Laberinto No. 519

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Laberinto David Toscana Turquedades página 2 Alfred Corn Poema página 3 Juan Carlos Villanueva Entrevista con Jason Newsted página 10 Avelina Lésper Arte y tiempo página 12

N.o 519 sábado 25 de mayo de 2013

El palco Ana García Bergua Página 4 GRACIELA ITURBIDE/ AUTORRETRATO EN MI CASA. MÉXICO, DF, 1974

Graciela Iturbide en cinco tiempos y algunas obsesiones Angélica Abelleyra Página 6

MILENIO


02 sábado 25 de mayo de 2013

MILENIO

antesala Artemisa Diana EKO

EX LIBRIS

Turquedades TOSCANADAS David Toscana dtoscana@gmail.com

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n 1928, Atatürk mandó cambiar el alfabeto turco. En vez de usar la escritura árabe, pasarían a usar las letras latinas con algunas adaptaciones para representar sonidos específicos de su lengua. Esta reforma fue parte de una campaña de alfabetización. El pueblo turco tenía un ochenta por ciento de analfabetos y su líder suponía que era más sencillo educarlo con veintinueve signos latinizados que con las casi quinientas grafías árabes. Atatürk convocó a lingüistas, profesores y demás educadores y les preguntó en cuánto tiempo estaría debidamente implantado el nuevo alfabeto. Los especialistas estimaron que en seis años. “De acuerdo”, les dijo Atatürk, “pero ahora supongan que ya pasaron cinco años y medio.” De inmediato se lanzó la campaña de alfabetización. Se imprimieron libros con las nuevas letras. Hubo un cambio masivo de máquinas de escribir en las oficinas. Muy pronto los periódicos cambiaron su tipografía. Los calígrafos debieron adaptar su arte. Proliferó el oficio de rotulistas, pues todos los comercios hubieron de cambiar sus fachadas. La lectura y escritura que se hacía de derecha a izquierda ahora cambiaba de sentido. Los que no sabían leer ni escribir entraron castos a ese nuevo mundo. Quienes ya dominaban la escritura tradicional se vieron obligados al reaprendizaje, sin importar la edad que tuvieran. Por supuesto que hubo resistencia, empezando por los grupos religiosos. El Corán se había escrito por la mano de Alá en árabe. Y dado que el cambio no solo implicó la escritura,

sino que los lingüistas también crearon una buena cantidad de palabras que parecieran más turcas y menos árabes, puedo suponer que algunos poetas se sintieron ultrajados. Ahora mismo me espantaría que triunfaran las ideas simplificadoras del español: eso de desaparecer acentos, ciertas letras que comparten su sonido, alguna puntuación o caracteres que el Internet no acaba de aceptar. No quiero hacer un juicio literario sobre el cambio del alfabeto turco. Quiero, en cambio, hacer notar la fuerza política necesaria para realizar una reforma de ese tamaño. Por supuesto, Atatürk estaba más cerca de la dictadura que de la democracia, pero su mayor fuerza venía de eso que hoy le falta a tantos y tantos políticos: liderazgo. No voy a aceptar el argumento de que las democracias matan a los líderes. En cambio, sí es notorio que las democracias enfermas de partidismo se meriendan a quienes pretenden abanderar reformas. Además, el poder que busca su permanencia le teme a las medicinas amargas que, aunque buenas para la salud de un país, pueden promover la alternancia. También es cierto que no puede haber liderazgo en un presidente que se hace el ciego ante la rapiña de tanto gobernador y demás colaboradores y amigos. Las grandes reformas no son para petimetres que prefieren lucir más en la televisión que en la historia. Por eso resulta claro que nos vamos a pasar de largo otro sexenio sin reforma educativa, una reforma educativa que ni siquiera está planteada, pues lo que así se llamó es apenas un ajuste en la administración del magisterio. Pero qué daría Toscana por equivocarse una vez más. L ESPECIAL

DE CULTO

Andrés de Luna andres10deluna@gmail.com ESPECIAL

Grosso

Un escritor que perdió la memoria

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na de las mayores tragedias que puede padecer un hombre es la pérdida de la memoria. En el caso de Alfonso Grosso esta fue una fatalidad que canceló todos sus saberes y le condujo a la muerte en 1995, cuando tenía 67 años. Para entonces había publicado más de veinte libros, algunos con la colaboración de otros autores como ese primer trabajo literario Por el río abajo (1956, aunque existen otras ediciones como la de Albia en 1966), firmado junto a Armando López Salinas. Recorrido por la baja Andalucía, en donde los dos autores trataban de demostrar las injusticias que engendraba el franquismo. O bien, el hermoso volumen Los días iluminados (Lumen, 1965), que el autor sevillano realizara junto con el fotógrafo español Francisco Ontañón sobre la Semana Santa en sus tierras nativas. Grosso escribió ahí: “El hombre andaluz con sus contradicciones, sus riquezas y sus miserias, su paternalismo feudal, sus generosidades, sus rebeldías y sus egoísmos. Tres mil hectáreas de tierra para unos, y ni un pedazo de pan –el pan nuestro de cada día—que llevarse a la boca para otros.” La vida de Grosso es todo un momento de la vida de España. Nace en 1928 en Sevilla, con un abuelo industrial, con un tío paterno concejal durante la dictadura de Primo de Rivera, y otro más ligado a la Izquierda Republicana. Sus padres trataban de ubicarse en la parte donde las cosas parecieran mejores. Por eso, él tuvo que unirse al Partido Comunista Español en 1955, y en 1961

es arrestado por participar en actividades a favor de la amnistía. Primero fue un practicante del realismo social. En su literatura aparecen estos destellos y su trabajo dista mucho de las prácticas del nacionalcatolicismo. Repudia todo esto, sin olvidar que la Semana Santa y sus elementos culturales están ligados a la antropología de su pueblo natal. La zanja fue su primera novela y posee los matices de los que puede nutrirse un libro que cuenta la vida en provincia de un Estado fracturado por el franquismo. Luego vendrán textos importantes como Germinal y otros relatos (Seix Barral, 1963), que incluye cuentos como ‘La novia’, en donde escribe así al personaje: “Ella con las axilas sudorosas, que desprendían un olor cálido y adolescente…”; Testa de copo (Seix Barral, 1971), es un libro dual, con dos relatos de la vida de un familia en Italia; El capirote (Joaquín Mortiz, 1966), una pasión encendida que termina por lacerar a Juan Rodríguez López, peón temporero. Después vendrá un cambio dentro de las letras de Grosso con Ines Just Coming (Seix Barral, 1968), que es un viaje a Cuba del escritor, en el cual un hombre y dos mujeres cuentan el paso de un ciclón en el Caribe. Luego vendrán otras obras experimentales como Guarnición de silla (Seix Barral, 1971) o Florido mayo (Plaza y Janés, 1976), que es otro de los argumentos mayores dentro de la obra del escritor sevillano. El gran cronista muere en Sevilla sin recordar ninguna cosa del pasado. L

BITÁCORA PSICOTRÓPICA

Xavier Velasco

La calumnia es la audacia del cobarde. El astuto alfabetizador

MILENIO LABERINTO Dirección: José Luis Martínez S. Edición: Alicia Quiñones Coedición: Iván Ríos Gascón Arte y diseño: Salvador Vázquez Mejía


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LABERINTO

antesala

A un amante seropositivo En este poema late la agonía desgarradora de una comunión que habrá de suspenderse en el mañana y que, a pesar de todo, no puede romper la eternidad que se conjuga en el abrazo POESÍA

Carla Morrison, la voz de una generación A SALTO DE LÍNEA ESPECIAL

Alfred Corn

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e preguntas qué siento. Pesar; y confianza que nace de tu intención para continuar proyectos tan firmes o duraderos como pueda la carne soportarlos. Amor; y miedo de que la hasta ahora implacable astucia de un virus hurte la tibieza sustancial, la faz, el contrarresto que nos dice lo que somos y lo que podríamos ser. Culpa; y perplejidad pues, sin mediar virtud de mi parte o defecto tuyo, una ensombrecida aflicción a mí me excluyó y en ti se acuerpó. Como si todo el mundo tuviera siempre lo que le corresponde. Ira; y saber que nuestra aventura no se acoplará a cabal prevención. Aun así, mejor apostar que correr el riesgo de no sentir nada. Hasta que de este modo en salud puedas verte, amor, sigue mirándome a los ojos.

Traducción: Guillermo Arreola

ESPECIAL

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lfred Corn (Georgia, Estados Unidos, 1943) es uno de los ensayistas, poetas y narradores más representativos de la escena literaria actual. Es maestro en literatura francesa por la Universidad de Columbia y autor de libros como All Roads at Once, A Call in the Midst of the Crowd, The Various Light y Autobiographies, entre otros. Algunos de los reconocimientos que ha recibido son el Levison Price y el Premio de la Academia Americana de las Artes y las Letras. Fue becario de la Fundación Guggenheim y desde 2011 se estrenó como autor teatral en Londres con su pieza Lowell’s Bedlam. Harold Bloom calificó “All Roads at Once” como parte de la tradición neoyorquina de los grandes poemas visionarios. “Corn alcanza una autoridad y una resonancia totalmente dignos (...) Él ha tenido la habilidad y el coraje de enfrentar, absorber y renovar nuestra tradición poética...”, ha dicho el crítico literario de El canon occidental.

