Una mujer con una espada - Augusto Páez

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Colección

Ciudad y río (poesía)

El mensú ediciones www.elmensu.blogspot.com


Páez, Augusto Una mujer con una espada / Augusto Páez ; ilustrado por Santiago Gallardo. - 1a ed. - Villa María : El Mensú Ediciones, 2010. v. 4, 72 p. : il. ; 20x14 cm. - (Ciudad y río; 4) ISBN 978-987-25748-2-6 1. Poesía Argentina. I. Gallardo, Santiago, ilus. II. Título CDD A861

Fecha de catalogación: 13/07/2010

Contacto: mensu.ediciones@gmail.com

Editor: © Darío Falconi Ilustraciones de tapa e interiores: © Santiago Gallardo Diseño de tapa: © Robinson Rios Diseño de interiores: © Darío Falconi Logo editorial: © Santiago Gallardo © Augusto Daniel Páez © 2010 EL MENSÚ ediciones www.elmensu.blogspot.com mensu.ediciones@gmail.com (0353) 154201252 ISBN 978-987-25748-2-6 Queda hecho el Depósito que establece la Ley 11.723 Libro de edición argentina. 1a ed. tirada: 300 ejemplares. Prohibida la reproducción parcial o total, el almacenamiento, el alquiler, la transmisión o transformación de este libro, en cualquier forma o por cualquier medio, sea electrónico o mecánico, mediante fotocopias, digitalización u otros métodos, sin el permiso previo y escrito de su Editor. Su infracción será penada por las leyes 11.723 y 25.446.


UNA MUJER CON UNA ESPADA

El mensú . ciudad y río . 04



UNA MUJER CON UNA ESPADA

Augusto Daniel Pรกez



Laura dice: Gruñón, quiero que me prometas algo…

Gruñón dice: Decime.

Laura dice: Prometeme que nunca vas a dejar de contarme historias.

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Los siguientes textos, fragmentos de textos, son apócrifos. Sobre la identidad del autor, existen opiniones diversas; más bien se tiende a coincidir en el reconocimiento de más de un creador (quizá un autor, original, y varios correctores). Así, textos meo

se

ha

primeros de

advertido a

Macedonia,

las que

como

uno

Crónicas narran

de

de las

los

Ptolovicisitu-

des de la campaña de Alejandro el Grande. En modificaciones, agregados, notas, etc., se pretenden reconocer otras plumas; un ejemplo: un soldado independentista de la primera mitad del Siglo XIX, de alguna de las Provincias Unidas (su estilo es, como el de Lafinur, neoclásico). La

deformidad

y

el

desorden

definitivo

pueden provenir de dos plumas contemporáneas: un escritor y una escritora del Nuevo Siglo. El desgano y la porfía —desubicada para la época, por cierto— impregnan sus anotaciones. (La relación entre ambos es tormentosa.)

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UNA MUJER CON UNA ESPADA sale a la calle a buscarme.

Noche y día deambula preguntando por mí.

Deja una huella en el suelo sabiendo que voy a estar siempre.

Escribe con la espada en el asfalto su nombre: Laura.

Quizá nunca me encuentre.

Quizá me contemple una sola vez en la vida y me corte el cuello.

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UNA MUJER CON UNA ESPADA sigue mi pista por la ciudad.

En una vereda céntrica, calle San Martín, ha encontrado un peón de ajedrez.

Sabe que estoy cerca. Sabe que siempre quise estar cerca.

Recuerda esas historias de muñecos y alfileres. Tiene una idea.

Le da una larga pitada al cigarrillo y le quema la cabeza al peón.

Después de un largo silencio, sentado frente a la hoja en blanco, se me ha ocurrido el poema.

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(UNA MUJER CON UNA ESPADA camina en la ciudad a media noche. El surco que deja su filo, las huellas que dejan sus pies descalzos, los corazones que Laura deja de querer son una ingeniería urbana que sólo estudian los Clásicos. Ella no los mira. Los mozos de los bares, la observan pasar detrás de la vidriera por encima de los lentes. Un bar de San Luis o Santa Fe, cualquiera puede ser si al verla alguien se asoma al abismo. Algunos poetas le gritan groserías magníficas desde la otra vereda. Ella no los mira. Otros le susurran cositas cuando pasan por su lado. Laura nunca los mira.)

Casualmente, ciertamente hoy hay una mujer con una espada recorriendo la ciudad. Me está buscando a mí. Ella se llama Laura. Yo me llamo Augusto. La ciudad es el mundo.

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Yo lo sé, yo lo he podido comprobar al sentirlo con mis pies, con mis rodillas que el corazón de Laura se parece muchísimo al tum tum de las campanas del Histórico Convento.

