandero Uhcuetzi Atlalcuícatl tenía la virtud de capturar toda una eternidad en la palma de su mano. Conocía las virtudes y sabias bendiciones que ofrecen las mezclas correctas de la herbolaria ancestral. La materia prima de sus pociones no la adquiría en los tianguis o mercados, sino directamente, en la Madre Tierra. Cada cierto tiempo iba a la campiña para hacerse de provisiones Sabía distinguir perfectamente entre la chicalota y el diente de león, por su tono verde cenizo y el mayor tamaño de las hojas. Extraía con facilidad los líquidos de ingerir y/o de untar de plantas y árboles. Cuando requería ingesta proteínica, comía el fruto del nogal, tal vez el del almendro. La sanación que concentraba en sus manos, mediante el pequeño incensario o sahumador, provenía de una maravillosa fuente de arcilla a la que acudía con frecuencia. Era una especie de ojo de agua que se encontraba en lo alto de la floresta; en ese lugar el sol irradiaba de manera precisa, de tal forma que la arena fácilmente podía transformarse en el barro divino, el que describen las crónicas de los antiguos. Uhcuetzi Atlalcuícatl creaba recipientes cerámicos exquisitos; cada nuevo diseño superaba al anterior. Y es que el agua de la fuente también fluía con mayor armonía. Los versados poetas (los que su voz es resguardada en lo más recóndito del saber y de la más pura transmisión oral) cuentan que Iluíkatl Cíhuatl, La que va hacia el Cielo, también llamada Waxik Laiu, La que deja de ser Sedentaria del Camino Yermo, habitó estos parajes en los tiempos del vacío, cuando el maíz estaba en ciernes. El curandero Atlalcuícatl sostiene que, gracias a la conjunción de agua, sol y arena, la creación de las vasijas genera la vida y por ende la vigencia del lenguaje. Está convencido de que Waxik Laiu habita en la fuente de la arcilla, y que han permanecido juntos a lo largo de muchos grupos de haab tunes (*), por encima de temores, en la cura y sanación, es decir: en la construcción más clara del amor.

(*) 13 años

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Ehecaquiahuitl tlamazteocaltoni —instante de temor— El tepatiqui o curandero ha subido en cuclillas mediante un movimiento firme, el mismo que realiza durante toda ceremonia. El altar pétreo tiene su base ritual a la altura de los hombros de Uhcuetzi Atlalcuícatl. Su elasticidad corpórea, producto de alimentos resinosos y con alto contenido en fibra, le permite alcanzar la piedra sacra de un solo salto en el que, prácticamente sin rozar el objeto frontal, se encarama con una agilidad asombrosa. La posición original del doblez de sus piernas mantiene las rodillas a una corta distancia del piso. Ésta disminuye casi a cero una vez que decide impulsarse, precisamente al soportar, en un instante, la masa de su cuerpo con las yemas de los dedos. El vuelo siempre posee propiedades místicas al invocar el aprendizaje de los antiguos. Así, al terminar su ascenso y desplantarse en la altiplanicie, debe establecer la permanente interrelación entre alma y masa, en la eterna búsqueda de la nivelación cosmogónica. Sólo que esta vez, al intentar situarse en el lugar armónico de la estabilidad y el equilibrio, percibió por un instante, no de cursilería, sino de temor, la posibilidad real de la no permanencia; entonces apareció, aparentemente de la nada, la mano de Cihuami Eccanopalli o La de los Muchos Nombres, y la tomó firmemente, de tal suerte que ambos pudieron mantener su postura y posición. Después de 2 haab tunes (*), ha iniciado ahora el proceso de sanación más difícil de todos: el de la cura propia.

(*) 2 haab tunes = 26 años.

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Puente Los que se conocen y re conocen, por medio de audiciones y grafías que realizan en su percepción introspectiva, se visitan una y otra vez, a fin de encontrar en la multiplicidad interpretativa, el todo ancestral que ofreció en sus orígenes el dador de la vida. Así, se saben instrumentos perennes en el fino trayecto de la tan requerida iluminación. El paso inminente, establecido desde el principio mismo de la creación, se da a través de un puente o centlaxitl relativamente estrecho, en el que se detecta la más mínima variación en cuanto a la irradiación brillante. Solamente quien conoce la lengua de los sabios es capaz de emprender estos 'cruces'. Y es que encontrar la justa y sensible diferencia que separa el apitzmiqui o frío del icnoyohua o calor, no es tarea simple en el camino. Waxik Laiu, La que deja de ser Sedentaria del Camino Yermo, habitó la Fuente de Arcilla por un sacro período último y previo al advenimiento del “fuego nuevo”. Y he aquí que los cronistas (los que dominan el lenguaje culto) han coincidido en el hecho de que, esa vez que celebró la gran renovación de la vida, decidió atravesar el puente hacia la l u m i n o s i d a d . La crónica ancestral ha expuesto varias descripciones del hecho, siendo la más aceptada por sabios y prestidigitadores la de que la bella mujer tuvo una especie de traspiés que propició su precipitación del centlaxitl y que, previo a la caída inminente, de entre la bruma, apareció la mano extendida de el Hombre. En este punto no hay duda, ya que todas las versiones coinciden que fue el salvador-sanador Uhcuetzi Atlalcuícatl, el tepatiqui o curandero del altar, quien tomó firmemente la mano de Waxik Laiu, de tal suerte que ambos pudieron mantener su postura y posición. Los ancestros saben, y así lo han hecho divulgar, que este acto selló, a manera de liturgia, la real unióncomunión de la pareja mítica a través de sus futuras travesías terrenas.