La cantante originaria de Tecate, Baja California

Braulio Peralta juanamoza@gmail.com

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arla Morrison es una compositora e intérprete que nació y creció independiente. Es de las pocas artistas que debe mucho su éxito a las redes sociales. Con apenas 26 años y un Long Play, Déjenme llorar, lanzado durante 2012 —y aun hoy tiene el sitio 16 de ventas en las tiendas Mixup. Ha sido el ciberespacio el que se ha encargado de difundir su música. No tiene nada que ver con las cantantes de televisión, o campañas de las grandes disqueras. Ella compone, escribe y produce su disco, bajo el sello de Intolerancia, que lo mismo escuchamos en redes, en el Palacio de Hierro o en sus giras por la República Mexicana o centros donde los jóvenes van fascinados a escucharla. Es la nueva voz de una generación. Allá en su natal Tecate, Baja California, empezó su música en 2006, con bandas de covers. Se va a Phoenix, Arizona, a estudiar más música. Forma un grupo, Babaluca, con relativo éxito. Regresa a México y en 2009 lanza su primer demo, “Aprendiendo a aprender” y, en 2010, uno más, producido por Natalia Lafourcade, “Mientras dormías”, hasta el lanzamiento de su LP, Déjenme llorar, el 26 de marzo de 2012, que desde entonces no ha dejado de sonar. Desde que salió, Déjenme llorar es un éxito, boca a boca, que poco se ha reflejado en los medios tradicionales—a pesar de haber ganado el Grammy latino. Sus conciertos, llenos, lo corroboran, sin la gran publicidad de otros. Se niega a hacer promoción en televisión, sobre todo desde que se declaró YoSoy132 —luego

se alejó—, que fascinó a los jóvenes y que desde entonces la toman como su musa. Sus canciones son de amor y desamor, no de protesta social. Su música es adictiva, pegajosa, cerca de Julieta Venegas, Natalia Lafourcade o Ximena Sariñana. Para mi gusto, ella es la mejor. Su voz es potente, capaz de cantar una ranchera, un bolero, una balada y desde luego el rock estilo pop. Es una gran intérprete de sus canciones, pero creo es mejor cuando canta clásicas del repertorio popular, a las que da un nuevo giro musical. Es, pues, mejor música e intérprete, que compositora, muy por encima de la moda, una voz con carácter y personalidad propia. Ninguna de las piezas que ejecuta tiene pierde. Su futuro es internacionalizarse — ya estuvo en Villa del Mar. Carla Morrison llegó para quedarse una larga temporada en el mundo de la música. Cada vez más se conoce en susurros por las redes sociales. Pero los que saben, los propios músicos y compositores, reconocen en la cantante un gran potencial. No es gratuito que Juan Gabriel o Eugenia León graben dúos con ella. Una carrera sin el amparo de la televisión hace mucho que no lo vemos. Da gusto y por eso es de destacarse el trabajo de la intérprete y compositora. Piezas de buen nivel musical, melosas, casi adolescentes, la de los jóvenes que parecieran no querer crecer. A partir de Déjenme llorar, su anterior demo que le produjo Natalia Lafourcade, Mientras tú dormías, es igualmente un éxito de ventas. Esa chica no tiene necesidad de la televisión. No cualquiera. L

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literatura

El palco CUENTO

El absurdo (o el horror) de lo cotidiano y su extrañeza son los ejes de El limbo bajo la lluvia, compilación de relatos donde la autora revela los detalles ocultos de la vida diaria. Con autorización de Textofilia, ofrecemos uno de los cuentos inéditos del volumen que, dentro del ciclo Noctámbulos, se presenta en la librería Rosario Castellanos del FCE, el viernes 31 de mayo a las 19:00 horas Ana García Bergua

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l abuelo había pagado ese palco en el teatro Dionisio por cincuenta años y cuando murió se lo heredó a mi padre quien, debido a la difícil situación económica por la que pasaba, se tuvo que trasladar a vivir en él con mi madre y conmigo. Era, desde luego, el palco más discreto y lejano del escenario. Estaba tapizado con flores de lis y el barandal era dorado, cómodo y elegante. Se podían apoyar en él los platos y las tazas sin riesgo de caída. El abuelo había elegido ese palco porque colindaba con el de la viuda de un banquero de quien se enamoró y nunca le hizo caso. No mucho duró el abuelo. Pobre, sin ilusiones, se apagó como un cerillo sin dejar nada más que el palco, justo cuando papá pasaba por grandes aprietos y para colmo, el casero nos había expulsado del departamento. A quién le asusta la falta de espacio, preguntó papá. A ninguno de nosotros; ya la vivienda nos parecía algo cercano a un armario, dormíamos y comíamos apelotonados en una habitación. El palco, entonces, no nos disgustó. El administrador del teatro solo nos pidió que fuéramos discretos y que durante las funciones no hiciéramos ruido. El palco tenía dos espacios; un pequeño vestíbulo y el palco propiamente dicho. El vestíbulo y el palco se separaban por una bonita cortina de terciopelo rojo. Mamá decidió que en la noche repartiéramos nuestras colchonetas entre los dos espacios. De día nos sentábamos a comer y a hacer las tareas en las sillas y en una mesita que disponíamos de cara al escenario. Era más o menos agradable, aunque mamá estaba muy molesta, sobre todo por lo de no hacer ruido. Si tenía algo importante que decirnos y mientras tanto había una función de teatro infantil, se frustraba mucho. Papá salía diariamente a sus negocios y nos prometió que algún día podríamos vivir en otro lugar, cosa de

paciencia, de que le pagaran un trabajo. Los pagos se habían retrasado, pero mientras estábamos bien. A veces ayudábamos a dirigir los reflectores del tubo que colgaba de nuestro palco; avisábamos, durante los ensayos, si las voces se alcanzaban a escuchar o les faltaba potencia. Mamá esperaba una carta de su hermano en la que, decía, le mandaba unos boletos para irnos al norte con él. Que nos fuéramos al norte, eso quería, y a mí no me parecía mal. No me parecía mal nada, ni el palco, ni el norte; era como una apuesta que a veces ganaban uno o el otro, mamá o papá. Muchas tardes merendamos escuchando Lohengrin, pues la temporada duró muchísimo. Otras, papá estuvo furioso porque La Bohemia no lo dejó oír los resultados de un sorteo en el noticiero de la radio. Yo hacía las tareas un poco distraído por los movimientos de los técnicos. A veces, hay que decirlo, se emborrachaban en las noches. A veces, hay que decirlo también, papá y mamá corrían la cortina del vestíbulo para hacer sus cosas. Me descolgaba al palco contiguo y corría la cortina de aquél para poder dormir, pues no quería enterarme de sus pasiones. Al ver que nuestra vestimenta más bien humilde desentonaba con la elegancia del público, el administrador nos pidió de plano que, durante las funciones, nos escondiéramos. El resto del público no veía sino un palco vacío y no imaginaba que detrás de una de las cortinillas laterales se encontraba mamá cocinando unas tortas, ni que en el pequeño vestíbulo, papá daba vueltas acostado, intentando conciliar el sueño y no pensar en los problemas que se le caían encima. Yo cenaba oculto y trataba de leer con la luz de una lámpara pequeñísima. Me estaba quedando ciego, pero no había de otra. En ocasiones especiales nos arreglábamos para ver la función como público, especialmente en los estrenos, pues no teníamos para el cine. Papá decía que pronto se iba a resolver

su negocio; mamá, que su hermano seguramente había contestado. Quizá envió la carta por barco, seguro por eso tardaba tanto. En cierta ocasión llegaron los acreedores a tocar al palco; se sorprendieron cuando les abrí la puerta para invitarlos a pasar, con la cámara negra de fondo, como un paisaje lúgubre. Les dije que papá y mamá habían salido. En realidad, mamá estaba oculta en el baño de señoras, el que utilizaba para sus abluciones y para lavar la ropa en las noches. Juraron que regresarían y me amenazaron. La cosa llegó a ser muy complicada para papá y mamá, al grado de que discutían qué hacer todas las noches, cuando él llegaba, en voz muy baja. Durante la temporada de Un tranvía llamado deseo se enfurecieron. A mitad de la función estallaron en gritos terribles. El público comenzó a callarlos pero uno de la tramoya, para salvar la situación, decidió aventarles la luz de un reflector. La gente pensó que era parte de la obra y aplaudió la audacia de la puesta en escena. Papá y mamá tuvieron que dar las gracias al final, junto con el elenco. Un crítico, incluso, los mencionó en un periódico. Yo me sentí muy orgulloso, pero a ellos no les hizo gracia. Sin embargo, comenzaron a adecuar un poco el tono de sus pláticas con las obras que se presentaban; cuando El barbero de Sevilla, papá se burló de mamá con grandes risotadas. En Hamlet, mamá sacó un cuchillo de debajo del mandil. Durante La Traviata, cuando hice un berrinche tremendo por haber sido regañado injustamente, ambos tosieron con gran fuerza. Las compañías comenzaron a mandarnos a hacer vestuarios acordes con las obras. Todas las noches nos lo poníamos. En caso de no poder quedarnos en silencio, no desentonaríamos demasiado. De repente, a algún director se le ocurrió incorporar los palcos a su escenografía y no tardó en ser imitado por otros. El teatro Dionisio, entre otras cosas, alcanzó cierta fama por las escenas imprevistas


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LABERINTO

literatura MOISÉS BUTZE

RESEÑA

Trenes asesinos Adrián Curiel Rivera

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en los palcos que se comenzaron a escenificar a propósito en todas las funciones, incluidas las de teatro infantil. Pero a mamá le molestaba que los actores subieran a ensayar a los palcos contiguos mientras estaba zurciendo las medias o planchando. Se sentía humillada, como si le dijeran que ni siquiera colaborar desde el palco le salía bien. Y estallaba en risas o en lágrimas a mitad de las funciones para ganar la atención de los espectadores. Los directores nos empezaron a dar indicaciones precisas de lo que debíamos hacer y yo tomé clases de canto. Fue una época de raro esplendor. Una vez subieron a entrevistarnos de una revista, pero no nos atrevimos a decir que vivíamos en el palco. Papá sintió vergüenza de no podernos pagar un sitio decente; mamá y yo también nos avergonzamos de él. Dijimos que nos habían contratado para el papel y salimos con los entrevistadores como si nos fuéramos a nuestra casa. Los despedimos en la calle, dimos una vuelta a la manzana y regresamos a la oscuridad. Mamá había dejado una hornilla encendida y casi incendiamos todo el teatro. Por suerte regresamos a tiempo; sin embargo, tuvimos que trabajar arduamente para limpiar y reparar lo quemado. El administrador se contuvo de expulsarnos, nos dimos cuenta, pues éramos parte del negocio; sin embargo, nos odiaba. El día del incendio recibimos juntos, como suele suceder, el pago de papá y la carta del tío que nos invitaba al norte. Luego de pagar las deudas, papá y mamá, un poco ofendidos por la hipocresía del administrador y las dificultades de unos peligrosos pasos de baile que debíamos ejecutar en el barandal del palco para la comedia Broadway Melody, discutieron durante mucho tiempo sobre cuál sería la opción más adecuada: mientras mamá estaba convencida de partir, papá quería rentar un departamento de tres recámaras —una para cada uno— y un estudio. Sus discusiones no solo abarcaron la temporada de Broadway Melody, sino la del Fausto de Gounod —en la que debimos ataviarnos con cuernos diabólicos— y La novicia rebelde, cuando mamá ejecutó un peligroso número de monja voladora de palco a palco, colgada de un arnés. En medio de los ensayos, mis padres discutían y discutían: parecía que boqueaban como peces exigiéndose mutuamente espacio, el espacio del viaje, el espacio de las recámaras, pero no llegaban a ninguna conclusión. Mientras, yo terminé los estudios de canto y conseguí entrar a la academia Stanislavsky de baile y actuación, hasta que una nueva oportunidad logró sacarnos del palco del teatro Dionisio: la jugosa oferta del administrador del Plutarco Opera Hall, imposible de resistir. Nos mudamos en seguida, llevándonos incluso el tapete que disimulaba la parte quemada de nuestro palco en el Dionisio. Aquí en el Plutarco, los palcos son más cómodos e incluso tenemos uno para cada quién, lo que ha acelerado mi independencia. También nos encargamos de la tramoya. La gente aplaude a rabiar. L

