Laberinto 466

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Laberinto

N.o 466

sábado 19 de mayo de 2012

In memoriam Carlos Fuentes David Toscana, Eko, Xavier Velasco, Julio Ortega, Santiago Gamboa, Roberto Pliego, Yolanda Rinaldi, Fernando Zamora, Heriberto Yépez, Magali Tercero Páginas 2 y 8 a 12 LUIS M. MORALES

Elena Poniatowska El amante favorito de Catalina Página 6

Homenaje, 80 años Minerva Margarita Villarreal, Braulio Peralta, Adriana Malvido Páginas 3 a 7

MILENIO


02 b sábado 19 de mayo de 2012

MILENIO

in memoriam rogelio cuéllar

Fuentes y Napoleón TOSCANADAS especial

David Toscana dtoscana@gmail.com

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eí un periódico del día en que nació Carlos Fuentes. Habían coronado a Hirohito. Se conmemoraban diez años del fin de la Primera Guerra Mundial, que entonces se llamaba la Gran Guerra. Portes Gil estaba próximo a asumir interinamente la presidencia y se preparaba un homenaje para el mandatario saliente: Plutarco Elías Calles. León Toral y la madre Conchita estaban en la cárcel por el reciente asesinato de Obregón. También se daba cuenta del retorno al país de José Vasconcelos como candidato de oposición a la presidencia, en unas elecciones que resultarían fraudulentas y llevarían a Pascual Ortiz Rubio a la silla del águila. En las páginas de cultura se celebraba la aparición de sendos libros de Henry Bordeaux, Tristan Bernard, Philippe Soupault. Quizá lo único que anunciaba la llegada al mundo de Carlos Fuentes eran dos anuncios. Uno de Remington, “La mejor máquina de escribir que el mundo produce”, y otro de Smith Premier “de construcción sencilla, maciza y fuerte… construida para que funcione sin esfuerzo, reduce la fatiga producida por un largo día de trabajo, es la más suave, la más veloz”. No sé si eran tan maravillosas como decía su publicidad. Lo que sí sabemos es que Carlos Fuentes se convirtió en el mejor

y más fiel usuario de máquinas de escribir. Sus índices qwertiados eran la cicatriz de sus batallas con las palabras. Yo estaba en un bar de Bastia, en la isla de Córcega, cuando me llegó la noticia. Carlos Fuentes est mort, me susurró alguien. Sí, le dije, ayer fue García Márquez y mañana será Vargas Llosa. Seguí bebiendo como si nada, aunque me quedé pensando en la muerte. Se confirmó la muerte de Fuentes cuando ya estábamos algo ebrios. Alguien se puso de pie y dijo de memoria: “¡Oh derrota mía, mi derrota, que a nadie sabría comunicar, que me coloca de cara frente a los dioses que no me dispensaron su piedad, que me hicieron apurarla hasta el fin para saber de mí y de mis semejantes! ¡Oh, faz de mi derrota, faz inaguantable de oro sangrante y tierra seca, faz de música rajada y colores turbios!”. Esa noche bajó de las montañas un viento de cien kilómetros por hora. La marcha por la ciudad fue la de un cortejo fúnebre. Lentos, encorvados, sin hablar. Nos paramos frente a la estatua de Napoleón. Ahí, vaya uno a saber la razón, recordé las palabras que Emmanuel Carballo pronunció hace catorce años. “El rey ha muerto,” dijo en aquel entonces. “Viva el rey, que es Carlos Fuentes”. “Tuna incandescente”, alcé una copa invisible. “Águila sin alas. Serpiente de estrellas. Aquí nos tocó. Qué le vamos a hacer”. ¿Al hotel?, sugirió alguien. La respuesta fue un rotundo no. Esa noche había muerto un novelista, un fabulador, un palabrista. Allá en México y ahí mismo, en Bastia y dondequiera que exista un abecedario. Nos habíamos quedado sin vino. A como diera lugar, teníamos que encontrar una botella, así hubiera que romper el cristal de una tienda. Dirigirnos a aquella casona antigua donde Victor Hugo pasó su infancia. Brindar por Fuentes. Más viento, polvo, polen en el aire. Uno del grupo dijo que no podía respirar. Se asfixiaba. Qué le vamos a hacer, dijimos. Y seguimos buscando la botella de vino. L

La risa de Carlos Fuentes

E

n noviembre de 1972, Octavio Paz dio la bienvenida a Carlos Fuentes en El Colegio Nacional. El suyo fue un discurso cálido, lleno de remembranzas pero también, en varios sentidos, profético. Después de recordar cómo se conocieron una tarde del verano de 1950 en una casa de la Avenida Victor Hugo, en París, y de elogiar su inteligencia, su avidez de conocimiento, “la resonancia de su obra”, señaló:

Ex libris

Bitácora Psicotrópica

“Fuentes ha sido y es el plato fuerte de muchos banquetes caníbales… [En México] las bandas literarias celebran periódicamente festivales rituales durante los cuales devoran metafóricamente a sus enemigos. Generalmente esos enemigos son los amigos y los ídolos de ayer. Nuestros antropófagos profesan una suerte de religión al revés y sus festines son también ceremonias de profanación de los dioses adorados la víspera. No les basta comerse a sus víctimas: necesitan deshonrarlas. No obstante, tras cada ceremonia de destrucción, Fuentes reaparece más vivo que antes. ¿El secreto de sus resurrecciones? Un arma mejor que el arco mágico de Arjuna: la risa. Fuentes sabe reírse del mundo porque es capaz de reírse de sí mismo. La risa dispersa a los caníbales y destroza sus flechas envenenadas”. L Carlos Fuentes bEKO

Xavier Velasco

S

i el narrador se va, la historia se detiene. Los personajes no sabemos qué hacer, pues su voz todavía nos acompaña y tememos no ser sino ecos de ecos de ecos de la sonora entraña que nos dio la vida. (¿Y quién no es personaje del libro que le atrapa?) Si el engaño vital del narrador consiste en convencer a quien lo lee de que no sólo es cierta la historia que le cuenta, sino de hecho es la suya en particular, escribo ahora mismo desde la casa de Donceles 815. El narrador se va, pero su voz se queda. Sospecho que es por ella que la historia reanuda su avance despiadado. Gracias, Carlos querido, por traernos hasta la casa de la bruja.

MILENIO b LABERINTO b Dirección: José Luis Martínez S. Edición: Alicia Quiñones Coedición: Roberto Pliego Arte y diseño: Salvador Vázquez Mejía


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homenaje

Rosas en tiempos de guerra

La octava cabrita

Como conjuro contra la violencia, la poeta propone el compromiso social, la más unánime solidaridad poesía

A salto de línea especial

Minerva Margarita Villarreal

Homenaje a Elena Poniatowska

Y

en su cumpleaños

o nací en tiempos de paz y crecí bajo un sol

que irradiaba las plantas las casas aureoladas los caminos y los aullidos de lobos que rompen veloces como el rayo

Elena Poniatowska, 1958

Braulio Peralta braulioperalta@yahoo.com.mx

el cristal de la bóveda donde la noche se resguarda los hubiera mimado acariciado hasta que fueran hombres príncipes en el lecho les hubiera llevado un plato de comida un ramo de rosas un manantial donde su sed calmaran donde se hicieran voces sus aullidos aire sus guaridas los hubiera llevado a contemplar los templos detrás de la muralla

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inerva Margarita Villarreal (Montemorelos, Nuevo León, 1957) es autora, entre otros libros, de Pérdida, Dama infiel al sueño y Tálamo. El poema que publicamos forma parte de un libro en proceso en el que reflexiona acerca de la violencia en el país, pero sobre todo en la ciudad donde vive: Monterrey. Amiga de Elena Poniatowska desde 1983, cuando la conoció en un congreso de escritores en Mérida, Yucatán, Minerva Margarita la descubrió como lectora con La noche de Tlatelolco y desde entonces admira la valentía con que se opone a cualquier injusticia.

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o importa que cumpla 80 años de edad sino que en 2013 serán 60 de creadora intermitente. La niña que aprendió castellano con el servicio doméstico —“mi español no es el de Platero y yo sino el que aprendí en la cocina, con las muchachas”—, inició su carrera en el periodismo en 1953, en el antiguo Excélsior. Lo que siguió es la razón por la que recordamos a una mujer que, con Elena Garro y Rosario Castellanos, aporta su cuota de género, con nivel, en la literatura mexicana. Ella sería la octava cabrita en su libro sobre las mujeres de la cultura en México (María Izquierdo, Frida Kahlo, Nahui Olin, Rosario Castellanos, Elena Garro, Nellie Campobello y Pita Amor). Amén de escritora, un personaje literario del que pueden escribirse muchas ficciones basadas en su historia: sobre su origen, de princesa, que desdeñó. Sobre su oficio de reportera, que la llevó a la cima con su libro La noche de Tlatelolco. O sobre sus amores, conocidos y desconocidos. O su apoyo a Andrés Manuel López Obrador, tan criticado por la reacción pero tan necesario y acorde con su pensamiento de izquierda. Lean si no: “Durante mi adolescencia pasé muchas horas en el cuarto de azotea. Subía ‘a platicar’ y nada me emocionaba tanto como las historias que allí escuchaba. Tiburcia, Enedina, Concha y Carmen se envolvían en sus recuerdos y en la ilusión del novio, la salida del domingo. Las veía desenmarañar su

largo pelo con su escarmenador después de haberlo lavado y enjuagado en el lavadero. ¡Qué bonito rechinaba su pelo, qué bonito!... “Del cuarto de azotea recibí dádivas. Siempre me dejaron oírlas platicar. Sólo una vez, una ordenó lanzándome una mirada negra: “—Bájese, niña, ¿qué no le basta con lo que tiene allá abajo? “Años más tarde Jesusa habría de lanzarme la misma mirada de cólera al relatarme su vida, al responder mi urgencia”. La historia, a veces, puede escribirse al lado de los vencidos. Su trabajo ha permeado 60 años de nuestra cultura, desde su aparición en el periodismo en 1953, con preguntas impertinentes, o en el campo literario, con Lilus Kikus, en 1954. Detenernos en Elena Poniatowska es reflexionar para no perder la memoria de una gran parte de la literatura y el periodismo mexicano. Ella forma parte de esa historia. Lamentablemente, y tal vez por tenerla tan cerca, a veces la olvidamos. Acaso por eso apenas en 2002 le concedieron el Premio Nacional de Literatura. Ella llegó para quedarse en la república de las letras. Los setenta y ochenta fueron el marco temporal para la concreción de su obra. Una vida literaria, plena. Todavía hoy en Sanborn’s podemos ver en la mesa de novedades la historia novelada de Leonora Carrington, a más de año y medio de publicada. Y lo que sigue. Si alguien le negara un galardón a Elena Poniatowska, sería mezquino. L

