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Premio vida y obra 2010

Nicolás Suescún Recuperación de una memoria

Jotamario Arbeláez


Foto de Enrique Hernández D’Jesús

Nicolás Suescún La voz mejor guardada de una generación de intelectuales colombianos, el hombre que se atrevió a vivir una obra propia y a traducir cientos de obras exóticas de la literatura universal. Nicolás Suescún es sin duda uno de los nombres más importantes de nuestras letras. Poeta, cuentista, novelista, traductor, lector voraz. Como artista plástico ilustró, entre otras, la carátula de El coronel no tiene quien le escriba, de García Márquez, y La Obreriada, de Luis Vidales. Ha publicado, entre traducciones y libros propios, alrededor de treinta títulos en Colombia y en el extranjero. Cursó la secundaria en Estados Unidos, fue becario del taller de escritores de Iowa y ganó la beca de escritor del DAAD, de Berlín. Dirigió la revista Eco y la librería Buchholz. Su libro de cuentos El retorno a casa fue catalogado por la crítica como uno de los libros más importantes de la literatura colombiana del siglo XX.


Premio Vida y Obra 2010

Nicolás Suescún



Premio Vida y Obra 2010

Nicolás Suescún Recuperación de una memoria Investigación, introducción, entrevistas y antología de textos a cargo de

Jotamario Arbeláez


Premio Vida y Obra 2010 Nicolás Suescún R ecuperación de una memoria © Alcaldía Mayor de Bogotá © Secretaría de Cultura, Recreación y DeporteDirección de Arte, Cultura y Patrimonio Primera edición 2011 Clara López Obregón Alcaldesa Mayor de Bogotá (D) Catalina Ramírez Vallejo Secretaria de Cultura, Recreación y Deporte María Clemencia Pérez Uribe Directora de Arte, Cultura y Patrimonio Margarita Rosa Gallardo Vargas Subdirectora de Prácticas Artísticas y del Patrimonio Lina Paola Duque Asesora de Artes Adriana Padilla Jefe Oficina Asesora de Comunicaciones Jotamario Arbeláez Investigación, introducción, entrevistas y antología de textos Larry Mejía Luisa Espina Documentación María Bárbara Gómez Rincón Coordinación editorial Ángel David Reyes Durán Diseño y armada electrónica Fotografía de cubierta: Archivo personal Fernando Rendón Fotografía de solapa: Enrique Hernández D’Jesús Fotografías interiores: Archivo personal Salomé Arbeláez Archivo personal Enrique Hernández D’Jesús Archivo personal Larry Mejía Archivo personal Fernando Rendón Archivo personal Matilde y Natalia Suescún Archivo personal Nicolás Suescún Impresión: Subdirección Imprenta Distrital DDDI Impreso y hecho en Colombia ISBN: 978-958-8321-60-8 Todos los derechos reservados. Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida, almacenada en sistema recuperable o transmitida, en ninguna forma o por ningún medio magnético, electrónico, mecánico, fotocopia, grabación u otros, sin el previo permiso escrito de los editores.


• Nicolás en La Mancha, España.

Nicolás Suescún nació el 5 de mayo de 1937 en Bogotá, en la misma fecha que Carlos Marx, con 119 años de diferencia; en la misma casa de La Candelaria donde don Antonio Nariño imprimiera los Derechos del Hombre y del Ciudadano. Comenzó desde muy joven a adquirir nombradía intelectual, pues dirigió por varios años la librería Buchholz de la avenida Jiménez y a la vez la revista Eco, bastión de la cultura alemana. Sus viajes por Norteamérica, Francia y Alemania le pusieron en contacto con escritores de esos países, de donde le surgió la pasión por la literatura, expresa en varios libros de poesía, cuentos y una novela experimental. Pero con especial vehemencia se ha dedicado a la traducción, del inglés y francés, de notables obras clásicas y modernas.



Agradecimientos El trazo de esta semblanza de Nicolás Suescún se hizo posible gracias a la colaboración enjundiosa, tanto en la investigación como en la coordinación de sus diferentes etapas, del joven escritor y poeta Larry Mejía. A los orientadores conceptos y al complemento memorioso de la esposa del homenajeado, Margarita Moreno. A los aportes de los archivos personales de fotos, documentos y libros de sus hijas Matilde y Natalia Suescún Villamizar. A los testimonios de los amigos Luisa Valenzuela, Gloria Luz Gutiérrez, Álvaro Rodríguez, Camilo Delgado y Álvaro Castillo. Al fotógrafo y poeta venezolano Enrique Hernández D’Jesús. Al Festival de Poesía de Medellín y su director Fernando Rendón. Y sobre todo al propio Nicolás Suescún, quien rescató, en forma por demás exquisita, lo más destacable del baúl de sus recuerdos.



Contenido


Presentación, 14 Clara López Obregón, Alcaldesa Mayor de Bogotá Capítulo I Nico, aquí te cuento lo que pienso, 19 La justicia poética, 20 La ceremoniosa funebria, 23 El joven intelectual de la época, 26 La librería más bella del mundo, 29 Sorpresas en el camino, 31 Anatomía del recuerdo, 34 Cuando la vida es la obra, 37 En busca de lo que no se ha perdido, 39 Me le quito el sombrero, 42 Capítulo II Nico, cuéntame tu vida, 47 Infancia triste de un escritor que triunfó, 48 Recuerdos de familia, 50 El niño solitario ingresa al colegio, 51 Para aconductarlo lo envían a Estados Unidos, 52 Comienza a pensar en inglés, 54 El poeta en Nueva York, 56 Su romance con el cine, 57 La literatura entra en escena, 58 El retorno a Estados Unidos, 59 A la guerra no voy, 61 El ingreso a la Buchholz, 61 El descubrimiento de la poesía, 62 Las amistades entrañables, 63 Stella, 64 Un escritor en ciernes con un cuaderno, 65 El retorno a Bogotá y a la librería, 67 Tras la Cortina de Hierro, 69 A la cárcel por libros, 71 Entran los Nicollages, 72


Vivir de las traducciones, 74 La vida con Margarita, 76 Capítulo III Y quién es él, según sus familiares y amigos, 83 Entrevista con Margarita Moreno, esposa, durante 25 años, de Nicolás Suescún, 84 El testimonio de Luisa Valenzuela, escritora argentina y amiga de Nicolás en la época de Iowa, 95 El testimonio de Matilde Suescún Villamizar, hija de Nicolás, residente en Miami, 99 El testimonio de Natalia, hija menor de Nicolás y Stella, 103 El testimonio de la Tertulia de Gloria Luz Gutiérrez, 107 El testimonio del poeta Álvaro Rodríguez Torres, amigo del alma de Nicolás, 108 El testimonio de Camilo Delgado, amigo de la vida de Nicolás, 114 El testimonio de Álvaro Castillo, amigo y editor de Nicolás, 117 Capítulo IV Antología, de su obra, 121 Antología de poemas, 122 Traducciones al español, 134 Traducciones al inglés, 141 Antología de cuentos, 150 Cronología, 165

Bibliografía, 171 Libros, 172 Principales traducciones, 174


PRESENTACIÓN

L

a cultura de un pueblo es lo que sus integrantes heredan, viven, cantan, visten, comen, producen, consumen, celebran y dejan como herencia del transcurrir costumbrista por sus parcelas físicas y mentales. Pero es sobre todo la obra y la vida de esos esforzados caballeros andantes del arte y del pensamiento que, muchas veces con viento adverso y la incomprensión de su tiempo a sus propuestas o formulaciones insólitas, adelantan una obra que expresa de ese pueblo mucho más que los registros historiográficos y estadísticos, y con ella enriquecen la trascendencia del alma colectiva que les dio vida. Por ello la Alcaldía Mayor de Bogotá, a través de la Secretaría de Cultura, Recreación y Deporte, al instituir el Premio Vida y Obra en forma bianual, realza y recompensa el trabajo intelectual y artístico de quienes lo han asumido, a través de una amplia jornada vital, de una manera persistente y rigurosa hasta la excelencia, contribuyendo al engrandecimiento del patrimonio cultural de la capital. Resulta especialmente significativo que la presea 2010 haya recaído en un intelectual de una trayectoria impecable, lector y librero, poeta, cuentista, ensayista, novelista, periodista y artista plástico, además de traductor de obras principales de la literatura universal. Que es, además, un bogotano de pura cepa, nacido en La Candelaria, a pocos pasos del Capitolio, en la casa donde don Antonio Nariño imprimió los Derechos del Hombre y del Ciudadano. Perteneció a esa generación contestataria que desde sus diferentes ópticas se proponía imponer la ardiente protesta, la soñada utopía y el existencial desencanto, y a él le fue literariamente mejor desarrollando el último asunto.

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Escogimos para el trazo de su semblanza y la compilación de los testimonios de sus familiares y amigos a uno de sus pares generacionales, el poeta nadaísta caleño Jotamario Arbeláez, quien desde los años sesenta merodea por Bogotá, ha sido amigo, testigo y cómplice de los pasos del poeta galardonado y, con su particular estilo corrosivo y pleno de humor, nos conduce por las diversas etapas de su vivencia. Recuperación de una memoria, título que hace lúdica referencia al acopio biográfico y al ejercicio mnemotécnico de los dos escritores, resulta un ejercicio refrescante dentro de tanta solemnidad erudita de la que no hemos podido liberarnos del todo. Maestro Nicolás Suescún, Bogotá se siente orgullosa de su obra, que la engrandece.

Clara López Obregón Alcaldesa Mayor de Bogotá (D)

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Mi autobiografía consistiría casi por completo en capítulos en los que aparecería sentado a solas en una habitación ante una máquina de escribir. Philip Roth


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Capítulo I

Nico, aquí te cuento lo que pienso Permíteme que me siente a tu lado un rato, amigo mío, autorízame para que te diga lo que nunca te había dicho, y perdóname por no habértelo dicho antes.

Capítulo I. Nico, aquí te cuento lo que pienso

Jotamario

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La justicia poética Aquí cuento cuando, al disponerme a escribir la semblanza de Nicolás Suescún, me avisan por teléfono que acaba de morir, luego de obtener el reconocimiento a su obra y a su vida.

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• Nicolás Suescún y Jotamario Arbeláez.

Después de tres meses absorto en la obra de Nicolás Suescún —poemas, cuentos, novelas y traducciones—, me siento a escribir el libro que me han encargado acerca de su vida y su obra, y apenas he avanzado una línea suena el teléfono para preguntarme si estoy enterado de que acaba de fallecer. Me transmite su conmoción el común amigo Alfredo Rey Córdoba, con quien compartimos el mes pasado en la ceremoniosa funebria de Stella Villamizar, la primera compañera del escritor.

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Hace apenas tres días estuvimos tomándonos unos tragos en el bar Don Quijote, tratando de recordar lo que la vida hizo de nosotros, aprendices de brujos, porque fue de los grandes brujos de quienes la enseñanza desentrañamos, setentañeros jocundos y todavía al pie del cañón, o sea del teclado que nos acapara las horas. Él, un espíritu capturado por la palabra y condenado a vivir con ella y para ella más que de ella, que ha pasado por el mundo sin estridencias, sin agitar maracas para decir aquí estoy, siendo notable por lo discreto, consagrado a la creación y a esa recreación que es la traducción, porque ha hecho muy bellas de los más grandes: de Shakespeare Timón de Atenas, de Flaubert Madame Bovary, de Rimbaud Una temporada en el infierno, las Iluminaciones y El barco ebrio, de Blake y Yeats y Stevenson y Bierce y Maugham. Si uno con sólo leer a estos monstruos acaudala su torrente expresivo, cómo será traduciéndolos, que es leerlos dos veces con cada ojo, desmontar su relojería y desentrañar sus ocultas claves. Me entregó la versión remozada de Los cuadernos de N.

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Capítulo I. Nico, aquí te cuento lo que pienso

Que está telefoneando a Margarita, su esposa por un cuarto de siglo, y no le contestan, y en la casa de su hija Natalia, tampoco. Me hielo. Moqueo. Veo borroso. Se me seca la lengua. Se me daña el estómago. Se me baja la pulsación. He perdido mi celular y allí se me han ido los números de aquellos con quiénes verificar. Se marchó Stella, quien me iba a dar los datos de su época europea, cuando concibió a sus dos hijas. A su muerte escribí una nota luctuosa con algunos términos no pertinentes y Margarita —con razón que le asiste—, no quiere hablarme. Y ahora el protagonista de la historia también se va.


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El embrión de este libro desmitificante lo editó hace dieciséis años, Planeta. Con una introducción forzada para disfrazarlo de antinovela, porque libros experimentales de filosofía del ser no publican. Por si ello fuera poco me alargó Opiana, la noveleta fantástica más bella que uno puede leer en su sano o insano juicio, pues es la utopía de una sociedad o ciudad hundida en los efectos del láudano mientras a su alrededor una corte de condenados para su satisfacción trabaja, con el resultado evidente de que los privilegiados son más esclavos porque han abdicado de eso que todavía llamamos la libertad. Y como al que no quisiese caldo, me envió su traducción impecable de una obra de pensamientos de Emerson, sus últimas y sabias palabras, podría decirse. Si El retorno a casa fue considerado uno de los cien libros perdurables del siglo XX, Los cuadernos de N se volvió un libro de culto más bien secreto. Los mismos editores podrían darse cuenta de cuánto sus libros calan, si en lugar de limitarse a contar los más vendidos lo hicieran con los más leídos y asimilados. Estos tres libros fundamentales son su herencia de gloria, que lo sitúan como escritor capital de Colombia. La Secretaría de Cultura, Recreación y Deporte ha hecho justicia poética redescubriendo y relanzando a un autor ya consagrado. A quien le tenía, ay, preparado un homenaje, con presentación de su biografía y antología, en el lugar de su nacimiento. Paso una hora larga en el limbo atando estos cabos. Vuelve a timbrarme Rey para decirme que se trató de una falsa alarma, que logró hablar con Natalia y ella sabe

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que su papá está perfectamente y me está esperando. Salud, Margarita. Venga un abrazo. Me vuelve el alma al cuerpo como si hubiera sido yo el muerto.

La ceremoniosa funebria

• Stella Villamizar y Nicolás, 1964.

Hay parejas que, así no hayan convivido mucho tiempo y su separación sea remota, continúan siendo pareja en el disco duro —por lo que compartieron, lo que fueron y lo que dieron— de esos eternos amigos que, como yo, albergado en el mismo edificio Sabana por el hippie Manuel Quinto,

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Capítulo I. Nico, aquí te cuento lo que pienso

Donde se asiste a las honras fúnebres de la primera esposa del escritor, quien por razones obvias se resiste a salir de la historia.


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alguna vez pasaron por el apartamento de Nicolás donde eran celebrados esos célebres escritores del mundo que publicaban en la revista Eco, que él dirigía. Campeaban licores espumosos, viandas magníficas, conversaciones deslumbrantes, el despliegue de belleza de la joven esposa, la cucuteña Stella Villamizar, por quien, a todos los que por esa época compartíamos los cuartos y El cuarteto de Alejandría, se nos iba la baba. Una de las bondades de llegar a una edad generosa es el acordarse de las historietas renegadas de los amigos en busca de convertirlas en sentida expresión literaria, sin que entre de por medio la mortificación de nadie. Nicolás trabajaba su poesía, sus cuentos y sus traducciones del inglés y el francés, y leía que daba envidia con el libro frente al plato de espaguetis en el restaurante, como contaré más tarde, donde parábamos todos los que estábamos ansiosos de trastornar el mundo y reinventar la vida con borradores pergeñados y de que nos invitaran a alguna fiesta decadente con Tres Esquinas y marimba y la infaltable cortada de venas en el mingitorio de Dina Merlini. Desde hace muchos años Nicolás —encerrado en su opípara biblioteca y esperando la llegada del trabajo de su muybienamada Margarita Moreno, su libro viviente y vivificante, a quien le dedica alma, vida y poemas, pues nada que se quita el sombrero con el que disimula una calva que todavía no se le nota— está entregado a las traducciones, para alimentar a la vez espíritu y cuerpo. Un poeta que ha traducido a todo Rimbaud es un poeta al cuadrado.

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En nuestras reuniones de santos de los últimos días, se quejaba Nicolás de que su obra iba a pasar sin pena ni gloria, pese a que su libro de cuentos El retorno a casa figuraba como una de las cien obras capitales del siglo XX en Colombia. Y me entregó los originales de Los cuadernos de N, una obra máxima que leo con deslumbramiento, a ver si algún editor querría correr el albur de decretarle supervivencia. De pronto estalló la noticia de que había merecido el Premio Vida y Obra 2010 de la Secretaría de Cultura, Recreación y Deporte: el honor, el título de personaje de la cultura del año y algunos millones. Días después recibí notificación de la misma entidad de cultura de haber sido distinguido para establecer la aventura literaria del reconocido escritor. Stella, quien ya comenzaba a incubar su cáncer, y sus hijas, serían la fuente informativa de la primera parte de la vida y obra de Nico, pensé, como Margarita de la segunda, y sus muchos amigos de la intermedia. En esas quedamos. La ex me requería que empezáramos. Le respondía que aún no había firmado el contrato. Pero el cáncer tuvo más prisa. Como a una duquesa de Alba a sus bodas postreras, sus interminables amistades la acompañamos a la velación, a la Porciúncula, al crematorio,

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Capítulo I. Nico, aquí te cuento lo que pienso

Y si ha traducido a Yeats, y si a Arnold, y si a Stephen Crane se quintuplica. Sin embargo, los grandes editores prefieren, en son de economizar, pues prevén que les viene el Apocalipsis, mandar a traducir a los grandes autores por estudiantes de idiomas, sin darse cuenta de que al condenar a la inopia a los traductores profesionales, que son a la vez maestros en sus géneros, lo que están haciendo es, además de faltar al respeto a los silenciosos maestros, apresurar su anunciada bancarrota.


a ella, que era la risa encarnada, la simpatía ilustrada, la gracia plena. No había coctel donde no estuviera y, si no estaba ella, era un fracaso el coctel. Siempre en busca de la notita chispeante para esa sección de El Tiempo llamada Teléfono Rosa, jugando a “la farándula buena”, término certero de Salvo Basile. Con Suescún en la iglesia atestada, él de gancho con Margarita, hicimos el último brindis con los más prójimos, mientras nos dábamos fraternalmente la paz. “No sé por qué todo el mundo se acerca a darme el sentido pésame, siendo que ya ni recuerdo cuándo dejamos de convivir ni cuándo se realizó nuestra convivencia”. No digas eso Nico, que allí vienen tus hijas. Mientras íbamos empujando la caja le dije que tenía cerca a un editor serio interesado en su opera magna. Que ahora sí debíamos correr con el recuento de su historieta. Que comenzáramos por su infancia, siguiéramos con su obra y termináramos con sus amores y desamores. Nicolás alega que no se acuerda pero yo estoy seguro de que lograré que se acuerde.

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El joven intelectual de la época Aquí se cuenta lo que fue El Cisne, cafetería bohemia donde se reunía el malditismo snob de las generaciones que aspiraban a cambiar el mundo.

Nicolás era por los sesenta un intelectual joven como nosotros, pero con una fama de erudito que le combinaba con sus elegantes chaquetas y mocasines, y su crespa barba rubia, su sonrisa burlona y sus despectivos apuntes cáusticos.

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Solíamos verlo muy ufano ingresando a El Cisne, cafetería bohemia en plena carrera Séptima, cerca del puente de la 26, regentada por italianos y atendida por las meseras más pintorescas del ancho mundo, más bien mayores y regordetas y de pelo alisado bajo sus bonetes, con delantales azules sobre sus bastas batas de tela blanca. No era muy amiguero en su mesa Nicolás, ni por timidez ni por arrogancia, a pesar de que todo el mundo sabía de él, sino porque le encantaba comer leyendo y sólo después de que terminaba con El gatopardo y el ossobuco, accedía a una charla sonriente con su circuito del alma que eran Feliza, el “Chuli” Martínez, el estentóreo tolimense José Pubén, a veces Marta Traba o Enrique Grau. Cuando accedíamos los bardos provincianos y nos sentábamos a las mesas vecinas, y no pedíamos nada porque ni bolsillos teníamos, airadas las meseras nos retiraban las azucareras para que no calmáramos con ellas nuestra falta de calorías.

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Capítulo I. Nico, aquí te cuento lo que pienso

• Nicolás con Marilyn Monroe en el sofá de su apartamento.


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Era la meca de los espaguetis a la boloñesa, que empacábamos con todo el entusiasmo de nuestros estómagos de poetas vacíos dándonos el lujo de escoger el anfitrión de la noche. Como el establecimiento que se volvió legendario quedaba cerca de la Televisora Nacional, allí llegaban a cenar y a beber a partir de las diez peéme los actores todavía maquillados, David Stivel, Pepe Sánchez, Miguel Torres y Alí Humar haciendo sus pinitos, y estaban los pintores con sus overoles manchados, Ramírez Villamizar, David Manzur, Álvaro Herrán, y los músicos clásicos y modernos, Lucas Estrada y Pablus Gallinazo, y los bailarines de ballet y de danza contemporánea como Roberto Trinchero, y los cinematografistas Jorge Alí Triana, Jorge Pinto y Francisco Norden, y los actores de teatro con las muecas brechtianas Santiago García, Fausto Cabrera, Carlos Perozzo, Carlos Duplat, Iván Rodríguez, y llegaban aspirantes a extras, balas perdidas en busca de un objetivo, travestis mimetizados, genios incomprendidos incluso por sí mismos, y entre los iconoclastas de papelillo la pesada nadaísta buscando un cuarto para conspirar contra el mundo, Gonzalo Arango, Amílkar U, Elmo Valencia, Eduardo Escobar, Darío Lemos, Diego León Giraldo, Álvaro Medina, Mario Lafont, Luis Darío González, Thor Mussika, Patricia Ariza, Dina Merlini, Consuelo Salgado, Carmen Payón, Fanny Buitrago, Rubiela y Amparo Cadavid, y nuestros feroces guardaespaldas anónimos. Muchos de estos personajes no tenían ningún cruce con Nicolás, quien tenía su propia tolda, pero cito a los que recuerdo porque todos formaban parte del mundo sobre el que estábamos parados y que pensábamos poner patas arriba mientras otros lo ponían manos arriba.

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Luego de cenar, los que se podían dar el lujo, como el tan admirado como envidiado Nicolás, el políglota, y de la cervecera bebeta para la cual siempre había anfitriones muníficos, sobre todos caballerescos cacorros empedernidos, se terminaba en alguna casa burguesa por los alrededores de la avenida Chile, donde los convidantes ricachos se daban el tono de compartir con los genios del vanguardismo. Hasta que terminaban echándonos cuando se acababan licores y comestibles, y cada uno salía en busca de su destino, que en mi caso era la Funeraria Gaviria. Nicolás, quien a pesar de haber nacido entre el Palacio de San Carlos y el Palacio de Nariño, hace profesión de pobreza “de puertas para adentro”, aunque no fueran muchas las veces que aceptaba participar de estos aquelarres, tenía siempre cómo retornar a puerto seguro.

La librería más bella del mundo

En plena avenida Jiménez, diagonal al palacio que ocupaba la Gobernación de Cundinamarca, en un atractivo recodo, antecedidos por un decorativo molino de viento de cinco metros, se alzaban los siete pisos de vidrio a la vista, que en vez de ladrillos ostentaban lomos de libros, de la librería Buchholz a donde íbamos a dar casi siempre los medios días, entre las once y las tres de la tarde, luego de unas azarosas madrugadas castigando el cuerpo, los poetas mesiánicos de las provincias inhóspitas,

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Capítulo I. Nico, aquí te cuento lo que pienso

Se describe lo que fue la librería más fantástica que se haya visto en el ancho mundo, donde Nicolás atendía a “los catedráticos” y dirigía su revista.


