Viviana Hernández Alfoso - El creador de mitos

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El creador de mitos y otros cuentos Viviana M. Hernรกndez Alfoso

Colecciรณn Emergencias


El creador de mitos y otros cuentos Viviana M. Hernández Alfoso Primera edición Esta obra obtuvo mención en la 2a Concovatoria de Narrativa Emergencias. El jurado estuvo conformado por Sylvia Aguilar Zéleny, Pepe Rojo y Jesús Montalvo. (CC) Viviana M. Hernández Alfoso (CC) Kodama Cartonera, 2017 Montreal, Québec, Canadá Blog: kodamacartonera.tumblr.com Facebook: /kodama.cartonera Twitter: @KodamaCartonera Edición: Aurelio Meza Portada digital: Ariel Leviel Portada cartonera: Logo Kodama: Careli Rojo, a partir de un personaje de Mononoke Hime (Dir. Hayao Miyazaki, Studio Ghibli, 1997). Los kodama son espíritus del bosque en la mitología japonesa. Su nombre puede significar “eco”, “espíritu de árbol”, “bola pequeña” o “pequeño espíritu”. En la película de Miyazaki, los kodama sólo se manifiestan cuando el bosque es puro y, al ser contaminado por el hombre, mueren y caen de los árboles como hojas fantasmas. Esta obra está bajo una licencia Creative Commons Attribution - NonCommercial - ShareAlike 4.0 International. Algunos derechos reservados. Hecho en Québec / Fabriqué au Québec là !


Índice

Cat & People • 5 El creador de mitos • 15 Un laberinto, un toro, un ovillo • 21



Cat & People Triste cosa es, chiquillos, ver morir boqueando a un animal, por fiera que sea, pero el hombre lleva muy hondo en la sangre el instinto de la caza y es su misma sangre la que lo defiende del asalto de los pumas, que quieren sorbérsela. Horacio Quiroga. Pero el pecado negro traicionó a la oscuridad infinita a mi mundo, a ambas partes, y ambas partes deben morir. John Donne

La primera queja llegó a principios de mes. Una queja bajita, humilde, casi tristona, como hace la gente del norte del país, sin levantar alboroto, a media lengua, mezclando el español y el guaraní en un intento de dar más sentido a lo que quieren decir. Las frases se cortaban por la mala comunicación o por esa forma de hablar hachando las últimas sílabas. Desde que Hans Fothen se había hecho cargo de “La Escondida”, había crecido el malestar, un rencor de gente chúcara que obedecía a regañadientes porque el gringo era a quien el patrón había puesto a cargo, el que les pagaba los sueldos, el que despedía y contrataba cuando era la época de la cosecha. Había que reconocer que el alemán era mejor que el anterior administrador, no se emborrachaba hasta caer medio muerto ni andaba persiguiendo a las hembras como perro en celo. Pero daba miedo. No hablaba, apenas dormía y siempre andaba armado. Un rifle Remington 5


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largo como su brazo y una pistola Luger de 9 mm. de su abuelo, en la sobaquera. Y los fines de semana, cuando los hombres se iban de copas y de putas y las mujeres y niños a misa, el alemán practicaba tiro al blanco, haciendo volar latas y botellas. –Dicen que quiere matar un lobizón, –reía el abuelo–. ¡Estos indios y sus supercherías! Julián, pegate una vuelta por la chacra y poné orden. Llevate a los chicos para que vayan aprendiendo cómo deben tratar a esta gente. Mano firme y nada de dejarse atropellar. ¡Lobizón! Cualquier cosa dicen para no trabajar, indios vagos y supersticiosos. Papá llevaba siete años sin poner un pie en el campo, después de la muerte de su hermano Julián. No le gustaba el campo. No le gustaba el monte. Él sólo entendía la vida que transcurría en las ciudades, en los quirófanos y en los congresos. Pero, nadie discutía con el abuelo. Nunca. Mamá no quiso ni oír hablar del campo, del calor del norte, del polvo y de las alimañas, que iban desde mosquitos grandes como monedas de un peso hasta arañas del tamaño de un perro pequeño. –No exagerés, María. –Yo me quedo en Buenos Aires. Además Juan Igna cio tiene que rendir en un mes; no puede ir. Si no me quedo con él, este vago no estudia y se pasa de fiesta en fiesta. A Lucas le gusta el campo, por eso estudia agronomía. La nena se queda conmigo. –No, yo voy –me apuré a decir. –¿Estás loca? ¿Allá en el medio de la nada? –Si quiere venir, María, dejala. Ya es una señorita y sabe comportarse. Además, está Juana para cuidarla. –¿Juana? Creí que ya habría muerto. ¿Cuántos años tiene? 6


