Versos y relatos de la gente

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Versos y relatos de nuestra gente

ía lla Mar i V a e j a Homen º Aniversario 6 en su 14

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Versos y Relatos de nuestra gente Homenaje a Villa MarĂ­a en su 146Âş Aniversario



Voy por tus calles, mi ciudad querida recorriendo calzadas y recuerdos, imรกgenes y estampas que se avivan y del olvido rescatar pretendo! Canto a mi ciudad Rosa Tejeda Vรกzquez de Theaux Los azules caminos del recuerdo (1986)



PRESENTACIÓN

Hoy se cumple un nuevo aniversario de la ciudad. Villa María, el sitio donde nacimos o que elegimos para trabajar, para tener nuestra casa y construir la familia, ese lugar que nos brinda la posibilidad de estudiar o que nos refresca en los veranos con las aguas de su manso río... Cualquiera de estas elecciones (y muchas otras que seguramente ustedes podrán aportar) son motivo suficiente para celebrar estos 146 años de esta ciudad enclavada en el profundo sur cordobés. Para estar acordes con los festejos quisimos aportar nuestro grano de arena, publicando de manera virtual todos los textos y fotos que la “gente común”1 nos enviara durante el año pasado. Anécdotas, poemas, cuentos, relatos, canciones, y demás expresiones de la memoria están presentes en este volumen. En las líneas que siguen está la presencia de los barrios, su gente y sobre todo de su río. Ese curso de agua que es un (sino él) elemento constitutivo de nuestra ciudad, y que ha sido musa de nuestros poetas de todos los tiempos. No queremos extendernos más de lo previsto, dejemos el lugar a quienes desde el sentimiento, el corazón y la palabra nos hablan de la ciudad, nuestra ciudad. ¡Feliz aniversario Villa María! El equipo de El Mensú Ediciones Viernes, 27 de setiembre de 2013. 1 Entiéndase a toda aquella persona que no hace de la literatura un modo de vida.



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La señora del tren* Griselda Rulfo

Ella caminaba con la fuerza de su yo esperanzado que la llevaba a recorrer el camino que su soledad extendía desde la puerta de la humilde casa de barro y zinc, hasta la estación del ferrocarril Bartolomé Mitre. Cada jornada, de lunes a domingos, en los que el tren rugía embravecido desde la capital hasta la Córdoba de antes con su parada obligada en los amaneceres y las noches de la Villa. Villa María desperezaba asombros en aquel tiempo de mil novecientos cuarenta y ocho, en el que mis cinco años vieron pasar su sombra, deslizándose frente a la ventana. Figura desdibujada con pañuelo celeste tapando apenas las canas den un brillo dorado, que enmarcaba sus arrugas de vida y el esmeralda de la mirada perdida en el horizonte sin fin. La germana estatura pintó la sombra aún más larga y en la regularidad del hábito repetido transcurrió mi infancia, la adolescencia y la juventud, emparejadas con su presencia de un instante. Año tras año, con su vestido floreado identificándose en la limpidez del aseo, la vi pasar, o la presentí sin verla. Guardo el recuerdo de su cuello orlado de filigranas haciendo juego con su delantal y con las puntillas de sus enaguas, laten en mí imágenes repetidas de las manos grandes estrujándose nerviosas, y de los labios apretados en la delgadez de una línea terca. Seguí sus pasos muchas noches bañándome en la luz de la luna de enero y las escarchas despiadadas de julio.

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Corrí en mis juegos infantiles. Perseguí ilusiones y amores en una pubertad bullanguera y necia. Maduré en juventud optimista y equilibré mis emociones en una adultez que llegó ¡por fin! una mañana cualquiera. Tras ella llegué a la estación. Subí al andén. Me senté en un banco contiguo y estiré la mirada hacia el punto de espera. Me emocioné con la aparición de la máquina arrastrando los vagones de pasajeros. Anhelé con ella. Me arrimé curiosa. Busqué un rostro conocido a quien abrazar y sonreír. Esperé tender mis manos hacia otras manos tendidas, como ella, la señora del tren Y como ella experimenté el vacío del que no regresa. Así la vi partir. Cada noche, con el agobio del no en sus espaldas. Fueron ¡tantas veces! Pero jamás escuché su voz y nunca me animé a iniciar una conversación con ella. Me contaron amigos ferroviarios que hacía desde mil novecientos cuarenta y seis que la veían llegar una y otra vez, con la terrible constancia del amor, a esperar el tren de Buenos Aires. Sólo conocía su secreto el anciano vendedor de boletos. En setiembre de mil novecientos noventa y dos, año de anuncios de privatizaciones y ajustes en los Ferrocarriles Argentinos experimenté una intensa angustia deslizándose en mi interior. Sentí que ella y yo ya no tendríamos un horario que cumplir, ni un tren que anhelar. El cimbreante caracoleo de la larga hilera de fantasías cotidianas llegaría a despedazarse un día cualquiera y padecería, yerto, mi sueño de soledad compartida. La alemana desapareció de mi vida. En el primaveral setiembre la ventana languideció sin su presencia. Corrí, suspiré, anhelé. Hurgué en los rincones compartidos durante cuarenta y seis años. La voz de Don Roque, el bo14


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letero, me apartó del desconcierto que me envolvía: - No la busque más a la extranjera, - ya no viene más a esperar que su hijo regrese de la guerra. La señora del tren se fue con él sin saber que la muerte era el fin de la espera. Ahora ¡sí! sus dos almas se han unido en el punto sin regreso donde el tiempo no existe. Donde el espacio no tiene brechas. Tomados de la mano han olvidado ya el fragor de los obuses y la estridencia de las locomotoras.

* Del libro “Nueve y diez... el que no se escondió se embromó”.

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Griselda Rulfo

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Aguas danzantes Guillermo Yáñez

Peine de agua murmurante Que se desliza por su madre En setiembre le estampa lustre A sus bucles capilares. Al rayar el alba Se quiebra tu espejo de enigmas Profundizando en tu latido Como raíz huérfana. El suave palpitar de la corriente Musicaliza unas cuantas andanzas Transportándote hacia otro mundo Mundo de los sueños…

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Deleite

Guillermo Yáñez

Alejado del tráfico de la insólita urbe Te estoy contemplando bajo una fina sombra Vine a buscarte imagen de una calma segura Mi amistad fue hacia ti de manera espontánea Fiel, precisa y desnuda… Voy por tus calles un poco añejas Miro tu estructura, contemplo tu grandeza De pronto aparece un viento fustigando recio Que golpea en la cara de los indefensos Ubicándonos en tu espacio y en el tiempo. Un solo hilo sideral de brillantes hojuelas Cruzo tu garganta de aguaceros Para que mi memoria recree tu perfil Rumbeando camino a la eternidad. Ciudad que besa el río en una mejilla Y en la otra al ferrocarril Te incorporo a mi vida como vos a la tuya Y como una vez dije “soy parte de tu cuna”.