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a palpar las novedades que habrían llegado, sobre todo los últimos tomos del nouveau roman por entonces en boga, Robbe-Grillet, Michel Butor, Claude Simon, Marguerite Duras, para la siguiente semana estar escribiendo como ellos, a mirar en el tercer piso exposiciones de arte que bien podrían ser de Obregón o Botero, y a detectar anfitriones letrados y conversadores que invitaran a almorzar mientras hacían aspaviento con su bolsa de adquisiciones. Si, como dice Borges, el paraíso tiene la forma de una biblioteca, ese era el cielo prometido a tantos infieles, esa torre de Babel con libros en todos los idiomas del ancho y ajeno mundo. El propietario era un alemán de blanca y revuelta cabellera einsteiniana, que había fundado librerías con galería de arte en Berlín, Nueva York, Bucarest, Madrid y Lisboa, Karl Buchholz, don Carlos, quien en vista de que su hijo era medio bobo había ofrecido en principio un cargo de dependiente a nuestro muy joven y atildado Suescún, que luego sería director de la librería, y de Eco —esa revista germanizante que entre 1960 y 1984 alcanzó 272 números. Y allí lo encontrábamos enzarzado en divagaciones bibliófilas frente a sesudos pocillos de café con intelectuales librescos como “El Cofrade” Alfonso Palacio Rudas y Germán Arciniegas, el arquitecto Fernando Martínez Sanabria y el pensador Nicolás Gómez Dávila, el politólogo Mario Latorre y el embrujador novelista Pedro Gómez Valderrama, para no hablar de los poetas Jorge Gaitán Durán, Eduardo Cote Lamus y Álvaro Mutis, quienes le compraban quintales, mientras merodeaba algún personajillo con gafas negras, enfundado en un abrigo de lana de amplios bolsillos que le permitía sacar toda una enciclopedia del cine bien camuflada.

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Era Nicolás el personaje más envidiado por todos nosotros, por cuanto disponía para leer en tres idiomas de todos los libros del mundo publicados hasta el momento y todos los días le llegaban más y más cajas, y en la revista publicaba ese tipo de monstruos como eran Hölderlin, Bruno Shulz, Robert Walser, Hannah Arendt, Georg Trakl, Magnus Enzensberger, Ingeborg Bachmann y el fundador del nadaísmo Amílcar Osorio. Todos los intelectuales robaron en la Librería Buchholz, sobre todo los que llegaron a tener bibliotecas de fábula como la mía, pero yo hubiera sido incapaz de llevarme un libro porque desde que llegaba hasta que salía Nicolás no me despegaba los ojos.

Sorpresas en el camino

• Nicolás, durante una lectura de sus poemas, en el Festival de Poesía de Medellín.

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De cómo un escritor que nunca soltó la pluma y llegó a considerar que su esfuerzo había sido en vano se ve encumbrado en pleno desasosiego.


Autores hay que se pasan toda una larga vida escribiendo con responsabilidad, talento y pasión y aun así se quedan sin obra y sin biografía. Pierden la primera porque los editores no se interesaron por ella, y si la editaron los lectores se hicieron los desentendidos y con su desaparición los papeles también se entierran. De la historia de su vida no queda huella, por cuanto el autor no se preocupó por contarla y nadie se tomó la molestia de rastrearla sobre la tierra.1 Es el caso de mi amigo el genio más genio que he conocido, Amílcar Osorio, amado, venerado y ensalzado por Nicolás, poeta, cuentista, novelista, ensayista, cofundador del nadaísmo y amador de muchachos por añadidura, quien a su muerte, de la misma edad del profeta Gonzalo Arango volatilizado diez años antes, desapareció del planeta de las letras sin un suspiro.

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No es el caso de Nicolás, quien en cerca de cincuenta años ha tenido oportunidad de publicar una obra copiosa, nueve libros en prosa y en verso propios, y numerosa en traducciones de prosa y verso. Y quien cuando más descuidado estaba, medio berraco con el mundo indiferente a los rayos de su mensaje, recibió el galardón que lo coloca en una cumbre señera entre los creadores. ¿Por qué yo?, parece que fue lo primero que se dijo cuando le notificaron del premio. Si yo nunca he ganado nada. Me consta —porque a veces me lo decía, con esa desconfianza por el trascender que es común en el pensamiento de sus personajes descoloridos—

1 Es inaceptable que un hombre deje huella de su paso sobre la tierra, sentenció Tristan Tzara, y por esa frase sencillamente intrascendente se le recuerda.

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Me alegré como pocos por cuanto he disfrutado de la cercanía jubilosa de Nicolás en los últimos diez años, invitados repitentes al Festival de Poesía de Medellín que regenta el “Mono” Rendón con su fabuloso pastel de gloria, y lo había hecho antes, desde que comenzamos a trasegar recién salidos de la adolescencia por estas calles de Dios de la Bogotá de la sesentena y sus bares de buena vida y de mala muerte. Ahora este escritor discreto ha sido notificado de que no perdió su viaje a la vida y de que sus inútiles papeles sobre la mesa se volvieron documentos preciosos.

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Capítulo I. Nico, aquí te cuento lo que pienso

que sospechaba que había perdido su viaje con las palabras, que su literatura era irrelevante, para cantarlo claro, que casi se sentía un fracasado. Un poeta al que no habían repasado muchos lectores, salvo contados amigos, entre quienes me cuento, y confieso que era poco lo que hasta entonces había leído. Porque así somos en este país los poetas y los amigos, nos leemos los primeros textos o libros y, así nos gusten, difícilmente nos volvemos a leer dado que ya sabemos cómo escribimos. Les damos la patente de talentos tan superlativos o superfluos como nosotros, y en su compañía nos apoyamos para desprendernos de lo que pasa. Y así nos perdemos de la evolución hacia la maestría de los pichones, si una circunstancia fortuita, como es el caso presente que nos ocupa, no nos obliga al revisionismo poético.


Anatomía del recuerdo Especulaciones acerca del olvido y de la memoria, y de su hipotética relación con la realidad que hubiese pasado.

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• Nicolás en su estudio.

“Recordar es vivir”, memoro que escribió el novelista y pensador inglés Samuel Butler, pero me corrige mi suegra Emilia, aclarándome la garganta, que es una canción interpretada por Garzón y Collazos y Los Hermanos Martínez. Lo que comprueba que la sabiduría popular es la misma de los rigurosos filósofos pero al son de la pandereta. En la vida y en el templo del cuerpo que la cuenta los recuerdos devienen por distintos conductos. En el cuento de Akutagawa, “En el bosquecillo”, los testimonios de cinco testigos en la escena del crimen, el victimario y el mismo occiso convocado en una sesión de espíritus, dan una versión diferente de lo ocurrido. Qué tal si en el presente no pasa nada, y es el recuerdo —el personal y el colectivo—, el que se inventa los acontecimientos; aventuro esta hipótesis apoyándome en otro pensador más liviano, en Mark Twain,

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Si en el archivo de la trayectoria vital de un hombre, de nuestro hombre, de Nicolás Suescún, sólo hay espacio para esa felicidad borgiana —dejando aparte besos y viajes— de unos millares de libros leídos y acariciados y unos cuantos escritos y publicados, unos conciertos en los oídos armoniosos y unos pasos coloridos por los museos,

2 El industrial retirado Guillermo Cabo, a los 85 años en pantaloneta y sandalias bajo el azul marino del cielo de San Andrés, le contaba a Gonzalo Arango que el secreto de su eterna juventud eran la buena salud y la mala memoria.

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Capítulo I. Nico, aquí te cuento lo que pienso

quien afirmaba que cuando era joven podía recordar todo, hubiera sucedido o no. En tal forma, la facultad de recordar podría ser la meca de los mentirosos. Volviendo a Butler para interpretarlo —esta vez no con la guitarra—, a una forma de muerte corresponde el olvido, así como el recuerdo a una forma de vida. Para los tipleros del caso, el recuerdo no es otra cosa que una historia de amor que fue mentira. Y si consideramos el olvido como un castigo, sería el olvido de sí mismo más cruel que el ser olvidado. Aunque para el maestro zen es el punto de llegada en vida al nirvana. Recordar también suele ser una manera de falsear la vida, como lo comprueban tantos libros de memorias, confesiones y diarios íntimos. Y cuántos falsos testimonios en los juzgados para hacer condenar a los inocentes. Hay autores que memoran mentiras adrede para cuadrar la historia de acuerdo con sus intereses o sus ideas, o para lavar faltas y penas, o sólo porque el tiempo tramposo va sustituyendo el suceso puro por la interpretación que allega el recuerdo. Pensadores más compasivos han expresado que el olvido es descanso del acoso y oprobio de la memoria.2 En especial para aquellos a quienes atormenta el remordimiento.


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dones que al valido le han edificado la conciencia y forjado el conocimiento y estructurado el destino, señalado un recto asenderamiento y establecido una ética y una estética para hacer de la existencia un reino privado, cómo debe mortificar la reiterada expresión “no me acuerdo” ante las preguntas reporteras de los amigos. Así me suele contestar Nicolás cuando, sentados en su estudio o en la mesa del bar, para poder acometer su esperada biografía busco adentrarme en las grietas en su pasado. Y no sabes lo que eso me preocupa, me dice, porque pienso que es irreversible. No se ha inventado nada contra la peste del olvido. Y a qué crees que se deba, repongo. A la marihuana que consumo desde muy joven, confiesa. No me vengas tú también con que lo malo que tiene la marihuana es que le hace olvidar a uno dónde dejó la perica, como Mayolo. Y, haciendo gala de sapiencia lisérgica, conceptúo, cuando el principio activo de la yerba, el tetrahidrocannabinol, llega al hipocampo, se altera la forma como éste procesa la información produciendo un deterioro en la memoria, en tanto se activa la creación imaginativa hasta el de­ senfreno. Así, la imaginación es el invento de recuerdos que no pasaron pero que se registran en la memoria. De modo que puedes estar seguro de que eso que olvidas es el óbolo cerebral por todas esas maravillas que la imaginación creativa te aporta. Y me calo las gafas como si fuera mi médico. Pero yo quiero acordarme de lo que he vivido, de lo que he visto, oído y sentido, y sobre todo de todo lo que he leído. No en vano debí pasarme toda la vida detrás de un libro. Comienza por dejar la yerba, formulo. Mira lo fácil que

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dejamos la máquina de escribir por el procesador de palabras. Y la primera mujer por la última sin detenernos en las del medio. Ahora hay drogas de diseño, exquisitas. Como el éxtasis, que es a lo que llegamos con el tecleado palabreo. Y también puedes acudir al yagé para desdoblarte y volver a gozar de los libros cuando los ibas leyendo. Tampoco es para tanto, concreta. Y me explica que el THC es lo único que le da realidad al limbo de ensoñación en que habitualmente habita su mente.

Cuando la vida es la obra

Capítulo I. Nico, aquí te cuento lo que pienso

Alejarse de la sociedad de consumo no significa abstenerse de los placeres que ofrecen las bandejas providenciales para beneficiar los sentidos, de las abluciones a las caricias.

• Nicolás y Jotamario.

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Así como el poeta Darío Lemos sostenía que “mi obra es mi vida, lo demás son papelitos”, y ahora que decidió irse porque esto no era vida, todo el mundo anda buscando esos papelitos, hay también quienes, como creo que es el caso de Nicolás, deciden que la única vida que trasegaron son las obras de su intelecto, inscritas en sus papeles.

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Lo dice y lo repite, he vivido una vida anodina, exenta de grandes aventuras y sobresaltos, si algo me ha pasado es lo que me tenía que pasar, un par de relaciones que han dejado su huella, la una dos hijas y la otra una complicidad de un cuarto de siglo en el mismo cuarto, unos libros que me han acarreado un mediano prestigio, un leer sin descanso, un teclear persistente en prosa y en verso, un trasladar en prosa y en verso obras entrañables para el sustento, oír música clásica, en especial de Bach y Vivaldi, más los cuartetos de Beethoven, regodearme con la pintura de Rembrandt, aspirar un pitillo de marihuana mientras miro el ocaso de la ventana, de vez en cuando un aguardiente con los amigos, porque ya ni whisky bebo. Pero yo creo —y no me preocupo por comprobarlo, pues basta con que me lo hayan sugerido sus hijas— que Nicolás es morrongo, como les decimos a quienes posan de santones en los asuntos mundanos, sin que ello implique ser hipócritas, pues le ha gustado comer bien, beber bien, vestirse bien, oler bien, escribir bien, hablar bien, y seguro que hacer bien todas esas otras cosas que hablan bien de cualquier hombre de bien pero que no son del resorte del biógrafo,

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pues no se trata de una “biografía no autorizada” llena de chismes de alcoba, sino de un retrato a muchas manos donde participa el modelo con la paleta de colores de su estimulada memoria. Acostumbramos encontrarnos en El Quijote de esta avenida 19 del centro de Bogotá por donde discurrió nuestra vidurria desde la primera melena juvenil hasta esta prematura vejez que ya es justo que se nos note, bar que es a la vez una librería atestada de tomos viejos en sus viejos estantes, sombra de la sombra minimizada del bar El Cisne y de la librería de don Karl, y en compañía de Larry, el poeta negacionista que me acude en este trabajo, le damos rienda suelta a una parla de loros apenas interrumpida por las carcajadas de peluqueros en asueto, vendedores de lotería, levantadores de pesas, encargados de montallantas, toda esa fauna de los versos del poeta Mario Rivero, quien de no haberse ido estaría feliz con nosotros.

Evocaciones alrededor de unos tragos para poner de presente el pasado sin que la nostalgia pase la cuenta.

Para qué la robusta memoria si quien acusa alguna deficiencia con ella tiene una imaginación que desborda. La loca de la casa, como le decían los antiguos, hace la realidad más bonita con los recuerdos barridos.

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Capítulo I. Nico, aquí te cuento lo que pienso

En busca de lo que no se ha perdido


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• Nicolás con sus hijas, otros familiares y el poeta José Pubén.

Luego del saludo, de nuevo en su apartamento, en el mío, de donde partimos para El Quijote, pasado el lamento sacramental por la memoria que siente que se le escapa como a Antonio su Alejandría en el poema de Constantino, entrados en las primeras copas de aguardiente que es el trago que ahora tomamos porque los médicos le recomendaron evitar el fino whisky que antes libábamos e inmersos en los laberintos inteligentes de la literatura y de los amigos, que por ellos circulan como por una calle abierta y soleada, retomo el tema de nuestra conversación anterior,

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Capítulo I. Nico, aquí te cuento lo que pienso

de que la desmemoria es producto de la imaginación, imaginas que no te acuerdas y esta inventiva anula el recuerdo. Con la imaginación se pueden crear nuevos mundos, con la memoria recuperar precariamente los mundos que ya se fueron. Y le propongo datos que nos son comunes y que van asistiendo precisos y preciosos. Allí viene el poeta José Pubén, míralo con su ruana de cuadros, tan gordo como era y hacía unos poemas flaquitos y justificados con su máquina de escribir, míralo con su libro M, n, ñ bajo el sobaco, viene vendiéndolo. Ya no va vestido de blazer a la cafetería La Florida a mirar muchachos. Y como nadie en Colombia le hace caso a su poesía, está pronto a viajar a Los Ángeles donde terminarán enterrándolo, te encontrabas con él en esta misma calle, recuerda, tomaban café, reían de la vida con risas de tan diferente timbre, parece que nos vio pero prefirió devolverse, reentabla las conversaciones infinitas con Hernando Valencia Göelkel acerca de las traducciones que se publicaban en las revistas Mito y Eco, él fue quien nos introdujo la Lolita de Nabokov, o las visitas en su estudio de chatarrera a esa gran mujer que se burlaba de todo con el arte y con la risa que era Feliza Bursztyn, y al calor y al sabor de los tragos le vuelven a sí la historia de cada autor y de cada libro, su tema no se confunde con el de otro, puede desmontar la relojería de los estilos, pulsar los tonos, establecer las fechas de sus sucesivas ediciones y traducciones, y de esa forma terminamos ebrios por habernos bebido hasta el fondo nuestras frondosas bibliotecas. Lo que quiere decir que la memoria es cuestión de estímulos.


Me le quito el sombrero Donde el amigo que traza su perfil con palabras le confiesa al escritor lo que le ha significado el descubrimiento de su opera magna.

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• Nicolás y Jotamario.

Permíteme que me siente a tu lado un rato, amigo mío, autorízame para que te diga lo que nunca te había dicho, y perdóname por no habértelo dicho antes. Así saludé a Nicolás la tarde pasada, al encontrarlo esperándome en Don Quijote con su bien calado sombrero azul gallineto, frente a una copa de aguardiente y fumándose un cigarrillo. —Si me vas a describir aquí sentado no vayas a poner eso, porque Margarita me mata, pues el médico le ha advertido que con cada fumada me voy acercando al punto final, dado mi enfisema, y ella entra en cólera cada vez que me encuentra en éstas.

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Capítulo I. Nico, aquí te cuento lo que pienso

Descuida, dignísimo maestre, que nunca anotaré algo que te perjudique o llegase a molestar a tu amable esposa, a no ser que las rigurosas reglas de la narración biográfica así lo exijan, como es el caso. Y veo que estás tomando aguardiente, dado que el mismo médico diagnosticó que te podrían afectar los otros licores y en eso sí que le has hecho caso. Para que no vayamos a tener ebriedades de distinto grado voy a tomar de lo mismo contigo. Mesero, ponga otra copa. Querido Nicolás, cuántas edades hará que recorremos estas calles con distintos zapatos y la mirada un poco más corta, hablando de los mismos temas y de los mismos autores y personas con otras palabras, pero sintiéndonos diferente porque cada vez tenemos la responsabilidad de haber escrito más páginas. Quemado neuronas en aras del bienestar del mundo, que prefiere ahorrarse el costo de nuestro libro donde viene cifrada su salvación. Dices bien, respondes, sonriente, uno carga con el peso de lo que escribe, y si eso que escribe es malo es más cruel el lastre. Un mal parto literario implica las consecuencias de un crimen. Claro que uno nunca es buen juez. Y los buenos jueces, que son los colegas escritores, están bien ocupados tratando de justificar lo suyo. Pero si ponen las gallinas y cacarean de júbilo por la perpetuación de su especie y porque pueden alimentar a la vez a la especie humana sin reparar en que lleguen a contener algún brote de salmonela y provocar intoxicaciones masivas, nosotros tenemos el derecho de poner nuestros propios huevos sin ningún tipo de complejos. Porque además, por lo general, nadie se los come. Ni los amigos, te respondo, aparte de los más fieles, y es de eso que vengo a hablarte. Eres ante todo un poeta, en eso estoy de acuerdo con Margarita. El que se mira por el revés del espejo. Tienes el temple del poeta que, sin afán pendenciero, confronta el mun-


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do, el que desdeña el baile en el transatlántico por sentarse a escribir ante la ventana, llevas en tu bolsillo el misterio, se te nota en la frente el sello de Orfeo. Pero puede que no sean tus poemas lo mejor de tu poesía, por eso echas mano de todos los géneros y hasta te pegas de los más grandes escritores que traduces para transmitirles tu aliento. Para buscar traducirte en tus traducciones. Con ese libro de cuentos, El retorno a casa, pusiste un punto muy alto, situaste —como hizo Mario Rivero con muchos de sus poemas— un espacio citadino que es tu barrio de nacimiento por donde discurre la vida, y en los personajes de las historias campea el espíritu desasido. Es la sabiduría de crear el sitio atmosférico, y de definir las situaciones por donde gentes en contacto se mueven aburridas o desesperanzadas o simplemente muertas en vida. Allí expresas tu náusea, tu desapego del mundo esperanzador, tu extranjerismo desde la cuna, tu estupor, tu desasosiego. Por ese libro fuiste siempre un modernísimo escritor costumbrista urbano entre tus amigos, pero con Oniromanía arremetiste con la burla del que se presume soñando contra las convenciones del mundo, que termina rajado sísmicamente en el recinto donde el conferencista discurre. Todo esto ya lo había percibido y hasta allí iba mi admiración y mi gusto de andar contigo. Hemos bailado en una sola pata en los festivales de poesía adonde nos ha invitado reiteradamente el “Mono” Rendón. Pero tenía la seguridad de que algo ocultabas. Y de ello me he venido a enterar ahora. He leído las tres últimas creaciones inéditas que me has pasado, pues la última versión de Los cuadernos de N ya es otra obra. La noveleta Opiana, y la traducción de los pensamientos de Emerson. Y te digo que si en este momento te cayera un rayo sobre el sombrero podrías morir tranquilo porque coronaste la obra. Una obra por la gracia de los miles de maestros que te acudieron. Gran literatura por la redención de un género humano que no se deja. Y redimido tú mismo por esos gé-

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Capítulo I. Nico, aquí te cuento lo que pienso

neros literarios que han sido generosos contigo. El mundo guardará para su disfrute estético tu humor amargo, tus reconvenciones por la injusticia que te destempla los dientes, la belleza de tus espacios vitales recreados por la pulsión de tu estilo. Ahora, cuando los turistas, que pasean por La Candelaria, se detengan ante la antigua casa editorial de don Antonio Nariño oirán que el joven guía les informa: “En esta casa nació el escritor Nicolás Suescún”. Lo que te quiero reiterar es que has cumplido, aunque no fue fácil. Y lo has hecho en silencio, con rigor y con excelencia. Y la ciudad también te ha cumplido.

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Capítulo II

Nico, cuéntame tu vida Soy alguien muy difícil para hacerle una biografía, porque lo he olvidado todo (risas).

Capítulo II. Nico, cuéntame tu vida

Nicolás Suescún

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Inicialmente se adelantó una entrevista grabada de varias horas. Al ser desgrabada se vio que ésta era imprecisa, vacilante, insegura, aparte de que carecía de rigor literario. Suescún, bajo el acucioso seguimiento del entrevistador, recompuso sus respuestas de manera admirable en la precisión y el detalle, apoyado en su hoja de vida y en sus álbumes fotográficos. Al fin y al cabo se trataba de no dejar perder sus memorias. El resultado es esta autosemblanza inducida, que muestra cómo el poder de evocación a través de la palabra conjura cualquier dificultad memoriosa, sobre todo cuando no existe.

Infancia triste de un escritor que triunfó

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• Nicolás en sus años de estudiante.

Has llegado a los 73 años, Nico, entregado a la lectura, a la escritura y a las artes con todo ahínco. Tanto, que tu vida se confunde con ellas, pues te jactas, como T. S. Eliot y Wallace Stevens, de no haber tenido una vida particularmente movida como las de T. E. Lawrence, Joseph Conrad o Charles Bukowski, dignas de una filmación de aventuras. Pero con el Premio Vida y Obra que te consagra ante propios y extraños, y con las obras, publicadas e

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inéditas, que acabamos de revisar, y que certifican la grandeza de tu trabajo, hay méritos para indagar por tu vida, y con quién mejor que contigo mismo para empezar, a pesar de que pregonas la precariedad de tu actual memoria. Hagamos el esfuerzo. Comencemos por tus primeros años sobre este punto de la tierra que es Bogotá. Tuve una infancia y una juventud bastante tristes. La pobreza, una pobreza como quien dice “de puertas para adentro”, en que viví esos años me marcó para siempre. Mis padres, José Suescún y Elena Peña, eran de familias burguesas, acomodada la de él, hijo de un respetable comerciante con antepasados próceres de la Independencia; y pobre la de ella, pues era hija de Eugenio Peña, que pintaba paisajes de la sabana de Bogotá, bañada por una luz que le imprimía a los árboles, la hierba, las piedras y las vacas un matiz melancólico. Poco ganaba con la pintura y vivía del paupérrimo sueldo que tenía como secretario de la Escuela de Bellas Artes. Para ayudarlo, el pintor Andrés de Santamaría, que vivía en Barcelona, le dejó en usufructo la hoy llamada Casa de los Derechos —allí en uno de los locales imprimió Antonio Nariño los Derechos del Hombre— a cambio de que le administrara una hacienda en tierra caliente.

Quedaba la antigua casa al fondo de la entonces llamada Plazuela de San Carlos, entre carreras sexta y séptima, frente a la iglesia de San Ignacio, y a media cuadra de la plaza de Bolívar. En el centro de la plazuela estaba la estatua de Rufino José Cuervo, sentado con un libro abierto en las rodillas. Vivíamos en el segundo piso —el primero estaba ocupado por locales al frente y depósitos en el interior—, que construido en el siglo dieciocho era de gruesas paredes de adobe que rezumaban humedad. Corría la leyenda de que durante la Reconquista española unos patriotas se habían escondido bajo las anchas

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Capítulo II. Nico, cuéntame tu vida

Vamos bien, Nico, perfectos esos primeros recuerdos. Sigamos pescando. Dónde quedaba esa casa, cómo era y qué historia tenía.


escaleras; pero en mi época proliferaban las ratas. En la casa del costado oriental había vivido Manuelita Sáenz.

Recuerdos de familia

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• Nicolás y el tío John.