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–Como setenta, por lo menos. Mis recuerdos del campo databan de cuando era una nena de cinco o seis años, y en esa época, todo me había parecido inmenso, sobredimensionado. Grande fue mi desilusión al ver la precariedad de la casona que, a pesar de ser mantenida a fuerza de arreglos y pintura, era poco más que una choza enorme medio tragada por el monte. Las casas de los empleados estaban del otro lado del camino y conformaban una especie de aldea apretujada. Los campos de labranza estaban más allá del riachuelo y del lado de la casa sólo había un huerto de frutales. El alemán me dio la impresión de un hombre seco, delgado, puro tendones y nervio, con la piel curtida por soles de todas las latitudes; los ojos claros, como espejos y la boca recta, como una cuchillada. Su castellano era suficiente para hacerse entender pero no para conversar. Usamos el inglés, lo que daba un aire irreal al lugar y al momento. Juana se acordaba de mí y me llamaba su “niña flor” aunque lo hacía en un idioma cercano al guaraní, decía que se acordaba lo mucho que me gustaban las naranjas y la “leche quemada”, un postre a base de caramelo y leche, y el trabajo que le daba a mi madre cuando me quería sacar del arroyo para regresar a la casa. Juana era una anciana delgada, con la piel como los troncos ásperos de la primera línea de árboles detrás de la casa. –¿Cómo están sus hijos, Juana? –preguntó mi padre. –El mayor murió, patrón. Me dejó un nieto, el Luisito, que ya va a cumplir dieciséis. Los otros dos trabajan en los campos. Tienen esposas e hijos. –Que vengan a visitarme, Juana. No me olvido de los veranos en que me llevaban a pescar con ellos. 7


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–Usted siempre fue bueno, patrón. La familia de Juana Navari llevaba viviendo en aquella zona mucho antes que mi tatarabuelo comprara la casa y las tierras circundantes. Generación tras generación habían seguido allí, sin moverse, trabajando la tierra, manteniendo sus antiguas tradiciones. Las mujeres eran como Juana, bajas, sin carnes, con los tendones como cuerdas y los cabellos lustrosos de tan negros. Los hombres eran más fornidos, aunque musculosos, de brazos largos y una fuerza y resistencia que admiraba a mi padre. –Llevan una vida dura, –decía–. Nosotros somos los que nos ablandamos. Pedro y Juan Navari vinieron a la mañana siguiente con Luis, el hijo del hermano mayor. Papá los invitó a sentarse en la galería y tomaron mates con pan de chicharrón que Juana había preparado. Charlaron de cuando eran muchachos y de lo mucho que había cambiado el país en esos tiempos. Después de una tercera o cuarta ronda de mates, papá sacó el tema del alemán. –No es malo, dotor; no es malo. El otro era peor. Pero éste tiene esa idea fija y las mujeres andan asustadas. –Explíqueme, Pedro. ¿Qué idea fija? –Habla de hombres- pantera, de que por aquí hay oncavas y que viven entre nosotros. A cada chico que nace lo hace bautizar delante de él y a cada mujer preñada la interroga días enteros. Pone trampas en el monte y se mancó un caballo y a Juan se le partió el brazo cuando trató de liberar al animal. Los oncavas son cuentos de viejas, patrón, para asustar a los chicos para que no se metan solos en el monte. Nada más. –Voy a hablar con él. –No sirve, patrón, –dijo Juan–. Ya se lo tratamos de 8


