fanZine 5 _ Abril 2013

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Maquetaci贸n: Kike Alapont 2


¿Qué tal estáis chatos? nosotros mejor que nunca. Exultantes, esplendorosos, brillantes... lo dicho, mejor que nunca, y es que desde primeros de mes no paramos de recibir correos electrónicos según los cuales hemos sido agraciados con grandes premios, y además somos herederos de grandes fortunas, y chic@s guap@s e inteligentes se han enamorado perdida y desmedidamente de nosotros. Después del palo que supuso no llevarnos el Gordo de Navidad, creemos que todos estos parabienes no son más que la justa recompensa a nuestro trabajo desagradecido, sobrevalorado y poco desinteresado. Es por eso que, pese a la tentación, no vamos a dejar de trabajar en la involución de FanZine que, con la suerte que estamos teniendo, llegará a ser una de las peores revistas digitales que se hayan conocido antes, ahora y siempre. Todas las ganancias que obtengamos con estos premios serán donadas a Corea del Norte, que está sufriendo una oleada de agresiones simpar pese a su recto comportamiento y notable desarrollo. Esperamos que estéis a la altura de nuestra decisión, toméis ejemplo y no os deshagáis cual azucarillos en la vorágine que estamos generando. Buenos días mi nombre es Allen Large. Yo soy de Canadá y actualmente en el hospital a causa de la enfermedad y la vejez. Quiero que seas mi próxima rey y yo quiero hacerte el beneficiario de $ 2,142,728.00 dólares. Todo es avialable. Por favor necesito que me envíe un correo electrónico para obtener más información. Por favor póngase en contacto conmigo.

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Ilustración: Carlos Rodón Capítulo 8. Ya vienen, ya vienen. Pasado el susto, al menos lo que se nos pudo pasar tras la brutal masacre y el terror que reinaba en la mansión, nos sentamos donde pudimos. Yo me quedé bajo la mesa, junto al pedazo más grande de la niña y mi propio vómito. Vi bajar al resto, Agatha con un candelabro en la mano para defenderse fue la primera, me buscó con la mirada y tras hacerle yo un gesto para indicarle mi situación, se me acercó y se sentó en el suelo junto a mí. Nunca la había visto así, tenía la cara descompuesta. -¿Cómo te encuentras Hércules? -Me preguntó dejando el candelabro a un lado. - No sé muy bien cómo me encuentro. Agatha observó el vómito y me miró otra vez con media sonrisa. - Ya no te quedará nada que vomitar -me dijo con una mirada cómplice. - La niña dijo algo mientras se comía a Danvers. - ¿Qué dijo? -preguntó Agatha interesada. - “Ya vienen, ya vienen”, eso dijo, creo que esto aún no 5


ha terminado- Le contesté. - Esto, joven Hércules, muy a mi pesar no ha hecho más que empezar. -sentenció. El resto de invitados ya estaban en la planta de abajo, en el hall, Paul y la Novia de Frankenstein abrazados, ella lloraba, mientras él intentaba consolarla. En el salón, Frankenstein y Drácula pensativos, el monstruo lloraba desconsolado mirando lo poco que quedaba de su creador, mientras la Momia y Vincent tomaban una copa temblorosos. Los únicos que se lo estaban pasando bien eran los zombis, que se estaban dando un festín con el cadáver de la niña. Agatha me hizo levantar, me limpió un poco el polvo de la solapa de la chaqueta y nos dirigimos al salón; cuando Frankenstein y Drácula nos vieron entrar, se levantaron y preguntaron qué íbamos hacer, como si nosotros lo supiéramos. Cogí del suelo el cuaderno y lo guardé en el maletín lleno de sangre, me acerqué al destrozado ventanal y pedí a Price un cigarro; me dijo que solo fumaba puros, que los cigarros eran para los maricas, le acepté el puro y la primera calada casi me tira al suelo, alguien debió decirme alguna vez que no se traga el humo al fumar un puro. Agatha, con el candelabro en la mano, decidió ir con el Conde a inspeccionar la casa. El resto decidimos quedarnos donde estábamos, ni siquiera a mí me quedaban fuerzas para acompañar a Agatha, que me aconsejó que descansara un rato. Mientras miraba por el ventanal vi una luz en el horizonte. La noche era clara y estrellada, así que la menor luz se veía desde muy lejos, parecía un vehículo a motor, sonaba como un motor pero no sabría decir qué era, por la silueta que dibujaba en la noche parecía uno de esos aparatos que en Francia se empezaban a llamar coches -allí siempre tan adelantados- El vehículo se dirigía hacia la mansión, todos oyeron el sonido del motor enseguida y salieron por las ventanas al jardín, a la entrada principal, a recibirlo trabuco en mano mientras yo iba a avisar a Agatha y al Conde. Los tres salimos al jardín con el resto. Una vez fuera, y tras unos segundos de espera, el coche llegó hasta donde nos encontrábamos parando justo en la entrada de la mansión. Era un coche largo, con muchas ventanas, parecía 6


sacado de una época futura, con varias puertas y un acabado brillante. Era de color blanco y en un lado, en plata un cartel rezaba “Limousinas Corman”. La puerta se abrió y de su interior salió una criatura aún más horrenda que la dulce niña de antes. No sabría muy bien cómo explicarlo pero lo voy a intentar: era un enano, un hombre que se generaba a sí mismo, de su boca salían los brazos y las piernas que le hacían andar y cuando llegaba a la cabeza, más concretamente a la boca, vuelta a empezar la operación. De allí salían las piernas, los brazos, el cuerpo entero, lo que pudimos ver era a un hombre con un traje negro lleno de babas de tanto regurgitarse a sí mismo, que seguía y seguía haciéndolo mientras se acercaba a nosotros. Cuando paró frente a los invitados se vomitó por completo y se limpió la saliva del traje; llevaba unas gafas de sol y el pelo rubio, nos miró, tenía que mirar hacia arriba para vernos, no mediría más de ochenta centímetros. - Buenas noches, se preguntarán quién soy -dijo de manera socarrona. - No es lo único que nos preguntamos esta noche -susurró Mike. El hombre le miró con desagrado. - Mi nombre es Dennis, eso es todo lo que deben saber -se quitó las gafas, sus ojos estaban muertos, en blanco, miró a un lado y a otro y terminó diciendo -así que ¿esta es la famosa mansión? Ninguno entendíamos nada, el hombrecillo conocía el lugar pero era tan extraño que no desentonaba entre lo ocurrido durante la noche. Agatha me miró y después miró al hombrecillo. - Usted debe ser la famosa investigadora -dijo Dennis mirando a Agatha -Me han hablado de usted. Tras decir esto se acercó a ella, la tocó en el hombro y Agatha estalló en mil pedazos, la mayor parte cayó sobre mí. Me derrumbé e intenté golpear al hombre, pero este, adivinando mis intenciones, me arrancó los brazos de golpe, la sangre brotaba a chorros de las partes de mi torso donde deberían estar mis brazos.

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- Les aconsejo que me dejen trabajar, esta noche van a pasar cosas -dijo el enano. Yo lloraba en el suelo y gritaba de dolor, dolor por mis brazos pero también por Agatha, me empezaba a marear, Paul me ayudó a entrar en la casa ya que cada vez me sentía más débil, mientras seguíamos a Dennis y su peculiar caminar. Cuando llegamos al salón Dennis sacó de su bolsillo un pañuelo blanco, limpió la sangre de una silla y se sentó, se cruzó de piernas y esperó a que todos estuviésemos sentados, luego empezó a decir: - Bueno ¿alguno de ustedes es alérgico a algún tipo de medicamento? –Sonrió -Es una broma que siempre me gusta hacer. - ¿Qué es lo que quieres cabrón? -gritó desesperado Drácula. - Si la niña ha hecho bien su trabajo, ya deberían saber que todos van a morir esta noche, y por sus caras supongo que sí hizo bien su trabajo -Dennis hizo una pausa -Pues nada, ahora solo deben morirse. - ¿Cómo dice? -preguntó Paul asustado. - Tranquilos, tranquilos, no se van a morir solos... mi monstruo les asesinará lentamente, por eso no se preocupen, no seré tan cruel como para hacer que se maten entre ustedes, aunque casi llegamos tarde en su caso –agregó mirando a Frankenstein y a Paul. - No entiendo nada -dije yo apesadumbrado. - Nadie entiende la muerte. Nadie. Solo sabemos que llega y ya está, y eso es todo lo que deben entender -sentenció Dennis. La sangre ya casi había dejado de brotar de mis brazos cuando por la puerta del salón apareció una exuberante mujer con un vestido negro que se cortaba en la cintura mostrándonos una pierna en todo su esplendor; la mujer traía un maletín plateado, se lo dio a Dennis y se fue. El hombrecillo abrió el maletín, por lo que pude ver, con mi cada vez más nublada vista. En su interior solo había una tiza, Dennis la cogió, se dirigió al centro del salón y pintó un círculo en el suelo y alrededor del círculo una estrella, luego hizo añicos la tiza entre sus dedos y ordenó a Paul y a la Novia 8


de Frankenstein que entrasen dentro. Una vez allí les ordenó quitarse la ropa, cuando estuvieron desnudos les ordenó: - Ahora forniquen. - ¿Cómo dice? -dijo Frankenstein estallando en cólera. - He dicho que forniquen, deben engendrar al monstruo que los va a matar a todos. Y esto es lo último que recuerdo antes de caer desmayado por la enorme pérdida de sangre. Capítulo 9. El terrorífico poder de Dennis. Recuerdo cuando la conocí. Era una tarde de primavera. Yo paseaba por un maizal, pensando en mis cosas. Sentada en un banco, llorando, estaba ella. Dijo que se llamaba Sophie, me invitó a sentarme a su lado y antes de que me diera cuenta había puesto su mano junto a la mía. A día de hoy no recuerdo muy bien por qué lloraba. Y allí tumbada en el suelo, desnuda y fornicando con el licántropo me dio por recordar aquella tarde. La notaba tan lejos de mí, en el centro de ese círculo estrellado llorando de terror y gimiendo de placer, pude recordarla de una manera amable. Querida Sophie, maldita Sophie. Contemplaba la escena golpeando con los nudillos sobre mi rodilla con tanta fuerza que ya había desaparecido la carne y se empezaba a ver el hueso. No quería llorar, no quería darle el gusto a ese Dennis de verme llorar, ni tampoco a Sophie. Ya había derramado las lágrimas de aquella noche por alguien que sí lo merecía. Si el señor Víctor levantara la cabeza y viera la escena, me diría que no me preocupase por ella, que siempre lo tendría a él, que sería como un padre para mí y que los padres nunca hacen daño a sus hijos. A mi alrededor la escena era bastante extraña, el enano se relamía observando la escena sexual que, frente a nosotros, estaba aconteciendo. De vez en cuando susurraba algo que sonaba como: “un nuevo amanecer, un nuevo amanecer”. Junto a

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él estaban el conde Drácula y la Momia. El primero respiraba nervioso, se servía copas de brandy sin cesar que se bebía de un trago mientras la Momia se dedicaba a mirar. La verdad es que en toda la noche no había contribuido a ninguna cosa así que ahora tampoco iba a ser la excepción. Al otro lado del repugnante Dennis, yacía sin sentido el ayudante de la señora Agatha, el joven Hércules, sin brazos y soltando sangre a borbotones de los muñones; junto a él estaban los zombis. Los cuatro que quedaban lo miraban y se contenían para no zampárselo. A su lado estaba el señor Price fumando un puro de una manera delicada aunque nerviosa y para terminar estaba Myers, sentado en el suelo clavando y desclavando un cuchillo en el suelo mientras miraba a Dennis encolerizado. Se podría decir que el ambiente estaba bastante cargado, aunque a mí solo me interesaba ella, la dulce Sophie que gemía como si le fuese la vida en ello, como si el lobo le estuviera dando más placer que cualquier hombre, incluido yo, más del que le hubiese podido dar nunca. Me dolía. Cuando terminaron, el lobo se levantó asustado. Maldito. Me estaba robando el amor de mi amada; esta se giró avergonzada para que mi mirada, que la buscaba deseoso intentando rescatar una chispa de amor, no se cruzara con la suya. Ya no habría amor nunca más y ambos lo sabíamos. Mientras el lobo se vestía, Dennis se le acercó, tomó su brazo y lo levantó diciendo: - Ya tenemos un ganador. Y lo lanzó contra mí en un gesto de pura maldad. El hombro de Paul me golpeó en la cara. Se disculpó asustado por mi reacción. Lo aparté de un golpe y me levanté. La ira me pudo y Dennis solo era un enano con algún poder maligno en su interior. Lo cogí por el cuello y apreté. Noté que todos se pusieron de mi parte y se acercaron lentamente a echar una mano, aunque ninguno quería ser el primero; apretaba y apretaba pero el hombre solo me miraba con sus ojos muertos hasta que me dijo:

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- ¿Ya te has cansado? Justo en ese momento mis manos empezaron arder, solté al enano que cayó al suelo riendo mientras el fuego se adueñaba de mis miembros. De cada dedo una llama y de la palma de cada mano una llamarada mayor; me apresuré a buscar agua donde meterlas pero al no encontrarla las metí en un charco de sangre que había en el suelo. Milagrosamente el fuego se apagó y, como por arte de magia, se habían convertido en carbón. Dolía, no puedo decir que no doliese, pero no eran mis manos, creo que a su anterior dueño le dolió más que se las cortaran que a mí aquellas llamas. - Espero que les quede bien claro que no tienen nada que hacer conmigo, así que dejen de intentar matarme. -Dijo Dennis poniéndose de pie y arreglándose el traje. Se volvió y miró a Sophie que yacía tirada en el suelo aún desnuda y llorando avergonzada. La cogió de la barbilla y limpió sus lágrimas con la manga de su americana - Tranquila pequeña, tranquila. Aún no lo sabes, pero vas a ser la madre del mundo del mañana. Ante esta afirmación todos nos quedamos de piedra, miramos al enano y nos acercamos llenos de incógnitas, pero cuando íbamos abrir la boca para iniciar una larga retahíla de preguntas, Dennis alzó en el aire a la Momia y le arrebató los vendajes de un tirón. Dentro de las ajadas vendas no había nada, solo un poco de polvo que voló por la habitación durante unos segundos. A Dennis solo le interesaban los vendajes ya que con ellos nos amordazó y nos lanzó a una de las esquinas del comedor. En ese momento, debido al golpe, al dolor de la infidelidad cometida unos minutos antes y a que habían usado mis manos como cerillas, caí desmayado. No sé cuánto tiempo pasó, pero cuando abrí los ojos, lo que vi, que debía asustarme y hacerme llevar las manos a la cabeza, pasó como una leve anécdota en aquella ajetreada no-

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che. Frente a todos nosotros, los que estábamos despiertos y los que no, ya que muchos habían perdido el conocimiento con el golpe, había surgido una neblina blanca de la que surgió un fantasma que parecía la imagen Señora Agatha. Pasó de nosotros y de Dennis que estaba sentado a la mesa tomando una porción de tarta. Se acercó al desmayado y amputado señor Poirot y le susurró algo al oído. Intenté escuchar y muy levemente oí esto: “Querido Hércules, siempre quisiste saber lo que al oído susurraba a los muertos y era esto: serás vengado, y eso te digo ahora con mi más profundo pesar, joven pupilo”. Se puso en pie y la neblina cubrió toda la habitación. No se veía el suelo, solo podía ver a Agatha avanzar lentamente hacia Dennis que seguía comiendo tranquilamente. Cuando llegó a su altura, este la detuvo de golpe con un chasquido de sus dedos y, después de tragar el último trozo de la tarta, dijo: - Inspectora, inspectora. Si cree que sus juegos de artificio de ultratumba van a terminar conmigo está muy equivocada. - No. Tú eres el que está equivocado- Sentenció Agatha y lanzó a Dennis con la silla y todo contra un gran mueble de cristal. El golpe hizo estallar los cristales pero no acabó con el enano maldito, tan solo hizo que se enfureciera más aun; cuando se levantó tenía toda la cara llena de cristales. Se sacudió los trozos que le ensuciaban la americana y se quedó parado de pie mirando a Agatha. La inspectora le devolvía la mirada y entre ambos saltaban chispas de tensión hasta que Dennis rompió el silencio con una de sus habituales frases cargadas de ironía y terror: - No me haga volver a matarla. Agatha sonrió. - Inténtelo.

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El enano corrió hacia la neblina fantasmal que era Agatha y se adentró en ella, luego el silencio más absoluto. Agatha se miraba a sí misma esperando alguna reacción y los demás esperábamos lo mismo, pero no ocurrió nada. Durante unos segundos se hizo el silencio más absoluto hasta que la inspectora empezó a hincharse lentamente, como cuando un niño gordo al que le falta el aliento infla un globo; cuando el espectro se hubo hinchado hasta llenar gran parte del comedor, estalló y la figura de Agatha desapareció. En su lugar solo quedó humo, un humo que poco a poco se esparció por la habitación, salió por la ventana y finalmente desapareció del todo. El pánico se apoderó de todos, ya que mientras la niebla se disipaba vimos a Dennis salir de ella, intacto y sonriente. Se nos acercó a todos, que aún seguíamos con las vendas de la Momia en la boca, y nos dijo: - Le pedí que no me obligara. Después sacó un cigarrillo y silbó. La chica del vestido abierto hasta la cintura que dejaba ver casi completamente toda la pierna, apareció de la nada y le encendió el cigarro con una cerilla. Luego el hombre se sentó frente a nosotros, en un sillón de terciopelo y se dispuso hablar: - Bueno, ahora debería aceptar preguntas, ya habéis visto lo que soy capaz de hacer, hace un rato sobre este suelo ha ocurrido algo y supongo que todos tendréis preguntas que hacer. Nos quitó las vendas de la boca y antes de que pudiésemos hablar oímos unos ruidos, parecían gritos al otro lado de la ventana. Nos levantamos y confirmamos que eran gritos, gritos de unas criaturas similares a la niña que mató a Norman; los monstruos salían del suelo, primero salía un brazo, luego la cabeza sin ojos ni orejas ni nada, tan solo una enorme boca con tres filas de dientes y después las piernas, largas y delgadas como un palo. Eran varias decenas y se dirigían

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hacia la casa. Vicente Price, que hasta entonces no había dicho nada, preguntó: - ¿Qué son esos monstruos? Dennis se dio un golpecito muy gracioso en la cabeza y le contestó: - Son los invitados al feliz alumbramiento. Todos nos quedamos paralizados de terror, si matar a uno costó la muerte de tres invitados, matar a todos estos resultaría imposible. Dennis se levantó del sillón disculpándose por aplazar los ruegos y preguntas y empezó a dar palmas al aire bailando en círculos, feliz; se acercó a Sophie y palmeó su barriga, que ya se empezaba a hinchar como si fuese un tambor. Saludó a las criaturas que estaban cada vez más cerca de la casa. Súbitamente la risa y la felicidad se le borraron de un plumazo, ya que de la nada apareció un carruaje tirado por cuatro caballos. El carro ardía y los caballos corrían asustados, sin mirar y sin pensar se llevaron por delante a más de la mitad de las criaturas que estallaron y ardieron hasta caer muertas o hechas cenizas. Dennis se llevó las manos a la cabeza ya que al resto que seguían avanzando como si nada les empezaron a explotar las cabezas como si fuesen palomitas; eran disparos y el ejecutor de ellos era un jorobado que cantaba una especie de himno y que se parecía mucho al chófer del Conde. Este le miró muy fijamente mientras la figura jorobada disparaba a un lado y a otro dando caza a las criaturas del infierno que nos amenazaban; tras unos segundos Drácula sonrió y gritó alegremente: - Igor, querido.