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homenaje pascual borzelli iglesias

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Las preguntas

de Elena

Carga el sello ardiente, como declara la misma Elena Poniatowska, marcado en la frente, en el brazo, en las piernas… de periodista. La faceta más luminosa de esta vocación inmune al tiempo, la de entrevistadora, sirve de estímulo a este recuento crónica Adriana Malvido

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l ansia, la curiosidad y la pasión por conocer, llevan a Elena Poniatowska a vivir rodeada de preguntas. Con ellas se despierta y pone su cabeza en la almohada por las noches. Su búsqueda por las respuestas está en el mundo, en las calles, en los libros, pero sobre todo en el otro. Y lleva una vida indagando en ese otro, un sinfín de respuestas que nos iluminan a todos. Para llegar al otro, Elena hace del periodismo una linterna. Sus grandes reportajes, crónicas y entrevistas, parten más de preguntas que de certezas. —Elena, ¿cuál es la primera pregunta que recuerdas haberte hecho en la vida? —Creo que viene de la enorme influencia de los scouts en mi vida. Y es: ¿para qué sirvo? —¿Te la has respondido? —Me la he respondido a través de tanto trabajo, pero finalmente lo que yo hago en la vida, lo único que he tenido a lo largo de la vida son preguntas.

Quizá porque no me sé una sola respuesta, lo cual es un poco triste. Entonces voy por la vida pregunte y pregunte. Al llegar a México, aún muy niña, vio el mapa del país y se enteró de que aún había zonas por descubrir, algo —dice— impensable en Francia, de donde venía. Aquello le atrajo muchísimo y posteriormente fue esencial en su despertar periodístico. “Yo siempre pensé que lo que quería era documentar mi país, los acontecimientos, cómo es la gente, qué hizo y qué hace la gente, porque la mayoría del tiempo no sabemos nada de ella”. Durante 60 años y más de mil entrevistas, Elena se ha dedicado a buscar y documentar esas zonas inéditas de un mapa mucho más complejo de penetrar: el mapa humano de México. Viaja a lo profundo acompañada por su libreta, hace de la entrevista una aventura y regresa con el alma de los entrevistados en la mano, para entregársela a los lectores. Todo México, la colección de libros con sus mejores entrevistas, que editorial Diana publicó en ocho tomos (entre 1990 y 2003), es también el informe de sus descubrimientos, el documento que soñó hacer de su país, la historia reciente de México contada en voz de los creadores, de los personajes más vivos en el imaginario colectivo, de aquellos que no forman parte de enciclopedias académicas, pero sí

de nuestra manera de ser, de vivir y de sentir la vida todos los días. Es la historia contada por personas que han vibrado en la filosofía y la carpa; el toreo y el arte; el cabaret y la ciencia; la lucha libre y las letras, el cine, el teatro, la danza y la lucha social. Todo México es como una enciclopedia del alma. Y de los nutrientes culturales que nos han formado. La obra puede leerse como la historia de otros que ya son nuestros gracias a Elena, pero también como la historia de sus preguntas, la bitácora de la niña que comenzó entrevistando al embajador de Estados Unidos en 1953 y por cuya libreta ha pasado todo México. Es también un muestrario de sus recursos periodísticos y narrativos que merece reeditarse —porque está agotado— y estar en todos los libreros, las escuelas de periodismo y las universidades de México. Elena transgrede todas las reglas de los manuales de periodismo. Le abre la puerta a la subjetividad, a la impertinencia, a la candidez y a la malicia, al riesgo de ser estrangulada por el interlocutor, a lo políticamente incorrecto y al humor. Lejos de desaparecer, se hace personaje, convierte al lector en confidente y entabla con él un diálogo paralelo, hondo y frecuentemente muy divertido. Sí, nos confirma Elena, “siempre me ha interesado que el lector sepa todo lo que está sucediendo durante la entrevista”. Frente a Luis Barragán, piensa: “¿Cómo le hizo Luis para saber tan pronto lo que quería? […]. Desde hace años dudo de todo, me voy llenando de lo que estorba, camino con el peso de muchas voces, una maraña de sonidos dentro de mi cabeza; contagiada la ciudad, quiero atraparla, los demás ejercen su poderío, fascinan, camino sonámbula, hipnotizada, vivo en la confusión de suerte que la luz anaranjada que nimba la alta figura de Luis parece una aureola y siempre me ha atraído la luz. El que sabe escoger me apabulla. El que sabe juzgar más aún. Barragán es un contemplativo […]. En torno a él se aquietan el espacio y el silencio. Entro a un jardín misterioso y desconocido […]. Estoy frente a una figura resguardada. Respiro un aire casi atemporal. Las preguntas me martirizan, ¡qué malas!, ¡qué tontas!” […]. El resultado fue la mejor entrevista que le hicieron al arquitecto en su vida.


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LABERINTO

homenaje especial

Elena tiene antenas para detectar, de inmediato, cuando alguien es sincero o no lo es. Le gusta la gente transparente que no se adorna ni se esconde. Al fin y al cabo, sus preguntas revelarán el negativo que cada uno lleva dentro. Sólo quien supo retener la capacidad de asombro y la curiosidad de la infancia puede preguntarle a El Cordobés: ¿y qué cosa es un toro? O iniciar la entrevista a María Félix con un: ¿es cierto que tiene voz de sargento?; soltar un: “¡qué cosa tan chispa!”, cuando Dolores del Río le cuenta que el Indio Fernández aseguraba que era tan importante tomar un close-up de sus pies como uno de su cara, y preguntarle a Tongolele ¿qué es la sensualidad? o a Marlene Dietrich: ¿es usted eterna? Su aparente inocencia engaña al entrevistado y sorprendió a Jorge Luis Borges: “—¡Qué curioso que usted me hable de Emma Sunz! “—¿Por qué curioso? “—Es que pensé que usted no había leído mis cuentos. “—¿Por qué, maestro? “—Por las preguntas que me hace. “—¿Porque no soy erudita ni preparada? “—No —dice dulcemente—, prefiero su frescura. Usted tiene un awareness, puedo percibirla”. Sólo Elena podría dirigirse así a un poeta: “—León Felipe. Todo el mundo me ha hablado de usted en estos días. Sé que cumple 70 años, y yo quería conocerlo con esa barba que lleva y esa cabeza de apóstol de piedra… No le quitaré a usted mucho tiempo, tengo prisa, y sólo quiero preguntarle: ¿qué es poesía?”. León Felipe duda que la jovencita pueda entenderlo, sobre todo al percibir “esa diversión de pájaro y esas alas de prisa” de la reportera, pero le pide estarse quieta hasta que brota la respuesta: “Hoy, y para mí, la poesía no es más que un sistema luminoso de señales. Hogueras que encendemos aquí, abajo entre tinieblas encontradas, para que alguien nos vea, para que no nos olviden”. Todo México es una lección sobre el arte de preguntar y escuchar al otro. Y contiene un abanico de recursos narrativos tan diverso como la preguntarespuesta, la crónica, la descripción, la interpretación, el monólogo, la primera y la tercera persona e incluso el guión cinematográfico. De Roberto Montenegro nos dice: “El pintor se mueve con suprema elegancia. Me ofrece un té inglés exquisito servido dentro de tazas de porcelana más exquisitas aún. La casa huele, curiosamente, a jazmines”. En otra entrevista, describe: “Chucho Reyes sabe a Guadalajara”. De Cri-Crí rescata al niño: “Todavía tengo hormigas y las dejo entrar a la azucarera: es su club, y todas las noches voy a verlas”. A Rufino Tamayo le dice que su casa “es como un membrillo. Es más, sabe a membrillo”, lo que detona un “sí” como repuesta y luego una deliciosa explicación de cómo el pintor diseñó su casa. Elena también recurre a la provocación, como la que ejerce la luna llena sobre el mar, para que las ideas, en forma de palabras, crezcan y revienten como las olas. Así, nos hace partícipes de sus descubrimientos: “Si el cuerpo de André Malraux no estuviera contenido por el caparazón de sus costillas, si la piel no cubriera las vísceras, las venas, los músculos, si el corazón no le saltara tras los barrotes de la caja del pecho, creo que el escritor nos estallaría en las manos”. Mathias Goeritz le dice que sus esculturas son una oración plástica. “¿Y por qué quieres rezar?”. La pregunta, a quemarropa, da pie a un diálogo donde se desparrama el espíritu del escultor. Todo México resulta un museo vivo donde las figuras de cera se derriten a base de preguntas. “Renato Leduc se levanta de su sillón e inmediatamente impone su estatura. Agarra su bastón: ‘Me fracturé, sabe usted, yo me he dado muchos golpes en la vida, me he caído de árboles, de cerros, de automóviles, de caballos’ ”. “¿Del regazo de las mujeres?”. Es la primera pregunta y con ella se inicia un rico diálogo sobre el amor y las mujeres con el “Duque de la Bohemia” y el poeta del tiempo. Cuando llega al camerino de Jean-Louis Barrault en París y lo entrevista en un entreacto, le bastan unos minutos para que el tema aparezca cuando él le responde cómo descubrió su vocación: “Hay que tener, casi diría hay que padecer desde la infancia, una facultad particular y vital: amar a los demás en