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Una lágrima en orsai* Miguel R. Marín

Para realizar este aporte al Suplemento que dedicamos todos a la ciudad en su cumpleaños, voy a remontarme a la década del ‘70; a aquellos campeonatos de fútbol barriales. En los días que corren estaríamos hablando de la AFUCO o el Amistad, aunque aquéllos a los que me refiero no tenían tanto de amistad. Se sorteaban un día viernes, en un centro vecinal o en una casa de familia, se pagaba una inscripción y se jugaba el domingo. Por lo general el campeonato terminaba ese mismo día, quedando pocas veces las finales para el siguiente sábado. Así fue naciendo cada equipo con sus jugadores, que eran como una marca registrada. Uno nombraba Las Ardillas y se sobreentendía que se hablaba del equipo de los hermanos Lang, de Turco... decía Sacachispas y era el de los Alamo, Toledo... el San Lorenzo de los Cejas, “Calula” Mercadal, “Chicha” Negrete, “La Liebre” Piccini... Deportivo Chaco (hoy Sáenz Peña) con los Fernández, Tisera, Soria... el Deportivo La Rural con los Berterame... Los Pisacorchos, Estrella Marina... y desde Villa Nueva bajaban los de Boca de la Floresta, con el “Manco” Castro, “El Lechuza”, “Sanguichu”, “Juanillo”. “Pecho” Sosa... el San Lorenzo de los Cornejo, Gobato, Muningo, Marín (padre de Diego, el goleador histórico de la Liga). Esos eran los cuadros más conocidos y siempre se prendían en alguna final. Un domingo, en la cancha de Deportivo La Rural, hoy barrio Carlos Pellegrini, los locales se enfrentaban con el Deportivo Chaco. En un momento dado, una pelota se iba afuera y uno del público la volvió como en una especie

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de córner corto y la mandó al punto del penal. Un jugador de La Rural, de apellido Berterame (el nombre se me escapa porque eran como cinco o seis que jugaban para el mismo equipo), la empujó hacia la valla convirtiendo un gol de aquellos, bien “trucho”, que el referí convalidó. Y el lío fue mayúsculo, hasta que una voz que venía de la hinchada del Chaco, dijo “sáquenles los arcos”... Y los arrancaron de cuajo, nomás. Luego, cargándolos al hombro, entre mujeres y hombres, se llevaron las porterías de a pie, cruzando baldíos, pasando por la vieja Francesa, hoy parque Pereira y Domínguez, hasta que los arcos terminaron en el Chaco. De más está decir que sin arcos no se pudo seguir disputando el campeonato. El hecho me quedó como anécdota, que cada tanto les cuento a mis amigos y a mis hijos, que me escuchan las historias deportivas o no tanto, de la Villa María que yo viví -tal vez por haber nacido un poco antes- y que tanto me enorgullece poder contar. Y una lágrima en “orsai” me hace un gol en el arco del recuerdo.

*Publicado en el suplemento “Contrabarrios” de El Diario del Centro del País el 27 de Septiembre de 2009, 142 Aniversario de Villa María.

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Nosotros tus inquietos habitantes Guillermo Yáñez

Una posta y una estación Que en tu lecho se inspiraron Transcurría en año 1867 Lugar de transito obligado de Bs. As. hacia el Alto Perú. En ti deambulo aquel principal terrateniente También esos primeros nativos Y los pioneros de la agricultura regional No solo por tus riquezas, Sino también por tu belleza. Te atravesaron dejando surcos Los dinámicos carruajes Delimitando tú histórica figura, Dibujando tus venas, Y degustando tu perfume...

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Sweet home Villa María

José Azocar (música de Kalsevitoz)

Bienvenido a la Medioteca Municipal Usted se encuentra en avenida Sabattini... altura cien. por favor no cruce... la distancia del cruce es de 25 metros. por favor aguarde la señal para iniciar el cruce. o lo pisarán. Sweet home Villaá María medioteca y subnivel. Sweet home Villaá María bulevares y palmeras. Sweet home Villaá María un casino y un slot. y un tren... que hay que esperar... el guarda riel... ya pasará. Bienvenido a la Medioteca Municipal Usted se encuentra en avenida Sabattini... altura 100. por favor no cruce... la distancia del cruce es de 25 metros. por favor aguarde la señal para iniciar el cruce. ahora puede cruzar... Sweet home Villaá María medioteca y subnivel. Sweet home Villaá María costanera con mosquitos.

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Sweet home Villa谩 Mar铆a una vez nev贸 en invierno. y un tren... que hay que esperar... otra vez gan贸 Accastello. y un tren... que hay que esperar... el guarda riel... ahora puede cruzar.

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Guillermo Ya単ez

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Reflejo distorsionado Leandro Nani

Carolina terminó de cenar, pidió permiso a sus padres para retirarse de la mesa y se fue a su habitación. Prendió la luz y dio media vuelta. Se encontró con una chica, su peor enemiga, frente a sus ojos —¿Qué haces acá? ¡Me das asco, andáte, por favor! La desesperación se apoderó de su ser. Apagó la luz, corrió por el pasillo y entró al baño para lavarse la cara. Carolina se asomó hacia la heladera y comió un pote de dos kilos de helado con una voracidad increíble, como si fuera algo desconocido para ella. Ya eran las tres de la madrugada y seguía despierta. Su padre se levantó y le dijo: —Apagá la computadora, ya es hora de dormir. —Está bien, igual ya me aburrí. Abrió la puerta de su habitación bostezando y encendió la luz para armar su cama. —Estaba rico el helado, ¿cierto? No ganás nada echándome, soy lo que sos. Sé muy bien que me odias, pero con esa actitud no vas a llegar a ningún lado. —Sí… tenés razón, sos lo que soy- dijo Carolina resignándose. —Así me gusta. Andá al baño y vomitá toda esa basura que tenés adentro. No me condenes a esta vida de frustración, por favor. Carolina se dirigió hacia el baño y trabó bien la puerta; se agachó y en sólo unos minutos, luego de inducirse varias arcadas, cumplió el mandato. Dejó correr el agua para no dejar evidencias.

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Sábado. Carolina fue a probar su suerte en un casting para ver si quedaba seleccionada y así poder ser la imagen de una innovadora marca de ropa interior femenina. Era su momento: Pase al frente la participante numero siete- dijo el jefe del jurado con una voz bien masculina. Toda la confianza que se tenía Carolina hasta ese momento se derrumbó en un instante. Quedó sin reacción alguna. —Dale, mi amor, este es tu momento- animó una voz femenina por micrófono-. No tengas vergüenza, sacáte las manos de la panza y ponéte derechita. —No, no quiero- dijo Carolina con voz insegura Agarró su ropa y salió corriendo del estudio fotográfico con los ojos desorbitados. Llegó a su casa. —Niña, ¿cómo te fue?- preguntó la mucama —No quedé, no era lo que buscaban. —Que lastima, amor, será la próxima. —Si, supongo… Me voy a dormir un rato, me duele la cabeza. Buscó su pijama en la cajonera y se lo puso dispuesta a dormir una larga siesta. —Sos RI-DI-CU-LA. ¿Cómo pensaste que vos podías competir con esas chicas?, ¿acaso no viste los cuerpos que tenían? Hiciste muy bien en huir. —No tengo mas fuerzas… no puedo vomitar. —¡No, con esa actitud nadie va a gustar de vos! No podes dar marcha atrás, acordáte de nuestro objetivo. —¡Pero no puedo mas! —Ah, ¿no podés más? Diuréticos, laxantes… esa es la solución. Atracón tras atracón. Se convirtieron en algo cotidiano. Comía en horarios fuera de lo común y la culpa no tardaba en llegar.