Continuará...

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De Corazón Carlos Rodón

Cuando me hallo perdido siempre busco un corazón sin saber por qué moción indago en sus cavidades visitando los lugares que le dan vida al amor sin encontrar nada en ellos que merezcan mi pasión.

De su almohadilla ventral quisiera beber, y bebo saboreando la escoria almacenada con celo del pericardio sangrante que se encerraba en tu pecho.

Dejo secas por capricho válvulas aorta y mitral de un ventrículo ordinario que carece de moral en la aurícula primaria de mi instinto criminal.

Yo codicio tu endocardio, inhalar su pura esencia pero dudo que lo fosco que reside en mi interior me ofrezca nunca esa gracia para apreciar su sabor.

Sucumbo ante los instintos más puros de la mujer cada vez que siento el ansia de volverme a enamorar indagando en la textura del órgano que profano sintiendo así el calor más puro del ser humano.

Ilustración: Carlos Rodón 15


VISCERAS Ana Vivancos - Wisquensin

Vísceras informes y amorfas masas de carne podrida envueltas en papel albal decoradas con una rosa marchita para tu alma, para tu risa. Vísceras es mi regalo en esta nuestra primera noche de bodas fantasmagórica rezuman jugos gástricos escurriéndose por tu boca mientras las masticas con tus carcomidos molares . Vísceras se las arranqué a mi madre en un cruel ataque de ira y las envolví con mis ensangrentadas manos para agradecerte, mi vida, que anoche vinieras a besarme a escondidas y me arrancaras el corazón a tiras.

Ilustración: Kike Alapont

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El violinista Maribel Pardo Velasco

Fran C贸rdoba 路 www.francordobaart.com 路 ilustrador@francordobart.com 17


¿Dónde estoy? Está muy oscuro y hace frío... Junté mis manos y soplé sobre ellas para darme calor. No funcionó, mi propio aliento estaba frío. Llevaba... ¿era esto un pijama? Sí, es azul y de estrellitas. Intenté vislumbrar algo, pero todo estaba muy oscuro, así que me levanté y sacudí mi pantalón. Tierra, estaba pisando tierra húmeda, el césped hacía cosquillas en mis pies desnudos. Algo no está bien. El ambiente era desalentador, todo estaba silencioso y no podía distinguir ninguna luz. Un momento, ¿qué es eso? Un sonido llegó hasta mis oídos traído por el viento. Era algo que sonaba mal, una cuerda mal afinada o alguien que no sabía tocar. Empecé a caminar hacia aquel sonido y descubrí que mis piernas estaban entumecidas, apenas me respondían. ¿Tanto tiempo he estado allí sentada? Los pelos de mi nuca se erizaron, era como una advertencia, pero advertencia ¿de qué? Miedo, el miedo inundó todo mi cuerpo como si fuera la sangre que es bombeada por el corazón. Algo rozó mis pies, niebla, niebla que parecía tener vida propia. Gemí, y un grito se ahogó en mi garganta cuando empecé a correr. No me cansaba, era como si no llegase a sentir parte de mí ser, pero sufría y temía. Era consciente de mis limitaciones. La música seguía sonando, esta vez con más fuerza, era un impulso, una necesidad el llegar a ella. Estaba sintiendo el miedo y la ansiedad a la vez. Algo me perseguía, había algo malo y cruel allí que se apoderaría de mí si la niebla me alcanzaba. Simplemente, lo sé. Corrí, intentaba hacerlo más rápido, más rápido, más rápido, mi mente me apremiaba a ello. Algo se interpuso en mi camino, tropecé con ello y caí al suelo. Me tenía, sabía que me tenía. No me quedaba ni un mísero segundo y... la luna llena se abrió paso entre las nubes. No sabía por qué, pero era consciente de que había ganado algo de tiempo, la niebla había retrocedido como si nunca hubiese estado allí. Miré debajo de mí y mis ojos se fijaron en aquello con lo que había tropezado. ¡Es una lápida! ¡Estoy tendida encima de una tumba! Eso no hizo más que acrecentar mi miedo, yo no debería estar aquí, ¿y mamá? ¿Y mi casa? Eché a correr y la música volvió a llenar mis oídos haciéndose fuerte por el eco. No había parado, pero volvía a ser consciente de ella y supe reconocerla; era un violín, aún no pude identificar la melodía porque sonaba como si estuviesen serrando o rayando las cuerdas. No era como escuchar a un auténtico músico tocando el violín. Estaba en un cementerio, conforme corría, más tumbas y lápidas se sucedían ante mis ojos. Doblé una esquina y lo vi. Tenía una gabardina oscura y una bufanda gris alrededor del cuello. Su cabello era castaño oscuro y estaba recogido en una coleta. Era atrayente y se hallaba sentado con los ojos cerrados sobre una lápida. Su postura demostraba despreocu18


pación y sencillez y elegancia a la vez. Era aquella mezcla tan extraña lo que resultaba atrayente. Sólo quería volver a casa, mis ojos se humedecieron. Él era mi casa. De pronto sus ojos se abrieron y se fijaron en mí. Eran rojos, rojos oscuros como los de un depredador que se sabe sin rival. Dejó de tocar y sostuvo con una mano el arco y con la otra el violín mientras apoyaba los codos en sus rodillas. Sonrió a la vez que sus ojos se estiraban suavemente hacia los lados, demostrando así cuán depredador podía ser. – Hola pequeña – Me saludó con su voz que era como un arrullo – ¿Qué puedes hacer por mí? Había un brillo de tristeza y curiosidad en su mirada. Vislumbré la sombra de un niño del que él no parecía ser consciente, y quise calmarlo. No dije nada, simplemente me acerqué andando lentamente y le quité el violín y el arco. Aquel movimiento le sorprendió y le hizo tensarse. Apoyé el violín en mi hombro y coloqué la barbilla sobre él, a la vez que me hice la indiferente hacia su postura. Empecé a tocar, una melodía suave, concisa, clara como el fluir de un río que no prometía más que paz y tranquilidad, la posibilidad de abrazarte a ti mismo. Le miré, parecía absorto en mi música, más cuando sintió mi mirada, se volvió y fijó su vista en mí mientras me dedicaba una sonrisa. Ha vuelto, aquel niño ha vuelto. Unos aplausos me distrajeron. Dejé de tocar cuando vislumbré alguien entre nosotros. Cruel, aquella palabra vino a mi mente antes de que terminara de girarme para poder verle mejor. La luna ya no nos alumbraba y él era el resultado de aquello, la sombra. – Bravo Valentín, la has encontrado – Su voz era completamente distinta a la de Valentín, era cargada, cortante, lenta y arrastraba muerte y soledad. Valentín, sí, ese era su nombre. – Pero, ¿no es un poco triste que la vayas a perder ahora? – La frase casi terminó en un rugido, era una amenaza implícita. La sombra se dejó ver a la vez que se relamía los colmillos. Tenía unos ojos saltones, alocados, que se movían sin descanso observándolo todo. Estaba ansioso y nervioso, era un sádico sin compasión que daba pequeños brincos de impaciencia. Su cabello era corto y negro, sus ojos de un rojo más brillante y llamativo que el de Valentín. Llevaba una camiseta de los Bulls de Chicago, y unos pantalones negros que se ajustaban en su cintura y se soltaban después. – Fernando, debí pensar que serías tú quien intentó apartarla del camino – dijo Valentín como si estuvieran comentando el tiempo a la vez que se levantaba de la lápida y se colocaba a mi lado. – Está muerta, Valentín – dijo Fernando regodeándose en la palabra muerta – Sabes lo que eso significa. 19


Mi cuello, me llevé las manos inconscientemente al cuello. Era consciente de cosas que no debería saber. – Sí, eso pequeña – dijo imitando el apelativo con el que me había nombrado anteriormente – Te prometo que no te dolerá, al menos no demasiado. Estaba segura de que su concepto de demasiado no era el mismo que el mío, casi podía verlo regodeándose con mi muerte. – Le arrebataste la vida. Ella puede usurpar tu puesto de acompañante. De hecho, esa música demuestra que ya ha empezado a hacerlo. Acompañar a los muertos, hacerles olvidar su agonía para que descansen en paz. – Un muerto. Es un muerto, y adoro el concepto de los humanos de rematar – Fernando volvió a relamerse y avanzó un paso hacia mí. – Debería haber seguido viviendo. No era su hora, pero la mataste igualmente para hacerme daño. – No te lo tomes a mal, encontrarás a otra – se burló Fernando. Valentín le ignoró y continuó hablando: – Al hacer eso le robaste su destino y le diste el tuyo. – Fernando le miró con miedo y consternación siendo consciente por primera vez de las palabras de Valentín – Creíste que habías venido a matarla. Pues bien, has venido a tu tumba. – Valentín se volvió hacia mí cambiando su expresión de desprecio por una de infinita ternura. – Toca, mi pequeña, toca y quédate junto a mí. La melodía volvió a surgir de mi violín, la luna volvió a abrirse paso entre las nubes y la cara de Fernando perdió toda expresión a la vez que se consumía en una tumba como si nunca hubiese existido. Dejé de tocar cuando noté que alguien me agarraba del pijama desde abajo. – Perdóname mi pequeña. Perdóname por favor – suplicó con lágrimas en sus ojos – yo no debería haberme enamorado, ese es mi sino. Tú todavía estarías viva, Fernando no se habría fijado en ti. – Te perdono – le dije abrazándole. No soportaba verle sufrir, le quería. Más que eso, le amaba. – Gracias, Ana – la tumba se ocupó de él y desapareció como si nunca hubiese estado allí, exactamente igual que le había pasado antes a Fernando. Las lágrimas se derramaron por mis ojos sin contención y grité hasta quedarme, literalmente, sin voz. Raspé toda la garganta hasta que no pude emitir ningún sonido con el que mitigar mi dolor. Sola, la eternidad sola, velando a aquellos que no pueden dormir por su sufrimiento, mientras nadie vela por el mío.

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CAPÍTULO 1 parte III

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..CONTINUA EN EL SIGUENTE NÚMERO!!


Ilustraci贸n: Carlos Rod贸n 28


Regimiento de Cazadores de Alta Montaña América 66. Refugio Militar General Garrido. Valle de Belagua. Navarra. Las videoconferencias no habían tenido muy buena calidad, la imagen se congelaba y el audio se interrumpía constantemente, impidiendo al coronel Gutiérrez mantener una conversación fluida con su general en las dos veces que se habían producido. Ahora, simplemente. España estaba en “blanco”. El subteniente de comunicaciones Segarra lo intentaba todo aunque estaba resultando un trabajo baldío, las líneas estaban operativas pero nadie parecía estar al otro lado. Lo había intentado una y otra vez desde las nueve de la mañana sin obtener respuesta durante todo el santo día. Ni las bases de Morón, Armilla, Los Llanos, Matacán, Getafe, Cuatro Vientos, Torrejón, Villanubla, Zaragoza, ni el Alto Mando de Madrid, ni Moncloa, ni las Capitanías de las Regiones Militares daban señal alguna de vida. Probó también con redacciones de periódicos, televisiones, despachos de abogados, hasta con cines, bares y casas particulares. Nada. “Definitivamente España estaba en blanco”, la tensión y el nerviosismo se palpaban en el ambiente. El coronel Gutiérrez no se cansó de repetirle durante la extenuante jornada… “No ceje en el intento subteniente. Inténtelo una y mil veces si fuere necesario”. Segarra se dedicaba con todo su empeño, incluso había ordenado a las unidades móviles que se pusieran en ello. El resultado estaba siendo el mismo. Silencio absoluto. La tensión, la angustia y hasta el pánico le estaban ganando. Cada intento resultaba fallido. El agotamiento le pesaba ya demasiado por lo que necesitaba un vaso de agua y un minuto de descanso. Aprovechó la soledad que disfrutaba desde hacía unos veinte minutos y tras asegurarse de que ningún mando superior estaba cerca, se levantó de la mesa donde tenía desplegados los sofisticados dispositivos. Se desperezó ruidosamente sintiendo el entumecimiento de las piernas, la picazón en las posaderas y el agujero de su estómago. Dio tres vueltas al amplio despacho para estirar las piernas, las rodillas le sonaban a cada paso por lo que terminó junto a la mesa plegable donde descansaban los restos del ágape habilitado exprofeso para la situación de crisis atravesada. El cabo Remondes llevaba sin pasar a reponer desde las nueve o las diez de la noche. Segarra había perdido la cuenta de las horas encerrado en aquél pomposo despacho. Ya solamente quedaban unos bocadillos fríos de mortadela, cuatro botellines de agua y una jarra medio llena de zumo. Desenvolvió uno y al olerlo un retortijón estuvo a punto de provocarle el vómito. Aún así le atizó un mordisco, eso sí, sin respirar. El sabor no era del todo malo y necesitaba algo


sólido en el estómago. Llenó un vaso de la jarra desestimando la opción de sentarse, estaba harto de las malditas sillas de cuartel. Su espalda lo agradecería, así que se recostó con el hombro en el marco de la salida secundaria que comunicaba con la recámara anexa al despacho. Al tercer bocado escuchó cómo se cerraba una puerta en la sala contigua llegándole al instante la agitada conversación que traían los dos hombres. Identificados al instante por sus entrenados oídos. -¿Cómo dice mi coronel?...no, no puede ser cierto… ¿pero cómo puede ser eso posible? - el capitán Marco, secretario del coronel, no podía dar crédito al relato desvelado por su superior. - Muertos, Antonio, todos muertos. O sino todos, gran parte de ellos. Los hombres continuaban hablando nerviosos y atropellándose el uno al otro pero Segarra ya no pudo escuchar nada más, se bloqueó, comenzando a sudar copiosamente. Aquello era una pesadilla. Se le atragantó la ingesta y no le quedó más remedio que escupirla al suelo para poder coger aire. De ser cierto lo que acababa de escuchar, su esposa, sus tres hijos, sus ancianos padres, hermanos, amigos… “¡No quedaba ya nadie con vida!”. Por fuerza aquello tenía que ser un error, un macabro y enorme error de alguien. Pero… ¿y si no fuera así?. ¿Y si la información desvelada al coronel a través de la C.I.A fuera cierta?. Él conocía a la perfección que los satélites espía de esa gente no manejaban margen de error alguno. El corazón se le encogió, presa de un terror sin nombre. Una mano de hielo se lo estaba agarrando con fuerza. La tensión arterial se le disparaba, lo notaba y sintió pánico. En ese momento los consejos que le regalaba con regularidad la buena de su esposa emergieron a las capas esclarecidas de su mente. “No comas sal cariño, bebe mucha agua, eh, nada de alcohol que nos conocemos. Haz deporte, cuida con la carne y los azúcares. Y sobre todo, no fumes, mi amor. Que te quiero de una pieza”. Reparos que él sacudía de encima en cuanto la perdía de vista. “Perdóname Begoña, perdóname por ser tan obtuso, cariño mío”. Cuarenta y cinco años, ciento trece kilos encarcelados en un cuerpo de metro setenta de estatura le convertían en una bomba de relojería. Buscó las pastillas para la tensión y las arritmias, revolviendo todos los bolsillos de su uniforme de campaña. No estaban, ¿pero cómo?, si él siempre cuidaba con mimo esos detalles. Se notaba al borde de la histeria. La bomba estaba a punto de estallar. “Aquello no podía ser verdad, no podía estar pasando”. Pero el serio semblante medio desencajado del coronel Gutiérrez así lo corroboraba. España estaba siendo atacada, no


