Laberinto N°. 535

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Laberinto

David Toscana Futbol página 2 William Shakespeare Sonetos página 3 Santiago Gamboa Nostalgias página 9 Magali Tercero Visiones de la India página 12

N.o 535

sábado 14 de septiembre de 2013

Juan Rulfo: El Llano en llamas

Roberto García Bonilla Páginas 4 y 5 ESPECIAL

Dos textos sobre Hamlet y cuatro poemas Yves Bonnefoy Página 6

MILENIO


02 sábado 14 de septiembre de 2013

MILENIO

antesala Seamus EKO

EX LIBRIS

Futbol TOSCANADAS David Toscana dtoscana@gmail.com

A

unque siempre he criticado que el futbol tenga un rol tan importante en gran parte de los habitantes de este mundo, hay también cosas que podemos aprender de él. Por ejemplo: si alguien no da resultados, hay que retirarlo de su puesto. Al fin y al cabo, a nivel de cancha, el futbol es una meritocracia. Resultaría absurdo manejarlo como la política; que un obeso y desaliñado futbolista llanero con historial de autogoles y ponchar balones se candidateara para centro delantero de la selección nacional, y que, por simpático y gozar del apoyo de algunos sindicatos y televisoras, obtuviera el puesto. Más absurdo nos parecería si luego de que dicho centro delantero demostrara su incapacidad para dar pie con bola, hubiésemos de aceptar su alineación en cada partido de aquí a seis años. Vaya uno a saber por qué en la política esto parece razonable. Quizás habría que comenzar por cambiarle el nombre a los puestos. La palabra “presidente” lleva en sí tanto glamour que quien alcanza ese nivel ya se siente bien pagado por ostentar el nombrecito. O sea, la meta no es presidir, sino ser presidente. Como si el propósito no fuese anotar goles, sino ser centro delantero. Así, Peña Nieto debería tener el puesto de Administrador Nacional. Cualquier otro mote más digno se lo ganaría en base a una buena actuación. Pelé se volvió O Rei, no porque heredase una manutención estatal, sino porque llegó a ser el mejor. Del mismo modo, al centro delantero no le podemos llamar goleador hasta que anote una buena cantidad de goles.

Y dicho de paso, cualquier miembro de la realeza europea no debería ser rey o reina o príncipe o princesa o… Su verdadero título habría de ser Mantenido Hereditario. En los estados habría de elegirse a los Administradores Estatales, pues luego ocurre que se creen gobernadores y no servidores públicos. Entre los líderes sindicales, ni se diga, cualquier nombre que no sea Vividor de Cuotas sería un eufemismo. La Secretaría de Educación Pública debería titularse Secretaría de Asuntos Magisteriales. A la Suprema Corte de Justicia habría que llamarle Suprema Corte. Pienso en estas cosas porque escribo estas líneas desde Estambul. Por todas partes encuentro fotografías de Atatürk, no presentadas de manera oficialista, sino en las paredes de los cafés y otros comercios. Hay incontables viejos relojes detenidos a las 9:05, la hora en que murió el líder. Además, sabemos que Mustafa Kemal llegó a ganarse el nombre de Atatürk, que significa “padre de los turcos”, mediante una intensa mezcla de inteligencia y cojonerías. Pienso que me gustaría tener en México un Administrador Nacional que se ganara el mote de Presidente, no en las elecciones sino con sus acciones. Pero veo que hoy tenemos otro administrador que anda viendo qué vende, cómo recauda más lana y cómo burocratiza más la educación, o, volviendo al futbol, parece entrenador de equipo chico, nomás viendo qué hacer para conservar la chamba y que el equipo no descienda a la tercera división. Un entrenador que sabe poco del fair play y nunca nos hará jugar en la primera. L ESPECIAL

DE CULTO

Claudina Domingo caballitodetroya@hotmail.com ESPECIAL

Marie Bashkirtseff

Un oscuro cometa

L

os antiguos se equivocaron al representar al Amor como un chico. Es la mujer quien ama. Si pudiera tener una segunda yo, me gustaría ser esa otra para rendirle homenaje a la primera solo porque ella se rinde ante el Amor”, esta es la reflexión, de intrincado narcisismo, de una artista tan concentrada en su obra (en curso) como en su vida (en fuga) que describe también la tragedia de toda musa: tener prohibida la trascendencia. Marija Konstantinovna Bashkirtseva nació el 24 de noviembre de 1858 en Poltava, Ucrania, que abandonaría con su familia para trasladarse a Niza, donde descubriría sus aficiones artísticas. Ya al comenzar su proyección desde la música —con dominio del piano y el arpa y una voz mezzosoprano— el destino no manifestaba mucho interés en coronar sus intenciones. Así, su carrera de cantante tuvo su fin tras una laringitis. Poseedora de un carácter firme y dominante, a los 19 años convence a su familia de vender sus propiedades en Niza para trasladarse a París en busca de la gloria artística. Inclinada en la pintura hacia el naturalismo en sus etapas de aprendizaje, los trabajos que han perdurado de su apenas despuntante madurez artística son, en cambio, retratos de personajes urbanos. “El encuentro”, su trabajo más representativo, retrata la infancia lumpen parisina sin mistificaciones pero atenta a las dinámicas ulteriores a la pobreza: es el retrato de unos niños concentrados en torno a un objeto misterioso que uno de ellos sostiene mientras la pintora se enfrasca en sus precisas caracterizaciones. En sus Diarios y Cartas, entre el virtuosismo de su frivolidad, transcurre el drama cautivador de un personaje que antes que imaginarse como un individuo humano, recibía del espejo el reflejo de una heroína trágica. Dueña de una belleza resplandeciente así como de una aguda inteligencia y un talento artístico prometedor, resaltaba entre las mujeres de su época y de los salones europeos, por donde se paseaba

desdeñando condes, en parte porque no deseaba ver amenazada su carrera por las restricciones del matrimonio y en parte porque una mujer “superior” como ella solo podría deponer el amor a sí misma a favor del amor a otro si éste era un semidiós. María Bashkirtseff murió el 31 de octubre de 1884 a causa de una tuberculosis, días antes de cumplir veintiséis años, sin ver realizado su ardiente deseo de ser una artista famosa. La mayoría de sus cuadros “se perdieron” durante la Segunda Guerra Mundial, aún así, unos sesenta de ellos sobreviven en museos y colecciones privadas, ostentando la concentrada mirada que la artista dedicó, sobre todo, a los hechos y los personajes que se daban cita en las calles de París. Su revalorización reciente es consecuencia, sobre todo, de la lectura feminista de su postura ante el mundo. Por ejemplo, la artista no dudó en criticar el absurdo de que las academias de artes parisinas de su tiempo negaran el acceso a las mujeres. Además —y pese a su narcisismo sexual— estaba consciente del triste cliché de “la leyenda de la artista femenina, ese ser vagabundo y perverso sin disciplina ni talento” y lo combatió hasta el final dedicando su tiempo y su escasa salud al perfeccionamiento de una técnica y una obra que no vieron el día siguiente. L

BITÁCORA PSICOTRÓPICA

El "padre de los turcos"

Xavier Velasco

¿Por qué esperar a perder la razón, pudiendo echarla de una vez a patadas?

MILENIO LABERINTO Dirección: José Luis Martínez S. Edición: Alicia Quiñones Coedición: Iván Ríos Gascón Arte y diseño: Salvador Vázquez Mejía


sábado 14 de septiembre de 2013 03

LABERINTO

antesala

Sonetos

Un misterio simple

El amor yace en el centro de estos versos, sea a través del desencanto o de la sutil ironía ante las hipérboles que desatan los demonios del enamoramiento POESÍA

ESCOLIOS EFE

William Shakespeare

P

ues, ódiame si quieres; hazlo ahora, ahora, cuando el mundo me combate, únete a la fortuna tan traidora, humíllame, y vengas al remate.

¡Ah!, no ataques, si ya escapé del mal, la retaguardia de un pesar vencido; no siga una tormenta a un vendaval, prolongando un desastre concebido. No esperes a dejarme hasta el final, maltrecho ya de un pesar menor, que sienta en el ataque principal la fuerza de fortuna en lo peor; y otros pesares, que hoy parecen penas, con perderte son mínimas condenas.

N

o son soles los ojos de mi amada; ni sus labios de rojo coralino; ni ampos sus pechos, son de piel tostada; su pelo es negro y como alambre fino.

Vi rosas blancas, rojas, de Damasco, mas no vi en sus mejillas tal color, y hay más dulces aromas en un frasco, que en mi amada de su hálito el olor. Oírla hablar me encanta, pero insisto, la música es más grata de escuchar; admito que a una diosa andar no he visto, mi dama pisa el suelo al caminar. Y juro que es mi amor de más valía que el que la engaña en falsa alegoría.

C

on edición, notas y traducción de Bernardo Santiago Moreno, Acantilado publica William Shakespeare. Sonetos, obra impresa por primera vez en 1609 por Thomas Thorpe (1569–1635). El libro contiene 154 sonetos numerados en los que el genio de Stratford–upon–Avon explora los extremos de la pasión amorosa: celos, traiciones, nostalgia, desesperación, etcétera. En la contraportada, se explica: “Esta edición ofrece al lector la versión original junto con dos traducciones, una literal y otra en verso, de una obra que continúa siendo unas de las cimas de la lírica europea de todos los tiempos”.

"En Bonnefoy los mitos recuperan su elocuencia"

Armando González Torres agonzale79@yahoo.com.mx

P

robablemente en varias redacciones estaban azorados por el nombre tan poco familiar: el ganador del controvertido Premio FIL no fue algún célebre narrador locuaz o alguna conocida escritora progresista; sino un viejo poeta, creador de una obra imponente diseminada en varias disciplinas, y desconocido del gran público. Un veredicto malo para los negocios, pues el poeta francés Yves Bonnefoy (1923) no detenta el atractivo de los escritores bendecidos por los medios; pero bueno para la literatura, pues es un auténtico clásico que, si bien tiene como núcleo creativo la poesía, ha renovado desde la crítica de arte y la teoría literaria hasta la hermenéutica. Bonnefoy esgrime inquietudes profundas que no se conforman con las respuestas de la razón (la forma perfecta), o de la sinrazón (el surrealismo) y que buscan vínculos fecundos entre estos dos órdenes de la experiencia. En un ambiente de rentable nihilismo, Bonnefoy busca restituir presencia y significado a la poesía y rehabilitarla como enlace de la unidad del mundo, mediante un esfuerzo para imbuir al poema rigor, lucidez y realidad: "Que este mundo permanezca/ Que la ausencia, la palabra/ Sean uno, para siempre/ En la cosa más simple". Hay profundas interconexiones entre su ascetismo artístico y su apuesta ontológica: desde Del movimiento y la inmovilidad de Douve esa vibrante, luminosa y misteriosa forma elegiaca hasta Las tablas curvas, último libro

suyo que conozco, Bonnefoy utiliza al poema como medio de conocimiento y proveedor de sentido. La poesía de Bonnefoy, a veces más elaborada, a veces más escueta, pero siempre concreta, aporta una rica cauda de símbolos, en la que confluyen sus vertientes como crítico de arte interesado en distintas épocas, como lector de la extensa tradición de la poesía de Occidente, como explorador de aspectos fundamentales de la correspondencia de las artes y como animador de la gran empresa académica de un diccionario de las mitologías. La formidable curiosidad intelectual de Bonnefoy no se refleja, sin embargo, en una erudición ostentosa, sino en una sensibilidad aguzada que brinda a su poesía múltiples instrumentos para reconocer y descifrar la realidad. En Bonnefoy los mitos recuperan su elocuencia, alimentan una visión estética y espiritual y su aparente hermetismo ilumina y revela: "¿Estás muerta de veras o juegas/ a fingir todavía la sangre,/ la palidez, tú que al sueño te entregas/ con esa pasión que tan solo se pone al morir?". Bonnefoy ve la naturaleza y los objetos como solo los podrían ver un moribundo o un recién nacido, con una necesidad imperiosa de sentido: "La tomaran o no nuestras manos,/ idéntica abundancia./ Tuviéramos abiertos o cerrados los ojos,/ idéntica la luz.". Habita en su poesía ese realismo que reconcilia de manera prodigiosa lo ordinario con lo imaginario, lo empírico con lo onírico y que revela, con mirada presocrática, que en cada cosa hay presencias originarias y bullen dioses. L