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Xochimichin —rito de la salivación— La pareja debe introducirse desnuda al temazcal. Previamente y con el objeto de mantener sus cuerpos con una dulce y melosa hidratación, ambos habrían degustado exclusivamente alimentos frutales. A cada uno de ellos se le asigna un balde de agua floral o xochiatl, con el objeto de coadyuvar en la rehidratación chipahua. La temperatura del recinto produce en un corto tiempo el dulce sudor. Es el inicio del ritual. Los poros de los que están en comunión se encuentran en esa apertura descrita por la palabra ancestral, en la que la predisposición recipiente es una con la otorgante. Estos instantes generan una de las sensaciones más intensas que haya experimentado jamás el ser humano, incluso muy por encima del erotismo. Con movimientos casi nebulosos, que responden al trance terrenal que se produce, así como con el porte de una gran serenidad, cada uno de los cuerpos impregna en el común sus exquisitos sudores. Las posiciones de los que están en comunión varían de vez en vez, de tal suerte que la mayor de las áreas exógenas son untadas una y otra vez, expeliendo y recibiendo el neitonaliztli o sudor dulce. Sólo quienes han asistido a estos impresionantes sucesos podrán comprender su espiritualidad, a la par del paso más allá de la amolayotl o sexualidad simple, por lo que, debido a la carga híper sensual de los hechos, se cuenta que no ha habido cronista alguno que resista la transmisión de estos pasajes sin pausa alguna. Aunque no se ha comprobado, algunos relatores establecen un lapso de reposo en el que, por cierto, se da la primera rehidratación chipahua. Ambos comunes utilizan unas jícaras que introducen en los baldes e ingieren hasta en tres ocasiones el xochiatl. Cuando las gotas del cuerpo pudieran estar a punto de ser acachauhtli o pegajosas, inicia la salivación, propiamente dicha. Uno de los comunes unta la saliva xochimichin con su lengua comenzando por la frente de su par, en un lento recorrido que termina en los dedos de los pies; la descripción es simple, pero baste decir que éste es uno de los acontecimientos más sublimes, en la amplia significancia del concepto, el cual ocurre desde los tiempos remotos del maíz silvestre o teosintle. La real conjunción de sudor y saliva es uno de esos regalos terrenos que genera el acercamiento más fidedigno al legendario paraíso o Tlalocan teotihuacano. No se ha sabido aún, ni en los más altos dignatarios, que en un sólo acto se produzca el hecho dual, esto es, que el ente que fungió como recipiente de los magnos fluidos tenga la real capacidad de revertir el unto ritual (ni siquiera en un período menor a las cinco lunas), debido al enorme despliegue energético que se requiere. Los que están en comunión utilizan el agua o atl restante de los baldes para verterla sobre sus cuerpos, con lo que se da por finalizado esta ceremonia maravillosa.

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Nechicalli —Encuentro en las cercanías de Teotihuacán— —Encuéntrense— había dicho la representante del Dador de la Vida al grupo de tlahcuilos, a saber, pintores y escritores que tratarían de compartir los cuicatl, es decir, sus poemas o cantos, así como las composiciones pictóricas ejecutadas, como es sabido, en el tradicional y socorrido papel del árbol del amate. El sitio designado estaba en las cercanías a la ya abandonada ciudad de Teotihuacán. La mayoría de los emisarios pertenecían al área mesoamericana, desde la región purépecha y chichimeca, hasta la zona tlaxcalteca, huaxteca y totonaca. Hubo olmecas-xicalancas, así como descendientes directos de mayas, zapotecas y tepoztecas, los que a su vez, como es sabido, provienen de olmecas-históricos y toltecas. Honraron el acontecimiento dos prolíficos creadores originarios de lejanas tierras, uno de la región más meridional de las zonas sureñas y, el otro, de los países que se encuentran al través de los mares, más al oriente de los insulares dominios de taínos, siboneyes y caribes. Durante la primera jornada se estableció el acercamiento sociocultural, planeado previamente por la representación tarasca junto con la correspondiente cholulteca. El evento entonces tuvo en sus orígenes características purépechas, mayas y chicalancas. Inició con la visita a la casa de una fiel representante de los tlahcuilos de la histórica región. Después se hizo un recorrido por uno de los barrios más antiguos y pintorescos del asentamiento, para finalizar con una velada musical de intérpretes autóctonos de la región tapatía. Al otro día, muy tempranito se revitalizó la gloria de Teotihuacán. Los participantes acudieron a la ciudad abandonada y realizaron un recuento de diversas hazañas ocurridas en la zona mesoamericana. Parecía que el sitio cobraba vida mediante los relatos que allí se vertieron, siempre impregnados del halo poético heredado del príncipe de Texcoco, el gran Señor Neza-hualcóyotl. Una especie de vaivén líquido llevó al grupo a una exposición pictórica y poética que sirvió de marco para ir finalizando el encuentro, no sin antes establecer una conexión, como una especie de trance mágico telepático, entre los participantes ahora 'reales' y la representante 'virtual' del Dador de la Vida, desde lejanas tierras mapuches. Cada uno de los asistentes al Nechicalli iniciaron el retorno a sus lugares de origen, los más, con el cúmulo de vivencias que otorga la satisfacción del vínculo afectivo y el estrechamiento de los lazos cuasi filiales, mismos que da la calidez humana.