cabía duda. Toda la nación había caído. Todas las personas a las que amaba estaban muertas. ¡Muertas!. “Todos muertos, Antonio, o sino todos, gran parte de ellos”. Le empezó a faltar el aire. El colapso... las pastillas… ¿dónde las había puesto?. En el maletín de la herramienta. Sí. Ahí estaban, seguro. Escuchó una puerta abrirse, pasos, voces, más pasos acelerados, la puerta se cerró y los hombres de la otra habitación ya no hablaban. Se habían ido, los oficiales se habían ido… las pastillas... el maletín... el colapso... Dio un paso y cayó al suelo. “Todos muertos, Antonio”. Pero él no lo estaba, aún no. Arrastrando su varada humanidad consiguió llegar hasta la mesa del coronel para intentar con las fuerzas de que era capaz alcanzar la robusta caja metálica donde guardaba la herramienta de precisión. El sudor le cegaba los ojos, apenas podía respirar y mucho menos levantarse y hacerse con los frascos que le salvarían la vida. Quedó un momento tumbado boqueando como un pez fuera del agua, intentando sin mucho éxito recomponer la respiración para oxigenar ese cerebro que sentía ralentizado, empero el polvo acumulado en la moqueta le dificultaba aún más la pesada tarea de mantener la lucidez. “¿Dónde estaban todos, los oficiales, el coronel, porqué nadie entraba al maldito despacho?”. Sus entumecidos músculos parecieron recuperar algo la elasticidad, respiraba con menos esfuerzo lo cual aprovechó para reposar sobre un costado, al menos lo suficiente como para no seguir respirando de la polvorienta moqueta; imaginó todos los ácaros que ahora mismo estarían jugando en sus pulmones. “Vamos Jorge, tú puedes campeón”, se dijo. Pero no podía. Se sintió roto, la gélida mano que apresaba su músculo cardíaco lo estrujaba con insistente testarudez. Quedó vencido por los malos hábitos que había cultivado toda su vida. Manteniéndose de lado conseguía unos gramos más de aire. Intentó relajarse a sabiendas de que si conseguía hacerlo, ganarle la partida al terror y a la amenazante mano helada, dispondría de una oportunidad, o quizá dos. Pero no más, así que cerró los ardorosos ojos con el propósito de mantener la mente en blanco… “O sino todos, gran parte de ellos”. Únicamente se escuchaba el tímido tintineo del agua contra los cristales de las encortinadas ventanas, “vaya, ya llueve”, pensó, deseando estar ahí afuera para refrescarse del sudor amargo que le cubría por completo. “¿Cuánto llevo aquí tirado, media hora, quince minutos, diez?”. Imposible saberlo, para él una eternidad. “¿Dónde estarán Begoña y los chicos?”, deseó con todo su 31


ser que formaran parte de ese [o sino todos...]. Su razón se convirtió en un simulacro de cueva vacía en donde la resonancia de aquella infame frase rebotaba una y otra vez. “Muertos, Antonio, todos muertos”. Dobló el brazo izquierdo y apoyándolo en el mullido suelo se fue alzando muy lentamente, apenas podía ya coordinar sus movimientos, el cerebro se le estaba aletargando demasiado. Estiró con esfuerzo el brazo derecho hasta que logró agarrar el tirador del primer cajón del escritorio, un poco más y podría aferrar el tope de la mesa. Y de ahí a la caja. “Vamos ya lo tienes, campeón”, se animó. Pegó otro empujón. “Ya lo tienes”, con el movimiento lo que consiguió fue abrir el cajón desequilibrando su frágil postura haciéndose para atrás perdiendo el apoyo del codo, al no soltar el pomo arrastró el cajón que cayó encima de sus costillas desperdigando su contenido sobre él. Su ánimo cayó junto al cajón y con él su última esperanza de poseer los ansiados frasquitos. Quedó exhausto y hundido. Resopló desanimado “decidiendo” abandonarse a su suerte, ¿qué otra cosa podía hacer?. El silencio que le rodeaba en aquél despacho/tumba era absoluto, su angustia interna creció hasta el punto de hacerle sentir un hueco tan profundo en su alma que le llevó directamente al amargo camino de las lágrimas. Lloró como un niño que de repente se encuentra perdido entre una multitud sin la protectora mano de su madre agarrándose a la suya. El tintineo sobre las ventanas era su única compañía, había incrementado su cadencia en un repiqueteo constante y más fuerte. Desde su posición alcanzaba a ver un pedazo de cristal por debajo de una gruesa cortina. Creyó que la vista le fallaba, aquello que llovía más que agua parecía óleo, era un líquido oscuro que resbalaba de una manera sucia, sinuosa. De haber podido se hubiera enjuagado las lágrimas... de haber podido... “¿Sería posible que todos se hubiesen marchado de aquél lugar?. ¿Cómo podrían haberse olvidado de su persona por completo?” Dos centelleantes reflejos llamaron su atención desde la ventana más occidental del amplio despacho. “¿Relámpagos?”, pensó. Pero el inequívoco traqueteo de un subfusil acompañado de gritos sordos… más fogonazos de disparos aquí y allá. quebrados lamentos... le indicaron que aquello ciertamente no era debido al temporal. Un enorme estruendo estremeció todo el edificio, algo había explotado no demasiado lejos. Y había sido algo grande. “¿Quizá un camión cisterna?”. El terror regresó con otra buena dosis de angustia que regalarle a sus sentidos. Un fuerte dolor le sobrevino en el pecho, se desvaneció y todo se fundió en una oscura paz. Supo que todo acababa de terminar. 32


Pasaron las horas... Una horrible sensación de asfixia le devolvió al mundo, se descubrió boca arriba anclado en aquél suelo enmoquetado. Giró hacia su derecha con la intención de soltar las babas que no lograban rebasar la comisura de su boca, al hacerlo descubrió bajo la mesa algo que había caído con el cajón. La Beretta del coronel Gutiérrez le contemplaba insinuante a veinte centímetros de su cara. Con la empuñadura negra y su brillante cuerpo de acero le pareció la cosa más bella del mundo. La tímida lluvia de un principio se había convertido en un violento aguacero que parecía amenazar con romper las ventanas queriendo entrar a compartir aquél maravilloso descubrimiento. “Inténtelo una y mil veces si fuere necesario” le repetía el coronel desde la bóveda de su mente. “Con tan sólo un intento tendré más que suficiente”. Segarra se inclinó un poquito, “un último esfuerzo”, recogió el arma y la dejó apoyada sobre la cadera, el dolor de su pecho se le agarraba hasta la médula, apenas podía respirar. Estaba decidido a acabar con todo. “Aquí y ahora”. Intentó recordar la cara de sus hijos pero todo se le desvanecía, lo intentó de nuevo, quería terminar con esa imagen grabada en la mente. Recordó a Gerardo, María también vino a acompañar a su papá…Pablito no acababa de entrar, se le resistía el pequeñajo… La puerta del despacho se abrió, pudo escuchar sordos pasos en el mullido suelo. “Salvado”, pensó. “Que suerte tienes cabronazo”, esbozó una sonrisa y se sintió feliz [todo lo que podía estar en aquella situación]. Le dio gracias al Señor por aquella nueva oportunidad, sintiéndose un cerdo inmoral al haber pensado tan rápidamente en tomar el camino más corto. Desde el suelo y por debajo de la mesa vio como accedían al despacho dos personas empapadas por el aguacero, uniformes mimetizados y botas de campaña. -¡Aquí, detrás de la mesa… por favor, necesito atención médica urgente!- alcanzó a decir con un hilillo de voz que le sonó mucho más lastimoso de lo que hubiera deseado. Los dos soldados se detuvieron, por debajo de la mesa pudo ver como dejaban charcos oscuros bajo sus pies, “les ha pillado esa lluvia aceitosa de lleno”. Parecía que buscasen el origen de su voz. -¡Aquí coño! - gritó. Golpeó con el cajón caído una pata del escritorio. -¡Estáis gilipollas o qué coño os pasa!. Uno de ellos gruñó y aquél sonido le heló la sangre. Giró sobre sus pies y avanzó con torpeza hacía la mesa del coronel, el otro le siguió. A Segarra le parecieron desorientados. “¿Estarían heridos, tras el follón de antes afuera?”. 33


Sea como fuese él estaba en peores condiciones, ellos al menos podían caminar. El primero tropezó con el pliegue de una alfombra y cayó al suelo con un chasquido a huesos rotos, observó con horror la cara de aquello que tenía delante. “¡Coño! ¡Era el sargento De Gregorio!”. Un ojo le colgaba de su cuenca, unido a ésta por un hilo de nervios, se balanceaba sobre una cara a la que le faltaban grandes pedazos de carne y músculos en obscenas oquedades. El otro ojo estaba cubierto por un velo blanco, era un ojo muerto e inflamado. Quiso largarse sabiendo que no podría, había agotado todas sus fuerzas y comenzaba a apurar su cordura. De Gregorio tenía la mitad del tórax y un brazo quemados hasta el hueso, pero avanzaba hacia él abriendo la boca, emitiendo guturales y sordos sonidos al tiempo que babeaba sangre, una sangre negra y espesa que olía a muerte. A la suya sin duda. “Muertos, todos muertos”. Tan ensimismado quedó por la visión del que fuera su compañero, que se olvidó por completo de que el ser reptante no estaba solo. El otro asomó por encima de la mesa, era un cabo al que no reconoció. Tenía la cabeza calcinada en la que apenas conservaba algo de carne, el cuerpo destrozado a balazos emanaba densos líquidos corporales y sangre por las flagelantes heridas. Torpemente circundó la mesa que los separaba. Se dejó caer sobre Segarra abriendo tanto la boca que parecía que se le fuera a desencajar. El mordisco en su pierna le abrasó como si en aquél ser cohabitaran todos los virus penetrados entre sus dientes. Arrancó una buena porción al primer bocado desgarrando tela, piel, carne y músculo. Le miró con los ojos vacios, masticaba obscenamente dejando caer trozos de carne, de su carne. Gruñía con algo parecido a la satisfacción. El subteniente supo que esa no era forma de morir para un soldado. Quitó el seguro, montó el arma, el cadáver mordió de nuevo. Segarra ya apenas sentía dolor, encajó el cañón en su boca. Cuando De Gregorio desde el suelo le agarró una oreja clavándole los huesudos dedos tiró de ella hasta arrancarla. La sangre del subteniente brotó con generosidad, sus dientes apretaron con fuerza el cañón, con rabia deslizó un dedo hasta el gatillo del arma, se le escaparon unas lágrimas. “Lo siento Begoña, perdóname cariño”. La suavidad del gatillo le facilitó la tarea. El frío acero en la lengua y en el cielo del paladar, fueron lo último que sintió. Sonó una seca deflagración y sus sesos quedaron incrustados en la moqueta.

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LA CRIATURA DEL MES...Norman Bates (Psicosis)

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Ilustraci贸n: Carlos Rod贸n 36


El jefe Raven sostenía el sombrero con el pulgar y el índice mientras se rascaba la cabeza con el medio y el anular. La otra mano como de costumbre reposaba en la funda del revolver reglamentario. –¿Había visto alguna vez algo así, jefe? –el que preguntaba era Terry Gilligan, el joven ayudante del sheriff de Cold Lake. –Te aseguro hijo que en todos los años que llevo de servicio en este maldito pueblo jamás había visto una carnicería semejante... En el suelo, tendidos sobre una nieve ahora teñida de un intenso color rojo sangre reposaban los restos de dos impresionantes caribús totalmente despedazados. El viejo Jebediah pasó justo al lado del destrozo al volver del bosque en su destartalada máquina quitanieves e inmediatamente lo puso en conocimiento de las autoridades. Por eso se encontraban allí los dos hombres. Había dejado de nevar pero el frío continuaba con su insistente actitud de “acoso y derribo” y así había sido durante las dos últimas semanas. Parecía que al menos seguiría persistiendo una buena temporada. El sol se había olvidado de lanzar sus rayos sobre aquel pequeño pueblo de Alaska... –Desde luego ese oso debe de tener los cojones del tamaño de mi cabeza –comentó Terry mientras se frotaba las manos delante de la boca, intentando en vano calentarlas con el vahoque exhalaba. –¿Un oso? Un oso no hace eso chico, olvídalo. Un oso come cuando tiene hambre y se va cuando se ha saciado dejando atrás lo que sobra pero nada más. Lo que sea que haya hecho esto no es un oso, créeme. Fíjate – observó Raven agachándose a la altura del cuello de uno de los animales mientras le señalaba al novato lo que parecía ser la marca de una profunda dentellada – ni siquiera se han alimentado de ellos. Los han matado, han cometido una auténtica masacre separando todas las extremidades de los cuerpos y sin embargo no falta ni un solo trozo de carne. Además, estas mordeduras no son de oso... –Ya, pues ya me dirá usted qué demonios ha hecho esto... –le replicó el joven sin demasiada convicción. Los dos policías se montaron en el 4x4 y volvieron al estrecho camino libre de nieve, que cruzaba desde Cold Lake hasta el bosque en el que se encontraba el viejo aserradero. 37


El aserradero había sido hasta no hacía mucho tiempo el lugar de trabajo de la mayoría de los hombres del pueblo. Ahora gracias a las grandes industrias madereras sólo era una vieja fábrica abandonada. Sólo seis kilómetros separaban el pueblo de la inmensa arboleda pero el camino que los enlazaba era angosto y cualquier vehículo que lo tomaba tenía que extremar las precauciones al máximo. Cuando solamente llevaban un par de kilómetros recorridos la vieja radio del coche oficial crepitó para inmediatamente dejar paso a la voz de Connie, la secretaria del sheriff. –¿Sheriff Raven? ¿Me oye? –Claro preciosa, te oigo perfectamente... cuéntame, ¿qué pasa por nuestro pequeño y aburrido pueblo? –preguntó el sheriff con una sonrisa en los labios. Conocía a Connie desde que era una chiquilla y sentía verdadero afecto por ella. –Verá jefe. Ha llamado la señora Perkins muy asustada, asegurando que había visto a un gran oso blanco deambulando por la parte trasera de su casa. Le he dicho que se tranquilizara y no saliera de casa, que usted iba para allá. –Bien cariño, echaremos un vistazo.– el agente levantó el pulgar del pulsador y colgó el auricular de nuevo en la radio, resoplando mientras esperaba el comentario de Terry. –¿Lo ve jefe? ¡Se lo dije! Un jodido oso, ¿Qué otra cosa esperaba que fuera? El sheriff no contestó y se mantuvo en silencio todo el recorrido hasta la casa de la señora Perkins, algo del todo inusual en él, que siempre aprovechaba los trayectos en el coche para contarle a Terry historias y anécdotas de su juventud o simplemente sus planes de futuro para cuando llegase el momento de guardar la placa en el cajón y colgar el sombrero. Algo no le cuadraba al viejo policía y estaba completamente seguro de que aquellas marcas que había visto señaladas en el cuello de los renos no eran marcas de oso... Cuando llegaron a casa de la mujer, ésta se encontraba esperándolos en el porche con un enorme anorak rojo sobre los hombros encima de la bata de andar por casa. La señora Perkins siempre había tenido fama de andar un poco ida de la cabeza y había quien incluso aseguraba que la muerte de su marido, Robert Garth Perkins, aparentemente debida a causas naturales, en realidad había sido un suicidio para no tener que aguantar más los desvaríos de su esposa. El sheriff se bajó del asiento del copiloto y seguido de su ayudante se dirigió al porche de la casa mientras se alzaba levemente la parte superior del sombrero a modo de saludo.

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–Buenas tardes, señora Perkins. Connie nos ha dicho que estaba usted un poco asustada por algo que ha visto. Cuéntenos, ¿qué ha pasado exactamente? –¿Asustada? ¡No digas tonterías Jack! ¿Asustada yo? ¡Si la segunda vez que he salido, después de entrar a buscar la escopeta de Robert, llego a encontrarme de nuevo a esa maldita alimaña le hubiese volado la jodida tapa de los sesos! Lo vi deambulando por la parte trasera de la casa, justo enfrente de la entrada de la cocina, aunque él no me vio a mí. Lástima que cuando salí de nuevo ya se había marchado... por eso llamé a Connie. A Terry le costó un gran esfuerzo mantener la compostura después de oír el testimonio de la anciana, pero logró contener la risa y preguntó: –¿Y por donde se ha marchado el oso, señora Perkins? –¿Estás sordo hijo? Te he dicho que cuando salí ya no estaba, así que no pude ver por donde se fue. Deberías de prestar más atención jovencito, y borrar esa estúpida sonrisa de la cara. –Está bien señora Perkins, ahora métase en casa y cierre todo con llave. No sabemos si ese animal está aún por aquí. Nosotros daremos una vuelta por los alrededores a ver lo que encontramos– intervino el sheriff–. Por favor, hágame caso y si vuelve a ver al oso, llámenos, ¿De acuerdo? La mujer se dio media vuelta murmurando por lo bajo algunas palabras que ninguno de los dos policías alcanzaron a comprender y se metió de nuevo en la casa sin dirigirles ni una sola palabra más. Los agentes le dieron la vuelta a la vivienda buscando algún indicio de la dirección que el animal había podido tomar y fue el sheriff el que descubrió las inmensas huellas impresas levemente en la nieve, justo frente a la puerta trasera de la casa, tal y como les indicó la mujer. De inmediato le hizo señas a su ayudante para que se acercara. Ninguno de los dos dijo nada pero las pisadas no tenían la apariencia de las de un oso. Más bien parecían humanas. Huellas humanas. Intentaron seguir el rastro, pero las marcas desaparecían a los pocos metros cruzando un pequeño riachuelo de agua helada que atravesaba el pequeño pueblo por la parte de atrás, así que volvieron al coche con una casi imperceptible sensación de frustración y se dirigieron a la comisaria. –No lo entiendo sheriff – Terry rompió el incomodo silencio mientras conducía–. Esas huellas..., parecían humanas pero 39


no..., no puede ser, ¿verdad? Quiero decir... ¡son descomunales, joder! El sheriff ni siquiera escuchó el comentario de su joven ayudante, absorto como iba en sus pensamientos pero cuando faltaban pocos metros para llegar a la oficina, a Jack Raven se le ocurrió algo que creyó que podría ser importante. –Terry, da media vuelta. Vamos a ver al viejo Ilasiak. –¿A Ilasiak jefe? ¿Qué coño pinta ese jodido esquimal en toda esta historia?– preguntó Gilligan. –No lo sé, pero creo que podría ayudarnos de alguna manera. Ilasiak era un viejo nativo que vivía en una destartalada barraca a las afueras del pueblo, próxima al bosque. El inuit vivía como siempre lo habían hecho sus ancestros, alimentándose sólo de lo que cazaba, calentándose sólo con el fuego que él mismo preparaba y prescindiendo de absolutamente todo lo material y de cualquier cosa que tuviese que ver con el progreso humano. No era un salvaje como la mayoría de la gente de Cold Lake pensaba, simplemente había decidido vivir su vida de esa manera. La única que conocía. Los dos policías tuvieron que dejar el vehículo a un lado del camino y continuar hasta la cabaña del esquimal a pie, ya que de otra manera resultaba del todo imposible. A lo lejos divisaron una columna de humo saliendo de la chimenea de la casa, por lo que supusieron que el nativo se encontraría allí. Cuando llegaron al refugio de madera llamaron a la puerta pero nadie contestaba. Un grupo de cinco o seis atrapasueños pendían justo encima de ellos colgando del techo mientras eran balanceados caprichosamente por el viento. Terry se acercó a una de las ventanas y comprobó que la chimenea, efectivamente se encontraba encendida pero no vio a nadie dentro. Se sorprendió al comprobar que todo estaba perfectamente ordenado y limpio en el interior. Esperaba que el inuit viviera entre restos de inmundicia, animales despellejados y manchas de sangre. Pero comprobó que sus prejuicios eran erróneos y muy en el fondo se sintió un poco culpable por pensar de aquella manera. Bajaron las escaleras de madera del porche y se dirigieron a la parte trasera siguiendo un pequeño camino hecho con tablones de madera que el esquimal había dispuesto alrededor de la vivienda. Allí encontraron las perreras. Todos los compartimentos estaban ocupados por los huskies del viejo pero al sheriff le extrañó que dos de ellos estuvieran desalojados. No le hubiese parecido nada relevante de no ser porque los recipientes del agua y la comida estaban llenos. Cuando estaban a punto de darse media vuelta, una oscura y callosa mano se posó en el hombro de Terry, 40