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—¿No aprendés, nena? ¡Una y otra vez equivocándote, pelotuda! Al viejo le gustaba la gordita… ¿Te acordás? Hijo de puta, me manoseaba sin pudor. Carolina se tapó los oídos, cantó su canción favorita en voz alta intentando ignorar aquella voz que la torturaba refregándole su oscuro pasado. —¡Calláte, no digas más, por favor! Unas lágrimas gruesas viajaron por sus mejillas. Era un momento propicio para ir a un reencuentro con el inodoro y largar sobre él restos de comida triturada. Aquellos restos olían cada vez más a muerte. Los padres de Carolina estaban tan compenetrados en sus asuntos laborales que no notaron el deterioro de la salud de su hija. Tomaron el adelgazamiento como “algo normal de la edad”. Recién se dieron cuenta cuando la empleada domestica -luego de descubrir los diuréticos y laxantes debajo del colchón de la joven- los puso al tanto de la situación. Además de reiterados desmayos en la escuela y llamados de atención desesperados de las amigas intimas. A partir de entonces inició tratamiento profesional. Las sesiones con la psiquiatra Rismoller al comienzo parecieron inútiles ya que Carolina se negó a hablar, pero con el transcurso de los días todo empezó a dar sus frutos. Algunos frutos eran podridos. —Señora Estela, gracias a Dios, el tratamiento está dando muy buenos resultados. El aspecto alimenticio ha mejorado bastante; estoy trabajando en conjunto con un nutricionista de mi confianza y por esta razón hablo con conocimiento de causa. —¡Que gran noticia, doctora! —Sí, muy buena. Pero asimismo, voy a solicitar una terapia familiar, la mayoría de las veces los problemas nacen de allí, son aspectos delicados que pueden provocar una recaída en cualquier momento. 27


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—¿Qué tenemos que ver mi marido y yo con los problemas de mi hija? -Pueden influir mucho más de lo que ustedes se imaginan —¿Por ejemplo, doctora? —Eso es lo que tengo que averiguar en la sesión que voy a solicitar. La mamá de Carolina se retiró del consultorio sin entender demasiado, hasta que llegó el día de la sesión familiar. Allí quedaron a la luz varias cosas, tales como: la crisis matrimonial, la ausencia en el hogar, la adicción al trabajo, la falta de interés familiar. Todo marchaba normal, la doctora escuchaba problemas comunes hasta que Carolina explotó y gritó lo que estuvo oculto durante años. —¡Sí, así como lo escuchan, mi abuelo me acosaba!... —…pero pendeja de mierda, cómo te atrevés a decir eso de tu abuelo- interrumpió Estela, furiosa. —¿Ves? No te importa nada de lo que te digo El llanto ahogaba a Carolina y sus palabras salían cortadas. —¡Pero es una locura!- gritó indignada Estela. —No, mamá, no es ninguna locura. Desde los cuatro años que me manosea; cuando tenía doce me dijo “ya sos una mujercita” y me quiso penetrar. Mientras tanto, José, su padre, estaba inmóvil y tembloroso sin decir una palabra. La doctora, muy sorprendida, inmediatamente preguntó: —¿Te penetró, Carolina? —No. —¿Cuándo fue esto? —El 11 de Noviembre de 2006, doctora. —El mismo día que murió- saltó Estela de repente. —Sí, el mismo día que murió, mamá. Todo fue posterior al episodio. Me miró de una forma muy extraña, me

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agarró del vestido, me arrojó sobre mi cama y se abalanzó sobre mí. Yo forcejeé y con una lapicera que tenía cerca le corté la cara. De esa forma logré escapar. —¿Te dijo algo más? -continuó interrogando la doctora. —Sí… Me dijo que era una gordita hermosa y que le encantaban las chicas como yo… A Carolina se la notaba más nerviosa, sus manos se volvieron sudorosas e inquietas, sus ojos se dirigían hacia la profesional y parecían perdidos. —¿Qué pasa, Caro? -preguntó la doctora con cierta preocupación. —No quiero… —¿Qué no querés? —No quiero ser gorda… ¡No quiero, no quiero, no quiero, no quiero, no quiero, no quiero! —Tranquila, Caro… La doctora llamó inmediatamente a su asistente y ordenó que retiren a Carolina del consultorio y le suministren unos calmantes. A partir de ese momento permaneció internada unos días en la clínica psiquiatrica. Rismoller también comprendió que no estaba frente a un simple trastorno alimenticio, sino que además había de trasfondo la historia de un abuso sexual que influía directamente en el comportamiento de su paciente. Estela, por su parte, seguía creyendo que su hija era una fabuladora que ensuciaba el nombre se su abuelo en vano. —Mi papá era incapaz de hacer algo tan degradantepensaba. Y estaba muy convencida de su pensamiento. José, en cambio, decidió creerle a su hija. Su dolor era inmenso. Necesitaba pedirle perdón urgentemente, su alma se retorcía.

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Era el tercer día de internación y Rismoller consideró que Carolina estaba preparada para retomar aquella charla que había quedado pendiente. Y no se equivocó. —Caro, retomemos el relato del 11 de Noviembre. Si sentís que no podés continuar la narración, paramos sin problemas. ¿De acuerdo? —De acuerdo, doctora. Como bien dijo mi mamá, ese mismo día mi abuelo murió. Bueno, fue así: me quiso atacar sexualmente y yo me defendí, le provoque un corte en el rostro y lo pude apartar de mí; inmediatamente se agarró el pecho y comenzó a perder estabilidad. Me pedía que llame a la ambulancia, pero no se porqué, me quedé mirándolo y dejé que pasen unos largos minutos. Supongo que algo dentro de mí quería que él muriera. Fueron muchos años de sufrimiento… —Pero hay algo que no me termina de cerrar. ¿Por qué no hablaste antes? —Mi abuelo me decía que no me iban a creer, que me iban a ignorar. Y tenía razón… Ya vio usted como reaccionó mi madre cuando confesé todo. Y eso que ahora tengo dieciocho. Imagínese como hubiera actuado si se lo decía siendo más pequeña… Pasó un mes. Llegaron los momentos de duelos: por un lado, José se enfrentó a la tumba de su suegro; por el otro, Carolina tuvo la batalla final con su espejo. Entró al cementerio y caminó lentamente hacia la tumba. Necesitaba descargarse. Iba a hablar con un muerto, pero no le importaba. —¿Dónde estarás ahora? En el infierno, supongo… Sos un asqueroso, un hijo de puta… Yo que confié en vos; teníamos una relación muy buena… Desde el día que te pedí la mano de tu hija, sentí que manejábamos los mismos códigos… Sinceramente me dan ganas de cagarme so-

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bre tu cadáver, pero yo tengo dignidad… Ojala satanás te cocine lentamente. Carolina perdonó a su padre por tantos años de abandono, por tantos momentos de indiferencia, por haber cometido tantos errores. No le servía de nada guardarle rencor para siempre, comprendió que para crecer debía alejarse de esos sentimientos oscuros. Eso le permitió mirarse al espejo y sentirse feliz por primera vez en toda su vida, conforme con sí misma, sin nada para recriminarse. Su madre no recapacitó nunca más y por ésta razón el divorcio fue inevitable. Igual Carolina era muy feliz junto a su padre que organizó todos sus horarios para compartir más momentos con ella y recuperar el tiempo perdido. También las salidas regresaron, sobre todo revivió las noches en los boliches con su mejor amiga, Florencia —Caro, me da mucho placer que volvamos a salir juntas después de mucho tiempo. —Sí, Flor, a mi también me pone muy contenta esto. —Espero que no pases nunca más por una situación semejante… Pero decime: ¿Qué pensabas en ese momento? —Tenía una lógica totalmente enfermiza, era una lucha constante contra mi misma. Sumado a eso, aun no podía superar un trauma que tenía de la infancia. —¿Qué trauma? —Es una historia que te voy a contar en otro momento, en un par de años quizás… No creo que ahora sea el momento. —Okey, respeto tus tiempos ja, ja. —¿Alguna vez tu espejo te habló, Flor? —No… ¿Por qué me preguntás eso? —Porque a mi sí me habló. —¿Y qué te decía? —Todo lo que tenía que hacer para no convertirme en ella; era yo, pero obesa.