na visita a Argentina —o, más específicamente, unas horas en un aeropuerto argentino— ofrecerá con probabilidad un testimonio de primera mano acerca del caos que puede imperar en los servicios públicos y algunos medios de transporte. Esa experiencia abrirá una perspectiva asombrosa para entender y aceptar las reglas de verosimilitud que propone el narrador porteño Sergio Olguín en La fragilidad de los cuerpos (Tusquets, España, 2012), su última entrega. En un aeropuerto argentino, sin exagerar, puede ocurrir cualquier cosa, salvo que el vuelo despegue o aterrice a tiempo. No en balde los pasillos cuentan con pulsadores rojos de emergencia cardiaca, que se emplean con alarmante regularidad. Amotinamientos frente a los mostradores, huelgas de último minuto ante las máquinas de rayos X, piquetes de azafatas y pilotos encolerizados, aviones cuyos asientos no coinciden con la numeración de los boletos, de los que hay que apearse para abordar otra nave de la que es necesario bajar porque tiene la turbina estropeada. Todo ese ambiente de entropía inverosímil se respira en la novela de Olguín, ganador del premio Tusquets 2009. Los hechos que relata resultan, en principio, difíciles de creer, pero enseguida surge la duda razonable de si no constituirán una crónica casi literal de la cotidianeidad oculta de Buenos Aires. A raíz de una carta escrita por un maquinista de ferrocarriles antes de suicidarse, Verónica Rosenthal, una joven, exitosa, judía, viciosa y sexualmente desprejuiciada periodista, inicia una investigación que revela datos sorprendentes. El primero: los ferrocarriles urbanos que transitan por capital federal y recorren buena parte de la provincia de Buenos Aires, arrollan un día sí y otro también a incontables transeúntes. Segundo: muchos conductores cargan, sin proponérselo, con varios muertos en su conciencia, a pesar de lo cual son obligados a seguir desempeñándose en su puesto, previa y protocolaria visita al psicólogo. Pero, además, como demuestran las cámaras de seguridad instaladas en las locomotoras, muchos de esos accidentes son provocados por las víctimas. No se trata, en definitiva, solo de distraídos y suicidas sino de niños de villas míseras reclutados por una mafia para un macabro juego de apuestas: permanecer el mayor tiempo posible de pie enfrentando al tren nocturno, siendo el ganador el último en saltar de las vías, si no muere en el intento o termina amputado. Para redondear el negocio, alguien graba esas

mortales acrobacias, que cotizan muy bien en Internet. A lo largo de sus pesquisas, en pos de indicios que van develando la compleja trama de corrupción que ampara esos juegos, Verónica mantendrá un apasionado y destructor amorío con Lucio, otro maquinista, casado y padre de familia, obsesionado por la fragilidad de los cuerpos a que alude el título: aquellos que ha despedazado contra su voluntad bajo las ruedas del tren, y ese otro que encarna Verónica, de quien lo separa una barrera de clases infranqueable más allá de sus tórridos encuentros. Sin incurrir en la novela de denuncia, conocedor directo del oficio de periodista, Olguín salpimienta el argumento con escabrosos temas de trascendencia social que han impactado en los últimos años a la opinión pública argentina. Así, hay referencias explícitas al accidente de Italpark ocurrido en los años noventa, cuando un carro de los juegos mecánicos se desprendió de su engarce y mató a una muchacha. Al trágico incendio de la discoteca República Cromañón, a finales de 2004 y, más recientemente, en febrero de 2012, al siniestro ferroviario de la estación Once (donde se sitúa parte de la acción novelesca), que se saldó con más de cincuenta muertos y centenares de heridos. Detrás de todos estos percances, Olguín parece querer recordar al lector, campean la corrupción al más alto nivel (la connivencia entre políticos y empresarios), el desvío de recursos que impide los trabajos de mantenimiento, la negligencia institucionalizada y una tendencia a politizar tanto los casos que al final se torna imposible conocer la verdad. La realidad, ha declarado Olguín en una entrevista, es “mucho peor” de lo que él escribe. La cintilla publicitaria advierte: “Un ritmo a cada página más salvaje, un libro que deja sin aliento”. Al margen de este paratexto, intercambiable con tantos otros similares, la novela de Olguín acierta en la creación de una protagonista desparpajada que, dentro de las pautas esperables de un thriller, y pese a algunas reiteraciones, conduce de manera eficaz esta historia en apariencia inverosímil. Sus encantos, dicho sea de paso, distan mucho de la fragilidad, y hasta es factible establecer una vigorosa cadena de sexo en la consecución de sus propósitos. Rosenthal se acuesta con el socio de su padre, que le soluciona todo; con Lucio, su principal informante; con un padrecito, que le brinda valiosas pistas, y hasta con un absoluto desconocido de cafetería. Solo para calmar los nervios entre tanto atropellado de tren, entre tanto embrollo judicial. L


LABERINTO

Graciela Iturbide en cinco tiempos y algunas obsesiones

Para la fotógrafa mexicana, su inspiración radica en la sorpresa. Exploradora de mundos lejanos, la lente de su cámara ha capturado aquella intimidad oculta en lo aparentemente abierto: un rostro y sus detalles, el andar de un personaje, el tiempo detenido. A continuación, una charla con la artista para quien una imagen no siempre resulta la fotografía que se ha visto Angélica Abelleyra

Perros perdidos, Rajastán, India. 1998

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asi en paralelo a una amplia exhibición de Graciela Iturbide en el remodelado Museo Amparo de Puebla, en estos días la Tate Modern de Londres abrió otra muestra con 50 obras de la fotógrafa. Con la participación de la Rosegallery en Santa Mónica (California, EU), la muestra hará un posterior recorrido por varios recintos del Reino Unido. Viajes, Objetos y formas, Clásicos, Paisajes y Obras recientes son los cinco apartados de la colección que ya forma parte del acervo permanente de ese espacio británico. Ahora ofrecen al público un recorrido visual de 1969 a 2011 o cuatro décadas más dos años en la trayectoria de esta creadora viajera, obsesiva, solitaria, colmada de pájaros, santitos populares y silencios. Llena también de rituales, como el de persistir en el trabajo análogo que implica otros tiempos, revelar, revisar contactos, hacer copias pequeñas para ver si le gustan y comprobar si, al fin y al cabo, hubo un hallazgo.

1. VIAJES De Chalma a Madagascar; desde El Carrizo, en Tijuana, hasta Benarés, en India. Entre Roma y la Mixteca, Etla y Texas, Cerdeña y Mozambique. El horizonte está abierto. Graciela Iturbide lo vislumbra y recorre calles, andadores, fiestas, playas. Sola, remueve con su mirada los escondrijos. La Rolleiflex y la Mamiya son sus principales cómplices, más ligeras que ella misma en el constante viaje que ella apresa. Sus amadas Leicas por el momento están guardadas. Ahora ve cuadrado, y por tanto su mundo revelado es así, de una superficie que en 6 x 6 contiene árboles, veladuras, rocas, bruma, carrizos, nubes y marcas de nube y gis. “Soy viajera pero no veo como turista. Mis ojos son otros porque miro a través de mi cuadrito de la cámara. Y solamente estoy viendo lo que personalmente me interesa. En Roma traté de fotografiar a los turistas que fotografiaban y fui un fracaso, todo se volvió ridículo. Mejor me hice de mi guía espiritual, Pasolini, y fui al lugar donde

lo asesinaron: Ostia. Cada vez que voy a un país leo mucho sobre él, así que cuando fui a Roma me leí antes los cuadernos de viaje de Pasolini y quizá me influencié. Vi muchas palmeras coronadas con capuchones que para mí eran como condenados a muerte, miré un bar todo jodido que era de seguro el rumbo por donde él conseguía chavitos. “De Pasolini me encantan sus películas y ensayos, la poesía menos pero sí su actitud rebelde ante el Partido Comunista, la burguesía y la Iglesia. Esa información previa del sitio me alimenta, sea poesía o novela o relatos de viaje que me acompañan. En Ostia había rocas y palmeras que para mí eran símbolos de su muerte; cosas que me invento y que quizás no tienen nada qué ver, pero a mí me funcionan. Lamento que en Bangladesh no haya podido tener información previa de escritores. Lo más cercano era Tagore, a quien leí desde chica pero me alimentó mucho la gente maravillosa —musulmanes más avanzados— y un festival de foto donde vi obra de jóvenes muy interesante. “Viajar es tener conocimiento y sorpresas porque conoces muchas culturas diferentes. Uno aprende más durante los viajes pues, si bien tienes información del lugar si has leído, lo cierto es que cuando estás in situ todo se vuelve diferente. En Bangladesh es de una belleza escuchar los cantos de las mezquitas, con eso me quedo; o con la vivencia de la ceremonia de llevarle rosas rojas a un sufí muy famoso en Nizamuddin. También porque ahora tengo un punto de vista más humano del sentir de

Ragu Rai (fotógrafo indio), cuando me contó todo lo que sufrió porque lo trajeron en tren de Paquistán, a los siete años. Al haber estado allá, me doy cuenta de su sentir y me siento más cercana a él”.