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04 sábado 14 de septiembre de 2013

MILENIO

literatura

Atisbos sobre El Llano en llamas ENSAYO

A mediados de la década de los 40, un joven escritor comenzó a publicar una serie de relatos que no solo cimbrarían a los especialistas y atraparían irremisiblemente a los lectores, sino que conformaron El Llano en llamas, publicado el 18 de septiembre de 1953 por el FCE. La génesis, el proceso escritural y la obsesión de aquel artista, son algunos de los ejes del siguiente texto que también hace un repaso de los claroscuros de la crítica rulfiana Roberto García Bonilla rgabo@yahoo.com A Lorena Hernández

I

Juan Rulfo (1917–1986) tenía veintiocho años cuando se publicó en la revista América su primer texto “La vida no es muy seria en sus cosas” (junio de 1945). Se iniciaba una de las carreras literarias más insólitas e iluminadas de la literatura hispanoamericana. Su formación como escritor comenzó en el verano de 1932, luego de abandonar el orfanatorio Luis Silva de Guadalajara, donde concluyó el sexto grado. El primer número de la revista Pan se publicó en junio de 1945 y el último —el 7— en febrero de 1946; sus editores fueron Juan José Arreola y Antonio Alatorre. Cuando se imprimió el primer número de Pan se lo mostraron a Rulfo, cuya oficina de Migración estaba, en ese momento, cerca del periódico El Occidental de Guadalajara. Desde entonces ya era visto como un personaje raro, callado y enigmático. Ocupaba muchas horas leyendo a escritores estadunidenses. Sus amigos no sabían que él escribía y se sorprendieron cuando, luego de ver Pan, les entregó unas hojas manuscritas. Era “Nos han dado la tierra” y dijo “Ahí a ver si les sirve esta cosa; y si no, pos tírenla”. “Un relato tan limpio, tan bien acabado” recordó Alatorre y lo publicó en el segundo número de Pan; “Macario” salió en el número seis. Y en junio de 1946, Marco Antonio Millán escribe el primer texto crítico sobre Rulfo: “Juan Rulfo se ha distinguido desde sus primeras letras publicadas, por una fresca sencillez soleada de tierra provechosamente llovida y por una hondura de visión poco comunes en nuestro medio literario, dentro del cual habrá de ocupar tarde o temprano el puesto que le van ganando sus pensamientos”. Dos años más tarde, Efrén Hernández (Till Ealling) escribió: “Sin mí, lo apunto con satisfacción, ‘La cuesta de las comadres’, habría ido a parar al cesto. No obsta, la ofrezco como ejemplo. Inmediatamente se verá que no es mucho lo que dentro del género se ha dado en nuestras letras de tan sincero aliento”. En 1948 se publican “Es que somos muy pobres”; “La cuesta de las comadres” y “Talpa” en 1950, respectivamente en los números 54, 55 y 62 de América. Además de “El Llano en llamas”, en diciembre de 1950 aparece en América una nota anónima elogiosa sobre Juan Rulfo, “cuya calidad empiezan a reconocer ya tirios y troyanos, no está conforme con ser considerado el que mejor de los cuentistas jóvenes ha penetrado el corazón del campesino de México” Y en junio de 1951 en el número 66, se publica “¡Diles que no me maten!”; concluye así, la serie de cuentos publicados en Pan y América, antes de reunirse en El Llano en llamas. Estas dos revistas comprenden planes, proyectos ideológicos, políticos y culturales de la época. II Con frecuencia, sobre todo en los ámbitos académicos, se desdeña el vínculo entre la vida de los escritores y su obra; no solo en la intención de encontrar elementos biográficos en la obra. Lo cierto es que con muy pocas excepciones, la vida de un creador incide sobre su obra. En muchos casos son recónditos esos tejidos cruzados, en apariencia, invisibles. Algunos hilos extraviados y recuperados sobre el proceso escritural de El Llano en llamas se encuentran en las cartas que el joven

Juan le escribió, entre 1944 y 1950, a Clara Aparicio, su novia y más tarde su esposa. En las entrelíneas de esas 84 misivas —además de su noviazgo, su inocultable sordidez anímica que fue la secuela incurable de su temprana orfandad— hay un tema central que gravita con intensidad: el trabajo escritural y su relación con el gremio literario y cultural de la época. Ese epistolario es un archipiélago de minúsculas islas que dejan una geografía anímica y trayectos de cotidianidad. La importancia de estas misivas, además, reside en el trabajo de habla coloquial que desplegó; en apariencia puede acercarse, incluso, a un habla coloquial intimista propensa a la hipérbole (almibarada a su objeto de deseo) y la parodia (de sí mismo y sus circunstancias). Además de compartir una vida entre el desasosiego y el enamoramiento, Rulfo realiza lo que él mismo describiría muchos años después: “Lo que hago es una transposición literaria de los hechos de mi propia conciencia. La transposición no es una deformación sino el descubrimiento de formas especiales de sensibilidad. No es cuestión de palabras. Siempre sobran, en realidad. El dolor es doloroso para cualquiera. Lo que pasa es que entra al coro de todas las voces universales y gloriosas, yo volví a oír la voz profunda y oscura”. Azoro y esperanza dialogan. Son los años de esplendor y febrilidad, con todo y la pesadumbre que arrastró desde la infancia. El joven Juan se sabe distinto y original. Empieza a destacar como escritor. Ya es evidente la conciencia de cuanto se proponía desarrollar: él quería “escribir como se habla”. Y las cartas a su novia llevan al extremo ese propósito; en muchos pasajes el deseo y el impulso y la desazón por la lejanía: amiga, novia, madre, amante e hija se truecan en la misma joven. A pesar de las desavenencias laborales y los modestos ingresos, el lapso en que se publicaron los cuentos y, después, la novela, fue una plétora en la vida del escritor. Es la década que transcurrió entre 1945 y 1955. El inicio fue el momento con más augurios en la vida del joven; un poderoso incentivo sería la joven Clara –once años menor que él–; ella le procuró su mayor ilusión afectiva. Después de conocerla y ante la petición de amistad —entonces Clara contaba con trece años de edad—, le respondió que tendría esperar tres años para que se vieran. La estabilidad del trabajo no es suficiente, quisiera más tiempo para la escritura, aunque está inquieto, necesita más ingresos. Ya dos años antes quiso desempeñarse como librero en Guadalajara, pero no encontró un socio. Se le ocurrió, también, que una manera de obtener ingresos adicionales sería la compra de unas placas de coche de cuyos servicios él pudiera obtener alguna ganancia adicional. III Hacia 1950 selecciona fotografías para la guía turística de la Goodrich Euzkadi. Y en el mismo número en que se publica “El Llano en llamas” aparece una nota anónima elogiosa sobre la literatura del escritor jalisciense; se le considera el más destacado de los cuentistas jóvenes que ha alcanzado con hondura el corazón del mexicano. Se anuncia, también, la realización de su nuevo proyecto: “una novela grande,

con compleja trama sicológica y un verdadero alarde de dominio de la forma, a la usanza de los maestros norteamericanos contemporáneos”. Rulfo, además de su perseverancia ante el arduo camino como escritor, tuvo colegas de distintos grupos que no solo lo estimularon sino que apuntalaron su recorrido en la escena literaria. Rulfo había acordado la publicación de sus cuentos en la editorial de América, pero en 1952 Arnaldo Orfila Reynal, Joaquín Diez Canedo y Alí Chumacero crearon la colección Letras Mexicanas en el Fondo de Cultura Económica. Rulfo le entregó sus cuentos a Arnaldo Orfila a instancias de José Luis Martinez; ya conocía los intríngulis de las jerarquías, privilegios y estatus de la República de las letras en la ciudad de México, adonde había llegado por primera vez casi dos décadas atrás. No pasó para él inadvertida la diferencia entre América y el Fondo de Cultura. Rulfo careció de habilidades para la autopromoción, no tomó la iniciativa para la difusión de su obra, aunque sí aceptó propuestas en favor de su obra y su vida laboral. El Centro Mexicano de Escritores tuvo una importancia nodal en su carrera literaria; la escritora estadunidense Margaret Shedd apreció desde el primer momento sus textos, a pesar de los compañeros escépticos que dudaban de su talento. Él conformó la segunda generación del Centro (1952–1953), junto a Víctor Adib, Alí Chumacero, Donald Demarest, Ricardo Garibay, Enrique González Rojo, Miguel Guardia, Luisa Josefina Hernández y Neal Smith. El autor de “El gallo de oro” recuerda que estuvo en un grupo muy aguerrido: “Luisa Josefina Hernández era la más brava de todos; eran muy críticos, muy terribles, y guardaban frente a mí una distancia porque les parecía rara mi literatura... Pero Arreola ya [la] conocía. En el Centro me dediqué a terminar los cuentos en una atmósfera muy hosca.” Ricardo Garibay recordó: “Rulfo me sacaba de quicio. Su aparente mansedumbre, su casi entera incapacidad intelectual, su lentitud de buzo, su genio publicista. Solo de Rulfo se hablaba como de un grande indiscutible, y él no alzaba la voz y jamás le oí un argumento a propósito de nada. Escribía y nos leía los cuentos de su primer libro, escritos con poderosa incorrección, que yo señalaba. La aparición de El Llano en llamas causó una revolución en la literatura y la crítica en México. Me negué a releer los cuentos. Él iba a regalarme un ejemplar, pero sintió que yo no lo aceptaría. Me parecían cuentos de campesinos de pega, larvarios, acomodaticios, de entraña folklórica o populachera y nada más.” Rulfo llegó a decir que desde los años cuarenta había escrito la mayoría de los cuentos, además de otros que nunca publicó; solo una tercera parte de se reunirían en El Llano en llamas, que terminó de imprimirse el 18 de septiembre de 1953 (número 11 de la Colección Letras Mexicanas), con viñeta de Elvira Gascón. En 1955 se publican “El día del derrumbe” (México en la Cultura, núm. 334) y “La herencia de Matilde Arcángel” (Cuadernos Médicos, núm. 5); Metáfora también lo publica (núm. 4) con el título “La presencia de Matilde Arcángel”. En la edición de


literatura ROGELIO CUÉLLAR

Rulfo escribió: “Lo que hago es una transposición literaria de los hechos de mi propia conciencia"