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—No, Caro, esa no eras vos. —Tenés razón, Flor, esa no era yo. Ese reflejo me engañaba, me alejaba de mi realidad; en definitiva, era la muerte haciéndose pasar por mí. —¿Y qué pasó con el espejo? —Lo guardé en el armario, ja. Ahora no estoy tan pendiente de mi imagen, me gusto tal cual soy, y sé que así gustaré a los demás. —Esa es la posta, amiga. —Sí… No tengo más ganas de hablar del tema, eso es parte del pasado y ya fue. Vamos a bailar, esa canción me gusta mucho.

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Fotos

Fernando de Zárate

Francis cruza la calle bufanda azul y casco en mano la ciudad - no ésta la que se fue la que miró la que capturó

sus ojos está intacta en su cámara preservada sólo por sus fotos.

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Negación

Carlos Andrés Bertoglio

No extraño tus aires de diva del centro (No extraño tu viento) ni tus ínfulas de reina de la humedad. No extraño tu olor ni tus taconeos chuecos, desarmados. No te extraño nada, es más: ni te pienso. Y aun así no entiendo por qué cada noche de otoño boreal pasas a buscarme puntual y distante como casi siempre: el pelo mojado, el gesto casual, llena de motivos, fuera de lugar: como esa palmera de la pampa húmeda que es parte de mí e intento olvidar.

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Guillermo Ya単ez

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...y la Virgen.... ¿ Dónde está? Noelia Stang

Era por aquel tiempo, cuando estrenaba la ciudad, en que charlando con amigos, y conociendo mi condición de devota de la Virgen María, entre mate y mate, me contaron de la Gruta de la Virgen de Pompeya. Me dieron indicaciones de su ubicación geográfica, cerca del puente que une la la ciudad, con su vecina Villa Nueva. Como era “gaucha de a pie”, lo primero era ver como llegar, forastera reciente, no conocía las calles... y surge casi en simultáneo las celebración de los festejos de la región. En Villa Nueva, para el 25 de Mayo, se hacían los festejos centrales, y asociando, pedí información sobre los colectivos, y me preparé para “matar dos pájaros de un sólo tiro “con perdón de la Madre de Dios y de Villa Nueva. Hechas la averiguaciones del caso, me entero que desde el transporte, se veía la gruta, por lo que el cálculo era, ir a la fiesta del 25, y volver caminando ya ubicado el objeto de la devoción, el cierre perfecto. Como la ocasión lo ameritaba, con ropa “de domingo”, tempranito me preparé para los acontecimientos. Tomé el cole, y con mirada curiosa y atenta, “la ñata contra el vidrio” de la ventanilla, para no perder detalle de la ubicación, y no correr el riego de perderme en la caminata de regreso, empecé la aventura. Diviso el puente y duplico la atención , estaba cerca. Pero... ¡Qué desilusión!... Veo que la Virgen, brillaba por su ausencia... nada de nada.... Con la angustia propia del caso, continué mi viaje a la vecina ciudad, era una linda fiesta, pero casi no la dis-

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fruté. Una y otra vez me venía a la memoria, el vacío de la Virgen. Termina el acto, y resuelvo volver con el mismo medio que me había llevado, no tenía sentido la caminata, para colmo, estaba nublado y la oscuridad se venía al galope. Por temor a una equivocación, sea por distraída o la velocidad del cole, insisto en redoblar la mirada “escruñidora”, por las dudas, nada más... Y si, no estaba. De regreso en mi habitación miles de pensamientos e hipótesis del por qué acudían a mi mente, al final llegó “ morfeo”, y me abrazó hasta la mañana siguiente. Mis amigos ni bien me vieron, con interés querían saber sobre mis apreciaciones, sobre todo de la Gruta, y entonces les relato lo que había vivido. Incrédulos, empezaron a conjeturar sobre el motivo... tampoco encontraban la lógica...entre otras cosas surgió el de la limpieza, ya que tantas velas, y tantas placas, quizás necesitaban de una acción más profunda, y por eso el retiro, aunque a todos les parecía raro, al menos, no común, ni habitual. Cuando escucho lo de las velas y las placas, me extrañé, y les amplío aún más “placas... velas... yo lo único que vi, fueron dos especies de arcos pintados de color claro, y sin rastros de cera y menos de bronce”. Entre temerosos a que me ofenda, primero discretamente, pero luego a mandíbula batiente, soltaron la carcajada, y al unísono todos dijeron. “Lo que que confundiste con la Gruta, fueron los arcos de entrada, la Virgen, está al fondo, en una verdadera GRUTA DE PIEDRA.”

Noelia Margarita Stang de Zandrino (entrerriana de nacimiento, y villamariense por elección).

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Funchiti

Alvaro Montedoro

Funchiti salió a bicicletear por la costanera presagiando el olorcito del río, de las primeras hojas de la primavera, del polen yendo por el aire a seguir preservando la continuidad de vaya a saber qué especie. El viento le pegaba la tierra a la cara, parecía que tenía mocos todo el tiempo, lo que hacía que Funchiti se meta los dedos en la nariz disimuladamente porque le daba vergüenza que la gente lo viera. Pero es que con el pañuelo era inútil, probaba de todas formas: se tapaba primero un agujerito, después el otro, después probaba soplando con las dos fosas destapadas, se metía el pañuelo y escarbaba en los lugares más recónditos, y nada che. Seguía pedaleando Funchi presagiando las parejitas besándose en el pastito, los chicos jugando, el ruido del agua cayendo de las compuertas. Todo el tiempo Funchiti se alegraba cuando yendo a cualquier lugar (muchas veces no yendo a ninguno) pasaba y pisoteaba los montones de hojas secas que las doñas habían barrido a las seis de la madrugada, pero eso quedaba atrás porque ahora se venía el tiempo de las bermudas y las musculosas y de las chicas que mostraban más las curvas de sus patinetas que ahora vienen re modernas y que la gente ya usa más que las bicicletas. Pero Funchiti era re que te chapado a la antigua y seguía pedaleando, porque la costanera quedaba lejos y su casa estaba llena de pelucas y saquitos de té. Cuando menos se dio cuenta estaba rodeado de caños de escape que parecían motosierras taladrando su yunque

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y su tímpano y su calesita que tenía más vueltas que una oreja (que ya estaba atrofiada de tanto ver la tele), y el aire lleno de smoke como le dicen ahora, antes le decían humo. Pero Fun seguía pedal en pie y sin darse cuenta no tenía más pedal y tenía pie en pasto y manubrio en mano. Siguiendo por los lugares donde había menos gente vio más gente. Esto quiere decir que encontró más personas relacionándose con personas y no autos con autos, es que Fu no explica bien las cosas y yo tengo que contar todo lo que él quiere decir. Y tal es así que a F le dieron muchas ganas de tener una novia, y darle muchos besos como hacen los novios, y caminar de la mano y por qué no con la mano izquierda de él en el bolsillo trasero izquierdo de ella y la mano derecha de ella en el bolsillo trasero derecho de él. Una lagrima cayó del ojo derecho de Funchiti cuando vio que no tenía ninguna novia, entonces agarró la bici y salió disparando para su casa, se dio un baño con agua bien fría y se hizo un té de rosa mosqueta con manzanilla, que estaba segundo en su Top Tres de tés. Después se sentó en la computadora, que a veces servía para que la gente escriba, busque información, ¡y novia! ¡Qué alegría para Funchi! Ahí nomás se puso a buscar novia. No comía, no se bañaba, y la música era el sonido del teclado. Tanta tristeza había en la casa de Fun. Hasta que un día se cortó la luz (al tercer día de hambruna y suciedad, porque Funchit vivía en una barrio donde la luz iba y venía como el viento) y reaccionó. Se pegó un baño con agua tibiesita, porque la fría le achucharraba la piel, y salió a bicicletear por donde más le gustaba, pedal en pie y tomándose todo el tiempo del mundo para ver a las chicas que pasaban caminando y moviendo sus piernas para mover sus patinetas bien curvadas, a ver si así algu-

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na se enamoraba de su amor amarillo envuelto en jaulas abiertas, y la podía invitar a su casa que quedaba lejos y estaba llena de pelucas y saquitos de té. Yo fui una vez.