Tienes un enclave vital en la Independencia. Como si fueras un personaje que se hubiera equivocado de tiempo. Si alguien ha nacido en la casa donde don Antonio Nariño imprimió los Derechos del Hombre está signado para altos oráculos. Habla ahora de tu familia. Nací yo pues en aquella lóbrega casa bajo el peso sombrío de la historia. Ya en ese momento mi padre, que nunca trabajó, había dilapidado su herencia. Tenía él cuatro hermanas. La mayor, Lucrecia, se había casado ya mayor con un apuesto inglés, John Meek, y se hizo cargo de la casa y de la educación mía y de mis hermanas Helena y Sonia. Pero yo fui su consentido. Todos los domingos, desde muy pequeño, me llevaban

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a almorzar a los mejores restaurantes y me daban unos pesos para las golosinas, y ya algo mayor para ir a cine. Me pagó toda la educación, desde la primaria en el Colegio de La Presentación que quedaba a pocas cuadras de la casa, hasta el bachillerato en el Instituto del Carmen de los hermanos maristas. Y cómo era tu personalidad infantil, ¿eras tímido, comunicativo, introspectivo, amigable, alegre o algo melancólico, como ahora? Era yo un niño solitario y acomplejado por el contraste entre la pobreza de la casa y la holgura de mis tías —todas me consentían; mi tía Cecilia, por ejemplo, me llevaba al campo en las vacaciones—, lo que hizo que me refugiara desde muy pequeño en la lectura y en el cine. Alcancé a leerle la primera parte del Quijote a mi abuelo, que se había quedado ciego. Al morir él nos habíamos mudado a una casa, sórdida de otra manera que la de la calle 10 por lo barato de la construcción, en la calle 70 con carrera 17.

El niño solitario ingresa al colegio

Del colegio recuerdo mi pedante desprecio por mis profesores que consideraba ignorantes y el grueso tomo de catecismo cuyas preguntas y respuestas tenía que aprender de memoria y que terminó por confirmar mi completa pérdida de la fe, fruto de mis propios ingenuos pensamientos de desafiante rebelión contra la religión, que era inevitable asociar con el poder, y de la lectura de libros prohibidos como Las ruinas de Palmira de Volney, Cándido de Voltaire o las Confesiones de Rousseau, y de novelas como Germinal de Zola, que sin ser específicamente antirreligiosas me marcaron profundamente por mostrar la injusticia y la desigualdad reinante en el mundo.

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Capítulo II. Nico, cuéntame tu vida

¿Cómo discurrían tus días de colegio, eras un estudiante aplicado o rebelde, anticlerical o devoto, nació allí tu pasión por los libros?


¿Qué hecho o hechos te marcaron o conmovieron también por esa época? Viví un evento histórico que aunque traumático para mí lo fue mucho más, y dolorosamente, para el país. El asesinato de Jorge Eliécer Gaitán el 9 de abril de 1948, cuando yo tenía once años, fue el verdadero inicio de la horrible violencia que azotó al país durante décadas. Ese día, entre las dos y tres de la tarde, se empezaron a ver, por las ventanas de mi salón de clase que daba al sur, densas columnas de humo que se levantaban en el centro de la ciudad. Casi de inmediato, sin explicarnos la razón, nos dijeron que nos fuéramos a la casa como pudiéramos pues ya no había buses. En el camino empecé a cruzarme con grupos de hombres con ruana y sombrero y de mujeres que gritaban, encendidos los rostros cobrizos por la ira: “¡Mataron a Gaitán! ¡Mataron a Gaitán!”.

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Para aconductarlo lo envían a Estados Unidos

• Nicolás en la foto del anuario de Greenbrier Military School.

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Aunque era buen estudiante, odiaba el colegio, y cuando llegué a tercero de bachillerato, decidí simplemente no ir. Me iba a leer al Parque Nacional, a matiné o a jugar billar. Para esconder mi vagancia falsifiqué durante todo el año la libreta de calificaciones poniéndome las mismas buenas notas que había sacado siempre para no despertar sospechas en mi ingenua tía, y me quedaba por supuesto con el dinero de la pensión del colegio, lo que me permitía el cultivo moderado de mis precoces vicios —algo de licor y muchos cigarrillos. Al llegar el final del año, y caer en cuenta mis tíos del tremendo engaño, lo que atribuyeron a las malas amistades —yo para mis adentros sabía que yo era el malo del paseo— que me habían apartado del camino del bien, decidieron enviarme a una escuela militar en los Estados Unidos, la Greenbrier Military School en Lewisburg, un pequeño pueblo de West Virginia, uno de los estados más pobres de la unión estadounidense. Esa decisión de mis tíos fue el cambio más importante de mi vida hasta entonces. La tomaron, me dijeron, para que me corrigiera, me disciplinara y llegara a ser alguien en la vida. Mi tío me depositó allí a principios de diciembre. Todo me era extraño: el invierno —empezaba a nevar—; el idioma —al principio, claro, no entendía nada—; el remedo de disciplina militar —el temprano toque de diana, la formación frente a las habitaciones en los pasillos abiertos del patio, la ducha rápida en un baño colectivo, el arreglo de la habitación, la marcha al comedor, los desayunos con muchos carbohidratos y litros de leche, y luego las clases. Me gustaban las de historia y geografía, y sobre todo la de inglés y luego la de francés.

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Capítulo II. Nico, cuéntame tu vida

Continuemos con los días de colegio. Se percibe que no fue un sitio donde te sintieras a gusto. Pero tampoco parece que hubieras sido entonces, como no lo has sido nunca, un vago.


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Comienza a pensar en inglés

• Nicolás en la Greenbrier Military School, 1954.

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Una de tus características personales e intelectuales es el dominio de esas lenguas, de las cuales has sido brillante traductor. De Blake y De Quincey y de Rimbaud y Flaubert, para poner sólo ejemplos máximos. ¿Cómo elegiste profundizar en esas lenguas? Obligado por las circunstancias aprendí el inglés bastante rápido. Desde un principio vi que era un idioma muy rico en palabras pero que se podía hablar perfectamente con muy pocas, sólo unas mil doscientas —supe después—, pero que al mismo tiempo tiene más del doble, tal vez el triple de palabras que el español. El caso fue que el idioma de Shakespeare me fascinó hasta el punto de que ya para el segundo año, aunque todavía no lo hablaba muy bien, era el mejor de la clase —la gramática es muy sencilla y enseñan más bien el uso— y cuando me gradué me gané el premio de inglés. También tuve un profesor rumano de francés muy bueno, que fue una excelente introducción a la lengua de Montaigne y de Villon, dos escritores que desde entonces me fascinaron, obviamente por muy distintas razones.

En el último año, le decían a uno que tenía que aplicar a una universidad en el caso de que uno quisiera seguir una carrera. Como tenía muy buenas calificaciones hice solicitudes para las que me parecían las mejores, después de tomar y pasar muy bien un examen general que exigen para ingresar a los estudios superiores. Hice solicitudes para Harvard, Cornell y Columbia. No recuerdo si me aprobaron en las dos primeras... Haz el esfuerzo. Trata de recordar... Sí, me aprobaron, pero el caso es que escogí a Columbia, no sólo por ser más barata sino sobre todo por estar en Nueva York.

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Capítulo II. Nico, cuéntame tu vida

Ibas a terminar tu secundaria y debías optar por una universidad, desde luego con el patrocinio de tus tíos. ¿Por cuál te fuiste?


El poeta en Nueva York Y, ¿qué significaba por entonces Nueva York para ti? ¿Desde cuándo la conocías? ¿Qué encontraste en ella que te encantara?

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Ya conocía y me había fascinado la gran ciudad, pues había estado allí unos días de mis segundas vacaciones —en las primeras me quedé en Lewisburg en una casa de familia, y en las segundas pasé unas semanas en casa de un amigo en Pittsburgh—, y todos los tres meses de las últimas, lo que me permitió ir descubriendo las maravillas de la que sería para mí desde entonces, pudiéndola comparar años después con París, Londres, Madrid y Berlín, la capital del mundo, en el sentido de que su ritmo frenético le infunde a uno, a mí al menos, libre y sin responsabilidades, una energía, una vitalidad extraordinarias, que inspiró a Whitman —“Walt Whitman soy, un Cosmos, hijo de la poderosa Manhattan”—, a Hart Crane en su bellísimo libro El puente, y que describió en todas sus facetas John Dos Passos en el primer libro de su gran Trilogía USA, Manhattan Transfer. Creo que esos meses, y luego los dos años que estuve en la universidad, fueron los más felices de mi vida. A pesar de la soledad en que vivía, había tanto por ver, tanto por hacer, tanto por leer, y todo siempre con una sensación de libertad que nunca más volví a sentir. Me alegra, pero me extraña, oírte hablar de felicidad, pues te pareces a esos personajes de tus ficciones que para todos los grandes sentimientos y convicciones tienen un razonamiento disociador. Pero bueno, estabas muy joven, en pleno aprendizaje. ¿Qué más hacías? Acuérdate de recordar. Recuerda, memoria. Frecuentaba los museos: el maravilloso Metropolitan en el que podía uno apreciar desde tallas primitivas hasta los pintores contemporáneos; el Museo de Arte Moderno donde estaba todavía el “Guernica” de Picasso, que después, por vo-

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luntad del pintor, fue cedido por el museo al gobierno español al volver la democracia a España; The Cloisters, donde pude admirar el fantástico tapiz medieval “El unicornio cautivo”; y la Frick Gallery, la mansión de un millonario llena de su increíble colección de pintura, entre muchos bellísimos cuadros el “San Francisco” de Giovanni Bellini. Ante éste y otras obras maestras de los demás museos me quedaba embebido largo tiempo.

Su romance con el cine

En un pequeño teatro, el Thalia, que cambiaba su programa doble tres veces por semana, vi una enorme cantidad de películas europeas clásicas, como la emocionante obra maestra de René Clair, Los hijos del paraíso; las grandes películas con Jean Gabin, como El muelle de las brumas de Marcel Carné; las primeras de Hitchcock como La posada de Jamaica, con el gran actor Charles Laughton, de quien vi muchas de las películas en las que actuó, como el Jorobado de Notre Dame y El fantasma de Canterville; conmovedores filmes italianos neorrealistas como Arroz amargo, con Silvana Mangano y Vittorio Gassman, y sobre todo Ladrón de bicicletas, de Vittorio de Sica, que vi varias veces, siempre con la misma emoción; y los grandes filmes expresionistas de Fritz Lang, como El doctor Mabuse y Metrópolis. Pero no quiero seguir enumerando filmes, sino recalcar que el cine ha sido para mí un delicioso escape de la vida diaria que me brindaba a la vez, y me sigue brindando, más que todo en la pequeña pantalla del televisor, un gran placer estético. Dado el entusiasmo con que te expresas del cine, y lo detallado de tus recuerdos, ¿podría decirse que en un momento sentiste que

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Capítulo II. Nico, cuéntame tu vida

Perfecto el recordatorio. Ahora pasemos al Séptimo arte, que por entonces estaba en pleno furor.


el cine podría ser más decisivo para tu percepción del mundo que la literatura? El cine era algo así como un complemento de la lectura, que seguía siendo para mí la mejor manera de sumergirme en mundos muy diversos y de identificarme, compadecerme u odiar a toda clase de personajes, y que además me hacían entender el mundo y la historia. Los dos años que estuve en la universidad —al cabo de ellos, debido a una devaluación del peso, mis tíos no pudieron seguir pagándola— me hicieron ver esto con mucha más claridad.

La literatura entra en escena

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Ahora sí, entremos de lleno en tu ingreso al estudio juicioso de la literatura. ¿Cuáles fueron tus grandes encuentros académicos con ella? Había dos cursos estupendos, basándose el uno en la lectura de clásicos de la literatura y el otro en dos gruesos tomos de selecciones de los grandes pensadores y estudiosos de la sociedad y de la historia. En el primero leíamos completos desde La Ilíada, La Eneida y las Confesiones de San Agustín, una selección de Montaigne, piezas de Shakespeare y de Molière, hasta Madame Bovary, Papá Goriot, Moby Dick, y Crimen y castigo. La lectura de Dostoievski me llevó a los otros grandes escritores rusos, Gógol, Tolstói y Chéjov, y años después a Isaak Bábel. Posteriormente traduje Madame Bovary. No puedo yo juzgar mi traducción, pero estoy seguro de que está lejos de la perfección de la gran novela de Flaubert quien, burgués ocioso y meticuloso, duró más de siete años puliéndola, evitando en forma extrema las repeticiones en busca de la palabra exacta.

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Le mot juste. Todos lo buscamos, pero qué bien se esconde. Él sí supo encontrarlo, a costa de una gran cuota de sacrificio por parte del escritor, que dio como resultado la obra maestra. La interrupción de mis estudios en Columbia fue muy traumática. Mi vaga ambición había sido la de ser profesor de literatura en alguna pequeña universidad allá, pero no podía quedarme en Estados Unidos trabajando porque tenía visa de estudiante. En realidad sucedió que no quise quedarme trabajando en quién sabe qué cosas con el salario mínimo, que apenas me alcanzaría para sobrevivir. No recuerdo muy bien qué hice al volver a Colombia. Trata de recordar. Recuerda que recordar es vivir... No hice nada. Después de un tiempo, con visa de residente, regresé a los Estados Unidos con el ánimo de seguir los estudios hasta graduarme, pagándolos con mi trabajo. Qué tonta ilusión fue aquella, siendo yo quien era: un inútil incapaz de hacer lo que millones de personas habían hecho allí a lo largo de la historia, ya fuera para enriquecerse o simplemente, la mayor parte, para sobrevivir en la forma más decente —o deshonesta, algunas— que pudieran.

El retorno a Estados Unidos

El viaje fue un desastre. Pronto agoté los dólares que llevaba, la mayor parte procedentes, por supuesto, de mi tía, y conseguí varios puestos en los que no duré sino días o pocas semanas. Por ejemplo uno que recuerdo con particular desagrado, lavando ollas y sartenes en un restaurante muy concurrido por burguesas por lo general jamonas, sobre todo por el servicio de té, con variedad de bizcochos plenos de

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Capítulo II. Nico, cuéntame tu vida

Quisiera saber cómo te incorporaste al american way of life.


crema, melado, almíbar o caramelo, que dejaban las ollas y sartenes con pegajosos rastros que había que fregar y refregar. Por otro lado conseguí una habitación a cambio de cuidar la casa de una universidad de la Ivy League, después de haber compartido una pieza con un amigo argentino, siendo nuestra cena por lo general unas papas hervidas —las papas de los gringos son desabridas como la mayor parte de ellos, y una taza de té. Cuenta ahora cómo llegaste a trabajar a Braniff, y qué cosas comenzaron a cambiar en ti, ¿te acuerdas? Al cabo de unos nueve o diez meses conseguí un puesto en la Braniff, haciendo reservaciones por teléfono, por lo que tuve que viajar a Dallas, sede de la compañía, y allí tomar un curso de inducción de tres semanas, memorable para mí porque me enamoré de una rubia joven y bella pero vacía hasta tocar fondo. Fue un tórrido pero efímero romance, que me hizo pensar muchas cosas, entre ellas preguntarme cómo habría sido mi vida si, llevado por el instinto, hubiera decidido vivir o incluso casarme con ella. Me horrorizó solamente la idea, pues implicaba que tendría que quedarme viviendo allí, en quién sabe qué condiciones.

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Ya me extrañaba que no hubieras mencionado romances de adolescencia. ¿Así estabas de entregado al inglés? Se entendía que si tenía la visa de residente era porque eventualmente iba a solicitar la ciudadanía, pero en mi caso, en teoría era sólo un recurso para poder trabajar y pagar mis estudios. Digo que en teoría, pues al paso que iba —había logrado ir a dos cursos nocturnos en Columbia, gracias a un trabajo que conseguí en la Biblioteca Médica de la universidad— tendría el grado de máster, que me permitiría conseguir un trabajo más o menos decente, en unos diez años o más. Además, no veía con buenos ojos la vida académica,

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que me parecía aburridora y estéril. En los Estados Unidos, me había dado cuenta, los académicos viven como islas, rodeados por un mar de fanatismo e ignorancia.

A la guerra no voy Pero tú no estabas de académico sino en una transnacional de los aires, lo que te daba una posición privilegiada en el país de las grandes oportunidades. ¿Por qué no lo aprovechaste hasta el fondo? Porque estando en esa situación, después de sólo un mes de trabajar en la Braniff, me llegó la notificación de que debía presentarme para prestar el servicio militar. Supe, porque alguien me dijo o averigüé, que si en efecto lo prestaba me enviarían como carne de cañón a Vietnam, donde estaba empezando la guerra. Desistí de mis planes, no sin cierta satisfacción, y decidí volver de inmediato a Colombia.

El ingreso a la Buchholz

No empezó esta nueva etapa con buenos auspicios. En principio llegué donde mis padres. Di durante dos años unas absurdas clases de inglés —ni yo podía enseñar muy bien ni los alumnos parecían interesados en aprender— a grupos enormes en la Universidad Nacional y a pequeños grupos de adultos en varios institutos privados. Veía el futuro negro —¡profesor de inglés, yo, toda la vida!—, cuando Karl Buchholz, quien ya me conocía como cliente asiduo —aunque no muy adquisitivo debido a mis magros ingresos— de su

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Capítulo II. Nico, cuéntame tu vida

No podías ser carne de cañón de los vietnamitas por estar al servicio del imperialismo norteamericano. Era mejor una tumba en Colombia que un fusil en los Estados Unidos. ¿Y cómo te recibió el país?


gran librería, y por las traducciones de textos del francés y el inglés que había empezado a hacer para la revista Eco, me propuso que trabajara en ella. Acepté gustoso, y se inició así la segunda etapa de mi educación, esta vez con amigos que me enseñaron más que los maestros y, como siempre, claro, con los libros, pero entonces los de los escritores que estaban surgiendo en ese momento, o llegaban por primera vez al país: Borges ante todo, que se convirtió en una especie de modelo de estilo de perfección inalcanzable y que me deslumbró y subyugó con su prodigiosa imaginación. Por ese entonces empezaba el boom latinoamericano. García Márquez publicó El coronel no tiene quien le escriba que, después de Cien años, es mi obra favorita y me parece una de las mejores novelas cortas que se hayan escrito. Tenía García Márquez el don, propio de todo gran escritor, de dar a sus novelas una dimensión universal a través de lo particular y lo concreto. En forma muy distinta, lograban parecido efecto Cortázar en sus cuentos, y Rulfo en sus dos pequeños y grandes libros.

El descubrimiento de la poesía

premio vida y obra 2010. Nicolás Suescún

Haces énfasis en las novelas, en los cuentos, en la prosa, y veo que vas dejando en segundo plano la poesía, como si ésta no fuera, bien lo sabemos, el primer alimento del alma. Fascinado por los relatos y novelas de los grandes escritores, la poesía había estado hasta entonces en un segundo lugar, pero hacia esa época, o un poco antes, leí —y releí desde entonces—, deslumbrado, Residencia en la tierra de Neruda, Poeta en Nueva York de Lorca, la poesía de Antonio Machado, Poemas humanos de Vallejo y los desgarrados poemas de Barba Jacob.

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Sin embargo tres poetas, un norteamericano que ya he mencionado, el gigante Walt Whitman, el gran irlandés Yeats, y el genial francés Rimbaud, me marcaron aún más. Con el tiempo traduciría —hasta cierto punto literalmente pues no fui capaz de darle un tono equivalente a la sonoridad única del inglés— una selección de la poesía de Yeats, y los dos libros de Rimbaud, el estremecedor Una temporada en el infierno, el modernísimo Iluminaciones, y el que es para mí uno de los más bellos poemas que se hayan escrito, El barco ebrio, del que hice una edición con prólogo y notas.

Las amistades entrañables

De esa época datan entrañables y duraderas amistades con Hernando Valencia Göelkel, que se convirtió en un ejemplo de honestidad y rigor intelectuales inalcanzables para mí; Feliza Bursztyn, que alegró muchas de mis noches en su casa-taller, a donde iba casi a diario a calentarme, rodeado por sus despelucadas “histéricas”, con su cálida risa, su “sopa de pimienta” y unos cuantos rones Tres Esquinas; y Fernando Martínez Sanabria, el refinadísimo y muy ingenioso arquitecto que tenía una fantástica biblioteca, adquirida en su mayor parte en la Buchholz, rica en literatura moderna, arte y arquitectura, y una gran colección de discos de música clásica. También de entonces data mi amistad con Marta Traba y con el que pronto sería su segundo marido, el crítico uruguayo Ángel Rama.

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Capítulo II. Nico, cuéntame tu vida

¿Con qué personas de Colombia comenzaste a entablar amistad?


premio vida y obra 2010. Nicolás Suescún

Stella

• Nicolás con su primera esposa, Stella, y sus hijas, Natalia y Matilde.

Fue por esa época que conociste a Stella Villamizar, una linda estudiante cucuteña, y entablaste con ella una relación que los llevó a París y a Berlín, y dejó como fruto dos hijas preciosas. Haz el esfuerzo de rememorar la historia con ella, aunque bien sé que no es un tema que gustes de recrear, pero estamos reviviendo pormenores de tu vida y es apenas justo invocar su memoria.

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Al cabo de dos años de trabajo en la librería, en 1965, estaba yo viviendo con Stella Villamizar, que había conocido como alumna de Sociología en la Nacional, cuando el gobierno francés le concedió una beca en París. Era para mí la oportunidad de ir a la otra ciudad de mis sueños, y además estaba ella embarazada de Matilde, nuestra primera hija. Natalia nacería dos años después, ya en Colombia, cuando nos acabábamos de separar.

• Nicolás y Stella en Lorde, 1966.

Hemos visto que entraste en la literatura por la lectura, y que tuviste en tus manos y en tu manejo una de las librerías más prodigiosas del mundo, lo que te fraguó un prestigio de intelectual mas no todavía de escritor. ¿Cuándo nace en ti esa vocación?

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Capítulo II. Nico, cuéntame tu vida

Un escritor en ciernes con un cuaderno


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Fue en París, donde compré un grueso cuaderno de doscientas hojas y una máquina de escribir portátil, que empecé a escribir ideas, anotaciones, esbozos de poemas y citas que copiaba en el cuaderno; y en la máquina, que pronto se convirtió en un apéndice mío, escribí los primeros cuentos y poemas. Fue un espontáneo, ciego impulso, una avasalladora necesidad de expresarme. Sin embargo, lo hice con grandes dudas sobre el valor de lo que escribía, pues me preguntaba cómo podría yo competir en algún sentido con todos esos autores de perfectos y bellísimos libros que había leído. Esta actitud ha persistido a lo largo de los años. Nunca he planificado nada, todo lo he escrito a partir de una idea o de visualizar un personaje: en mi caso, al menos, ha funcionado —siempre lo he dicho como pidiendo excusas— la inspiración. Es difícil explicarlo, y siempre he creído que por eso no escribí nunca novelas, que requieren método y persistencia. La inédita que te he mencionado es una serie de episodios sin ilación, sobre personajes que se me hacen caricaturescos. Sobre todo en París, pero en Europa en general, aunque más en los países con costa en el Mediterráneo, en Inglaterra, en Alemania y en todas partes donde ésta ejerció influencia, palpa uno el pasado por doquier y respira uno el arte a través de la arquitectura en las ciudades, en pequeños pueblos que se han conservado a lo largo de los siglos, en las iglesias románicas y góticas, en los castillos que uno divisa desde las carreteras, y en los puentes y caminos de los romanos. Y por supuesto están los museos —el Louvre y el Museo Británico en primer lugar, ante los que el Metropolitan es pálido rival. Pero me gustaba más ir a los museos pequeños dedicados a veces a pintores individuales, como el de Gustave Moreau en París, el maravilloso de Van Gogh en Ámsterdam y, también allí, la Casa de Rembrandt con sus estupendos grabados. Asistí en París a los cursos libres de sociología de la literatura de Lucien Goldmann, que confirmaron lo que ya pensaba yo, aunque vagamente, tal vez por la lectura de los ensayos de Trotski sobre literatura. La literatura depende,

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aunque claro con la marca del autor individual y su peculiar visión del mundo, del momento histórico y la estructura social. Ésta determina la forma de las obras y a los autores mismos, y es determinada a su vez por las circunstancias materiales. De otra manera, ¿cómo explicar la diferencia entre, por ejemplo, el teatro griego, Shakespeare, los autos sacramentales españoles, el teatro Noh japonés, Racine, Goethe, Ibsen o Tennessee Williams? ¿Cómo no ver la diferencia entre Stendhal, con un punto de vista clásico y algo romántico, Balzac, nacido dos décadas después y ya plenamente realista, el naturalista Zola, y Proust, tan cercano a los simbolistas, y dado al análisis psicológico? ¿O la que hay entre Jorge Isaacs, José Eustasio Rivera y Gabriel García Márquez? ¿O entre los contemporáneos Baudelaire, Mallarmé y Rimbaud? ¿Y no responden esas diferencias fundamentales a otras tantas de origen y situación social?