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Ohtli, —el camino— He aquí que el buen manejo de la arcilla produjo el arte de la cerámica. En principio alfarería del claro color de la tierra; pero en la inmediatez, la diversidad creativa estableció una de las más bellas características humanas: la decoración. Entonces surge una pregunta: ¿Las primeras vasijas con estas características 'especiales' fueron originadas por la 'posesión' de las cosas o se debieron al concepto estético de la apreciación de lo bello? Tzopnecuhtli Yelciciyotcatl, La de los Pechos Dulce Miel, era una hermosa artesana de las Tierras Bajas, lugar en donde se encontraba excelente materia prima para la confección de figurillas de barro. No solamente modelaba cántaros y recipientes de los llamados de uso y utilería, sino que confeccionaba otro tipo de objetos, algunos de carácter ritual y, los más, de observancia y contemplación. Aunque estos últimos, de alguna manera interactuaban con las ceremonias del palacete del templo. Su cabeza era invadida por ideas varias que tenía necesidad de plasmar plásticamente, mismas de las que en ocasiones no encontraba referencias visuales concretas. Con la dulzura de su piel, impregnada por descendientes directos del Dador de la Vida, proporcionaba belleza en los ambientes, así como una extraña sabiduría en lo que tocaba. Amaba la arcilla por encima de todas las cosas, inclusive de las estrellas. Una de las figuras recurrentes, que aparecía en sus diseños de diversas formas, era una especie de oruga, a veces a manera de mil pies, evocando al primer poblador móvil ancestral de los parajes terrestres. Sin embargo, la creadora estaba 'incompleta' en su quehacer, debido a la ausencia de colores definidos. Ya estaba 'lista' para traspasar uno de los umbrales más exquisitos de la antigüedad. Cuentan los más sabios ancianos, los que han recogido la llamada 'verdad' de la comarca, que dentro del pecho de esta joven cihuatepalcatécatl o alfarera, habitaba 'su' versión masculina o tepalcatécatl, el que tenía el comportamiento de indicar los caminos directos. Es por eso que cuando la incansable mujer decidió imbuirse en la ruta mágica de los inasequibles designios para el común de los mortales, una vez más, La de los Pechos Dulce Miel se transformó en la ya legendaria Waxik Laiu, La que deja de ser Sedentaria del Camino Yermo, y emprendió la búsqueda, ya no solamente de la tan preciada arcilla real de 'colores' de las regiones septentrionales, sino la del ente masculino (que ella sabía que existía externamente) en su recorrido eterno hacia el encuentro vital de lo más cercano a la perfección estética.

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El-ich Metztli Antes del nacimiento de los astros, cuando la noche se envolvía sólo en tinieblas y oscuranas, la bella El -ich Metztli habló con el dador de la vida acerca de una reencarnación inmediata y necesaria. La rueda natural no tenía prevista que esta acción recayera en forma humana factible, por lo que se encontró con tres posibilidades: águila, jaguar o mariposa. Señor—dijo la princesa— son muy tentadoras las ofertas; me siento honrada con cada una de ellas. En verdad la elección no es sencilla. Y es que esos entes han sido venerados por todos los viejos y antiguos, en cuanto canto haya conocido, a saber: el águila o cuauhtli y el jaguar u ocēlōtl, representantes de los combatientes floridos. Y la papálotl, fiel reencarnante de los guerreros caídos. Optó entonces por ser mariposa, para así poder estar cerca de las plantas. Su aroma floral de alguna manera la delataba como habitante celestial. Se incorporó a una enorme familia que emigraba a las tierras purépechas. Tenía muy claro el lugar geográfico adonde habría de ir para encontrarse con Ua-metl, el hombre. Y una vez que lo halló, se sabe que todas las noches se personificaba en mujer y disfrutaba, a su entender, de la mejor compañía terrena. Hablaban su vida en un lenguaje que sólo le pertenecía al par. Por la mañana, volaba largamente con el objeto de conocer los parajes posibles en donde podría asentarse algún día. Conoció en verdad lugares hermosos.

Cuando comprendió que era el momento de partir y retornar al Metztli, invitó a su compañero; pero él no pudo aceptar. Ua-metl guiaba a tres distintas manadas por las intrincadas tierras altas; todas eran de extracción lanar, y debía llevarlas a pastizales aún más septentrionales. Cada uno, sin embargo, se sintió abandonado por el par. El hombre lloró y se dijo: "le di lo mejor que pude, nunca dolor". El-ich Metztli, entonces, solicitó un lugar en el que pudiera permanecer eternamente con su hombre. El paradero de la diosa fue el cielo cercano. Dicen los que saben, que antes de partir, vertió solamente una lágrima. De esta manera fue como nació la Luna.

El dador de la vida entonces, irradió la noche con infinidad de puntos estelares. Los antiguos se percataron del nuevo brillo que el horizonte nocturno había adquirido. Los tlahcuilos, es decir, los pintores y poetas, se originaron junto con ese imponente acto sacro. El amor ha logrado que la diosa ronde los pastizales incluso en horas o partes matutinas.