Elena Poniatowska y Fernando Benítez, 1956

forma desaforada […]. Y un niño atacado por un amor extremo está naturalmente dotado de mimetismo […]. El teatro es una enfermedad de amor. La vocación en general es como un milagro”. Con María Rojo despliega un juego de enredos. Hablando del desnudo en la película La tarea, le pregunta a la actriz: “—¿Y a José Alonso también le costó trabajo? “—Yo creo que a Pepe igualito, ¿eh? Lo mismo siente un hombre que una mujer, como el bolero. “—¿Hasta al bolero encueraron? “—¡No, Elena! La canción. “—Oh que la canción. Ay, no me hagas caso, tú sigue contando. “—Pues mira a mí, ya cuando de veras era sin ropa, se me estaban saliendo las lágrimas. “—¿Pues que tan amolado está Pepe Alonso?”. Al Santo también lo agarra en curva. Cuando él está hablando de otro luchador, el Espanto I, “que en paz descanse”, ella le pregunta: “¿Usted fue quien lo mandó a descansar en paz?”. Salvador Novo le habla de su disco Voz viva de México de la UNAM y ella le pregunta: “¿Y ese disco ha tenido éxito en el hit parade?”. El mano a mano es un banquete. “¿Un soneto al año?”, le cuestiona la reportera acerca de su producción poética. Y Novo responde: “Si es el mejor soneto del año, ¿no es bastante?”. Con José Revueltas habla de las Islas Marías donde el escritor dice acerca de los presos: “Me veía yo a mí mismo en ellos y en mi persona los veía a ellos”. “—Señor Revueltas, ¿por qué escribe usted? “—Por una necesidad de expresión, de comunicación y de servicio. Yo creo que la comunicación humana es la más importante de todas las relaciones y la que más nos puede humanizar en un mundo deshumanizado. Por eso, la profesión de escritor me parece una de las más altas vocaciones que le han sido dadas al hombre. Y mucho más que una profesión, es una actitud”. Todo México incluye también a Gunther Gerzso, Gabriel Vargas, Julián Carrillo, Carlos Chávez, Silvia Pinal, Lola Beltrán, María Izquierdo, Lola Álvarez Bravo, Benita Galeana, Angélica María, Gloria Trevi, Juan Gabriel, Max Aub, Félix Candela, Simone Signoret, Rosario Sansores, Pedro Ramírez Vázquez, Víctor Manuel y muchos otros. A María Félix no pudo arrancarle su edad pero sí las ideas: “Yo no le tengo miedo a ser vieja, le tengo miedo a algo que va mucho más allá y que viene de mucho más lejos que la vejez: al derrumbe de una mujer. No le tengo miedo ni a las canas ni a las arrugas, sino a la falta de interés por la vida”. Mucho después, la diva reconoció que “nunca, nadie me había entrevistado mejor”. A García Márquez lo hace revelar cómo escribió Cien años de soledad y la entrevista resulta un viaje al intestino de la novela a partir de la pregunta “¿Quisiste mucho a tu abuelo, Gabo?”. Con Henry Moore sus preguntas dan al clavo: “—¿Le gusta a usted el disloque?

“—Eso es precisamente lo que hago o lo que trato de hacer: discolar la realidad para que hable más claro”. Los extranjeros en Todo México enriquecen la documentación de este país ya sea porque aquí encontraron su casa o porque vinieron, se fueron, y se llevaron a México para reinventarlo en su labor creativa. A Fernand Braudel le hace una pregunta poética con resultados insospechados: “—¿Qué informes históricos puede darnos el mar Mediterráneo? “—Todos. Ese mar sigue siendo el más valioso de los documentos para ilustrar su vida pasada”. Pero hay otros que detestan sus preguntas. Y Elena no disfraza ni oculta el desconcierto o la ira que provoca en ciertos entrevistados con preguntas que, como el filo de una navaja, los abren en dos. Como a El Cordobés, a Zabludovsky, a Cantinflas… Una guerra tan intensa como fructífera se da con La Tigresa, quien la reta a zarpazos mientras Elena la penetra con sus ojos de rayos X para exhibirla mejor que una resonancia magnética. Sergio Pitol destaca, sobre todas las dotes de Poniatowska, “ese grano de dinamita oculto tras su sonrisa y su nariz fruncida, capaz de hacer añicos toda la estupidez, la crueldad y la arrogancia con que suelen cubrirse los triunfadores del mundo”. Cuando le preguntamos a la autora a quién admira dentro del género y qué pieza memorable ha leído, no vacila en responder: “la entrevista que le hace Oriana Fallaci a la duquesa de Alba es una obra maestra, porque la pone en evidencia”. —Elena, las entrevistas ¿le han dado respuestas a tus preguntas? —Bueno, los entrevistados me han dado las respuestas a las preguntas que yo les hacía. Pero las respuestas, quizá más profundas, más adoloridas, me las ha dado la vida. El periodismo es su vehículo para detectar a los héroes de la vida real. Y asegura: “Yo tengo el sello ardiente, marcado en la frente, en el brazo, en donde quieras, en las piernas, en las nalgas… de periodista. Estoy marcada como las reces por el periodismo”. Elena añora la entrevista que no le hizo a Gerardo Murillo, el Dr. Atl. Sueña con una a Nelson Mandela. Y guarda con especial cariño la que le hizo a Guillermo Haro porque, dice: “Me trató tan de la patada que me vengué casándome con él y ahí sí lo entrevisté definitivamente al pobre”. Las preguntas que viven dentro de Elena hoy en día giran alrededor de sus hijos y nietos, la sobrevivencia del país; también le preocupa qué será de los migrantes, de la violencia, de la contaminación y cuándo acabará la corrupción en México. Pero la vida también le ha dado certezas: como la convicción de que la virtud suprema es la bondad; de que su felicidad está subordinada a la de los demás, de que sus colores favoritos son los del sol. Es Elena Poniatowska y cumple 80 años de una vida hecha pregunta que nos ha dado como respuesta un rayo de luz sobre la condición humana. L


LABERINTO

Poniatowski El amante favorito de Catalina *

Elena Poniatowska celebra hoy 80 años de edad. Muchos libros han pasado desde que en 1953 inició su carrera en el periodismo. Lilus Kikus (1954) fue su primera novela y Leonora (2011) la más reciente. Por estos días escribe, también bajo el influjo de la ficción novelística, su historia familiar, una saga con apasionantes episodios en las cortes europeas. El lector tiene en sus manos uno de sus capítulos medulares, el que narra justamente el flechazo amoroso entre el conde polaco, su antepasado, y la princesa de Rusia Elena Poniatowska

¡

Qué bonita aparición! —Poniatowski sonríe. Dentro de un vestidito de satín blanco, bordado de encaje en el que se asoman delgados listones rosas, la joven de veintiséis años lleva como único adorno una rosa roja en el hombro. Como la rosa, sonríe envuelta en un halo de blancura. —Majestad, le presento al conde Estanislao Poniatowski recién llegado de Varsovia. Catalina le tiende una mano desprovista de anillos, tan fresca y blanca como su atuendo y pregunta al embajador de Inglaterra, sir Charles Hanbury Williams: —¿Es parte de su séquito? El embajador se enorgullece: —Quisiera que fuera mi hijo. No, sólo es mi secretario, pertenece al Parlamento polaco y tiene acceso a todos mis documentos. Su madre es la princesa Constanza Czartoryska. —¡Se ve de estupendo humor, sir Charles! —Es que nada me hace tan feliz como la confianza de este joven noble y promisorio. Por su cultura y su ingenio, sir Charles es una figura en la corte y los nobles se lo disputan aunque sólo puedan hablarle en francés. Aclaman sus giros de pensamiento, lo esperan en los pasillos para escucharlo, sus dotes le dan un aplomo desconcertante. Hay que seguirlo, hay que escucharlo, él atrae, él sabe su juego y seguir a quien sabe su juego es tomar buen camino. El caballero inglés tiene el suyo: corteja a quien hay que cortejar, reparte cumplidos y sobre todo pone libras esterlinas en las manos señaladas por el viejo zorro Bestujev. Hanbury Williams aleccionó a su protegido y Estanislao se cuida de llamar la atención. A mayor discreción, mayor confianza de la corte que es un nido de víboras. Sir Charles le cuenta a Catalina que Poniatowski es hijo de un noble de Cracovia. “Antes de venir aquí, viajó a Viena, a París, a Berlín y a Londres. A su regreso, lo hicieron stolnik de Lituania. Es un hombre apasionado y protestó en la Cámara por la presencia de un extraño en la Cámara que no era ni polaco ni noble y por poco y lo atraviesa con su espada”. —¿Así es de que su hijo adoptivo es temerario —ríe Catalina—? Eso me encanta. Los invito a Oranienbaum al cumpleaños de mi esposo, el próximo 29 de junio. —¿Cómo es su esposo —le pregunta Estanislao a sir Charles en la intimidad del carruaje? —Es el heredero al trono de Rusia pero ojalá no llegue al poder. Cuentan que durante los primeros siete años de su matrimonio, los dos permanecieron vírgenes. Si la observas, su mirada arde. —Yo le vi ojos alegres y confiados. —Estanislao, ya te dije que la ingenuidad es la más imbécil de las virtudes. Hanbury Williams es el maestro, Poniatowski el aprendiz. Una es la llamada “joven corte”, la del heredero al trono, el gran duque Pedro Ulrico, y Catalina, su esposa, y otra “la vieja corte”, la de la emperatriz Isabel Petrovna y su amante en turno, Alejandro Chuvalov, que vive en San Petersburgo. La joven corte se reúne en Oraniembaum. Es tan evidente la separación de Catalina y el gran duque que cuando