El convento de ese páramo, adonde el granadero puntano cabalga en silencio a la liviana gloria del olvido.

No le digan nunca, nunca le cuenten, que yo anduve por ahí.

(En su corazón.)

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UNA MUJER CON UNA ESPADA está parada en el medio de la calle mirando al sur.

Desde el sur a Laura galopa una yegua a contramano.

La espada de Laura no le teme a nada; la yegua sigue su instinto.

Laura empuña la espada con las dos manos; su corazón se prepara.

Sé que por más que me apure será imposible llegar a tiempo.

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UNA MUJER CON UNA ESPADA no se siente apta para buscarme a los lindes del alba.

¡Ah los lindes del alba,

el corazón de Laura!

Como su piel, como sus manos prefiere la noche pura.

Se recuesta en el fondo del taxi, deja su cara en la ventanilla húmeda, descansa la espada entre sus piernas.

El filo

del hierro

en el vientre

de Laura.

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El nombre

de Laura

en mis labios.

El taxista fuma Benson y estรก escuchando al Grupo Trinidad.

Yo me dedico a escribir su memoria en papelitos. Los pongo en un sobre.

Basta que llegue a Santa Fe a contarle todo para que haya huido otra vez.

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ENTRE LAURA Y YO siempre hay algo en el medio: un tablero de ajedrez.

Yo abro las partidas, pero ella no mueve. Mientras no lo haga no me queda nada por hacer.

(Se para de repente, llorando, desenvaina la espada y parte al medio el tablero. Lo hace en mi cara.)

Las piezas de la historia estรกn por todas partes. El juego ha terminado; ella, me mira desafiante.

Sin decir nada

con paciencia

comienzo

otra vez,

de rodillas,

a juntar

los pedazos.

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(Laura versus tal, podrán decir. Laura debajo de, arriba de. Nada de eso. El que realmente conoce de esta táctica militar sabe que la única guerra de Laura es contra sí misma.)

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UNA MUJER CON UNA ESPADA cruza de calle sin mirar atrás. Lleva un papel con mi foto.

Puede venir un camión con acoplado o la caballería pesada de Alejandro de Macedonia que Laura nunca mira para atrás.

Se detiene frente a un poste, apoya ese cartel y lo fija con la espada. Se va.

El cartel dice: Se busca hombre desarmado.

Características: dolido, solo, lejos.

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Recompensa: la biografĂ­a no autorizada del dolor.

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Los siguientes sonetos demuestran dos cosas: una tosquedad, que hace pensar en la aventura poética de un cómodo prosista; o un Clasicismo —hasta ingenuo— propio de la primera mitad del Siglo XIX. Sobre el tercero de ellos, una versión indica que el doceavo verso debió decir:

“gloria de sable o pluma en esta mano).”

o; más precario aún, menos sofisticado:

“pistas para este inexperto baquiano).” El verso definitivo pertenecería al último de los

correctores. En su gentilicio se deja (¿intencionalmente?) al descubierto.

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El costado indemne de una cama, el hueco o martillo del sueño talla en mis paredes el mismo nombre: Laura... Su espada, las redes, gambitos, trampas; jaque mate de muñeco.

El lazarillo torpe del poeta rima y los nervios de ese cóctel: café-tabaco no responden de noche (papel, arrumaco, silencio de Laura, espada que lastima).

Cota de malla al corazón o suave velo. Ni estocada ni asedio: suerte. Epifanía que ya leyenda promete, que el mito peina.

La curva de mi alfanje sueña con su pelo, la augusta corona de laureles que un día domingo coronase sacra unión: Peón y Reina.

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Así mi espada que precisa es como Laura y su locura; busca en el pecho una fisura. No sólo mata: inmortaliza.

Así el alfanje que supura, suave el hachazo se desliza. Así con Laura si entroniza verbos que matan con dulzura.

Así el poema siempre vano busca recóndita la rima. Así el soldado con su esgrima

quiere también ser el arcano que esconde Laura en su sueño. (Sueña también soñar Mi sueño.)

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Las riendas de esta historia, Laura. ¿Con porfía diré el mismo destino u otro diferente? Ir con bucéfalo, matar a tanta gente... Fundar en tu vientre mi propia Alejandría.

¿Irás a la batalla? ¿O —agazapada— emboscas mi camino? ¿Cuál es? El futuro encuentro imposible con tu cabello oscuro, senda hacia tu cara (autopista iluminada).

Presto el papel, mi alfanje tiembla ya en mi mano, y Laura no aparece. Tomo, sin embargo, el camino a su ejército (aunque nunca haya

gloria para esta campaña a lo puntano). Yo sé que en Laura hay algo más, por eso cargo: quizás ahora esté dispuesta a dar batalla.