2.OBJETOS Y FORMAS Graciela Iturbide no es proclive a la iconografía de la Iglesia católica pero cree en el poder de los objetos. Le genera morbo ver una mole congelada que abrazan pinzas y se obsesiona con ciertos “encuentros” que todavía le provocan pasmo. Porque, a decir verdad, ¿qué hay en un cubo de hielo que atrape su atención? ¿Cuáles secretos a develar en un garabato en la pared o en la huella de muchas manos? ¿Qué más pueden ser aquellos troncos retorcidos, esa roca solitaria o una estructura de fierro que mira hacia los nubarrones? “Todo empezó con un viaje a Tampa, Florida, para hacer unos heliograbados del Jardín Botánico. Como estaba loquita en ese momento se me olvidó mi cámara y trabajé con una Hasselblad de Rauschenberg que estaba por allí. No sé si el espíritu de él se metió en mí o porque en Estados Unidos a veces hay sitios con poca gente, pero me dediqué a fotografiar edificios, pájaros… también empecé en formato cuadrado porque lo necesitaba. Fue un cambio para mí porque de estar con mucha gente, como en la India, decidí retratar lo simbólico —según yo— y no a las personas. “Sobre la India hice un libro: No hay nadie (La Fábrica Editorial, Madrid, 2011) porque no aparecen personas. Para trabajar con la gente yo necesito tener el permiso de asistir a sus fiestas y rituales o de convivir


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de portada FOTOS: GRACIELA ITURBIDE

con ella durante un tiempo. Así fue en Juchitán o con los seris. En Madagascar porque fui con Médicos sin Fronteras o en otros casos porque han sido trabajos de encargo para ir a visitar a grupos vulnerables, como mujeres con sida llenas de dignidad. En cambio, hoy me encantan las plantas, los árboles raros, los espacios. Todo está en el inconsciente y lo estás trabajando de manera constante de muchos modos. “Cuando veo lo que me sorprende y lo revelo, me doy cuenta de mis obsesiones: las veladuras, por ejemplo. Y me pregunto por qué fotografío cosas envueltas. No lo sé, quizá porque quiero velar al mundo que no acabo de entender. Por supuesto, muchas veces no encuentro la respuesta pero al menos me planteo las preguntas que hacen una referencia a mí misma”.

3. CLÁSICOS Una mujer frondosa se corola de iguanas. Una prostituta con rictus desolado se emparenta con el rostro de muerte que se dibuja a sus espaldas. Una niña iluminada ve sus manos de uñas improbables y una mujer–fantasma desciende por el escarpado agreste, con una mega casetera cual trofeo muy apreciado. Entre cabritas, curaciones, pollos y fiestas, se establece la iconografía más difundida entre el amplio espectro visual de Graciela Iturbide. Es lo convertido ahora en su veta “clásica” o al menos así lo entiende la Tate Modern al presentar dentro de esta acepción los trabajos más difundidos de la creadora. Sí, algo de cliché que a ella le “choca”, aunque acepta la consideración de los ingleses de que por aquellos rumbos no es una artista conocida. “No sé porque en todos los fotógrafos hay algo llamado ‘clásico’ que permanece. Me choca porque uno ha trabajado mucho, va cambiando y es lo que me gustaría enseñar. Lucho contra el encasillamiento porque no puedo quedarme yendo a Juchitán otras 20 veces o no puedo estar de nuevo con los seris porque me dicen que han cambiado mucho. Resulta de flojera. Pero llega un momento en que las imágenes ya no son mías, como esa de Zobeida: Nuestra señora de las iguanas, ya muerta pero que continúa viajando por el mundo. Entiendo que en Juchitán hay una escultura a partir de esa imagen, en San Diego hay murales y han hecho muchos carteles. A eso no voy a oponerme y sin embargo me gustaría más decir: bueno, esa era yo y en la actualidad tengo otra forma de pensar y de ser. “Apenas ahora un chavo de Colombia me mandó una reproducción de El señor de los pájaros pintado en un vagón y me dicen que en alguna ciudad de Alemania hay pinturas de mis fotografías. Esa es decisión de las imágenes, no mía, ya que nunca las promovería, ni viejas, ni nuevas. “Si hablo de esas clásicas, a veces estoy contenta con ciertos hallazgos y digo: ¡Ay, qué suerte!, como con la Mujer ángel que nunca me acordé a qué hora la tomé. Había hecho ya la maqueta para el libro de los seris y de repente Pablo Ortiz Monasterio me dice: ¿y ésta foto? Pues no sé, le contesté. Habíamos ido a una montaña y cuando bajábamos a la mujer se le atoró la punta del velo en una rama. Pero fue puritita casualidad. Eso no lo vi, o si lo vi no lo recuerdo”.

4. PAISAJES La soledad como espacio para atender lo que se mira. Algo de vacío, desolación o el halo de aquella faena apenas concluida. Como la sábana tibia o la huella aún fresca. En sus paisajes, sean humanos, del reino vegetal, animal o inanimado, Graciela Iturbide trata de volcar y volcarse hacia esa “pasión y terapia” que le significa el oficio. Al hacer su trabajo a solas, se salva de la repetición de una escena captada por otros. O al menos no se percata de “la foto maravillosa” que algún colega tuvo frente de sí y a ella no le fue dado hacer. Apartada, se ahorra también las intromisiones, como la lluvia de celulares que surge en cualquier instante al ser, hoy, la vía de captar el mundo. Al retratar y situarse frente a lo que le gusta, opta por pasar desapercibida y se declara “la más feliz del mundo” cuando lo logra. “Mi motor principal sigue siendo la sorpresa. Y la cámara el pretexto para conocer el mundo, la cultura, lo que sea. El día que no tenga sorpresas dejaré de ser fotógrafa. Claro que a veces la sorpresa es para mal, así que cuando revelo y no me gusta lo que veo, lo quito. De todas maneras siempre guardo mis negativos y a veces revisándolos descubro algo que antes no había visto. Estuve

Chalma, México. 2008

Soy política en mi persona pero en la fotografía prefiero la poesía. También opto por retratar al hombre en su dignidad

hace poco en Bangladesh y no me gusta nada de lo que tomé. Pero haré una tercera revisión a ver qué salvo. Allá sí tuve que retratar gente porque está lleno de personas, pero también me interesaron los edificios velados o un periférico lleno de varillas o flores de fierro. “A veces el asombro me aterra. Hay una foto que nunca he impreso porque no me había dado cuenta que la tenía: en un nicho hay una cabeza cortada. No sé si es de verdad, o no, pero me asusta. Me digo: ¿La podré exponer? Es algo que no vi al hacer la foto y resulta que existe. Ya veremos. Otras veces la incertidumbre es parte del proceso. Estuve en un prostíbulo en un lugar de África y solicité la posibilidad de hacer retratos. La dueña dijo que me daría el permiso solo si las mujeres estaban de acuerdo. Y sí, me encantó que una de ellas se pusiera un trapo amarrado en la cara para no ser reconocida. Ojalá hayan salido como quiero. No las he revisado pero fue una coincidencia esa veladura, una de mis obsesiones. Espero que la sorpresa funcione a mi favor porque muchas veces resulta que no salió la foto que viste”. 5. OBRAS RECIENTES Persiste como una fotógrafa “con tiempos”. No es de las que corre ni para ir a aprisionar en el click ni para seleccionar una imagen entre centenares de negativos. Tampoco presume el tomar una cantidad abultada de fotos. Usa rollos de doce así que cuando

debe cambiarlo por uno nuevo aquella foto sin igual es solo ya recuerdo. El instante preciso se fue pues no tuvo preparada a tiempo su querida Rolleiflex sin exposímetro o su Mamiya plenamente eficaz. Adora los resultados en plata sobre gelatina y si bien cuenta con asistentes para hacer el revelado de imágenes, no quisiera perderse nunca el personal goce de la alquimia que para ella sigue siendo el arte de la fotografía, con sus obsesiones que le provocan apariciones. “En estos cuarenta y tantos años que abarca la exposición al fin y al cabo soy la misma. Mi foto ha cambiado, he aprendido de técnica pero no creas que me reviso mucho. Lo disfruto constantemente. Soy la más feliz del mundo porque viajo, aprendo. Y no hay necesidad de salir tampoco muy lejos. En mi mismo barrio (Coyoacán) puedo descubrir algo que no había visto. La constante es la sorpresa, ser análoga, leer mucho —ahora sobre historia de la Conquista y novelas— escuchar música mística, clásica y jazz. “Soy política en mi persona pero en la fotografía prefiero la poesía. También opto por retratar al hombre en su dignidad. Por eso no tomo fotos de la pobreza; me parece amarillista y tendría que ser buena fotógrafa para hacerlo realmente bien. O tal vez me niego porque soy burguesa y no me gusta retratar la pobreza por la pobreza. Claro que tengo una foto de una marcha política en Juchitán porque es una imagen bella en donde a una mujer le vuela el vestido. En Bangladesh también hice una toma de una manifestación muy hermosa en donde las mujeres portaban carteles para protestar por la quema de unos obreros en un accidente. Guardo en mi memoria la foto de un señor en la India, sin manos ni pies, que sólo tomé porque él me sonrió y me lo pidió. Nunca la voy a publicar. “En tiempos de Internet y la profusión de imágenes virtuales, uso esos medios solo para consultar alguna entrevista que me interesa. Me voy más por los libros y las exposiciones en vivo. Por las noches prefiero ver libros y leer. En vez del Facebook que se me hace un chismorreo espantoso, estoy con mis fotografías y reviso contactos. Por el momento tengo un interés especial en el australiano Max Pam, a quien acabo de ver en Bangladesh. Creo que de alguna manera tengo influencias de él en mis trabajos más recientes. “Estudié cine pero éste y el video no me interesan por el momento; quizás más adelante. Me entusiasma que se acaban de descubrir los rushes de una película que hice sobre José Luis Cuevas junto con Henner Hofmann. Él está interesado en que la terminemos con sus 16 mm en blanco y negro y con tomas que me encantan. Es de 1970 y en aquel entonces con José Luis había una total complicidad. Veremos. Hacer cine es estar con demasiada gente, por eso me retiré cuando conocí a Manuel Álvarez Bravo y un poco también por estar en soledad. Mi temperamento es ese: soledad. Y sigo”. Graciela Iturbide, hasta aquí, en cinco tiempos y algunas obsesiones. L