El Llano en llamas de 1970, “corregida y aumentada”, incorporó los cuentos “El día del derrumbe” y “La herencia de Matilde Arcángel” y, asimismo, se eliminó “Paso del Norte”, el cual se reincorporó al libro por “indicación expresa” y modificaciones que realizó el propio autor a la edición Obra completa de Juan Rulfo realizada por la Biblioteca de Ayacucho (1977, Miranda, Venezuela) con prólogo y cronología de Jorge Rufinelli. Este cuento reapareció en la colección Tezontle en 1980 (que coincidió con el Homenaje Nacional que el gobierno mexicano tributó al escritor), aunque se le suprimieron diecisiete líneas; en la edición venezolana fueron treinta y nueve líneas las que desaparecieron respecto de la primera edición. “Paso del Norte” parece no haber convencido estilísticamente a Rulfo, quien tuvo entre los cuentos preferidos “No oyes ladrar los perros” y, sobre todo, “¡Diles que no me maten!” y “Luvina”. IV En 1979, al revisar El Llano en llamas y Pedro Páramo, su autor comentó que desearía dejar fuera “Macario” porque era muy fuerte la presencia de Faulkner. Durante más de tres décadas El Llano en llamas se inició con “Macario” pero a partir de 1980 se cambió el orden de los cuentos. Rulfo se propuso un orden cronológico, no de publicación sino de escritura. Felipe Garrido, como gerente de Producción del Fondo de Cultura se reunió con Rulfo en 1979 durante cinco meses; juntos revisaron los cuentos y la novela del escritor jalisciense. Garrido recuerda: “El acomodo que tienen ahora los cuentos de El Llano en llamas nos da a conocer el orden en que Rulfo dijo que los había escrito o, por lo menos, los había concebido”. A partir de 1980 y luego de esta revisión, en el título de los cuentos “Llano” apareció con mayúscula. La distinción es clara: el título se refiere no a un llano cualquiera, sino a la región conocida como el Llano Grande, situada en el estado de Jalisco Los cambios que han tenido los cuentos no han sido pocos: en los manuscritos; en las publicaciones periódicas y después en las distintas ediciones del Fondo de Cultura (la última fue en 1996, una edición facsimilar de la primera), sin contar las erratas y los cambios de puntuación que los correctores hicieron en la primera edición y las sucesivas reimpresiones. Además de todas las variantes de las ediciones extranjeras, por ejemplo, Planeta de España cambió palabras al español peninsular, las ediciones críticas conocidas son la de la colección Archivos, de la Unesco, y la de Cátedra. La Fundación Juan Rulfo dio a conocer lo que han denominado la edición “definitiva”, de Plaza y Janés (del Grupo Random House–Mondadori, que

El fatalismo, el humor, la magia, lo esperpéntico se reúne en los cuentos de Rulfo

ha publicado en los sellos Sudamérica en América del Sur y Debate para España), de la cual circuló en México la edición de Biblioteca Escolar. En los últimos años, la edición en venta de los cuentos y la novela es la de RM y de la Fundación Juan Rulfo; al no tener introducción ni nota sobre la edición se infiere que proviene de la edición “definitiva” de 2003. Las transformaciones de El Llano en llamas son léxicas, sintácticas y estilísticas. Hay supresiones de palabras, incluso de pasajes extensos. La aparición de los textos muestra la constancia pausada del escritor; pulía los que había terminado e iniciaba nuevos bosquejos. Los cuentos publicados en América suman ocho, aunque el primero, “La vida no es muy seria en sus cosas”, no se incluye en El Llano en llamas, cuya primera edición contiene, además de los relatos publicados en Pan y en América: “El hombre” (cuyo título original fue “Donde el río da vueltas”), “En la madrugada”, “Luvina”, “La noche que lo dejaron solo”, “Acuérdate”, “No oyes ladrar los perros”, “Paso del Norte” y “Anacleto Morones”, todos inéditos. V La respuesta de la crítica a El Llano en llamas fue más discreta que la resonancia que tuvo Pedro Páramo, pero hay suficientes reseñas que muestran que la colección de cuentos no pasó inadvertida: Francisco

Zendejas, Salvador Reyes Nevares, Edmundo Valadés, Alí Chumacero, Arturo Souto, Emmanuel Carballo y Sergio Fernández escribieron sobre la obra de Rulfo de noviembre de 1953 a marzo de 1954. Tal vez por modestia, reticencia o desdén a los críticos, Rulfo no pudo ver la atención que la crítica dedicó a su obra; si su novela es célebre dentro y fuera del país, el libro anterior es la reunión de cuentos más importante en nuestras letras. Hay que enfatizarlo: la obra de Rulfo se empezó a apreciar desde los años cuarenta; por ejemplo, en 1949 el crítico y biógrafo José Luis Martínez, nombra a Juan José Arreola y Rulfo como los más notables cuentistas. Y Alí Chumacero señaló que El Llano en llamas es una “imagen fidedigna de una situación repelente en que se halla estancada una buena porción de algunas clases sociales mexicanas”; aludía a los detractores que ya en ese momento tenía el escritor, cuando contaba con 36 años de edad. Y Emmanuel Carballo observó la importancia de la mancuerna Arreola–Rulfo en nuestras letras, estableciendo la diferencia de estilos entre ambos. Replicó a quienes acusaban a Rulfo de pesimista y creían que no sabía escribir; puntualizó que su uso del idioma y su construcción sintáctica responde al carácter de los personajes y a la atmósfera en que se mueven. La publicación de Pedro Páramo ensombreció la significación El Llano en llamas. Ha predominado la idea entre los escritores y la crítica, de que la novela se eleva sobre los cuentos, lo cuales han sido resituados, sobre todo, en los círculos académicos. Salvador Elizondo recordó en 1973 el impacto que le provocó la lectura de las historias del narrador jalisciense; en esos días escribió un cuento titulado “Sila”, que evidenciaba una gran influencia de Rulfo; el resultado no fructificó aunque el germen se preservó y estimuló las dotes del joven escritor que en 1953 decidió su vocación escritural gracias a El Llano en llamas, de cuya primera lectura le impresionaron los personajes y sus acciones; en una siguiente lectura, dos décadas después, fue el escritor quien le interesó. El aprendizaje se centró en la manipulación del tiempo literario; fue la tentativa de hacer hablar a lo irracional, lo cual diluye las fronteras entre objetivo y subjetivo. Los relatos de El Llano en llamas son un prolongado proceso escritural por una obsesión artística: escribir lo que nunca nadie ha escrito antes. “Desde luego no es porque no exista una inmensa literatura, sino porque para mí solo existía esa obra inexistente y pensé que la única forma de leerla era que yo mismo la escribiera. Tú te pones a leer y no hallas lo que buscas. Entonces tienes que inventar tu propio libro”. Y esa aspiración le exigió sacudirse los ornamentos retóricos hasta alcanzar el ideal de la síntesis expresiva: “Lo que yo quería era hablar como un libro escrito. Quería no hablar como se escribe, sino escribir como se habla”. En los cuentos de El Llano en llamas aparecen los motivos expresivos y temáticos que, en proceso estructural y trama diferentes, reaparecerán en la novela: emigración de los pueblos, violencia física y psíquica, supersticiones y un sincretismo concentrado en magia, enigma y atavismos. El deseo, que casi siempre yace incólume en una pasión arraigada, en la novela posee un sinfín de variantes. La evocación, oscilante entre la liberación, la culpa y el remordimiento. Crea una atmósfera sumida en la desolación. Los cuentos de Rulfo, asimismo, forman parte de la tradición de la narrativa sobre la Revolución. A su estilo realista le confiere nuevos horizontes. El fatalismo, el humor, la magia, lo esperpéntico se reúne en los cuentos de Rulfo con estructuraciones y planos temporales intrincados. Una de las contribuciones más importantes a la crítica rulfiana es la de Gerald Martin, quien hace un recuento en retrospectiva sobre la historia de la crítica de nuestro escritor durante cerca de cuarenta años. La revisión es cronológica, temática y metodológica. Con síntesis excepcional observa los aciertos y excesos de la crítica. En opinión del estudioso inglés, a principios de los años noventa estaba por finalizar un ciclo en la crítica rulfiana y presagiaba la llegada de una nueva; cualesquiera que sean los nuevos rumbos y percepciones de la crítica, concluye Martin, “Nada impedirá, sin embargo, que El Llano en llamas siga siendo un clásico latinoamericano ni que Pedro Páramo siga siendo una de las obras literarias más perfectas de la literatura universal”. L


LABERINTO

Imaginando a Sh Los textos que se presentan a continuación pertenecen al volumen inédito en español L’heure presente de Yves Bonnefoy, quien amablemente accedió a publicarlos en Laberinto. Gran traductor de Shakespeare al francés, el ganador del Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances 2013, en los dos primeros nos acerca desde una óptica narrativo–poética a posibles puestas en escena de Hamlet, escenificaciones que plantean la dificultad última de conocer una obra, sus significados y lenguaje. En los poemas se hace patente su serena sencillez que guarda una veta por la que transcurre una profunda reflexión ante el misterio de la vida