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explicar. Hasta el padre Francisco vino a decirle que nos conocía a todos y que nadie tenía nada de gato en esta zona. Pero don Hans dice que vio huellas y que por acá ronda un oncava y que él lo va a matar y se va a llevar la cabeza de trofeo a la Europa. –Por eso anda armado, –agregó Luis. –Dejen que yo me ocupe de explicárselo, –dijo papá. Siguió otra ronda de mates, hablaron de fútbol y del tiempo y después cada uno se fue para su casa. La mañana del domingo se perdía en un sol que calcinaba la tierra. No sé si papá habló con el administrador; supongo que lo hizo porque se lo había prometido a los Navari. Sin embargo, si bien el alemán se quitó la Luger de encima, continuó teniendo el rifle a mano. –¿Sabés que le hace unas marcas en las puntas de las balas? –Mi hermano dijo mientras nadábamos en una hoya natural que se formaba a unos trescientos metros de la casa–. Me las mostró. En forma de cruz. –¿No serán balas de plata? –No. Balas comunes y corrientes, –rió mi hermano–. Mirá que había resultado loco el alemán. Esa noche me pareció escuchar el insistente maullido de un gato bajo mi ventana. Un maullido grave, seguido de un ronroneo como una invitación. Luego, se escuchó un disparo. Después, un insulto de papá, de esos que sólo decía cuando estaba muy pero muy enojado. –¿Qué mierda pasa? ¿Fothen? ¿Where in the hell are you? Mi hermano vino a ver si yo estaba bien y le gritó a papá que estaba en mi pieza. Papá siguió llamando a Fothen a los gritos. 9


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–Vestite, –dijo mi hermano–. Esto se va a poner de película. Cuando bajé, papá estaba increpando a Fothen y el alemán sostenía el rifle recién disparado en la mano. No se le movió un pelo del rubio bigote cuando papá le pidió una explicación. El alemán le dijo que lo siguiera. Nosotros nos pegamos a los talones de papá como pollos asustados aunque la verdad era que la curiosidad nos roía por dentro. Fuera la que fuera la explicación del alemán, queríamos ver la reacción de papá, que estaba rojo como un tomate de rabia. –Mire, Herr Doktor –dijo el alemán iluminando unas huellas de barro aún húmedo en la galería–. Huellas de un gato grande, mucho grande. –¿Un puma? –No pumas en esta zona, –dijo el alemán sacudiendo la cabeza en negativa–. Oncava. Puma cuatro, oncava cinco. Se agachó y apoyó su puño junto a una de las huellas. La marca de la almohadilla era alargada y estaba rodeada de cinco huellas más pequeñas. El alemán contó señalando cada una y relacionándola con sus propios dedos. –Puede ser una anomalía o cualquier otro bicho. –Usted crea lo que quiera, Herr Doktor, pero oncava anduvo acá. –Chicos, adentro. Venga, Hans, hablemos un rato. –I´m not crazy, Herr Doktor. Pueblo entero de onca vas. Navari mienten, son Nouri. Herodoto dijo... –Bueno, bueno. Tomemos algo fuerte –dijo papá mientras palmeaba el hombro del alemán–. Es una noche preciosa aunque haga calor y me gustaría escuchar más sobre… Herodoto. Chicos, a dormir. No me hagan repetir la orden. 10


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Mi hermano me dio un empujón y ambos nos metimos dentro de la casa. Subimos hasta mi cuarto donde la ventana daba justo sobre ellos, sobre las huellas que seguían mirando con actitud pensativa. Pero después de unos segundos y como adivinando que sus hijos no se quedarían con las ganas de seguir escuchando, papá y el administrador entraron y se encerraron en la biblioteca. Puertas cerradas y sólo susurros. No sé porqué pero esa noche me costó dormirme y soñé con una noche sin estrellas ni luna pero iluminada por centenares de ojos. El infernal calor húmedo continuó muy temprano en la mañana y mi hermano no quiso alejarse del aire acondicionado y de la computadora, por lo que me fui a la hoya sola, a nadar hasta que el sol quemara las piedras. Me extrañó que no hubiera nadie en el camino y tampoco en los sembradíos. Las casas estaban cerradas y no se veía a los niños ni a las mujeres ocupadas en sus quehaceres. Tampoco estaban los perros ni el loro medio desplumado que Juana sacaba por las mañanas a la sombra de un limonero. Era un día asfixiante. Cuando llegué a la hoya estaba empapada de sudor. El agua era oscura, de un color rojizo por las piedras y la tierra. Me quité el vestido y lo dejé sobre una piedra plana que servía de asiento. El agua estaba fría. El sol aún no la había calentado. La piel se me erizó y culpé al choque térmico. Escuché un gruñido bajo, grave y el resoplido de un animal siguiendo un rastro. Detrás de un matorral de cortaderas aparecieron unos ojos amarillos, rasgados, gatunos en la forma pero no en la mirada. Y luego asomó una pata negra, oscura y lustrosa. 11


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–¡Oncava! Fue la voz del alemán la que hizo que el animal girara la cabeza y se preparara a saltar. Fue el disparo del rifle con la bala grabada con una cruz en la punta, el que abrió el pecho del felino, que cayó hacia atrás con un grito casi humano. Fue el largo machete de desmonte que cortó la cabeza de Luis Navari separándolo para siempre del cuerpo de pantera.