especial

Estanislao Poniatowski


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homenaje Pedro se hace oír en el jardín de los tulipanes, Catalina se confina a uno de los salones iluminado por mil velas. El círculo de cortesanos en torno a Pedro Ulrico es ruidoso. Vestido de casaca azul y pantalón blanco —el uniforme de granadero prusiano—, el futuro zar grita en vez de hablar y el coro de carcajadas se dispara a balazos. El otro grupo congrega a embajadores cuyos buenos modales contrastan con los del futuro zar. Alaban a Catalina, esta noche cubierta de joyas pero con ojos iguales a los del primer encuentro. —Sir Charles, le ruego sentarse a mi derecha. Durante la cena, Poniatowski se pregunta qué hace una mujer tan bien educada con un hombre que se sienta mal a la mesa, la interpela groseramente cuando no la ignora y vocifera para hacerse notar. Sus desplantes, los tics que recorren su rostro picado de viruela lo ridiculizan. ¡Qué pareja tan desigual! Su vecina en la mesa, la princesa Dashkova, le confía que Catalina guarda las apariencias pero es desgraciada, los jóvenes esposos duermen en distintas alas del palacio desde el nacimiento de su hijo. Ser la nuera de la emperatriz tampoco es un privilegio: se llevó en brazos al pequeño zarevich Pablo y sólo le permite verlo una vez a la semana. Catalina observa al conde Poniatowski bailar un minueto. Una reverencia hacia atrás, el sombrero a tierra, el joven camina dos pasos, se inclina y estira el brazo para recogerlo, ya de pie mece su cuerpo y gira con una gracia lúdica que entusiasma a Catalina:

Poniatowski no sólo es un buen amante, tiene el don de reírse de los demás y de sí mismo —¡Ver un minueto tan bien ejecutado es algo raro! ¡Con cuánta gallardía se puso el sombrero! Los aplausos de la corte dejan confuso al polaco. En este muchacho, Catalina encuentra una finura natural que le llega al corazón. Nada en él es fatuo, mira en torno suyo con ojos de niño que escucha un cuento de hadas. —Me gusta mucho su polaco —le confía a sir Hanbury Williams. ¿Cuántos años tiene? —Veintitrés. Estanislao guarda su distancia. Constanza, su madre, le dio una educación severa; llamar la atención es cosa de seres corrientes que buscan venderse. —Vuelvan pronto —sonríe Catalina. Poniatowski no se lanza a pesar de que Hanbury Williams lo empuja. Las consecuencias políticas de un flirteo entre Catalina y Estanislao serían favorables para Inglaterra pero el polaco se retrae. Incluso, cuando el caballero Williams lo insta a volver a Oraniembaum, se niega. “Se ve a leguas que tú la atraes” —insiste. A Catalina le cuenta que Poniatowski vivió en París y la señora Geoffrin lo llama Stani. —¿Es posible que madame Geoffrin lo haya recibido en su salón junto a Voltaire, Grimm, Diderot, D’Alembert? Catalina no cabe en sí de la sorpresa, el nombre de la francesa es una carta de presentación, sólo los más grandes intelectos son requeridos y lo primero que le pregunta a Estanislao es por Voltaire. A pesar de la intención en su mirada, Poniatowski finge no ver nada hasta que el joven Lev Naryschkin, que es un celestino nato, le pregunta por qué no le envía un billet doux a la gran duquesa. Cuando en respuesta Catalina manda llamar a Estanislao al Palacio de Invierno, Naryschkin exulta: “Ya lo sabía, la conozco bien porque la recibí cuando llegó a Rusia y la acompañé parte del viaje. Es una seductora, recuerdo cómo se le hincharon los tobillos, pobrecita, y cuando la saqué del carruaje me echó los brazos al cuello. Todavía era una niña y lo que más le gustó fueron catorce elefantes que el rey de Persia regaló a la emperatriz. Al día siguiente, salimos a Moscú donde tú la ves ahora”. Después de maullar como un gato fuera del palacio, Naryschkin conduce a Estanislao por una escalera secreta a la recámara de Catalina pero, una vez adentro, el polaco sólo conversa. Se atreve

a aventurar que la corte en Oraniembaum es “un poco bárbara”. Lo dice con tanta timidez que ella ríe y le responde: “Tienes razón, los rusos, hombres y mujeres, son imprevisibles”. Le cuenta que la vida de las damas de honor y de los cortesanos depende de los caprichos de la emperatriz Isabel Petrovna a quien todos temen porque con la edad se ha vuelto más agria que el vinagre. —Sí, la vejez es terrible, a mi anciano tío Augusto Czartoryski los años lo han amargado y las ambiciones le salen como gusanos por la boca. Catalina es mayor que Estanislao; tiene veintiséis años. Su piel es de porcelana y para Poniatowski sus ojos ríen. A Catalina, sentir la admiración de su enamorado la exalta. ¿Por qué no se acerca? ¿Qué no se da cuenta de lo que está sucediéndole? Lo que no imagina es que ese joven pendiente de cada uno de sus movimientos nunca ha conocido mujer. Sus ojos intensos la devoran pero no hace un solo gesto. Ella toma la iniciativa. Estanislao, cordero, se deja guiar y desvestir. Iniciar a un mancebo es igual a ganar una batalla y a ella le sientan bien las victorias. La respiración del polaquito se acelera, su pecho es un fuelle, todo su cuerpo se contrae y sus músculos son un sólo impulso hacia ella. Al mismo tiempo que la abraza, ahora él es su asta bandera. A punto de decirle que nunca antes le había sucedido nada igual, la gran duquesa se muerde la lengua. Él solloza. Esa noche deja marcado a Estanislao. “No sabía quién era yo antes de ti”. —Tu corazón late demasiado fuerte. Si yo me dejara, el placer sería el centro de mi vida —le dice con dureza. Al amanecer, Lev, que conoce los recovecos del castillo, lo conduce a la puerta de salida. ¿Así es que su amante conoció a Luis XV y conversó con María Leszczynska? Estanislao disfrutó la compañía de mademoiselle de Charolais, la princesa solterona, hija del duque de Borbón. Estanislao la hace reír cuando imita la voz cascada de mademoiselle de Charolais, pidiéndole que “le traiga su culo” para sentarse en una banca del jardín. Poniatowski agrega: “Dejaba su culo en cualquier parte” y le explica que es un cojincito. Catalina le envía una invitación a montar a caballo y Estanislao descubre a una mujer vestida de hombre, con su casaca azul y plata y sus botas. —Altesse, vous montez a califourchon ou en amazone? —Al pueblo le gusta verme de amazona pero monto a horcajadas con mis amigos. Aunque los oficiales del séquito se precipitan, nadie tiene que ayudarla. En un santiamén ya está en la silla, los talones hacia abajo. Espolea al caballo y sale al galope, bien sentada, la cabeza en alto. De veras que esta soberana es una amazona mayor. Pocos la alcanzan. A veces utiliza el uniforme de un joven teniente. “Es temeraria”, se dice Poniatowski. Entre más violento el ejercicio, mejor. El sonido de los cascos corresponde a la música que trae adentro. El séquito de Catalina deja atrás al del gran duque Pedro que trota al lado de su amante. Nada que ver con su hermana menor, la princesa Yekaterina Vorontsova Dashkova, que vive entre libros. ¡Ah, cómo ama Catalina el riesgo! Estanislao se pregunta si esta cabalgata no será una continuación de la noche anterior. El atuendo masculino le da una gallardía que supera a la de los esbeltos soldados. Poniatowski no sólo es un buen amante, tiene el don de reírse de los demás y de sí mismo. En la corte, se mueve como pez en el agua y su savoir faire subraya su elegancia. A Catalina, el amor la embellece; en cambio, el gran duque se afea cada día más. Ostenta el uniforme prusiano en vez del ruso. Pedro Ulrico entrena varias veces al día su regimiento de juguete venido de Holstein. “Yo no nací para Rusia, no quiero morir aquí”. En las casernas, los rusos lo maldicen. Pedro Ulrico declara a quien quiera oírlo que es heredero del trono de Suecia y puede irse en cualquier momento. Su tía Isabel lo trajo a un país de mierda: Rusia. L

La Poni Carlos Fuentes

L

a vi por primera vez disfrazada de gatito en un baile del Jockey Club de México. Toda de blanco, rubia como es, con antifaz y joyas claras, parecía un sueño bello y amable de Jean Cocteau. Como toda buena gatita, tenía un bigote que surgía de la máscara. Pero en ella el obligado flojel de los gatos no era, como el salvaje bigote de Frida Kahlo, una agresión sino una insinuación. Era una, varias antenas que apuntaban ya a las direcciones múltiples, a las dimensiones variadas de una obra que abarca el cuento, la novela, la crónica, el reportaje, la memoria… Salimos juntos hace muchos años, yo con un libro de cuentos, Los días enmascarados, ella con un singular ejercicio de inocencia infantil, Lilus Kikus. La ironía, la perversidad de este texto inicial, no fueron percibidas de inmediato. Como una de esas niñas de Balthus, como una Shirley Temple sin hoyuelos, Elena se reveló al cabo como una Alicia en el país de los testimonios. […] Descendiente de María Lesczinska, la segunda mujer de Luis XV de Francia, del rey Estanislao I de Polonia y del heroico mariscal de Napoleón, José Poniatowski, es una Pasionaria sonriente y tranquila de las causas de la izquierda. No siempre estoy de acuerdo con ella en sus juicios. Siempre admiro su convicción y su valor […]. Lo importante de Elena es que sus posiciones en la calle no disminuyen ni suplantan sus devociones en la casa: el amor a sus hijos, la fidelidad a sus amigos, la entrega a sus letras. Amigo de Elena desde más años de los que quiero o puedo recordar, hoy le envío un inmenso abrazo, tan juvenil como nuestros primerizos. L Tomado de Elenísima. Ingenio y figura de Elena Poniatowska, de Michael K. Schuessler, Editorial Diana, México, 2003. especial

Retrato de Elena Poniatowska en su juventud

Con Carlos Fuentes ¿Qué piensa de Elena Poniatowska? Es una muy vieja amiga; somos amigos desde la adolescencia, yo siempre la he querido y respetado mucho y nos seguimos viendo a cada rato para decir: “Hey, estamos vivos todavía”. En poco tiempo ella festejará sus ochenta años. ¡No me diga! Qué bien lo oculta, ¿verdad? De una entrevista con José Luis Martínez S.