Primer proyecto de una puesta en escena de Hamlet

E

sta puesta en escena no había tenido más que una sola premisa, se decía, seguir las exigencias del texto. Por ejemplo, cuando los vigilantes intercambian sus primeras palabras, el director intentó que la noche se viera como la percibían los soldados en sus almenas, en el frío. Un frío también reinante en la sala, si el lugar de la representación es una sala. Los espectadores que ya se encuentran ahí cuando yo llego están acurrucados con sus abrigos que en ocasiones casi extienden sobre el suelo, y es con prudencia que debo pisar en angostos espacios entre los cuerpos, distinguidos por la lana de los abrigos, sobre la arena clara, y no por la seda de los vestidos. En verdad, es como si estos hombres, estas mujeres —muy pocos niños— hubieran llegado hace varios días, o más bien noches. Pues han encendido fuegos que a lo lejos perforan con sus humaredas rojas la oscuridad ilimitada. Y algunos duermen, escucho respiraciones regulares, calmadas, pero también descubro miradas que están alertas, son penetrantes, me dan miedo, me apresuro. A lo lejos, por momentos, hay de esos gritos que solo ocurren en los sueños. Voy, vacilante, volviendo sobre mis pasos, manteniendo siempre mis ojos fijos en el escenario. ¿El escenario? Está apenas iluminado, sin embargo alcanzo a distinguir altas rocas, lluvia, y cuatro o cinco hombres o mujeres que se afanan en torno a una mesa sobre la que yace un libro. Uno de ellos toma el libro, mira la página donde está abierto. “Leo —dice— Who is there?” Exclamaciones confusas, en torno a él. El otro gran deseo del director, en efecto, es comprender el texto. Sí, antes que nada, tomar cada una de las palabras al pie de la letra, pero también descubrir todo el sentido de lo que dicen. ¿Y cómo hacerlo en esta noche? Los asistentes del director, esos seres vagos que siempre lo rodean, no están de acuerdo con él ni entre ellos, me parece. “¿Quién viene?” Claro, ¿cómo saber quién se aproxima? “¿Y qué dice después?” exclama alguien. “A friend of this country”, responde alguien más. Después de lo cual un tercero se inclina, escoge del suelo una enorme piedra, la levanta con gran esfuerzo, hace que sus amigos se aparten, intenta arrojarla, lejos. Si el actor tirara esta piedra, pregunta, ¿tendría eso un sentido? Cuidado, le responde una muchacha. Eres uno de los actores, no lo olvides, y el espectáculo ya comenzó. Comenzó desde hace horas, días. Pero de improviso hay mucha agitación en la sala, la gente se levanta, se estira, exclama, se pone en movimiento porque acabamos de comprender que de hecho la representación ocurre también en otro lugar, otro lugar diferente a éste,

y por ejemplo, en este mismo instante, en un refugio de altura al cual se llega por un angosto sendero en el que ha nevado en ciertas partes y aún quedan charcos. Este refugio es una de esas construcciones de madera liviana semejante al de un reloj suizo de cucú, como se estila poner al fondo de los escenarios en los grandes teatros del bel canto. Habrá que empujar la puerta, aventurar la vista en este cuarto iluminado —una lámpara sobre una mesa—, ver ahí a Hamlet insultando a su madre. ¿Gertrudis? Sí, colapsada sobre un lecho, sus espaldas desnudas, sus cabellos en desorden. Esconde la cabeza entre sus manos. “No me abrumes”, gime. Pero, ¿a quién le importa su suerte? El rumor se escucha un poco más alto en este mismo camino donde el director ha retomado Hamlet en otro segmento. Bella y noble fachada, esta vez, de piedra, y columnas sobre peldaños con dos seres indescifrables sobre la última, a los que veo —al menos yo— luchar silenciosamente, las manos desnudas de uno puestas contra las manos desnudas del otro. ¿Desde cuándo este enfrentamiento, y durante cuántas horas, cuántas noches, continuará? ¿Es esto, “readiness”, esto, la triste premisa que se arremolina e incrusta en el abismo de la palabra? Por encima de este vano combate la pared rocosa, el viento frío. ¡Y hay tantas escenas! Y los espectadores saben bien que hay que ir a descubrirlas, incluso lejos por estas especies de morrenas, bajo estos pinos nevados, empujando, con vigor, puertas tras las cuales, a veces, hay gritos, desgarradores. El teatro es grande como la montaña. El teatro es la montaña. Ofelia vaga por ella, descalza. La vemos pasar, nos apartamos, está sola, por momentos canturrea, ¡su soledad es tan grande! ¡Qué proeza esta escenificación de Hamlet ! ¡Cuántas tentaciones para el realizador, cuántos deseos rechazados que antes debió comprender! Por ejemplo: ¿qué representa este niño que llora al borde del camino? Un viejo sabio con atuendo de viajero, es Bashô, el benévolo, se detiene cerca de él, pone su mano sobre su espalda, le hace preguntas, lo escucha, asiente, se aleja. ¿Y qué representa esta segunda joven, semidesnuda, que alimenta a enormes pájaros negros en una especie de establo, donde se escuchan caballos pisoteando en la sombra, a veces relinchando? Se dice que en la puesta en escena de Hamlet es el autor mismo, reconvertido en el actor que había sido, quien debe acercarse a ésta por un largo camino a través de las piedras del tiempo, las voces del espacio. Se acerca, no se sabe dónde está justamente, tal vez aparezca en algún punto del vasto escenario, con una linterna en las manos, y sobre su rostro la máscara que son las palabras de la poesía.

Hamlet en la montaña

S

e anunció una representación de Hamlet en la montaña. Eso muestra que allá, en las alturas, experimentaban con vigor la necesidad de que se supiera que, en la mente de Shakespeare, prominentes masas de piedra rodean desde siempre al príncipe de Dinamarca. Rocas que lo dominan o lo ciñen, fallas que se abren entre éstas, por lo que su voz nunca será percibida a lo lejos, cubierta casi siempre por el ruido de torrentes que se precipitan por laderas bajo el clamor de aves de otros mundos. Y el público, apenas franqueada la taquilla, una pequeña garita al inicio de un sendero bajo un gran acantilado, tendrá por lo tanto que desplazarse sin cesar. ¿Y esto por qué? ¿Es acaso debido a que las escenas de la obra han sido diseminadas, sin tener en cuenta la cronología, en distintos sitios de la montaña? Algunos, entre ellos quienes habían tenido antes la responsabilidad de la representación, habrían preferido este formato. Otros habrían querido que Hamlet insultara a su madre en una granja que había en un claro. Al resplandor de las velas colocadas por los sirvientes en varios sitios de una de las salas, animando sobre los muros largas sombras proyectadas, Hamlet la habría arrastrado de los cabellos, arrojado al lecho, para luego derrumbarse en lloriqueos a sus rodillas que habrían dejado ver sus manos febriles. Y tal vez haya, en


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de portada

hakespeare EUGÈNE DELACROIX

Hamlet y Horacio en el cementerio (1839)

alguna apartada cañada, intérpretes que actúan, que viven, que envejecen de esta forma fúnebre en la inagotable palabra, otras escenas que se desarrollan en otros sitios, escenas que terminan y recomienzan. Pero no, a decir de otros, no es lo que la montaña quiere de Shakespeare. ¡Ya está! Los espectadores pasan por el umbral angosto del teatro, avanzan, apretujados unos contra otros, se pensaría que hasta el infinito, tanteando, tropezando, casi cayéndose, en esta noche negra; y allá, más adelante, ¿qué sucede? “Un altercado entre dos personas”, grita un joven que, no sin crear gran desorden, viene en mi dirección a contraflujo de la multitud. “Uno ha tomado a otro del cuello, lo ha sacudido”, vocifera. Qué es todo eso, quiero saber, apresuro el paso, me abro camino entre espaldas que se apartan de mala gana bajo sus paraguas, pues llueve, también el frío cae del cielo. Pero todo este esfuerzo es en vano. Nada se abre río abajo de este flujo, el río estancado y murmurante no cesa de enviscarme, soy empujado hacia un camino lateral donde, es sorprendente, ahora no hay casi nadie. Doy algunos pasos sobre este camino de arena muy clara, con charcos, y ya dos hombres se dirigen hacia

mí, nos vamos a cruzar, se hablan. Incluso escucho que uno le dice al otro, pensativo, cuando pasan a mi lado: “What is Hecuba to him, or he to Hecuba?” Y entonces comprendo. Las escenas de Hamlet no están dispersas en la montaña, son los actores quienes lo están en la multitud. Y las escenas están rotas, la acción se ha deshecho, pero entre los cada vez más numerosos espectadores quizá se podrá ensamblar, tomar forma, gritar su sentido sin tener siquiera cerca un personaje del drama, la gran escena perdida de la obra en su texto puro. Comprendo esta forma de pensar. Y este deseo, lo apruebo: con tal de que la acción así fragmentada esté al mismo nivel de densidad que esta parálisis que ya no tiene origen y va a expandirse sin fin, ha sido necesario que el director omnipresente multiplique los actores en el instante mismo en el que los dispersa, de modo que en el caudal en movimiento, tumultuoso, de esta multitud sorprendida, ha mandado a varios para interpretar Hamlet, varios para Polonius o la sorprendente Gertrudis, también muchos para Laertes o para Ofelia. Por ello no son solamente estos hombres y estas mujeres de aquí, sino muchos Hamlet, muchos Polonius, Claudius, incluso muchos Rosencrantz y Gildenstern, que, como seres reales, más o menos, debido a cambios en la apariencia, bellos rostros en ocasiones, o rasgos locos, prestados aquí y allá, vagarán indefinidamente entre esta multitud azorada sobre las terrazas herbosas de su inmenso Elsinore. Cada uno sigue una idea de sí que lo representa, hábilmente, pero a menudo sin poder encontrar las palabras para decirlo. Cada uno se sorprende de ser lo que es, cada uno se asusta con esas inmensas rocas que ora permiten un estrecho pasaje, ora parecen abrirse con majestuosidad, pero hacia un más allá que tiene por siempre rumores de torrente estruendoso en el fondo de un precipicio. Voy, por un camino que corta, un poco en la parte superior de esta corriente que busca atravesar por mil vías la montaña; y que, ahí donde estoy, se ha reducido, por ahora, a unas cuantas personas. Un hombre gordo me rebasa, riendo. Y he aquí frente a mí, detenidos, una docena de hombres, de mujeres. Forman un círculo, ¿qué observan? Me deslizo entre ellos. Es Ofelia. Está sentada sobre una piedra, su paraguas cerca de ella, la cabeza inclinada sobre una especie de bolso en el que busca, con visible inquietud. Con poca ropa, casi desnuda, un mísero vestido de lana negra agujereado, como tomado a la ligera tras despertar de un gran sueño. Y se ve que tiene frío; que sus manos tiemblan. ¿Sacará de su bolso, estropeados, marchitos, el hinojo, el romero, la aguileña que el poeta ha querido que ofrezca al mundo que nada entiende y nada comprende? Pero no, se incorpora con brusquedad y con la cabeza siempre inclinada, bolso y paraguas aferrados contra su cuerpo, retoma el paso, un poco titubeante. ¿Adónde va? ¿Qué ha dicho? ¿Adónde debo ir yo ahora? Horas, horas que pasaremos subiendo hacia esta cima que a veces, por los desvíos, se deja entrever, iluminada por la luna, indiferente. Se abren rutas, muchos de nosotros ya las hemos tomado, otros aún dudan, el viento no cesa, no cesará, se comprende, el mismo camino no cesará: estar aquí es no tener que dejar de vivir. Y de pronto un jinete se abre paso entre los que me rodean, su caballo relincha, un caballo negro, se encabrita, el actor, pues es un actor, que lo monta, lleva una armadura, es en verdad el viejo Hamlet, el rey muerto. ¿Pero por qué lo han ridiculizado con esa bufanda vagamente roja, sobre su cota de malla? El viento la hace ondear a placer, es cierto; alrededor de esta cabeza cana imita francos movimientos de joven escritura. Y vaya que es larga esta banderola, se la podría creer sin fin y perdida entre las estrellas aún visibles, sabrá Dios la razón, puesto que, como nunca, hay viento y llueve. L Traducción: José Abdón Flores

RAMAS BAJAS Instante que quiere alargar sin saber Arrancar eternidad de las ramas bajas Que protegen la mesa en la que juegan Luces y sombras, sobre mi blanca página esta mañana. Alrededor de esos árboles primero la yerba, Luego la casa, luego el tiempo, luego el mañana Para abrir el olvido, que borra ya Esos frutos de ayer caídos junto a la mesa. Allá está lejos. Sin embargo, es sobre todo Aquí y ahora que son inaccesibles, Más sencillo es regresar al futuro. Siempre, con algo De ese fruto maduro, por la gracia de la cual El azul se vuelve verde en la noche de yerba.