Capítulo II. Nico, cuéntame tu vida

El retorno a Bogotá y a la librería

• Taller de escritores de Iowa, Nicolás al volante.

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Al volver a Colombia ya eres otro, eres escritor, y la Buchholz te sigue esperando. Un chico con suerte. Después de dos años en París, volví en 1967 a Bogotá, esta vez como director de la librería del centro —Buchholz acababa de abrir una sucursal en Chapinero, de la que él se encargó— y redactor de Eco. Me había ido a París como intelectual y ya en Bogotá resulté escritor. Ya no sacaba sólo traducciones sino cuentos en la revista, donde publiqué a escritores amigos que estaban empezando: Rafael Humberto Moreno Durán, Óscar Collazos, Umberto Valverde y Policarpo Varón. Fue entonces que nació mi amistad con el poeta Aurelio Arturo —el más sencillo y uno de los más grandes entre los que he conocido. Decía que el inglés era el idioma de la poesía y que ya no se podía escribir poesía en español, una opinión con lo que yo estaba más o menos de acuerdo en esa época pero que ahora no comparto, pues pienso que todos los idiomas tienen su poesía, lo que pasa es que la inglesa es mucho más rica, una opinión que por supuesto no comparten los hablantes de otras lenguas. Otros entrañables amigos de esa época fueron los poetas José Pubén, que sólo publicó dos mínimos libros tímidamente vanguardistas, y Alberto Hoyos, con quien me unió una amistad de muchos años.

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Pero Estados Unidos te sigue llamando, dejas tu maravilloso trabajo y vuelves, esta vez a Iowa. En 1969 me invitaron al famoso programa de escritores de la Universidad de Iowa y publiqué —por sugerencia e intercesión de Ángel Rama— la antología Trece cuentos colombianos con un prólogo bastante pretencioso. Dejé entonces la librería definitivamente, pensando, iluso, que eventualmente podría ganarme la vida escribiendo. En Iowa trabé amistad con los novelistas Néstor Sánchez y Fernando del Paso, y con poetas, el alemán Nicolas Born, el francés Alain Delahaye, el peruano Carlos Germán Belli, y el colombiano Fernando Arbeláez,

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y viví siete de los ocho meses de la beca con la novelista argentina Luisa Valenzuela. Estando allá salió El retorno a casa en Chile, por mediación del crítico Pedro Lastra. Este libro, que considero el mejor que he publicado, y que recibió una larga y elogiosa reseña de Ángel Rama, fue reimpreso en Colcultura, y años después, en 1999, fue escogido como uno de los cien mejores libros colombianos del siglo XX por la revista Semana.

Tras la Cortina de Hierro

• Nicolás en Viena, 1971.

Estando todavía en Iowa, me anunciaron que al año siguiente podría viajar a Berlín con una beca de escritor. Era ésta una beca más importante —vivíamos los becarios, entre ellos muchos importantes y ya conocidos escritores, en sendos apartamentos en diversas partes de la ciudad, por lo que todos hacíamos una vida independiente— pero yo me deprimí

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Capítulo II. Nico, cuéntame tu vida

Supongo que no tendrías muchas ganas de volver a Colombia, cuando comenzaban tus aventuras en el gran mundo literario.


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bastante. Sentí una tensión enorme entre la comunista Berlín Oriental, donde había una atmósfera muy burguesa —había que ponerse corbata para ver las obras de Brecht—, y la capitalista, donde asistí con frecuencia a los siempre llenos y alegres bares. Conocí a Günter Grass, y me hice amigo de un brillante ensayista y poeta, Hans Magnus Enzensberger, a quien había conocido en el Encuentro de Poesía de Cabimas en Venezuela, un miserable pueblo en la zona petrolera del Golfo al que fueron como mil novelistas, poetas, críticos y políticos de izquierda. En Berlín no escribí mucho, y después siempre lamenté no haber aprendido bien el alemán. Había tomado unas pocas clases en Bogotá, y pude leer, claro con ayuda del diccionario, algo de Brecht y otros escritores con estilos sencillos. Pero, para hacer las cosas fáciles, hablaba en inglés con los amigos, y no tuve por ello ocasión de practicarlo de verdad. Tal vez por la soterrada tensión política que existía allí, me deprimí bastante y no pude casi escribir. Pero como tenía dentro de mí un oscuro afán de expresarme me puse a hacer dibujos y unos irrespetuosos collages, que había empezado a hacer en Bogotá con imágenes sagradas y que allí combiné con imágenes de libros pornográficos. De modo que en vez de hacer una lectura de cosas mías —creo que era la única obligación que teníamos— hice una exposición. Regresé a Colombia y durante dos años di clases de humanidades en varias universidades, pero no siendo lo mío la pedagogía, decidí fundar una librería de viejo —la llamé “Extemporánea”, por el carácter improvisado de su fundación— en el cuarto que daba a la calle de un apartamento de la casa de la calle 12. Nos turnábamos la atención al escasísimo público con un dilecto amigo, Camilo Delgado. Un poco desesperado por las mínimas ventas, empecé a comprar libros nuevos para ofrecerle a mis amigos. Yo era buen librero pero mal negociante, y la librería de todos modos no nos daba para vivir.

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A la cárcel por libros

Fue entonces cuando giraste unos cheques. Tuve mala suerte, o más bien fui demasiado ingenuo. Al cabo de dos años, precisamente la misma noche en que había recibido el pedido de libros más grande que había hecho, me robaron todos los libros nuevos y la mayor parte de los vie-

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Capítulo II. Nico, cuéntame tu vida

• Nicolás en Extemporánea, 1975.


jos que valían la pena. Quebré. No pude pagar los cheques posfechados que había suscrito, y pasé diez días en la cárcel Modelo, feliz de la vida, claro que con la seguridad de que no pasaría mucho tiempo allí. Tuve por ello una rara sensación de libertad, al estar libre de responsabilidades, fugazmente libre del constreñimiento de la sociedad. Por otro lado, en esa cárcel es donde se ve más clara la división de clases, pues es como una imagen exacta y descarnada de la sociedad. Allá el dinero es rey, en un sentido más obvio que afuera. Salía al patio y veía a los aristócratas en los restaurantes llamados “caspetes”, después de un gran desayuno, leyendo el periódico y haciéndose lustrar los zapatos, mientras los demás teníamos que ir al restaurante a comer unas cosas horribles. Me tocó compartir la celda con un joven que había matado a dos personas, que me pareció muy simpático.

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Entran los Nicollages

• Postal de la Galería Belarca, 1976.

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En tu afán de burlarte del statu quo, asumes las artes plásticas en la modalidad del collage, y comienzan tus Nicollages, que expones con éxito.

Capítulo II. Nico, cuéntame tu vida

Ese mismo año —1976— hice una exposición de collages, esta vez de los rostros deformados que dibujaba en papeles blancos y luego recortaba y pegaba sobre cartulina negra. Publiqué un segundo libro de cuentos, no tan bueno, El último escalón, y trabajé dos años en la revista Nueva Frontera, de la que era redactora María Mercedes Carranza, haciendo las carátulas y la diagramación. Un año después publiqué el primer libro de cuentos cortos, El extraño y otros cuentos. Siempre he visto el cuento como un fragmento de vida, algo así como una ventana por la que uno ve a unos personajes en un momento crucial de sus vidas. Pero el cuento corto, el “minicuento” es distinto. Es una visión muy somera, y me parece que está emparentado con el poema. En los ochenta trabajé cuatro años en la revista Cromos, que dirigía otra gran amiga, Margarita Vidal, y en la que escribía artículos de interés general, cubrimiento internacional y notas de libros, y de la que fui jefe de redacción dos años en 1990; y otros tres años como director del Departamento de Bibliotecas de la Universidad Nacional, de la que era rector otro amigo, Marco Palacios. Fue él quien me publicó en la universidad mi primer libro de poemas, La vida es, que fue una selección de los poemas que había escrito hasta entonces y que considero los mejores que he hecho.

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Vivir de las traducciones

• El barco ebrio, de Arthur Rimbaud. Traducción de Nicolás Suescún.

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Una actividad importante en tu trabajo literario han sido las traducciones. ¿Cuáles fueron las principales? Desde el principio de los noventa, empecé a hacer y vivir de las traducciones de libros. Las principales han sido: Diez novelas y sus autores de Somerset Maugham; las que ya he mencionado de Flaubert, Rimbaud y Yeats; Aceite de perro y otros cuentos macabros de Ambrose Bierce; Los jinetes negros, el extraño y bellísimo libro de poemas antibélicos de Stephen Crane, y su extraordinaria novela sobre la guerra civil norteamericana, La roja insignia del coraje, que Hemingway consideró la mejor que se había escrito sobre la guerra; El cóndor

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Capítulo II. Nico, cuéntame tu vida

y las vacas, de Christopher Isherwood; los libros de historia Colombia antes de la Independencia de Anthony McFarlane, La frontera de los Llanos en la historia de Colombia de Jane Rausch, y Repúblicas en armas de Clément Thibaud; El río, el fascinante libro de Wade Davis que sigue los pasos en la Amazonia de Richard Evans Schultes, uno de los grandes etnobotánicos, y que fue reeditado por la editorial española Pre-Textos; Los periodistas literarios o el arte del reportaje personal, una estupenda antología de grandes reportajes a profundidad sobre muy diversos temas por periodistas y escritores estadounidenses; y el más bello libro del genial William Blake, Canciones de inocencia y de experiencia. En esta década publiqué Los cuadernos de N, que se convirtió en una especie de clásico subterráneo. Éste es en cierto modo el libro de mi vida. Se trata de fragmentos narrativos o descriptivos sobre un personaje algo kafkiano que hice desde que empecé a escribir y sobre el que seguí escribiendo después de publicado, de modo que ahora es casi tres veces más largo. Además, es más filosófico y no tiene un pequeño prólogo, un corto epílogo, y otras cosas que tuve que poner para publicarlo en una colección de novelas como una “antinovela”. En realidad es una serie de anécdotas, casi minicuentos, observaciones, pensamientos y aforismos, un libro, en suma, que creo se puede empezar a leer en cualquier parte y, espero, releer. También en los noventa publiqué otro libro de cuentos cortos, Oniromanía, y dos pequeñas selecciones de poemas en la revista Golpe de dados, Poemas Noh y Sombras nada más; hice durante dos años una columna de libros en la revista Diners; y empecé a ser invitado a festivales de poesía, al de Sligo, en Irlanda, donde leí mis propias traducciones de mi poesía, al de Bogotá, al de Manizales; pero sobre todo al Festival Internacional de Medellín, que había creado y dirigía mi buen amigo Fernando Rendón, y del que desde entonces hasta hace un tiempo no sólo fui invitado varias veces sino en el que trabajé traduciendo al español poemas de los invitados de


habla inglesa, y al inglés los de habla española. Y fue a través de Fernando que inicié, para la página de Internet holandesa Poetry International, la traducción al inglés de selecciones de poemas de colombianos, que llegaron a ser unos sesenta (entre ellos Porfirio Barba Jacob, León de Greiff, Meira Delmar, Luis Vidales, Fernando Charry Lara, Héctor Rojas Herazo, Mario Rivero, María Mercedes Carranza, Jotamario Arbeláez, Álvaro Miranda, Ramón Cote Baraibar y Andrea Cote).

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La vida con Margarita

• Matrimonio de Nicolás y Margarita.

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¿Con qué novedades entras en los noventa? Fueron los noventa una década de mucha actividad intelectual y de un éxito relativo, pero también el inicio de una etapa de felicidad que no había sentido nunca. Había conocido un poco antes y ya vivía con Margarita Moreno Montalvo, quien llenó y desbordó el vacío en el que estaba yo viviendo, y desde entonces ha sido mi amada esposa y mi apoyo en todos estos años. Además, su hija Ana ha sido como otra hija para mí. En la primera década de este siglo continuaron las invitaciones a festivales, también entre ellas a las I Jornadas de Traducción Literaria en Rosario, al Festival de Literatura Winternachten en Holanda, y como jurado del premio Casa de las Américas de Cuba, y de la primera edición del Premio Internacional de Poesía Víctor Valera Mora en Venezuela, ambas en el 2006.

En el 2000 me publicó María Mercedes Carranza, en la Casa de Poesía Silva, La voz de nadie, una selección de los poemas que había publicado hasta entonces. En el 2003, publiqué en las ediciones artesanales de San Librario, de mi querido amigo Álvaro Castillo, una selección de Bag Bag, un libro de poemas muy cortos —que saldría completo cuatro años después—, y Un verde pensar bajo una sombra verde, seis bellísimos poemas de Andrew Marvell. En el 2009, la Universidad Nacional publicó Este realmente no es el momento. Obra reunida, con todos los poemas —demasiados— que quise publicar. En el 2010, recibí el Premio Vida y Obra de la Alcaldía Mayor de Bogotá. Me enorgulleció este premio y me sorprendió, pues siempre, habiendo leído tantos libros bellos y perfectos, he sido desdeñoso con mis propias cosas. Nunca he estado seguro de que lo que he escrito vale la pena. Y por supuesto no logró borrar algo que siempre he sentido: el país me deprime.

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Capítulo II. Nico, cuéntame tu vida

¿Y qué pasó del 2000 a la fecha, cuando recibes el premio?


Colombia es un país donde reina, como en la mayor parte, la injusticia, pero aquí la hipocresía la ha barnizado siempre en mayor grado, creo, que en otras partes. Cuando yo era pequeño, la diferencia de clases —era algo que palpaba a diario en las calles— era monstruosa. Ahora sigue siendo monstruosa porque los ricos son más ricos y los pobres son muchos más y más pobres, pero hay una reducida clase media que esconde un poco esa abismal diferencia de clases. Por eso escribí en un poema: “Abrí los ojos y me dijeron / que en país de ciegos hiciera como el ciego. / Después me enseñaron las palabras / y me aconsejaron que cerrara la boca / si no era para repetir lo repetido”. Te felicito y agradezco, mi querido Nicodemo, por haber recuperado toda tu trayectoria vital a través del recuerdo estimulado por la palabra en estas arduas jornadas. Lo que has hecho en este tour de force memorioso y sincero se traduce en un texto íntimo valiosísimo, que excede con su excelencia mi función de investigador pero premia mi persistencia. Para culminar, y ya saliéndonos del registro de los hechos que marcaron tu actividad intelectual y laboral, van unas preguntas relacionadas con los juegos del cuerpo, de la mente y el corazón.

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Sin pretender hacer amarillismo sensual ni caer en la pornografía, haz memoria sobre cuándo, dónde y con quién, fue “la primera vez”. No fue feliz y no quiero recordarlo. Siempre introvertido y tímido, me enamoraba de mujeres que no me paraban bolas. Según la filosofía que se desprende de tu obra literaria eres prácticamente un escéptico, casi un iconoclasta. Pero también, tal vez por haber nacido el mismo día de Karl Marx, guardas una gran devoción por su pensamiento económico revolucionario. Y en ocasiones

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asumes cierto compromiso político. ¿Cómo lo concilias? ¿Lo haces por amor a Margarita, que sí es una militante de raca mandaca? Sí, siempre he sido escéptico, y como dices bien, “casi un iconoclasta”. Sin embargo, desde la niñez fui liberal de raca mandaca, gran admirador de Alfonso López Pumarejo y después de Jorge Eliécer Gaitán. Siempre, cuando ya pude, voté por los candidatos liberales, entusiasmado antes de las elecciones y decepcionado cuando ya estaban en el poder, salvo en el caso de Virgilio Barco, quien siendo un millonario fue, me parece, el más auténticamente progresista. Ya para ese entonces, sin embargo, había ido adquiriendo la convicción de que la única explicación válida de la historia es el materialismo histórico, aunque no en una forma tan incluyente como la fórmula de Marx, pues pienso que como toda regla tiene ciertas excepciones, que no la invalidan, sino que al contrario la confirman: el factor individual de los líderes o los profetas, y el cambio de las circunstancias materiales —los desastres naturales, el cambio climático y otras imprevistas modificaciones del entorno.

He tenido siempre buena salud, y la única operación que me han hecho es la de las cataratas que empezaron a formarse hace unos años y quizás heredadas de mi abuelo. Un mal más serio que me aqueja, pero que no se nota hasta llegar a la final, mortal y terrible etapa, es el enfisema en los pulmones, fruto por supuesto de mis vicios gaseosos. Desde que perdiste en la infancia la fe en Dios, ¿no ha vuelto a ti por lo menos la curiosidad hacia la trascendencia? ¿Sigues considerando que toda divinidad es una patraña?

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Capítulo II. Nico, cuéntame tu vida

Hablemos de tu salud, ¿qué males te aquejan y cómo los estás encarando?


No, tengo el convencimiento de que no tenemos ninguna trascendencia, pero puedo decir que al preguntarme si creo que “la divinidad es una patraña”, ha habido y siempre habrá creyentes, algo ingenuos y sinceros. A ellos los respeto, es al fanático al que temo. Creo que los únicos que tienen una verdadera trascendencia son algunos privilegiados escritores, artistas y músicos a través de sus obras, y no olvidemos a ciertos arquitectos, ingenieros, científicos e inventores. ¿En alguna oportunidad estuviste en peligro de muerte, por accidente, enfermedad, atentado o intento de suicidio? En peligro de muerte inminente no he estado nunca, aunque esta es una afirmación algo estúpida, pues la muerte puede llegarnos en las circunstancias más imprevistas. Con mucha frecuencia he tenido la sensación, desde joven, de que puedo morirme de un momento a otro; siempre maravillado ante el milagro de la vida y horrorizado ante el horrible y cruel desperdicio de la vida humana que ha propiciado la sociedad en todas las épocas y en todas partes.

premio vida y obra 2010. Nicolás Suescún

¿Cómo encaras el ineludible proceso del desgastamiento físico que es la vejez y su fatal desenlace? Con estoicismo, y con una terrible tristeza por el desgaste de mis facultades mentales, que han sido siempre mi arma contra el mundo. En ciertos momentos de aguda depresión a través de la vida he pensado en suicidarme, pero nunca muy en serio, pues siempre como Unamuno quiero seguir viviendo. Como tras veinticinco años de enlace sigues tan enamorado de tu mujer Margarita, cerremos esta entrevista con un episodio amoroso que recuerdes —porque tienes que recordarlo— haber vivido con ella.

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Capítulo II. Nico, cuéntame tu vida

No son tantos los momentos que recuerde como particularmente significativos sino épocas enteras de una perfecta armonía que no había sentido nunca con nadie. Esta atracción y este equilibrio, basados en una diferencia de personalidades que se complementan, ha sido, creo yo, casi una constante en nuestra vida en común. Las desavenencias que tuvimos las resolvía yo con una ciega violencia machista, de la que me arrepentía al instante, avergonzado. Una cosa que me aterra es que ella muera antes que yo, pues no concibo vivir sin ella.

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Capítulo III

Y quién es él, según sus familiares y amigos Tú que has de juzgarme, no juzgues tan sólo este libro o aquel, ven al sitio sagrado donde en efigie mis amigos penden y miran…

Capítulo III. Y quién es él, según sus familiares y amigos

W. B. Yeats

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Entrevista con Margarita Moreno, esposa, durante 25 años, de Nicolás Suescún

• Nicolás y Margarita.

premio vida y obra 2010. Nicolás Suescún

Hola Margarita, empecemos haciendo una breve relación de tu presencia en el mundo, háblame de tus primeros años, de tu familia. Nací en Bogotá, pero estando muy pequeña —tenía sólo cuatro años y medio— mis papás decidieron irse a vivir a la ciudad de Cali, donde me crié, hice la primaria y todo el bachillerato. Siempre llevo a Cali en mi corazón, y me considero mucho más caleña que bogotana, aunque Bogotá es una ciudad a la que amo profundamente. A ella regresé a los veinte años.

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¿Cómo y cuándo conociste a Nicolás, qué conocimiento previo tenías de él, cómo se hicieron la pareja que ya va a completar sus bodas de plata? Conocí a Nicolás cuando yo trabajaba en la Biblioteca Nacional. Había estudiado filosofía y letras y trabajaba allí, siendo su director en ese momento Conrado Zuluaga. Era compañera de trabajo de Álvaro Rodríguez Torres, un poeta que siempre ha sido amigo cercano de Nicolás. Él y yo nos hicimos muy buenos amigos, y a través de Álvaro conocí a Camilo Delgado, otro gran amigo de Nicolás. Almorzaba con ellos con alguna

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Capítulo III. Y quién es él, según sus familiares y amigos

Yo soy la única mujer en la familia, mi mamá y todos mis hermanos han sido muy amigos de él, ha sido una relación muy fraternal; en nuestras visitas a Cali él siempre es uno más de la casa. Las familias de mis padres tenían nexos con la de Nicolás, la tía Lu —Lucrecia Suescún de Meek— era amiga entrañable de mis abuelos maternos, y su esposo, el “tío John”, de mi abuelo paterno; dos de mis tíos, Gabriel y Cristina, se acuerdan jugando de niños con Nicolás. Capítulo aparte es el afecto que le profesa mi hija Ana. Para ella, “ha sido más que un privilegio haber compartido con Nicolás muchos momentos de mi vida. Tengo recuerdos desde niña que hoy, conociendo el temperamento y los gustos de Nicolás, valoro mucho más que en esa época; por ejemplo, el haberme llevado al concierto de Juan Luis Guerra en el Estadio Pascual Guerrero de Cali —ese día mi mamá estaba enferma y Nicolás me acompañó para que yo no perdiera la ilusión de asistir al evento. Agradezco su amor por mi mamá y el cariño y amistad que mantiene con ‘Tata’, mi abuela, y con toda nuestra familia. Además del cariño y respeto, fui muy afortunada al tener el apoyo incondicional de Nicolás durante toda mi carrera de literatura en la Universidad de Notre Dame. Cuando me gradué de bachillerato escribí en el anuario del colegio: ‘Nicolás, cuida mucho a mi mamá’, hoy le digo a ella las mismas palabras”.


frecuencia, y siempre hablaban de Nicolás y Nicolás, y ya un día tomando del pelo les dije: “Bueno, pero tienen que presentarme a Nicolás, porque los almuerzos son siempre muy aburridores, siempre hablándome de él”. Un día iba yo caminando por la Séptima y Camilo Delgado me preguntó qué iba a hacer. “Voy a ir a un concierto en el Colón y después no tengo nada previsto”. Entonces me dijo: “¿Quieres ir a conocer a Nicolás Suescún?”, y yo le dije: “Listo”, y efectivamente después del concierto fui a donde Nicolás. Yo conocía algo de su obra y también sabía quién era. Ese día nos conocimos y a partir de ahí empezamos a andar. ¿Qué tenían en común por entonces? Desde niña siempre me gustó la lectura, y de manera particular la de poesía; con mi hermano Gustavo estábamos al tanto de los poetas colombianos. En ese entonces no imaginaba yo tener más tarde que compartir la vida con un verdadero poeta.

premio vida y obra 2010. Nicolás Suescún

¿Cómo se ha desarrollado esa vida conyugal, teniendo en cuenta la diferencia de temperamentos que existe entre ambos? Tú eres algo temperamental, impositiva, explosiva, y él parecería responder a las tendencias contrarias. Yo no me he detenido a pensar sobre las diferencias de nuestros temperamentos. Pero puedo decir que Nicolás no es tan callado, no es tan tranquilo, no es tan sosegado como parece. Ni yo tan extrovertida como piensa la gente. Y respecto al enfoque frente a la existencia, sé que tú tienes una posición de izquierda política radical, que él comparte no sé hasta dónde, pues yo a él lo veo debatirse en un mundo más metafísico. Para mí, la poesía de Nicolás es una poesía de la realidad, una poesía social, incluso hay poemas políticamente fuertes,

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el poema a Bush, o el poema “Los pájaros en Colombia”. Hay muchos poemas sobre esa realidad injusta, no es su poesía una poesía metafórica, es una poesía de la realidad cruda de Colombia, de este país tan desigual. En este sentido ambos abogamos por un mundo mejor, consideramos que “Marx vive”. No nos cabe duda, en un país y en una ciudad tan excluyentes como Colombia y Bogotá. No niego que en parte de la obra poética de Nicolás hay esos clamores reivindicativos. Pero en Los cuadernos de N, por ejemplo, que es su obra más sólida y vertical, su posición es más filosófica, y en vez de atacar se burla de los convencionalismos de la realidad existente, de una manera más corrosiva, casi amarga, que contrasta con esa posición abiertamente combativa de algunos de sus poemas.