*Título de la Redacción.


08 b sábado 19 de mayo de 2012

MILENIO

in memoriam

Carlos Fuentes en tiempo futuro Pocos tan arriesgados como él y tan conscientes de que la libertad está siempre por hacerse. Desde la memoria personal, dos autores celebran esta elocuente divisa arturo fuentes

En el Centro Histórico de la Ciudad de México, abril de 2012

Julio Ortega

L

a primera noticia que recibí sobre la muerte repentina de Carlos Fuentes fue dudar de su verdad. Pero si Carlos nunca creyó en la muerte, me dije, protestando. Como si también morir fuera un verbo del futuro, sin lugar en el presente. Enseguida, pensé: lo que pasa es que Carlos no se demoraba en el tema, quizá por escrúpulo, o tal vez porque en su formación norteamericana la muerte no es un tema de conversación, y es más bien un tabú y, por lo mismo, un gran tema literario. Por

lo demás, concluí, buscando el consuelo que nos conceden las palabras, la muerte bien pudo ser una pérdida de tiempo, literalmente dado que nos arranca de la temporalidad, pero también verbalmente porque, al final, bien visto, sobre ella no hay nada que decir. Y todo queda por ser dicho, literariamente. Después de todo, Fuentes ha escrito el obituario más largo de la literatura: La muerte de Artemio Cruz, que toma 350 páginas. Y del horror de la muerte más allá de la vida, Aura, en la que la Francia antigua se alimenta del joven México apoderándose de su escritura, del hilo de vida de la letra.

Diccionario personal Entre 2008 y 2012, en Laberinto dialogamos con Carlos Fuentes acerca de sus libros, sus autores favoritos, su rutina de trabajo, de México y su futuro político. A manera de reencuentro, que no de despedida, ofrecemos esta selección de sus ideas. Amistad La amistad es el grado superior del amor. Byron dijo que la amistad era el amor sin alas, yo digo que la amistad tiene alas también. Cultura popular Yo crecí fuera de México. Para mí, regresar en los veranos con los abuelos y entrar en contacto con mi país era muy importante, y una de las formas de ese contacto era a través del cine, a través del teatro, del vodevil, de las carpas que existían entonces. Yo

llegué a ver a Cantinflas en teatro popular, haciendo bromas políticas muy rudas, que luego abandonó. El mundo popular ha existido siempre, está en el fondo del Quijote —representado por Sancho Panza—, viene de Rabelais, donde la cultura popular es prácticamente la protagonista de Gargantúa y Pantagruel. Es decir, la cultura popular siempre ha estado ahí y depende del escritor cómo la emplea —aunque hay escritores que no la utilizan—. Yo sí. La región más transparente está llena de diálogos de cantina, de burdel, y he seguido empleando esas modalidades a lo largo de mi obra. La cultura popular se basta a sí misma, pero en literatura se convierte simplemente en referencia a otra cosa. Divinidad Nunca he visto a Jesús como una figura divina, sino como un extraordinario ser humano, que incorpora

Tres días antes de que abandonara el lenguaje, me habló por teléfono para hablar de un próximo encuentro en Cartagena, en octubre, de donde iríamos a Lima, mi ciudad, donde la Universidad de San Marcos le concedería un doctorado honorario. Quedamos, como siempre, en hacer alguna conversación pública en torno a la literatura más actual, la venidera. Todos los tiempos estaban llenos de futuro en estas conversaciones con Fuentes. La muerte de un escritor tiene el significado de su vida, que seguramente hace más definitivo. En el caso de Fuentes uno sólo podía concebirlo plenamente como vivo, de modo que su desaparición nos deja más bien un vacío que, bien visto, nadie podrá llenar. Es imposible otro Fuentes. En primer lugar, un autor privilegiado por la atención de sus padres, por una educación liberal y abierta, y por una juventud vivida entre Washington, Santiago de Chile y Buenos Aires. A los 16 volvió a la Ciudad de México. Fue el primer escritor internacional de la lengua, traducido a todos los idiomas, militante de izquierdas y conciencia crítica contra el poder corrupto en México. Prohibido de entrar a Estados Unidos, fue cronista del general Cárdenas, el último revolucionario mexicano, estuvo en La Habana el día en que Fidel y sus barbudos tomaron el poder, y fue abanderado de la revolución sandinista, lo que le costó la amistad de Octavio Paz. Los Kennedy tuvieron que cambiar la ley para que pudiese visitar Estados Unidos. Fue amigo cercano de Arthur Miller, Kenneth Galbraith y William Styron. Profesor en Harvard, Princeton, y desde los últimos quince años en Brown. Nunca escribió dos libros iguales, renunció tanto al Estado como al Mercado, y creyó en la literatura más que nadie, al punto que Gabriel García Márquez dice que fundó la utopía de los escritores como una república de amigos. Su inventiva es cervantina: todas sus novelas están escritas sobre el futuro, aun las históricas, porque creyó que el futuro estaba por hacerse y nos haría más libres. Fue un escritor antitraumático, optimista de América Latina, y capaz de una visión crítica pero también generosa en el otro, en los demás. Y sobre todo en los nuevos escritores, a quienes les dedicó una atención puntual. Tengo la impresión de que nunca creyó en la muerte, la consideró, me parece, una pérdida de tiempo. Se debía por entero al presente, a la vida, al trabajo, a la ética del bien común. Pero sobre todas las cosas creyó en la literatura, en la creatividad del lenguaje español, y en hacerlo cada vez todo de nuevo, gracias al poder de las palabras. Fuentes hizo del riesgo y la exploración su horizonte porque, creo yo, nunca dio por ganada libertad alguna y toda la vida creyó que la libertad, esa virtud mayor de su obra, estaba siempre por hacerse. Nos hará falta esa demanda por recomenzar que nos hacen sus libros, esperándolo todo de nuestro turno en las palabras. L

la historia de los hombres y las mujeres. Me niego a darle rango divino. El otro Dios es objeto de debates perpetuos sobre su existencia o inexistencia, es el personaje perpetuo de una película de Buñuel. Todo el mundo debate si existe o no, usa argumentos teológicos, escribe libros, pero en el fondo sabemos que está ausente, porque no existe o porque no nos quiere, porque ha decidido olvidarnos para no amargarse la existencia en la eternidad. Sabe que además vamos a desaparecer y él no, él va a durar. (Entrevista con Xavier Velasco) Enemigos Una vida sin enemigos sería un fastidio, aburridísima. Escribir Nunca he tenido la intención de decir: “Ay, ya hice tantas cosas y me retiro”. No, siempre digo: “Ay, ya viene mi primer libro, que es el próximo; ojalá me resulte bien, ojalá le vaya bien”, porque lo escribo como si fuera el primero. En México vivo las novelas pero [en Londres] las escribo. México es para vivir novelas, pero no las puedes escribir. No te lo permiten los horarios, los cuates, las comidas, la política, nada... En Londres […] tengo una vida muy ordenada, que me permite escribir mucho porque me levanto a las seis de la mañana, aquí me acuesto a las seis de la mañana. (XV)


sábado 19 de mayo de 2012 b09

LABERINTO

in memoriam borzelli iglesias

Ya a la distancia Santiago Gamboa

F

ue una periodista de la agencia EFE, de Bogotá, quien el 15 de mayo, a las 21:02 horas de Roma, me escribió lo siguiente: “Ha muerto Fuentes y no es un rumor. Imagino que estarás impresionado, más aún después de la muerte ficticia de Gabo ayer”. Me quedé atónito, agarré el teléfono y llamé a Jorge Volpi, a Madrid. ¿Lo confirmas?, le dije, y Jorge, con voz apagada, respondió, sí, desgraciadamente sí. “Entonces soy yo quien te da las condolencias”, le dije. Cruzamos abrazos y colgué, aunque estuve mirando el teléfono un rato, recapitulando, intentando comprender qué venía ahora, cómo podía uno imaginar lo que sigue con una ausencia como esa. La vida siempre es más fuerte, claro, y un rato

después pensé que cualquiera debería envidiar la suerte de Fuentes: vivir como él, tan intensamente, tan impregnado del mundo, tan cercano a todo lo importante del mundo, un escritor de los de antes, de los que eran percibidos como pequeños jefes de Estado de países (nunca mejor dicho) imaginarios, y sobre todo, a pesar de esa enorme, elegante y kilométrica figura de escritor, en el fondo, ser tan sólo alguien apasionado por la escritura: alguien para quien escribir era mucho más importante que ser escritor. Fuentes murió, según intuyo por la información, en plena conciencia y de un modo intempestivo, como siempre he creído que uno debe morir (¡qué privilegio!): sin deterioro, sin dolores prolongados, sin lástima. Se levantó ese día y se murió, como si tuviera una cita inamovible con La Pelona. Ya lo dijo Carmen Balcells: “Pasados los ochenta

Infierno Yo creo que [Dios y el diablo] son la misma persona, con dos caretas. Son Dr. Jeckyll y Mr. Hyde en rango divino. Se cuenta un chiste de un tipo que se muere, lo mandan al infierno, con el diablo, y cuando llega lo que encuentra es una playa maravillosa, soleada, llena de chicas en bikini que se le ofrecen, cocteles con hielo, parasoles, una vida a todo dar. Así que duda: “¿Esto es el infierno? A mí me habían dicho que era un lugar espantoso”. Viene entonces el diablo y le pide que venga un momento: abre una puertecita y aparecen las llamas, gente asándose y gritando, condenada para la eternidad. “¿O sea que ese sí es El Infierno?” “¡No!”, le responde el diablo, “eso está reservado para los católicos”. (XV)

prohibido; no se podían decir malas palabras, no se podía hablar de ciertos asuntos políticos, no podían mencionar algunos nombres. [Ahora] existe una gran libertad para expresarse, para nombrar, para investigar; es un cambio de la noche a la mañana, es una avanzada de la democracia mexicana el periodismo actual.