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El creador de mitos Hacia 1951 creeré haber fabricado un cuento fantástico y habré historiado un hecho real; también el inocente Virgilio, hará dos mil años, creyó anunciar el nacimiento de un hombre y vaticinaba el de Dios. Jorge Luis Borges –Mira –dijo el maestro Licofrón, arrojando sobre la mesa de trabajo un papiro vetusto y roído por las ratas–. Esto es

lo que justifica mi trabajo y mis desvelos. Me lo ha traído un pedagogo tebano y quiere que reforme esta historia antes que se haga pública, antes que alguien encuentre placer en esta basura y componga alguna oda o alguna pieza de teatro y debamos sufrir repeticiones de un tema que debería ser olvidado. Aunque no lo creas, Laso, he escuchado la historia de labios de mi abuelo. Una historia con muchas aristas difíciles, es cierto, pero los tebanos pagan con generosidad y en eso reside mi arte. Con dedicación, algún día, también podrás ganarte el sustento imitándome. Y como muestra de aprecio hacia tu padre, mi buen amigo Aconte, hoy te enseñaré a crear mitos. Toma nota, muchacho, con rapidez; ya nos entretendremos después a darle la forma debida y pulir las aristas. Lo primero es esbozar la historia. Veamos. Nuestro personaje principal es un tal Oedipus, que fue enviado a edad temprana lejos de su hogar, como castigo a la madre. No, no. Digamos que hubo un oráculo, eso siempre gusta y nadie discute los motivos de los dioses. Un 15


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oráculo que hacía peligrar la vida del padre a manos de su hijo. Los designios de los dioses son inescrutables y no nos toca a nosotros, simples mortales, andar metiendo las narices en donde no nos llaman. Bien, sigamos. Dice acá que enterado de su filiación, va camino a Tebas con una banda armada para matar al padre y a la madre. Terrible asunto. Y tendríamos que meter en esto a las Erinias y creo que ya las he usado en el tema de Orestes y no podemos andar repitiéndonos. Los mitos se parecen unos a otros pero no es necesario abusar. Anota, muchacho, irá solo. El público se compadece de los héroes solitarios, como si descargara en ellos su propia soledad. Cualquiera puede ser un héroe. Eso es lo que parecen querer, la posibilidad de ser heroicos. Al parecer logra matar al padre en una encrucijada. Sí, dejaremos eso pero le agregaremos un detalle dramático. Los dioses querrán que no se reconozcan uno al otro. Interesante situación que dará pie a errores futuros. Eso es lo que debes tener en cuenta, Laso, la posibilidad de ampliar la historia. No te cierres a ti mismo la puerta de un sinfín de tramas argumentativas. ¿Dónde íbamos? Sí, la muerte del padre y la llegada a Tebas. Al parecer tuvo un entredicho con la sacerdotisa que custodiaba la entrada. ¿Sabes algo tú de eso, Laso? Mira, muchacho, acá tengo un dibujo de una de ellas con su vestimenta ritual. Impresionante, ¿no? Mujeres jóvenes, vírgenes, que mostraban sus hermosos rostros y sus pechos, cubiertas sólo por una piel de león en las que metían brazos y piernas, y en la espalda, le cosían alas, muy similares a las de los cisnes. Mujer y bestia, como toda mujer, lo más alto y lo más instintivo. ¿Cómo dice el dicho? ¿“Perra que canta, perra que encanta”? Aún eres joven para saber de esas cosas, Laso. ¿Qué edad tienes? ¿Dieciséis? Si parece ayer cuando tu padre se casó con tu madre… Una 16