LA BELLEZA ¿Acaso soy bella, oh mortales, Como un sueño de piedra? No, no es Esa triste aprobación lo que de ti espero. El niño llora en el camino y yo lo olvido, ¿No soy acaso la belleza Por la que halago tu sueño? No, tengo dentro de mí grandes ojos abiertos, Estoy al acecho, asustado, estoy dispuesto A arrojarme al frente, a arañazos, O a morir si siento Que mi causa está perdida en tus miradas. Pídeme que sea más que el mundo. Sufre pues no soy sino ese cuerpo inerte, Arrópame con tus deseos, con tus recuerdos.

UNA FOTOGRAFÍA ¡Qué miseria esta fotografía! Un color tosco desfigura Esa boca, esos ojos. Burlarse de la vida Mediante el color, aún se acostumbra. Pero yo conocí aquel cuyo rostro Quedó atrapado en esas redes. Creí haber visto Descender esa barca. Ya con El óbolo en su mano, como cuando se muere. ¡Que un viento se eleve de la imagen, que su lluvia La empape, la borre! ¡Que se revelen Bajo el color de los peldaños chorreantes! ¿Qué fue él? ¿Qué habrá esperado? Solo escucho Sus pasos que se atreven, en la noche, Con torpeza, hacia abajo, y sin mano que ayude.

A LAS PUERTAS DEL JARDÍN Regresemos a la salida del jardín. Sobre El hombre y la mujer exhaustos Se cierne el ángel que es la muerte. Ni teología Ni arte para escucharlos. Pero Duermen, abrazados uno a otro, Y un fuego asciende por sus cuerpos, que viene de allá, Reptando bajo el techo de esas altas yerbas, ¿Una serpiente? No, el fruto del árbol se abrió, Y la almendra ha germinado, y apareció Esa especie de cangrejo. Esfera de gritos Apenas desbastados por la muerte ordinaria. Pintor, haz de este sueño tu estrategia, Una infancia, y ese fuego, pittura chiara* Con el color del hábito del ángel *Pintura nítida o pintura clara (N. del T.) Traducción: Miguel Ángel Flores


08 sábado 14 de septiembre de 2013

MILENIO

en librerías

Habitar un mundo conocido RESEÑA Jorge Alberto Gudiño Hernández calitren@hotmail.com

A

cercarse a un autor es acercarse a su obra. Sobre todo, cuando se trata de alguien tan conocido como Mario Vargas Llosa. Es cierto, muchos escritores se han dado a la tarea de explorar diversos géneros, hacer propuestas formales e innovar en cada uno de sus trabajos. Otros prefieren depurar su propio estilo, llevarlo hasta la última expresión. Desde ahí es donde podrán llevar a cabo los prodigios propios de su escritura. Con El héroe discreto (Alfaguara, México, 2013), Mario Vargas Llosa no inventa nada. Es más, la novela está habitada por personajes conocidos. Los mismos que se han aparecido al menos una decena de veces en sus obras. Entonces no sorprende al lector por esa vía. A cambio, le ofrece un ambiente conocido. Más aún, habitable. Desde las primeras páginas el lector se siente cómodo: si leer una novela es llegar de improviso a una reunión a la que uno no está invitado, aquí tiene la posibilidad, al menos, de reconocer a muchos de quienes departen. Por eso resulta natural estar en ella, sentarse en un cómodo sillón, tomar una copa ofrecida por los anfitriones y dar vuelta a la siguiente página. Ahí el lector podrá incluso actualizar la vida de aquéllos a quienes dejó atrás hace ya tantos libros. Aunque también hay nuevos personajes. Felícito Yanaqué es el primero de ellos. Es el protagonista de uno de los dos planos narrativos de la novela. Vive en Piura, donde dirige un próspero negocio de transporte. Está casado y tiene dos hijos. También una querida a la que ama con locura. Un buen día recibe un mensaje anónimo. Buscan chantajearlo, ofreciéndole protección a cambio de una cuota mensual. No es la cantidad la que lo indigna. Son las palabras de su padre, un pobre hombre que se partió el alma para sacar a Felícito adelante. Por eso no cede al chantaje pese a que secuestran a su amante. Y es aquí donde aparece el primero de los personajes conocidos. El sargento Lituma es quien le toma la declaración. En el segundo plano narrativo la autorreferencia aparece de inmediato. Don Ismael Carrera es el octogenario dueño de una compañía

de seguros. Busca desheredar a sus dos hijos por patanes y viles. Para ello recurre a la ayuda de uno de sus hombres de confianza: Don Rigoberto. El mismo que escribía cuadernos en donde la imaginación y el erotismo creaban una senda propia. Él sigue viviendo con Lucrecia (la madrastra digna de elogios) y Fonchito, su vástago. Y serán los tres quienes vivan en carne propia la sevicia de los mellizos cuando se den cuenta de que su padre se ha casado con Armida, su ama de llaves. Como don Ismael está de luna de miel y Rigoberto firmó como testigo, la persecución será en su contra. Falta, por supuesto, el elemento que permita unirse a ambos planos narrativos. No tardará en aparecer en la forma de un extraño parentesco que no es tan trivial como parece. Da la impresión de que Vargas Llosa estaba preocupado por el tema de la familia. De ahí los paralelismos. De entrada, dos parejas. Sabemos bien que Rigoberto y Lucrecia han sabido salir adelante con creces. No pasa lo mismo con Felícito y Gertrudis, que han hecho de su matrimonio una simulación. Algo similar sucede con los hijos: los hay buenos, leales y extraños; también viles, traicioneros y sediciosos. Los padres, en cambio, son todos dignos de mérito pese a su carácter implacable. Así, se va construyendo una deontología

basada en la familia, en lo permitido y lo francamente condenable. Es algo que llama la atención porque resulta imposible no ligarlo con el punto de vista autoral. ¿Es ésta, pues, la propuesta de Vargas Llosa en el campo de lo familiar? Resta ahora hablar del ambiente. Leer El héroe discreto es dar un salto a un Perú que nos resulta cercano. Pero no lo es de la forma tradicional. Decir que lo conocemos gracias a las anteriores novelas de Vargas Llosa es cierto solo en parte. Porque el Perú de ahora se ha actualizado. Hay giros verbales, situaciones y diálogos que se nos hacen conocidos. Sin embargo, el contexto ha cambiado. El proceso de maduración resulta evidente. De ahí que habitar estas páginas sea como volver a un sitio dos o tres décadas más tarde: es el mismo pero no y esa evolución se agradece. Por una cualidad propia de la finitud de las novelas, las tramas que narran suelen terminar en un punto preciso. El falso “y vivieron felices para siempre” sirve para lectores resignados. Otros se debatirán algún tiempo entre los posibles futuros de los personajes. Con Vargas Llosa no pasa eso. ¿Cómo evitar, por ejemplo, que ante el nombre de Lituma o de Don Rigoberto, se activen de inmediato otras historias, muchos recuerdos? Más aún, encontrarlos años más tarde, tras una buena cantidad de páginas leídas, solo puede suponer apretar más el ciclo de sus existencias e imaginar una nueva aventura. Volverlos más tangibles, pues, más cercanos a nosotros mismos. Ése es el privilegio de lo literario: suspendernos, permitir a los personajes habitar nuestro mundo y habitar nosotros el suyo. A fin de cuentas un mundo conocido. L

RESEÑA

Una antología útil Josué Ramírez josue.ramirez63@gmail.com

U

na constante en las antologías de poesía en México es que quienes las elaboran las presentan como imprescindibles; llenan un vacío generado por las anteriores antologías que buscaron fijar el índice de un canon, los trazos de un mapa. Las discusiones, más que polémicas, se centran antes que nada en exclusiones injustificadas, si la lista de los incluidos sesga un interés de grupo, estético, predeterminado, un coto de poder académico, cultural. Pocas veces se discute la autenticidad de lo que los antologadores se propusieron hacer en su edición, promoción y difusión de la poesía. Tal es la constante de estas empresas que buscan establecer no una visión sino la trama de un complejo que por su diversidad y contrastes es huidizo a las definiciones unificadoras de la academia. No se trata de una visión porque lo que se visualiza no está en el futuro sino se basa en obras realizadas. Así, las antologías son espejos retrovisores, no prospectivas, la revisión que hacen del pasado inmediato o remoto aproximan a lo emergente. En la antología que motiva esta reflexión, 359 Delicados (con filtro). Antología de la poesía actual en México (LOM Ediciones, Chile, 2012), los autores Pedro Serrano y Carlos López Beltrán, también de suyo poetas, dejan claro su propósito de incluir 359 poemas que consideran imprescindibles, cuentan con las características intransferibles e inconfundibles de una época, inciden en el tiempo, representan y sintetizan cuáles han sido las principales preocupaciones estilísticas, temáticas, formales, estéticas, de la generación de poetas nacidos entre 1950 y 1963. Además de desmarcarse de generaciones anteriores y posteriores a la que ellos dedican su esfuerzo,

aduciendo diferencias más que tribales de actitud y responsabilidad frente al poema como objeto verbal, con diferentes grados de poder comunicativo, expresivo y de comunión, aducen una puesta en práctica inédita por conjuntar y fusionar lo que para Octavio Paz era irreconciliable: la tradición de la poesía crítica y la tradición de la poesía estética; dicotomía que en estos poetas se desvanece: la calle y la biblioteca están presentes en el acto de creación o construcción del poema. En la antología de Serrano y López Beltrán confluyen las reflexiones más agudas sobre las antologías como conformadoras del canon poético: Xavier Villaurrutia, Jorge Cuesta, Paz, Carlos Monsiváis, José Emilio Pacheco y Gabriel Zaid. Otros esfuerzos antológicos no les resultan del todo destacados o desmarcados de los parámetros fundacionales. Tal vez sea cierto que después de aquellas antologías históricas, en los prólogos de las antologías posteriores se ha repetido y se ha revisado de menos, qué es una antología y cuál es su función. No obstante los esfuerzos y la lucidez con que se analiza el complejo de la realidad poética, de sus producciones, siguen figurando las de los maestros. El estudio introductorio de esta antología es el más sólido de todos los que hasta ahora he leído sobre lo que ha pasado en la realidad de la poesía escrita en México entre 1970 y 2012. Ejemplo de método y tenacidad, pasión por la expresión poética, por el reconocimiento del otro, hacen de