sobresaltándolo. –¡Joder, coño!– exclamó el ayudante mientras mecánicamente se buscaba la pistola–. ¡Maldita sea, Ilasiak, si vuelves a ponerme una mano encima así, sin avisar, te juro que te pego un tiro! Ilasiak había aparecido de la nada y sin hacer ningún tipo de ruido que delatara su presencia. El esquimal, aunque era un hombre viejo, caminaba completamente erguido y bajo su ancho abrigo de pieles se le notaba en forma. Se quedó mirando a Terry seriamente, dio media vuelta y hecho a caminar por los tablones de madera dándoles la espalda a los dos policías. –Vamos dentro. Pronto empezara a nevar de nuevo–. Fueron las únicas palabras que salieron de su boca. Una vez en el interior, acomodados delante del fuego y con una taza de café caliente que Ilasiak había preparado, comenzó a hablar. –Sé porque han venido a verme, sheriff. Ha vuelto. Lo he visto con mis propios ojos... También ha matado a dos de mis perros. Usted viene a por respuestas que yo no puedo darle. –Mi padre y tu padre eran buenos amigos, Ilasiak. Una vez el mío me contó algo que tu padre le contó a él. Una vieja leyenda inuit sobre una criatura antigua, mucho más antigua que nosotros, que nuestra civilización. Siendo aún unos niños, jugando un día en el bosque salieron despavoridos y no dejaron de correr hasta llegar al pueblo. Juraban y perjuraban haberla visto... a la criatura, quiero decir. Jamás volvieron al bosque hasta que no se hicieron adultos. Al principio me impresionó. Cuando me la contó yo solo tenía siete años pero con el tiempo terminé olvidándola, e incluso todavía hoy albergo dudas sobre su veracidad. Hoy esa historia ha vuelto a mi cabeza con fuerza, golpeando mi cerebro como un martillo. –Conozco esa historia, Jack. Mi padre también me la contó a mí, aunque yo nunca la puse en duda. Ninguna leyenda inuit es fruto de la imaginación o la locura. Todas son reales aunque no podemos comprenderlas porque son demasiado antiguas para nuestro mundo, nuestra forma de pensar y ver las cosas. Ahora lo sé. Y vosotros también. Na´in, Arulataq, Toonijuk... No importa el nombre que le demos, es real. Y ahora está entre nosotros. Se ha dejado ver. Ha vuelto. Mientras Jack Raven e Ilasiak hablaban Terry Gilligan los miraba cruzando su mirada alternativamente de uno a otro. Su cara reflejaba su sorpresa al oír hablar así al sheriff, su 41


mentor y maestro, el hombre que le había enseñado todo cuanto sabía, la persona más cabal que conocía. Ahora sí empezaba a preocuparse de veras y ya no estaba tan seguro de que la criatura que los había mantenido en vilo durante todo el día fuese un oso... Cuando salieron de la casa del esquimal había empezado a nevar de nuevo. Los copos que caían del cielo eran tan densos y estaban tan concentrados que apenas permitían ver a tres metros por delante. El walkie de Terry rompió el blanco silencio del exterior y seguidamente escucharon la agitada voz de Connie. –¡Terry, por Dios! ¿Dónde estáis? ¡Llevo quince minutos intentando contactar con vosotros a la radio del coche! ¡Tu walkie tampoco daba señal, hasta ahora! –Vaya, supongo que perdió la señal mientras estábamos dentro... ¿Qué ocurre?– respondió Terry, mientras le hacía señas a Raven para que atendiera. –Algo muy extraño Terry. Tengo justo delante a Michael O´Reilly, está muy mal, probablemente pierda el ojo derecho. Ti... tiene un corte grandísimo, no sé, pa... parece una especie de zarpazo. El doctor Robertson también está en camino pero le he tenido que administrar un calmante... se... se ha quedado dormido. Lo peor Terry, es que dice que la criatura que lo ha atacado se ha llevado a la pequeña Sarah, su hija. –¿Cómo dices, Connie? –el sheriff le había arrebatado el aparato a su ayudante y ahora era él quien hablaba. –Sí, jefe. Michael salió a comprar algo con su pequeña, y fue entonces cuando esa co... cosa le atacó. Le dio un zarpazo en la cara y lo lanzó contra la pared de la oficina postal, llevándose a Sarah con él –Connie se derrumbó y comenzó a llorar–. ¡Tiene la cara destrozada, Jack, jamás había visto algo así! –Tranquila hija, tranquilízate... Encontraremos a esa cosa y traeremos de vuelta a la niña. Ahora dime ¿Hacia dónde se la ha llevado? –Según ha dicho Michael antes de perder el conocimiento, se la llevó por el camino, hacia el aserradero. –Está bien hija no te preocupes, la traeremos de vuelta. –Sheriff, por favor... tengan cuidado.– Jack Raven cortó la comunicación e inmediatamente exhortó al joven Gilligan a darse prisa mientras echaba a correr todo lo rápido que la visibilidad y la extensa capa de nieve que cubría el suelo le permitían, en dirección al vehículo. El viejo esquimal había entrado en la casa y se había provisto de un arco, un carcaj repleto de flechas y un arpón, decidido a acompañarlos. 42


Cuando llegaron al coche se lo encontraron volcado, con un fuerte impacto en la parte derecha. Un poco más adelante se encontraba la vieja máquina de Jebediah, también con evidentes signos de un potente golpe en la parte delantera. Jebediah se encontraba dentro, aturdido aunque consciente. –¡Jebediah! ¿Estás bien? ¿Qué ha pasado?– interrogó el sheriff mientras abría la puerta del conductor y sacaban al hombre entre los tres. –Lo siento jefe pero cuando lo vi ya era demasiado tarde... Tuve que dar un volantazo y me estampé de lleno con su coche. Esa criatura... ¡Era enorme! Saltó de repente justo delante... Llevaba una niña sobre los hombros... La pobre no paraba de gritar. Lo siento de veras sheriff pero no pude hacer nada... –¿Por dónde, Jebediah? ¿Por dónde se ha ido? –Se metió en el bosque jefe. Les lleva una buena ventaja. Iría con ustedes pero casi no puedo tenerme en pie... –Está bien amigo, descansa un poco y cuando te sientas con fuerzas vuelve al pueblo y avisa a todo el mundo. Que nadie salga de sus casas hasta nuevo aviso. El ayudante del sheriff se acercó hasta el vehículo y sacó del maletero dos Remington 870 y varias cajas de cartuchos del doce, los dos agentes cargaron las potentes escopetas y se adentraron entre los árboles. Las copas de los altos abetos lucían completamente cubiertas de blanco al igual que toda la flora del bosque. Dentro la nieve caía con menos intensidad, amortiguada por las copas de los árboles y el silencio sólo se veía roto por las pisadas sobre la nevisca de los tres hombres convertidos ahora en cazadores. De repente en la profundidad de la arboleda oyeron un gutural gruñido que les heló la sangre y rápidamente echaron a correr hacia el aserradero, desde donde creían que había sonado el intenso aullido. El aserradero se encontraba en el centro del bosque y era una estructura formada por dos grandes naves, situadas una junto a la otra. Una de ellas se encontraba totalmente cerrada por cuatro gruesos muros construidos en madera de abeto, aunque una de las paredes sólo llegaba hasta la mitad de la nave dejando libre la otra mitad para el paso de vehículos y maquinaria. La otra simplemente era un techado sostenido por quince pilares de acero, destinada al almacenaje de la madera ya tratada. Delante de las dos edificaciones multitud de troncos ordenadamente apilados formaban un verdadero laberinto de pasillos en los que no era difícil perderse. Para cruzar la pila de troncos decidieron separarse y atravesarla por un pasillo cada uno, así mantendrían el contacto visual. Se adentraron en el laberintico entramado y sigilo43


samente comenzaron a avanzar cada uno por su sección, pero cuando llevaban recorridos veinte metros escasos, una sombra oscureció a Terry Gilligan desde arriba, en el pasillo central; cuando se quiso dar cuenta, la gigantesca criatura ya había saltado justo delante de él y en décimas de segundo, con un poderoso zarpazo lo había estampado contra una de las pilas de troncos para volver a perderse con un poderoso salto vertical. Aquel monstruo, como pudo comprobar Terry de primera mano, no tenía absolutamente nada que ver con un oso. La criatura, de aspecto humanoide, sobrepasaba los dos metros de longitud con holgura y su cuerpo estaba completamente cubierto por una espesa capa de pelo blanco que le confería el mimetismo perfecto para no ser descubierto en escenarios como aquel en el que todo se encontraba cubierto de nieve. La herida abierta en el pecho del ayudante sangraba abundantemente y su camisa habitualmente de color marrón, se empapó del oscuro liquido casi de inmediato. Quizás si hubiese llevado el anorak abrochado el desgarre no hubiese sido tan profundo, pero Terry siempre lo llevaba desabrochado y no importaba el frio que hiciera... Cuando el jefe Raven e Ilasiak llegaron hasta donde se encontraba el joven ya era demasiado tarde para hacer nada por su vida. Sólo pudo darle las gracias al sheriff por haberle enseñado todo cuanto sabía y murió. Al sheriff lo embargó un profundo sentimiento de venganza pero aun así conservó la calma. Su prioridad era salvar a la chiquilla que la bestia se había llevado, si es que todavía se encontraba con vida. Más tarde lloraría a los muertos. Consiguieron salir del laberinto de madera y se dirigieron a la nave cerrada. La otra solamente albergaba algunos pallets de tablones de madera ya cortados, así que no le prestaron demasiada atención. La nave se encontraba en penumbra ya que sólo dejaba entrar un débil haz de luz a través de la entrada. Aunque tenía varios ventanales distribuidos por todos los muros, estos se encontraban totalmente cubiertos de serrín y polvo acumulado y apenas dejaban pasar la ya escasa luz exterior. Los dos hombres cayeron en la cuenta de que no habían cogido linternas, así que tendrían que desenvolverse rápido si no querían que la noche les dificultara el rescate. Nada más entrar en la edificación oyeron un débil llanto en el interior, al fondo. Rápidamente se dirigieron a lo profundo de la nave y allí encontraron a la pequeña, hecha un ovillo en una esquina. Jack se la cargó al hombro mientras la tranquilizaba con palabras suaves y cariñosas y mientras el esquimal le cubría las espaldas, abandonaron la oscuridad, abrazando la exigua claridad existente. Todo parecía demasiado fácil, pensó el sheriff, y como si le hubiese leído el pensamiento, el extraño ser salió de la 44


nada y se plantó ante él, enseñándole las fauces abiertas y dispuesto a atacarle. Jack se quedó petrificado y de forma mecánica cerró los ojos, preparándose para el potente golpe que esperaba recibir, mientras sujetaba a la pequeña con fuerza. Pero el golpe no llegó nunca. A la vez que abría los ojos de nuevo, la criatura emitió un desgarrador rugido y pudo ver como de su hombro izquierdo sobresalía la punta de una de las flechas de Ilasiak cubierta de una sangre tan oscura como la noche, que empezaba a manar abundantemente de la herida. De manera automática, el monstruo desvió su atención hacia el esquimal y con una potente zancada se situó justo enfrente de él, tan cerca que notó como su pestilente aliento le golpeaba en la cara sin piedad, produciéndole unas terribles arcadas. El viejo soltó el arco y sacó un cuchillo de su cinturón con un ágil movimiento, del todo inusual en una persona de su edad asestándole varias puñaladas en el pecho. El animal lanzó de nuevo un fuerte alarido y se defendió con un enérgico revés de su brazo derecho que desplazó a Ilasiak varios metros hasta dar con su cuerpo nuevamente en la fría nieve. De nuevo, la criatura se abalanzó sobre él, decidida a acabar con su vida, cuando sonó un potente disparo que impactó de lleno en la cabeza del monstruo salpicando de sangre y vísceras el rostro del inuit, terminando así definitivamente con la lucha. Jack Raven enfundó su revólver y dándole la mano a la pequeña, ayudó a incorporarse a su amigo con la otra. El esquimal, aunque maltrecho después del ataque no tenía ninguna herida de gravedad y podía caminar solo. Cuando por fin salieron del bosque, de vuelta a Cold Lake, oyeron en la profundidad de la floresta un nuevo aullido lleno de rabia y odio, al que siguieron muchos más. Tendrían que darse prisa y avisar a la gente del pueblo. Esa noche recibirían visita.

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Somos la noche es la película seleccionada por nuestros expertos cinéfilos para este vuestro número cinco de FanZine. Es tal el nivel de exigencia que han alcanzado, que últimamente están coincidiendo en sus críticas que, porque no decirlo, están resultando poco agraciadas para las películas analizadas. Los directores tendrán que ponerse las pilas si quieren, primero que sus películas aparezcan en esta sección, y segundo si quieren que las críticas les sean favorables. Solo hay que echarle un poco de imaginación y dejar que las musas te lleven a crear una obra maestra. ¿No dicen que el hambre agudiza el ingenio? Pues con la crisis que tenemos encima... Si os quedáis con ganas de más, siempre podéis visitar sus respectivos espacios: Jesús Martí (http://www.elterrortieneforma.com) y Juan Vicente Briega (http://microcrticas-byjuanvi85.blogspot.com.es)

SOMOS LA NOCHE Año: 2010 Director: Dennis Gansel Productor: German Federal Film Guión: Dennis Gansel, Jan Berger Fotografía: Torstem Breuer Dirección Artística: Dennis Gansel País: Alemania Duración: 100m. / Color

Ficha Artística Karoline Herfurth, Nina Hoss, Jennifer Ulrich, Anna Fischer, Max Riemelt, Waléra Kanischtscheff, Senta Dorothea Kirschner

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SOMOS LA NOCHE Juan Vicente Briega González http://microcrticas-by-juanvi85.blogspot.com.es “Somos la noche” nace con un solo propósito, el de mostrarnos como se lo pasarían las chicas de “Sexo en Nueva York” si fueran vampiras y nada más, NADA MÁS. Este film alemán, del director Dennis Gansel, nos cuenta la historia de unas vampiras que llevan demasiados años viviendo en el mundo y han aprendido a pasárselo bien, como le demuestran a la recién llegada al grupo, una ladroncilla marginada que pasa de ser la fea con pinta de sidosa, a convertirse en una sex symbol del este, o sea, en un callo para el resto del mundo; entre medias de fiesta y fiesta, hay una trama criminal que no interesa a nadie. Esa sería la sinopsis de este film que no promete mucho y da lo justito para rellenar noventa minutos. No es que el film esté mal rodado, en ese aspecto la película se aleja bastante de la fotografía típica del cine alemán que recuerda tanto y tanto a la serie Rex; un policía diferente -ahí Gansel se lo curra bastante- y los efectos digitales también cumplen, pero es la desgana reinante, en una trama demasiado típica y aburrida, lo que hace que tanto la fotografía como los efectos estén al servicio de un argumento que no da para llenar más de los treinta segundos de un anuncio de perfume o de alguna bebida alcohólica. Luego está la trama policial, una desganada serie de crímenes en los que los cadáveres aparecen con unas marcas de colmillos en el cuello (¿really?) y el policía guapete de turno, que se lleva de calle a la vampira patita fea. No me cala lo más mínimo porque cuando parece que te empieza a contar algo, a Gansel le preocupa más que veamos como las vampiras se hacen coca y se ponen borrachillas. Todo muy torpe. En fin, que la idea ya daba poco por si sola para que además le sumemos el deficiente talento de su director, que lo intenta pero no llega.