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Los siguientes textos, fragmentos de textos, pertenecerían a la pluma directa de Laura. La alternancia entre una fuerte primera persona y una victimizada tercera, muestran a las claras el desdoblamiento de la personalidad, el voluble carácter, el ir y venir en los estados de ánimo —o una dudosa procedencia de los textos mismos.

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LAUREL *** DIARIO

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Se planta frente al poema y le dice “no”. Nada hay para decir cuando al alma se le secó el tintero. Laura necesita que alguien le escriba un final que la reconcilie con la muerte.

(Sin fecha.)

Son más de las dos de la mañana. Escribo esto, con la certeza de que, tranquilamente, puede ser mentira. Incluso que yo esté aquí. Porque, en este preciso instante, sé, pueden ser por ejemplo las cinco de cualquier día. Él lo inventa todo. A mí. A él. Él, el brillantísimo escritor, que me escribe pero no me besa. El aquí también puede ser mentira. Fumando, quizá, puede estar reproduciendo una enésima partida de ajedrez. Yo creo que, como siempre, ganan las negras. (Él juega siempre con negras.) O puede estar memorizándose el nombre completo del primer

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emperador de Roma, para después alardear con cualquiera. Puede estar escuchando un contrapunto de Bach, o la discografía completa del Grupo Trinidad. O discutiendo, en cualquier bar (un bar de San Luis o Santa Fe, cualquiera puede ser, si al mirarme en una hoja en blanco se asoma al abismo) de cualquier equipo, de cualquier partido. O puede estar cotejando en un mapa las memorias del General Paz, contándole a quien lo escuche quién fue Juan Pringles. Puede estar tramando algo. Lo único seguro y cierto es que está escribiéndome, en un cuaderno, dándome vida todo el tiempo. Yo soy Laura.

(Sin fecha.)

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Nuestro amor es nuestra guerra, y de más está decir que siempre gano yo. Yo soy la dama negra, él es un simple soldado. Yo manejo la espada, y aunque él tenga más trucos que Odiseo para sorprenderme, mi esgrima es siempre superior. Siempre le corto el cuello. Cada vez que le doy muerte se aleja, intenta reagrupar sus ejércitos. Vuelve pero con menos planes. Él siempre planea perder, es así. No podría ganar, no sabe qué hacer con una partida a su favor, lo desconcierta. Sé que si me tuviera de rodillas no haría nada. Él necesita que yo, una y otra vez, le corte el cuello con mi espada. Yo, soy Laura.

(Todos los tiempos, todas las veces.)

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Su arma favorita es el alfanje. Ese instrumento fantástico de acero, curvo, es su falo. Es su poder. Sus movimientos son enérgicos; le gusta dar vueltas, y en eso nos parecemos. Se mueve de derecha a izquierda, me mira a los ojos; sus ojos son marrones. Sólo yo sé mirarlo. Es astuto, muy astuto. El hachazo lo da siempre en el momento menos esperado. Sabe matar. Menos a mí. A mí no me toca. Yo soy Laura.

(Siempre.)

Salgo de noche. Me gusta salir a divertirme, a emborracharme. Él, escribiría algo así al respecto:

“Laura camina, de noche, sola, por una calle desierta en Santa Fe. En la noche sin luna, resplandecen en lo alto las piedras incendiarias que arrojan

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las catapultas. Santa Fe es una guerra. Raspa en la vereda la pesada espada, Laura. Dentro de la disco, arrasa. Blandiendo la espada, Laura, la sanguinaria Laura, derrumba esa falange de idiotas, no deja uno en pie.”

Las piedras incendiarias son una metáfora, pueden ser las colillas de los cigarrillos que fuma mientras me escribe, mientras camino, en su cuaderno, en Santa Fe. Él quisiera que yo corte las cabezas de todos esos idiotas, o que les diga que no. Pero no es así. A mí cualquier idiota me besa. Él no. Él es quien se derrumba.

(Ahora.)

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Su amor por mí es un bastión. Su corazón un castillo de naipes. Yo, Laura, soy una perfecta máquina de guerra.

(Ayer, hoy y mañana.)

Él me ama a mí y a nadie más que a mí. Yo soy Laura, yo soy todas las mujeres del mundo.

(Ayer, hoy y mañana.)

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Sé que se piensa el más inmortal de todos los esgrimistas. Pero yo sé herirlo. Con mi espada, que tiene un filo mortal. Cada vez que está triste viene a mí. Yo no le presto mi hombro para que llore, yo le aplasto la cabeza con mi pie.

(Ayer.)

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Los siguientes textos, fragmentos de textos, son el producto de una fusión entre una crónica histórica de las campañas de Alejandro el Grande, y una risueña versión paródica de ello, netamente posmoderna.

