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DEL 16 AL 22 DE SEPTIEMBRE DE 2016
OPINIÓN |
REFLEXIÓN DEL CONSEJO DE HERMANDADES
Servir a Dios y al dinero n las lecturas que nos propone la liturgia de este domingo encontraremos varios aspectos sobre la función de la riqueza y el dinero que pueden ayudarnos en el desarrollo de nuestra vida cristiana. La predicación de Jesús sobre el Reino Dios, tal como la recogen los cuatro evangelistas, está llena de alusiones a la riqueza, expresando claramente cuál debe ser la actitud que como creyentes hemos de tener cuando nos planteamos seriamente el seguimiento de Cristo. Hoy, el profeta Amós y el evangelio de Lucas iluminan este tema tocando un matiz muy especial que hace referencia a la codicia y el amor desmedido al dinero olvidando la función social; un tema que por desgracia está de actualidad en nuestros días. De ahí el resumen de estas lecturas, en una frase lapidaria de todos conocida: No se puede servir a Dios y al dinero. Escuchad esto los que exprimís al pobre, despojáis a los miserables... Es importante, entre los profetas, el valor que tiene en su mensaje la justicia en las relaciones laborales, comerciales y humanas porque ellos son los intérpretes del devenir histórico del pueblo de Israel a la luz de la alianza pactada por Dios con Israel en el Sinaí (¡punto de referencia obligado en toda la historia y predicación profética en Israel!). En la alianza del Sinaí hay un mandamiento expreso (una de las cláusulas de la alianza) que ordenada las relaciones entre las personas: no robarás. La Escritura insiste en que no agrada a Dios la extorsión de los más débiles en provecho de los más fuertes. Recojamos algunos pensamientos de aquí y de allá para que sea la palabra de Dios la que hable directamente: Venden al inocente por dinero y al pobre por un par de sandalias; porque aplastan contra el polvo de la tierra a los humildes y no hacen justicia a los indefensos (Am 2,6-7). Explotáis a los desvalidos, oprimís a los pobres... (Id. 4,1). Buscad el derecho, proteged al oprimido, socorred al huérfano, defended a la viuda (Is 1,17). Vosotros habéis asolado la viña, lo robado al pobre está en vuestra casa. ¿Con qué derecho trituráis a mi pueblo, y machacáis el rostro de los pobres? (Is 3,13-15; Is 5,8s). ¡La vigencia y actualidad de todas estas palabras huelga ponderarlas, ya lo hacen por sí solas! El mensaje profético no admite discusión. Lo realizan en nombre de Yahvé, Dios de Israel y lo hacen movidos por el Espíritu. Eso es lo importante y, para muchos, lo desconcertante. Los creyentes hemos de hacerlo creíble en las relaciones sociales y en las transacciones económicas múltiples de nuestro tiempo y en nuestro mundo. Jesús sigue su aleccionamiento a los discípulos. Y lo hace de una manera a la vez realista y paradójica. Hay que prestar especial atención al estilo de Jesús. En muchas ocasiones acude a lo paradójico y, a veces, a lo aparentemente absurdo, para que su doctrina llegue a las mentes de sus oyentes y discípulos. Los hijos de este mundo son más sagaces (para sus cosas y negocios) que los hijos de la luz (para los intereses del reino), es una frase paradójica y conscientemente desconcertante para que los oyentes presten mayor atención. Y lo mismo habría que decir de la expresión ganaos amigos con el dinero injusto...; es una paradoja querida y buscada por Jesús para conseguir el mismo resultado o para intentar conseguirlo ya que ciertamente Él era un excelente maestro con una gran pedagogía, pero los que le seguían no fueron, durante su vida terrena, tan admirables discípulos (¡lo serán después de la resurrección y el don del Espíritu que les guiará a la verdad completa!). Jesús sigue poniendo en paralelo las dos situaciones: el comportamiento frente a los bienes y asuntos temporales (importantes pero no absolutos) y el comportamiento frente a los bienes que Él ofrece al anunciar con la palabra y los gestos la realidad del reino. Finalmente abordar y poner frente a frente a Dios y al dinero (en la lengua original el término es “Mammón”, que era venerado como un dios falso). Este es el dramático problema que Jesús quiere resolver con estas expresiones dificultosas, pero iluminadoras y actuales. Han sido útiles y vivas en todos los momentos pasados y lo siguen siendo hoy entre nosotros. El creyente está en medio del mundo para que, como Jesús, sepa discernir y valorar en sus justos límites los distintos valores: los humanos y los del reino. Utilizar aquellos sin poner en riesgo éste. He ahí la gran sabiduría que Jesús desea a sus discípulos, para que puedan ser siempre señores e hijos libres en la casa del Padre, que para eso nos ha librado el Hijo. Entendería mal este mensaje de Jesús quien despreciara los valores terrenos de raíz. Y lo entendería peor quien pusiera en ellos su esperanza. Hay que utilizarlos con sabiduría; más todavía, utilizarlos como ayudas para conseguir el reino y vivir en la solidaridad y la justicia.