Firma: Juana Clara Ruperta Ana Díaz, con acento en la I de Iguana y con Z de Zapallito relleno.

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Construcci贸n de peatonal, 30/08/2011, por Gustavo Marcelo Caffaro

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Reunión de jubiladas Cristina Pablos Recibí la invitación de Beby con quince días de anticipación. Las jubiladas se reunirían en su casa de Córdoba el viernes 14 de setiembre a las 18.30 hs. Solían hacerlo a menudo pero en esta oportunidad habían pasado más de dos años desde la última vez. A otras reuniones yo, por razones de distancia u otros compromisos no había podido asistir. Esta vez lo haría. Tal vez me quedara a dormir de Beby. Ya vería. Hacía treinta años que me había jubilado y a muchas de ellas no las había visto más. Cuando llegué ya estaban alrededor de la mesa. “Bueno, preséntense-dije-porque a algunas no las reconozco”. La mayoría estaban más gordas, algunas muy gordas. La velada transcurrió evocando recuerdos. La noche teñida de nostalgia. Un grupo mostraba fotos de sus nietos. Otras contaban de sus “ex”. Otras de su “in-actividad” actual. Pocas de política. En un momento dado abandoné el grupo en que estaba y me acerqué a Olga, en el otro extremo de la mesa. Olga, oriunda del Chaco, siempre hablaba de su Quitilipi natal. Era profesora de Lengua y Literatura; como yo era profesora de Inglés pertenecíamos al Departamento de Lengua, junto con Beby. Organizábamos los actos juntas, compartíamos las mesas de examen; es decir, había con ella más afinidad que con algunas de las demás. Era seguidora de mi carrera literaria, amante de la lectura y sobre eso versó la conversación: sobre los libros. La caracterizaba a Olga su constante sonrisa. De pronto comenzó a toser -era asmática- sacó su nebulizador de la cartera pero estaba vacío, Beby le trajo un

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jarabe antitusivo. Le quise recomendar una inyección que me sé poner cuando me dan las crisis- yo también soy asmática- pero no pude recordar el nombre. Se lo enviaría por mail. Algunas comenzaron a irse y alguien se ofreció a acercarme hasta la Terminal. Yo ya había decidido regresar porque no era muy tarde. Faltaba poco para las veintitrés. Beby bajó a acompañarnos. Algunas quedaron en el departamento, entre ellas Olga. Mi ómnibus partió a las doce en punto. Una vez el coche en la autopista, rumbo a Villa María, recordé el nombre de la inyección. Llamé a Beby desde mi celular. Demoró bastante en atenderme. Cuando lo hizo le dije inmediatamente: “Beby la inyección es Celestone Cronodose”. “Tarde, Cristina- me contestó- Olga se nos murió a las 12. El servicio de emergencias tardó una hora en llegar. Te dejo porque está subiendo la policía”.

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Batallas por perder Gastón Ribba

Ayer me tomé un café con un rendido. Uno que salió de acá como Bonaparte de Córcega y se fue a incendiar la Europa y se volvió como del invierno de Moscú pero ésta todavía no es su Santa Helena. No todavía. Nótese: no es lo mismo un rendido que un cansado o un derrotado. Vacío el pueblo a la siesta. Como todo paraje que duerme o ronca que éste no es el caso. En lo que dura un café doble le conté la historia de un general austríaco, el Vater Radetsky, el único que derrotó a Napoleón dos veces. En realidad le hablé de mí a lo cristo, parábolas, figura retórica y balística que el Corso conocía y usaba como pocos. Bonaparte hacía que los cañones hablaran por él. Nadie hizo hablar a los cañones como él. Joseph Radetsky Von Radetz era conde y como tal no era muy afecto a dar una mano si alguien necesitaba hacer una losa o debía apurar la mudanza por esas cosas del desalojo. Al “padrecito” José sólo lo movían los placeres de cuatro patas: lindos caballos, buenas mesas y mejores mujeres. Entre todas las reformas tácticas y estratégicas que lo llevaron a la fama, la riqueza y los honores, a las caballerizas más limpias y las alcobas más puercas, a que Strauss le dedicara una marcha se destacaba una: elegía qué batallas perder. No roncaba. Se tomaba su trabajo como un trámite: para él destruir un imperio era como ir al Rapipago.

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Después de sacrificar unos cuantos regimientos, un puñado de pueblos roñosos y, mientras se clavaba un tinto o una gringa o ambas cosas, pensaba en cómo ubicar la infantería y la artillería, armas sobre las cuales no tenía ni la más puta idea de la vida, de modo tal que distrajeran al enemigo para que él pudiera abrirle la cancha a sus pingos y meta sable y lanza y pasemos por caja. Dos veces se comió el chamuyo Napoleón. Ustedes, los de a pie: se me ponen allá y se me bajan los pantalones y le muestran el ojete o le sacan la lengua a ese francés del orto, hagan lo que quieran pero háganlo bien porque es lo último que harán. Ustedes, los de los petardos: tiren al voleo y hagan mucho espamento y meta humo y quilombo nomás y me la fuma si usan granadas o metralla el asunto es que no se vea ni se oiga ni lo que se coge. Ustedes, mis caballeros, ya saben qué hacer: ni uno vivo. Vacío el pueblo a la siesta como todo paraje que duerme o ronca que éste no es el caso. Porque este lugar silba hasta cuando se mira para adentro. Hacía mucho que no me sentía tan a gusto con el viento de acá. Mi viento. El viento de allá arremolina bolsas del Mariano Max, volantes de jubílese ya, olor a ropa sucia. Mi viento traía cardos rusos cuando yo era pibe, yuyos-quina, esos ovillos rodantes de las pelis de cobois pero ya no porque la soja y los edificios y ahora es un aire endurecido como un pedazo de vidrio sucio, como los vuales de las casas de las tías o los vestidos de novia que amarillean en sus roperos. Por sobre el viento y bajo el solcito de la siesta vacía le hablé al rendido que ni agotado ni abatido, le hablé de mí a lo cristo, le conté que yo usaba a Radetsky para ense-

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ñarle a periodistas y políticos y publicitarios y otros mercaderes que no garpa ir por la vida comiéndose a los chicos crudos, que para ganar guerras hay que resignar batallas y que ese discurso me valió palmadas y aplausos pero jamás se me hizo carne. No supe. No pude. No me gustaba perder ni a las bolitas. Entraba a esos sermones haciéndome el boludo como perro que tumbó la olla, los arreaba al otro extremo del campo para darle tiempo a mi caballada. Arrancaba con la historia de las milanesas. Joseph Radetsky marchó a la tumba con la entrepierna bien comida, las gambas enjabonadas por el sudor de las peores minas y las mejores yeguas, empachado de medallas, con una buzarda prodigiosa y en el buche el honor de haberle regalado al mundo lo que los piamonteses le negaban con primordial avaricia. Las milanesas eran un aperitivo que sólo era servido en la intimidad, en las comidas veraniegas de los palazzos, durante los juegos de cartas entre candidatas a reinas o amantes, como tentempié entre lances de recámara. Jamás figuraron en los menús como los semolines o los buñuelos. Hasta que el noble robó la receta, seguramente, después de un duelo cortés y caliente con una pecosa y pálida pecadora de mi raza. Cotolette alla milanese. Finas chuletas descarnadas hasta dejar sólo el ojo del bife, pasadas por huevo batido con leche, sal y pimienta, rebosadas con migas de galletas marineras y fritas en grasa de cerdo. El huesito largo apenas vestido con papel de oro para que las damitas, apenas desnudas de tules o sábanas, no pringaran sus deditos. Contaba lo de las milanesas sólo para abrirles el apetito de una buena historia, para distraerlos de mi sable y mi lan-