la otredad uno de los sentidos prácticos de la lectura, una práctica democrática, de civilidad. En dicho valor radica la legitimidad de su mirada, su autenticidad, no persiguen un propósito maquinal, autómata, sino humanizado y generoso, incluyente, plural. Tiempo y dedicación a la lectura, sinceridad en sopesar, justifican, explican las coordenadas de la cartografía trazada. Entre los riesgos experimentales de su mirada está la glosa que hacen de los poemas de Roberto Bolaño, la inclusión de poetas que han adoptado a México como segunda patria. Visto en conjunto, para mí vuelven a destacar ciertas voces. Nombro algunas de las que para mí brindan las calidades necesarias para el fortalecimiento del idioma: Coral Bracho, José Luis Rivas, Luis Miguel Aguilar, Ricardo Castillo, Alfonso D’Aquino, Fabio Morábito, donde el contraste dado por el uso de recursos expresivos demarca y denota las posibilidades, la fuerza de una forma de decir el mundo que no se agacha frente a las eficacias de la novela y el ensayo —pertrechados éstos en una arquitectura mercadotécnica que oculta sus límites de explosión lingüística. Coincidir o no con Serrano y López Beltrán es lo de menos, lo que importa realmente es lo vigorizante de su empresa: coloca a la poesía no en el centro de la discusión porque con este panorama, esta propuesta, ellos y nosotros contamos con una herramienta de valoración contrastante y vinculante. Un libro útil, un libro que suma, multiplica los alcances de la oferta de lectura a un público si no ávido de leer poesía sí necesitado de hacerlo, pues es a partir de la lectura de la poesía escrita en las últimas décadas como se puede contar con instrumentos expresivos vitales para entender la compleja realidad de nuestra cultura, de la globalización y su contrapunto local a partir del lenguaje, de sus posibilidades de síntesis sensible e inteligible. ¿Qué falta? No qué le hace falta a la antología de Pedro y Carlos, sino ¿qué hace falta para que esta conversación sobre la poesía escrita en nuestro tiempo tenga mayores y mejores repercusiones en la cultura? Que se armen diálogos entre los antologadores y los poetas incluidos, con críticos y editores, en radio y televisión, no como estrategia de marketing sino como animación de un convivio necesario. Queda claro que estos dos lectores de poesía apostaron por valorar poemas, no calibrar conveniencias. Su apuesta se percibe honesta, no niega sus límites, no le teme enfrentar la sobreabundancia. L


sábado 14 de septiembre de 2013 09

LABERINTO

en librerías No tendrás rostro

El extorsionista Alberto Vital Terracota México, 2013 95 pp.

David Miklos Tusquets México, 2013 112 pp.

E

n un mundo extraño, un espacio no identificado, acontece esta historia en que la muerte y la violencia detonan una búsqueda frenética del amor, el recuerdo, el tiempo transcurrido. La repentina defunción del Suicida; los largos días de Bluementhal, el virtuoso del silencio; las aventuras de la Rusa, una mítica amazona de tiempos modernos, y la evocación de Fino en la playa paradisíaca Palomar, convergen en el relato a muchas voces donde sus personajes solo intentan volver al lugar de origen igual que la marea regresa a las arenas.

Vórtices viles

L

a muerte de Robert McGowan, un extorsionista t i it repudiado por todos, provoca tres fiestas en la ciudad de Jacksonville y hace saltar las alarmas de la policía. Poco a poco, los sospechosos se van acumulando hasta llegar a siete. El comisario Gavin William y su amigo, el detective Chelo Gómez, van hilando pistas para resolver el asesinato. Sin embargo, sus razonamientos van por caminos muy diferentes. Entre coartadas, pistas falsas y muchos whiskeys, los detectives van descubriendo una dimensión más profunda y oscura del asesinato y el alma humana.

AMBOS MUNDOS ESPECIAL

El grupo de los lunes

Ruy Feben Fondo Editorial Tierra Adentro México, 2012 141 pp.

D

oce cuentos que mezclan ciencia i i ficción fi ió y fantasía, ironía noir y estado de ánimo pulp conforman este libro inclasificable por la diversidad de temas y estilos que lo componen. Cuentos sarcásticos y crueles, como el de aquel hombre en silla de ruedas que le arruina la vida a otro, a punta de ideas que le mete en la cabeza; o el de una pecera llena de hipocampos que señalan un presagio funesto o el texto en el que la venganza de un hermano se perpetra a través de un videojuego, son solo una muestra del volumen que, según sus editores, pondrá a prueba la imaginación del lector.

Mi hermana y yo

Milena Moser Alevosía España, 2013 408 pp.

N

evada es una ex bailarina de ballet convertida en maestra de yoga. Su vida da un giro cuando ya no puede fingir una terrible enfermedad y se desmaya mientras da una de sus clases. Marie, Poppy y Ted, sus alumnos, tratarán de ayudarla mientras intentan resolver el rompecabezas de sus propias vidas y reencontrar el amor. Todo se vuelve más complicado cuando el cadáver de un hombre aparece flotando sobre el río y Poppy confiesa ser la asesina. El grupo de los lunes combina pasajes de un cándido libro de amor con oscuras páginas de novela negra.

Valiente clase media

J. R. Ackerley Sexto Piso España, 2013 288 pp.

L

a “maestría literaria”, como la calificó su amigo John Morris, del escritor inglés Joseph Randolph Ackerley se halla presente tanto en Mi padre y yo como en este libro. Ackerley escribe de su hermana Nancy, su tía Bunny y su perra Queennie, su “insumiso harén”, según la expresión de su albacea Francis King, y a veces también de su padre, alejado de toda referencia psicoanalítica, pero igualmente encontramos notables párrafos epifánicos como cuando habla de sus paseos con su perra. Ackerley fue editor de la revista literaria de la BBC The Listener.

Álvaro Enrigue Anagrama México, 2013 191 pp.

¿

Hay alguna diferencia entre la escritura it española ñ l y la americana, diferencia que divide o resignifica al castellano? Este ensayo aborda la interpretación de la prosa como un asunto de dinero y clase, a través de la obra de sor Juana Inés de la Cruz que, además de haber sido una de las mayores poetas del siglo de oro, también fue contadora de una institución crediticia del imperio; lo hace, también, desde una mirada exenta de prejuicio del Manual de buenas costumbres de Manuel Antonio Carreño, y del cambio que concibieron los Modernistas en la cultura de la clase media latinoamericana.

Enigmático Edipo La ciudad y las leyes Carlos García Gual Fondo de Cultura Económica España, 2012 280 pp.

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Nostalgias

atedrático de Filología Griega de la l Universidad d d Complutense, Carlos García Gual ha realizado no pocos estudios y traducciones sobre este tema; en el volumen que se comenta, subtitulado Mito y tragedia, confluyen estas dos actividades: Abre con una traducción de la tragedia Edipo rey, de Sófocles, y después continúa con un estudio pormenorizado de los personajes más importantes de la obra apoyándose en otras fuentes que van de textos anteriores y contemporáneos a la obra sofoclea. Culmina con una revisión de versiones e interpretaciones modernas.

Cornelius Castoriadis Fondo de Cultura Económica Argentina, 2012 384 pp. n este segundo volumen del ciclo i l L Lo que hace h a Grecia y tercero de lo seminarios La creación humana, Castoriadis estudia la relación entre democracia y filosofía. Interesan las implicaciones actuales. Señalemos dos: primero, que vivimos todavía en una sociedad esclavista en tanto que la mayor parte de la población no ejerce un trabajo libre, sino forzado; segundo, que, Castoriadis dixit, “si existiera un conocimiento cierto y total (episteme) del dominio humano, la política terminaría de inmediato y la democracia sería a la vez imposible y absurda”.

E

Santiago Gamboa Facebook: Santiago Gamboa – club de lectores

H

ace un tiempo, una revista me pidió hacer una lista de cosas que me producían nostalgia (síntoma inequívoco de alguien que se acerca con paso firme a la cincuentena), así que me puse a pensar en mi adolescencia, allá por el final de los años setenta, y me llené de imágenes evocadoras de una época que, diablos, ¡parece de hace siglos! Sin hacer un ejercicio de idealización de mi juventud, debo decir que la apariencia de antigüedad de esos años tiene que ver sobre todo con dos cosas: la ausencia de celular y de internet. No creo que antes la vida fuera mejor, ni más sincera o más reflexiva, como creen algunos, pero sí constato que era más lenta. Todo ocurría más despacio porque la comunicación tenía un “tempo” pausado. Al llegar de la universidad yo preguntaba, ¿me llamó alguien?, y me decían, sí, su amigo Tomás, y dijo que lo esperaba en la casa de Ricardo para ir a la tienda. Eran mis amigos del barrio. Yo me sentía perfecta y extraordinariamente comunicado. Si al llegar a la casa de Ricardo no había nadie, me dirigía a la tienda y allí los encontraba. Comunicación perfecta. La histeria de la híper comunicación llegaría después, pero yo siento nostalgia de esos remansos temporales de los ochenta. Uno salía un sábado en la noche con un grupo y con ese mismo grupo terminaba. Hoy las noches no tienen fin de tantas nuevas citas que, vía celular, van surgiendo hasta la madrugada: “¿dónde

están?”, “¡vamos para allá!”, “¡vénganse!”. Muchos de los argumentos de la literatura, con el celular ya no tienen sentido. El final de Doctor Zhivago, por ejemplo. Cuando mi novela Perder es cuestión de método fue adaptada por Sergio Cabrera al cine, hubo que cambiar cosas de la trama que ahora no eran creíbles… ¡por el bendito celular! Ni se diga el internet. No soy tan nostálgico como para querer que desaparezca —no soy bobo—, pero sí extraño esa época en que uno investigaba en los libros, yendo a las bibliotecas. Hoy mis alumnos hacen exposiciones proyectando en el salón videos de los autores que encuentran en Youtube, y eso para ellos tiene más peso que sus propias lecturas. Lo mismo en la prensa. Muchos periodistas, en lugar de leerse los libros de un escritor al que van a entrevistar, lo que hacen es leer las entrevistas que ya dio, y con eso elaboran su cuestionario. Siento nostalgia de ese modo libresco de acercarse al conocimiento. Alguien dirá que los libros siguen estando ahí, pero hoy son tantos los atajos que ofrece internet que ya es un verdadero milagro leer e investigar. Y eso me produce tristeza, pues yo me formé así y es así como sigo viviendo, en un mundo cada vez más extraño. Porque como dice Héctor Abad: “Somos igual que profesores de latín, lo que sabemos cada vez tiene menos valor”. Y es precisamente eso de lo que siento nostalgia; de un modo de conocer el mundo y de ir, con un “tempo” lento, adentrándose en él, con la ayuda de los libros. L


10 sábado 14 de septiembre de 2013

MILENIO

teatro MIGUEL DÍAZ

Beauty Free Helena

Propuesta poética sujeta al desencanto Una puesta en escena donde los dioses y la mitología acontecen en un mall, mercado temático de la existencia y zona de desastre emocional, donde la vida busca adaptarse como a un nuevo ecosistema CRÍTICA Alegría Martínez alegriamtz@gmail.com