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SOMOS LA NOCHE Jesús Martí http://elterrortieneforma.com/ La película que hoy toca comentar es, básicamente, como un grano en el trasero que, dependiendo de la posición en que te sientas, molesta más o menos. Somos la Noche (Wir sind die nacht, 2010) es una producción alemana con un presupuesto de 6.500.000 de euros dirigida por Dennis Gansel responsable de una obra de culto titulada La ola (Die Welle, 2008). El film retoma la figura del vampiro (en este caso vampiresas) más clásico, es decir, no se reflejan en los espejos, colmillos bien marcados, sed de sangre, desprecio hacia la vida humana y otros tantos tics ya habituales en este género. No obstante las vampiras que aquí se muestran no se esconden en polvorientas mansiones ni buscan sus presas al amparo de oscuros callejones, son mujeres que explotan su belleza, viven el día a día (bueno más bien la noche) en toda su plenitud: fiestas salvajes en locales de moda, drogas, sexo, lujo... en fin una adaptación de un polvoriento pasado a los tiempos actuales. A priori esta visión del mundo vampírico, los vampiros en el cine (en los últimos años) son demasiado sensibles y están inexplicablemente acomplejados de su condición, sería un buen punto de partida, pero las buenas intenciones no bastan para desarrollar un buen film. Vayamos por partes; tenemos un buen ritmo (vertiginoso en algunos momentos) que cuadra a la perfección con el modo de vida de las protagonistas, nos encontramos con un buen trabajo técnico con algunos planos interesantes, el acabado visual es notable, y las actrices no molestan (tampoco asombran, que conste); ¿qué falla entonces?, pues varios elementos que son los responsables de que la estructura de una película no quede en un cascarón vacío e intrascendente. Por un lado tenemos un guión flojo, por consiguiente muchas de las situaciones y diálogos presentados son inocentes y faltos de profundidad, limitándose a arañar la superficie de un submundo, por otra parte, interesante. Esta inconsistencia en los personajes y sus motivaciones, socaba continuamente la pretendida seriedad de la película, llegando por momentos a sonrojar y molestar por la inocencia de sus planteamientos; ejemplos de lo anteriormente escrito hay bastantes a lo largo de la obra, pero solo mencionaré las incongruencias que muestran las protagonistas; son seres con muchos años a sus espaldas (con lo cual se desprende que deben tener mucha experiencia asimilada), pero sus reacciones y maneras de actuar recuerdan más a una pandilla de adolescentes que están descubriendo los pla48


ceres de la no vida. Esta constante, digamos, inconsciencia planteada por el guionista / director y explotada hasta la saciedad a lo largo del metraje, no hace más que hundir poco a poco toda la película y llevar, por momentos, al espectador a la total indiferencia respecto a lo que pueda pasarles a las protagonistas. Por otro lado, la gran cantidad de géneros y subgéneros utilizados en Somos la noche, no acaba de funcionar, tenemos toques de acción, terror, gore, thriller, drama y, para acabarlo de adobar, romance; todos ellos bien revueltos pero nada conjuntados, y que derivan en una total falta de acabado narrativo; por supuesto esta indefinición en el estilo también desvela no pocas influencias a las que se pretende homenajear. Tenemos detalles melancólicos y dramáticos en la onda de El Ansia (The Hunger, 1983), tenemos una representación de la violencia emparentada con la vista en Los viajeros de la noche (Near Dark, 1987), hay detalles de Entrevista con el Vampiro (Interview with the Vampire, 1994) y también se nos regala algo de rollo gótico y sombrío (escojan ustedes la película que prefieran). Todos estos elementos (más bien momentos concretos) picoteados de aquí y allá, no ayudan nada a crear una personalidad propia, llevando al film a una deriva de intenciones que parece o recuerda un ‘grandes éxitos vampíricos’ al uso. Por si fuera poco, el pretendido discurso feminista subraya por su inconsistencia la paternidad masculina del mismo, estoy seguro que ninguna mujer aplicaría y/o apreciaría las sandeces de las que hacen gala las chicas vampiras del film, todas ellas con diferentes traumas y todas ellas solucionando esos traumas con una ligereza que entra de lleno en los estereotipos más marcados, recurrentes y... aburridos. La falta de frescura, la incoherencia de su guión, su fallido intento de modernidad, la poca entidad de las protagonistas, la tibieza en sus intenciones y su pretenciosidad sin límites solo nos llevan a una conclusión: Somos la noche puede visionarse pero poco o nada recordaremos una vez finalizada; quizás sea esta su virtud: no dejar huella, pues su intrínseca intrascendencia puede que para algunos aficionados sea un valor a tener en cuenta.

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LA ENT REBEST IA ABSURDA: ÁLVARO FUENTES

Twitter: @alvarofuentesz Blog: http://alvarofuentesz. blogspot.com Álvaro Fuentes nace en Madrid en la década de los ’70, y desde su más tierna infancia se dedica a consumir, en el buen sentido de la palabra si es que lo tiene, toda clase de libros, comics y películas, especialmente de género fantástico y terror. Se puede decir que se las conoce todas como si las hubiese parido, lo que le permite ser especialmente crítico y exigente con las mismas. Si eres escritor o director, harás bien en contrastar lo que piensas sobre tu obra con lo que Álvaro Fuentes piensa. No suficientemente satisfecho con ello, ahora se dedica a inculcar estas dotes en su hijo (¡Qué Dios le pille confesado!) Fundador y lanzador de la línea Z de la editorial Dolmen, pionera del género zombi en el país, de allí salieron muchos de los que ya son grandes clásicos nacionales y autores consagrados. Dolmen sigue editando antologías de relatos como aquellas que él mismo recopiló, antologías que desde ese momento han tenido un notable crecimiento. Ahora dedica su tiempo a bregar con las editoriales para “colocar” las obras de los autores a los que representa, además de crear sus propias obras y colaborar en las creaciones de otros. Adelante pues para sacar los colores a: Álvaro Fuentes.

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¿Drogadicto o teleadicto? Teleadicto. Uso mucho la tele: para ver series, películas, documentales, jugar a la consola, escuchar música, etc… En ella he matado zombis, he rescatado princesas convertido en un fontanero bigotudo, he comandado ejércitos y muchas más cosas. No es una caja tonta si tú no quieres que lo sea. ¿San Valentín o San Cucufato? Ninguno de los dos. Yo rezo a Crom, fuerte en su montaña y si no me hace caso siempre puedo mandarlo al infierno. Y vale para cualquier cosa, encontrar algo que has perdido, conquistar a la persona amada o pedir fuerza para matar a tus enemigos. ¿Calzón largo o medias rosas? Ni lo uno ni lo otro, calzón normal y las medias de rejilla con liguero. ¿Qué prefieres rascarte el reloj o darle cuerda a la oreja? Pues aunque parezca mentira, rascarme el reloj. Es verdad!!! Yo no me quito el reloj para nada, por lo tanto hay veces que se llena de suciedad el cristal y es entonces cuando lo rasco para quitársela. ¿Papa o mama? Los dos, no puedo quedarme sólo con uno. Ambos tienen en común que se merecen un hueco al lado de Crom por haberme aguantado en mis años de adolescente… ¿qué padre no lo merece? ¿Manostijeras o dedos de goma? Manos con los dedos llenos de tiritas. Tengo el “don” de cortarme con cualquier cosa y mis manos tienen varias cicatrices 60


que así lo demuestran. Las hay de todo tipo: hechas por un vaso, por cuchillos, navajas (buscando setas, mal pensados), mordiscos de perros, arañazos de gatos, etc… Menos mal que no soy cirujano o pianista. Más vale primitiva en mano que... ¿Cupones de la once volando? En serio, ¿quién hace estas preguntas? ¿Lo dejáis suelto por la calle? ¿No es peligroso? ¿Arte o forrarte? La gran mayoría de la gente que hace arte tiene como finalidad forrarse. Muchos dirán lo contrario, pero ya os digo yo que en cuanto les pones los billetes delante de la cara, todas las creencias se van a paseo. Lo bueno sería forrarse, sin más; pero si en el proceso creas algo, pues bienvenido sea. ¿chuleta o chuletón? Chuletón y poco hecho, me gusta que sangre. Y si me lo pones con unas patatas fritas… ¿Sol o sombra? Sol, mucho sol. Odio el frío con todas mis fuerzas. La sombra la busco en verano cuando el cerebro comienza a derretírseme de estar tanto al Lorenzo. ¿Ergonomía o economía? ¿Economía? En los tiempos que corren en los que unos pocos se llenan los bolsillos de forma impune y el resto son echados de sus casas dejándoles unas deudas que les condenan de por vida, hablar de economía te pone de una mala hostia enorme. Así que me quedo con ergonomía, por lo menos con ella intentamos obtener un equilibrio que en la economía parece imposible.

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¿Mano rala o mano rota? Os lo tenéis que hacer mirar, de verdad… menudas preguntas. XD Con tener dos manos me vale, las necesito para el mando de la play, escribir y otras cosas que no pienso contaros. ¿Sota, caballo o rey? Prefiero Mana-Dark Ritual-Espectro hipnótico. Pero si tengo que elegir, me quedo con el rey… trasgo. ¿De la mar el mero o de la tierra el cordero? Cordero. Ya decían en La princesa prometida que no hay nada mejor: Sí hijo, el amor verdadero es lo más grande del mundo. A excepción de los bocadillos de cordero, lechuga y tomate, cuando el tomate está maduro y el cordero está en su punto. Y lo que dice el Milagroso Max va a misa! ¿De la virgen del puño o de la virgen del moño? Ninguna de las dos. Me quedo con el Jesucristo colega de Clerks 2. ¿Tras un cocido madrileño...silbas o toses? Directamente me duermo. Mi estómago recluta prácticamente toda la sangre de mi organismo y comienzo a quedarme sopa. No suelo dormir la siesta, pero la del cocido es prácticamente obligatoria. ¿Por dios o par diez? Por favor. Esa palabra que parece que mucha gente ha quitado de su vocabulario. ¿Strip poker o mus corrido? La respuesta me la dejáis a huevo, pero no pienso daros ese 62


placer. XD Bang! Uno de los mejores juegos de cartas que existe, con permiso del Magic claro. El problema es que ni en el strip póker ni en el mus puedo matar a mi amigo Roberto… en el Bang! sí y es un placer. ¿Más vale vivir de rodillas que morir no editado? Hay veces que por salir editado puedes tomar una de las peores decisiones de tu vida y ver tu novela relegada al olvido. Es complicado para un escritor no ver en las estanterías aquello que le ha llevado tanto trabajo y horas de sueño, pero hay veces que es mejor esperar que dar un paso equivocado. Lo mejor es levantarse y luchar por tu obra hasta que llegue al sitio indicado. Conozco un caso en el que tras varias negativas de editoriales, el autor no tiró la toalla y continúo peleando; finalmente su novela ha sido publicada en una grande y con unas condiciones muy buenas. Siempre hay que pelear, arrodillarte y llorar en una esquina no vale para nada. ¿Cabeza de ratón o cola de lechón? Ni ratones ni lechones… leones! Casa Lannister, los leones de los siete reinos! Cuánto daño ha hecho Juego de Tronos… lo siento. XD Entró en la corsetería para comprar... (No sabe no contesta)

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El triunfo de la Muerte – Pieter Brueghel

Hace ya cinco largos años que abandoné la yerma tierra que me vio nacer, tierra otrora rica y productiva, ajena a las envidias, rencores y odios de sus jornaleros, capataces y terratenientes, ¡todos! Salvo honrosas y escasas excepciones, gentes de mala fe, trileros, vendedores de ánimas, especialmente interesados si es con menoscabo y ruina del vecino. Los pocos que no acudían a misa diaria eran fijos de misa dominical, aparentando su piedad, su dolor ante la sangre derramada por el perdón de sus pecados. Los señoritos delante, emperifollados con sus mejores terciopelos y gasas. Tras ellos, en estricto orden, marcado por el poderío económico, los terratenientes, siempre arañando puestos, atentos a impedir el ascenso del vecino con sus afilados codos. A la espalda y de pie, alejados de sus miradas, los jornaleros con sus ajados ropajes. El sacerdote en su púlpito, hablando de igualdad, de piedad, de fraternidad. La paz sea con vosotros. Daos fraternalmente la paz. Señor, no soy digno de que entres en mi casa... Amén. Hipócritas y fariseos. Miles de pañuelos al viento despidieron la goleta Vieja Esperanza en una soleada mañana de marzo de 1833. Las tres primeras jornadas de navegación transcurrieron con calma chi64


cha, días que aprovechamos para jugar a las cartas. La cuarta amaneció con el cielo cubierto por una gruesa capa de nubes que daban al mar un aspecto plomizo. A lo largo de la mañana, las nubes se fueron tornando más y más oscuras, comenzando a descargar con fuerza. El viento fue in crescendo, soplando lateralmente, picando la superficie del mar y levantando muros de agua que golpeaban sin piedad el casco. Al pairo, la goleta se bamboleaba de un lado a otro descendiendo valles y ascendiendo colinas que cambiaban su orientación constantemente, manejada como una marioneta por hilos de viento y agua. Los maderos crujían y se estremecían ante las embestidas que llegaron a provocar la apertura de pequeñas vías de agua imposibles de subsanar. Cuando la noche cayó sobre nosotros, la situación no había mejorado, pero tampoco parecía empeorar. La goleta se defendía como gato panza arriba. La esperanza de que resistiera comenzó a hacerse hueco en nuestros corazones cuando súbitamente un golpe seco, acompañado por un gran estampido, proyectó todo lo no amarrado contra estribor. La nave había sido arrojada contra las afiladas rocas de una desconocida costa, pulverizando todo el costado de estribor y acabando con la vida de muchos pasajeros y tripulantes, cuyos cuerpos se llevaron las aguas para luego arrojarlos con brutalidad contra lo que quedaba del casco. Cada golpe de mar hacía que los restos de la goleta se incrustarán más y más en la roca, haciendo saltar tableros y astillas, mientras cuerpos, provisiones y aparejos flotaban alrededor. La situación era desesperada. Había que salir de allí cuanto antes, y a ese fin nos afanamos todos, sin organización, sin educación, sin piedad. Muchos murieron en el intento, otros conseguimos ponernos a salvo por encima de los cuerpos de los que no lo lograron, todo en la oscuridad más absoluta y a merced de una tromba de agua que se prolongó varias horas, casi hasta el amanecer. Con las primeras luces se abrió ante nosotros una vasta extensión de tierra arrasada, cubierta casi por completo de negras cenizas producto de las erupciones de tres volcanes que, en el horizonte, no paraban de vomitar venenosos vapores. A nuestra espalda el mar gris, tranquilo, saciado, salpicado por las carcasas de embarcaciones de todo calado. La zona arenosa más allá de las rocas era un gigantesco estercolero donde descansaban todo tipo de inmundicias, osamentas humanas y cadáveres. El hedor que desprendían era insoportable, uniéndose en una mezcla letal con el olor sulfuroso reinante. 65


Sobre nuestras cabezas, centenares de aves carroñeras descendían trazando círculos, ansiosos por unirse a los cuervos que ya habían comenzado el banquete. Quizás estuvieran más pendientes de nosotros que de los muertos. No podíamos permitirlo. Corrimos hacia los cuerpos profiriendo alaridos para espantar a los carroñeros, que desafiantes continuaban picoteando o se lanzaban contra nosotros. En esas estábamos, cuando observamos una carreta que se acercaba rápidamente envuelta en una nube de polvo. Parecía negra, tirada por dos hileras de criaturas. Después de todo, había vida en aquella tierra yerma. Alzamos los brazos y las voces en un atisbo de alegría que pronto se convirtió en puro terror, cuando identificamos como esqueletos las criaturas que tiraban del carromato, adornado con incontables calaveras. Salimos en desbandada, sin orden ni concierto. Los esqueletos abandonaron las filas y, siguiendo las órdenes del conductor, recogieron guadañas del interior del vehículo y se lanzaron a la caza y captura de los vivos. Eran muy rápidos. Si alcanzaban a uno en carrera, lanzaban la guadaña contra las piernas amputándolas. Luego arrastraban el cuerpo suplicante hasta el carromato, dejando atrás los inútiles miembros. Los que se postraban de rodillas suplicando clemencia o ayuda divina eran decapitados en esa posición. Abandonaban el cuerpo, dejándolo a merced de los buitres, recogiendo la cabeza para almacenarla en el carromato. Solo los que se rindieron sin postrarse fueron capturados intactos. Los ataron con cuerdas en filas tras el carromato que partió de vuelta por donde había llegado. No sé cuántos conseguimos escapar. Yo lo conseguí gracias a que ninguno fue tras de mí. De otra forma, hubiese sido imposible. Oculto en lo alto de un risco, contemplé sin parpadear todo lo ocurrido, hechos que sobrepasaban lo vivido en mis más horrendas pesadillas. ¡Más me hubiera válido quedarme en mi tierra! Vagué por aquellas tierras inhóspitas durante mucho tiempo sin encontrar nada más que polvo, hasta que al atardecer, alcancé el borde rocoso de un valle por el que no transcurría ningún rio que no fuera de sangre. ¡Era el mismísimo infierno! Una gran cruz blanca estaba colocada en el centro para que todos pudieran verla. De nada servía allí su presencia, quizás como recordatorio de sus pecados, de la razón por la que allí estábamos. Una solitaria casona servía como punto de recepción de carromatos negros. Llegaban a sus puertas de forma constante, descargaban su macabra carga y salían del valle buscando más. Los restos de los asesinados eran intro66


ducidos en la casona por una puerta lateral, saliendo por la principal solo esqueletos. Los desgraciados que seguían con vida eran colocados en masa en el patio de enfrente, donde perros esqueléticos les lanzaban dentelladas. Un gran esqueleto a caballo hacía una selección dividiéndolos en grandes grupos según cual fuese a ser su tormento. Había un grupo para los que sufrirían en la picota, otro para los que lo harían en la rueda, los que serían ahorcados, los que serían entregados a jaurías de perros esqueletos, los que perecerían ahogados, degollados, sodomizados, y un largo etcétera. Cuando el caballero marcaba el destino de cada uno, un par de esqueletos lo recogían y lo llevaban a rastras hasta el lugar apropiado. En el otro lado del patio, frente a una larga mesa, cinco monjes dominicos, con los símbolos del Santo Oficio, anotaban la pena impuesta por el caballero. Un esqueleto hacía tañer una gran campana. Las ruedas y picotas de tortura estaban colocadas en lo alto de enormes mástiles, más altos que la cruz blanca. Estaban clavados por todo el valle. Colocaban al infeliz y quedaban aguardando que pereciera, mientras les provocaban toda clase de tormentos y sonreían al escuchar los alaridos que proferían. Cuando morían, los mismos esqueletos se encargaban de bajar el cuerpo para dejar libre el mástil. Conducían los restos hasta la casona donde se les transformaba para engrosar las filas del ejército de los muertos, portando una pequeña tapa de ataúd como escudo y una guadaña como arma. Esa era la finalidad de la casona, la producción de esqueletos que desde ese momento comenzaban a asediar a los vivos. Alrededor de un abrevadero, de los que usa el ganado para beber, doce nobles eran obligados a beber el orín que generaba un rebaño de ovejas custodiado por perros esqueléticos. Los esqueletos recogían los excrementos en cubos de madera que vertían dentro de la fuente. Sentado en el borde, un esqueleto con el pelo largo tocaba con su laúd hirientes melodías que les ridiculizaban, mientras un esqueleto bufón con jubón a cuadros hacía cabriolas y les golpeaba con su bastón en el trasero. Pese a la suciedad, se percibía el lujo de sus ropajes y el brillo de sus joyas, incluso una corona real. De nada servían allí todos sus títulos y posesiones. En otro punto, pude contemplar cómo se ultrajaba a un grupo de mujeres desnudas o con poca ropa. Los esqueletos usaban palos o huesos humanos para penetrarlas brutalmente. A su lado también se penetraba a varios hombres entre los que se encontraban miembros del clero. 67


Parecía que había un rincón específico para hacer pagar los excesos por cada uno de los siete pecados capitales. Todo esto es lo que contemplé en aquel valle de horror, antes de que la repugnancia me hiciera perder el sentido. Cuando recobré el sentido, todo seguía allí, igual, ejecutándose con la misma precisión, con la misma crueldad. Me alejé todo lo rápido que pude dirigiéndome hacia la costa. Improvisé una balsa con unos cuantos maderos y me lancé al mar. Pasaron muchos días. Abrasado por el sol, sin nada que beber ni comer más que mi propio orín, cada vez más escaso. Deseé que me llegara la muerte. A punto estuvo de alcanzarme. Cerré los ojos y me deje llevar. Cuando desperté, me encontraba en una goleta de nombre Vieja Esperanza. Me habían rescatado cuando estaba en el albor de la muerte. Me cuidaron y alimentaron hasta que recuperé las fuerzas. Luego, un gran vendaval nos sorprendió arrojándonos contra una costa rocosa. Muchos perecieron...