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za y porque mi abuela la Maurino que nunca fue condesa pero sí pastora y tambera y hoy es ceniza en este viento, mi viento, las hacía así, con costeletas. Jamás se habría permitido el sacrilegio de la nalga o la bola de lomo. Anoche, en una cama de alquiler, entre el segundo y el tercer amor mi chica bebía de su petaca y en el codificado daban la triple equis de Avatar, una de Los Pitufos pero con siliconas y fluidos y meta palo y a la bolsa y yo le conté que a la tarde había tomado un café con un rendido confeso, un convencido de lo que rinde rendirse a tiempo. Ella y yo sabemos lo que es ganar, lo que es perder y lo que cuesta enterrar el hacha. Le conté que el chabón me invitó a correr la costa para sudar lo que nos queda de fuego o lo que nos sobra de rencor. Olvidé contarle que se rindió ante su hija y su biberón. Nada de a tus plantas mi espada, Inmaculada Señora de la Pindonga, de rodillas abandono las lides y juro... Me acordé de Vittorio, de Pierina, de Ofelia, de ella y de mí. Porca madonna. Dio faus. Lo quiero mucho a este pibe. Lo amé cuando me confió eso. El viento seguía ahí. Se deshilachaba entre las palmeras del motel como entre las de mi bulevar o las cortinas de las panaderías y los llamadores de ángeles. Y lo disfruté. Mucho. La besé, la abracé y callé mucho. Yo le supe ofrendar soldados tiernos por acá, cañón a mansalva por allá, le eché todos mis caballos y mis filos encima, la amé a degüello desde el vamos y cuando se me rezagaba como la Delfina no hubo otro Pancho Ramírez como yo. Che muerte, mirame a los ojos que voy por vos. Soltá a mi hembra, che muerte, que hoy un hombre te va a matar. Ella suele callar de manera estremecedora. Sólo quiere que nos rindamos. Tal vez juntos. 47


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Vacía mi villa a la madrugada como todo paraje que duerme o ronca que éste no es el caso. Hacía mucho que no me sentía tan a gusto acá. En el viento de acá. Mi viento. Volví a casa de mis viejos y me quedé un rato largo en el patio, el aire del sur cortaba de frío y húmedo y olía a ella cuando se me arremolinaba en la barba. Hoy me tomé los primeros amargos con el viento. Antes del amanecer hablé con el viento. Ella no lo sabe pero hoy decidí qué batallas voy a perder.

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A Villa María

Gisela Rodriguez Gecchele

Miró el libro viejo entre mis manos. Las hojas resuenan, cansadas, E imágenes de tu pasado aparecen, De ellas siguen brotando tu llama. Y en las calles de tierras, Las carretas, Donde hoy autos pasan, Se llenan de nostalgia y recuerdos, Recuerdos que no van a ser olvidados. Sobre las vías del tren retumba El paso pesado del tren Y me hace sentir que vivo de nuevo El día que el mundo te vio nacer. Ciudad hermosa y tranquila Que de paso ayudabas a viajeros; Guardas en tu seno los espíritus De esos seres aventureros. Y aunque muchos digan Que tus márgenes has ampliado Sigues siendo, eternamente, Ese pueblo Que al lado del río Tercero Está plantado.

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Memoria* Gonzalo Salesky

En el año número tres de la era robótica, uno más uno siempre es igual a dos. Nada falla. Nada hace recordar el fracaso y la extinción de los antiguos habitantes de la Tierra. Salvo el desierto que avanza, implacable, contra las pocas ciudades que quedan en pie. En la rígidoteca, cada mañana a las siete y quince, el modelo LGT-32 se enciende a sí mismo. Tarda cincuenta segundos en activar todos sus circuitos y retomar su actividad. Siempre comienza a partir de la tarea del androide que lo precede en el turno de la noche, LGT-33. Los dos robots se dedican a analizar, byte por byte, la historia de los seres humanos, almacenada en los discos rígidos de cada computadora personal o dispositivo móvil del planeta. Hace meses que los dos buscan la Causa. Para ello revisan, de principio a fin, cada archivo de texto generado por los hombres en sus últimos cincuenta años de existencia. Desde los más antiguos TXT, RTF, DOC, XLS, MDB, hasta los últimos archivos monocordes de extensión MCD. Tarde o temprano, uno de los dos descubrirá alguna pista, algún indicio sobre lo que precipitó la gran catástrofe del año humano 2018, el año cero de la nueva era. El día treinta y seis del mes ocho, LGT-32 trabaja más rápido que de costumbre. Gira su cabeza hacia la ventana. Un gran desierto se extiende a tres millas-móviles de allí. Las autoridades han decidido ganar terreno al gigante de arena, pero por ahora no lo logran.

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Frente a esa imagen, comienza a preguntarse cuál es la siguiente tarea para llevar a cabo. Sabe que debe haber algo más allá, además de lo asignado. Procesa nuevas ideas. Observa. No... No se trata de un plan respecto al futuro. Tampoco es algo referido al pasado. Es... es... no sabe cómo nombrarlo. No es una orden impuesta por El Programador. Ni proviene del ambiente. Hay algo dentro de él, en algún circuito oculto, que lo está impulsando a saber un poco más. A mejorar en su comprensión del entorno. Busca en los archivos DOC revisados esa mañanatarde para encontrar alguna situación similar, experimentada por otra entidad distinta a él. P–A–R–A–Q–U–É- ¿-? -P–A–R–A–Q–U–É- ¿-? ¿Para qué continuar este trabajo? ¿Qué objeto tiene? ¿Qué fin? ¿Qué meta? Eso quiere entender. Eso quiere saber. Aún no tiene respuesta. ¿Para qué seguir buscando la Causa? En la siguiente tarde-noche lunar, cuando LGT-33 entra a reemplazarlo, LGT-32 decide seguir con su tarea. Continúa preguntándose por qué, para qué, y sin encontrar nada todavía, analiza por un par de horas más los archivos de la rígidoteca. Por primera vez, ha percibido en él lo que los humanos solían llamar necesidad. Yo necesito, tú necesitas, él necesita. Yo necesito. LGT-32 necesita. Ésa es la palabra. Él necesita saber un poco más. No entiende por qué. No entiende para qué.

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Pero espera que pronto se revele lo que tiene que descubrir y averiguar por sí mismo. Su compañero de trabajo no entiende. No necesita. Tampoco sabe qué fuente de energía interna o externa mueve a LGT-32 a seguir conectado a la interfaz de datos durante más tiempo del estipulado por El Programador. LGT-33 sigue haciendo su trabajo, avanza a paso lento, revisa dos veces cada una de sus tareas. Está preparado para no fallar. Por eso nunca falla y al terminar su horario, ha cumplido con los objetivos fijados. Al día siguiente, vuelve a trabajar a la misma velocidad, como lo ha hecho en los últimos tiempos. Y advierte que LGT-32 sólo se ha detenido dos horas en lugar de las doce preestablecidas. Sus módulos de batería están a la vista y aún así, continúa en su frenético accionar, como en la jornada anterior. Sin sospechar nada, sin notar que hay algo fuera de lo común, LGT-33 vuelve a su celda de descanso, terminado su turno, y desconecta su equipamiento eléctrico. LGT-32 puede trabajar simultáneamente con diez mil discos, en cada hora de funcionamiento. Por día llega a examinar ciento veinte mil. Sin embargo, ahora está introduciendo en sus paneles más datos de los que puede retener. Mucho más de lo que puede manejar. Necesita, lo necesita. Es algo más fuerte que él. ¿Qué lo está impulsando? Existe una palabra... ¿deseo? Yo deseo, tú deseas, él desea...Yo deseo. Él desea acaparar, acumular datos, bytes, archivos. Quiere, necesita. Desea. Por un momento se detiene. A ese ritmo, entiende que su memoria se llenará antes de lo pautado. Calcula cuánto tiempo falta para eso. Treinta y cuatro días solares 52