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El soñador La joven pareja sufrió una cruel intromisión. Tenía varias semanas que la traición merodeaba en los alrededores, muy cerca de la aldea. Un antiguo regidor, de forma artera y vil, asestó un duro golpe a la Ñuke Mapu o Madre Tierra. El individuo, quien gracias a sus glorias pasadas gozaba de un cierto prestigio comunal, había impuesto el que se le llamara ridículamente, letras más letras menos: "el heredero". Uno de los jóvenes inútilmente trató de persuadirlo para que se desistiera de sus acciones, pero la crueldad del personaje quedó de manifiesto en un comunicado absurdo (como su mote), mismo que afectó a los pu peñi ka pu lamgen. Al paso del tiempo, una fuerza desconocida hasta entonces, trató de volver a reunir a los jóvenes, pero todo parecía indicar que Madre Tierra en verdad estaba ligada al regidor. En realidad existía un antiguo pacto que ella nunca pudo romper (la verdad es que la bella doncella en realidad jamás lo quiso deshacer). Ij Nahui, el ente masculino de esta historia, quien por cierto provenía de lejanas tierras septentrionales, trataba afanosamente de ganar el amor de Ñuke Mapu, con el único medio de que disponía: una pequeña flauta de carrizo con la que interpretaba los temas musicales que él sabía que le agradaban a su amada. El joven nunca tuvo duda, a Ñuke Mapu siempre la consideró "suya", pero no en el sentido de la posesión, sino en el de la pertenencia sublime. He aquí que volvieron a reunirse debido a la desobediencia mutua a los altos consejeros respectivos, con lo que, por lo menos él, pensó que podrían reconstruir las maravillas oníricas evocadas en los inicios de "su" historia.

Siempre fue un soñador; parece ser que así le convenía, como una forma de armadura o coraza ideológica. De tal suerte que, cuando la cosa no iba, retomaba el camino tangible, con un aparente estoicismo. La verdadera historia del joven Nahui en realidad no se ha terminado de escribir; la última vez se le vio un poco más al norte, en otro más de sus intentos por labrar "su" propio destino.

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Parte 2 Transiciรณn

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Canto del cenzontle Se le atribuyen más de trescientas voces: según la capacidad auditiva del escucha. Ensoñaciones y entonaciones incansables, las mismas que se encuentran al terminar el día. Y vuelta al inicio en el siguiente, conformando el trayecto interminable. Y ese desborde temático, ya sea en melodías como en compañías, no hace otra cosa sino llevar al ave a alturas cósmicas, de las que el retorno en picada solitaria es inminente. El pájaro cenzontle tiende a crearse espejismos y, en su observancia ficticia, vuela hacia arboledas vacías; pero cada vez, sus inventos visuales evolucionan y avanza una cabeza. Nada ni nadie se lo impide. Como toda ave septentrional, para escapar del frío, su vuelo tiene un solo destino: flora y fauna atestiguan su capacidad instintiva de percibir la luz, la cual recibe en su cresta dignamente, con la entrega cuasi perfecta del darse en pertenencia, porque lo absoluto como tal, no existe. La totalidad del amor al canto acerca y recibe, sin más, la rebeldía dispuesta encontrada.

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Aguacero Había un golpeteo rítmico en la arcilla. Por más que pretendía horadar el barro, éste ofreció su ancestral y eterna resistencia. El agua, pues, rebotó al saber perdida esa batalla y se dispuso a buscar otro ser para erosionar. El rito de la tierra se integró con el del cielo. En esa ocasión, las nubes no gritaron; cedieron el ámbito sonoro a su creación predilecta: el agua. Sabia fue la elección que permitía gozos auditivos y visuales extremos. La vegetación generó un discurso verde y húmedo en una redundancia aparente: fundió el azul celeste con el cromo dorado de la tierra y entonces, se obtuvo la marcada tonalidad de la frescura; por lo que respecta a la presencia líquida, fue el rocío el que "habló" quedito, encima de esta hoja... y de aquella. El idioma bucólico había generado esa rara armonía que se escucha como clavecín hueco en una bóveda o cámara de paredes pétreas. Gotas y chorros incansables formaron charcos-espejos temblorosos, en los que el baile genuino de los reflejos brindaba reiteradas formas, las que hacían su aparición en lapsos bien definidos y con variantes prácticamente imperceptibles. Hubo momentos en los que el viento intervenía de manera lúdica: la "cortina" acuífera hacía las veces de enorme arpa clásica y la masa móvil de aire parecía responder a la virtual intervención manual, permitiendo el vibrado uniforme de las cuerdas de agua, a manera de cascada u ola sonora-visual. Experiencia hermosa que ofrece la naturaleza cada cierto tiempo en los parajes más insospechados del entorno. Vida propia de clima y flora que muestran al género animal su magnificencia desde los orígenes mismos. Cuando escampa, el inconfundible aroma de campo mojado conduce indefectiblemente a lugares, remotos o cercanos, pero siempre impregnados de belleza rozagante. La bondad y la esperanza apremian entonces, como ahora.