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LA RESEÑA: WOLFGANG STARK, EL ÚLT IMO TEMPLARIO ALEXIS BRITO DELGADO EDITORIAL SELEER PÁGINAS: 164 http://www.alexisbrito.com Sobre el autor: Alexis Brito Delgado nació en Tenerife. Ha sido ganador y finalista en varios premios en las categorías de cuento, relato, y poesía. Ha publicado textos en varios libros y antologías, y actualmente tiene publicadas cuatro novelas. Sinopsis: a principios del siglo XIV la Orden del Temple ha sido aniquilada por la Santa Inquisición. Es en ese momento cuando nace la historia de Wolfgang Stark uno de los pocos caballeros de Dios que ha sobrevivido; un alma errante que se impondrá a sí misma la ardua tarea de peregrinar por el mundo, luchando contra el pecado y la tiranía. Opinión: Alexis Brito Delgado nos introduce de lleno en el siglo XIV, usando como telón de fondo la traición perpetrada por parte de la Santa Inquisición, el papa Clemente V y el rey Felipe IV hacia la famosa Orden del Temple, también conocida como de los pobres caballeros de Cristo, de la que nuestro protagonista es miembro. El punto de vista del autor resulta interesante y acertado, ya que es capaz de combinar con maestría elementos puramente históricos con altas dosis de fantasía; así, el protagonista se enfrentará a la Santa Inquisición, salteadores de caminos, piratas tratantes de esclavos, tribus caníbales e incluso oscuras sectas adoradoras de demonios, pero también lo hará, en su parte mas fantástica contra descomunales monstruos marinos, pequeños e implacables duendes y demonios del averno, entre otras terroríficas criaturas. La personalidad misántropa y hosca del protagonista, producto de sus sentimientos de culpa por los hechos que se narran al principio de la novela hace que no lleguemos a disfrutar de su compañía al cien por cien, llegando en ocasiones a resultar demasiado montaraz incluso para el lector, como sin duda debe de hacer cualquier antihéroe que se precie. La pérdida de sus inquebrantables y férreos principios se va acrecen69


tando a medida que avanzamos en la historia y aunque Stark logra mantener intacta su fe, sí es verdad que en ocasiones ésta peligra bastante debido a las duras experiencias que irá recopilando en sus viajes, en los que recorrerá prácticamente toda la Europa del XIV. El estilo narrativo de la novela es notable, al igual que el ritmo. Alexis Brito ha sabido intercalar de forma muy natural partes repletas de luchas encarnizadas (la mayoría de ellas) con las partes más tranquilas, dedicadas casi todas a momentos de introspección del personaje principal y rememoraciones del pasado, que nos permiten tomarnos un respiro entre tanta acción desenfrenada. El autor demuestra una tremenda facilidad para describir escenas de combates y hace al lector disfrutar de las mismas, haciendo que éste se comprometa con la acción de manera casi visual. Como punto negativo sólo puedo marcar la escasa línea argumental de la obra, pareciendo cada capítulo independiente del resto en algunos de ellos, en detrimento de la continuidad de la historia, algo que según los gustos del lector tampoco debe restarle enteros a la novela. En definitiva una historia que hará las delicias, tanto de los seguidores de la novela histórica dedicada a los famosos Caballeros del Temple, como de los que gustan de la espada y brujería con elementos fantásticos. Cumple con las expectativas y posee una extensión ideal para que obras de este tipo no resulten tediosas. Sergio Fernandez

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Ilustraci贸n: Carlos Rod贸n 71


Hola querido lector. Me llamo Gloria y pertenezco a Los Desconectados. Llevo tres días escondida en el cuarto de las fotocopiadoras del sexto piso del edificio donde trabajo. Tiene un amplio ventanal por el que he visto tres preciosos amaneceres. Tengo agua, café, leche en polvo, azúcar y galletas para un par de meses pero, no dispongo de tanto tiempo. Todo empezó hace tres años, cuando una compañía lanzó al mercado una aplicación para chatear con el teléfono móvil. En este tiempo es famosísima pero, posiblemente, cuando leas estas líneas el nombre Whatsapp no te dirá nada o quizás haya pasado a la historia como algo que en realidad no fue. Por eso, quiero contarte toda la verdad. En la oficina los dos más frikis de la planta se compraron un Android. Bajábamos al desayuno y se les veía sonriendo mirando la pantalla de su teléfono y tratándolo con tanto cuidado que parecía que tuvieran su delicada alma entre las manos. El resto seguíamos con nuestras charlas o bromas, pero ellos se quedaban como aletargados. De pronto se reían y les preguntabas qué pasaba y siempre te respondían “es que como no tienes whatsapp, no te enteras de nada”. Poco a poco el resto de mis compañeros fueron comprándose otros móviles porque la gente de esta sociedad no soporta la marginación y el no poder whatsappear se estaba convirtiendo en eso, una marginación. Yo fui la única que me mantuve al margen. Siempre me ha gustado la canción de Alaska de A quién le importa lo que yo haga, a quién le importa lo que yo diga, yo soy así, así seguiré, nunca cambiaré Así que, mantenerme fuera de este asunto no fue demasiado duro. Sé que me perdí muchas cosas y risas pero, a veces, me parecía asombroso verles pegados a su aparatito todo el santo día mientras el tiempo y la vida pasaban a su lado sin que le dedicaran ni una sola miradita. Esto mismo pasó en todos los entornos. Ibas al mercado y se veía a las señoras mayores con su móvil en las manos, esperando un tutitú mientras pedían un kilo de carne picada, o el frutero tardaba el doble en atenderte porque entre pesada y pesada tenía que mirar el móvil para ver lo que el pescadero acaba de decirle sobre el cliente que tenía. A la salida de los colegios había corrillos de niños con sus teléfonos en mano leyendo y soltando alguna carcajada o improperio de vez en cuando. Por la calle podías ver a gente haciendo fotos a un escaparate y paseando el dedo por la pantalla para 72


decirle a un amigo que en tal tienda tenían la colonia X de oferta. En las terrazas la gente fotografiaba la caña de cerveza y la tapita para dar envidia a sus amigos, que a esas horas seguían trabajando. Incluso llegué a ver varias veces al hombre del tiempo de la TVE1 mirando el móvil mientras daba el pronóstico, porque no podía esperarse 10 minutos a leer el mensajito de whatsapp que alguien le había enviado. La gente se volvió loca. Todo el mundo quería un móvil de última generación con pantalla táctil extragrande para poder parlotear y parlotear. Llegó un momento en que quedar con la gente se volvió algo sin sentido. Se sentaban 4 o 5 personas entorno a una mesa, sacaban sus teléfonos, los situaban en la mesa a mano y, poco a poco, iban cayendo cada uno de ellos en la tentación de ponerse con el Whatsapp. Antes de que pasaran 10 minutos, cada uno de ellos estaba hablando con otra persona no presente y, a la vez, estaba poniendo mensajes en el grupo en el que estaban incluidos el resto de los de la mesa. El primer día en que verdaderamente saltaron las alarmas, fue cuando apareció una noticia en la que se decía que la gente había empezado a encastrarse en la palma de la mano el móvil mediante una carísima operación que se realizaba en algún que otro hospital privado. La llamaban telefonoinjerto. Esto te permitía tener el teléfono siempre a mano y no tener que preocuparte en cargarlo, ya que mediante un conector incrustado bajo la piel de la muñeca, el móvil chupaba la energía del propio cuerpo. No tenía efectos secundarios y el mismo día de la operación podías irte a tu casa con el móvil perfectamente activo, o eso es lo que decían. El programa había conquistado a gentes de todos los niveles adquisitivos, condiciones y creencias. De hecho, en los países en que los que las elecciones políticas estaban cercanas, todos los grupos políticos prometía en su campaña electoral “operaciones gratuitas de telefonoinjertos”. En el trabajo, como era de esperar, fueron apareciendo poco a poco cada vez más con su móvil insertado en la mano. Yo dejé de bajar al desayuno porque era la única que mantenía la cabeza en alto (el resto siempre tenían la vista clavada en la mano). En poco tiempo aparecieron miles de asociaciones a favor de la operación y, curiosamente, muy pocas en contra. Era difícil encontrar grandes detractores que tuvieran la fuerza y astucia suficiente como para formar un grupo de presión. En ese momento fue cuando lo vi claro, tenía que formar una asociación fuerte. Me puse a buscar por Internet asociaciones, foros, grupos o lo que fuera, de gente que estuviera en contra de la operación. Me puse en contacto con ellos y empezamos a maquinar y orquestar todo un conjunto de acciones

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en plan Resistencia. Creamos una red de gente afín a nuestros ideales a la que denominamos Los Desconectados. Hace cinco meses empezó la hecatombe. Alguna empresa vendió al gobierno norteamericano una aplicación para obtener información (sin necesidad de autorización) de los móviles insertados. En todo momento podían saber dónde estaba una persona, con quién se relacionaba y de qué temas le gustaba hablar. Pero, no solo eso, como el móvil era ya parte de su cuerpo, podían sacar analíticas completas de él: colesterol, presión arterial, si se metía alguna droga o si tomaba medicamentos, incluso, datos de su estado anímico. Y, lo más importante, podían obtenerse vídeos con audio y todo, ya que las imágenes que pasaban por el cerebro podían ser capturadas. En un mes más, el tema fue más lejos aún y consiguieron emitir sencillas órdenes al cerebro del telefonoinjertado. Esto fue un descubrimiento para todos los gobiernos. Representaba el control absoluto de sus pueblos. Hubo una conferencia secreta a nivel mundial de los jefes de gobierno de los países más ricos o influyentes y todos convinieron en la creación de un fondo especial de dinero para poder sufragar el gasto de imponer el telefonoinjerto a toda la población. Crearon un plan de contingencia. Un mes para recaudar los fondos necesarios (recaudación de fondos). Un mes para dotar a todos los hospitales y centros de salud, públicos y privados, de la tecnología y conocimiento necesarios para realizar la operación (dotación de centros). Un mes para que la gente acudiera a estos hospitales y se realizara la operación (periodo de voluntariedad). Tras este tiempo, se redactaría en cada país la Ley de Telefonoinjerto, en la cual se declaraba como obligatorio el uso y disfrute del telefonoinjerto. Todo aquel que no tuviera un móvil en su cuerpo, sería perseguido como si de un criminal se tratara, por considerar que tenía asuntos sucios de los que no quería informar al Estado. Al entrar en vigor la Ley de Telefonoinjerto, en los telediarios empezaron a salir todos los días eslóganes del tipo “Si conoces a alguien sin el móvil en su cuerpo, no te acerques a él. Posiblemente sea peligroso y hasta puede ir armado. Avisa a la policía lo antes posible”. Aquello se convirtió en una cacería de brujas. Las personas mayores fueron las primeras en caer. O no veían el telediario o “ya no estaban para estos trotes” y sentían horror a someterse a una operación de cualquier índole. Tras esto se persiguió a gente rica e importante que, por los negocios turbios que les habían enriquecido, no tenían ninguna gana de que el Estado metiera las narices en su vida. Algunos políticos y gente que ocupaba cargos importantes en el clero también se resistieron. Artistas que tenían cuentas en paraísos

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fiscales, deportistas con sueldos astronómicos o jóvenes que pertenecían a movimientos izquierdistas también estuvieron en las listas negras de persecución. Estas personas eran capturadas, operadas y devueltas a sus entornos, como si fueran aguiluchos a los que se captura para marcar y se les libera de nuevo para poder hacer un seguimiento de ellos. Teóricamente, volvían a sus vidas normales y no había represalias. Pero, curiosamente, sus actitudes cambiaban en pocos meses… siempre a favor del Estado. Los Desconectados conseguimos tener varios pisos francos y una ruta de escape hacia África, donde, gracias a que en muchos países aún no se han instalados las redes necesarias, sabíamos que esta dominación no llegaría. Hoy en día tenemos médicos que nos hacen una operación en la cual se simula la inserción del móvil en nuestras manos, pero no llegan a conectarlo al cuerpo. Tenemos que cargar el móvil como antiguamente, pero está dando un buen resultado y nos da el tiempo suficiente como para escapar o preparar la salida de algún compañero. Hemos conseguido liberar a miles de personas. Son libres e independientes. Nadie domina ni su pensar ni sus actos. Viven en algún lugar del continente africano, bajo las arenas del desierto que no puedo desvelar por escrito para protegerles. Para mi desgracia, el otro día alguien dio un soplo sobre mi estado de desconexión. Mi foto ha salido en muchos medios de comunicación de este país y de otros varios, por lo que me han dicho. He roto toda comunicación con Los Desconectados. Solo me queda terminar este escrito y esconderlo bien para que tú, mi futuro lector, sepas que hubo un reducto de gente que no quiso ser dominado y luchó con cada gota de su sangre por ti. Mi querido lector, no puedes ni imaginarte todo lo que daría por verte y saber de ti. Me encantaría poder contarte todo esto de viva voz y que tú me contaras cómo es la vida en el momento en que estás leyendo esto, pero hoy es mi último día de vida y no podremos conocernos. Espero, de todo corazón, que seas libre de pensamiento y obra. Si lo eres, no nos olvides y transmite nuestra existencia. Nosotros plantamos la simiente de la libertad para que vosotros, hijos de nuestros hijos, pudierais ser felices. Estoy muy orgullosa de lo que he hecho. No me arrepiento de nada y no cambiaría nada. Recuerda, mejor morir libre que vivir controlado. Un abrazo enorme, Gloria.

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2012/ Drácula 3D - Dario Argento. 2011/ El Rito - Mikael Hafström. 2005/ Sin City - Frank Miller & Robert Rodriguez. 2001/ Abejas Asesinas - Jeff Hare. 1997/ Hemoglobina - Peter Svatek. 1992/ Segundo Sangriento - Tony Maylam. 1991/ Peligrosamente Unidos - Lewis Teague. 1989/ Furia Ciega - Phillip Noyce. 1986/ Se Busca Vivo o Muerto - Gary Sherman. 1986/ Carretera al Infierno - Robert Harmon. 1985/ Los señores del Acero - Paul Verhoeven. 1985/ Lady Halcón - Richard Donner. 1983/ Clave: Omega - Sam Peckinpah. 1982/ Blade Runner - Ridley Scott. 1981/ Halcones de la Noche - Bruce Malmuth. 1973/ Delicias Turcas - Paul Verhoeven.