08 sábado 25 de mayo de 2013

MILENIO

debate

Respuestas a Alegría Martínez

C

uando el escándalo por la entrega del Premio Ruiz de Alarcón amainaba, Alegría Martínez tuvo la estupenda idea de apagar el fuego rociándolo con gasolina. En su “explicación sobre los motivos del Premio Ruiz de Alarcón” explica muy poco, para seguir la costumbre local de descalificar a los críticos de su decisión y no tener que responder a los argumentos. Pero en realidad, ella no tenía por qué explicar nada, pues mientras las instancias convocantes no aclaren quién postuló a Jaime Chabaud para el premio y cómo se conformó el jurado, todo serán dimes y diretes. Lo importante, me parece, es que la polémica rebasa el ámbito del premio mismo que, como suele ser, fue en este caso para el mejor segundo lugar. Escudados en unos criterios artísticos (que a juzgar por las declaraciones de prensa de la propia Alegría Martínez son de una obviedad lamentable), los miembros del jurado reclaman una y otra vez que se cuestione su “honorabilidad”, su “buena fe”. Como hemos escrito también una y otra vez, creen que estos criterios “están, por ser artísticos, alejados de los intereses de quienes les otorgan los recursos y del marco general en el que se actualizan;” y parecen no darse cuenta que “la propia estructura del aparato cultural del estado mexicano es no solo en muchas áreas obsoleta sino, ante todo, continuadora de hábitos patrimonialistas del régimen político que no nos hemos sacado de la sangre.” Y esto, claro, por una de dos: cinismo o ignorancia. Y es que el problema que desató el premio JRA evidentemente no tiene nada que ver con las buenas o malas intenciones, sino con las relaciones de poder en un ámbito nacional que propicia y protege la acumulación desmedida como contracara evidente de la exclusión. Ésa a la que apelan Alegría Martínez y José Caballero cuando implícitamente se reservan el derecho de decidir quiénes “hacemos teatro” y quiénes “se dedican a la grilla”. Porque esa separación podría formularse de otra manera: quienes acaparan la inmensa mayoría de los recursos y espacios de producción del teatro subvencionado, sus premios y prebendas, y las visiones teatrales excluidas o reducidas a la precariedad. O bien, quienes nos sentimos “portadores de la verdad única” y quienes detentan los mucho más redituables poderes únicos. (Por lo demás, en lugar de automitificarse, esos que tan orgullosamente “hacen teatro” podrían de pronto dejar de hacerlo y detenerse mínimamente a reflexionar por qué, para quién y cómo lo hacen). Y es aquí donde apareció la sombra de la Compañía Nacional de Teatro, un proyecto personal de Luis de Tavira que tiene un presupuesto igual o mayor que el dedicado al resto del teatro del país junto. Y encima, usurpa su representación creciendo en

E

n la pasada edición de Laberinto se publicó una nota de Alegría Martínez en la que mencionaba, cito, "una enfática carta en tono de ultimátum, como justificación de la candidatura del dramaturgo Luis Enrique Gutiérrez Ortiz Monasterio". Posteriormente afirma que: "Es imprescindible destacar que ni la situación económica o la salud, la amistad o enemistad, las actitudes pasadas o presentes de los candidatos, son criterios de decisión en el otorgamiento de este premio. Asimismo, se tienen noticia de que en el 2012, durante la pasada administración, el Conaculta aportó para la atención médica de LEGOM, un monto similar al que entrega este reconocimiento, sobre el cual el beneficiado debiera dar cuenta a la comunidad que ahora lo apoya". Llegando a la difamación, pues ni es cierto que Conaculta otorgo ese monto, sino uno muy menor y por otro lado la CARTA DE POSTULACIÓN no menciona nada de su enfermedad, la carta se puede leer en: http://teatromexicano.com.

un contexto como éste cual auténtica metástasis. Por ello, los miembros del jurado en turno, pierden su tiempo aclarando sus diferencias con Luis de Tavira o su pretendida independencia. Desde luego, Tavira no necesita decirles cómo actuar, el mecanismo consagratorio funciona solo. Y si no, véase el reciente palmarés del premiado en cuestión: director de un teatro universitario, de una revista que vive completamente de la subvención pública, miembro del Sistema Nacional de Creadores, dictaminador en las becas del Fonca, miembro de la dirección artística de la Muestra Nacional de Teatro y ‘representante’ de la comunidad teatral frente a la comisión de cultura de la Cámara de Diputados. “Consagrar consagra”, hemos repetido también hasta el cansancio. El mismo mecanismo que permite que, con convocatorias y honorables jurados de por medio, en el elenco de la CNT estén demasiadas personas relacionadas familiarmente con el director artístico o con sus centros de formación. Y el mismo blindaje que controla una única visión del teatro que se reproduce en las escuelas de la especialidad, donde, por ejemplo, no tienen cabida los estudios de una performatividad o de una escritura postdramática sin los cuales es imposible apreciar el valor real del teatro realizado por el ganador despojado de este premio. Baste mencionar que el director de la CNT, además de su enorme influencia sobre la Casa del Teatro y el CEDRAM de Michoacán, participa junto con otros tres incondicionales en el consejo asesor del CUT en la UNAM. Y esta acumulación de poder que resulta inevitablemente en una forma de violencia (Chabaud recibió el premio con un discurso sobre la violencia para provocar después y tachar a los críticos de mafiosos y Alegría se da el lujo de conminar a la solidaridad), se realiza como en tantos otros espacios de la vida de México, frente al silencio de los responsables de la política pública en la materia y la regulación de las relaciones entre los particulares. Un silencio que, desde la refundación de la CNT, ha venido a enturbiar gravemente la atmósfera en la comunidad teatral, al punto que Alegría Martínez ha deslizado la insidia de que un hombre que se debate entre la vida y la muerte, como es LEGOM, pudo haber hecho un uso incorrecto de los recursos aportados por Conaculta para su atención médica. Una bajeza moral imperdonable, cuantimás en boca de la vocera de otro hombre que no se cansa de repetir, en una más de sus profundas contradicciones, que “el arte del teatro es el arte de la persona”. Rodolfo Obregón Al respecto puede consultarse la tesis del Dr. Tomás Ejea (Poder y creación artística. Un análisis del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes (FONCA), México, Universidad Autónoma Metropolitana, 2011), donde por cierto se documenta cómo un 10% de los beneficiados en el área de teatro recibe el 54% de los recursos, entre ellos el otro miembro del jurado que es la persona de teatro que más veces ha repetido en el Sistema Nacional de Creadores (15 años becado).

mx/noticia.php?id=551 y que si gusta le puedo hacer llegar en formato de word. Teatromexicano.com.mx es el medio que yo dirijo y donde se ha sucitado una discución muy amplia sobre esta polémica, es un medio de comunicación de la comunidad teatral nacional, pero en tanto que las acusaciones de Alegría Martínez se hicieron en otro orden público, creo que es mi deber procurar que esta carta que desmienta esas acusaciones publicadas en su medio sea publicada en ese mismo medio. ESPERAMOS QUE PUEDAN PUBLICAR ESTA CARTA COMO DERECHO DE REPLICA Gracias y quedo a sus órdenes Alejandra Serrano Directora de Teatromexicano.com.mx N. de la R.: Se respetó por completo el texto de la misiva.

La razón manipulada RESEÑA Jelena Rastoviþ “Alguna vez los escritores tenían destino. Hoy tienen poética.” (Del libro Diarios I, de Nebojsa Vasoviþ. Belgrado, 2004.)

A

lguien que vive como un inmigrante y resiste la vida en la marginación, y al mismo tiempo es uno de los poetas y escritores apreciados y respetados por los lectores más versados y exigentes en su país de origen, solo puede ser un hombre nacido con el deber de crear; la creación para él es algo que no elige ni decide por sí mismo, ni se hace a partir de una poética. Nebojsa Vasoviþ (1953) vive en Toronto, canta y dice en sus creaciones en la lengua serbia, en verso y prosa, sobrellevar las penas y los problemas que todos pasamos; ve y entiende la vida y el mundo desde la perspectiva de un serbio. Contra Kundera (La Cabra Ediciones, México, 2012) es uno de los dieciséis libros de crítica literaria, ensayos y poesía de este autor. El lector mexicano puede darse cuenta de lo que distingue el arte de la palabra en la obra de Vasoviþ, entre otras obras de la literatura universal: la especificidad de la literatura serbia —según el historiador de la literatura Jovan Deretic— consiste en la existencia de dos vertientes dentro de su desarrollo inmanente: una de estas vertientes es la llamada literatura de no ficcionalidad, que tiene raíces en la tradición oral serbia, en la experiencia espiritual popular, y la cual (a diferencia de la literatura como arte), es determinada por la pretensión de veracidad (se trata de una pretensión estética, no histórica). Esta inclinación y el gusto por lo veraz —en oposición a lo falso— en el arte de crear, hace que las palabras de Vasoviþ manen y suenen como en el habla o en la borrasca. En el libro Contra Kundera, el aporte original es la óptica desde la cual el autor expone el tema: Vasoviþ deja ver cómo la concepción de Kundera de la novela no es más que una moda literaria, puesto que su entendimiento de la poética no va más allá de una, como suele decirse hoy en día, implementación de la poética, y no alcanza el significado de la verdadera creación. El libro se conforma de varios ensayos breves, agrupados en cinco partes, en relación con las ideas de Kundera expuestas en sus libros El arte de la novela y Los testamentos traicionados. En la primera parte, el lector puede seguir el debate sobre las cuestiones literarias como la temática novelesca, el personaje literario, la polifonía, el diálogo, la causalidad, el estilo, en los ejemplos de las novelas de Broch, Musil y Dostoievski; la segunda es una intervención en la (in)comprensión de Kundera del espíritu de Kafka y de Dickens; en la tercera, la misma relación sospechosa que hay entre Kundera y la música, ha determinado la dinámica de relacionar y presentar los temas de este grupo de ensayos; toda la cuarta parte en sí, representa un nueva forma de disertaciones sobre la transcripción como un tema teórico– literario: con el lenguaje irónico se recrean los casos incómodos de Thomas Mann con Adorno y Schönberg, como Stravinski y el mismo Kundera con Diderot; el tema del último grupo de estas espléndidas piezas del arte ensayístico, es el lugar de Kundera en el contexto histórico–literario. De la misma manera como el ensayo es un género que reviste el pensamiento del autor, y como las estructuras narrativas cristalizan en las nuevas estructuras cognitivas, en Contra Kundera, el autor —indignado por la falsedad de las afirmaciones de éste— ha revelado, con la impecable lógica wittgensteineana, cómo también la razón puede ser manipulada. Y puesto que en Contra Kundera Vasoviþ ataca lo que reconoce como falso, esta obra se trasciende a sí misma en una controversia, e invita a un diálogo acerca de todo lo que el nombre de Milan Kundera puede representar en el ámbito de la institución literaria. L


sábado 25 de mayo de 2013 09

LABERINTO

en librerías

El megalómano y su atalaya

Hot Sur Laura Restrepo Planeta México, 2012 555 pp.