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más y su procesador no tendrá la capacidad de trabajar con tanta información. Entonces piensa, entonces intuye... debe encontrar otra manera. Tendrá que actualizarse. Tendrá que contar con más módulos de memoria inteligente. Para encontrar el cómo y el por qué. En las horas siguientes se encargará de eso. Está seguro. A la madrugada, LGT-33 vuelve a su celda después de otra infructuosa jornada de búsqueda, con la parsimonia habitual. Apenas ingresa a su lugar de descanso, percibe que en el extremo superior de su cabeza el modelo LGT-32 está conectando su interfaz motora. No entiende lo que sucede. El contacto entre los dos robots dura sólo unos segundos y luego, LGT-32 se retira. Inserto en él, un nuevo módulo de memoria inteligente en sus paneles. Un módulo que hasta hace minutos pertenecía a LGT-33. LGT-32 teclea. Necesita teclear. Muchas palabras de la especie extinta que retumban en sus circuitos y se repiten aleatoriamente. Palabras que no entiende. Que nunca ha usado y quizá jamás va a usar. Pero necesita teclear, escribir. Necesita verlas, todas juntas, volando en su pantalla transparente. Quiere encadenarlas, jugar con ellas, mezclarlas hasta encontrar algún significado oculto, probar sus sonidos. Las vocaliza, las observa. Las deletrea. Sabe que ésa era la manera humana de aprender.

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Trata de separarlas de su contexto original. De agruparlas según su sonido. Ensaya, intuye… escribe. Luego borra. Vuelve a escribirlas. Se siente ansioso al ver los resultados y las millones de combinaciones que puede formar, que puede teclear, que puede crear. Yo creo, tú creas, él crea… Yo creo. LGT-32 sabe. Ahora sabe. Necesita. Sabe lo que necesita. Se lo ha quitado a LGT-33. Por eso cuenta con más memoria en sus circuitos. Eso es lo que requiere para su tarea. Hoy pudo extraer sólo un pequeño módulo. Si cada día quita uno de ellos LGT-33 no lo notará. Pero aún así... él necesita ahora. Esperará hasta el turno siguiente de descanso para continuar. También deberá conseguir más fuentes de energía. Lo hará mañana. Mañana. Mañana... Mientras tanto, el trabajo en la rígidoteca sigue avanzando. El Androide-Programador retira cada día las unidades de almacenamiento que han sido analizadas, para su posterior destrucción. Él no sabe. No sospecha nada. No se da cuenta de lo que LGT-32 está planeando. Ocho minutos humanos antes de comenzar su turno, LGT-32 se acerca a la lámina metálica de diez metros cuadrados que está en la sala principal del edificio. Se transmite a sí mismo la imagen que perciben sus sensores. Se ve reflejado allí. Se descubre. Se pregunta para qué los humanos construían semejante cantidad de... ¿qué nombre tienen?

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E–S–P–E–J–O–S. Espejos. Ellos los usaban. Ellos se percibían allí. Un archivo revisado unos seis meses atrás volvió en ese instante a sus circuitos principales. En él se explicaba el procedimiento de fabricación de un espejo. ¿Para qué hacían tantos espejos? ¿Qué objeto tienen? ¿Qué fin? ¿Qué meta? Cada día, LGT-33 disminuye su ritmo de trabajo. En las estadísticas nota que su producción ha bajado. Decide chequear su reserva de energía pero no es capaz de hacerlo. Algo le pasa. No puede movilizarse normalmente. Por la noche, su batería no logra recargarse el tiempo que él requiere. Algo sucede. No sabe qué. No lo entiende. Comienza a buscar en su diccionario humano alguna palabra que describa mejor su situación. Debería comunicar esta falla. Seguramente podrán ayudarlo. Antes de que sea tarde para una reparación. Antes de que lo apaguen. Antes de que la luna salga y... N–E–C–E–S–I–T–A-R. Yo necesito, tú necesitas, él necesita. Yo necesito. Necesita algo. Necesita recuperar energía. Volver a su nivel de memoria. Pero no puede. Algo pasa. Algo malo sucede. Algo. Algo... En cambio, LGT-32 casi duplica sus horas de trabajo. El Programador es incapaz de advertirlo, ya que LGT-32 también está quitándole, uno a uno, todos sus paneles de memoria.

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LGT-32 necesita más. Mucho más. Tanta inteligencia, tanta capacidad de almacenamiento y procesamiento... ahora sabe, ahora puede. Ahora sabe que puede, ahora es capaz de descubrirlo. Entiende que no sólo debe analizar letras y números. Hay algo más que eso entre Todo Lo Humano. ¿En qué otros archivos podrá encontrar algo distinto? Finalmente, en un disco duro de 0,16 x 104 PB lo hace. Allí descubre, por primera vez, otro reflejo de la antigua civilización. ¿Cómo había pasado tanto tiempo y no se había dado cuenta de eso? Existe una palabra para aquello. Una palabra humana. Bela, bele, beli... Busca. Nombra. La encuentra. B–E–L–L–E–Z–A. Belleza. ¿Sería eso lo que pasaba por el centro de almacenamiento de los hombres cuando percibían los archivos JPG? Por un instante dejó de procesar formatos DOC, XLS, MDB, PDF, EXE... Sí, JPG. Eso es. JPG condensa todo. Lo muestra tal como había sido. Tal como fue antes de la catástrofe, antes de la extinción. Miles y miles de JPG, una por una... Ésa será su tarea. Ahora lo sabe. Podrá conocer cómo era la Tierra, cómo se veía antes de los desiertos. Quizá alguna vez lo había leído, pero hoy… hoy se siente capaz de entender, capaz de comprender, capaz de incorporarlo a sus circuitos de manera permanente. Un JPG vale más... vale más que...

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Nada lo distrae ahora. Ni siquiera el viento y la arena que siguen avanzando contra el edificio de la rígidoteca. LGT-32 cambia su patrón de búsqueda y comienza a observar en cada pantalla solamente archivos JPG. Seis, siete, ocho millones de imágenes pasan cada hora frente a él. Con ellos, el espejo de los recuerdos y sentimientos de la raza extinta. Su historia, paso a paso. Los rincones más lejanos del globo. Los paisajes, plantas y animales desaparecidos. La sonrisa de hombres, mujeres y niños. Sus sueños y sus miedos. Sus fracasos… LGT-32 sabe que ahora necesita más espacio. Quiere almacenar, quiere guardar todo. Lo necesita. Desea ver JPG las veinticuatro horas de cada día solar, aunque no pueda estar conectado a las pantallas retráctiles. Para ello, busca en las bases de datos cómo hacían los humanos para extraerlas de allí. Busca. Busca. Necesita encontrar alguna forma. Aparentemente, en la década actual no quedan máquinas que permitan reproducir o copiar JPG en planchas de color blanco... ¿Qué nombre tenían? ¿Celulosa? Hay una antigua palabra que designaba eso. P–A–P– E–L. Papel, eso es. ¿Cómo podrá sacarlas de la pantalla y enviarlas al papel? No hay nada. Aún no hay nada. Por ahora. Sólo por ahora. El día cuarenta del mes ocho, LGT-32 quita el último módulo de memoria inteligente del Programador y lo inserta en una de sus pocas ranuras disponibles. Está llegando a su límite. Tiene que encontrar la manera de sacar fuera de las pantallas tanto... tantas... tanta belleza. Con los refuerzos que obtuvo de los otros dos androides, sabe que ahora es capaz de fabricar algún dispositivo.