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Se escuchaba el eco de un irritante pitido que resonaba tan fuerte que habría despertado a los muertos de sus tumbas. La suciedad cubría todo y la poca luz que había procedía de los mandos y paneles que claramente se habían colocado desordenadamente y sin tiempo. El aparato más grande y alargado se abrió unos milímetros expulsando una espesa nube blanquecina y helada que salió con fuerza de su interior. El delicado proceso que conllevaba la descongelación tardó varias horas en acabar, por suerte, James modificó el programa añadiendo un nuevo protocolo para que, en caso de acabarse la energía, automáticamente liberase y despertase a Shana. Debía ser un proceso lento, ya que su cuerpo mantenido a varios grados bajo cero debía acondicionarse antes de despertar del letargo. —Uhm… —sentía un hormigueo por todo el cuerpo. Abrió los ojos con pesadez, solo vio oscuridad y pequeñas luces borrosas. Se incorporó después de un rato y se llevó una mano a la cabeza, sentía un martilleo horrible y ganas de vomitar, pero gracias a dios tenía el estómago vacío. —¿Dónde… dónde estoy? —preguntó tosiendo varias veces— ¿Papá? Tragó saliva con dificultad y se puso en pie. Se tuvo que agarrar a la cámara abierta porque las piernas no le respondían, las sentía débiles y se tambaleaba. Respiró varias veces intentando tranquilizarse, cuando se sintió un poco más fuerte y menos desorientada, se quedó mirando aquella cosa de la que acababa de salir. —¿Qué es esto? —dio unos pasos mientras pasaba una mano sobre el aparato cubierto de mugre. Se sentó con el ceño fruncido e intentando recordar, pero lo último que había en su mente era el ataque que había sufrido en plena noche, después de aquello no había nada más que dolor y la sensación de sueño. —Vale —se puso en pie de nuevo—, si estoy aquí es por algo. Tuvo que ser papá… estoy segura, y si ha sido él, tuvo que dejarme algo. Comenzó a tantear a su alrededor, pero casi no había nada. En el suelo, junto a una de las máquinas con cables 78


encontró una linterna que tenía una luz suave, indicio de que quedaba poca batería, pero con su luz pudo ver a su alrededor las paredes y todo lo que allí había. —Parece un sótano. ¿Y qué diantres es esto? —hizo un gesto levantando ambos brazos mientras iluminaba la cámara. Suspiró mientras se dejaba caer de rodillas y apoyaba la cabeza sobre ambas manos, había muchas preguntas sin respuesta y mucha confusión. Cuando fijó la vista al frente, vio en la parte baja de la cámara una pequeña línea y una hendidura, el espacio perfecto para meter la mano. Instintivamente alargó el brazo, metiendo los finos dedos y tirando, se movió ligeramente pero parecía atascado, después de ejercer un poco de fuerza se acabó abriendo un pequeño compartimento en el que había una mochila de pequeñas proporciones y unos papeles. —Es la letra de papá… —dijo cogiéndolos— Pero no se ve muy bien lo que está escrito. Comenzó a leer las partes legibles esperando poder unir las palabras para comprender algo sobre su insólita situación. “Shana… ya no estaré… ataque… cielo… te dejo medicina… sé fuerte… mamá y… te queremos… no sé… estarán las cosas… mal… vive”. Frunció el ceño sin entender demasiado, abrió la pequeña bolsa para meter los papeles y vio varios frascos de cristal e inyecciones, no se sorprendió, pues llevaba sus veinte años de vida recibiendo pinchazos para poder vivir. —Será mejor que salga de aquí. Abrió la puerta y caminó por el oscuro y frío corredor con la linterna en la mano y la bolsa colgada al hombro. Era curioso, pero se sentía llena de fuerza, era una sensación que ni siquiera recordaba haber tenido jamás. Subió por unas incómodas escaleras metálicas, había muchas, pero su cuerpo parecía soportarlo, de nuevo se sorprendió, pero decidió parar cada varios escalones por si acaso, no quería forzarse demasiado y tener un nuevo ataque. Después de un rato salió por una puerta de seguridad y vio que se encontraba en alguna clase de oficina, porque había pequeños despachos por todos lados y puertas con ven-

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tanas de cristal. —Cada vez entiendo menos… —murmuró caminando por el lugar que estaba claramente abandonado. Intentó abrir algunas puertas pero fue imposible, entonces se fijó que en la pared junto a ellas había un pequeño dispositivo para meter tarjetas-llave como las que su padre James siempre usaba y tenía. Así que pensó que tal vez con una, podría salir. —Pero si no hay electricidad… —miró a su alrededor buscando algo que pudiera ser de ayuda— Tal vez allí. Al final del ancho pasillo había un despacho con la puerta a medio abrir, parecía más grande que los demás así que supuso que sería de alguien importante. Sin perder tiempo caminó hacia allí. Observó el lugar cuando ya estaba dentro, parecía un despacho normal, una mesa grande, algunos armarios, fotos familiares… La silla estaba girada, así que se acercó y le dio la vuelta, en aquel momento gritó tan fuerte que sintió una punzada en la garganta, al dar un paso atrás tropezó para caer al suelo golpeándose el trasero. — Esto... no... Su cara expresaba el terror que estaba comenzando a inundarla por completo. En la silla había una persona sentada, o al menos lo que quedaba de ella, porque no había más que ropa hecha jirones y un cuerpo esquelético sin un solo pedazo de piel. Al cuello tenía algo colgado, una de las cosas que necesitaba para salir, la tarjeta. —Dudo que esto sea un sueño, porque me duele… —se levantó frotándose el trasero— En la carta de papá ponía algo de ataque… no sé a qué se referirá, pero esto no es normal, lleva muerto mucho tiempo… La muerte en sí no le preocupaba, había dejado de temerla hacía muchos años. Shana era más consciente que el resto de la población de que moriría por su enfermedad, pero ver aquello había sido una terrible sorpresa, y bastante desagradable en su opinión. —Tengo que salir de aquí y saber qué está pasando… —se acercó al cuerpo y agarró la llave, cuando intentó sacarla

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con toda la delicadeza de la que fue capaz, el cráneo cayó al suelo con un ruido seco— Lo siento... Se alejó sin dejar de mirar al hombre un poco incómoda por lo que acababa de suceder y salió del despacho. Su siguiente paso era buscar algún generador, necesitaba una fuente de energía o algo que pudiese encender las puertas, ya que de otra manera jamás saldría. Dio vueltas y entró en otros despachos, no parecía haber más muertos en el lugar, cosa que agradeció, no se sentía cómoda profanando los restos de nadie. —Esto me servirá —en la mesa de uno de los últimos despachos había una goma para el pelo—, hay mucho polvo por aquí. Se recogió la melena castaña clara en una coleta alta que aun así, le llegaba por las caderas. Resultaba un poco incómodo llevarlo suelto allí, en casa estaba acostumbrada, pero nunca salía de ella. —¡Es verdad! —gritó sorprendiéndose de pronto y mirando a su alrededor con un renovado interés que brillaba en sus ojos verdosos— Es la primera vez que estoy en otro lugar que no sea en casa... Cuando era pequeña había salido algunas veces al jardín, pero solo cuando se encontraba bien y el clima era templado, estaba tan absorta en lo ocurrido que no se había dado cuenta de absolutamente nada, y ahora, su corazón palpitaba de emoción, aunque en el fondo sabía que no estaba allí por nada bueno. Apartando la emoción y todos los pensamientos que ésta le provocaba, siguió buscando hasta que encontró otra sala pequeña de mantenimiento repleta de diferentes máquinas, no era una experta en aquellos temas, pero al pasar tanto tiempo en casa había aprendido muchas cosas que el resto de chicas de su edad jamás conocería, y su padre se había ocupado de hacer crecer en su interior una curiosidad muy grande por las máquinas y tecnologías. —Cuando tienes tan pocas distracciones —casi canturreaba mientras iluminaba los aparatos con la linterna—, acabas arreglando las cosas de casa. Supongo que ahora me vendrá bien… y eso que en su día mamá nos gritó por trastear con los cacharros. Toqueteó algunas válvulas que no parecían servir de nada y abrió la puertecita de uno de los armarios, dentro había

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varios interruptores que no sabía para qué eran, pues carecían de etiqueta o nombre, así que uno a uno los fue probando hasta que le pareció escuchar un suave sonido. Sin cerrar la puerta, dio marcha atrás y asomó la cabeza por el umbral por el que había entrado minutos antes, vio pequeñas luces de color rojo por todo el lugar. —¡Bingo! —se alegró comenzando a ir a paso acelerado hacia la puerta de salida— Ahora, veamos si esta llave funciona… Cogió la tarjeta que le había quitado al hombre esquelético y la pasó con suavidad, el color se mantuvo rojo, así que probó varias veces más, al final cambió a verde provocando que suspirase tranquila, parecía que por el momento, volvía a ser libre. Así que sin perder más tiempo atravesó la puerta que se abrió sola y se encontró una imagen poco tranquilizadora. —¡Dios mío! —caminó varios pasos hasta quedar en el centro. Era una especie de hall en el que había muchas otras puertas como la que acababa de cruzar, seguramente llevaban a diferentes secciones del edificio. Shana no tuvo que pensar mucho, resultaba evidente que era algún complejo del gobierno en el que seguramente había trabajado su padre. En el suelo había muchos otros cuerpos, o más bien esqueletos con ropas viejas, deterioradas y raídas que habían perdido incluso su color. Era preocupante, porque aquello solo podía indicar que había pasado mucho, muchísimo tiempo… —Estos agujeros… —pasó una mano por la pared ennegrecida de metal, donde unos huecos más grandes que el tamaño de su puño lo habían aplastado y parcialmente derretido— Parecen alguna clase de disparo. Suspiró cerrando los ojos, quería prepararse para lo que se iba a encontrar, pero estaba segura de que sería imposible imaginar lo que habría fuera. Así que armándose de valor, caminó hacia lo que pensó que era la salida, atravesó varios puestos de seguridad vacíos, caminó sobre más cuerpos, esta vez con ropa que le pareció militar, y llegó a la salida. Estaba a las afueras, pues acababa de emerger de una enorme montaña. Cerca de la salida que acababa de cruzar y que parecía una cueva enorme, había viejos aviones y helicópteros negros casi completamente destruidos.

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Buscó con la mirada inquieta algún medio de transporte, porque no estaba segura de estar cerca de la ciudad, y una caminata demasiado larga sería arriesgada, sin embargo paró su búsqueda sintiéndose frustrada. —Aunque encuentre algo… no creo ser capaz de manejarlo —confesó—, y dudo que funcione nada. Decidió comenzar a caminar mientras su cabeza al fin empezaba a trabajar a toda la velocidad de la que era capaz. Por primera vez en veinte años estaba caminando por el exterior y no se sentía mal, aunque sí un poco cansada. Se sorprendía a sí misma de su control, no estaba tan nerviosa, y teniendo en cuenta que acababa de ver a más de treinta personas muertas, le resultaba increíble que pudiera mantenerse tan fría. “Supongo que es lógico”. Pensaba mientras observaba los árboles que se alineaban en ambos lados de la carretera. “Mi vida nunca ha sido normal, la muerte no es algo a lo que le tema...” Desde luego, con una vida apartada de todo, su manera de ver el mundo no era corriente, porque un mundo que no conocía y que era casi ajeno a ella, no la sorprendía ahora que parecía estar vacío y destruido.

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Fue un día de otoño, más concretamente un quince de Noviembre. Esa mañana, en el pueblo todavía tenían todas las palabras; pero, a media tarde, la gente empezó a darse cuenta de que había palabras que no podían decir. Primero desapareció la a, la palabra más corta que empieza por a. La gente decía, por ejemplo, “mañana voy ir tu casa” o, “Ayer vi tu padre que iba trabajar”. Bueno, así, todavía no parecía tan grave. Parece que la gente se seguía entendiendo, de hecho muchos ni se dieron cuenta del asunto... Hidey y Carla eran dos niñas raritas, muy raritas que vivían en este pueblo. Carla tenía unos ojos duros y negros como el azabache. Hidey era una niña pequeña, morena, suave, esto me recuerda a un burrito que tuvo un famoso escritor andaluz que no escribía cuentos para niños. No daba ninguna impresión inquietante. Era un tanto salvajilla, una chica de campo y 84


montaña. Viéndola de lejos siempre daba la impresión de un animalillo trotando caóticamente por un prado florido; parecía tierna y mimosa pero, como se vio a lo largo de los acontecimientos que sucedieron durante estos fríos días de Noviembre, era seca por dentro, con un corazón duro y oscuro como de madera de ébano; aunque nada comparado con el corazón de Carla, cuya maldad ya se adivinaba porque su mirada siempre era directa a tus ojos y, una vez establecido el contacto visual, producía un viento helado en tu interior. Ese día las dos amigas estaban jugando por debajo del almacén municipal del pueblo, y, en sus correteos, acabaron descubriendo una polvorienta escalera oculta tras una estantería. Eran niñas raritas y estas cosas no les daban miedo, sino todo lo contrario. Así que, subieron por ella y llegando a una puerta que decía: ALMACÉN DE PALABRAS. - ¡Qué extraño! - pensó Hidey. - Sí, ¡qué divertido! – contestó mentalmente Carla. Hidey y Carla no hablaban nunca en voz alta, pero mantenían grandes conversaciones y juegos mentalmente. Tocaron el pomo de la puerta y, ¡uhí, qué cosas! ésta se abrió dócilmente. Lo que vieron allí dentro era como la versión literaria de la cueva de Alí Babá; había montañas de papeles, libros y legajos polvorientos. Casi al unísono, Hidey y Carla tuvieron la misma idea: - Aquí hay que hacer limpieza. Porque, aunque eran unas niñas raritas, eran muy limpias y cultas. Se pusieron a desempolvar todo aquello a base de golpes y manotazos. Encontraron una escoba y barrieron, barrieron, barrieron todo entre risas y carreritas. Al día siguiente, volvieron al almacén al acabar las clases. Había sido una clase extraña sin el uso de la palabra “a”. La profesora tuvo que decir cosas como “Laura, sal hacia la pizarra” en vez del clásico “Laura, sal a la pizarra”. El segundo día, Hidey y Carla empezaron a mover los libros para colocarlos por tamaños. De pronto, se dieron cuenta de que entre el polvo que se levantaron había una especie de pelusas que volaban alegremente y salían por la ventana. Cuando miraron de cerca algunas de esas pelusas, vieron emocionadas que eran PALABRAS. ¡Se estaban yendo por la ventana! Como todo el mundo sabe, cuando las pelusas vuelan libres al viento fuerte de montaña es imposible recuperarlas... Ese día por la noche, en el pueblo, ya habían desaparecido todas las palabras que empiezan por a, b (ya no había bancos, bebidas, burros...) y c (desapareció correo, cultura, castidad...). Cuando desapareció la d, desapareció dinero. ¡Peligroso! Ahora sí que todo el mundo se estaba dando cuenta de la 85


desaparición de palabras. Empezaron a buscar la causa de la desaparición, pero era cada vez más complicado ponerse de acuerdo entre ellos para hacer algo efectivo. Por ejemplo, para decir “hay que buscar a los responsables de esta desaparición y darles un buen escarmiento para que devuelvan las palabras que han robado” sólo podían decir “hay que los responsables del robo y darles un escarmiento para que retornen las palabras que han robado”. Al tercer día, Carla y Hidey estaban deseando acabar el cole para irse al almacén. Sabían que ellas eran la causa de este desbarajuste. Se miraban y se reían, con fuertes carcajadas... dada su malévola naturaleza. A partir de ese día, abrían la ventana de par en par y se dedicaban a lanzar las palabras por la ventana. Cada vez era más y más divertido ver al resto de gente intentar comunicarse. Disfrutaban profundamente observando cosas un poco extrañas: gente corriendo en círculo, corrillos de gente gesticulando y sin emitir palabra alguna, gente sentada a la puerta de sus casas, llorando y gimoteando. Cuando ya habían desaparecido las palabras que empiezan por a, b, c, d y e, ya sólo salía de sus gargantas algo así como “hay que los responsables y un buen para que las palabras que han robado”. Evidentemente, para cuando desaparecieron los verbos y los adverbios ya les fue completamente imposible llegar a alguna acción que fructificara en una solución de este gravísimo problema... en un mensaje que lanzaron en una botella al río sólo se leía “LAS LA”. Antes de estos extraños sucesos, podría haber puesto algo así como “HEMOS PERDIDO LAS PALABRAS Y LA ESPERANZA”.... Menos mal que en el pueblo de al lado, aguas abajo, alguien encontró la botella con el mensaje. No era la primera vez que pasaba algo parecido; un anciano del lugar recordó que su abuelo le contó una historia rocambolesca con una botella con un mensaje igual de enigmático y algo de un cuarto secreto en el almacén del ayuntamiento. Así que, en dos días, llegó un delegado del pueblo de abajo con un carro lleno de palabras y arreglaron el estropicio como buenamente pudieron. Hidey y Carla se apenaron porque se les había terminado la diversión, pero pudieron organizar otro jueguecito que ellas llamaron “LOS ESCRITORES QUE NO PODÍAN PONER SUJETO-VERBOPREDICADO”. Sólo podían escribir cosas como: “Precaución”, ¡Viva Fulano!, “No aparcar”, “Venga chá”, “Whachaaaa!”, “Chachi Piruli”... Pero esa es otra historia...

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El mundo está enfermo de poder y vacunado de miseria. La gente común ha perdido el sentido, la sensibilidad y la posibilidad de hacer juicios individuales; ahora son gobernados por voces que truenan y disponen bajo el firmamento, similares en poder a dioses helénicos. La religión está tan muerta como las tablas que forjaron sus principios morales. Moisés suena ya a milonga, Jesús a revolución frustrada, y en lo más profundo del corazón humano cabalgan briosos cuatro jinetes con blasón horrendo y más que fatídico. Existe una próspera población que ignora o desprestigia esa otra forma de vida que supuestamente afecta al progreso, a la paz e incluso al futuro de la raza humana, pero que, en la academia de lo estrictamente moral, sienta cátedra la idea de que el mundo ha quedado reducido a dos formas de vida sin parentesco: Pobres y Diablos; Abeles y Caines. ¡Es el principio del fin! En la plaza mayor de una remota aldea, en el centro geográfico de una de esas naciones mal recordadas por el hombre “moderno”, vivían doscientos aldeanos aletargados e ingenuos, gente afortunada, en cierto modo, por ignorar los efectos del progreso. Tenían estos la vaga noción –como los pueblos evolucionados pudieran tenerla acerca de la existencia de vida inteligente en otros planetas- de que en el mundo exterior existían cosas como los ferrocarriles y los barcos autopropulsados, televisores, periódicos, teléfonos, guerras, injusticia…, pero carecían de experiencia directa con ellas, y no les despertaban mayor interés del que pudieran suscitarles los asuntos que no tuvieran que ver con la lluvia o el sol, las fases lunares o el comportamiento de la tierra. Ponían toda su alma en transformar la materia prima rescatada de las inmediaciones de su aldea para abastecer sus necesidades imprescindibles; ni siquiera el corte de las prendas que vestían había cambiado en siglos. Pero de un tiempo atrás vivía entre los aldeanos un hombre venido de ese otro mundo, un hombre al que todos en un principio miraron con recelo, no fuera a traer la revolución a su cómoda existencia. Pero este hombre se adaptó a la aldea tanto como la aldea a él. Y, juntos, fueron testigos y participes del acto más contrario a la voluntad de Dios que el hombre pudiera hacer para con el hombre. El breve ejercicio de su pluma es la única prueba fiable 87