L

a tumba del rey Proteo ha sido sustituida por el Duty Free de un aeropuerto en Egipto, con sus botellas de licor, chocolates, lentes, cosméticos e inmensas fotografías iluminadas con la imagen multiplicada de una Helena contemporánea ataviada a la moda y en seductoras poses; este es el espacio donde tiene lugar la obra Beauty Free Helena, una travesía escénica por el mito de Helena a partir de Eurípides, desde la mirada compleja, sensible y detonadora de David Hevia, autor de la dramaturgia y la dirección. La tensión permanente que causa el estar de paso en un aeropuerto, entre el reflejo plateado de las sillas metálicas, de los enormes ventanales, los pulidos pisos, las luces de los anuncios, los símbolos convencionales y la presencia de viajeros desconocidos, parece suavizarse ante la posibilidad de probarse unas gafas, de comprar un perfume o de untarse una crema de belleza; estantes generadores de espejismos, ilusión de hermosura, de bienestar, de protección estética contra toda amenaza. Hermes ha sustituido a Helena por una imagen hecha de nube mientras la verdadera Helena ha sido llevada a Egipto, por lo que la guerra entre aqueos y troyanos es en realidad una lucha por el nombre, la posesión, el significado de la belleza de

una mujer a la que su autor, tanto Eurípides como Hevia, liberan de toda culpa. Hevia reflexiona sobre la belleza desde la óptica de un bien mercantil, algo que se puede conseguir artificialmente, un efecto, una imagen ilusoria en venta, contenida en pequeños y carísimos productos de firma internacional a la mano de quienes confían poseer la utilidad que pregonan. Un prisma triangular de lo femenino a través de los personajes de Helena, Febe y la pitonisa Teucro, enriquece el juego entre tres mujeres de inteligencia distinta, la que usa su poderío, la que se guía por la razón aunque ésta no pueda salvaguardarla del todo y quien a sabiendas de lo que traerá el futuro, opta por una justicia que no puede ser para ella. El desencuentro entre Oriente y Occidente, su cultura, su religión, política, identidad, mitos, creencias y formas opuestas de concebir el universo, cruzan con densidad por este fragmento de puerto aéreo al que llega un Menelao hecho trizas, en resumen de un mundo varonil que ha ofrendado su existencia en una guerra que a la luz de la destrucción y la muerte adquiere otro sentido. Hevia escribe un sólido texto dramatúrgico y poético sujeto crudamente al desencanto detrás de la divinidad de los dioses, de la imagen, del ser humano envuelto en sus necesidades sin horizonte con gotas de humor, sarcasmo y grilletes de realidad. “El tiempo parece ser el dramaturgo de las tragedias” sentencia el autor por boca

Jueves y viernes 19:30, sábados 19:00 y domingos a las 18:00 horas en el Teatro Santa Catarina

de uno de sus personajes entre el estruendo de los aviones que surcan el cielo y una música que escapa de ser únicamente ambiental para un espacio de tránsito que remite al espectador a lugares físicos, culturas y rincones de la memoria. Sergio Villegas en el diseño de escenografía e iluminación, Pedro de Tavira Egurrola al frente de la escenofonía y música original, Sergio Villegas & Davidache en el diseño de vestuario, Efraín Pérez Álvarez en la asistencia de dirección y Diego Rodríguez Montalvo e Ivan Pierre–Lyz asistentes de escenografía, completan el equipo de esta obra que, como en pocas ocasiones, debido a la coherencia

de lo que plantea y a la depuración de su lenguaje teatral, es importante ir a ver. El exilio, el destino, el embeleso, la necesidad de evitar amar, la razón y el sentido común por encima de los mejores adivinos, ubican a Helena, Menelao, Febe, Teucro, Teónoe, Teoclímeno y al Guardia, en una realidad terrenal fuera de toda protección divina, donde las interpretaciones de Marina de Tavira, Miguel Cooper, Silvia Carrusillo, Carlos Orozco, Diana Sedano, Miguel Ángel López y Pedro de Tavira Egurrola, conducen tersamente al espectador hasta esos parajes en los que se refleja hoy la tragedia con nuevos matices. L

COLUMNA INVITADA ESPECIAL

Teatro como instalación Braulio Peralta juanamoza@gmail.com

E

stán por encima de la moral, al lado de Nietzsche. No juegan las reglas del canon para escribir y dirigir su teatro: a la basura la tradición del texto como desarrollo, nudo y desenlace. Rebasan conceptos como happening , “espectáculo teatral” u “obra de autor”. Se saben rebeldes: rechazan el adocenamiento. Son de un naturalismo radical: Donde la obra surge de un cerebro que hace equipo con sus actores, justo entre las reminiscencias de Meyerhold y el consejo de Chéjov: “nervios, nerviosismo, pero no neurastenia”. Son las nuevas vanguardias que no terminan por descubrirse: sin apoyo institucional ni posibilidades de desarrollar sus infinitas capacidades creadoras. Y sin embargo se mueven… Así surgieron en México Alejandro Jodorowsky con Fando y Lis (1961), Héctor Mendoza con Don Gil de las calzas verdes (1966), Julio Castillo con Los insectos (1973), Luis de Tavira con Woyzeck (1974), Juan José Gurrola con Lástima que sea puta (1978), Jesusa Rodríguez con Don Giovanni (1983),

Mauricio Jiménez con Lo que cala son los filos (1988), Claudio Valdés Kuri con Los castrati (2001)… Carreras consolidadas en la historia del teatro. Se impusieron por su creatividad innovadora, nadie les regaló nada, salvo un detalle: había intelectuales y críticos de teatro en medios escritos que se ocuparon de su quehacer. Sin eso estuvieran condenados a una forma de desdén y olvido. Son los directores que revolucionaron la escena en México. Pero los medios de comunicación no son los de ayer. Las redes sociales, electrónicas, son una masa amorfa que puede omitir la historia de la tradición y renovación de la escena. Autores, directores, gente de teatro que hoy parece abandonada a su suerte. Eso cuando se escribe del “arte contemporáneo”, “instalación” o “performance” —positivo, por líderes como Cuauhtémoc Medina, y negativo, por argumentaciones de Avelina Lésper en este suplemento. Eso, cuando es del teatro —de la escena, de la escenografía—, donde esos conceptos modernos son parte del arte escenográfico (Alejandro Luna, primer vanguardista del ramo). La vanguardia teatral de hoy está en eso: en la instalación, en el performan-

Escena de De monstruos y prodigios. La historia de los castrati de Claudio Valdés Kuri

ce, en el arte contemporáneo. Pero no le llaman así: se denomina y se seguirá definiendo como teatro, el lugar en el que han mamado las artes visuales. ¿Qué es el teatro de Richard Viqueira con su obra Umbilical sino la búsqueda de modernidad para algo tan antiguo como el teatro? ¿Qué es el montaje de José Alberto Gallardo sino el espacio donde un pintor, Guillermo Arreola, abre las posibilidades

de convivencia entre el performance y la pintura, en su obra Drenaje. Un paisaje? Dos directores que pretenden aquietar los demonios del arte y vencer al sensei que traen dentro: transformando la tradición y sus necesarias rupturas. Porque el teatro, lo sabemos, es una historia sucesiva de resquebrajamientos para que surja la vanguardia. Pero qué creen, el espacio se me terminó. L


sábado 14 de septiembre de 2013 11

LABERINTO

cine Emilio Maillé

“Gabriel Figueroa supo mirar lo que sucedía en México” CORTESÍA PRODUCCIÓN

Más que homenaje a la filmografía y al admirable trabajo del camarógrafo mexicano, las voces reunidas en Miradas múltiples reflexionan sobre la sintaxis poética de la imagen ENTREVISTA Carlos Jordán gonzalezjordan@gmail.com

E

l trabajo del cinefotógrafo mexicano fue celebrado por Emilio “El Indio” Fernández, Luis Buñuel y John Huston. A fin de revisar su trascendencia, el documentalista Emilio Maillé convocó a varios artistas de la cámara para hablar de Figueroa y de la imagen. Vittorio Storaro, Jean Pierre Jeunet, Janusz Kaminski, Christopher Doyle y Gabriel Beristain, entre otros, respondieron a su llamado y dieron forma a la cinta Miradas múltiples. ¿Cómo nace Miradas múltiples? Hace siete años hicieron una exposición dedicada a Figueroa en Bellas Artes. Junto con Alfonso Morales hice varios videos de la muestra. A partir de ahí pensé hacer un documental sobre él, donde intervinieran puros fotógrafos de cine. ¿Cómo involucró a Michael Nyman en el proyecto? Lo conocí hace cuatro años. No sabía cómo resolver la parte musical y pensé que podía ser interesante usar una partitura radicalmente diferente. No compuso algo original, pero me dio chance de meterme a sus grabaciones y tomar lo que me gustara. Luego Manuel Rocha retrabajó dos piezas de Michael. Creo que quedó muy bien. Varios de sus entrevistados resaltan cuan influyente fue Figueroa, ¿la película le supuso un descubrimiento en este sentido? Él estuvo en un momento muy preciso. Tenía amistades que lo nutrieron intelectualmente, sobre todo pintores de los que

tomó muchas influencias. Se empapó de gente talentosa. No quiso inventar nada. Supo mirar lo que sucedía en México. ¿Qué película define el estilo de Figueroa? No puedo hablar de una película, sin embargo me parece que es con “El Indio” Fernández con quien aflora. Su trabajo más sobresaliente reposa en su forma de ver el México rural. Los fotógrafos hablan del discurso simbólico y visual de Figueroa. Es interesente, porque el director es quien dirige el discurso visual en una película, pero Figueroa llegó a convertirse en parte importantísima. Para entender la simbología a la que te refieres es preciso recordar que México salía de la Revolución. Apenas construía su identidad, y Figueroa la descubrió poco a poco. Incluso llegó un punto donde la fotografía de Figuera era un gancho comercial. Sin duda, para mucha gente era una garantía. Es curioso porque el fotógrafo suele ser un personaje en la oscuridad y creo que a través de él, los entrevistados hablaban de lo que ellos son. Cierto, porque en un momento el documental se convierte en un pretexto para reflexionar sobre la historia del cine, y el tránsito del blanco y negro al color. Al principio creía que todo tendría que girar alrededor de Figueroa pero durante las entrevistas entendí que no tenía chiste. Una vez que explotamos el mundo del fotógrafo mexicano ellos quisieron hablar de su trabajo. Así fue como empezamos

Composición de Gabriel figueroa para La perla (Emilio Fernández, 1945), incluida en el documental

a hablar de imagen. Ahora te puedo decir que eso le aporta universalidad al documental. Una reunión de fotógrafos similar no se había dado nunca. Ricardo Aronovich dice que el color es para hipnotizar a la gente… Sí, como buen argentino polémico; al mismo tiempo Vittorio Storaro se decanta por el color y sostiene que genera emociones. Hay de todo y cada quien habla con pasión, todo se vale. ¿Cuál es su posición en este sentido? El blanco y negro era una cosa muy particular, con una belleza absoluta por su simpleza aparente. A través del color incursionamos en un mundo realista.