Memoria La amnesia cultural es una falla terrible, quienes la aprovechan son los pillos. Los políticos pillos se aprovechan de que la gente “ya no se acuerda”.

[Los suplementos culturales en México] son indispensables, pero no están a la altura de lo que se hacía antes. El gran suplemento fue el de Fernando Benítez, México en la Cultura, que luego pasó a la revista Siempre! como La Cultura en México cuando nos corrieron de Novedades. Benítez sabía darle una gran dimensión a la noticia cultural, convertirla en noticia, además de que tenía muchas páginas a su disposición. Ahora, dado el desarrollo del país, creo que se está acercando el momento de tener suplementos culturales tan importantes como el que en su momento dirigió Benítez.

Periodismo cultural [El periodismo mexicano actual] tiene un avance enorme sobre el periodismo de mi juventud, cuando todo estaba

Risa El demonio es el personaje divertido, el que nos permite divertirnos. (XV)

es como si la policía le avisara a uno que va a ser detenido en cualquier momento”. A Fuentes le tocó el 15 de mayo, y entró a la muerte por la puerta grande. Aparte de su obra, impregnada de un lenguaje tenso y violento que no tendrá problemas en perdurar, uno de los aspectos de su carácter que más me impresiona (me impresionaba, sic), es su generosidad. Hay algo misterioso en ella. Pongamos el caso de García Márquez, que llegó a México en torno a 1963 en un carro destartalado, procedente de Nueva York y sin trabajo, con su esposa y dos niños pequeños, sin un peso, y que había publicado un par de cuentos en la revista que Fuentes dirigía. ¿Cómo conociste a Gabo?, le pregunté una vez, y Fuentes respondió: “En una fiesta en la casa de Álvaro Mutis. Desde ese día nos hicimos amigos”. Fuentes era famoso, rico, aristócrata, pertenecía al jet set capitalino, estaba casado con la actriz de moda (Rita Macedo), era guapo y elegante, en fin, lo tenía todo. ¿Cómo se hizo tan amigo de un inmigrante colombiano recién llegado? Por supuesto que García Márquez debía tener un aura poderosa, pero intento imaginar hoy a un joven de 30 años mimado por la fama y el dinero, políglota, amigo de Arthur Miller y Buñuel, que tenía amoríos con actrices de Hollywood, y la verdad me impresiona su apertura de mente, su gran intuición. Algo similar pasó con José Donoso, quien por esos mismos años llegó al DF sin plata en el bolsillo, con problemas de todo tipo, y que Fuentes acogió en su casa durante varios meses, dándole una especie de cabaña al fondo de su jardín donde Donoso (junto a su esposa María del Pilar) pudo terminar su novela El lugar sin límites. Y fue él, con sus contactos y amistades, quien dio un primer impulso al boom, y el que escribió ensayos dando a conocer las virtudes de la literatura de América Latina que estaba por conquistar el mundo. Ni hablar de su generosidad con los más jóvenes: con los novelistas del Crack, con autores latinoamericanos de Chile, Colombia o Perú. Conmigo mismo, debo decir. No olvido el vértigo que sentí al recibir una inesperada invitación a su ochenta cumpleaños, y luego, tras aterrizar en el DF, el modo en que me saludó y celebró. No olvido un viaje en carro del DF a Jalapa con parada en Cholula, como en Cambio de piel, por la “supercarretera a Puebla”: su entusiasmo al hablar del mundo prehispánico, su deseo de que el novelista chileno Arturo Fontaine y yo reviviéramos todo aquello. En una ocasión le pregunté si no le interesaría escribir sus memorias, y me dijo: “No, ¿qué voy a escribir? Mi vida dejó de tener interés a los 22 años. A partir de ahí sólo podría decir: me senté y escribí un libro”. En otra charla, cuando volví a poner el tema, sentenció: “Las memorias sólo sirven para molestar a tu mujer y pelearte con tus amigos, ¿no?”. Sin embargo, la idea acabó por seducirlo y estaba escribiendo textos biográficos que me propuso leer antes de publicar. Un honor que no alcancé a tener. L

Rutina Le doy su valor a las cosas. Lo mío es levantarme en la mañana y escribir, empleo el ochenta por ciento de mi tiempo en escribir. Lo demás son accidentes de ruta, cosas que pasan, como irte a tomar unas enchiladas a Sanborns’. Te suceden cosas en la vida, ¿pero cuál es el criterio de valor que le das a los actos de tu vida? Nadie me obliga en Londres a levantarme a las seis de la mañana, hacer ejercicio, prepararme el desayuno y a las siete estar escribiendo, cuatro o cinco horas, ni a decir en las tardes: “No voy al cine o al teatro antes de las siete de la noche, porque tengo que leer tres horas”. Porque me gusta, es mi placer, es mi vida, y no es que sea una obligación, no es un deber. Es lo que quiero hacer, es lo que me gusta hacer, y lo demás es la espuma. L’écume des jours, diría Boris Vian. (XV) Silvia Lemus Silvia es mi mujer, es el amor. Tiempo El tiempo es el que creamos nosotros, el tiempo es presente siempre. L


10 b sábado 19 de mayo de 2012

MILENIO

in memoriam

Esa otra compañía Desde la experiencia de la lectura, estos dos textos atisban algunos territorios novelísticos de ese vasto y profundo continente que es la obra de Carlos Fuentes ESPECIAL

Roberto Pliego

Q

uizá no veré las cúpulas indiferentes de Estambul o los campos de amapola de Afganistán, quizá me perderé la visión de una mujer liviana en Mar del Plata o el paso de un antílope en Kenia pero me consuelo sabiendo que he leído con gozo —también con extrañeza, por qué no— a Carlos Fuentes. ¿Parece poca cosa? Con el paso de los años, uno suele atesorar a unos cuantos autores y, de entre cada uno de ellos, unos cuantos de sus libros. Diría, pues, que mi biblioteca almacena otra más pequeña, donde aguardan esos libros a los cuales regreso para dejar atrás el extravío. Nueve libros al menos conforman esa mediana selección dedicada a Carlos Fuentes. No soy miembro, como podrá calcularse, del sobrepoblado club de quienes sostienen que Terra Nostra (1975) marcó el final del riesgo creador y el inicio de la seguridad

calculada. Pongamos el caso de El naranjo, o los círculos del tiempo, cinco relatos publicados en 1994. Aunque independientes, terminan por ofrecer un mundo uniforme que contiene a una vez la vida, la muerte, la resurrección. Ocurre, por ejemplo, que el náufrago Jerónimo de Aguilar, el señalado para servir de intérprete entre Hernán Cortés y La Malinche, ha leído a Bernal Díaz del Castillo; o que Polibio, el historiador griego, es capaz de recordar, antes siquiera de convertirse en un hecho, el cerco de Numancia. De esta concepción temporal pueden extraerse muchas conclusiones: la de que el pasado nunca antecedió al propósito actual de narrarlo, o la de que sólo existe por intermediación de los libros, son las más asombrosas. ¿No es ésta, acaso, la misma llama que anima La región más transparente? Pensemos de igual modo en La campaña, de 1990. Se trata de una novela de aventuras, vertiginosamente realista, sin muchos de esos

saltos abruptos que Fuentes gustaba de imprimirle al tiempo y al espacio. Estamos en los inicios, en la América hispana que inaugura el siglo XIX. En ese momento, y en el vasto campo de refriega que la historia vivía y compartía, nada se comparaba al acto de obtener la independencia. La actitud con la que Fuentes interroga al pasado contiene fuertes dosis de amargura y desazón. A cada rato, como el Zavalita de Conversación en la catedral, oímos la pregunta: ¿cuando empezamos a jodernos? Es muy probable que las reacciones violentas contra la obra de Fuentes provengan de su afán por no tanto describir como desear el pasado. Las balas apuntan en esta dirección: “las cosas nunca ocurrieron de ese modo”. Pero en Fuentes las cosas nunca son como fueron sino como hubieran podido ser... o como deseamos que fueran. Si el pasado es un acto de la imaginación, qué es el futuro. ¿Qué cara tiene? Cristóbal Nonato, publicada en 1987, es una historia intrauterina que se cuenta para silenciar al olvido. También es el drama de una voz cruelmente contemporánea que registra los acontecimientos exteriores y los de su propia gestación. Sabe muchas cosas porque está allí en donde no hay más acontecer que lo infinitamente posible. Una historia intrauterina, es cierto, y jamás concluida. ¿Por qué? Porque escenifica la relación entre un tú-lector y un yo-escritor, cada uno en busca de su otra mitad perdida. Las conciencias dialogan y acumulan los pedazos rotos de ese espejo en el que la visión de lo ajeno es presentirse reconocido: miradas anhelantes o escurridizas, combate leal o feroz por salvarse de sucumbir ante una imagen definitiva. Juego de ojos, página en blanco, discurso mitificador, Cristóbal Nonato quiere fundir los contrarios, promover los tiempos simultáneos, tener un destino más allá de las convenciones verbales. Fuentes traza una avenida por la cual corren los sucesos imaginarios que marcan y explican a México en 1992: los marines ocupan Veracruz; cien kilómetros al norte y cien al sur de la antigua frontera con Estados Unidos se encuentra Mexamérica, tierra independiente y estación obligada de los indocumentados, paraíso de la maquila y la fayuca y refugio de agitadores o perseguidos. De las tierras que van de Michoacán a Baja California nadie quiere hablar, y es que ahí, en Pacífica, se ha inventado un Nuevo Mundo. México es una ruina en calzoncillos. La literatura re-inventa, la historia cosifica. La literatura dice lo que no se atreve a ser la historia. Estas intuiciones desarrolladas en Valiente Mundo Nuevo estallan en Geografía de la novela. Es más, uno y otro libro estallan gracias al nacimiento previo de otro libro, La nueva novela hispanoamericana. En ese movimiento de la inteligencia literaria se reconoce la influencia que en Fuentes han ejercido sus propios libros. También la influencia que ejercen los libros más cercanos a sus propuestas, aquellos capaces de convocar, en el tiempo y el íntimo espacio de la lectura, tiempos y espacios contiguos, sincrónicos, diacrónicos, paralelos, hipotéticos, presentes, pasados o futuros, y todos a la vez. El hecho es evidente: Fuentes escribía novelas porque amaba las novelas de otros. La escritura necesita siempre compañía. L ESPECIAL