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Reyes Magos en América Estos monarcas resultaron ser unos verdaderos magos. Sus reinos se situaban en los lugares más inhóspitos e intrincados que mortal alguno fuera capaz de habitar. Uno gobernaba en una zona repleta de pantanos engañosos; sólo los experimentados prestidigitadores, con sus habilidades y artimañas sabían guiar a los pobladores por entre esas sendas fangosas. Con el tiempo, inventaron la ganancia de la tierra mediante un sistema de "tierra flotante" denominado chinampa. Otro Señor reinaba en las alturas, muy cerca de las nubes. Allí se generó toda una forma de vida entre agrícola y ceremoniosa, con un panteón muy rico en cuanto a sus deidades. El maravilloso labrado de la piedra permitió la construcción de muros casi perfectos, en los que el junteo de las piezas logró ensambles de una precisión asombrosa, sin necesidad de argamasa o mortero alguno. El tercer reino se situaba en una pequeña isla a la que acudían habitantes de todos los poblados cercanos con el fin de acompañar a los muertos a su última morada. Allí había un taller artesanal que fabricaba un enorme número de pequeñas figurillas de barro que representaban a toda esa sociedad conformante del reino, desde los más altos dignatarios hasta los pequeños señores que ocupaban su lugar como fieles representantes de un noble oficio. Dichas estatuillas formaban parte de las ofrendas mortuorias. Ahora bien, ¿por qué se convirtieron en magos? En primer lugar, no compartieron ni territorio ni cronología, pues entre cada uno de ellos hubo cientos y hasta miles de kilómetros de distancia y en cuanto a las diferencias en el tiempo, se encontraron éstas, entre uno y otro, desde dos y hasta diez siglos. Entonces, lo mágico ya planteado se produce en la interacción de dichos reyes con dos sucesos trascendentes: el primero es el tiempo presente, pues el legado de estos monarcas ha sido posible gracias a la magnificencia de su labor reinante. El segundo ocurrió hace alrededor de cinco siglos, cuando el papa Julio II decretó, en 1512, a los nativos americanos como descendientes de Adán y Eva y por ende "creyentes" potenciales de Jesucristo. Así que los grandes dignatarios mayas reunidos en torno a la isla Jaina allá por los años 500 a 700 y los tlatoanis mexicas de entre 1370 y 1521, así como los reyes incas de 1438 a 1572, debieron haber sabido adorar a su manera a uno o muchos niños dios, independientemente de la abundancia de inciensos y metales preciosos.

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Parte 3 Narrativa virreinal

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Fraile Todo parece indicar que don Nuño de Güemes no tuvo mejor alternativa que la de ingresar a un convento, y optó por el de la orden de los dominicos; no lo hizo precisamente por vocación religiosa, sino por conveniencia personal. Pertenecía a una de las familias más pudientes de la Nueva España; y el hecho de convertirse en clérigo no le impedía el poder conservar muchos de los privilegios civiles adquiridos, por decirlo de algún modo. En el desigual sistema de castas, de características casi tribales, el formar parte del reducido grupo de criollos (esto es: hijos de españoles nacidos en el llamado Nuevo Mundo), sin duda acarreaba buenos dividendos en todo sentido, aunque para efectos específicos, sobre todo en el aspecto político, como se verá más adelante, se diferenciaba del 'peninsular' o 'chapetón', que era el nacido en Europa. La misma discriminación, si es que así se le puede considerar, sufrió Nuño por ser hijo 'segundón', es decir: no el primogénito, pues éste conservaba, mediante la herencia, todo el patrimonio de la familia. De esta manera, muchas órdenes religiosas mendicantes se vieron invadidas por una especie de monjes 'emergentes' que, en su infancia y juventud, habían gozado de un poder descomunal. Dichos personajes incumplían con frecuencia la estricta normatividad de la vida monástica de las misiones. Porque una cosa fue la legalidad irrestricta y otra, harto diferente, la realidad y los excesos clericales. Nuño de Güemes aspiraba a ser el director del colegio de Santo Domingo; sin embargo, debió asumir su investidura sacerdotal, y oficiaba misas lo mismo que confesaba a los creyentes. En esta actividad, conoció de las infidelidades de muchas mujeres 'decentes' en la sociedad virreinal, con las que en ocasiones ejerció su papel masculino, más que el de carácter divino. Incluso se sabe que hasta tuvo descendencia con una sobrina del vizconde de Letrán.

Su vía crucis comenzó cuando se atravesó en su camino un violento chapetón, don Rodrigo de Almansa y Acevedo, quien se decía proveniente de la mismísima corte de Felipe V. Las pretensiones académico–políticas del cura se vieron amenazadas, debido a una ley que provenía directamente de la metrópoli. Los cargos de relevancia, los cuales tenían una vigencia de tres años, recaían por lo general entre los mismos criollos; así que la corona impuso que el que ocupara dichos puestos fuera originario de la España peninsular, permitiendo a un oriundo de América intercalarse entre dos chapetones. Y el director saliente era criollo. El colegio de Santo Domingo, anexo a la misión del mismo nombre, contaba con uno de los latifundios más impresionantes, proveedor de esclavos y mano de obra calificada, no solamente para las labores agrícolas y ganaderas, sino también para los oficios imperantes.

Fray Nuño de Güemes, así conocido en el ámbito eclesiástico, era maestro en el noble arte de la imprenta. Estaba al mando de un buen número de esclavos —que él buenamente trataba como empleados— en el armado de las tipografías. Lo curioso es que la mayoría de los colaboradores, como la gran masa pobladora de la Nueva España, no sabían leer ni escribir. Poseía una de las bibliotecas de mayor riqueza y extensión de todo el Nuevo Mundo, y hay quien sostenía que, incluso, de todo el orbe. Su hijo mayor, Álvaro Núñez de Letrán, era quien dirigía las selecciones de los tipos. Debido a su carácter sacramental, la iglesia le impedía al padre Güemes el reconocer oficialmente a sus "herederos" consanguíneos, por lo que "acordaron" la asignación de esas delicadas labores literarias al joven Núñez. Pero de todos era sabida la relación filial entre ellos. Lo mismo que la de doña Clementina, hermana menor de Álvaro. Esta última ocupaba una cartera importante, si es que así se le podía llamar, en la hacienda de San Ni59


colás Obispo, en el ramo textil.