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niña de apenas catorce, la única hija de un buen hombre a quien las Parcas estaban ya por cortar el hilo. Volvamos a lo nuestro. Te decía… Con ese atuendo se presentaban a los que deseaban entrar a la ciudad y los interrogaban. Interrogaban a todos, niños, hombres y ancianos. Aquí tienes una copia de la talla que se encontraba en la puerta. Los tres estados del hombre ante la guardiana. Deberíamos usarlo. Algo se me ocurrirá después. Al parecer Oedipus logra matar a la guardiana. No me gusta que el héroe se convierta en malvado. Convirtamos a la guardiana en un monstruo que le impide el paso. Una prueba, un umbral que hay que traspasar. Oedipus será un libertador más que un conquistador. A la gente le gusta ser liberada aunque después no sabe qué hacer con su libertad y termina siendo un círculo vicioso: esclavitud, libertad y otra vez a la esclavitud. Nadie se da cuenta que son ellos mismos sus propios carceleros en virtud de sus elecciones. Pero no nos vayamos por las ramas... Dice la historia que se casa con la reina viuda aún sabiendo que era su madre. Y que ella reconoce en él a su hijo. Supongo que puede ser posible. A pesar de no haberlo visto en años, Oedipus no debe haber sido tan diferente de su padre. El parecido puede haberlo delatado. Cada vez que veo mi reflejo me parece estar viendo a mi propio padre… No podemos alentar esto de andar casándose con la madre. Ya bastante nos costó que los padres dejaran de acostarse con sus hijas para conservar el poder real, no vamos andar subvirtiendo la costumbre. ¿Qué dices? Sí, Laso, es una buena idea. Ambos deberían ignorar quienes eran. Los dioses podrían nublar su entendimiento. ¿Por qué lo harían? Para enseñarnos alguna lección, como siempre lo hacen. Dejaremos ese punto por ahora y lo pensaremos con detenimiento. Siempre hay alguna lección 17


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para enseñar. Ya encontraremos algo que se ajuste a la trama. Según el escrito, tuvieron cuatro hijos. Eso indica que fueron felices y se amaban. ¿Qué mente retorcida lleva a amar a la madre como mujer en el lecho? ¿Qué útero hambriento busca satisfacerse con el amor del hijo? Perversas formas de amor, Laso. No te ruborices, muchacho. Peores cosas escucharás con los años. ¿Estás cansado? Aguanta un poco más y daremos cuenta de esto. Mañana, trabajaremos en los detalles apenas despunte el día. Estábamos… Sí, en años de poca prosperidad que terminaron en una revuelta popular. El pueblo piensa con el estómago. Si hay hambre, rodarán cabezas. Aunque debemos usar algo más ejemplar en esto. Un augur inspirado por los dioses. Toma buena cuenta de esto, Laso, cuando te encuentres en una atolladero, que algún dios te tienda una mano. Pueden aparecer de la nada o mandar algún adivino con algún mensaje funesto, como en nuestro caso. Un Tiresias, aún no sé si hombre o mujer. O ambos. Un hombre en ropaje de mujer o una mujer en ropaje de hombre, bah, no importa eso para la trama. Un adivino con un mensaje. ¿Cómo termina la historia? La verdadera termina con castración, heridas en los pies y el destierro. Los castigos eran bastante retorcidos en esa época. Lo importante es cómo debe terminar nuestra historia, Laso, muchacho. Un justo castigo y un momento dramático cuando aquella extraña unión es sacada a la luz. ¡Qué pálido estás! Bebe un poco de vino. ¿Mejor? Ya pensaremos en algún castigo mañana. Debe ser terrible y magnífico, algo que haga temblar a los espectadores en los teatros. ¿A qué teme el hombre común, Laso? ¿A la muerte? No, la muerte es un descanso, el no sentir y el no saber. Nada importa después de la muerte. Debe ser algo que aterre. ¿A qué le temes tú? ¿A qué le temo yo? A la vejez, a la 18


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soledad, a la ceguera en mi caso. Bien, pasemos eso al papel. Y vete, vete a tu casa y descansa. Come bien y duerme. Mañana será otro día. Laso dejó la casa de su maestro y enfiló hacia la suya, más allá de los límites de la ciudad, en los albores de los campos de pastoreo. Pasó junto a la tumba de su padre que llevaba más de un año muerto, desvió la vista y siguió andando. Su padre había muerto a edad avanzada, casi a los setenta años. Había tenido una vida plena. A medida que se acercaba distinguió la solitaria figura de su madre, joven aún, con los cabellos negros atados en una trenza que el viento trataba de despeinar con suavidad, casi con dulzura. La mano de la mujer se acarició el vientre en el que empezaba a abultar un niño. Laso bajó los ojos, culpable.