Tal vez en la poesía asume un enfoque crudo sobre la realidad, mientras en su prosa convergen influencias de autores más ácidos, tales como Kafka, Canetti, Sebald, Schopenhauer, el mismo Cioran. Claro que hay un existencialismo latente ahí, y el existencialismo es afín con todas esas posturas de la realidad, lo que pasa es que la poesía es directa, y de eso se trata, de hablarle a la gente de lo que pasa, de lo que es. Aunque también tiene otra poesía juguetona que también es muy bella, como por ejemplo Bag Bag. Tocando otro tema, cuéntame de sus relaciones con los amigos, con los vivos y con los idos.

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Capítulo III. Y quién es él, según sus familiares y amigos

Yo diría que no contrasta, es otra faceta de esa misma injusticia, es el hombre desgarrado, que se ve a sí mismo; el hombre frustrado, vuelto nada por el sistema; son dos visiones de una misma realidad, dos maneras de hablar de lo mismo.


Pienso en María Mercedes Carranza, quien estaría muy feliz de compartir este premio. Durante mucho tiempo Nicolás y ella trabajaron juntos, fueron muy buenos amigos desde siempre. La Casa Silva era la casa de Nicolás. Yo trabajé muchos años en La Candelaria, y siempre iba a la Casa Silva, que era un sitio de encuentro con Nicolás y María Mercedes. Ellos peleaban y se contentaban. Hay una cosa que siempre le recuerdo a Nicolás. Él siempre ha sido muy criticón, todo tiene que ser perfecto, los libros, las ediciones, todo, y eso está bien, pero, por ejemplo, María Mercedes un día le mostró el piano de Silva y él no decía nada, le mostró también una revista que le acababa de llegar y no decía nada, entonces ella le dijo: “¿Nicolás, a ti qué te gusta?”, pregunta que yo siempre le repetía parodiando a María Mercedes: “¿Nicolás, a ti qué te gusta?”. Siempre la extrañamos mucho, ella le abría puertas a Nicolás. Ella valoraba mucho su poesía, lo publicó, y tenían, creo yo, ciertas afinidades en su trabajo. Gracias a ella lo invitaron a Venezuela y estuvieron juntos en Irlanda. Ella pensaba en Nicolás, le dio trabajo durante muchos años y valoraba mucho su poesía, era solidaria. La poesía de Mario Rivero, de María Mercedes y la de Nicolás se emparientan.

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Hablando con Nicolás nos repite que tiene algunos problemas con su memoria, pero nos advierte que para eso está Margarita, que es su memoria viva. Los problemas de memoria que tenga o haya tenido los está superando con una maravillosa doctora.

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Me estoy acordando de las caminatas por el centro de Bogotá, nuestro querido entorno, por el Parque Nacional, el Parque de la Independencia, el parque de Bavaria. De las permanentes conversaciones sobre literatura, arte, arquitectura y la realidad del país. Durante muchos años veíamos y comentábamos los noticieros nacionales e internacionales; ahora a Nicolás le duele la patria, le duele la humanidad. Mis veinticinco años con Nicolás han sido muy variados en esquemas, en costumbres, en gente, como todas las personas, uno se encarreta con unos y con otros. Con su hija Natalia hemos pasado épocas muy chéveres, también ella y yo hemos tenido una bonita relación. En estos días me acordaba, por ejemplo, de muchas veladas con “R. H.”, Rafael Humberto Moreno Durán, y su esposa Mónica. Rafael siempre recordaba que Nicolás lo publicó por primera vez en la revista Eco. Hemos hecho cosas variadas, asistir a lanzamientos, exposiciones, ferias del libro, mucho cine. Durante muchos años íbamos a visitar los viernes a Hernando Valencia Göelkel, donde se hablaba de todo, del New Yorker, de poesía, de chismes, y nos tomábamos unos whiskys muy sabrosos. Tema obligado era el encanto y la complejidad de las traducciones literarias y periodísticas. Después, cuando Hernando se puso muy enfermo no podíamos visitarlo tanto, y luego murió. A Nicolás le dio muy duro su muerte. Retomando el tema de la traducción, siempre he admirado la dedicación y rigor de Nicolás para el oficio, así como la habilidad para resolver problemas difíciles del arte de traducir.

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Capítulo III. Y quién es él, según sus familiares y amigos

Cuéntanos cómo se desarrolla una relación como la de ustedes en ese día a día que es la vida.


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• Margarita, Juan Sánchez y Nicolás.

Álvaro Castillo también ha sido un gran amigo nuestro, y además ha publicado varios libros de poesía y traducciones de Nicolás en sus cuadernillos de Ediciones San Librario. María del Rosario Ortiz, y su compañero Fernando Contreras (q. e. p. d.), ha sido gran amiga de Nicolás y por fortuna yo heredé esa amistad. Otro amigo de siempre ha sido el poeta Alberto Hoyos, quien además se enamoró de Clarita Guarín, una compañera mía abogada de Los Andes, y llevan quince años juntos. Se conocieron por nosotros. De ese combo también recuerdo con gran afecto al gordo Navarro, quien murió de repente hace poco, pero nos queda la querida Sharon. Recuerdo también a Policarpo Varón, “Polo”, a quien no hemos vuelto a ver. En Venezuela nuestros grandes amigos eran Juan Sánchez Peláez y Malena, con quien compartimos momentos maravillosos. Juan se acordaba de un saco de hilo que tú le regalaste, pues en enero sopla la brisa maravillosa allá en Caracas, decía Juan. El “Catire”, Enrique Hernández D’Jesús,

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es otro gran amigo venezolano a quien aprecio muy especialmente porque nos cedió su habitación mientras me hacían un tratamiento médico en Caracas. De Medellín, Fernando Rendón, otro amigo entrañable. Extrañamos el Festival —a él, a Gloria, a su familia—, en el que vivimos momentos muy cálidos. Es como pasar a otro mundo, donde uno se hace hermano de todos los poetas. Como compañera de Nicolás también he compartido estas fraternidades de poetas y escritores en Cuba, Venezuela y Argentina. Con el filósofo y profesor Rubén Sierra Mejía compartimos una época muy agradable cuando él era director de la Biblioteca Nacional. Nicolás estaba en el equipo de redacción de la revista Gaceta, dirigida por Rubén, y durante esta época fueron publicados en ella varios cuentos, traducciones e ilustraciones de Nicolás. Entre otros, colaboraban también en la revista Juan Manuel Roca y Óscar Collazos; era un combo intelectual muy interesante, asistíamos a los eventos y después veníamos a nuestro apartamento a seguir conversando de todo. Jaime Manrique Ardilla, José Luis Díaz-Granados, Álvaro Miranda y Fernando Herrera son poetas con quienes hemos compartido momentos muy gratos; y mis compañeros de la universidad, Hugo Chaparro, Julio Paredes, Gustavo Mauricio García, siempre han querido mucho a Nicolás. Y muy importante para nosotros, es decir para Nicolás y para mí, es Piedad Bonnett, mi querida directora de tesis en Los Andes y amiga sincera de Nicolás y mía. Con el poeta Jotamario Arbeláez y su esposa Claudia Jaramillo hemos construido una buena amistad desde hace más de una década; los encuentros son variados, a veces zanahorios, otros al calor de unos traguitos, pero siempre son muchos los temas, y nos quitamos la palabra los unos a los otros.


• Nicolás y Álvaro Miranda.

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Ahora hablemos de las referencias amistosas producto de sus experiencias laborales. Hay trabajos que como periodista Nicolás disfrutó mucho. Las crónicas internacionales en Noticias 1, dirigido por Margarita Vidal, donde hacía y leía las notas internacionales. También acompañó varios años a María Elvira Bonilla en el seguimiento de las noticias internacionales para el periódico El Espectador. Cuando el 11 de septiembre, estábamos en la casa viendo CNN y Nicolás dijo: “Fue Osama Bin Laden”, con mucha seguridad; era que ya había leído bastante y había seguido la pista, como a muchas otras noticias. Con María Elvira también publicó notas sobre libros en la revista Cromos. En la Universidad Nacional, como director de la biblioteca, durante la rectoría de Marco Palacios, era admirado como poeta por los estudiantes, quienes además apreciaban la filosofía que aplicó, según la cual el deseo de conocimiento primaba sobre los estrictos cánones de las bibliotecólogas, aplicando, claro, el principio de la racionalidad.

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Curiosamente, no se habla mucho sobre el Nicolás ensayista, a mí me tocó su génesis con el prólogo de Una temporada en el infierno, de Rimbaud. Por estas épocas, visitamos con alguna frecuencia a Felipe Escobar y a Patricia Hoher en sus oficinas de El Áncora, subíamos tipo seis de la tarde a echar paja, a la voz del trabajo también se hacían unas tertulias muy agradables. Margarita, en tu intimidad como mujer, como soporte intelectual, como activista, ¿qué te representa la convivencia ya legendaria de larga data con un poeta como Nicolás? Yo creo que es un privilegio haber compartido tantos años con una persona como Nicolás, que es transparente, muy poco vanidoso, y generoso hacia el mundo. Según tu gusto personal, ¿cuáles son las obras que más destacarías de Nicolás?

Es una edición que Nicolás desestima, alegando deficiencias en el diseño, aunque muchos creemos que es injusta su apreciación. Injusta, y eso me da mal genio, me molestó mucho, porque además Jorge Cadavid lo hizo con mucha dedicación, recopiló toda la obra. Está además un libro que a mí me gusta mucho, Empezar en cero. Gracias también a Ramón Cote, quien acompañó la edición, también amigo, recordando mucho a su madre, Alicia Baraibar, gran amiga de Nicolás y madre también de Pedro, mi entrañable compañero de universidad. A mí me gusta mucho el título, y además fue la oportunidad de tener toda la poesía reunida.

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Su poesía en general, me gusta mucho la selección que publicó la Casa Silva, y me gustan mucho su novela inédita Opiana y la compilación Este realmente no es el momento.


Recuerdo que Juan Sánchez Peláez encontró tres erratas en una edición y la quemó toda. Sí, pero ahí aplico lo de María Mercedes: “¿Nicolás, a ti qué te gusta?”. ¿Qué significado le concedes a este reconocimiento de la Secretaría de Cultura, Recreación y Deporte?

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Creo que es la oportunidad para que se conozca más la obra de Nicolás. Es una oportunidad, porque él ha tenido un defecto, que no le gusta promoverse. Ahora con este premio me da la impresión de que se ha reconciliado con su obra, se ha apropiado de ella, y en esa medida será más factible su divulgación. Hay otra cosa importante con este premio, y es que es del Distrito y, finalmente Nicolás es un poeta bogotano. Aquí también un sentimiento de amistad y gratitud para Gloria Luz Gutiérrez, quien además de postular a Nicolás para el premio preparó con Claudia Nieto y Dora Nelsy toda la documentación con el mayor cariño y profesionalismo.

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El testimonio de Luisa Valenzuela, escritora argentina y amiga de Nicolás en la época de Iowa

Querida Luisa, es una feliz ocasión que estés por estos días (septiembre de 2011) en Bogotá, participando con otros notables escritores hispanoamericanos en el evento del Gimnasio Moderno Las líneas de su mano. Preparo un libro de homenaje a la vida y la obra de Nicolás Suescún, y como tengo noticia de una bella relación intelectual y amorosa que surgió entre ustedes en los tiempos de Iowa, quiero que me hagas una evocación de ellos y del personaje que nos convoca. Toda esa experiencia de Iowa fue tan extraña... ¿Por qué nos metieron a un montón de escritores en medio de la nieve durante nueve meses? Los latinoamericanos nos hicimos muy amigos, y dentro de todo Nicolás era uno de los puntos de

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Capítulo III. Y quién es él, según sus familiares y amigos

• Luisa Valenzuela en Iowa.


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sensatez en esa locura que era el departamento de estudiantes donde nos habían alojado. El programa era largamente loco, empezaba en octubre y terminaba en mayo o junio. Años 6970. Y nos agarraba la nevada, empezaba desde fines de octubre y seguía nevando hasta fines de abril. Un frío infernal, y había mucha tensión y mucha neurosis, porque estábamos encerrados en ese lugar de estudiantes, en un campus universitario, gente que nunca habíamos vivido en un lugar de reclusión como ese. Y al mismo tiempo era fascinante, porque teníamos un contacto constante con todos estos escritores sensacionales, pero ahí estaba esta sensación de nerviosismo, y de miedos y de fobias, pues estaba Néstor Sánchez, que era extremadamente neurótico y nos contagiaba a todos. Nicolás era el que ponía la sensatez, era muy lindo estar con él, lo que hacíamos muchas veces era poner la calefacción en la noche a todo lo que daba y bailar música cubana, algún disco que ponían todo el tiempo, hasta las cuatro de la mañana. Entonces a las dos de la tarde nos levantábamos y yo los arrastraba, caminando, a Nicolás y a Juan Sánchez Peláez, el gran poeta venezolano, hasta el pueblo que quedaba a cuatro kilómetros, y era el único momento donde había un poco de sol y una temperatura humana, que eran cuatro grados bajo cero Fahrenheit, es decir veinte grados bajo cero centígrados (jajaja). Nos íbamos caminado y después nos devolvíamos en el bus para ir a almorzar al pueblo. Nicolás empezó a dibujar en los individuales que nosotros llevábamos, yo no sé si todavía tengo esos dibujos, pero eran muy lindos. Y nos costó mucho a todos entrar en un ritmo de trabajo, yo de golpe entré en una etapa de escritura muy obsesiva, porque se generaban movimientos muy extraños. Una de las cosas que yo recuerdo era que todo el mundo hablaba mucho de la muerte, por la cuestión de los aviones. No sé por qué se había instalado el tema. Entonces yo dije: “Yo no le tengo nada de miedo a lo muertos ni a nada, nunca pienso en eso”, y me salió todo un libro al respecto, que es Los gatos de la muerte.

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Pero te digo que lo que yo más recuerdo de Nicolás era esa dulzura, esa cosa tan tierna que tenía. A Néstor Sánchez le habían prestado una casita de campo y él odiaba eso, entonces nos íbamos con Nicolás y con Juan Sánchez y Antonieta Madrid a pasar el día de campo, acompañando a Néstor para cuidarle su neurosis, y ese es mi recuerdo máximo de Nicolás, ese punto de calma y de sensatez que ponía él entre todos nosotros. También nos acompañaba Fernando del Paso, quien ya había escrito José Trigo y tenía su éxito. Estaba escribiendo lo que después fue después Palinuro de México, en ese momento Cartas de Epifanía, y nos lo leía y disfrutábamos mucho con la belleza y manejo de su lenguaje. Era un grupo de gente divina, a Juan Sánchez Peláez había que irle a recoger las medias de debajo de la cama y socorrerlo en las cosas más elementales y absurdas, pero le conseguí la novia que fue la mujer de su vida, Malena. Había gente muy valiosa en ese clima rarísimo que es el de estar metidos en un ambiente de estudiantes. En un momento llegó mi hija de diez años y era la única que se sentía en casa en ese lugar, porque todos los estudiantes tenían una edad mental de diez años. Nicolás por entonces estaba escribiendo poemas, pero no los recuerdo muy bien porque él era muy reservado. Sí me acuerdo de sus dibujos, unas líneas curvas que hacía, con la misma tendencia de sus poemas. Yo entonces ya había publicado bastante, pero no quiere decir que tuviera más experiencia. Él tenía más experiencia a pesar de su ineditez. Él era un tipo con un mundo literario muy amplio, muy buen lector. Un juego que hacíamos con Nicolás era absurdo, porque esto se llamaba taller de escritores pero lo único que se esperaba de nosotros, en todos esos meses que estuvimos allí, era que diéramos una conferencia sobre la literatura de nuestro país. Nicolás era uno de los pocos que hablaba bien inglés. Lo que hacíamos en medio de este mundo tan burgués donde


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nos invitaban a cocteles y nos preguntaban de una forma muy superficial sobre lo que estábamos escribiendo, era responder en serio con la intención de descolocarlos, con toda la mala fe, para generar un poco de revuelta. Otra cosa muy graciosa era que cuando nos íbamos a un bar queríamos comprar cerveza, y para comprarla tenías que llegar a un baño y anotarte en una lista y afirmar que no ibas a hacer uso indebido del alcohol, y no creo que haya sido Nicolás, ni tampoco fui yo, pero uno de nosotros… (jajaja) No, mejor me curo las heridas. Como ustedes saben, Nicolás tiene un humor solapado. Siempre tengo este recuerdo muy triste de las cosas que él escribe, una carga de dolor subyacente muy especial, que transmite y mueve emociones muy profundas. La sensación de alta montaña que da esa tristeza, y eso lo transmite muy bien. Hay también una cuestión como obsesiva de mucho cuidado con la palabra para tratar de transmitir algo que está muy hondo en él. Yo creo que lo que él tiene es una enorme honestidad, es cierto que es pesimista, pero eso no disfraza su enorme honestidad. Por eso sigue reescribiendo y tratando de decir algo que está muy oculto. Esa actitud suya de no fanfarronear siempre fue muy sana, porque en ese tiempo convivíamos con algunos pretensiosos. Sin embargo, éramos un grupo muy bello, en el cual, para mí, Nicolás era una especie de salvavidas, porque aparte de ese pesimismo en su escritura, no estaba en su persona en ese momento. En su actitud vital era un ser muy cariñoso, muy tierno, muy amigo. Qué apreciación más linda. Pues espero que en esta visita que nos haces a Bogotá, y ya que lo tenemos a él como en una especie de pináculo, y que estoy como encargado de aletearlo, pues espero que ese reencuentro sea bastante grato para ambos, y espero que no pase de estos dos días. De pronto se escabulle (jajaja).

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No lo dejaremos escabullir. (Y realmente no se escabulló).

• Natalia y Matilde Suescún.

Hola Matilde, espero que sigas tan linda como siempre bajo el sol de Miami. Por favor, envíame en un correo unas palabras sobre tu padre y tu relación con él.

Nicolás Suescún, mi papá ¿Cómo lo describiría? Mi papá es un tipo querido, de buen genio, con buen sentido del humor, despistado, inteligente, sabe mucho, aunque dice que ya no se acuerda de nada.

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El testimonio de Matilde Suescún Villamizar, hija de Nicolás, residente en Miami


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Siempre he querido mucho a mi papá y tenemos mucha afinidad. Nos llevamos bien y nos queremos mucho. Pero cuando peleamos, que es muy poco, es fuerte. Hace mucho tiempo que no peleamos. La etapa de mi vida en la que estuve más cercana a él y que me marcó para siempre fue mi adolescencia. Él tendría unos cuarenta y cinco años, en esa época trabajó en la revista Cromos cuando Margarita Vidal era la directora. Era un grupo chévere: Antonio Morales, Rafael Baena, Fernando Garavito. A mi papá todos lo querían y admiraban. Él sabía de todo y escribía artículos buenísimos. Margarita le consultaba todo. Él siempre ha sido muy modesto y no es una persona ambiciosa de poder. A él lo que le gusta es saber cosas y sabe mucho de todo. En esa época mi grupo de amigos adolescentes se la pasaba en mi casa. Yo me había ido a vivir con él a los dieciséis años. A ellos les encantaba visitarme por mi papá. Él era muy fresco y abierto con todos. Tenía buenísimos discos: Bob Marley cuando no era muy conocido en Colombia, Rolling Stones, mucha música clásica. Él hablaba con nosotros como si fuéramos adultos. Y eso nos encantaba. En todas las etapas de mi vida mis amigos han adorado a mi papá. Y yo siempre me sentí afortunada de tener un papá tan chévere, tan inteligente, tan culto, tan liberal, con quien podía hablar de todo. Siempre me quiso y me admiró. Cuando era chiquita y hablábamos de lo que quería ser cuando grande y yo decía que quería ser presidente de Colombia, lo cual era casi imposible de imaginar en esa época, él me decía que yo podía lograr lo que yo quisiera. Esa fe de él en mí me ha dado mucha fuerza en la vida y le debo mucho por eso. Él me entiende y me acepta y no creo que muchas mujeres puedan decir eso de sus padres. Cuando me enamoré y decidí hacer el amor por primera vez con mi novio, se lo dije primero a mi papá. No le estaba pidiendo permiso, pero me interesaba ver su reacción. Y él

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me dijo: “Me parece muy bien”. No le dio gran importancia, ni hizo drama del asunto. A mi papá siempre le han encantando los gatos y a mí también. Cuando vivimos en La Candelaria, y teníamos una casa grande de dos pisos que compartíamos con mi novio y Karina Gómez, la modelo, teníamos dos gatos: Mr. Cat, un gato atigrado muy lindo e independiente, y una gata siamesa divina y enorme que adoptamos ya grande. La gata quedó embarazada y tuvo seis gaticos, y ni mi papá ni yo fuimos capaces de regalarlos, así que tuvimos ocho gatos durante un tiempo y la casa se nos llenó de pulgas. A mi papá le gustaba cocinar y me enseñó a preparar el pollo al curry que todavía preparo, y a mis hijos les encanta. Cuando vivimos en La Candelaria cocinábamos juntos los domingos. Nunca supo administrar la plata y se gasta lo que tiene sin pensar. Nunca ahorró, nunca pensó en pensiones, etc. Le encanta la buena vida y tiene buen gusto. Le gusta comer bien, beber bien, la música, el cine. Le gusta disfrutar de la vida. Es un hombre refinado, con buen gusto, buenos modales. Se nota que viene de buena familia. De él también aprendí el amor por el cine. Cuando éramos chiquitas nos llevaba a menudo al cine en la Séptima, y luego a comer banana split al Monte Blanco. También íbamos a almorzar al chino a veces. Tenía un afiche de Marilyn Monroe en el estudio y también uno de Greta Garbo. Creo que sufrió mucho de niño. Su papá, mi abuelo José, era alcohólico y adicto al juego. Se gastó la fortuna que heredó en apuestas en pocos años, dejando a la familia en la pobreza. Mi papá era el único hijo varón y su papá fue también el único varón de su generación, así que mi papá era el único que podía continuar el apellido Suescún. Lucrecia, una tía suya, hermana del abuelo José, la tía Lu, lo quería como a un hijo (ella no tenía hijos). Cuando mi papá tenía trece o catorce años se la pasaba capando clases, fumando y jugando billar. La tía Lu lo mandó a una acade-

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mia militar en Virginia para sacarlo del mal ambiente y él no volvió a ver a su familia como en siete años. Creo que eso fue muy duro para él. Cuando llegó a Estados Unidos no hablaba nada de inglés. Por supuesto que aprendió a beber trago en la academia militar. Luego se fue a estudiar a la Columbia University en Nueva York, pero no terminó porque se le acabó la plata a la tía. Tuvo varios trabajos para ayudarse económicamente, entre otros vender biblias. El ateo por excelencia. Creo que tiene un gusto especial por la vida. Ama los libros, la música y el cine. Tiende a aislarse y a la depresión. Los amigos lo quieren mucho, todo el mundo lo quiere porque inspira ternura. Más que un papá ha sido un buen amigo. Irresponsable, loco, egoísta. No es muy cariñoso físicamente ni le gusta que lo estén tocando y besando. Creo que a mi mamá la quiso mucho, pero no se dio cuenta hasta que la perdió. Le tomó muchos años recuperarse de la separación y estuvo mucho tiempo deprimido. Ella lo amó profundamente y le tuvo mucha paciencia. Siempre lo siguió ayudando y nunca nos habló mal de él. Hasta que llegó Margarita, tuvieron una amistad chévere. Se veían a menudo, hablaban, salíamos todos a comer, se visitaban y había un sentido de familia entre los cuatro muy lindo, que Margarita terminó. Creo que la muerte de mi mamá lo afectó bastante, más de lo que nos esperábamos. Desde que mi papá se casó con Margarita, hace más de veinte años, se distanció mucho de nosotras. Durante muchos años no conectaba con nosotras, aunque nos viéramos, no era la misma persona y no había complicidad ni cercanía. En los últimos años hemos ganado un poco de terreno de nuevo, aunque nunca como fue antes. Esta situación me entristeció mucho durante mucho tiempo, pero he aprendido a vivir con eso. Con los nietos es querido, pero distante, no conecta mucho con ellos.