Obviamente, dependiente de la propia misión de Santo Domingo. Don Rodrigo, el aspirante peninsular a la dirección del colegio, en realidad pretendía la rectoría de la catedral metropolitana; como él era maestro, había adquirido ciertas habilidades en cuanto a la preparación de los católicos para interpretar la Biblia; enseñaba dialéctica, física, matemáticas, geometría y astronomía. Practicaba las cátedras agustinianas, que de alguna manera eran decadentes, en contraposición a Güemes, quien simpatizaba con los preceptos aristotélicos de Santo Tomás de Aquino. Don Rodrigo, fiel a la postura intransigente de la corona, manejaba un despotismo natural hacia todo lo que no fuera originario de la metrópoli. Investigó la vida privada de fray Nuño, sin saber que de todo lo que iba "descubriendo" estaban perfectamente enterados, no solamente la corte virreinal, sino el mismísimo Vaticano. Uno de sus errores mayúsculos fue el suponer que esas faltas "graves" podrían haber conducido al cura Güemes a ser enjuiciado por la Santa Inquisición. Y es que los castigos ejemplares de tan singular tribunal estaban destinados a personas de rangos inferiores. Don Rodrigo continuó con sus deseos curriculares, y arremetió en sus ataques a don Nuño, sobre todo cuando se enteró de la anunciada abdicación del rey a favor del primogénito, Luis I, quien, por ser menor de edad, tuvo que disponer de un gabinete de asesores, entre los que se encontraba alguien muy cercano a él. Debido a la distancia, mar de por medio, las noticias demoraban en llegar al Nuevo Mundo, por lo que aproximadamente un mes después de la coronación, todo estuvo listo para que se llevara a cabo la sucesión en el colegio de Santo Domingo, misma que se ejecutó sin contratiempos por el inminente poder que en efecto ejercía el influyente chapetón de Almanza y Acevedo. Y pasados cinco meses, ya era el candidato único a la rectoría catedralicia, nombramiento que, como ya se había anotado, era su auténtica pretensión. La verdad es que su presencia no era tan bien aceptada en la corte virreinal, pero su relación tan cercana al gobierno de la metrópoli, obligaba a priores, nuncios, arzobispos y personal académico, a apoyar su promoción. Mientras tanto, el cura Güemes continuaba con la coordinación de las labores editoriales de la misión, al tiempo que le rendía pleitesía al antipático director, con el objeto de sucederlo en cuanto se trasladara a la catedral. Incluso accedió a acompañarlo a Europa –y es que no podía negarse–, con el objeto de vivenciar la desmedida prepotencia del arribista. Fueron días difíciles para el fraile, pero de ésos que forjan los caracteres que tienden a la trascendencia. Aprovechó, sin embargo, para recabar material bibliográfico para el acervo de la misión. Una noche que salió a tomar un buen vino en una taberna, accidentalmente se enteró del pasado turbio del ahora director del colegio dominico. Consumo y tráfico de drogas, así como visitas a casas de mala nota, fueron sus credenciales durante unos cinco años de viajes trasatlánticos constantes. Incluso se vio involucrado en el asesinato de un grupo de prostitutas francesas, noticia que había conmocionado a la sociedad civil, y por la que fueron ejecutados varios personajes de relevancia menor. Obviamente que su cercanía a la corona lo exoneraba de cualquier acusación en su contra. Además, como ya se comentó, es sabido que casi ningún clérigo recibía los castigos ejemplares de la santa inquisición. Terminado el viaje y ya de regreso en la Nueva España, la historia les tenía destinados a estos singulares personajes giros insospechados en sus futuros inmediatos.

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Los acontecimientos de la península se suscitaron vertiginosamente.

Luis I falleció. Apenas y reinó medio año. La versión oficial fue "muerte por viruela". Con el replanteo de su padre, por exponerlo de manera simple (pues se dice que antes abdicó porque aspiraba a la corona de Francia), y los intereses filiales de su madrastra, resulta difícil aceptar esa conclusión. Pero al que sin duda le afectó lo sucedido, fue a don Rodrigo, ya que, sin el real apoyo real en la madre patria, se quedó como huérfano, valga la expresión. Y es que Felipe V volvió al trono para un segundo mandato; pero fueron tantos los excesos de la camarilla de su hijo, que optó por borrarlos literalmente del mapa, aunque algunos le hubieran servido en el pasado. Así que, después de que fue destituido, parece que de Almanza se dedicó de lleno al transporte del hongo denominado 'pajarito', pues era de los pocos ilustrados que sabía cómo envolver la materia prima para sobrevivir a las travesías y sin perder sus propiedades alucinógenas. Para su conservación no usaba especias, sino hojas soasadas de la mata de plátano impregnadas con una resina que él mismo preparaba. Dicen que los corsarios de la época no buscaban galeones cargados del oro y la plata que iba de América a la metrópoli peninsular, sino que se disputaban los que, en la misma ruta, llevaban "los pajaritos de Almanza". Fray Güemes, por su parte, logró su crecimiento nobiliario, a pesar de haber sido un segundón, y pudo colocar a su primogénito en una de las familias de mayor renombre en la Nueva España. El fraile murió con un título nobiliario otorgado por el virrey Agustín de Ahumada y Villalón Marqués de las Amarillas, que consiguió la firma del monarca Fernando VI, quien fue, por cierto, uno de los pocos reyes segundones en la historia de la realeza.