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EL EJÉRCITO HIZO UN ALTO EN FRIGIA; el Grande la llamó por teléfono, y continuó su marcha a Santa Fe.

Todo el camino lo hizo con un nudo en la garganta.

Obvio que Laura cortó la comunicación.

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LOS CORAZONES QUE CAYERON EN COMBATE un sábado a la noche con Laura (jinetes, mercenarios, granaderos, infantería regular, arqueros, tropas de apoyo, exploradores) son como los persas que masacró Alejandro en el Gránico o Gaugámela.

Hay controversias sobre su número exacto; lo indudable es que fueron muchos.

Los suficientes como para que caiga un imperio.

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LAURA ESTÁ PARADA EN MEDIO DE LA CALLE, en San Martín al 2800.

Frente a determinado bar vacío comienza a tomar conciencia de que el imperio ha caído

a sus pies.

Mira a su alrededor y nota de repente que van cerrando todos los negocios, y siente cómo crece en sus oídos un ruido de alfanjes golpeando escudos, un ruido de cascos de terribles caballos.

Y es que el ejército de aquel osado marchó,

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durante meses y meses marchó y ha llegado a Santa Fe.

Laura, esa mujer con una espada no quiere levantar la mirada; no quiere ver, no necesita ver sobre los techos, firmes arqueros cretenses, arqueros cretenses que ven, compasivamente y con ternura la pesada espada entre sus manos.

Es el desfile, un hippie, uno más de esos que odian la política y defienden los derechos humanos, saltando por el vallado, quiere escupir a Alejandro. Y Clito el negro, desenvainando rápido no duda en cortarle el cuello con su alfanje, salpicando de sangre el asfalto.

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La multitud enardecida comienza a vivar el augusto nombre de aquel que comanda tan fantástico ejército.

Por el norte, a contramano la infantería marcha, encerrándola.

A su mando

está el General Crátero.

Nunca estuvo tan tranquilo en la víspera de una batalla.

Quedan pocas salidas, y por el oeste viene Alejandro de Macedonia, montado en Bucéfalo.

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Siempre en primera línea.

Al acercarse, Alejandro desmonta y camina adonde Laura.

Sin traductores. Sin intermediarios.

A un palmo de ella, Alejandro se arrodilla.

Laura, atónita, está a punto de decirle algo…

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No hay anuencia en las opiniones respecto a la inclusi贸n de los siguientes textos en esta recopilaci贸n. Puede resultar un error que integren esta publicaci贸n.

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ELEGÍA DEL PRISIONERO

El desdén de Laura para la vida. El desdén de Laura para mí.

Cae por su pelo la vida misma. La vida mía cae ya.

Y no. Me niego. Me niego. No.

Bailan los alfiles en la espalda de Laura. Cruza en mi boca el tren.

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Frenan en las escaques los autos. Todos se paran para ver.

Y no. Me niego. Me niego. No.

Fundar en tu vientre ocho Alejandrías. Te pregunto mi amor cómo sería.

Y si la guerra está perdida, sólo me queda morir en pie.

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Y no. Me niego. Me niego. No.

Duelen los alfiles en la espalda de Laura. Huyen los caballos por ahí.

(Cruzan el tablero damas de compañía. El rey está acosado y se le notan las marcas de rush.)

Y no. Me niego. Me niego. No.

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sobre la colección Ciudad y río Es muy triste ver a una ciudad sin río, pero más lo es una literatura sin poesía.

Villa María ha sido cuna y casa de poetas. Desde los albores de aquello que denominamos “literatura local”, han dejado su impronta un destacado número de exponentes. Nombres como el de Geremías Monti, Bruno Ceballos, Héctor Broggi Carranza, Rosa Tejeda Vázquez de Theaux... hasta la recordada Edith Vera, no faltan cuando hablamos de precursores y de buenos poetas. No es casual que una colección de poesía nos presente como editorial. Desde este nuevo emprendimiento continuaremos con esa tradición tan bella de dar a conocer los versos de nuestras dos ciudades que, con sus realidades particulares, (con)forman parte de un mismo lugar. Emulando el cauce del Ctalamochita, esta colección navegará por nuestras aguas y continuará su marcha hasta bañar quién sabe qué márgenes. En este recorrido se incorporarán quienes ya han hecho un oficio de la palabra y aquellos noveles que buscan, eternamente, el eco de su voz.

Darío Falconi editor EL MENSÚ ediciones





Este libro se terminó de imprimir en el mes de Setiembre de 2010, por orden de EL MENSÚ ediciones en Bibliografika de VOROS S.A. Bucarelli 1160, Buenos Aires, República Argentina.



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