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El testimonio de Natalia, hija menor de Nicolás y Stella

Tengo una niña de ocho años que se llama Rosa, y desde que nació dejé la cerámica, pues a eso me estaba dedicando, y ahora estoy dedicada a la crianza y al yoga. A través de mi papá conocí el cine, de chiquitas él nos llevaba a mi hermana y a mí a ver las películas más increíbles, las cuales no eran muy infantiles. Nos llevó a ver Ladrón de bicicletas cuando teníamos ocho años, también vimos Lo que el viento se llevó durante seis años seguidos, al punto de que ya nos la sabíamos de memoria. Recuerdo que una vez íbamos a entrar a Jesucristo Superstar, pero era para doce años y nosotras éramos más chiquitas, así que no nos dejaron entrar; pero mi papá se puso bravo y se le paró al señor y le dijo que él era quien decidía qué películas podían ver sus hijas. Así que entramos y a los diez minutos llegó el administrador del teatro con un policía y nos sacaron a los tres, a Matilde, a mi papá y a mí. Yo cuando tenía dieciocho años vi una película que se llamaba La noche de la iguana, con Ava Gardner, quien administra un hotel que anda de capa caída, a donde llegan un par de huéspedes, uno es una mujer mayor con su abuelo muy ancianito que es un poeta, y yo siempre relacioné a ese personaje con mi papá, era un poeta de barbita, y sombrero. Yo a los dieciocho años ya había tenido algunas decepciones amorosas, así que ese era como mi sueño realizado: andar por la vida con mi papá, pero resulta que no, a los veinte años me casé. Cuando Matilde se fue por primera vez lo hizo a Los Ángeles, porque se casó con un actor, y allá estuvo estudiando inglés y actuación. Yo fui y viví con ellos seis meses, después

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Hola Natalia, cuéntanos en qué va tu vida y recuérdanos pasajes con tu padre, tu madre, tu hermana, así como lo que significa el reconocimiento otorgado a la vida y obra de Nicolás.


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regresé a Colombia a vivir con mi papá. Pero a pesar de la distancia siempre hemos estado muy cercanas. Después ella regresó a Colombia, ya separada, y vivimos juntas; luego se casó de nuevo, se fue a vivir a Francia y yo por mi parte a Barcelona, entonces estando en Europa estábamos muy cerca y nos visitábamos. Ahora ella vive en Miami, pero igual estamos muy juntas, o ella viene o yo voy. Yo creo que el amor de mis padres fue un gran amor; mi mamá era reina de la Universidad Nacional, y a la vez mi papá era su profesor de inglés, quien recién había llegado de Estados Unidos, y mi mamá estaba enamoradísima de mi papá. En un principio fue una relación maravillosa, por la época que se vivía en Bogotá; mi papá era un hombre muy sociable por entonces. Después, empezó a encerrarse y a deprimirse, mi mamá lo empujaba a que saliera. Al año de haber nacido yo, ganó mi papá la beca de Iowa, pasó un año en Estados Unidos, y cuando regresó la relación de ellos comenzaba a deteriorarse, y decidieron irse juntos a Alemania. Pero igual mi papá regresó de Iowa con novia, con Luisa Valenzuela. Era una época muy loca, todo el mundo tenía amantes, y de paso mi mamá acá tenía su novio francés, pero cuando se volvieron a ver mi papá quedó muy golpeado por eso. Recuerdo que antes de nacer mi hermana y yo, ellos se fueron a Francia, porque mi mamá se había ganado una beca de sociología, se fueron en un barco de la Flota Mercante Grancolombiana desde Buenaventura. El barco era de chinos, y recuerdan que todo el viaje hasta Europa lo hicieron a punta de comida china. Pero mi papá era muy necio, tenía además una amante en el mismo edificio donde vivían en Bogotá. Entonces, cuando llegaron a París, él empezó a perdérsele a mi mamá, y resulta que la amante se había ido hasta allá a buscarlo y se veían, así que mi mamá le puso un ultimátum y él regresó al seno del hogar. Matilde nació en París, a mí me concibieron en el transatlántico de regreso a Colombia, y yo nací aquí en Bogotá. Por esa época ellos igual rumbeaban mucho.

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Ya cuando se fueron de viaje a Berlín, mi hermana y yo fuimos a vivir con la familia de mamá en Cúcuta, y en ese tiempo no había Skype, así que cuando llegaron eran unos desconocidos para nosotras. Pero de su vida en el extranjero sé que la pasaron buenísimo, primero mi papá se fue solo dos meses y parece que le dio muy duro, se encerró, se deprimió, y mi mamá le mandaba cartas pidiéndole que dejara la yerba, que saliera a la calle, que se moviera. Y cuando llegó mi mamá allá, pues ella era la reina de la fiesta, mi mamá tenía un recuerdo buenísimo de Berlín, tan bueno que a mí me daba piedra, porque nosotras estábamos aquí. Y cuando llegaron fue muy duro, porque yo de verdad no los reconocía bien, no tenía cercanía, cuando se fueron yo tendría tres años, y a eso hay que sumarle que mis tías en Cúcuta me malcriaron. Luego el cambio fue tenaz, de vivir en Cúcuta a venir a la avenida 19 en Bogotá y después irnos a vivir a Cali. En ese tiempo nos veíamos con mi papá menos, siempre lo visitábamos en Semana Santa y siempre llovía por esa época, o también en las vacaciones. Eran chéveres las vacaciones con mi papá, a pesar de que llovía mucho. Él nos llevaba al cine, a tomar onces, él dibujaba mucho y nosotras dibujábamos con él. Me acuerdo de que mi papá era muy buen conversador, entonces la gente lo buscaba, todo el mundo todo el tiempo quería hablar con él, y claro, además era un lector increíble, por esa época leía un libro por noche. Sus amigos más cercanos siempre fueron y terminaron siendo Álvaro y Camilo. También me acuerdo de José Pubén, quien convivió con nosotros en el apartamento, era un personaje que se reía con unas carcajadas inolvidables, y tenía una barba largota, y usaba ruana, y se metía en la ducha con la ruana a lavarla. Y me acuerdo del jíbaro de mi papá, ese era otro personaje, se llamaba Arturo y sufría de catalepsia, era un hombre bajito, engominado, con un bigote grande, todo un personaje, y él se enrumbaba con mi papá, en esas fiestas contaba que


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lo habían encontrado un par de veces en la morgue por sus ataques, y resulta que un día no apareció más. Así que nos quedamos con la duda de si a lo mejor había tenido un ataque y lo habían enterrado vivo. Últimamente me he acercado de nuevo bastante a papá, porque mi relación con él fue muy corta de alguna manera. En la niñez, nos veíamos en las vacaciones, yo lo quería mucho, a pesar de que papá era hosco con nosotras, porque no le gustaba que fuéramos melosas. Antes que Matilde se fuera a vivir a Los Ángeles, vivió con mi papá, desde los quince años cuando se regresó de Cali. Luego regresé yo con mi mamá. Terminaron finalmente compartiendo el apartamento mi papá y mi hermana, pues Matilde empezó a trabajar desde chiquita, a los dieciséis años ya era relacionista pública. Luego alquilaron un apartamento en las Torres del Parque, y allá viví yo con mi papá más o menos un año, un año en el que él además se emborrachaba, así que yo lo consentía, lo levantaba, lo mandaba para el trabajo, que era de director de la biblioteca de la Universidad Nacional. Luego yo me fui a vivir a Los Ángeles, y cuando regresé había cambiado un poco, comenzó a vivir con Margarita y nuestra relación tomó cierta distancia. Una vez mi papá se enloqueció, porque Margarita lo dejó, lo dejó solo como un mes, y en ese mes decidió que se iba a lanzar a la Alcaldía de Bogotá, así que recogió firmas, y los firmantes eran los indigentes que no tenían cédula. Entonces, cuando llegó Margarita, encontró lleno todo el lobby del edificio de indigentes, indigentes en el pasillo del apartamento, en el apartamento mismo y desde luego entró en pánico, así que me llamaron a mí, y cuando llegué mi papá estaba caminando en cuatro patas, montándose a los asientos en cuatro patas, y ya se había olvidado de que quería ser alcalde, pero igual tenía su plan de gobierno y tenía buenas propuestas; recuerdo que esa tarde lo llevé a cine, vimos Terminator 2 y al salir de cine ya se le había pasado la locura.

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Ahora finalmente veo que hay un reconocimiento a eso que él hizo, esa mezcla de aparente indisciplina y de cumplimiento cabal. Cuando recibió el premio estaba pasando por una fuerte depresión, estaba muy triste, ya no tenía tantas traducciones, y esto le dio otra vez la posibilidad de abrir la vida, este fue realmente un premio.

El testimonio de la Tertulia de Gloria Luz Gutiérrez

Nicolás Suescún ha sido miembro fiel y constante de la Tertulia Literaria, a la cual asiste religiosamente, mes tras mes, para apoyar, impulsar y ayudar a divulgar la poesía; también ha compartido sus versos y ha hecho vibrar almas en el recinto en donde se le rinde culto a la poesía. En ella presentó su libro, Este realmente no es el momento, de la Colección de Poesía de la Universidad Nacional de Colombia. Como iniciador de estas tertulias, y cuando el grupo apenas empezaba a formarse, aceptó sin dudarlo la invitación para hablar sobre “La ceguera de Borges”, que fue una de nuestras primeras tertulias, en un ambiente cálido y coloquial. Muy buen comienzo para atraer amigos ajenos a la poesía y convertirlos en asistentes devotos de la Tertulia. Nicolás se ha destacado a lo largo de su brillante carrera intelectual como narrador, poeta, cuentista y traductor, lo que convierte su vida en ejemplar en el campo de las artes y la cultura. Por esa razón la Tertulia Literaria decidió presentarlo como su candidato para el Premio Vida y Obra 2010, convocado por la Secretaría de Cultura, Recreación y Deporte. Lo hicimos con el aporte definitivo de Stella Villamizar, conven-

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Capítulo III. Y quién es él, según sus familiares y amigos

Hola Gloria Luz, danos por favor tu concepto sobre Nicolás Suescún como miembro de la Tertulia que convocas, tu apreciación como ser humano y como artista, y el origen de la decisión de presentarlo a la convocatoria del Premio Vida y Obra 2010, que felizmente ganó.


cidos de que era merecedor absoluto de este reconocimiento que destaca cada dos años a un artista de por lo menos 65 años que haya realizado un aporte fundamental a la cultura de la ciudad durante mínimo veinte años. Para nosotros la alegría fue enorme cuando el jurado decidió otorgarle este premio, premio que engalanó nuestra tertulia, pues Nicolás abre las puertas a la poesía colombiana del siglo XXI. De esta manera se le rindió un justo homenaje a una de las voces más diáfanas de la lírica contemporánea. La Tertulia Literaria se siente orgullosa de tener como miembro activo a un poeta de la talla de Nicolás Suescún.

premio vida y obra 2010. Nicolás Suescún

El testimonio del poeta Álvaro Rodríguez Torres, amigo del alma de Nicolás

• Álvaro Rodríguez, Fernando Charry Lara, Eduardo Gómez y Nicolás.

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Reminiscing in tempo 1. Conocí a Nicolás Suescún en la librería Buchholz de la avenida Jiménez a fines de septiembre de 1967. Desde entonces he considerado ese hecho como un milagro privado ocurrido en un año solvente en milagros públicos: lo fue la aparición de Cien años de soledad; lo fue, lo sigue siendo, el Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band. Sí. Alimentado por el boom y la música de los sesenta, pienso que, desde el punto de vista de la nostalgia —y la nostalgia ya no es lo que fue—, quizá no haya otro año más definitivo, más práctico. 2. La Buchholz de la Jiménez como la proa de un barco. De un barco extraviado en la nostalgia de un mar que naufragó aquí hace treinta mil años.

4. El nombre de Extemporánea nació de rebote. Le fue sugerido a Nicolás por el de Contemporánea, librería fundada en 1964 por Marta Traba y los hermanos Roberto y Álvaro Villar Gaviria. Sólo que la librería de Nicolás fue más allá de su nombre. Fue una librería única, sin tiempo. Acaso una librería de autor en el sentido que este término tiene para el cine y la historia del cine. 5. La foto de Marilyn que siempre nos recibía con un beso al bajar las escaleras del dúplex del Sabana. Y el inverosímil cuarto lleno de periódicos ocupado por el no me-

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Capítulo III. Y quién es él, según sus familiares y amigos

3. Llegara a la hora que llegara, uno siempre llegaba a Buchholz a tiempo, porque siempre se llega a tiempo para los libros y los mundos que nos saben esperar. Aún la veo iluminada en la noche, y en la noche sigue rondando mis sueños como los ángeles en los cuadros de Chagall.


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nos inverosímil José Pubén. El mismo donde más tarde viviría el poeta Jaime Manrique Ardila, lejos del sótano y del cadáver de papá. Y el humor, la inteligencia, bigote y barba a lo Errol Flynn de Édgar Plata, que no aparecen aquí porque ya se ha ido volando a Italia y Alemania. Y las sobremesas con Roberto Triana, recién llegado de Italia, llegado de una lengua donde aún puede oírse la querida voz de Beatriz en la perfección del Dante, como anota Charles Williams. Y Rosario a solas y los ángeles de Rosario, y compris Nicolás. Y María Teresa, precedida por la alegría con que siempre andaba por el mundo, entregándome el disco encargado. Y Alberto Hoyos fumando Pielroja sentado en un sillón. Y Juan Sánchez con Malena, que no cantaba el tango pero era como ninguna. Y Jesse Fernández, de visita, con su Leica terciada en bandolera bajo la chaqueta de cuero. O haciéndonos fotos que después mandaría por correo. La de Camilo, tomada en el balcón, nunca llegó. La de Nicolás, un retrato, le arrancaría el comentario de que la foto corroboraba con creces la persistencia de la melancolía de la raza indígena. Un comentario que hubiera apreciado mucho Armando Solano. 6. El título de Tres a. m., libro de poemas de Nicolás publicado por la Fundación Guberek en 1986, fue sugerido por Hernando Valencia. Y se entiende. Hernando apreciaba mucho a Scott Fitzgerald —a quien dedicó un ensayo memorable y tradujo—, y el título tiene que ver con una frase del escritor norteamericano que Nicolás usaría como epígrafe del libro: “...en una verdadera noche oscura del alma siempre son las tres de la mañana, día tras día”. 7. Residencias Colón. El apartamento pequeño y más tarde el grande, el actual, con su generosa vista sobre los cerros, las Torres del Parque y el Parque de la Independencia. Y la

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luz. Y los óleos y dibujos de Eugenio Peña, es decir, más luz, aunque su paleta sea oscura. 8. Los setenta años de Nicolás. La paella. La alegría de Margarita y la alegría de todos sus amigos. Pero también, en contraste, la imagen de Hernando Valencia ya ausente y —hacia adelante— la de Alberto Navarro recientemente fallecido. Imágenes que la tristeza convoca en esta página y que el Orfeo de Rilke exorciza: “El júbilo conoce, pacta el deseo, / pero el lamento ha de aprender todavía”. 9. Nicolás preparando un té en la cocina, en un gesto que va más allá de las palabras y su dimensión auditiva. O llevando de la mano a Matilde y Natalia a la manifestación convocada en la Plaza de Bolívar al cumplirse el primer aniversario del golpe militar en Chile y la muerte de Salvador Allende. Imágenes que siguen viviendo en mí más allá de la memoria, que sólo podría aspirar aquí a una deslucida actuación, a un irrisorio déjà vu.

11. La noche blanca y sin esmero, seguramente leída, en que de visita a su apartamento de las Torres del Parque, Camilo y yo le presentamos a Margarita. 12. Las visitas que, una a una, ritualmente, cada año le hemos hecho con Camilo en el día de su cumpleaños. Porque sólo la amistad puede, y debe creer, que la suma del afecto logra más que la resta del tiempo. 13. La exposición de Nicollages en Belarca. Todo un logro. La perspectiva agradecida con la geometría, para hablar en términos del Renacimiento.

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Capítulo III. Y quién es él, según sus familiares y amigos

10. Nicolás al teléfono. El silencio avasallador, la voz reticente, lejana como el mar y la infancia de otros tiempos.


14. La obra maestra como una revelación impracticable. Imagino a Nicolás devorando las novelas de Dostoievski en la biblioteca de la Universidad de Columbia. O aprendiendo con un profesor rumano el francés que más tarde le permitiría traducir a Rimbaud. Porque, dice Patti Smith: “Se escribe con la mano pero con el brazo de Rimbaud”. 15. Flush y Cecil prueban que también los perros pueden ser un apropiado vehículo para ese diálogo con la intimidad que es la literatura. Ignoro el feeling que pueda tener Nicolás con los animales. Pero es buen lector del New Yorker y sé que disfruta mucho con los perros y gatos irascibles y peludos que George Booth dibuja para la revista. 16. O de la música que siempre lo acompaña mientras trabaja. Mejor si es Béla Bartók. 17. Me acercaría a la verdad si dijera que durante casi cuarenta años he intentado ser su discípulo en secreto, si esa circunstancia resarciera en parte algo de su entrañable e involuntario magisterio.

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18. Su humor de fina observación, bogotano, donde en cualquier momento puede explotar una granada. 19. A Extemporánea caía siempre por lo general a la hora del cierre, después de mi clase de francés en la Alianza. Entonces me iba al cine con Camilo o visitaba a Helena Iriarte o a Claire, vecinas de la librería, del verde casi animal de los cerros, cuando el aire era azul. 20. Nicolás me ha prestado siempre los libros que he querido. The Unquiet Grave fue el primero, y la inquietud, la alarma que sentí al leerlo ha vuelto a visitarme hoy en la relectura del párrafo inicial: “Cuantos más libros leemos, más claro resulta que la verdadera tarea del escritor es elaborar una obra

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maestra, ningún otro quehacer tiene, en comparación con éste, la menor relevancia”. 21. Mi preferencia por sus cuentos que suceden en las calles y las casas de un barrio que no necesita ser innominado como para dejar de llamarse La Candelaria. Nací allí y sé cuánto marca el lugar donde vemos la primera luz. Me pregunto qué diría N al respecto y temo adivinarlo. ¿Consideraría mi afición por esos cuentos como puro narcisismo? Revisaré sus Cuadernos. 22. Y Ángela: “¡Don Alvarito! ¡Por qué no había vuelto! Siga. Don Nicolás está en el estudio. ¿Le provoca un té?”. 23. Los ratos de Suesca y Los ratos de Suescún. ¿Sobrevivirá este frívolo juego de palabras al viento feliz de su entusiasmo? “Hasta aquí, sí. Desde aquí, no.”

Y el coro de lectores de los Cuadernos de N, que una noche sorprendió con sus comentarios sin partitura el oído y el alma de Nicolás. Nunca lo vi tan feliz. 25. La traducción tiene que ver con algo tan aparentemente alejado de la gramática como la simpatía. Tiene que ver con la transmigración de las almas, con la metempsicosis. Nicolás lo sabe porque ha sido Marvell y Rimbaud. 26. A Nicolás, que me enseñó la literatura inglesa, que me enseñó a Yeats, a quien tradujo en forma admirable, sólo podría pagarle en moneda del gran poeta irlandés, apropiándome, temerariamente, de los versos que cierran “The Municipal Gallery Revisited”, uno de sus últimos poemas:

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Capítulo III. Y quién es él, según sus familiares y amigos

24. El viaje con Nicolás y Álvaro Castillo al Festival de la Palabra de Riosucio. El aire de las montañas, mi alma inclinada sobre La montaña del alma, que entonces leía.


“Think where man’s glory most begins and ends, / And say my glory was I had such friends”.1

El testimonio de Camilo Delgado, amigo de la vida de Nicolás

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El Maestro y Margarita

• Nicolás y Margarita.

1 Piensa dónde empieza y acaba la gloria del hombre, / y di que fue mi gloria tener tales amigos.

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Capítulo III. Y quién es él, según sus familiares y amigos

Un sábado hace poco sonó el teléfono de mi casa, era Nicolás. —Camilo, gané el Premio Vida y Obra. No sabía qué me sorprendía más, y a estas alturas sigo sin tenerlo claro, no sé si fue la llamada o el premio, pues en un país como este un reconocimiento tal es una cosa exótica, pero por otro lado Nicolás, quien es el hombre más generoso que conozco, en treinta años de amistad me ha llamado contadas veces. Yo he sido amigo suyo por los libros, fue él quien me enseñó lo que sé de ellos y ellos quienes más nos han unido, a él le debo mucho conocimiento, y el poder disfrutar de nombres y títulos que a lo mejor jamás hubiera conocido sin su amistad, por citar sólo dos te digo Hernando Valencia Göelkel, quien en muchos aspectos fue un maestro para Nicolás y Feliza Bursztyn, con quien recuerdo incontables y maravillosas borracheras; además de la amistad con don José Suescún, siento en tanto que he sido un hijo de su casa, de su padre, por lo cual me siento, a la vez, un hermano de Nicolás. Lo conocí entre el año 71 y 73 por un amigo en común que vive en Alemania, Édgar Plata, él fue quien nos presentó. Édgar a su vez conoció a Nicolás por José Pubén, otro gran poeta muy en esa época. Nicolás acababa de salir de Buchholz, entonces sus amigos lo incitaron a montar una librería, para que aplicara todo su conocimiento. Édgar Plata le dijo: “—Yo tengo la persona perfecta para que usted monte una librería”. Nos presentaron, nos caímos divinamente, fue en un cafecito del centro, en el San Moritz, estábamos muchachos, así se dieron las cosas, se armó la librería Extemporánea, se abrió en mayo del 74, el mismo mes en que él cumple años. A la librería iban todos los amigos de Nicolás, Hernando Valencia, Feliza Bursztyn, a quien Nicolás visitaba todos los fines de semana en su taller, también frecuentaba la librería Alberto Hoyos. Muchísimos escritores iban a buscarlo, la fama de su generosidad era enorme, todos llegaron a Extemporánea cuando se enteraron, entre otros Andrés Caicedo a


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dejar su revista Ojo al cine en consignación, salía Caicedo y entraba Carlos Mayolo, una procesión de intelectuales fluctuaban a diario por allá. La librería se abre cuando Nicolás regresa de Alemania. Mi encuentro con sus libros fue inmediato, el primero que leí fue El retorno a casa, me encantó, sigo prefiriendo a Nicolás cuentista que poeta, tiene eso sí poemas maravillosos y otros por los que merecería juicio público en la Plaza de Bolívar. El horario de Extemporánea era de nueve de la mañana a siete de la noche, pero como muchas noches nos emborrachábamos, yo abría en pijama a atender. Sobre todo en esos primeros meses en que se abrió la librería. La mayor parte de su biblioteca personal era lo que se vendía en Extemporánea, y claro, con algunas consignaciones de distribuidoras y editoriales, porque como él era muy conocido por su trabajo en Buchholz, todo el mundo le tenía confianza, iba mucha gente a visitar su librería, pero más su biblioteca, que era y es una biblioteca extraordinaria. Fue una época maravillosa en cuanto a la posibilidad de ahondar en el conocimiento de una persona como Nicolás, a él le debo el oficio y el conocimiento de los libros. Siempre acertado en sus consejos sobre poetas, novelistas, cuentistas, ensayistas, conocí autores fundamentales gracias a él. En esa época ocurría que si alguien ganaba el premio Nobel y era desconocido para nosotros, entonces todos íbamos en procesión a preguntarle a Nicolás: —¿Nicolás, tú sabes quién es fulanito que acaba de ganar el Nobel? Y desde luego él siempre sabía de quién se trataba. Después de un par de robos, y por el descalabro de esos días, terminamos cerrando Extemporánea, pero la amistad ha sido cada vez más grande. Con otro querido amigo en común, el poeta Álvaro Rodríguez, le presentamos a su esposa Margarita, quien fue y ha sido fundamental en la vida de Nicolás. Ella lo ha acompañado en los momentos más oscuros y difíciles de su vida, y desde luego lo hace ahora cuando está gozando de un merecido reconocimiento.

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Entonces, sin importar que en tantos años de amistad no me haya llamado más de tres veces, espero que siempre lo haga con un motivo tan justo como el premio, que en esta etapa de su vida es esencial. Además de la gratificación que significa para su obra, le da un merecido respiro a un hombre maravilloso.

