Revista El Periodista 177

Page 26

intermezzo los propios partidarios de la Junta. El corresponsal del diario tradicional brasileño Jornal do Brasil, escribía el 10 de octubre de 1973, desde Santiago: “La persona más insultada y vilipendiada en este momento, en toda la historia de Chile, llámase Salvador Allende Gossens… Si Allende hubiese bebido la mitad del whisky que dicen, entonces él se bebió la mitad de la producción de whisky de Escocia en un año… Los males que afligen a Chile parecen tener un único culpable: Allende. Es el chivo expiatorio, y se está intentado transformarlo en símbolo de todo lo que en Chile debe ser evitado de aquí en adelante”. La residencia presidencial de Tomás Moro, destrozada por la aviación a bombazos, saqueada después por sus vecinos derechistas del barrio Las Condes, que llenaron sus autos con objetos arrancados a tirones de sus ruinas aún humeantes, estuvo dos meses abierta al público, bajo custodia policial para exhibir el guardarropa de Allende, su despensa, el jardín y las cocheras, la mecedora junto a la chimenea donde leía en las noches. Pero sus amigos hicieron un retrato más fiel de lo que auténticamente fue el Presidente Allende. El conocido escritor francés Régis Debray, que acompañó al Che Guevara en su guerrilla en Bolivia, y que fue huésped de Allende en su hogar, aunque no compartía sus concepciones políticas de tránsito pacífico al socialismo, escribió al calor de los hechos (el 15 de septiembre de 1973, en la prensa francesa), un vivo esbozo del presidente inmolado.

ESCRIBE REGIS DEBRAY “Salvador Allende no ha perdido. Ha muerto como siempre había querido morir: luchando. Nada le fue impuesto. Puede ser que algunos no le creyeran, a fuerza de oírle repetir: ‘A mí no me van a hacer subir a un avión en pijama ni solicitar asilo en una embajada’. Pero, para todos sus amigos, la sola certidumbre en este caos era ésa: para el protagonista, el drama no concluiría jamás en una opereta, como se había visto tan a menudo en los países vecinos. La pusilanimidad de sus colegas defenestrados le repugnaba demasiado. Allende intuía su destino exactamente desde el 29 de junio de 1973, cuando descubrió con estupor, después de haber desbaratado el alzamiento incoherente y precipitado de un regimiento de blindados -seiscientos hombres y diez tanques- que el ejército no le perdonaría esta victoria a lo Pirro. Al reunirse al día siguiente en su despacho con los generales de las Fuerzas Armadas en servicio activo, descubrió que no podía contar sino con cuatro generales contra once. En el mismo momento, 26 / 11 DE SEPTIEMBRE DE 2009

“En él, la voluntad vibrada más alta que las ideas. Salvador era ante todo un hombre de corazón, para quien todo lo que esta palabra encierra -valor, rectitud, lealtad, emocióncontaba más que el resto” los oficiales subalternos deliberaban en todos los cuarteles del país: ocho de cada diez, sobre todo entre los más jóvenes, exigían la liberación de los amotinados y la destitución de los cuatro generales leales que, con el general Carlos Prats a la cabeza, habían obtenido su rendición. Desde entonces, Allende se batía, aun al borde del abismo, porque ése era su oficio, su mandato, su pasión, sin que nadie supiera de dónde sacaba esta fabulosa energía cotidiana. No hubo desesperación, en todo caso; pero tampoco cabía la esperanza. El político ha muerto resplandeciente en su sonrisa, al fin reconciliado en la muerte, con esta visión heroica de la historia, que eran su remordimiento y su pena no haberla podido encarnar en vida. Vuelvo a ver la mirada maliciosa de Augusto Olivares -‘El Perro’-, su viejo amigo de siempre, su consejero a pesar suyo, a quien yo había preguntado en demanda de una confirmación: ‘Y cuando los generales de las tres armas vengan a verlo a su despacho sin pedir audiencia, con su ultimátum bajo el brazo, ¿qué pasará?’. - “Lo sabes muy bien: la cosa será a quién tire primero. Salvador preferirá la muerte a la rendición”. Se olvidó solamente de agregar que él, Augusto, moriría con Allende. La conversación tuvo lugar hace tres semanas.

Allende solía practicar tiro en su casa, en el jardín, con toda clase de armas, pero sabía que él no podría disparar contra sus enemigos. Era demasiado tarde -habría tenido que forzar el paso antes, en 1971, en la euforia de los comienzos- o tal vez demasiado pronto -presidente de una república burguesa, elegido bajo condiciones y por una minoría de votos, no podía, desde su cargo, emprender la revolución. Asesinato o inmolación, poco importa: habrá defendido su bastión hasta el fin, metralleta en mano. ¿La muerte de los asaltantes fascistas, demasiado numerosos y bien armados era imposible? Ellos recibían al menos la suya como una bofetada. Lo esencial era hacer saber: ‘Patria o muerte’. Aquí no hay rendición. Vencido, pero de pie. Eso es importante para el porvenir. ‘Murió en su ley’, se dice en español lacónicamente para rendir homenaje a aquéllos a quienes la muerte no ha sorprendido en una posición distinta a la que siempre sostuvieron. Extraña ley para un reformista, un adepto del compromiso, la transacción y el diálogo, con un imborrable buen humor. Sus pares en la política, sus predecesores en la caída -Arbenz, Goulart, Torres y tantos otros- no nos tenían acostumbrados a este género de salida. Entonces, es hora de decir al fin qué clase de hombre era, de verdad. Mañana habrá que hablar de política, y hablar con todo; por el momento, yo quisiera saludar a este hombre que fue casi un amigo. No es una cuestión de persona, dirán muchos. Sí, hoy se trata precisamente de eso. En él, la voluntad vibrada más alta que las ideas. Salvador era ante todo un hombre de corazón, para quien todo lo que esta palabra encierra -valor, rectitud, lealtad, emocióncontaba más que el resto. Un hombre que saludaba con un ‘tú’ a sus interlocutores, y éstos tenían que contenerse para no hacer lo mismo. Se saludaba siempre en él al político, pero éste era su doble, su rol, su imagen fatídica, que le hacía a veces ser amargo. Pues él tenía de sí mismo una imagen totalmente distinta, que guardaba en secreto, sin hablar de ella, desarmante y desarmada. Callada por un sentido infantil, obstinado observante él de ‘lo que se puede hacer’ y ‘lo que no se puede hacer’, de lo noble y de los rastreros, se veía así mismo como un caballero de la esperanza, Robin Hood de las montañas. Este revoltijo, esta gloriosa incoherencia, es todo el hombre. Es por eso por lo que Allende es distinto de la incolora doctrina política que llevaba su nombre; por lo que tenía tantos amigos que no eran allendistas; por lo que estaba excluido que pudiera firmar su capitu-


Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.