Carbón es negro como la noche. Me lo trajo mi padre una tarde de lluvia bajo el poncho y me lo echó a los pies como si me tirara un copo de lana negra, tibia y esponjosa, mientras mi madre calentaba la comida y el agua resbalaba en los tejados. Apenas cabía en la palma de mi mano. No se movió, estaba aterido. Sólo su hociquito húmedo, ansioso de comida, cambió de sitio. Afuera tronaban los rayos y parecían meterse dentro de la casa. Lo escondí entre los pliegues de mi falda des pués de que tomó su sopa, y ambos nos quedamos dormidos junto al fuego. Me parece que en sueños le puse el nombre de Carbón. ¿Qué otro nombre podía quedarle más a tono con su tamaño, su for ma y la noche oscura en que llegó? Carbón es un cachorro como pocos. Más que su pura sangre, está en él el sello con que vino. Llévate el mejor para tus hijos, le había dicho a mi padre un amigo de la infancia. Mi padre eligió a Carbón. La presencia de Carbón entre nosotros acerca la visión de aquel amigo, aunque Pedro y yo no lo conocemos; y él, Car bón, ha de mantenernos unidos para siempre.
Carbón es dueño del campo y nadie se lo ha dicho. Trepa los muros y olfatea a todos los animales que tenemos, parece estar descubriendo el mundo y sus rarezas. Es juguetón, hace levantar del nido a las gallinas por creerlas perezosas y arma un escándalo infernal de cacareos y protestas, se entrecruza entre las piernas de la vaca por el olor a leche, husmea todos los rincones del sendero; y, después, can sado, bebe el agua del río como si tuviera una sed enorme reunida desde el día en que nació. Parece que quisiera secar el río para encontrar la lengua del otro perro que asoma desde el fondo amenazante. ¡Qué tonto eres, Carbón! Es tu sombra, tu propia sombra, la que asoma dentro del agua. Camina para que veas. Ladra para que escuches tu lenguaje sonoro. ¿Qué animal puede estar metido dentro del agua y esperar que te acerques tú para asus tarte? ¡No me des risa, Carbón! El agua es como un espejo. Ojalá pudiéramos descubrir al mirarnos en él lo que llevamos dentro. El agua nos curaría.
¡Esto es tan grato! Mi madre dice siempre: “La infancia es el mejor momento para encontrar amigos”. Yo tengo mis dudas. No sé si Teresa, Lucha, Juanina o Car men y los chicos que juegan con Pedro han de durarnos toda la vida, si a cada instante peleamos por tantita cosa. —Así es la infancia. Y esa es la clase de amistad que nos dura toda la vida —dice mamá, abrazándome—. La que crece con nosotros nos acompaña siempre y no tiene precio.
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