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Doña Inés Doña Inés de Branciforte Marquesa de Mancera, gustaba de una de las actividades femeninas más denigrantes de la Nueva España: el juego de naipes. Las damas podían acompañar a los hombres a las jugadas, pero el hecho de que participaran en las mismas, provocaba un escándalo sin par. Felipe III, más biznieto de Felipe el Hermoso que tataranieto de los Reyes Católicos, había heredado de estos últimos una fe ciega en las cuestiones de índole religioso. Y ese ambiente, sacro en extremo en la península ibérica, llegaba al Nuevo Mundo con los matices propios de la lejanía y las reinterpretaciones producidas por la mezcla cultural. Aunque los nativos de las tierras amerindias casi fueron aniquilados en su totalidad, las imponentes reliquias pétreas acusaban la grandeza de los antepasados autóctonos. Asimismo, las castas reflejaban la presencia, en mayor o menor medida, de costumbres y tradiciones bastante alejadas de los planteamientos de la metrópoli. Doña Inés, desde pequeña, había dispuesto para sí de un ejército de esclavos y damas de compañía, de quienes aprendió infinidad de artes y oficios, así como ciertas actividades que se consideraban de carácter estrictamente masculino. Sabía barajar los naipes perfectamente y era avezada, atrevida y mandona, pero muy en el fondo, portaba una ternura inusual en las mujeres de la época. Su comportamiento social era intachable; no así el clandestino, a los ojos de otras visitadoras a los recintos secretos, en donde, aparte de las apuestas, corría el pulque (*), considerado por la nobleza como un elíxir del demonio.

Y no les faltaba razón, ya que, por ejemplo, alguna dama encopetada, bajo los influjos de algún curado (**) de alfalfa o de apio, apostó varias veces “su resto”, a sabiendas de que éste no era otro más que su delicado cuerpo, y el que, por esos actos descabellados, fue tomado, o por otra infiel cortesana o por algún sirviente de la casa de la ganadora. Aunque Doña Inés no era propiamente quien organizaba las tertulias en donde se involucraban los juegos de azar, empezó siendo envidiada en la corte del Conde de Monterrey, y se extendió hasta la del Marqués de Guadalcázar, virreyes en turno en la Nueva España, por causas más bien de carácter político, como se tratará más adelante. Mientras la corona ibérica mantenía hostilidades con Inglaterra y los Países Bajos, a las reuniones clandestinas acudían aparentes "enemigos" del virreinato, por ejemplo, Margarita la Holandesa Viuda de Aragonés, así como un mestizo de singular ascendencia: Don Jorge el Inglés, hijo de española peninsular y de un navegante, cuya nacionalidad era entre irlandesa y escandinava. A pesar de ser hombre, no fue aceptado en el circuito "oficial" durante todo el tiempo que persistió el conflicto bélico de principios del siglo XVII. Su fortaleza corporal propiciaba el que muchas damas perdieran "su resto" con este apuesto caballero. Los sirvientes a los que se les permitía asistir a las reuniones, no podían tener más de tres generaciones en su ascendencia sin que apareciera, por lo menos, un criollo en dicho árbol genealógico. Los esclavos, en cambio, mientras fueran del más bajo estrato eran "bien recibidos"; y todo en función de las castas novohispanas, las que operaban mediante la observancia directa de cuerpo, rostro y semblante. Y no era difícil identificar a los miembros de las bajas estructuras de poder: por su posición encorvada y, sobre todo, por su lenguaje mestizo. Mientras más modismos indígenas, más cerca se encontraba de éstos. Con la inminente secreción de semejante congregación, se daban varias acciones prohibidas, como el canto de voces sopranos interpretadas por mujeres, pues dichas tesituras por lo general, en los eventos públicos, eran realizadas por niños o por los peculiares castratos o castratis. Aunque suene extraño, era curioso ver a las representantes femeninas vestidas precisamente de damas. Las monedas que Doña Inés cargaba eran Carlos y Juana en vez de las modernas macuquinas (***), por dos razones fundamentales: la primera, la forma circular casi perfecta de las mismas y, la segunda 62


(y tal vez más importante), su defensa irrestricta y a ultranza de la "cordura" de Juana I.

—¿A quién le interesa reivindicar a La Loca?— escuchaba con frecuencia. —A mí— respondía con provocación, a sabiendas de que se iniciaría algún debate interesante. —Los bien recordados Reyes Católicos contribuyeron en gran medida —decía—a todas las intrigas que se suscitaron en torno a su hija. "A quién, si no a ellos, podría habérseles ocurrido nombrar a un descendiente con el nombre de la "hija negada" de Enrique IV, la que, como de todos es sabido, se retiró al convento de Santa Clara de Coimbra los últimos cincuenta años de su vida, titulándose Reina de Castilla. Enfatizaba irónicamente el "todos" precisamente porque nadie estaba interesado en el pasado histórico, ni de las nuevas tierras ni de la metrópoli. —Pocos saben— continuaba, y esto en verdad era cierto— que Juana I visitaba a su prima hermana, la "desheredada Beltraneja", de 1516 y hasta la muerte de esta última en 1530. De lo que la gente sí estaba enterada era de que Isabel, después llamada la Católica, había sido elegida por su hermano, en los Toros de Guisando, cuando el trono le correspondía a su propia hija, de la que "se aceptó" que no era de él, sino de Beltrán de la Cueva (de ahí lo de Beltraneja). Y lo que pocos, muy pocos conocieron, fue acerca de la "cámara real conventual" que se manejaba en Santa Clara, en donde las dos reinas despojadas desahogaron las terribles negociaciones que sus padres aceptaron. Como ya se comentó, las reuniones en la clandestinidad propiciaban otro tipo de actividades secretas, como los amasiatos con mancebos de baja ralea e incluso las relaciones lésbicas, pero sobre todo: las disertaciones de índole político y literario, eventos todos éstos en donde las mujeres prácticamente no tenían acceso en la vida pública. Doña Inés descendía directamente de la nobleza napolitana; su origen de Branciforte así lo manifestaba, y su título castellano siempre le dio autoridad para poder debatir las historias que la realeza había creado, desde los turbios inicios de la Casa de Trastámara hasta sus acuerdos acomodaticios con los Habsburgo. Aunque el marquesado de Mancera fue creado hasta 1623, ella portaba el título desde principios del siglo a pesar de que el marqués de Lerma, elevado a la condición de duque por el propio Felipe III, nunca firmó la designación real, precisamente porque ella le negó el favor sexual al valido o favorito privado de la corona, lo que motivó su exilio cuasi voluntario de la metrópoli hacia las ricas y prometedoras tierras americanas. Emulaba en el Nuevo Mundo las cámaras del convento de Santa Clara; así, el resultado de esas partidas secretas eran escenas equivalentes a lupanares o casas de cita en extremo elegantes, en donde Doña Inés jugaba uno de los papeles más relevantes; se insiste en destacar que, aparte de los placeres meramente mundanos, también se daban apasionados debates de alta factura intelectual. No será éste el espacio en donde se expongan las correrías, no solamente de Doña Inés y las otras damas concurrentes con los demás visitantes 'menores' (de ambos sexos) a las tertulias. Habrá de anotarse, eso sí, que en varias ocasiones la dama departió, se sabe que en los aspectos puramente literarios, con la abuela de Isabel Ramírez de Santillana (madre de Sor Juana Inés, quien nacería varios años después, en 1648).