No deja de sorprenderme que películas como Blancanieves o El artista, en blanco y negro, sean tan seductoras. ¿Por qué Figueroa nunca dirigió? Creo que aprendió a sacar provecho de su puesto. Como director, en el mejor de los casos podría filmar una o dos películas al año, en cambio siendo fotógrafo filmaba cinco o seis. ¿Percibe la influencia de Figueroa todavía? No, ya estamos en otra manera de ver las cosas, por ahí El violín se preocupó por hacer un guiño a su trabajo. A Figueroa le tocó un tiempo donde había que generar una estética del país, ahora ya no es así. L

HOMBRE DE CELULOIDE ESPECIAL

Un remake es un remake Fernando Zamora @fernandovzamora

H

ay quien dice que el humano es un ser mimético, que la tendencia a imitar (o representar, según se traduzca a Aristóteles) es origen y fundamento de la cultura. Esta idea parecería justificar toda clase de apropiaciones: la de quien hace “homenajes” y la de quien compra un guión ajeno, lo copia al pie de la letra y se hace de capital. Y aunque Le grand méchant loup es un filme delicioso, decepciona un poco que el 17 Tour de Cine Francés cierre con un remake. Es cierto, Le grand méchant loup recuerda el gozo del cine sesentero, ese que con ironía y buen humor, se armó contra la burguesía y habló de libertad sexual, esa comedia ligera, francesa o italiana, que antaño resultaba picante y hoy hasta parece convencional. La verdad es que por más que Le grand méchant loup dé la impresión de ser capaz de revivir en nosotros la efervescencia sesentera (esa que hizo del cuerpo un campo de batalla política) la realidad es otra. Es más, aunque pareciera que los directores y guionistas (muchos, por cierto) han conseguido sortear la moralina de la premisa, la realidad es otra. Hay que ver: como se sabe, Le grand méchant loup “pervierte” el cuento de los tres cerditos que

construyen su casa, uno con paja, otro con madera y otro con piedra hasta que vino el lobo (aquí la tentación de destruir el matrimonio) y sopló. Los tres cerditos son tres hermanos bien casados que viven en los suburbios de París (Versalles) y que (faltaba más, esto es cine francés) se dejan comer por la chica fatal, esa que tanto gusta en el cine ligero de los años sesenta. El final (que no contaré, por supuesto) tiene la ventaja de poner las cosas en su sitio de modo que no fastidian las moralejas y los tres cerditos, cerditos son. El filme es entretenido, claro, y está bien actuado, con sus golpes de teatro bien puestecitos, pero… ¿por qué cerrar el 17 Tour de Cine Francés con un remake? La noción de remake es francamente chocante. Estados Unidos traduce al inglés comedias exitosas de otros países para que sus ciudadanos no tengan que pasar el trago de leer subtítulos. ¿Cómo olvidar el horror de The Birdcage, insufrible remake de la La cage aux folles? La idea que subyace en esta clase de reinterpretaciones es: “ya fue un éxito local, nosotros lo haremos un éxito internacional”. Y sí, es cierto que hay más de un autor que sueña con que hagan de su película un remake, pero ahora los franceses, en total imitación de lo peor de Hollywood, son quienes han comprado una historia canadiense para “internacionalizarla” llevándosela a Versalles. ¿Vale

Le grand méchant loup (El lobo seductor). Dirección: Nicolas Charlet y Bruno Lavaine. Guión: Nicholas Charlet, Patrick Huard, Claude Lalonde, Pierre Lamothe y Bruno Lavaine. Fotografía: Laurent Dailland. Con Benoît Poelvoorde, Kad Merad, y Fred Testot. Francia, 2013. la pena? Sin duda, la película en sí es muy divertida, pero cerrar un ciclo de lo mejor de una cinematografía del tamaño de la francesa con un guión que no es original, me sabe mal. En realidad la cosa habla mejor del cine canadiense que del cine francés. Ahora, ¿la recomiendo? Claro. Vale la pena viajar con esta historia a otra Europa, una que no hace mucho era imaginativa y brillante, un cine que estaba lejos de presumir remakes. L


12 sábado 14 de septiembre de 2013

MILENIO

varia CORTESÍA INAH

ESPECIAL

Buda

¿Qué fue del Profe? Visiones de la India ARCHIVO HACHE Heriberto Yépez hyepez.blogspot.com

L

os maestros marchan en campo minado. Desde un punto de vista cultural, ¿qué imágenes explotan? Desde el cine de Cantinflas, la música de Cri Cri y los multimedios de Chabelo hasta la filosofía de Vasconcelos o Las batallas en el desierto de Pacheco, ser “profe” ha sido representado como guía, aliado, ideal de los más necesitados económica y emocionalmente. El Profe como Pastor. Hoy en los medios se combate esta representación cambiándola por la del Profe– Tribu: “huevón y revoltoso” de Plaza. Estos dos imaginarios están chocando. El régimen post– revolucionario necesitó a los maestros para expandir su ideología nacionalista y aun de izquierda. Esos dijes ideológicos se los quitó el gobierno en los noventa. Pero afincaron en el magisterio. Los profes son pastores contra la sociedad de control. Su poder cultural consiste en administrar flujos de información y descontento contra el nuevo sistema. Como los curas, han perdido prestigio. E internet, en cierta forma, les quitó un viejo poder (repartir la información) y les dio otro (obtener más contra– información). El profe supo llegar vivo a la cibersociedad. ¿La sobrevivirá? Los mexicanos que educan a otros a tener una actitud subversiva no son los intelectuales o artistas (casi siempre conservadores y sin contacto con las mayorías). Los periodistas mexicanos, por su parte, nunca han

GUÍA VISUAL tenido la respetabilidad social que se ganan miles de maestros anónimos. Son profes de primaria y secundaria quienen educan a millones de chavos a desconfiar de Televisa. Y son ellos quienes luego dan base teórica contra el régimen en la preparatoria y universidad. Los maestros son la oposición cultural con más influencia en el país. Desde hace años mantienen intensa lucha. Se opusieron al modelo de “competencias” que ve al estudiante como mano de obra; se opusieron, asimismo, a la eliminación de materias (la filosofía, por ejemplo) y contenidos (indígenas desalojados de los libros de texto). Los maestros resguardan. Ahora que se agudiza el modelo económico capitalista mediante la reforma educativa, hacendaria y energética, los maestros dan una batalla más. No perdemos de vista que además de su historia mexicana, esta movilización es global. Maestros y estudiantes llevan años tomando las calles para enfrentar recortes y “reformas” educativas desde Chile y Centroamérica hasta Grecia y California. Muchas veces los medios representan esta lucha como “laboral”. Y las protestas reciben la cobertura de un reporte de tráfico. A nivel cultural, masas de maestros rechazan formar trabajadores y televidentes pasivos. El viejo y endeble enlace entre magisterio y gobierno, ¿desaparece? El fantasma aparece en varios frentes: aulas, calles, medios e imaginarios. ¿Qué le pasa al Profe? Digamos, Profe, acaso, ¿está mutando? L

Magali Tercero mtercero2000@yahoo.com.mx

E

ste domingo de cielos plateados, decenas de adolescentes están causando embotellamientos en las salas de Visiones de la India. Pintura del sur de Asia, exposición del Museo Nacional de Antropología (MNA). Pegados como están al cuaderno o al celular para registrar el contenido de un centenar de cédulas. ¿Por qué tanto apunte en lugar de ver esta muestra maravillosa, curada por la estadunidense Sonya R. Quintanilla, de 104 miniaturas de la colección de casi dos mil obras de Edwin Binney III (1926–1986), nieto del inventor neoyorquino del crayón? Absortos en su tarea, los alumnos olvidan la lupa situada junto a ciertas piezas, un recurso también usado en el Museo Thyssen–Bornemisza de Madrid, la parada más reciente de esta exhibición itinerante originada en el San Diego Museum of Art, donde está la colección completa, una de las mejores del mundo. Artistas, lupas y ceguera Muchos artistas de la miniatura pintaron con lupa y con pinceles increíblemente delgados, a veces con solo dos pelitos finos para que fueran bien plasmados fondos, figuras, flores, paisajes y un sinfín de motivos caligráficos, ese otro arte asiático. Como todo oficio, causó a algunos la pérdida de la visión y otros problemas de salud debido a la aspiración de mercurio, plomo y arsénico, componentes de los pigmentos de estas obras llenas de vida realizadas en la India entre los siglos XII y XIX. Pero, volviendo al tema, me imagino al abuelo del coleccionista, el inventor que encontró atajos para facilitar la educación —gises que no soltaban polvo en el pizarrón, por ejemplo—, azorado ante los hábitos didácticos del siglo XXI mexicano. Lo cierto es que muchos se van sin ver los manuscritos religiosos iluminados, los álbumes de mecenas antiguos y los libros persas de poesía ilustrados con miniaturas, así como los grabados y pinturas con motivos épicos, costumbristas, religiosos y naturalistas. En suma, la evolución a lo largo de unos seis siglos de un arte sin el cual la cultura sería otra… un recorrido por el mundo del libro artístico tan minuciosamente hecho en el sur de Asia.

Romeo, Julieta y “Layla” de Eric Clapton Este septiembre, las salas estarán más desahogadas porque, y en vista de los más de 110 mil visitantes, se ha decidido dejar la exposición un mes más, hasta el 6 de octubre. Ahí pueden verse piezas como la del Buda azul que sostiene un cuenco, o como aquélla donde se retrata a Layla y Majnun, personajes de la historia de amor más célebre de la literatura clásica del oriente isámico y, quizá según algunos estudiosos, antecedente de Romeo y Julieta. La versión más conocida es la del poeta persa Nizami, cuyo poema de más de cuatro mil estrofas originó una época literaria en Asia. Considerado como una obra maestra es el origen, también, de la excepcional canción de Eric Clapton, una pieza sobre la cual dijo el gran crítico de música Dave Marsh, en The Rolling Stone Illustrated History of Rock and Roll: “Hay algunos momentos, en la historia del rock, en que un cantante o compositor ha llegado tan dentro de sí mismo que el efecto, al oírlo, es similar al de presenciar un asesinato o un suicidio. Para mi 'Layla' es el mejor ejemplo”. Leyla, con “e” y en árabe, quiere decir noche (la heroína de la historia persa de amor tenía el cabello negro). Majnun, el héroe que ama para siempre a Leyla, significa loco. El poeta Nizami lo narra: Majnun recibe ese nombre porque, al no ver realizado su amor, cae en obsesión y ya nunca deja de hablar de la amada, ni siquiera cuando se va a vivir como ermitaño. Cuando Clapton se enamora sin esperanza de la modelo inglesa Pattie Boyd, entonces esposa de su amigo músico George Harrison, un conocido, apenas convertido al sufismo, le cuenta sobre Layla y Majnun. La historia emociona tanto al gran Clapton que compone la canción y le pide a Pattie escucharla tres veces para convencerla de que se divorcie de Harrison, y lo consigue. La complejidad de “Layla” es la de una obra maestra en este género musical. Por último, en el MNA no solo están las 104 obras mencionadas, sino proyecciones y actividades afines. No quiero terminar sin referirme a la espléndida museografía de Marco Barrera Bassols. Con celosías y motivos diversos se ambientó la muestra, única en México. Octavio Paz estaría feliz de verla. En la India revisó su pensamiento poético. En la India encontró el amor de su segunda esposa, Marie–José. L


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