Realidad y ensueño Yolanda Rinaldi

C

arlos Fuentes nunca se encerró en la torre de cristal. Como escritor universal, Fuentes fue consciente del siglo que le tocó vivir, un siglo signado por una permanente migración; mantuvo el tema en su agenda personal. Reflejó en su discurso la preocupación —más de protesta que de queja— por el destino de todos los hombres del mundo, empujados a dejar sus lugares de origen debido a diversos factores como la lucha política intestina, las guerras o la aplicación de políticas económicas y sociales erráticas. Fuentes acusó este impacto en su narrativa. En La región más transparente asumía el rol de espejo social. Con sus susurros y confesiones, como diría Villaurrutia, revelaba un país con una sociedad en constante cambio de piel, sin hacer concesión alguna, con la absoluta convicción de que el destino del país es de todos. Tras la Revolución de 1910, la provincia mexicana provee a la Ciudad de México de capital humano. Tanto los que vienen del norte como del sur —en su mayoría campesinos, ex rebeldes o peones de hacienda— en su éxodo hacia la capital, en la búsqueda de un nuevo centro, de un nuevo derrotero, esconden desgarros familiares, pérdidas de afectos, desarraigo y depresión. El desplazamiento geográfico los volverá hombres de dos tierras, como diría Luis Rius. La gran Capital, insensible, los recibirá, los engullirá, en un presente incierto

lleno de esperanza que, al paso de los días, para algunos será de triunfos; para otros, al tropezar con la marginación hostil y la soledad, sus sueños se convertirán en una esperanza defraudada. Ellos, los que emigraron, jamás restañarán la herida de la disolución de sus lazos familiares: rupturas matrimoniales y amorosas, hijos descontrolados. Fuentes acoge en La región más transparente el fenómeno migratorio que ha ido en aumento, primero del campo a la ciudad; luego del país hacia Estados Unidos. A primera vista podría sorprender

el hecho de que el experimento intelectual de Fuentes desemboca en un presente real para los migrantes mexicanos que va de la victoria a la derrota y viceversa. Fuentes canta el fracaso de los soñadores. En su novela refiere como alternativa de progreso el viaje soñado a la capital de la República por el desorden social (Federico Robles, Norma Larragoiti, Rodrigo Pola) o al país del norte frente al desempleo (Gabriel). Documenta el inicio de la migración con el relato de las peripecias de los que viajan llenos de ilusión y el cruento destino final. Así podemos ver la suerte reservada a los débiles y, en un sentido, lo que espera a los incapaces de distinguir entre la realidad y el ensueño al dejarse arrastrar hacia un mundo ideal imaginado. Esa particular manera de sentir y de pensar queda marcada a fuego en La región más transparente, donde la visión de ese México postrevolucionario refleja la intuición de un mundo mejor: “Régules, recién recibido, había llegado de Guanajuato lleno de ambiciones: dinero y clase eran sus divisas”. Fuentes, como escritor, recoge la voz de aquellos que emigran a la Ciudad de México, cuando sus tierras fueron expropiadas; recoge la voz de los campesinos; recoge la voz de los que anduvieron en la “bola” y abandonaron las filas; recoge la voz de hombres y mujeres que sustituyen el amor y el calor humano por la supervivencia. Fuentes toma la pesadilla de la cotidianidad postrevolucionaria y la vuelve literatura convincente. Le pisa los pasos a la realidad inmediata, pero no interpreta. Da fe. En este sentido, es un “fedatario”, a la manera medieval, que recoge la voz de los desplazados. Ahora, en el momento menos oportuno, Fuentes se marchó. L


sábado 19 de mayo de 2012

LABERINTO

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in memoriam

Crítico y cineasta Antes de iniciar su carrera como cuentista y novelista, el autor de Los días enmascarados ejerció la crítica cinematográfica. De ahí, habría de incursionar en la adaptación y el guionismo ESPECIAL

Escena de Los caifanes

Héctor Perea

L

a inesperada muerte de Carlos Fuentes obliga ahora a revisar, bajo una nueva óptica, los trabajos narrativos y ensayísticos que lo convirtieron en hito de la cultura mexicana. Pero también, y sobre todo, aquellos otros campos que abarcó y en los que se movería con total libertad y afán de renovación. Entre las cintas que dieron cuerpo al Primer Concurso de Cine Experimental de 1964 estuvo Los bienamados. En ella se incluían

“Las dos Elenas” y “Un alma pura”, los primeros cuentos de Carlos Fuentes llevados a la pantalla. Ambos pertenecen al libro Cantar de ciegos, que dio aún dos cintas más al cine: Muñeca reina (1971) y Vieja moralidad (1989). Para este momento Carlos Fuentes había publicado ya Cantar de ciegos; las novelas La muerte de Artemio Cruz, Aura y La región más transparente y, desde luego, su otro libro de cuentos: Los días enmascarados.

“Un alma pura” puso juntos a un autor cosmopolita experimental (Fuentes), a un director de teatro vanguardista (Juan Ibáñez) y a un fotógrafo de excelencia del cine industrial (Gabriel Figueroa). Y los tres se propusieron romper con las convenciones del medio. La adaptación persiguió en cierta forma lo mismo que buena parte de esa labor casi desconocida de Carlos Fuentes que fue la crítica cinematográfica. Se trataba de renovar la industria al tiempo que se daba un vuelco a la mirada del espectador. Poco después Fuentes viviría con Ibáñez una experiencia única en su trabajo. Me refiero a la realización de una obra literaria concebida sólo para la pantalla: Los caifanes. Producción industrial de bajo presupuesto, esta cinta con toques surrealistas mostraba complicidades estructurales y de contenido con cinematografías europeas en boga por entonces. Pero en este ejercicio de erudición cultural Fuentes abordaría también, desde una postura crítica en absoluto solemne, multitud de temas del México contemporáneo. En cuanto a su faceta como crítico del medio quisiera subrayar que el movimiento innovador promovido por la revista Nuevo cine tuvo un antecedente en las notas que Carlos Fuentes comenzó a publicar, desde el inicio de la década de 1950, en las revistas Hoy y Universidad de México. El cine fue tan importante para él que hasta se podría pensar que el autor de Terra Nostra comenzó su vida como crítico cinematográfico al tiempo que iniciaba su labor como escritor de ficción. Pero esto es inexacto, ya que sus notas de cine antecedieron a los libros. Fuentes dio tanta importancia a estos comentarios que decidiría firmarlos como Fósforo II. El primer Fósforo había sido un seudónimo compartido por Alfonso Reyes y Martín Luis Guzmán en Madrid, casi cuarenta años atrás. Si bien el cine resulta hoy una manifestación clave para entender muchas de las páginas de narrativa escritas por Fuentes, en sus n otas sobre el llamado séptimo arte se percibe además el gusto del espectador que supera al mero aficionado y la mirada del crítico insatisfecho por lo que se veía o no se veía en su país en esos años. Exigente como nadie en su narrativa, Carlos Fuentes fue siempre un crítico implacable al enfrentar y exigir una mayor calidad a la cinematografía. Calidad que se merecían tanto el espectador como la industria por la que había apostado Luis Buñuel. L ESPECIAL

Goethe y el cine Fernando Zamora @fernandovzamora

H

ace 37 años, en mayo de 1975, Carlos Fuentes asistió al estreno en Cannes de la película ¿No oyes ladrar los perros?, de François Reichenbach. Era la segunda vez que Reichenbach competía por la Palma de Oro (que nunca ganó). Competía por Francia y México porque ¿No oyes ladrar los perros? era una coproducción en la que nuestros nacionalismos se solazaban en el exotismo indígena. Fuentes adaptó el texto de Rulfo y dio ternura a una situación casi tan vieja como el triángulo edípico: un hombre carga en sus hombros a un niño que le pesa mucho. Esta sencilla premisa sirve a Fuentes como pretexto para iluminar, en continuidad con la escuela del realismo soviético (tan de moda entonces y hoy), el universo de los chamulas. Fuentes trabajó el original de Rulfo siguiendo las teorías de la caméra-stylo y el cine-ojo de Vertov, difuminando las fronteras entre realidad y ficción. ¿No oyes ladrar los perros? parece tan actual que podría volverse a presentar en Cannes el año próximo, junto a los directores iraníes, los nórdicos y uno que otro latinoamericano; es cine que, con bajos recursos, aspira a ser espejo de la realidad, muy en el estilo de Fuentes, quien escoge la exaltación como denuncia. Aquí, los chamulas son víctimas del racismo de los “ladinos”, de los mestizos. México los somete. En el cuento de Rulfo, el muchacho que va en hombros de su padre es un criminal. En la interpretación de Fuentes, el niño representa el futuro segado y quien haya leído a Goethe entiende que, más que a Rulfo, Fuentes parece estar adaptando un poema del alemán. Las lecturas superficiales engañan. Podríamos pensar, por ejemplo, que Fuentes traiciona la posición de Rulfo al cambiar a un adolescente salteador por un niño. Al contrario: Fuentes aspira a una tradición mucho más amplia. ¿No oyes ladrar los perros? comienza con el relato