(*) Bebida espiritosa, blanca y espesa, extraída del maguey de manera autóctona.

(**) Preparado de pulque con la mezcla de algún fruto o yerba. Hasta la fecha, esta bebida se ingiere en la domesticidad por amplios sectores femeninos. No así en el ámbito público. (***) Carlos y Juana: primera moneda acuñada en América entre 1536 y 1572. Macaco, macuca o macuquina, se aplica a la moneda de oro o plata cortada (de aquí que también se conozca como "cortada"), fabricada de 1575 a 1773.

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Acerca del autor

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Ignacio González Tejeda es arquitecto, catedrático universitario y escritor, activo en todas estas disciplinas. Ha diseñado y construido principalmente edificios habitacionales, hospitalarios, educativos y comerciales. Imparte materias del área tecnológica (física y matemáticas aplicadas) así como asesorías, desde los cursos básicos hasta su participación en jurados para la obtención del título universitario de la Carrera de Arquitecto. En este ámbito ha sido reconocido en varias instituciones educativas con premios y nombramientos en torno a sus aportaciones didácticas y de investigación. En la red se puede constatar que ha sido entrevistado alrededor de media docena de ocasiones en diversos medios cibernéticos. En los ámbitos, tanto nacional de su oriundo México como internacional, en Centroamérica y el Caribe, ha impartido seminarios y conferencias sobre temas inherentes a la enseñanza, el arte, la arquitectura, la semiótica y la normatividad. Ha realizado viajes de estudio y reconocimiento por Norte, Centroamérica y el Caribe, así como por las principales ciudades del Continente Europeo. Se ha desempeñado en diversos cargos dentro de la Administración pública de su país. Es autor de varios libros de texto que forman parte de la bibliografía vigente de las Carreras de arquitectura e ingeniería civil en varias universidades de habla hispana. Tiene publicaciones cibernéticas y en papel, principalmente en el género de narrativa y ha participado en más de una docena de antologías poéticas en España, Argentina, Chile y México. También participa regularmente en revistas técnicas. Principales publicaciones: “Arquitectura y Semiótica” "Análisis de Estructuras Arquitectónicas” "Guía, Proceso y Seguimiento de la Problemática Arquitectónica” “Relatos y reliquias” “La hormiguita Bere” (cuentos infantiles) Desde 2014 aparecen sus aportaciones literarias con frecuencia en la página digital Academia. Edu: https://unam.academia.edu/IgnacioGonz%C3%A1lez Actualmente la Universidad Nacional Autónoma de México tiene en prensa sus libros “Sistemas Estructurales Básicos" y “Guía práctica de bajada de cargas”.

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Parte 1 Narrativa mesoamericana Sangría ritual femenina en Yaxchilán Fin del sacbé sangriento e inicio del camino blanco La venenera maya Cetro K'awil y el origen de las mayordomías Renovación Transmisión del poder en Palenque (año 702) —cuento histórico— Sangría ritual conyugal en Yaxchilán Cosmogonía maya Las mariposas y los guerreros de Curicaueri La tumba de Pacal Investidura huasteca del Xipe—Tótec La fumadera —ceremonia en Hochob— Reliquias de filigrana Taínos —Caridad Cobriza Virginal— Chinampas -islas flotantes mexicaso Acamapichtli -primer tlatoanitenochcaDeformación craneana olmeca El flautista Kokopelli Nemontemi, uayeb o uayeyab El pregonero Inmortalidad Año 978 –historia postal– Conexión o continuidad del tiempo Ehécatl –el reciclo del viento y su reencuentro con la tierraRitual Nómada Curandero Ehecaquiahuitl tlamazteocaltoni –instante de temorPuente Xochimichin rito de la salivaciónNechicalli -Encuentro en las cercanías de TeotihuacánOhtli -el caminoEl-ich Metztli El soñador

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Parte 2 Transición Canto del cenzontle Aguacero Reyes Magos en América

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Parte 3 Narrativa virreinal Fraile Doña Inés

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Acerca del autor

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Índice

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Ars longa, vita brevis


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