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DEL 22 AL 28 DE JULIO DE 2016

OPINIÓN |

REFLEXIÓN DEL CONSEJO DE HERMANDADES

GALERÍA DE ARTE

Pedid y se os dará

En vacaciones

as lecturas de este domingo nos invitan a repasar algo fundamental para nuestra vida cristiana: ¿cómo es nuestra oración?... ¿con qué frecuencia la practicamos?... ¿influye realmente en nuestra conducta?... Preguntas importantes que Jesús nos plantea hoy para responder a ellas con total sinceridad. Aprender a “orar”. Lucas sitúa la escena del evangelio: “en un cierto lugar, estando Jesús en oración, y al terminar, uno de sus discípulos le dice: “Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos”. La oración comporta muchos aspectos y puede hacerse de muchas maneras (escuela de Juan, Jesús), por eso requiere un aprendizaje. Hoy existen muchas “escuelas de oración”. La oración se aprende “orando”, como el niño aprende a hablar comunicándose con quienes le rodean. Para algunos hacer oración es algo muy difícil y complicado. En realidad es algo tan sencillo como “un impulso del corazón, una sencilla mirada hacia el cielo, un grito de reconocimiento y de amor tanto desde dentro de la prueba como desde dentro de la alegría" (Santa Teresa del Niño Jesús, Autob. C 25r). La gran maestra de oración, santa Teresa de Ávila, lo explicaba así: “oración es hablar de amistad con quien sabemos nos ama”. Por otra parte, existen varias clases de oración. Las principales son: oración vocal, oración mental y oración contemplativa. A ellas hay que añadir las diversas modalidades con que luego se realiza: la “lectio divina”, la “liturgia de las horas”, el “Santo Rosario”, “Visita de Adoración al Santísimo Sacramento”, el “Via Crucis”, etc. Lo primordial, en cualquier caso, es impregnar y contagiar la vida con el espíritu y perfume que brotan de la oración. Algunos autores opinan que la oración es tan necesaria en la vida del cristiano como el aire que respira. Hay personas que en la oración buscan elevarse tanto a los bienes de arriba y adentrase en altas consideraciones y meditaciones místicas que olvidan los hechos ordinarios de la vida diaria como si lo esencial de la oración fuese descubrir nuevos misterios o aspectos insólitos de los misterios cristianos. Encontramos personas que se muestran felices y dichosas después de un momento de oración porque en él han disfrutado de una experiencia mística especial que nunca habían sentido antes. Estas personas se asemejan a ciertos agentes de pastoral o monitores litúrgicos que al encargarles redactar unas peticiones para la Oración de los Fieles buscan llamar la atención con peticiones de alta teología que con frecuencia son poco inteligibles y que le quitan la espontaneidad y frescor propios de una oración sincera. Un ejemplo de la sencillez y espontaneidad de la verdadera oración lo encontramos en la Primera Lectura de la Misa de este domingo cuando Abraham se dirige una y otra vez a Dios en favor de las ciudades de Sodoma y Gomorra, que Dios está dispuesto a destruir, y le repite varias veces una súplica que bien parecería pronunciada por un niño: “No se enfade mi Señor, si sigo hablando”…, “perdón, si me he atrevido a hablar a mi Señor”. La Biblia relata así los primeros encuentros de Moisés con Dios: “Yahvé hablaba con Moisés cara a cara, como habla un hombre con su amigo (Ex 33,11). Para entenderlo mejor pensemos que, dada la condición de creyentes que responden y aceptan la “Palabra” de Dios, nuestra oración se inscribe esencialmente en el tipo de relaciones del hombre con la “Palabra”, ya se trate de Dios o de Jesucristo, “Palabra encarnada”. Estas relaciones se realizarán de muy diversa: de “conversación”, de “comunicación”, de “encuentro” o de “diálogo” con dicha “Palabra”, según los casos. Desde este punto de vista la oración cristiana supone “comunión” de pensamientos, intereses y objetivos de vida, entre Dios y el hombre. Lo cual implica a su vez “intimidad”, confianza, abrir el corazón y coincidencia en las “aspiraciones” primordiales del orante con Dios. En suma, la oración cristiana es de alguna manera un “abrazo con Dios” o un “darle la mano” en señal de “acuerdo” con Él. Entre las clases de oración señaladas anteriormente, además de la “oración mental” en sus distintas formas de practicarla apuntamos la oración vocal de “petición”, que suele ser la que con más frecuencia se practica y, por desgracia, más a la ligera. Abundan las personas que rezan mucho y oran poco. La oración, como acabamos de comentar es un “diálogo” personal entre el orante y Dios. La “palabra” de Dios y la “palabra” del hombre se encuentran y funden en un mismo acto: “dios habla” y el “hombre escucha y suplica”. Lógicamente, para que la súplica del orante sea un verdadero “diálogo” tendrá que situarse en el mismo plano de lo que Dios dice y quiere. Sólo así se producirá un verdadero diálogo. Las oraciones hechas a base de muchos rezos pronunciados o leídos de carretilla no pueden ser consideradas como oración cristiana en el pleno sentido de la palabra. Por otra parte, esta clase oración será siempre “una palabra humana” dirigida a Dios exponiéndole una necesidad o un deseo para que Él responda con su “palabra divina” salvadora ofreciendo “luz” o la “clave de solución” para el problema que se le haya planteado. En este sentido, pues, la oración de petición no ha de caer en una especie de “cerrazón” y “egoísmo” por parte del que suplica que solicita a Dios una solución concreta y premeditada con anterioridad, “el milagrito”. La verdadera oración cristiana se dirige a Dios dejando la puerta abierta a la solución que Él considere mejor, como hacemos cuando acudimos al médico. El “orante”, con su palabra, le expone a Dios lo que siente, necesita y está viviendo, y Dios, mediante su “Palabra”, “Palabra eterna y Oráculo perpetuo”, “responde” a los hombres que se dirigen a Él y le “escuchan”.