LOS PAISAJES INVISIBLES ESPECIAL

Iván Ríos Gascón ivanriosgascon.wordpress.com

U

na inmolación sin escenario y sin espectadores no es inmolación. Matarse en soledad es mero suicidio, aunque éste es más honesto y menos egocéntrico, quien se autodestruye sin concurrentes de por medio lleva a cabo un ajuste de cuentas íntimo, privado, al horror y la agonía acuden exclusivamente los múltiples demonios que habitan bajo la piel. El suicida lleva a cabo un acto de congruencia (nacemos solos, morimos solos), a menos que sucumba a la indigna tentación de culpar a otros de su muerte, a través de epístolas románticas, testamentos o agrias confesiones de una máscara, todo se altera cuando en un arrebato de ridiculez o autocomplacencia terminal, se pretende revestir el obsceno cariz de los despojos, nadie fallece impoluto o bello por mano propia, los estertores siempre desfiguran, con la teatralidad que infaliblemente culmina en el fracaso. Pensemos, por ejemplo, en Lupe Vélez, que agobiada por los acreedores y abrumada por sus descalabros amorosos, en diciembre de 1944 organizó una fiesta en su casa de Beverly Hills, ornamentada con platillos mexicanos, litros de brandy y muchos cigarrillos, con el dramático propósito de decirle adiós a sus mejores amigas (Estelle Taylor y Benita Oakey, mujeres una y dos, respectivamente, de Jack Dempsey) y otras estrellas hollywoodenses de poca monta, como ya lo era la propia Vélez. Así que para inmortalizarse o esculpir su recuerdo en la fúnebre memoria del star system, Lupe comió como vikingo y bebió como pirata y una vez a solas, redactó una cursi nota dirigida a Harald Ramond, su último amante. Odorizó su habitación con cirios y jacintos. Después ingirió un frasco completo de seconal, se peinó y maquilló impecablemente, se puso un camisón sexy y elegante y se tendió en la cama. Antes del golpe fatal, pensó en los titulares del otro día, que lamentarían su deceso evocando a La Bella Durmiente. Mas no fue así. El mole, los tacos, las pastillas y el alcohol hicieron cortocircuito. Lupe Vélez corrió al cuarto de baño. Juanita, su sirvienta,

Querido Escorpión

El suicida de Notre Dame

la encontró con la cabeza sumergida en el retrete (vaya metáfora de lo execrable). Para un intelectual de ultraderecha no podía haber sitio más emblemático que una iglesia, el megalómano siempre busca una atalaya. Hace unos días, Dominique Venner, adalid de la ranciedad apocalíptica, se dio un tiro ante poco más de mil personas en el atrio principal de Notre Dame, supuestamente para concientizar a las masas sobre las catastróficas consecuencias de las nupcias gay. Poco se sabe de la obra de Venner, se pueden leer sus textos vía Internet, genuinos monumentos al pensamiento cavernario con el que defiende a ultranza al matrimonio heterosexual como una comunión destinada, primordialmente, a la reproducción y salvaguarda de la especie humana. Venner lanzó una despedida desde su blog. Imploró por que su muerte sirviera de algo, tal vez pensaba en Yukio Mishima, a quien, por cierto, el seppuku no le sirvió de nada. La diferencia, si la hay, es que Mishima se inmoló frente a las cámaras de televisión con el propósito de reivindicar a la cultura japonesa y al poder del Emperador; el objetivo era, a sus ojos, por el bien común. Para Venner, por el contrario, su deceso se fi ncó en la ofuscación por restaurar un mundo a la medida de sus prejuicios y creencias, cancelar el progreso social y el derecho, la libertad individual para elegir o vivir como se quiera y, de paso, colgarle a la diversidad un anatema. La similitud, si la hay, es que ambos celebraron su narcisismo haciendo de su muerte un espectáculo sin ticket ni lista de invitados, una mórbida función de entrada libre. L

L

a crítica en Latinoamérica califica a Hot Sur como “la gran novela de Laura Restrepo”. El tiempo y, sobre todo, los lectores, darán cuenta de ello. Esta nueva pieza literaria de la autora colombiana presenta una historia sobre el desarraigo. María Paz, el personaje principal, es una joven latina que llega a Estados Unidos en busca del sueño americano. La utopía se convierte en una pesadilla al ser acusada del asesinato de su marido. María es condenada a prisión, pero, más allá de la cárcel, la verdadera condena para ella se encuentra en las calles, donde realmente conocerá el terror. El thriller, en Hot Sur, funciona como homenaje a los migrantes y representa una crítica feroz al capitalismo en occidente.

Rejas rotas Luis Carlos Sáinz Grijalbo México, 2013 247 pp.

L

a crisis del sistema penitenciario mexicano es un tema que surge si, y solo si, hay una fuga de reos, de preferencia masiva. Así, luce muy bien que el gobierno capture y encarcele a narcotraficantes y delincuentes frente a las cámaras de televisión, pero, ¿qué pasa cuando los criminales están tras las rejas? A través de pequeñas anécdotas que reflejan un profundo conocimiento del tema, Luis Carlos Sáinz traza un panorama del sistema carcelario mexicano; de lo fácil que resulta fugarse si se tienen los recursos necesarios. En Rejas rotas, entendemos por qué se le apoda “Puerta Grande” a un penal federal, o por qué, desde el año 2000, más de 1500 reos han logrado escapar de sus prisiones.

Benito Taibo Planeta México, 2013 255 pp.

L

a nueva novela de Benito Taibo se desarrolla en Arcadia, una pequeña isla del Caribe. Ahí transcurren historias cuyos móviles son los secretos, los miedos y los rumores. ¿Por qué Arcadia está llena de esto?, se cuestiona el autor. “Porque —dice Taibo— nadie se atreve a preguntar en voz alta nada que pueda llegar a los oídos del dictador”. Si alguien cuestiona al “todopoderoso” podría acabar en las mazmorras de Ipiranga, la siniestra prisión del régimen. Querido Escorpión, con una narrativa sencilla y un toque de humor negro, traza una alegoría de la historia latinoamericana vista por Timoteo, un periodista heredero de la sección de horóscopos que de pronto se convertirá en el oráculo del lugar: el Señor Delfos.

Morrissey y los atormentados Jimena Gómez y Juan Carlos Hidalgo (editores) Marvin México, 2013 136 pp.

É

ste es el primer libro de la colección “Rock para leer” de la editorial Marvin. Llevada por la emoción, la presidente de la editorial, Cecilia Velasco Martínez, califica de “increíbles” a los 17 autores convocados. Ya el lector juzgará si dice la verdad. Los diversos cuentos hablan, ya sea de manera directa o vía la sugerencia, anotan los editores, de lo que la producción solista de Morrissey les inspiró. Pero, bueno, el primer texto, de amor obsesivo, cuyo autor es Bernardo Esquinca, rompe la esencia y sigue una canción de The Smiths. Por su parte, Nahum Torres nos hace sentir que todos los días son como el domingo.


10 sábado 25 de mayo de 2013

MILENIO

música ESPECIAL

¿Cómo se siente ahora creando música para usted, sin la presión de estar en una banda como Metallica? Es lo opuesto de Metallica. Con ellos, todo funciona como una empresa, una sofisticada y desproporcionada maquinaria que te limita a sus reglas y estructuras. No digo que sea malo, sino que ha dejado de ser funcional para mí. En cambio, ahora me permito equivocarme, experimentar y jugar con la experiencia que tengo. ¿Cómo ha sido su relación con la banda después de todo este tiempo? Realmente tengo una conexión especial con Lars (Ulrich). Siempre fue un tipo disciplinado y generoso. Creo que aprendí muchas cosas de él, sobre todo cómo llevar un negocio dentro de la música. Hemos tenido varios encuentros como en el Salón de la Fama del Rock & Roll de 2009 y luego una reunión del grupo en 2011. Mi relación con ellos es de respeto, y existen muchas asociaciones en las que estamos involucrados de por vida. Ahora me siento feliz con mi pasado, aunque prefiero evitar hablar de eso. Creo que mi presente es bastante atractivo como para mirar hacia atrás.

Explorando otras texturas

Jason Newsted

“El sueño de ser un rock star terminó” Luego de una relación caótica con su antigua banda, el ex bajista de Metallica parece haber encontrado la paz a través de la pintura, y regresa con un nuevo proyecto en solitario ENTREVISTA Juan Carlos Villanueva alteregoarlequin@hotmail.com

S

u voz lo delata. Cada vez que se le cuestiona acerca de la vida después de su antigua banda, se produce un silencio que explota con una nostalgia simulada: “¡Ah, Metallica!”. Expresión casi imperceptible para un observador común pero, en efecto, el exilio es una lente de aumento. El bajista Jason Newsted regresa después de 10 años a los escenarios. Tiene un nuevo grupo llamado Newsted y “se siente apabullante estar de nuevo ante la crítica, los fans, la mirada de ese monstruo mediático”, enfatiza el músico de 50 años. Como todo exiliado, Newsted prefiere la buena voluntad de la prudencia, la cual consiste en no cuestionarle sobre su procedencia, si ha solucionado o no los problemas del pasado, si se ha extraviado en el camino o cómo es estar solo, fuera del asedio de las fans y los medios de comunicación. Por el tono de su voz, parece un tipo relajado, “creo que el sueño de ser un rock star ha terminado”, dice. “Fueron tiempos excitantes, fue un vicio. Pero tiene otro filo que te lleva a la soledad

más devastadora. Es un teatro en el que interpretas a un personaje. Cuando te bajas del escenario, te descubres como el tipo que eres. Cuando veo fotos o videos de mi pasado con Metallica, descubro a un tipo inmaduro, jodidamente ególatra y desquiciado por la ambición de poder y dinero”. La banda Newsted acaba de lanzar su primer EP titulado Metal, y el nuevo disco estará listo para principios de otoño. Actualmente forman parte de la gira Gigantour, con Megadeth. Jason Newsted ha tocado para diversos artistas, desde Flotsam and Jetsam, Metallica y Sepultura, hasta con Ozzy Osbourne, Gov’t Mule, UNKLE y Tina Turner. “Desde el Ozzfest 2003 no pisaba un escenario. ¿Sabes cómo se siente? Es como presentarse ante un juez que dictaminará si aún eres alguien o debes ser condenado al olvido. Sin embargo, me siento como alguien nuevo, con mente y espíritu diferente”, dice Newsted.