que existe del extraño suceso que a la letra acopio: *

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15 de enero: No es descabellado decir que el ejército de esta nación carece de un sistema de defensa eficaz en caso de invasión, como tampoco lo es que sus habitantes ignoran semejante detalle. El hombre primario que siente su feudo protegido, duerme tranquilo y no ata las bestias salvo en época de celo. Pero algunos acontecimientos recientes les han demostrado que subestimaban esa teoría, y el antes desconocido sentimiento de inquietud forma ahora parte de sus vidas; aunque, inquietar, es un verbo verdaderamente moderado para la situación actual. Nadie sabe cómo, de dónde ni por qué, vinieron hasta nosotros estos seres; pero, desde luego, semejantes cuestiones no son una prioridad en estos momentos. Aunque provengo de una estirpe de herreros –gente humilde que jamás alzó la frente sino para tomar aliento-, llegué a ser corresponsal del más famoso noticiero de mi país. ¡Mi país! Una potencia social, económica y militar que no entiende otra forma de negocio que su voluntad. He visto mundo, y puedo asegurar que la bandera de mi patria natal no trae a mi mente otra imagen que el fuego. Si el pensamiento es delito, no existe traidor más ocupado que este que escribe. Odio la prepotencia, la profanación, el derecho ilegítimo de imponer un criterio a los pueblos menos afortunados, llamados allí: salvajes y peligrosos. Y así, por voluntad propia y acertada, vine a caer en la tranquilidad de este fértil valle, donde conocí un tipo de respeto antes desconocido para mí. Al principio intenté que los supuestos salvajes me llamasen ingeniero de metales, si es que en este lugar se puede aplicar ese término. Pero fue en vano, y yo mismo terminé por aceptar su justo apelativo. Aquí solo soy fulanito de tal, el herrero; pero todos valoran mi trabajo y concluyo que he llegado a ser feliz. Mis arados de hierro, engarces para el tiro con bestia, refuerzos para ruedas, ejes y ballestas para carruajes, así como utensilios de cocina, cucharas, cuchillos y tenedores, hicieron producir desde mi llegada un salto temporal y desconocido en el pueblo, pasando de la madera al hierro como por arte de magia. En occidente a esto se le podría llamar un negocio en auge, ¡un buen negocio! Pero no aquí. La aldea practica de un comunismo desconocido, un comunismo puro y justo, casi jamás soñado por el hombre y, desde luego, detestado por la sociedad capitalista. Aquí no hay ricos ni pobres, ni espantos ni maravillas; nadie tiene 88


ni retiene, pero todos gozan del producto común en igual proporción: “mi cercado está tan abierto a tus cabras, como mi cántara a su leche o nuestra despensa al queso de resultas”. ¡Es hermoso! Desde que llegué, toda costumbre local ha sido un grato aprendizaje para mí. Hoy puedo considerarme uno de ellos y a ellos parte de mi existencia. Pero existe un lugar en la aldea que siempre me causó especial admiración, incluso a los aldeanos, que lo conocen y se sirven de él desde hace quién sabe cuánto. Se trata de una rudimentaria factoría de fuegos artificiales, apenas mayor que cualquiera de los edificios que hay en la plaza. Está situada al otro extremo del ayuntamiento, unida a éste mediante un apretado bosque de casas de bajo tejado, donde la armonía con la naturaleza hacen que la vegetación se tome la confianza de trepar sus fachadas, siempre frescas y limpias. Cuando llueve, el olor a tierra mojada, los aromas serenos de la vegetación, el pan recién hecho y la inquietante fragancia que produce la obtención de la pólvora, confunden los sentidos en una explosión difícilmente narrada con la palabra. Es, a mi juicio, la más extraña simbiosis entre la química, la naturaleza y la evolución misma. El dueño de la fábrica es considerado un brujo entre los aldeanos, que en ningún caso parecen preguntarse cómo se obtienen los petardos y cohetes, las tracas y buscapiés, las bengalas, las ruedas de fuego… Ellos solo ven sin preguntar el milagro que producen sus espectaculares luces de colores, sus atronadoras explosiones que anuncian y celebran la recogida de las diversas materias primas de la aldea, así como la venida de las lluvias y el sol. Todo aquello de lo que se obtenga un bien común, es celebrado con veneración, y la presencia del artificiero en esas fechas, es como la de un chamán que nadie conoce íntimamente, pero que todos relacionan con el éxito de cualquier empresa emprendida. Lo extraño de todo esto, yo siempre lo pienso, aunque nunca doy voz a mis pensamientos, es que la fábrica no exporta sus elaboraciones al exterior, ya que en ningún caso se puede decir lo contrario. Las carretas provenientes de Monteazufre, de la Colina del Potasio y del Collado del Carbón, todas las veces, entran cargadas y salen vacías. Los porteadores son contratados esporádicamente para esta labor, y, según se observa, dejan su carga en un descansillo desde donde no se puede ver el interior de la fábrica, y luego se marchan. Cuando regresan todo ha desaparecido. A pesar de que es una lenta labor, ya que los mencionados montes de donde se obtienen las materias primas cercan la aldea por completo y solo se puede entrar y salir de ella a través del rio Petri con ayuda de una barcaza, es de suponer que el artificiero tenga allí todo un arsenal, ya 89


que en ningún caso se gasta tanto como se produce. Nadie parece darle importancia a esto, pero en una aldea donde toda construcción son dos líneas de casas que rodean una única plaza rectangular, un chispazo involuntario podría ser el fin para todos. Pero todo gozo pasado que pudiese dispensarme esta forma de vida arraigada y maravillosa, con ese plus de deliciosa peligrosidad, es ajeno a la situación actual, al tiempo que destruye el sueño de libertad que cierto día me trajo hasta aquí. Mi negocio da a la plaza. Cada día, al amanecer, froto mis ojos, inconsciente aun de la realidad. Reparado de todo espanto por el sueño, estoy como aletargado y feliz en mi ignorancia; feliz, desde que abandono la cama, cruzo la habitación hasta el taller y llego a la ventana; pues, apenas la abro, ya veo esas bestias armadas por naturaleza, muy corpulentas y de aspecto feroz, apostadas en la plaza y en todas sus salidas como una piara de cerdos salvajes. Pero no son vulgares animales, como podría uno encontrar en granjas o vagando por las calles de cualquier municipio rural; son, evidentemente, terribles seres llegados de otro mundo. De algún modo que no llego a comprender han elegido la zona como cuartel general. Tal vez solo sea una avanzadilla, pues la aldea está bastante lejos de las fronteras que gobiernan nuestra patria o de las urbes que pudiesen abortar una invasión satisfactoria. Sospecho que están repartidos por todo el país y que esto es solo una zona de recreo. De todas formas, aquí están; su número parece aumentar cada día y nada que observemos en ellos puede alentar la idea de que podamos expulsarles; tampoco su modo de operar alimenta la esperanza de recibir ayuda exterior. Como es su costumbre, acampan al aire libre, en grandes tiendas de lona o algún material similar y rechazan las casas. Se entretienen en medir sus fuerzas, mordisquear el mobiliario urbano y afilar las piezas dentales que pueblan sus mandíbulas y que, por lo que parece, mudan al instante de perderlas; el suelo está plagado de colmillos defectuosos, de garras y pezuñas arrancadas por la fuerza del uso con que se emplean. Han convertido esta plaza tranquila y siempre pulcra en un sucio campo de batalla. Muchas veces intentamos salir de nuestros negocios y hacer una batida para limpiar por lo menos la basura más gruesa; pero esas salidas se tornan cada vez más escasas, porque es un trabajo inútil y corremos, además, el riesgo de hacernos aplastar por su torpe corpulencia o de que nos hieran con sus colmillos y zarpas.

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Alguien cuya pérdida lloramos lo intentó, pero es imposible hablar con ellos. No conocen nuestro idioma y casi no tienen idioma propio, por lo que su reacción ante la ignorancia es siempre violenta. Entre ellos se entienden como se entienden los depredadores. Todo el tiempo se escucha ese gruñido incesante y monumental que me arrincona, tembloroso, bajo las mantas y sabanas, la almohada y la colcha de mi cama; el terror se ha convertido en una práctica habitual para nosotros. Nuestras costumbres y nuestras instituciones les resultan tan incomprensibles como carentes de interés. ¿Para qué han venido entonces? Por lo mismo, ni siquiera intentan comprender nuestro lenguaje de señas. Uno puede dislocarse la mandíbula y las muñecas de tanto hacer ademanes; no entienden nada y nunca entenderán. Si necesitan algo, lo toman. No puede afirmarse que utilicen la violencia contra nosotros, excepto en aquella ocasión, aunque la precaución juega un papel importante en esto. Simplemente se apoderan de las cosas; uno se hace a un lado y se las cede. Somos para ellos como algo que no se usa y de lo que, por alguna extraña razón que en nada beneficia ni perjudica, no se quieren desprender. También de mí taller se han llevado excelentes mercancías. Pero no puedo quejarme cuando veo, por ejemplo, lo que ocurre con el carnicero. Apenas llega su mercadería, los invasores se la llevan y la devoran de inmediato, por lo que el suelo de la plaza está plagado de restos infectados. Espero que no lleguen nunca a encontrar la ganadería; sería nuestro fin. También sus mascotas devoran carne. Son como lobos descomunales y acorazados por una gruesa capa de piel de aspecto metalizado, completamente lampiños. A menudo se ve a una bestia junto a su mascota comiendo del mismo trozo de carne, por lo que acaban por entrar en conflicto, cuyo resultado suele ser de una ferocidad que espanta. El carnicero es miedoso y no se atreve a suspender los pedidos de carne, que llegan periódicamente desde la finca. Pero nosotros comprendemos su situación y hacemos colectas para mantenerlo. Si las bestias se encontraran sin carne, nadie sabe lo que se les ocurriría hacer; por otra parte, quien sabe lo que se les ocurriría hacer comiendo carne todos los días. Cada mañana, cuando abro la ventana de mi taller, puedo advertir el aumento de su volumen. La costumbre a creado un acomodo ficticio en mi percepción, pero a fe mía que están mejor equipados que cuando aparecieron. 17 de febrero: A veces les observo con esmerada vehemencia; en realidad no hago otra cosa desde que aparecieron. Pero no logro comprender, por muchas vueltas que le doy, como no han descu91


bierto aun la ganadería. Solo permiten entrar y salir a los vaqueros: saben que ellos traen el alimento. Es extraño que se limiten a dejarlos entrar y salir sin intención de seguirles. Tal vez somos una especie de cáterin de bajo coste, mano de obra útil y controlada. Saben que mantenemos en orden de revista al ganado, que ellos dominan la situación y se limitan a ser servidos. A veces dudo de que sean tan estúpidos como los aldeanos se jactan en afirmar. De cualquier forma, inteligentes o no, estamos a su merced. Hace poco el carnicero pensó que podría ahorrarse, al menos, el trabajo de descuartizar, y una mañana de improvisada capea soltó un buey vivo en la plaza. Pero no se atreverá a hacerlo de nuevo... Yo me pasé toda una hora echado en el suelo, en el fondo de mi taller, bajo unos chapones, tapado con toda mi ropa, mantas y almohadas, para no oír los mugidos del animal, mientras los invasores se abalanzaban desde todos lados como pirañas rugientes y le arrancaban con los dientes trozos de carne viva. No me atreví a salir hasta mucho después de que el ruido cesara; y como ebrios entorno a un tonel de vino, estaban tendidos por el agotamiento, alrededor de los restos del buey. Uno de ellos se incorporó un poco y me miró, y en su mirada pude ver, creo, que aquel espectáculo había sido toda una lección dedicada a nosotros. Tal vez el miedo me hace desvariar, pero sospecho que, a voluntad, su inteligencia les llega para ser opresivos. 28 de febrero: El dueño de la pirotecnia no se prodiga mucho en las decisiones de la aldea, pero hoy tuvo una idea factible, aunque descabellada, por lo que algunos aunaron al resto y entre todos le disuadimos, durante una reunión secreta que él mismo había convocado. ¡Pero quién sabe si la llevará a cabo! Es un hombre impredecible. 5 de marzo: Certificada, durante otra reunión furtiva, la imposibilidad de comunicarnos con el exterior por ningún medio, y, alentados por mí de que podrían no tratarse de fieras carentes de ingenio, decidimos no desafiarles bajo ningún concepto, complaciéndoles en la medida de nuestras posibilidades y sus gustos; llámese: adoptando esa invisibilidad que de nosotros ellos tanto anhelan para llevar a cabo sus propósitos, cuales quieran que sean, y encomendarnos a Dios para que no nos permita perecer. El dueño de la pirotécnica intervino de nuevo; su plan había mejorado, pero no encajaba en nuestros principios morales, y esta vez, sin vacilación, nos negamos 92


en bloque. Se enfadó muchísimo y nos llamó cadáveres sin lucha. Nadie fue capaz de refutar la acusación, en realidad, nadie abrió la boca. Precisamente en esa ocasión me pareció ver al alcalde en persona asomado por una de las ventanas del ayuntamiento; casi nunca sale por miedo a ofrecer su rango a los invasores; vive desde entonces como un ermitaño encerrado en su cáscara de nuez. Pero esa vez le vi, o por lo menos me pareció ver su silueta ante una de las ventanas del ayuntamiento, contemplando cabizbajo la tenue luz de nuestro improvisado cuartel general, seguro, deduje, de imaginar lo que allí se cocía y las severas críticas dedicadas a su persona, por no ser la voz que moderara, como de él cabria esperar, la reunión. — ¿En qué terminará esto? —Se preguntaban todos. El pirotécnico, en una última y desesperada tentativa, alzó la voz: — ¿Hasta cuándo soportaremos esta carga y este tormento? El alguacil y su ayudante, que antes solían entrar y salir marchando reciamente sobre la plaza, ahora están siempre encerrados detrás de la reja de la ventana del calabozo. La salvación de la aldea sólo depende de nosotros, artesanos de la materia prima. —Estimado, Mujtar –dijo Hassan, el sastre-, tú eres un emprendedor. Pero debes reconocer que no estamos preparados para semejante empresa. —Tampoco nos hemos jactado nunca de ser capaces de cumplirla –añadió Nâseh, el zapatero-, y tu plan…, si es que a eso se le puede llamar una salida favorable, es terrorífico. Pude ver que había cierta y mal entendida provocación en esas palabras, y advertí que esa confusión sería nuestra ruina. 15 de marzo: Los vaqueros han comentado que las Bestias les obligaron a tomar una ruta alternativa a la aldea, cuando regresaban con el ganado. Según contó uno de ellos, al vadear el rio Petri, justo donde colisionan las faldas de los montes del Oleo, pudieron divisar lo que según su descripción, vaga, parecían ser construcciones altas, metálica y piramidales, donde se las podía ver trabajando frenéticamente. Según dijeron, el numero de bestias allí, no tenía que ver con las que asolaban la plaza. Todas nuestras estimaciones, a la vez que nuestras esperanzas, se desmoronaron con esta noticia. No solo parece que no se marcharán por el momento, sino que se asientan y reproducen en las inmediaciones de la aldea. 30 de marzo: 93


Mujtar lleva dos semanas sin emplearse en la factoría de fuegos artificiales –la chimenea a dejado de producir aquel humo blancuzco- y él mismo no se deja ver por las calles. A las bestias parece no importarles, ni ven en ello nada sospechoso; no buscan eso. Se comenta que abandonó la ciudad, por la noche, mientras todos los del pueblo dormían, el día en que las bestias hallaron un depósito de licores caseros que, Jawhar, el tabernero, guardaba en algún compartimento secreto de su despensa. Nadie afirma ni desmiente ese rumor sobre la suerte que pudo correr el pirotécnico Mujtar, aunque lo considero del todo inverosímil, debido al estado de extremo aislamiento al que nos someten. ¡Si se tratara de uno de los vaquero, que entran y salen y que por ello se les podría otorgar alguna opción…! Además, desde el descubrimiento de la bebida, todas las bestias liban y duermen en la plaza, como griegos victoriosos, cada noche. Desde entonces, las bestias que trabajan en los aledaños de la aldea se unen a la verbena. Y, como son corruptibles hasta la saciedad, al pobre Jawhar, señora e hijos, los tienen fabricando licores durante todo el día para satisfacer sus apetitos nocturnos. Ahora están siempre ebrios y su peligrosidad ha aumentado. Nâseh, el zapatero, persona íntegra y respetable, cuya humilde opinión es el evangelio para mí, afirma haber escuchado la voz de Mujtar, el pirotécnico, en el interior de la fábrica. Pero no pudo entender lo que decía, o tal vez prefirió no entender. Esto confirma mi hipótesis… 31 de marzo: Podría desvanecerme en cualquier momento. Estoy mareado. El terrible aspecto de mis heridas, el asfixiante olor de la pólvora quemada, de la madera, de la carne, de mi carne, y el madero de la techumbre que oprime mi pecho, no me dejan tiempo ni a compadecerme de mi mismo, por lo que seré breve: (¿?). *

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De esta forma inacabada, ambigua, concluye el relato o diario de “El Herrero de Petrol”. Es necesario, pues, añadir un extracto periodístico internacional, que podría dar luz a lo que realmente allí sucedió: Una inquietante y misteriosa noticia conmocionó el mundo durante cinco meses, tras los cuales, los gobiernos de varias de las naciones más poderosas del planeta -en labores de dudosa invasión sobre Petrónia, lugar de los hechos-, acordaron que la zona había sido víctima del impacto de una roca prove94


niente del espacio, cuyo epicentro se situaba sobre el valle del Oleo, en el centro geográfico de dicho país. Dos semanas después del supuesto impacto y de forma clandestina, los noticieros de la nación invadida divulgaban la noticia: 15 días después de la terrible explosión localizada en la aldea de Petrol, en el valle del Oleo, la zona sigue acordonada por el ejército de la Unión Militar de Naciones, y el acceso a civiles y a la prensa en general continua restringido. ¿Qué pudo haber ocurrido en esta pequeña y pacifica localidad para que los invasores de la patria tomen unas medidas tan desproporcionadas y herméticas? ¿Habrán encontrado allí las armas de destrucción masiva que estimularon nuestra invasión? Con nuestro líder pasado por la soga y sin noticias sobre armamentos ocultos, nuestra mirada y la del mundo entero se centra en esta pequeña localidad de apenas doscientos habitantes, donde, en extrañas circunstancia, han perecido centenares de personas, entre civiles y tropas del ejército invasor.

FIN

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REVISTA QUÉ LEER La revista Qué Leer, la más leída de todas las revistas dedicadas al mundo de la literatura que se distribuyen en kiosko, a cometido el craso error de dedicarnos un espacio en su último número. Raudos y veloces hemos corrido hasta el más cercano de ellos para hacernos con un número y fotografiarlo antes de que la corrupción, carcoma y corrosión que conlleva el contacto con FanZine diese al traste con esta esplendida publicación.

No sabéis lo que habéis hecho. Habéis sembrado el germen del mal en vuestro propio seno, pero... qué mono queda!!! Muchas gracias a los irresponsables de la revista!!!!

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