El Puro Cuento 6

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metido en la cabeza. ¡Sólo al él se le ocurre! —pensaba— ir a nacer y a crecer como si fuera un vulgar humano. Por más que le dije que, si quería conocer la Tierra, yo le podría patrocinar el más grande despliegue de nubes y fenómenos naturales y el más formidable ejército de ángeles para que lo acompañaran y le ayudaran en todo. Como ya se siente muy diosito, dice que él se las puede arreglar solo. No sabe la clase de cabrones con la que se va a ir a topar. Lo sabré yo, que los hice y ahora no los puedo controlar. En eso se acordó de la caravana. No se preocupe, don Balta, yo sé lo que hago —dijo, riendo entre dientes—. Más adelante les voy a dar una manita; quizá una estrella o alguna otra cosa que los oriente. Pero ahorita estoy ocupado. Mientras tanto, Gaspar se jalaba las barbas tratando de convencer a su esposa de lo que, tras largos años de estudio, había interpretado en las estrellas y en las escrituras. —Debemos llevar oro, incienso y mirra, porque el que nacerá será rey, dios y hombre al mismo tiempo —decía. A lo que su esposa respondía:

contame, vos

Aquella otra hay que amarrarla bien, talvez en un camello que no se mueva mucho, porque allí llevo unos regalitos y no quiero que se quiebren. Y la que tengo aquí cerca tiene que ir a la mano, no la vayan a refundir, porque es donde van los vasos y algunas cosas de comer para el camino, ¿me entendió? —¿Y para qué lleva jabón, si vamos a un lugar donde no hay agua? —Porque siempre hay que llevar jabón. Usté qué sabe si en el camino nos encontramos un lago o algo así. Además, ¿qué le cuesta?, ¿acaso lo va a llevar usté? Lo que yo necesito es que me ayude para que no nos atrasemos, porque yo miro que mi yerno se está poniendo nervioso, ¡pobre! Tener que lidiar con este montón de gente y animales. ¿Me va a ayudar o se va a quedar ahí parado? Hay otro bulto, uno que está envuelto en una tela como verdecita, que hay que ponerlo en algún lugar donde no le pegue el sol ni se caliente, porque ahí van unas plantas, y las medicinas... No puede ser que Dios nos haga esto —pensó Baltasar—, pero Dios andaba ocupadísimo en esos días, arreglando todo el asunto del viaje a la Tierra que al testarudo de su hijo se le había


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