Entonces, ¿ha sanado su relación con Metallica? Sí, me ha de dejado importar lo que me hicieron o les hice. Se trata de un perdón, pero sobre todo hacia mí mismo. Vivir al máximo no siempre es lo que parece. Cuando hicimos el Black Album, estuvimos de gira por casi tres años, de los cuales solo estuve en casa seis meses. Aprendí que debes de poner en la balanza los intereses de un grupo o los de tu vida. Creo que tuve muchos sacrificios para finalmente no tener el reconocimiento de los otros. Entonces, ahora sé que es crucial ser egoísta, debes de buscar tus propios méritos, tener el control de tus decisiones, pero todo esto sin caer en la locura. ¿Qué ha sido lo mejor que te ha pasado después de Metallica? La experiencia, creo que soy un bajista mucho más maduro y experto que antes. He tocado con grandes músicos y una amplia diversidad de estilos musicales que me han dado una nueva visión para crear. Háblanos de la pintura, otra de tus pasiones. La pintura cambió mi forma de apreciar la música. Entre 2005 y 2010, la pintura se volvió mi principal canal de expresión y curación. La rabia, la ansiedad, el dolor, la euforia y la pasión han quedado impresas en más de mil oleos que he trabajado en todo este tiempo. Cuando empecé a pintar, tuve una lesión en el hombro. Vinieron varias cirugías en un lapso de tres años. En ese tiempo, abrí tres galerías en Estados Unidos, donde exhibí mi obra y vendí varias piezas. Puedo decir que mi amor por la pintura me salvó de la agonía. L

EL PAPEL DE LAS NOTAS

Música de Candelario Huízar Eusebio Ruvalca eusebius1951_2@yahoo.com.mx

E

l 13 y 14 de diciembre de 1966 se llevó a cabo el Festival Huízar en la Ciudad de México. ¿Pero cómo, Candelario Huízar está vivo?, se preguntaron algunos; y otros: ¿Compone todavía, pues que no está hecho un vegetal? Prácticamente desde 1951, año en que se le otorgó el Premio Nacional de Artes y Ciencias —y cuya ceremonia de entrega se canceló arbitraria y sospechosamente—, el obnubilado mundo de la música en México daba por muerto a Candelario Huízar, uno de los forjadores del nacionalismo musical. Muerto en 1970 en la capital del país, Candelario Huízar García había nacido el 2 de febrero de 1883 en Jerez, Zacatecas, y la suya es una de las vidas realmente ejemplares entre los músicos mexicanos. Su padre era un hombre rudo, herrero de tradición familiar. Se llamaba José Huízar, y seguramente

no veía con muy buenos ojos que su primogénito se dedicara a una actividad como la música. Su madre, María Luisa García —originaria de Jerez, como su esposo José—, volcó en el pequeño palabras dulces, de amor y comprensión, que acompañarían al músico hasta el último de sus días. Su origen fue humilde, y sus ambiciones nunca fueron más allá de su generosidad y nobleza. A los ocho años decidió dejar la herrería por la orfebrería, y no por un gesto de soberbia o de desprecio a su padre, sino porque pensaba que tallar la plata encerraba más secretos que forjar el hierro. Su tío materno, Justo García, orfebre de raigambre en Jerez, se convirtió en su maestro, y el niño pronto moldeó sus primeras piezas. Pero la música ya se había incrustado en su vida. Tocaba empíricamente la guitarra, rasgaba el instrumento y le extraía acordes y armonías que a su gusto le eran gratos y que le hacían prefigurar un camino hermoso y fantástico hacia lo desconocido.

Sin embargo, no tenía prisa. Y ésa fue quizás una de sus más altas virtudes: intuir que las cosas más valiosas en el arte y en la vida se dan a cuentagotas. Estas evocaciones vienen a colación por el álbum de canciones para soprano y piano de Huízar (Quindecim). Es una exquisitez. Se trata de once canciones —“A una onda”, “Tristezza d’amore”, “Quando cadran le foglie”, “J’ai trop chanté”, “Prière poir ma mère”, “Hermana hazme llorar”, “Huelen tus dieciocho años”, “¿A quién?”, “Mi novia”, “El amor”, “Corrido de Domingo Arenas”— que reflejan el lado lírico del compositor, esta suerte de vena idílica de un artista, en la que somete su inspiración y su dominio de la técnica a la melodía. Interpretadas por Patricia Espinosa, soprano, y por Elías Morales Cariño al piano, cada canción parece competir con la siguiente en cuanto a su confección y arrebato. Más cerca de Ricardo Castro que de un nacionalismo exacerbado, y de Manuel M. Ponce que de un Silvestre Revueltas, estas canciones parecen cuadrar en el romanticismo universal de la provincia, cuando los compositores ponían en su música ingredientes de Felipe Villanueva como si fueran los granos que habrían de darle a aquella música el sabor de la desolación y el desconsuelo. Hay que insistir en la interpretación de Patricia Espinosa y Elías Morales Cariño. Es de alta escuela. No les basta con seguir las indicaciones de la partitura, por el contrario, le imprimen un sello personal a la música. Es como si ambos se propusieran hurgar en la mentalidad del compositor hasta extraer su sello más profundo. Lo cual deviene en un acontecimiento musical. L


sábado 25 de mayo de 2013 11

LABERINTO

cine CORTESÍA PRODUCCIÓN

Sebastián Hoffman

“Sin querer me salió un experimento sobre la deshumanización” La enfermedad, el cuerpo y sus metáforas son los elementos de un filme que aborda la soledad del sufrimiento y el enfermizo placer de contemplar la degradación interna como un reflejo de la sociedad y la cultura ENTREVISTA Carlos Jordán gonzalezjordan@gmail.com

El hombre consumido a ojos del cineasta

B

eto (Alberto Trujillo) está enfermo y no sabe de qué. Orillado por la descomposición de su cuerpo, renuncia a su trabajo e inicia un proceso que lo lleva a alejarse de todo contacto humano. Solo, es testigo de su descomposición. Tras su estreno en el Festival de Sundance, Halley, el thriller psicológico y ópera prima del mexicano Sebastián Hoffman, llega a las salas nacionales. ¿De dónde viene Halley? Un primer antecedente es mi cortometraje Jaime Tapones. Ahí empecé a merodear la idea de lo que puede suceder cuando el cuerpo se sale de control. En Halley extendí el tema pero a partir de un muerto viviente que, a su vez, nos sirve para hacer un retrato de la soledad. ¿Por qué le interesa la enfermedad como tema? No sé, quizá sea el temor a la muerte. Todavía ubico mis obsesiones pero siempre me han parecido interesantes las preguntas: ¿Soy mi cuerpo? ¿Mi cuerpo me pertenece? Nos gusta creer que tenemos el control sobre él, pero no siempre es así. De la película se desprende una lectura relacionada con la descomposición de la sociedad. Es interesante la cantidad de lecturas que genera la película. No me considero un cineasta socialmente comprometido y nunca me planteé hacer un ejercicio crítico. En Europa les llamó la atención la escena donde Beto se cae en el metro y nadie lo ayuda. Esa fue una secuencia real. Filmamos a las seis de la mañana, éramos un crew muy pequeño, de modo que nadie sabía que estábamos trabajando. Sin querer me salió un experimento sobre la deshumanización.

Un momento sugerente es la secuencia en el templo donde todos los asistentes son ciegos. ¿Plantea una postura ante la fe? Te voy a copiar la interpretación pero la realidad es que quería incluir gente enferma y encontramos una familia de ciegos en el metro. Su participación se filmó de manera muy orgánica y real. Me gustaba la idea de unas personas que no pueden ver su cuerpo, en contraste con Alberto, que es testigo de la descomposición de su figura. Nunca fue mi intención criticar la fe o la Iglesia. Entre los diálogos rescato una frase que, creo, resume el sentido de la película: “cuando el muerto se convierte en su enfermedad”… Claro. Quería tratar la condición de un muerto viviente a partir de la enfermedad. Leímos varios testimonios de enfermos de sida y encontramos uno sobre lo que sucede cuando tu cuerpo se rebela en tu contra. Una enfermedad te puede secuestrar, tienes que tomar pastillas, seguir una dieta, etc. ¿Filmar el final en Groenlandia es, en este sentido, una última intención del protagonista por huir? Quería un final con muchas interpretaciones. Se vale pensar que se va al hielo en un afán de esconderse de la sociedad. Más allá del Polo Norte no hay nada, es un lugar sumamente desolador pero, a la vez, trae la paz que necesitaba la película.