Gregory Peck y Jane Fonda en Gringo viejo

bíblico de la creación entremezclado con el mito de los chamulas. Más adelante, mientras el padre va a buscar agua, el niño observa espíritus chamulas que vienen por él. Son como nahuales que quieren llevárselo al otro lado del río. Esta escena confirma la intuición de que aquí está el Erlkönig de Goethe: un hombre lleva a su hijo enfermo al doctor, el niño enfebrecido mira en los árboles al rey de los alisos que dice “Ven, hermoso niño, ven conmigo a jugar”. No es casual, por otra parte, que Fuentes y Reichenbach hayan situado la película entre los chamulas, tan relacionados con San Cristóbal. En el nombre del pueblito encontramos la más profunda referencia de Fuentes en ¿No oyes ladrar

los perros?: San Cristóbal llevó en hombros también a un niño que le pesaba mucho, muchísimo. Era Dios, el creador del universo. Ni más ni menos. En esta película de Fuentes, Ignacio pesa por todo el futuro que la muerte le está negando. Fuentes escribió unas veinte películas. Tal vez la más famosa sea Gringo viejo, tal vez la más importante sea El gallo de oro, tal vez la más recordada sea Pedro Páramo. Me quedo con ¿No oyes ladrar los perros? Aquí están sus búsquedas, sus imágenes, sus intereses artísticos, al menos en la etapa “más fílmica” de su historia. Hoy que Fuentes ha cruzado el río me pregunto si habrá escuchado ladrar a los perros. L


12 b sábado 19 de mayo de 2012

in memoriam SATURNINO HERRÁN

ESPECIAL

Nuestros dioses

Carlos Fuentes y el PRI

Los pintores amados

ARCHIVO HACHE

GUÍA VISUAL

Heriberto Yépez hyepez.blogspot.com

L

a dupla Octavio Paz (1998) y Carlos Fuentes (2012) ha terminado. La dupla fue posible por el PRI. Son irrepetibles. Aunque gane el PRI, despertará otro dinosaurio. Lo dijo Marx: la historia sucede dos veces, una como tragedia, otra como farsa. Paz y Fuentes son dos variantes de un mismo tipo de intelectual hegemónico: autores cosmopolitas y, al mismo tiempo, nacionalistas, que poetizaron la Historia de México creada por el PRI. Autores revolucionarios —de estética vanguardista— e institucionales —apoyados por el aparato del Estado—: Vanguardistas Tradicionales, son la Literatura Revolucionaria Institucional. Paz y Fuentes probaban que México era “moderno”. Pero Fuentes murió criticando duramente el regreso del PRI; y Paz, elogiando a Salinas, Zedillo y Televisa. Esto no se dice en México porque Paz designó sucesores que cuidan su imagen de Mesías Anti-Tropical. ¿Qué hizo posible el poder de los intelectuales revolucionario-institucionales? Representar a la aristocracia mexicana. Su escritura, oralidad, vestimenta, modo de ser, eran elegante espiritualización de las clases altas de la Ciudad de México. Por eso la constante alusión a lo seductor e integral, al Aura de estas figuras que nos pusieron al tú por tú con lo más “bello” y “moderno”. La cultura alta —universal, simultánea y refi nada— soñada por la aristocracia mexicana. En su inicio, los hizo posibles el apoyo estratégico del Fondo de Cultura Económica

—editorial del Estado— cuya distribución canónica les aseguró ser leídos como voceros cumbre del Espíritu Nacional. Luego Televisa y empresarios que veían en ellos Paz y Progreso. Su aristocracia cultural (ideológica) estaba ligada a la clase política, que necesitaba su compañía, distinción y photo-op para darse baños de cultura alta, y que a intelectuales aseguraba vaso comunicante político. Su prestigio fue impulsado por funcionarios de alto nivel como prueba de no ser representantes de un régimen vulgar. Unos a otros se legitimaron. Los intelectuales revolucionario-institucionales tuvieron como causa y efecto servir de instrumento de ascenso de clase cultural. El régimen les dio las condiciones para que ellos fueran Caciques-Quijotes a cambio de promover Democracia Dulcinea, en páginas donde por fi n fuésemos “contemporáneos de todos los hombres” (en pleno subdesarrollo y desigualdad). Sin embargo, Fuentes acumuló tanto poder que terminó independizándose del régimen en mayor medida que Paz, hasta el grado en que esta simbiosis hubiera tenido un giro en el sexenio de Peña Nieto. Al ocurrir su sorpresiva muerte en el umbral del retorno fársico, el PRI hubiera llegado con el último líder de los intelectuales revolucionario-institucionales en su contra. Peña Nieto se salvó por una agripina aspirina. Puede el PRI descansar en espectral Paz. L

Magali Tercero http://magalitercero.arteven.com

La pintura existe porque la miramos Viendo visiones de Carlos Fuentes, publicado en 2003, es un auténtico libro de escritor. Ahí la imaginación verbal envidiada por Luis Buñuel (Fuentes dixit) es instrumento para una increíble puesta en escena del mundo. “¿Cómo se armonizarían en el cine la libertad y la tecnología?”, pregunta un joven Fuentes a Buñuel. “La cumbre de la realización cinematográfica será alcanzada cuando podamos tomar una píldora, apagar las luces, sentarnos frente a una pared desnuda y proyectar, directamente desde nuestra mirada, la película que pase por nuestras cabezas”. Me maravilla hallar este párrafo al abrir el grueso volumen sobre pintura que toma su título de un párrafo resplandeciente del primer capítulo. Advertencia y reconocimiento No continúo hasta citar las primeras palabras de Viendo visiones: “Como el lector pronto advertirá […], este libro se inspira en dos modelos recurrentes: los frescos de Arezzo y Sansepolcro de Piero della Francesca y Las meninas de Diego de Silva Velázquez. Casi no hay pátina en la que estos artistas y sus obras no aparezcan en el centro de la escena […]. De todos modos, grazie Piero y gracias Diego. [Firma] Carlos Fuentes, San Jerónimo, México. Febrero de 2002”. Nadie puede expulsarme La invitación a leer sobre sus pintores amados es nítida: “La película viene de mis ojos, y nadie puede expulsarme del teatro. El mundo y todo lo que hay en él empezaron hace veinte minutos, y nadie puede decirme lo contrario”. Luego despliega un abanico y aparecen Jacobo Borges, Juan Soriano, Juan Martínez, Brian Nissen, Francisco Zurbarán, Eduardo Chillida. Antonio Saura, Pierre Alechinsky, Valerio Adami, Armando Morales, Saturnino Herrán, José Luis Cuevas, Frida Kahlo y Fernando Botero. Los cuatro capítulos restantes los dedica a revisar el grabado, “De Rembrandt a Posada”, la estética mexicana, los artistas latinoamericanos y los abstractos brasileños. Aquí está el escritor apasionado por la existencia visual del espíritu o de la mente. La aventura humana, pues. No sólo eso: Luis Buñuel atraviesa páginas habitadas por François Godard tanto como por Bette Davis, “actriz que quiere la sepamos sorprendida en el acto de actuar, como sorprendemos a Velázquez en el acto de pintar”. El autor, fanático del cine y

Carlos Fuentes Viendo visiones Fondo de Cultura Económica México, 2003 512 pp.

muy disgustado por la banalidad del medio, escribió “Muñeca reina”, cuento sobre una niña muerta. Después descubrió que Gustave Courbet y Juan Soriano habían pintado lo mismo. En un acto de pentimento, Courbet cubrió esa escena con otra de una novia y sus damas: la vida usada para ignorar que sabemos lo que tan bien sabemos. En este breve homenaje a un señor que marcó mi vida con Aura, Las buenas conciencias y La región más transparente, no puede faltar una última cita sobre Zurbarán y “las mujeres que rehusaron casarse […], que prefirieron el martirio al sexo […], el cristianismo como sucedáneo erótico”. Toda pintura alude al origen, diría María Zambrano. Con Carlos Fuentes comienza a desvanecerse una época fijada en mi retina en una visión (real) de 2005 cuando, por una calle próxima a La Alameda, pasé junto a un Carlos Fuentes que discutía seriamente con el político Manuel Bartlett. Ninguno, enfrascados como estaban, era consciente de la cantidad de peatones que los esquivamos en silencio para continuar nuestro camino. Iba con prisa pero alcancé a sentir que el azar me obligó a viajar brevemente al México de mediados de los años cincuenta del siglo XX. Ese México del Centro Histórico que ya casi dejó de existir y que no pienso añorar. El ojo encrucijado Así se llama el capítulo sobre Saturnino Herrán, fallecido a los 31 años. Fuentes dice haber conocido a Artemio de Valle Arizpe, “el cronista de la ciudad colonial [con] su olor a naftalina, musgo y alpiste”. Y afirma que Herrán se posa entre la decadencia y la decoración. Podría citar las frases más brillantes y sin embargo: ¿no es mejor que cada cual decida a partir de su propia lectura del volumen que hoy comento en modesto homenaje a un hombre contradictorio, a un escritor longevo que dio lo mejor demasiado temprano para él aunque a tiempo para México? L


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