El testimonio de Álvaro Castillo, amigo y editor de Nicolás

Hay amistades que se van construyendo desde el silencio y la complicidad. Conocí a Nicolás hace muchos años, una tarde, en el apartamento de Camilo Delgado. Recuerdo de esa vez que lo que más me impresionó fue la intensidad de su mirada (entre pícara, sorprendida y coqueta) y la forma como hablaba de cantidades de autores, de cantidades de libros como si fuera lo más natural del mundo. Sin un ápice de pedantería o exhibicionismo. La lectura era para él como tomar tinto con los amigos en un café o hablar de mujeres desnudas con los compañeros del colegio. También nos unió el ser colegas: libreros. Un oficio, una vocación, que se lleva en la sangre. Nunca he conocido a un ser tan absolutamente desprendido y generoso con lo que sabe y ha leído: una charla, una conversación con él, nos deja llenos de intuiciones e imágenes, libros por descubrir y poemas por encontrar. Además de tantas otras cosas, Nicolás, que están ahí, en medio del corazón, latiendo siempre. He leído todos sus libros. He asistido a muchos de sus recitales. Lo hemos editado con los compañeros de Ediciones San Librario. He descubierto gracias a sus traducciones. He comprendido algunos de los sucesos del mundo con sus artículos. Y lo he admirado. Sí, siento y creo que es uno de los grandes escritores de este país: un cuentista inigualable, un

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Capítulo III. Y quién es él, según sus familiares y amigos

(Palabras para presentar la primera edición de su libro Este realmente no es el momento)


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observador, un testigo, de la vida cotidiana y gris de todos los hombres, que sabe encontrar, entrever, aquellos pequeños giros, los minúsculos acontecimientos, que hacen que ésta sea diferente, más trágica, más cruel, más atractiva. Su Cuadernos de N es uno de los libros más fascinantes que me he encontrado: una especie de, podríamos llamarlo, “oráculo de la cotidianidad”, un libro de cabecera, un libro para llevar en la mochila, abrirlo y sentir y ver que todo es y puede ser distinto. Sus poemas, desde los más experimentales hasta los más entrañables, son el testimonio, la prueba de la eterna juventud que padece: un hombre que se resiste sin esfuerzo a que su alma, sus ganas, se anquilosen y oxiden, siempre renovándose, siempre saltando. Todos los caminos merecen ser explorados, si la meta es la misma lo interesante son los atajos y trechos que recorremos antes de llegar a ella. Cuando me encontré con él y Margarita hace ya días, un domingo, en la carrera Séptima con calle 22 y me dijeron, casi al mismo tiempo, que querían que este día lo presentara respondí inmediatamente que sí, que por supuesto, que para mí era un honor, sin tener todavía muy claro en qué era en lo que me estaba metiendo. Es para mí muy difícil hablar de un libro, de un autor, fríamente. La lectura siempre ha sido para mí un acto de complicidad y de afecto: leemos a quienes queremos y lo que queremos. Hace ya muchísimos años Nicolás me contó que le compraba la lotería a un lotero ciego. Lo decía como si fuera lo más obvio: la suerte se juega y se espera sin ver, sin saber. Sentí que esta imagen, esta historia, era la clave del oficio de Nicolás, el poeta: las palabras se cruzan sin conocerse y, gracias al misterio de la poesía, se encuentran y, a veces, nos premian con un poema. Este realmente no es el momento, libro de Nicolás que hoy nos convoca, es el testimonio de un poeta que se encuentra frente a una realidad que no le gusta, le incomoda, y lo hace abrir los ojos para intentar hablar con la única arma que tiene: las palabras. Son poemas furiosos (no rabiosos) de “el que no

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Capítulo III. Y quién es él, según sus familiares y amigos

puede esperar porque no tiene tiempo / y sin embargo la vida se le va esperando”. Siempre renovándose, jamás repitiéndose, reinventándose, el poeta decide no ser sabio sino necio: no se trata de observar el espectáculo del mundo como si fuera una película de cine sino, más bien, observar el mundo, hablar de él, lo que es aún más importante, con él: “los que vivimos para el futuro / despreciando el presente / y añorando el pasado, / no con la roja insignia del coraje / sino con el rostro amarillo del cobarde, / el que sólo se interesa por sí mismo, / el que lleva su alma en el bolsillo / y vive tocándola / como si fuera una moneda de oro”. La lotería de la poesía que Nicolás siempre ha jugado le ha dado con este libro un premio mayor: ha atrapado con sus palabras aquello que se nos va escapando, lo que está frente a nosotros, sacudiéndonos y hablándonos, sin irse por las ramas: mirando de frente, abriendo los ojos, y convirtiendo, así no sea este el momento, en poesía lo que nos lastima. No quiero hablar más, pienso que ya me he extendido demasiado, aquí vinimos a escuchar al poeta que todos queremos y admiramos. De mi parte sólo me resta decir: “Nicolás, gracias”.

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Capítulo IV

Capítulo IV. Antología de su obra

Antología de su obra

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Antología de poemas

premio vida y obra 2010. Nicolás Suescún

• Nicolás, de espaldas, durante una lectura de sus poemas en el Festival de Poesía de Medellín.

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El negador

Capítulo IV. Antología de su obra

¿Por qué? se pregunta y no encuentra respuesta los signos de interrogación desaparecen y la negación lo absorbe, salta de la N a la O y se hunde, se ahoga y vuela al mismo tiempo. Absurdo preguntar por qué, es sólo un ahogado que vuela por el aire en un delirio de escepticismo así que no vale la pena preguntar, es preferible negar negar porque sí y porque no, negar que se puede preguntar, negar que se pueda responder, negar por negar, negar el ayer, negar el mañana, negar el hoy también pero jamás el yo, para poder negar hasta siempre jamás.

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Jamás tantos muertos Para Fernando Rendón

Jamás tantos muertos rondaron la casa de los vivos, jamás tantos vivos habitaron la casa de los muertos. Nunca se oyeron tantas voces, nunca tanto silencio, nunca se fue al traste tanta cosa, y se pudo más y se hizo menos. Siempre es que hemos vivido tanto tiempo que uno ya se pregunta qué sería de la tierra sin el peso gravoso de los hombres, y qué sería de los hombres sin la tierra. Ahora son las diez de un martes o de un muerto y mi sangre corre, corre la de los vivos a dieta de sopas de sangre de sabores diversos, y huesos enlatados, cadáveres en polvo,

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todo el corpus delicti de la A a la Z.

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Pequeño poema a mi padre en espera de una larga y tendida conversación que muy probablemente jamás tendrá lugar

Capítulo IV. Antología de su obra

Con usted no puedo hablar de nada a pesar de que mis ojos y mi nariz sean suyos —me lo han dicho— o de que yo haya sido su mayor imprudencia —me lo han dado a entender— y de que en cierto modo sea usted quien camina —soy yo quien lo sospecha— cuando voy por la calle.

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Una beata Lenta, sofocada, se da contra los muros, se para aquí y allá para tomar aliento. Dos cuadras le llevan una hora del cuartucho a la iglesia, una hora se le va en dos cuadras de la iglesia al cuartucho.

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Entre santos de papel y santos de argamasa balbucea plegarias, practica la Esperanza y el Espíritu Santo la consuela, el Sagrado Corazón le guía los pasos, la Santísima Virgen intercede por ella y el mismo Jesús lindo a veces la visita.

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Un hombre de mi edad

Capítulo IV. Antología de su obra

Viajo frente a un hombre de mi edad con barba como yo, pero encorvado. Sus ojos se pierden en el vacío. Dudo que sean sus manos lo que mira, viaja por un desierto territorio extraño, su tiempo no es mi tiempo, no soy yo quien le intereso en todo caso, sano, salvo y derecho tras de tanto. Un momento después lo observo tomarse la cabeza entre las manos hurgarse las orejas, leer recortes del Correo del Amor en alta voz y en tono de discurso, y por último sacar una libreta que mira página por página y en la que escribe una palabra, una sola palabra de vez en cuando. ¿Qué escribe?, me pregunto entonces, tratando de entender por qué hay desorden en ese cuerpo que podría ser el mío, por qué no es él quien me escudriña a mí.

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Un vagabundo

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Esa noche pasé por su lado otra vez y le oí decir que nada tenía sino el duro asfalto. Hablaba de sí mismo en tercera persona, un largo recitado de amarguras, ese guiñapo humano de piernas tumefactas que dormía en la calle a dos cuadras de mi casa, y pintaba también a una sensual mujer en eróticas escenas a la orilla del mar, que parecía, como Venus, nacer de la espuma. Eran dulces baladas de amor cantadas por una momia chibcha, bajo un letrero que decía CARNETS DE SALUD con grandes letras rojas. Y como un bisturí, el viento de Cruz Verde se hundía en su cuerpo y ahondaba la herida de la memoria. Esa noche quise soñar sus mismos sueños en ese momento, otra vez, en otra cama, en otro tiempo.

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Dos

Capítulo IV. Antología de su obra

De los dos el más alto es el más insigne. En sus rasgos se advierten la prosapia y el aburrimiento, pero yo simpatizo con el más pequeño, el de los bigotes de alambre el de los rasguños en las mejillas, el de los callos en las manos, el de la sonrisa de perro, el de las uñas sucias, el del reloj dañado, el de las quejas, el que eructa, el que mira el suelo cuando camina, el que estudia el techo los domingos, el que no puede esperar porque no tiene tiempo y sin embargo la vida se le va esperando.

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Las cosas que he ido escondiendo Para María Mercedes Carranza

Las cosas que he ido escondiendo bajo las piedras, entre los esqueletos, en el polvo, en las sillas, los papeles, entre pecho y espalda, surgen de pronto, proyectando sombras espesas, viscosas, como moco de político pájaro.

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Abrí los ojos y me dijeron que en país de ciegos hiciera como el ciego. Después me enseñaron las palabras y me aconsejaron que cerrara la boca si no era para repetir lo repetido, y que fuera manso para llegar al reino de los cielos. Me dictaron todo lo que podía hacer, creer y recibir, y yo gemía de noche, entre las sábanas, porque no era tan santo como San Luis Gonzaga. Vuelven estas cosas que he ido apilando a la vera del camino, para olvidarlas. Vienen como con pies, hablan como con boca los patios donde me calentaba a medias, las piezas en tinieblas y la luz, los pecados mortales y los veniales, las sesiones finales, los valses del teatro Hogar y todas esas fiestas infantiles con aquellos regalos regalados.

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Capítulo IV. Antología de su obra

Vuelven como empujadas por el viento, este helado silbido paramuno, y me llevan de la mano de paseo por la calle de siempre, con la pordiosera, sus trapos y sus perros, con el niño durmiendo en su caja de whisky Johnny Walker, que sigue tan campante, con el sacristán masturbándose ante la Virgen y su lindo niño en brazos, con el hombre esperando la muerte en una esquina, con el hombre esperando la vida en un camastro, con todos los vivos y todos los difuntos, ¡y más frío que el que tendré en mi tumba!

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¡Qué dicha vivir en este país tan bello! ¡Qué dicha vivir en este país tan bello donde la gente ama tanto los toros y la sangre en la arena! ¡Qué bella la sangre, tan roja! ¡Qué bueno vivir aquí donde los policías juegan a la ruleta rusa no apuntando el revólver hacia su propia cabeza sino hacia la cabeza de los adolescentes, donde los asesinos ríen al matar y acumulan cadáveres que tiñen los ríos de púrpura y nos cubren con un velo bermejo!

premio vida y obra 2010. Nicolás Suescún

¡Qué hermoso país es éste con tantos matices del rojo, aunque la sangre con el tiempo se vuelva negra, y aunque nuestras fiestas delirantes de alegría las presida y clausure el esqueleto del capuchón y la guadaña!

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No esperes nada

Capítulo IV. Antología de su obra

No esperes nada del mañana, no te sepultes en la esperanza, piensa: no veré la luz del nuevo día, ésta es mi última noche. Y bebe hasta olvidarlo todo para volver a olvidarlo, que ésa sea tu vida, un vaivén entre el ser y el no ser. No esperes nada del mañana, húndete en el olvido para que el nuevo día sea de verdad un nuevo día, como si apenas empezara a dar vueltas el mundo, como si ir para allá no fuera venir hacia acá, como si no girara la tierra, enloquecida.

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premio vida y obra 2010. Nicolás Suescún

Traducciones al español

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Dover Beach Matthew Arnold El mar está calmo esta noche, la marea plena, la luna flota clara sobre el estrecho; en la costa francesa la luz brilla y se va; los acantilados ingleses perduran relumbrantes y vastos, en la bahía tranquila. ¡Ven a la ventana, dulce es el aire de la noche! Mas desde la larga línea de rocío donde el mar toca la tierra blanqueada por la luna, ¡escucha!, se oye el áspero rugido de los guijarros que las olas retiran y lanzan al volver, sobre la elevada costa, empezando y cesando, para volver a empezar con trémula, lenta candencia, trayendo la eterna tonada de la tristeza.

El mar de la fe también estuvo pleno, y en torno a la playa de la tierra, como pliegues de un brillante cinto recogido. Pero ahora sólo oigo su melancólico, largo, replegado sonido retirándose ante el aliento del viento de la noche por las vastas orillas pavorosas y desnudos pedregales del mundo. ¡Ay, amor, seámonos fieles! Pues el mundo, que parece

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Capítulo IV. Antología de su obra

Sófocles hace mucho la oyó en el Egeo, y le trajo a la mente, el turbio flujo y reflujo de la miseria humana; nosotros también encontramos en ese sonido un pensamiento, al escucharlo en este lejano Mar del Norte.


premio vida y obra 2010. Nicolás Suescún

yacer ante nosotros como tierra de ensueño, tan variado, tan bello, tan nuevo, no tiene ni alegría, ni amor, ni luz, ni certeza o paz, o alivio del dolor, y aquí estamos como en un llano oscuro barrido por oscuras alarmas de lucha y de huída, donde ejércitos ignorantes se enfrentan en la noche.

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Almuerzo de negocios - La dama del bolso Wole Soyinka Fue un mediodía de noticias sin importancia El mundo estaba tranquilo, el mundo estaba turbio El índice Dow Jones bajó varios puntos O aumentó: para un necio de Wall Street Todas las operaciones llevan a la bancarrota o a la riqueza Y ahí termina todo.

Una nota falsa entre la respetable disonancia, Una pintura inconforme, única en la galería de falsificaciones. Ignorada, un punto culminante en medio de la mancha De las risas que recurrían al intento de hacer a la intrusa Invisible, apenas entrevista entre la opacidad de Bonhomie, la joie de vivre… bajo las burlas Falsas: ¿pero en qué se ha convertido este lugar? Yo no la vi entrar. Tan tranquila, su mirada implacablemente envuelta En sus pensamientos, pero, un rayo láser Por la ventana del mediodía. No exactamente una vagabunda, Y sin embargo, una inadaptada en sus trapos bulbosos,

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Capítulo IV. Antología de su obra

La cháchara de los vestidos de rayas, los almuerzos A cuenta de los gastos de representación lo dejaban frío. Sólo deseaba que su anfitrión hubiera escogido otra cosa, Al sentirse perdido entre el tintín de los hielos Del té helado, el borboteo —predecible— del Chardonnay —Tengo que volver al trabajo, bueno, uno más— Y el súbito estallido de risas que de alguna Manera traza la espiral descendente De alguna víctima ausente, una victoria vana, O simplemente un chiste verde. De pronto…


En su bolso su atado de secretos, seguros en la línea De visión de la superficie de la mesa, hasta el mundo micro De su casa rodante afuera, un carrito de mercado Lleno hasta el tope con los desechos de toda una vida.

premio vida y obra 2010. Nicolás Suescún

¿Siente los ojos, los pies raspando el suelo Y las caras que giran hacia ella, los Martinis detenidos A medio camino de las gargantas refinadas? No se inquieta. Ningún código Morse se filtra a través de sus pies Calzados con zapatos de cuero suave, que indique impaciencia. Un tobillo de medias blancas bajo Los bluejeans de tubo, desteñidos —o más bien en las últimas—, Esperaba. Los pies en ángulo, desprovista de ansiedad, Ligeramente envueltos en torno a una pata de la mesa Afirmaban su estabilidad. No buscaba la comodidad, era simplemente Su manera de sentarse, como las piernas que encuentran Y se entrelazan con las de un amante ya conocido. Imponentemente tranquila, indiferente Al salón interior, al que le daba la espalda, Sin inmutarse por el calidoscopio de afuera: ¿Nota al labrador que tira de la correa para darle Un húmedo saludo al arbolito enjaulado? Sus lentes de cristal de roca no dan pista, su mirada Es la inocencia misma, y cuando el mesero se inclina Experto para oírla, la cara sin revelar sorpresa alguna, Su pedido es preciso y seguro… Al aumentar la demolición cuando llegó la parrilla De langostas y la tabula rasa se convirtió en Un campo extasiado en un fogonazo trascendente. Luego vino el amorío. Una broma, una caricia estimulante Un reacomodo de los miembros y piropos fingidos

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Con cascanueces de acero sobre curvaturas Postradas pero agresivas. Cuando se produjo El crujido fue enorme… como el silencio De las cabezas vueltas y los gestos suspendidos. Las miradas hacia el pescado debatiéndose. Luego, pinza Por pinza amansó al indócil crustáceo, exploró Hendeduras en busca de carne virgen, escarbó Gordas lonjas hasta ese momento inaccesibles. El delicado tenedor de tres dientes entre sus dedos Era un diapasón.

Su cara, una máscara de cirujano, aún suave, Una capacidad infinita de cuidado y hábil suficiencia Asumió entonces el rojizo brillo de la langosta. Suavemente, como la barcaza de desembarco, bajó a casa, Sus piernas liberaron la pata prisionera Las manos se apartaron de los platos conquistados Pedazos de concha amontonados unos sobre otros En su sumisión de crema y rojo escozor. Era claro: ¡también ella había venido a hacer negocios! Fue un mediodía de noticias sin importancia El mundo estaba tranquilo, el mundo estaba turbio Yo necesitaba mucho un universo que todavía Estuviera poblado, vivido, amado y muerto, que comiera

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Capítulo IV. Antología de su obra

Y fue así como Los sonidos de las olas rompientes Arrollaron una playa de ruidosos adoradores del sol El palo de un adivino que sondeó el árido Carapacho en busca de insospechados borbotones De humedad, liposucciones acercándose Rápida pero moderadamente, una narración de percebes Y lapas, odiseas del fondo del mar y el tridente De Neptuno funcionando juguetón en dedos líricos.


premio vida y obra 2010. Nicolás Suescún

Y defecara, envueltas sus piernas en torno a la pata de una mesa. El labrador con su correa volvió sin echarle una Mirada a su dócil orinal. Dos niñeras Se detuvieron frente a la ventana, se rieron y charlaron como en Una película muda. Yo me fui hacia adentro a un cuarto Lleno de pronto de bocas y gargantas al servicio De la comida como función ocasional, vi mi cara reflejada En un espejo de cuerpo entero. Ya escarmentado, Me tomé de un trago mi copa de tibio… Chardonnay.

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Traducciones al inglés Nocturne III

One night One night One night heavy with the scent of perfumes, with murmurings and music of wings, One night As phantasmal fireflies flickered in humid, nuptial shadows, We walked together, slowly, our bodies close, and you, Silent, pale, As if a presentiment of infinite pain and sorrow Had shaken you to the most secret depths of your being, Came strolling along the garden path through fragrant gardens, And in the indigo Of the vast, farthest, heavens, the full moon shed its unearthly light, And your shadow, Languid, mellow, And my shadow, Lengthened by the moonbeams falling upon The path’s somber sands Were blending, Forming one Forming one Forming one long, lonely shadow! Forming one long, lonely shadow! Forming one long, lonely shadow! Tonight, Alone, my soul

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Capítulo IV. Antología de su obra

José Asunción Silva


premio vida y obra 2010. Nicolás Suescún

Overflowing with the unfathomable grief and agony of your death, Separated from your being by shadows, by time and distance, By the infinite darkness No mortal voice can penetrate, Alone, silent, I walked that lonely path, And somewhere far away dogs were barking at the moon, At the pale moon, And frogs were Shrilly croaking, I felt cold; it was the chill of the chamber where you lay, The cold of your cheeks and temples, of your beloved hands Among the snowy folds Of mortuary sheets, It was the icy chill of the tomb, it was the chill of death, It was the chill of nada… And my shadow, Lengthened by the falling moonbeams, Walked alone, Walked alone, Walked alone through the deserted garden! And your slim, supple shadow, Languid, mellow, As on that warm and humid night of springtime death, As on that night filled with sweet perfumes, with murmurings and music of wings, Appeared and walked with mine, Appeared and walked with mine, Appeared and walked with mine… O shadows entwined! O shadows that seek each other, blending together on nights of tears and black despair!

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Song of the Profound Life Porfirio Barba-Jacob Man is a vain, variable and fluttering thing… Montaigne

There are days when we’re so variable, so variable, As the light blade of grass to the wind and chance. Maybe glory smile to under other skies heavens, For life is clear, billowy and open like the ocean. And there are days when we’re so fertile, so fertile, Like the fields in April, trembling with passion: Under the generous influence of spiritual rains The soul sending out bowers of illusion. And there are days when we’re so placid, so placid… —Childhood at sunset, sapphire lagoons!— That a verse, a trill, a hill, a passing bird, And even one’s own sorrows make us smile.

And there are days when we’re so wanton, so wanton That women offer us their flesh in vain: After girdling a waist and caressing a breast, The roundness of a fruit makes us tremble again. And there are days when we’re so gloomy, so gloomy, Like in a gloomy night the crying of a pine grove.

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Capítulo IV. Antología de su obra

And there are days when we’re so sordid, so sordid, Like the obscure entrails of obscure flint: Night surprises us with its profuse lamps, Measuring out Good and Evil with sparkling coins.


The soul moans then with the pain of the world: Perchance not even God himself can give us solace.

premio vida y obra 2010. Nicolás Suescún

But there is also, oh Earth, a day… a day… a day When we weigh anchor never to return… A day when ineluctable winds blow by, A day when no one can retain us any longer!

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The Friends

Sometimes I ask myself what became of my friends after all those days that have let fall their ashes. Those who lived in the barracks by the river, a dirty river that divides the city in two slices of grass where slow women with great feet carry bundles of rags on their heads. The one with the blue and the worn out cap who worked cleaning looms. His father was a mechanic and he also wanted to be a mechanic I’m sure both go on eating their daily sandwich and that their only love is screws. The skinny one with the bicycle envied by all because he had so many Charles Atlas magazines and used to say he could lift a hundred kilos. He had a girlfriend and he didn’t like clouds. After many cities, towers of iron, boulevards women with gaudy makeup on the corners restaurants, etc., where everyone is a bit lonely they don’t know each other but they look at each other they bet on horses in front of the TV set on weekends and want to go to the sea.

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Capítulo IV. Antología de su obra

Mario Rivero


premio vida y obra 2010. NicolĂĄs SuescĂşn

I go on looking from my papers at the girl that used to lean against the lamp post.

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Hölderlin José Manuel Arango perhaps madness is the punishment

Capítulo IV. Antología de su obra

for he who violates a secret precinct and looks in the eyes of a terrible animal

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Rondel León de Greiff Music, music from afar, music, exotic music Music that harms the soul with sudden, hypnotic phrases! Music, strange music... Music from the cottages, unconnected, coarse, chaotic, savage, naïve, unsociable... Music, exotic music! Music from Gothic naves music from old Spain —rackety, riotous, heroic— in which outlandish witches sharpen their cold sickles...

premio vida y obra 2010. Nicolás Suescún

Music, exotic music, music exotic music!

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A probable Constantine Cavafy at 19 Raúl Gómez Jattin Tonight he will attend three dangerous ceremonies Love between men Smoking marijuana and writing poems Tomorrow he will get up past noon His lips will be parched His eyes red and another sheet of enemy paper

Capítulo IV. Antología de su obra

His lips will hurt from so many kisses His eyes will smart like burning cigarette butts And neither will that poem express his crying

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Antología de cuentos De El extraño y otros cuentos El extraño

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Llegó de noche, a caballo. Recorrió el pueblo, calle por calle. Todos dormían, fuera de mí, que en ese tiempo sufría de insomnio. Apagué la luz para verlo mejor. Era alto y muy pálido. Sus ojos brillaban en la penumbra como los ojos de un gato salvaje. Fumaba, exhalando el humo lentamente. Dejó caer las riendas y que su caballo continuara, hasta que todos despertaron y se asomaron a las ventanas. Fue en ese momento que cogí mi revólver y le disparé. Otros se llevaron el cadáver, que nadie vino a reclamar. No tuve que comparecer ante el juez. Todos comprendieron que lo había hecho por el bien de la comunidad. Ese fue el principio de mi carrera política.