¿Siempre tuvo claro que antepondría la atmósfera sobre la historia? Es verdad, no es una historia perfecta o integrada por un guión de tres actos. Se planeó a propósito para crear un ambiente de angustia. Quería una película que invitara a sentir la confrontación con los horrores del cuerpo. En este sentido es casi natural relacionarla con el primer Cronenberg… Sin duda, de hecho hay referencias directas a películas como La mosca. Me interesa mucho el cine de terror, antes de ser director quería ser maquillista de este género. Lo escucho y creo que básicamente planteó una película sobre el cuerpo que, sin embargo, genera cualquier cantidad de lecturas. ¿Qué opina sobre lo que ha generado Halley? Es una gran responsabilidad. Internacionalmente le ha ido bien, me he encontrado con decenas de interpretaciones y me parece fantástico. Apenas pasaron tres meses desde que estrenamos en Sundance y no he tenido oportunidad de procesar las cosas. Godard bromeaba, no sin falta de razón, con aquello de que cuando hacía una película esperaba a leer las críticas de prensa para, con eso, entender el tipo de filme que había hecho. L

HOMBRE DE CELULOIDE ESPECIAL

El mal de vivre americano Fernando Zamora @fernandovzamora

L

a música de Craig Armstrong es protagónica en El Gran Gatsby de Luhrmann. Este hecho lejos de resultar defectuoso es un acierto, habla del tempus, de una forma particular de manipular el tiempo que es a mi parecer lo que hace del cine un arte. Luhrmann es uno de los grandes directores del siglo. Su Romeo + Juliet lo pone entre los artistas que hay que seguir, entre otras cosas, porque tuvo el “atrevimiento” de aportar al ingente repertorio de interpretaciones de Shakespeare un estilo. Hay quien cree que Luhrmann es un payaso (así lo he oído) y aunque es posible que poco convenza su trabajo en Australia y que al espectador de festival lo mareen la ingente cantidad de referencias pop de Molino Rojo algo hay en su barroca visión del arte que no deja indiferente. Este 2013, Baz Luhrmann retoma la obra Scott Fitzgerald con el desparpajo que lo caracteriza y sin atentar contra el escrito. En Romeo y Julieta sorprendería a sus detractores lo apegado que se mantuvo al libreto. Lo único que hizo Luhrmann en aquella ocasión fue subrayar

ciertos elementos que ya estaban presentes en el clásico: la noción de Romeo como womanizer, la violencia latina y una cierta incredulidad por lo “inmortal” de la historia de amor. Luhrmann, antes y ahora, tiene el atrevimiento de ir hasta el fondo de un clásico y hacerlo con una visión propia; sin manosear el texto. Puede que los detractores de Luhrmann desprecien Molino Rojo porque vean en ella un pastiche en el que poco importan los valores artísticos. Poco valen entonces el montaje y el sentido del humor, pero hay algo innegable en el arte de Luhrmann: estilo, una particular forma de ver las obras y de imponer sobre un texto previo la marca de sus ojos y aquí está: Luhrmann es todo lo que es: no traicionar a Gatsby, lo reinterpreta. Creo pues que Baz Luhrmann ha salido bien librado ante el primer prejuicio contra el que se enfrenta, la noción de que las grandes obras tienen que ser interpretadas con cierto “respetuoso” acartonamiento. El siguiente prejuicio tiene nombre y apellido: Leonardo DiCaprio. Sin embargo, ha decidido retomar el arte del actor que lo puso en los cuernos de la luna cuando era muy niño. En This Boy’s Life demostró que era uno de los mejores actores hollywoodenses y aunque es verdad que más tarde cometió el error (imperdonable en nuestro querido Cuévano) de ser exitoso, pésele a quien le pese, DiCaprio sigue siendo un actor extraordinario, capaz de ir más allá de los flops artísticos (que no mercadotécnicos) de Titanic y The Beach. Habiéndose atrevido a dejar atrás la cara de niño

The Great Gatsby (El Gran Gatsby). Dirección: Baz Luhrmannn. Guión: Baz Luhrmannn y Craig Pierce basados en la novela de Scott Fitzgerald. Fotografía: Simon Duggan. Música: Craig Armstrong. Con Leonardo DiCaprio, Carey Mulligan y Tobey Maguire. Estados Unidos, 2013. se enfrenta, en un sentido estricto, con la clásica interpretación que hizo Robert Redford de El Gran Gatsby en 1974 y, a mi entender, no le va nada mal. El Gran Gatsby encuentra nuevos tesoros en este rostro; después de todo es un clásico porque nunca se agota. Este Gatsby de Luhrmann y DiCaprio, está hecho del mal de vivre americano: se ha ganado al mundo, pero hay en su pasado, una mujer… L


12 sábado 25 de mayo de 2013

MILENIO

varia GOYA

ESPECIAL

La familia de Carlos IV

Sellos independientes ¿de quién?

Arte

ARCHIVO HACHE

CASTA DIVA

Heriberto Yépez hyepez.blogspot.com

L

a literatura mexicana ya no puede comprenderse sin un nuevo fenómeno: las llamadas editoriales independientes. Editoriales independientes, a veces, de los lectores. Esa democracia y esa tiranía. Estas editoriales, al contrario de las transnacionales, publican libros independientemente de si tendrán suficientes lectores–compradores. Hacen colecciones de obras raras o de autores emergentes, libros no comerciales. Libros para pocos. Ese lujo no lo pueden pagar los propios editores de libros para los happy few, porque, aunque sus valores son de élite o minoría, incluso los escritores mexicanos más exquisitos viven en el subempleo. Para la mayoría de estas editoriales ser independientes de los lectores significa ser dependientes de subsidios gubernamentales. Si les preguntamos, no dirán que son independientes de los “lectores” sino del “mercado”. Dicho abstractamente no se escucha mal. Incluso se escucha moral. Llamarlas editoriales independientes es inexacto o involuntariamente cómico. Prefiero llamarlas editoriales pequeñas. Estas editoriales están cambiando el panorama literario. Las grandes editoriales perdieron, en la última década, mucho de su poder para definir la literatura mexicana. Son tan bonitos y selectos los libros de las editoriales pequeñas que los nuevos escritores mexicanos las prefieren. Entre ellos son ya más prestigiosas que las editoriales transnacionales.

Generalmente las manejan escritores del centro de la República. Son pocas las editoriales fuera de Ciudad de México, donde es más caro imprimir algunas obras que luego faciliten pedir subsidio. A veces en otros países, las editoriales pequeñas son grupúsculos antisistema. En México, la gran mayoría carece de micropolítica alternativa. Simplemente son editoriales de escritores que editan libros de su gusto. A pesar de que casi todas usan fondos públicos, estas editoriales no abren convocatoria pública. Publican lo que sus editores deciden personalizadamente y los jurados de las convocatorias gubernamentales aprueban en paquete. Para entender la literatura mexicana hoy se necesita conocer la historia reciente de las editoriales pequeñas. Su lugar es extraño. Por ejemplo, las revistas principales casi no reseñan estos libros —a excepción de los de contactos cercanos o enemigos a desprestigiar— porque no circulan bien. Seguirles la pista haría que estas revistas perdieran su lazo con el lector común. Si alguien confía en la imagen de la literatura mexicana construida por las revistas quedaría tan extraviado como si confiara en las librerías, donde casi no se venden estos libros. El costo de distribuir bien las sacaría inmediatamente del mercado (al que no casi no han entrado). Amigos editores: no me reclamen lo aquí dicho. Ustedes mejor que nadie saben que simplemente describo. L

y tiempo Avelina Lésper www.avelinalesper.com.mx

V

an Gogh finalizaba un cuadro en una noche de trabajo demencial y obsesivo, sentía que debía terminar antes de morir, antes de enloquecer. En un trabajo más reposado y meditado, con la seguridad del experto prematuro que hace de cada meta un nuevo salto, Bernini hizo la primera versión del retrato en mármol del cardenal Scipione Borghese en seis meses; esos botones perfectamente dibujados, el rostro tan vivo que puede hablar, los delicados pliegues del traje que hacen del mármol un filamento tan delgado como una seda. Casi al finalizarlo le dio un golpe que partió en dos la cabeza. Entonces volvió a empezar de cero la escultura y la terminó en quince días con sus noches, sin detenerse. Goya hacía un grabado cada día. Eran los artistas jóvenes de su tiempo. Sabemos que no son carreras de velocidad, pero el arte se hace. El creador lleva la técnica al extremo del conocimiento para conseguir la seguridad que le brinda entrar con decisión al trabajo y hacerlo, materializarlo. Estamos en la época de la reflexión, a pesar de que todo es inmediato y efímero, superficial y mediático, los nuevos artistas piensan durante largas jornadas antes de hacer, y los resultados no son consecuentes al proceso de meditación. Los artistas se diferenciaban de los filósofos, entre otras muchas cosas, porque resolvían actuando y sus inquietudes, dudas y certezas las reflejaban en la obra. La ira de Picasso está en el Guernica, su obra más valiente y reveladora. Comenzó los bocetos el primero de mayo, el día 11 inició el cuadro de 3.49 metros por 7.76 metros, en dos meses lo terminó sin ayudantes. La obra que denuncia la brutalidad de la Guerra Civil y la complicidad de Hitler y Franco por acabar con la República. Bueno, pues esto no es para los conceptuales una preocupación, o no es un motivo de reflexión reflexionar por qué se tardan tanto en hacer una obra. Las bienales comisionan a los artistas y curadores y se toman dos años en dejar unas tablas rotas en el piso con una grabación de gallinero como en el Whitney. El Programa Bancomer BBVA MACG Arte Actual apoya a diez artistas

jóvenes para la realización de sus obras. Las descripciones de las obras con su argot pretencioso exhiben los pobres avances en el blog del proyecto (www. programabancomermacg.wordpress. com). Lo más increíble es que esos mínimos resultados tardaron seis meses y les restan otros tantos para exponer en noviembre. Es inconcebible que a artistas profesionales les tomen estas simplezas tanto tiempo y que hayan requerido investigaciones, juntas y asesorías mensuales con Itzel Vargas y Miguel González Casanova. ¿De verdad tardó López Terroso seis meses en hacer algunas fotos malas para reflexionar “sobre el nomadismo como fenómeno social”? Teniendo en cuenta que no son sociólogos, que de esta “reflexión” no va a surgir un estudio que plantee acciones para la solución de la migración. Son fotos que no revelan ni una historia porque no tienen un solo rasgo anecdótico. Barquet va a realizar “contenedores de madera a escala humana penetrables”, hasta ahora el contenedor de madera a escala humana por excelencia es el ataúd y no creo que a ningún carpintero le tome un año pensarlo y hacerlo. Barruecos reflexiona sobe el PRI con unos collages, en un año puede planear un golpe de Estado, ya no digamos hacer unos collages y la obra “pretende crear un ensayo visual a partir de los modos de exhibición que logre encontrar como mejor forma de presentar su trabajo” o sea la obra es cómo enseñar la obra. Al ver los ejemplos de las temáticas, Armas reflexiona sobre el smog, no hay relación espacio tiempo que justifique esa larga reflexión acerca de la obra y la puerilidad de los temas. Si Picasso hubiera reflexionado de esa manera algo tan serio y trascendental como la dictadura franquista, se muere y no termina el Guernica. Van Gogh, ante la negra presencia de la locura, nunca habría acabado un cuadro. Es evidente que la intención es hacernos creer que el trabajo es serio porque se tardan en hacerlo, pero la seriedad está en los resultados, no en la demora o la retórica del discurso. Yo sugiero a Bancomer BBVA que les cobre intereses moratorios por tomarse un tiempo tan largo en entregar nada. L


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