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CARLOS JORKARELI l calor,cada verano y en latitudes como la nuestra, suele ser agente transformador de biorritmos. Junto a este fenómeno estival que nos suele hacer ´sudar´ por los cuatro costados, vienen anejas otras virtudes inherentes a la estación y que dan lugar al disfrute, relax, cambio de aire o simplemente, cual lagartos, solazarnos en un gesto de abandono y mandíbula abierta de sesteos a la espera que el inclemente astro vaya decayendo en el horizonte. En vacaciones solemos alcanzar el grado más alto de despreocupación y sosiego en un merecido descanso de todas aquellas rutinas, preocupaciones, actividades y mecánicas vitales tan necesarias en la programática y a veces asfixiante forma de vida que llevamos. Es el tiempo vacacional en el que la algarabía infantil se hace más patente, la vida toma el pulso a la sonrisa y en el que la tensión arterial se acelera ante la desnudez de todas las imposturas. Desde los cuerpos al sol hasta las alpargatas que nunca hubiéramos usado en un sábado por la noche, campean a sus anchas. La informalidad se adueña de las calles y las sombrillas hacen su agosto. Toda una explosión de color parece impregnar lo que de manera ineludible y sofocante nos hace más comunes, más cercanos, más humanos, envueltos, eso sí, en un manto de temperaturas y vientos que nos hacen recordar aquél dicho popular de que estamos entre dos mares: “la mare que parió al levante y la mare que parió al poniente”. A veces las vacaciones sirven también para ocultar procesos, envolver en seda grandes decisiones, disimular nombramientos y usar el asueto del personal para recetar acuerdos. Un tiempo en la que conciencia abarrotada, como no puede ser de otra manera en el resto del año, se libra de la inclemencia continuada de los grandes y pequeños acontecimientos que marcan nuestra convivencia. Pero no conviene olvidar aquellas otras vacaciones obligadas por la necesidad continuada,la escasez, las que no tienen piscina, ni playa, ni medios para llegar hasta ella. Esas vacaciones inclementes, simpáticas por temporada, pero antipáticas por derecho propio en la ausencia del mismo, alimenta-

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jorkareli@gmail.com

do por la complacencia de quienes no quieren ver que aún, en nuestro país, provincia y ciudad, son muchos los que deberán soportar al astro rey, sin tener más que un paño que enjuague el sudor de su frente. El mismo sudor, en otro momento producto del trabajo que aún siguen sin tener. Como cada realidad aparente, todo tiene su doble cara. Si los puntos cardinales forman un todo orientativo en la geografía descriptiva del territorio, bien es verdad que no se podrá entender el norte sin el sur y que los vientos, en su discrecionalidad, toman científica o caprichosamente rumbos tendentes a recorrer grandes extensiones, indiferentes a qué se cuece en cada uno de los polos magnéticos. Pero el sol brilla para todos. Es el mismo calor. Es la misma necesidad de descanso la que nos induce a bajar aquél biorritmo estival y hacer de nuestros pasos un gesto casi involuntario de ahorro energético. Muchos desearían acelerarlo, aunque eso supusiera un doble gasto calórico. Bueno sería mantener en vacaciones aquella mínima conciencia solidaria y reclamar aquél estipendio social que demandamos el resto del año, exigiendo que no se aproveche la ´huida´ para confabular presidencias, olvidar derechos o mitigar recortes de la tan cacareada y nunca admitida multa europea,asomando septiembre con la sorpresa propia de quienes no se enteran o no han querido enterarse. El verano, la estación que Vivaldi diferenciara de las otras tres de manera tan magistral,y estación de las moscas “inevitables, golosas, vulgares, perseguidas por amor a lo que vuela”, a las que en este caso sí revitalizara Serrat, no deja de ser un tiempo de espejismos en el que el volar y molestar con impertinencia de insecto y majestad de águila, podría ayudarnos al reencuentro con nuestra verdad. Y la de los otros. FE DE ERRATAS: En el artículo anterior ‘Homenaje a una mirada’, atribuíamos los poemas emanados de la canción ‘Pueblo blanco’ a Antonio Machado, cuando son de Joan Manuel Serrat. Ambos, poetas, han recorrido caminos paralelos cada uno en su época y de manera afortunada asociados musicalmente por el segundo. De ahí el error. Gracias a nuestros lectores por el apunte. (El autor).


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