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Un laberinto, un toro, un ovillo Nuestro hermoso deber es imaginar que hay un laberinto y un hilo. Jorge Luis Borges

Al general Tauro le gustaba hacer la misma broma, una y otra vez, riéndose a costa del rey Minos y su sino poblado de toros. Le gustaba hacer reír a Pasifae diciendo que lo más apropiado para el hijo de Europa era llevar un buen par de cuernos. Tanto empeño ponían la reina y el general para que aquellas protuberancias óseas se desarrollaran, que para calmar aquellos ardores, los dioses decidieron premiarlos con un embarazo. De los dolores del parto, Pasifae pasó al pasmo de ver entre sus brazos a un niño que era una copia diminuta de su amante y que, además de los cabellos negros y los ojos verdes, tenía la piel del color de las aceitunas que se secan al sol hasta tornarse saladas. La vergüenza de Minos estaba expuesta en aquel niño que mamaba de la teta que antes había besado el padre. ¿Para qué sirve un palacio en Cnosos que es trampa, prisión y laberinto? ¿Cómo matar a la esposa infiel sin delatar el motivo de su muerte y no hacer pública la propia desgracia? ¿Y el niño? ¿Matar a un inocente y cargar con la culpa de la sangre? Pasifae rogó por el recién nacido y también lo hizo Tauro, ofreciendo su propia vida para lavar la culpa. 21


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Asterión lo nombró Minos. Adelantándose a la función que cumpliría en el inframundo, el rey juez lo condenó a vivir dentro del palacio de columnas rojas, a nunca salir, a nunca ser más que un secreto deshonroso. Se le buscó una sala en el centro del palacio de la Doble Hacha, una sala que le sirviera de hogar y de morada, perdida dentro del entramado de incontables pasillos e innumerables puertas. Y allí crecía el niño idiota, privado de la palabra y del trato con los humanos, salvo por las visitas esporádicas de su madre y de Ariadna, a quien la bestiezuela fascinaba. A la muchacha le gustaba verlo babearse mientras comía los trozos de carne cruda que las sirvientas le arrojaban o cuando lamía el agua del cazo ya que nadie le había enseñado a levantarlo con ambas manos. Ariadna reía cuando lo hacía correr detrás de un ovillo de hilo dorado como a una mascota. También Minos se complacía en rebajarlo, en burlarse, y le regaló una máscara de toro que había hecho hacer especialmente para él, con la cabeza de un animal que había sacrificado a los dioses, y al que le habían revestido los cuernos con oro. Era una máscara aterradora. Dos huecos fueron abiertos sobre el hocico para que los ojos verdes de Asterión relucieran vivos. Cuando llegaban los niños desde Atenas, Minos los hacía correr por los pasillos, donde todas las puertas habían sido cerradas salvo una, la que desembocaba en la sala de Asterión. Éste esperaba escondido tras las gruesas columnas y su máscara, imitando el mugido de un toro, que era el único sonido que logra emitir y que era su risa. Esos niños que serían vendidos como esclavos, que pagaban el tributo de una guerra perdida antes de sus nacimientos, soñarían con el hombre toro, con el monstruo biforme, y hablarían 22


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de un laberinto y una bestia antropófaga. Propagarían la mentira que para ellos era una realidad. Cada primavera, Asterión miraba por el hueco que servía de ventilación y veía el patio. Sobre el suelo de piedras, se habían dibujado líneas de oro y plata, guiando las eróticas danzas de las jóvenes cretenses. Los ojos de Asterión buscarían sólo una forma y la seguirían hasta que las lágrimas empañaran la imagen de Ariadna. El prisionero creció y su cuerpo se asemejó al de su padre, pero su mente siguió encerrada detrás de la máscara de toro, esa que tanto le gustaba usar. Un día, que Asterión no distinguió de otros porque su rutina continuó centrada en su máscara y en la carne que le arrojaban y en el agua que lamía, llegó Teseo. Su fama llegó antes que él. Fama de matador de asaltantes y de blancos toros. Llegó para matar al toro de Minos como antes había matado al toro de Creta. Tauro lo desafió para proteger a su hijo y, aunque dieciocho años habían pasado desde el día en que la deshonra del rey vio la luz, el general seguía siendo fuerte y su mano sostuvo la espada y su brazo, el escudo. Pero los dioses quisieron que Teseo ganara para que pudiera ser héroe de otras muchas hazañas. Al morir Tauro, ya nadie quedó para proteger al inocente que no sabía hablar, que usaba la máscara de toro porque era su único juguete. –Ten este ovillo –dijo Ariadna a Teseo–. Saldrá de su escondite apenas lo vea. Siempre le ha gustado jugar con él.

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De Argentina a México, de México a Quebec, de Quebec a Colombia, este libro recorrió América y fue terminado en febrero de 2017. Los kodama salieron del laberinto sólo para de cuenta de ello.




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