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Mi padre era azul

Capítulo IV. Antología de su obra

Mi padre era azul. Alcalde del pueblo. Un día llegó un grupo de forajidos que había sembrado el pánico en la región. Sobre caballos sudorosos y hambrientos. En la plaza levantaron enormes columnas de polvo. Mi padre salió a su encuentro. Ellos le hablaron primero: “¿Usted es azul, o rojo?”. “Soy yo el alcalde”, dijo él. “Eso no fue lo que le preguntamos. Lo que queremos saber es si usted es nuestro amigo o nuestro enemigo”. “Podemos pactar. Yo les puedo hacer algún servicio”. “Nosotros no necesitamos ayuda. Le hemos hecho una pregunta. Contéstela o dése por muerto”. “Soy rojo”, dijo él por fin, y ellos lo acribillaron. “Para que aprenda, rojo de mierda”. Y como no murió inmediatamente lo desnudaron, lo ataron a un árbol y le cortaron el sexo con un machete. Él decía: “No, no, es un error, soy azul, azul”. “Ahora se nos volteó”, dijeron ellos. “De todos modos lo hubiéramos quemado. No nos gustan los alcaldes”. Yo, años más tarde, me uní a ellos para vengar su muerte. No me gusta matar ancianos. Prefiero las mujeres y los niños.

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El hombre acabado

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No es eso, es peor. Usted se considera un hombre acabado. Se pregunta por su vida y responde que no le queda nada. Pero sucede que usted sigue, que usted persiste, que no está ni de lejos acabado. No son tantos sus años ni sus achaques. Le queda mucho tiempo. Es cierto, cuando ese tiempo haya pasado a usted le parecerá que ha sido demasiado poco. Pero póngase a pensar en él. Piense en los minutos, en los días, los meses y los años. ¿No le parecen interminables? Piense en los encuentros y los trabajos, en los viajes, las amantes y los hijos. Claro, usted ha hecho muchas cosas, ha tratado de salir adelante y a veces lo ha logrado. También ha fracasado, y el recuerdo de sus fracasos le impide salir adelante. Salir de este pantano le parece una proeza irrealizable. Pero usted se equivoca, mi joven amigo. Aún puede salir de este marasmo. Depende de usted. Trabaje. Trabaje mucho, tenga paciencia. Cultive la esperanza. No permanezca horizontal. Haga gimnasia por la mañana. Coma tres veces al día y acuéstese temprano. Sea parco y recto. Tenga fe. Haga como yo. Yo ya he perdido la cuenta de mis años.

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Hombre público

Capítulo IV. Antología de su obra

Soy un hombre público. Mi vida, toda mi vida, se desarrolla ante los ojos del electorado como una película con final feliz. ¿Cómo me puedes exigir a mí que le dé importancia a eso que tú, con esos eufemismos tuyos, llamas “intimidad”? Toda mi energía sexual, querida, se ha volcado hacia los logros en mi ascenso hacia las posiciones más codiciadas de la pirámide burocrática. La mención de mi nombre en la prensa, mi silueta en la televisión, mi voz en la radio me satisfacen más que un gastado orgasmo contigo, de hecho lo reemplazan, y con creces: no tienen comparación. No, no puedo darte eso pero mira un momento a tu alrededor y piensa: ¿Qué otra persona hubiera podido darte esos amplios y lujosos predios que a todos nos fatiga recorrer? Pero no te diré nada de esto. Es un secreto entre yo y mi imagen.

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Noticia del año 2000 San Fernando, California, marzo 13, 2000. Lon, un mono blanco nacido hace veinte años en el Zoológico de Barcelona y estrella del parque local, acaba de escribir una pieza de teatro exactamente igual, palabra por palabra, salvo los nombres de los personajes y el título, a La tempestad, del dramaturgo inglés William Shakespeare. Lon, uno de los pocos sobrevivientes del reciente terremoto que borró a San Francisco del mapa, aprendió a escribir a máquina a los dos años. Al principio, tecleaba sin ton ni son, pero fue adquiriendo una pericia que se hizo extraordinaria con el tiempo. Ha llenado millones de hojas, que le gusta examinar cuando las termina, como si las leyera. Nadie se había dado cuenta del plagio hasta que el profesor Roger Seamurk, catedrático de literatura inglesa de la Universidad de Delaware, la vio representada aquí por un grupo que se dedica a montar las obras del gorila. Seamurk, conocido experto en la pieza de Shakespeare, reconoció inmediatamente el texto tantas veces leído y comentado y, rebosante de indignación, estalló en gritos e insultos y acusó de fraude a los actores. Estos demandaron al profesor, quien probó en la corte, sin dejar lugar a dudas, que ¡Oh People!, como tituló el simio su obra, era un plagio total de La tempestad, la última y tal vez la más bella pieza de Shakespeare. El grupo, a su vez, probó que había recibido el manuscrito de manos de Lon, quien es dueño de media docena de máquinas de último modelo, así como de una Torpedo, una Mónica y una antiquísima Smith-Corona. La prensa no logró dilucidar el asunto a pesar de que llevó a cabo una detenida investigación. Mientras que los sabuesos de la policía se habían contentado con unas superficiales visitas a Lon, los abnegados periodistas convivieron varios meses con él.

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Capítulo IV. Antología de su obra

Sólo pudieron descubrir, sin embargo, que Lon es un gran aficionado a la televisión educativa, en la que frecuentemente se ven representaciones de Shakespeare. El año pasado, La tempestad fue transmitida por lo menos una vez al mes. Es posible que el mono la haya memorizado, lo que sería la única explicación de este curioso caso de plagio. No sobra hacer notar que Lon detesta los libros.

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Para un bestiario

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Ojos muertos como bolas de cristal. Melena escasa. Cavidad craneana reducida y, en algunos especímenes, completamente vacía. Poderosas garras invisibles. En apariencia manso, y viejo. Numerosas víctimas entre pobladores del campo poco habituados a la vida en la ciudad. Tiene dos patas, dos manos, dos orejas y una trompa de cincuenta centímetros. Sexo: seis y medio centímetros, los más aventajados. Un metro treinta y dos de estatura. Incapaz de trepar a los árboles y omnívoro. Su peligrosidad es proporcional a su mansedumbre. Especie poco numerosa, aunque extendida por todo el mundo. Se conocen algunos casos con un número indeterminado de patas y manos. También los hay con trompas desmesuradamente largas, que se arrastran por el suelo; y con colas igualmente desarrolladas, que emplean en juegos sin ningún significado para la sobrevivencia de la especie. Algunos sostienen que son parientes cercanos de los reptiles; otros, de los anfibios. Llora fácilmente y se revuelca por el suelo cuando piensa en sus víctimas, que no son pocas. Proceso ideacional muy primitivo, movido por asociaciones táctiles u odoríficas, nunca visuales.

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El retorno de Drácula

Capítulo IV. Antología de su obra

Es cierto. Se fue y dejó de venir durante muchos años. Los niños crecieron. Mire lo grandes que están: ya todos tienen gafas y van a la universidad. Ellos no lo reconocieron. Pero entre él y yo las cosas pasaron como si no se hubiera ido nunca. El mismo día que volvió nos dimos cuenta. No había cambiado nada. A los dos minutos estábamos donde mismo habíamos empezado, cuando nos casamos, hace ya tanto tiempo. Él me dijo que no quería sangre para la comida. Yo le dije que no había nada más.

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De Oniromanía

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Vive con sus sueños. Para sus sueños. Ciertas comidas cambian su carácter. Los hay dulces —muy pocos— y pesadillescos, terribles, aplastantes, amargos, caricaturescos. Cuando se despierta, sin embargo, siempre sudando, quiere morirse, pero el vacío de la muerte lo aterroriza. Lo que realmente desea es volver a dormir para seguir soñando. Sus sueños, todos, se oponen a la acción. Comer, cagar, amar, salir, entrar, bañarse… ¡Qué aburrimiento! En los sueños no tiene que hacer ninguna de esas cosas, que odia y desprecia, la vida cotidiana pasa a segundo plano, desaparece. En ésta va leve entre las cosas y la gente. No ve nada, ni a nadie. Pero de cualquier manera, todo aquello —percibido con el único objeto de sobrevivir— termina siendo parte de sus sueños, hasta lo más estúpido o insignificante. Sobre todo lo más estúpido e insignificante. Y eso porque sus sueños eran cada vez más universales, abarcaban varios niveles de la realidad. Tenían un misterioso oxígeno, y la ausencia o el exceso de gravedad. La gente y las cosas volaban o se arrastraban difícilmente, también él. Y no tenía edad. Sin embargo, los años habían pasado. Había vivido, y no había vivido. Pero había soñado. Quiso registrar sus sueños. Eran tantos y tan complejos que sólo pudo escribir unos pocos, y muy incompletamente. No le alcanzaban ni las palabras ni el tiempo. Además, el mundo era tan ambiguo e inasible como sus sueños —ahora se daba cuenta— y era necesario seguir viviendo. Sí, todo, extrañamente, también tiene múltiples raíces, ramificaciones, tentáculos, es denso, espeso, oscuro, las nubes se mueven a velocidades supersónicas y las balas y las pelotas de béisbol hacen su trayectoria en una cámara muy lenta, llevada por un hombre cansado, un onirómano.

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Capítulo IV. Antología de su obra

El onirómano


El experto en arenas movedizas

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Era experto en la forma de salvarse de las arenas movedizas. No manotear. No levantar las piernas. No hundirse. Flotar. Más densas que el agua, no admiten ninguna clase de lucha, ni el menor asombro de rebelión. El pánico es el peor enemigo en la batalla, en esos engañosos sifones es la muerte segura. Ahora bien, ¿cómo reconocerlas? Nada que hacer. No se puede. Ni él mismo, salvado de innumerables marismas, puede aún saber si el terreno que tiene ante sí, en sus recorridos por selvas y desiertos, es otra traidora trampa de la madre tierra. Por eso había que caminar con suma prudencia, casi en la punta de los pies, o mejor aún: llevar consigo una larga caña para tantear el suelo. De lo contrario, si no se camina con sigilo, si no se detecta a tiempo la zona peligrosa, puede uno hundir demasiado el pie, llevando hacia el fondo la pierna correspondiente, y la otra también, haciendo así imposible que uno dé vueltas en la superficie, horizontalmente, muy despacio, única manera de salvarse del asfixiante abrazo. Hay que convertirse en una plancha de madera liviana, dejando, si posible, de respirar, hasta llegar a tocar algo sólido, momento en el que uno tiene que pedir ayuda, porque el mayor problema de las arenas movedizas, formadas por fuentes de agua subterráneas, es que no perdonan a quien trata de salvarse de ellas por sí mismo, sólo con su cuerpo.

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A veces trata de probarse a sí mismo que no es diferente de los demás hombres. Pero cuando repasa su pasado y se da cuenta de su situación presente, advierte que si bien tiene un cuerpo, como todos sujeto a achaques y enfermedades y más o menos erecto, hay algo en él distinto de los demás, en una capa profunda de su ser que ni él mismo alcanza a percibir, o entiende. Se dice: “Mis sueños por lo menos son míos y sólo míos, sólo yo acaricio en ellos a la mujer que me obsesiona”. Y: “Mi vida también es del todo mía. Nací en un momento, en un sitio en el que nadie, fuera de mí, nació. Casi podría decir que el bebé —yo—, ayudado por el Ser Supremo, miró todas las parejas del mundo y así escogió a sus padres”. Pero en el mismo instante piensa que en realidad no fue una escogencia sino una imposición. Otros bebés antes que él ya habían señalado con el dedo regordete a unos padres sin duda mejores que los suyos. ¿Y su aspecto? No cree que al salir a la calle la gente lo observe con la misma curiosidad medrosa con la que mira de soslayo a un loco o a un lisiado. Pero… a veces siente que alguien, que muchos penetran en sus adentros, que adivinan su secreto, que tratan de apoderarse de él, tal vez con buenas intenciones, para curarlo y mimarlo después, o castigarlo, como algunas de las mujeres con las que ha vivido. Como ellas, no saben que él es su propio juez y su propio verdugo. El otro día, por ejemplo, un hombre sonriente le dijo que nadie puede amar a los demás si primero no se ama a sí mismo. Era algo que ya había oído, y le dio la razón, pero como en otras ocasiones, cuando se puso a pensar con deseos de hacerse una radical limpieza espiritual, no halló la forma de amarse. La verdad es que se aborrecía, y que no podía remediarlo. Y es por eso —aquel hombre, lúcido él sí, tenía razón— que no puede amar a nadie, que nunca pudo querer a nadie.

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Capítulo IV. Antología de su obra

El noquisoanadie


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El hombre que perdió la memoria Todavía, después de años de vivir aquí —nadie lo toma por extraño— no sabe quién es, ni cómo ni cuándo vino. No recuerda nada de lo que cree fue su vida anterior. Sabe vagamente que en algún momento ha debido de perder la memoria. El problema es que no ha encontrado a nadie que lo conozca desde antes de una cierta fecha. No puede reconstruir su pasado. Pero una oscura intuición le dice que vivió antes en otra parte, en otra ciudad. Pero, ¿cómo averiguarlo? ¿Dándole la vuelta al mundo en busca de sus padres y sus viejos amigos? Además, el gigantesco reptil que vive la mayor parte del tiempo metido en las aguas de la laguna, mira a los que se marchan o llegan con ojos enlutados por la muerte de su hembra. Y él no recuerda si les hace daño, si les pregunta quiénes son o les hace una pregunta de imposible respuesta como si fuera también una esfinge, o si plácidamente los deja pasar. Sin embargo, son sus nuevos amigos quienes lo asedian con preguntas que no puede responder. Tiene que hablarles como si no hubiera perdido la memoria quién sabe dónde. Y sabe que una mujer lo ama, pero no la recuerda. Inventa pues su vida, y como no recuerda sus invenciones, tiene que hacer preguntas eternamente so pena de enfrascarse en imposibles explicaciones. Tal vez sería preferible arriesgarse a caer fulminado por la mirada del saurio (no está tan seguro de que sea un reptil, ha de ser algo prehistórico, empeñado en inmiscuirse en nuestro tiempo). No recuerda si alguien ha vuelto jamás de un viaje o si nadie ha salido de viaje desde que el monstruo se apoderó del único camino. A veces piensa que probablemente nadie ha salido de viaje. Tampoco sabe por qué hay un único camino.

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Capítulo IV. Antología de su obra

Y lo curioso, lo más curioso, es que nadie menciona al monstruo, ni el hecho de que sólo se pueda salir de la ciudad por un único camino. Sólo él sabe esas cosas, con toda clase de detalles terribles. Lo que no sabe es cómo lo supo.

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Cronología

Cronología

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1953-1959: Cursa la secundaria en la Greenbrier Military School, Lewisburg, West Virginia, Estados Unidos, y realiza estudios de literatura francesa en la Universidad de Columbia, Nueva York. 1960-1962: Profesor de cátedra de inglés en la Universidad Nacional de Colombia, Bogotá. 1962-1964: Trabaja en la Librería Buchholz, y como colaborador de la revista Eco. 1965-1966: Estudia en la École des Hautes Études, París. 1967-1968: Director de la librería Buchholz Centro, y de la revista Eco. 1969: Recibe una beca en el Taller de Escritores de la Universidad de Iowa, Estados Unidos. Escribe la selección y el prólogo de Trece cuentos colombianos (antología).

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Cronología

1970-1971: Recibe la beca de escritor (DAAD) en Berlín, Alemania Occidental; hace una exposición de collages en la Laden Galerie, en la misma ciudad. Publica El retorno a casa (cuentos). 1972-1973: Cátedra de humanidades en varias universidades bogotanas. 1974: Funda la librería Extemporánea, Bogotá. 1976: Realiza una exposición de collages en la Galería Belarca, Bogotá. 1977: Publica El último escalón (cuentos). 1975-1978: Trabaja en las carátulas y diagramación de la revista Nueva Frontera. Publica El retorno a casa (2ª edición). 1980: Publica El extraño y otros cuentos. 1980-1984: Trabaja en la redacción de la revista Cromos, y escribiendo artículos de interés general y de cubrimiento internacional, así como notas de libros. 1985-1988: Es director del Departamento de Bibliotecas, Universidad Nacional de Colombia, Bogotá. 1986: Publica La vida es (poemas) y Tres a. m. (poemas). 1990: Trabaja como jefe de redacción de la revista Cromos. 1991: Se encarga de las noticias internacionales en Noticias Uno (TV). 1992-2004: Publica varias traducciones, entre las que se encuentran: Somerset Maugham, Diez novelas y sus autores; Gustave Flaubert, Madame Bovary; Honoré de Balzac, Seraphita; William Shakespeare, Timón de Atenas; Ambrose Bierce, Aceite de perro y otros cuentos macabros; Norman Sims (ed.), Los periodistas literarios; Arthur Rimbaud, Una temporada en el infierno, Iluminaciones y El barco ebrio; William Butler Yeats, Poesía escogida; Stephen Crane, Los jinetes negros; Christopher Isherwood, El cóndor y las vacas; Anthony McFarlane, Colombia antes de la independencia; Jane Rausch, La frontera de los Llanos en la historia de Colombia (18301930); Wade Davis, El río; Robert Louis Stevenson, Aventuras del príncipe Florizel; Clément Thibaud, Repúblicas en armas; William Blake, Canciones de inocencia y de experiencia.


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1993: Taller de poesía, en la Casa de Poesía Silva. 1994: Publica Los cuadernos de N (antinovela ilustrada). 1995: Publica Poemas Noh en la revista Golpe de dados. 1996: Publica Oniromanía (cuentos cortos), beca de creación del Instituto Colombiano de Cultura (1995). 1996-1997: Columna de libros en la revista Diners. 1997: Poeta invitado al Festival Literario de Sligo, República de Irlanda, donde leyó sus propias traducciones al inglés de su poesía. 1998. Poeta homenajeado en el Encuentro Internacional de Poesía de Bogotá. Publica Cosas del oficio, selección de poesía en el marco del Encuentro. Se publica también Sombras nada más en la revista Golpe de dados. 1999: Poeta invitado al IX Festival Internacional de Poesía de Medellín. El retorno a casa es incluido entre los cien mejores libros colombianos del siglo XX por la revista Semana. 2000: Poeta invitado al Festival Nacional de Poesía, Un país extenso en el cielo, Manizales. Invitado de Honor Nacional al Encuentro Iberoamericano de Escritores, El Amor y la Palabra, Bogotá. Publica La voz de nadie, selección de su poesía, editado por la Casa de Poesía Silva. 2001-2003: Publica artículos sobre la actualidad internacional en la Revista de El Espectador y Cromos. 2002: Poeta invitado al II Encuentro Internacional de Poesía, Palabra, Amor y Vida, en Pereira. 2003: Poeta invitado al XIII Festival Internacional de Poesía de Medellín. Publica Bag-Bag (selección de poemas). 2004: Poeta invitado al Winternachten 2004-The Hague International Literature Festival, Holanda. Publica Las Yeguas de la Noche en la revista Golpe de dados. Dicta las conferencias: “La poesía de María Mercedes Carranza”, “La poesía de León de Greiff”, “Pablo Neruda residente en la tierra” y “La poesía impura de Neruda”. 2005: Publica Un verde pensar bajo una sombra verde. Seis poemas de Andrew Marvell. Poeta invitado al XV Festival de Poesía de Medellín. Publica Las yeguas de la noche en la revista

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Cronología

Golpe de dados. Ediciones Hiperión de España publica su versión de Los jinetes negros de Stephen Crane, que figura varias semanas entre los libros de poesía más vendidos. 2006: Dossier sobre su obra en la revista Aleph N° 136. Jurado del premio Casa de las Américas de Cuba. Jurado del Premio Internacional de Poesía 2006 Víctor Valera Mora, primera edición, Venezuela. Invitado a las I Jornadas Hispanoamericanas de Traducción Literaria, Rosario, Argentina. Traduce al inglés El lago de piedra, de Rodolfo Segovia. 2007: Publica Bag Bag (completo); así como la introducción y traducción de Canciones de inocencia y experiencia de William Blake. Invitado al XVII Festival Internacional de Poesía de Medellín. Publica Este realmente no es el momento. 2009: Publica Este realmente no es el momento. Obra reunida. 2010: Recibe el premio Vida y Obra de la Alcaldía Mayor de Bogotá.

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Bibliografía

Bibliografía

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Libros Bag bag (selección), Bogotá, Ediciones San Librario, 2003. Bag bag, Bogotá, Uniediciones, Colección Zenócrate, 2007. Cosas del oficio, Colección Presencia Viva de la Poesía, VII Encuentro Internacional de Poesía de Bogotá, Yerbabuena, Imprenta Patriótica del Instituto Caro y Cuervo, 1998. El extraño y otros cuentos, Bogotá, Carlos Valencia Editores, 1980. El retorno a casa, Santiago de Chile, Editorial Universitaria, Colección Letras de América, 1972. El retorno a casa (relatos), Bogotá, Instituto Colombiano de Cultura, Biblioteca Colombiana de Cultura. Colección Popular, 1978. El último escalón, Bogotá, Editorial Pluma, 1977. Empezar en cero, Bogotá, Universidad Nacional de Colombia, Colección Viernes de Poesía, 2007.

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Bibliografía

Este realmente no es el momento, Bogotá, Ediciones San Librario, 2007. Este realmente no es el momento. Obra reunida, Bogotá, Universidad Nacional de Colombia, 2009. Jamás tantos muertos y otros poemas, Bogotá, Universidad Externado de Colombia, Colección Un libro por centavos, 2008. La vida es, Bogotá, Universidad Nacional de Colombia, 1986. La voz de nadie, Bogotá, Casa de Poesía Silva, 2000. Las yeguas de la noche, revista Golpe de Dados, 2004. Los cuadernos de N: una antinovela irrespetuosa y tierna sobre la soledad del hombre postmoderno, Bogotá, Planeta, 1994. Oniromanía, Bogotá, El Áncora Editores, 1996. Poemas Noh, revista Golpe de Dados, 1995. Sombras nada más, revista Golpe de Dados, 1998. Trece cuentos colombianos, Montevideo, Arca, 1970 (compilador). Tres a. m., Bogotá, Fundación Simón y Lola Guberek, 1986.

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Principales traducciones

Balzac, Honoré de, Seraphita, Bogotá, Editorial Norma, 1999. Bierce, Ambrose, Aceite de perro y otros cuentos macabros, Bogotá, El Áncora Editores, 1994 (traducción y prólogo). Blake, William, Canciones de inocencia y de experiencia (edición bilingüe), Bogotá, Uniediciones, 2007. Blake, William, Canciones de inocencia y de experiencia, Caracas, Fundación Editorial El Perro y la Rana, 2009. Cote, Andrea, Puerto calcinado / Port in ashes (edición bilingüe), San Cristóbal, Nadie nos Edita Editores, 2008. Crane, Stephen, Los jinetes negros y otros versos / The black riders and other lines (edición bilingüe), Madrid, Hiperión, 2005. Davis, Wade, Amazonía perdida: la odisea fotográfica en Colombia de Richard Evans Schultes, Bogotá, Villegas Editores, 2009.

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Bibliografía

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premio vida y obra 2010. Nicolás Suescún

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Este libro se termin贸 de imprimir, en la ciudad de Bogot谩, en el mes de noviembre de 2011 en los talleres de la Imprenta Distrital.



Premio vida y obra 2008

Carlos José Reyes Premio vida y obra 2010

Nicolás Suescún


ISBN: 978-958-8321-60-8

PREMIO VIDA Y OBRA 2010 El día 27 de septiembre de 2010 en la ciudad de Bogotá D.C., el jurado designado para el Concurso Vida y Obra de la Convocatoria Premios Distritales a la Cultura del Programa Distrital de Estímulos 2010 de la Secretaría de Cultura, Recreación y Deporte, compuesto por María Cristina Pignalosa de Urdaneta, Guillermo Angulo Peláez y Moisés Melo González, otorgó por unanimidad el premio al postulado Nicolás Suescún por su trayectoria y contribución destacada al campo artístico y cultural de la ciudad de Bogotá desde la propuesta estética, formal y conceptual de su obra.


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