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GALERÍA DE ARTE
jorkareli@gmail.com
El transeúnte CARLOS JORKARELI iraba desde abajo, como miran los humildes, pero en su rostro se dibujaba la sonrisa preclara de quien sabe mirar las cosas con la lucidez de un loco, un excéntrico sufridor de la patología social común que nos envuelve. No atendía a razones si se le avisaba que el pretil estaba a punto de caer. Su interés no alcanzaba la altura del primer piso. Era como si supiera que, lo que viene de arriba, nunca puede ser malo. Le preocupaba principalmente aquello que navegaba a ras de suelo, entre los zapatos y zapatazos de su congéneres distraídos y sospechosamente irreverentes. Cuando era detenido por un ´alud´ de personajillos grises agolpados en torno de un monumento o construcción histórica, pasaba de largo a hurtadillas para percatarse de la liviana y casi escuálida curiosidad pasajera de los agrupados. Era impermeable a la vulgaridad. Tocado con un sombrero raído, en sus manos portaba, como pegado, un sempiterno libro que, de vez en cuando, en la oxigenación obligada que requerían aquellas cuestas, ojeaba inquieto como para no perderse el hilo del pensamiento escrito o la última frase que, en su vista anterior, le sumiera en el profundo letargo de los lectores reflexivos. La inteligencia parecía acompañarle como aquella chaqueta de pana, pegada, adherida a la presunta molicie del desarrapado, a la fastuosa imagen del indigente, como un botón cosido a contramano. Sin embargo algo en él iluminaba las aceras en su calmo caminar. Nadie podía distraerlo del férreo ensimismamiento en el que parecía hallarse cuando, desde las terrazas solariegas, los camareros y el personal de servicio llamaban su atención, intentando con el saludo ahuyentar aquella especie de esquizofrenia indiferenciada que parecía sostenerle. Vagaba sin destino, como vagan los aventureros, aquellos que no tienen meta sino camino. Y era en ese camino donde nuestro personaje parecía solazarse con toda clase de detalles, nimios para casi todos, pero abrumadoramente importantes para él. No dejaba títere con cabeza y si no anotaba en el reverso de su manga o en el deshilachado perfil de sus pantalones con aquél bolígrafo que colgaba impecablemente de su abotonada camisa, era porque en su cabeza conseguía registrar pieza a pieza, todos los detalles, gestos, movimientos y actos retraídos de todo lo que se movía. Una tarde, el transeúnte, más agitado de lo común – y esto se podía percibir solamente en el inquieto parpadeo de sus ojos – se paró ante un cartel poco común que colgaba todavía húmedo por el pegamento de una de las vitrinas al uso de la ciudad, en la que se anunciaban todo tipo de actividades. Nunca había sucedido antes, pero esta vez algo le llamó poderosamente la atención, al punto que su frente no supo distinguir la transparencia del cristal y vino a topar ruidosamente con el glaseado material que ´chilló´ estrepitosamente. Los que pasaban a su lado, no pudieron evitar la grosera carcajada de quienes no ponen en valor lo que realmente sucede. Y es que nuestro transeúnte, vio por primera vez, un anuncio que
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preconizaba algo interesante, atractivo, digno de su atención más allá del estudio metodológico al que sometía a todos y a todo en su vagabundeo habitual. Aquello parecía merecer la pena. Un sombrero de copa sostenido por un guante de color rojo, abría paso a un rostro invisible sustituido por la palabra ´Theater´ y debajo, en letras más pequeñas…´El Rinoceronte´ - Eugene Ionesco. Era casi de noche cuando comenzó la función. Entró al patio de butacas como una sombra, ni el acomodador quiso ponerle importancia. Pero su involuntaria distinción no evitó que todas las miradas se fijaran en él y como el acusado que se dirige al estrado, supo soportar la indiferencia y estupor al mismo tiempo de aquellas acomodadas y banales localidades repletas de estómagos llenos y vacuas expectativas. Aquello no era algo para videntes ciegos. El tema de la voluntad era el eje central de aquél mordaz relato que se empleaba a fondo en la suscitación de múltiples preguntas sobre nuestra responsabilidad tanto individual como colectiva y sobre qué postura debemos o podemos adoptar con respecto a la degradación generalizada de la sociedad o ante determinadas propuestas para su radical transformación. Al final, el personaje principal de la función y nuestro transeúnte,coincidentes y conscientes por separado de su incapacidad de adaptación,abocados a la soledad y a la marginación, vinieron a proclamar a los cuatro vientos su resignada condición de resistentes, no sin antes lamentar con amargura no poder ser uno de los otros: Rinocerontes. Desde aquél momento el viandante tocado con raído sombrero supo que la especie no se extinguiría nunca. Desde aquél momento el viandante no bajó la mirada nunca más y fueron las alturas sus espejos y el azul su color. Sólo un loco podría entender el absurdo.
A la memoria del teatro y sus verdaderos amantes.