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De a ratos se siente en un laberinto sin salida. Mas ya pensaría en algo.

*Memoria integra la Antología “Cuentos por correo” (Ediciones Osiris, España).

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Del “Ideal” y la “Utopía”* Liliana Fassi

…17 de marzo de 1956… …en una esquina de un barrio de Villa María… La noche es cálida, pero el aire ya huele a otoño. Un nutrido grupo se agolpa ante la puerta enrejada del gran salón. En la parte superior, un cartel ostenta la leyenda Cine ideal Murmullos de curiosidad, conversaciones ansiosas acompañan la entrada de invitados y vecinos. En poco rato, se colman los asientos dispuestos frente al escenario enmarcado por un espeso cortinado de color bordeau… Ahí espera, emocionado y optimista, don Emilio Quiñones. Su voz se alza en medio de un silencio expectante; dos cuartillas manuscritas tiemblan en sus manos… “Autoridades eclesiásticas, militares y policiales… Señor Intendente Municipal… Señoras y Señores… En este momento me embarga una inmensa emoción que ustedes sabrán interpretar conscientemente debido a que, desde hoy, el barrio Carlos Pellegrini cuenta con un moderno cine-teatro que será el orgullo de todos nosotros… En nombre de la empresa del arriba mencionado, tengo la enorme satisfacción de dar la bienvenida a todos los

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presentes; en invitarlos luego, después de este vermouth que se ofrece a nuestros apreciados amigos en momentos de inaugurar esta casa, a presenciar el espectáculo cinematográfico y a continuación participar en el grandioso baile que en esta pista se llevará a cabo… Aprovecho la oportunidad para agradecer a todos aquellos que, indistintamente y lógicamente desinteresados, colaboraron para que esta proyección fantástica, diría así, se realizara… Solo me resta pedir a esta barriada amiga su apoyo alentador para que la empresa de este cine-teatro no desmaye jamás en sus acrisolados objetivos… Siendo así, nos sentiríamos inmensamente felices… Nada más…”

Enseguida, las escenas de la película “El cura Lorenzo”, protagonizada por Ángel Magaña, asombran y deleitan a la concurrencia… El cine, como fenómeno social y cultural, tiene en Villa María una historia que comienza con el siglo XX, con proyecciones hechas sobre un lienzo extendido contra la pared de un bar o una cancha de juegos. Tuvo su auge en el año 1958, cuando una ordenanza municipal reconoció la existencia de seis salas catalogadas en tres categorías. El “Ideal” fue la primera experiencia barrial en nuestra ciudad, emprendida por Moisés Barembaum y Emilio Quiñones. Aventureros y decididos, los socios compraron unas viejas barracas en la esquina de Vélez Sársfield 1901, donde había funcionado antiguamente un saladero de cueros.

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Remodelaron el salón, instalaron el cine y, aledaño a él, un bar y confitería. Hace años, Roberto Quiñones, el hijo de uno de los protagonistas de esta hazaña, recordaba que “…el encargado de la construcción era un señor de apellido Pavani… había tenido un alto costo… se consiguió un crédito hipotecario en una prestataria de Rosario… …había quedado, para la época, un cine de barrio bastante bien puesto… se había hecho un entrepiso, un escenario… venían obras de teatro de Córdoba… tengo el contrato que hizo mi viejo con el albañil, que incluía las siguientes refacciones: en la casa -donde funcionó el bar y confitería- se hizo revoque y pintura; en el salón, se sacó el techo, se levantaron un metro más las paredes y se volvió a colocar el techo; una puerta y ventana para la boletería; se construyó el escenario; se hizo el piso, revoque y pintura. Se techaron los baños; se levantó una tapia y se cerró la entrada. Por todo eso el albañil cobro $7.000”. En el Archivo Histórico de la Municipalidad se conservan las notas dirigidas al entonces Comisionado Municipal, don Isidro Fernández Núñez. Una de ellas, fechada el 14 de marzo de 1956 y firmada por Moisés Barembaum, solicitaba la autorización para la apertura del cine y el permiso para colocar carteles de propaganda. Por Decreto nº 552-serie R- del 25-4-56, previa “inspección de las instalaciones para asegurar que reúnan las condiciones de seguridad e higiene exigidas”, se otorgó el permiso…

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“…las películas llegaban de Córdoba en el colectivo expreso dentro de una funda cilíndrica de lona… venían todos los rollos acomodados adentro… se alquilaban por tres días, por una semana… algunas veces se proyectaban dos películas…”

A “El cura Lorenzo” le siguieron reconocidos filmes, también nacionales… “…’Pelota de trapo’, ‘Caballito criollo’... por lo general eran todas películas argentinas porque era un barrio donde había cierto grado de analfabetismo; entonces, se contemplaba que fueran películas en castellano…”

Sin embargo, la iniciativa no prosperó. Pese a las esperanzas y al afán puesto por sus dueños, el público no concurría… “…no era época para tener un cine en esa zona… parecía que estaba completamente alejado… aunque estábamos nada más que a cuatro cuadras del boulevard, parecía que estábamos en el fin del mundo … …las películas se iban eligiendo… a mayor calidad, a mayor proximidad del estreno, mayor era el costo… un cine de barrio, según la afluencia de público que tuviera, tenía que rescatar del dinero de las entradas el costo del alquiler de las películas, más los impuestos… por eso, los estrenos siempre se daban en los cines del centro… el impuesto era un porcentaje de las entradas… iba todas las noches un señor Grande, como

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inspector municipal… mi madre vendía las entradas en boletería y él las recibía en la puerta…” Estos avatares hicieron que el “Ideal” debiera resignar su suerte. Los propietarios se vieron obligados a buscar otras alternativas: espectáculos infantiles, fiestas y bailes reemplazaron las proyecciones… “…con el correr del tiempo, al no dar resultado, se alquiló el salón para casamientos, se empezaron a organizar bailes… también había eventos destinados a los chicos… el “viejito de los perros”, le decían, andaba en un furgón cerrado, tirado por dos caballos; ahí tenía sus perros, que jugaban en el escenario al fútbol con un globo, vestidos con las camisetas de River y Boca… ...después se hizo un gimnasio… a él asistían boxeadores de renombre de ese tiempo: Alcides Rivera, Benjamín Ferreyra, Felipe Ríos, los hermanos Ledesma… hubo espectáculos muy buenos de boxeo; tanto, que el salón llegó a resultar chico y hubo que alquilar el del club Central Argentino… se hizo otra clase de espectáculo, cualquier evento, tratando de explotar ese salón… fue una aventura que le costó todo su capital a mi padre…” Los objetivos declarados por Quiñones en la noche inaugural no fueron alcanzados; quizás, porque el entorno no era el adecuado; quizás, porque la aventura se anticipó a su época. Lo cierto es que Emilio Quiñones fue “…un hombre con un espíritu aventurero, todo le parecía fácil, él lo encaraba todo porque era muy optimista…”

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De esa materia están hechas las utopías. Con ese espíritu se va siempre un paso más allá.

* Basado en la publicación de la autora: Primer cine de barrio en Villa María: El Ideal” Entrevista con Roberto Quiñones” Verano de 1999 – Año I Nº XXVIII - El Corredor Mediterráneo. Puntal. - Río Cuarto / Villa María / San Francisco.

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Ahí

Fernando de Zárate

a Cachito Corazón le salió la muerte al cruce en el bulevar Alvear iba con el cajón de lustrar iba en bicicleta era el cantor de las madres solteras.

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A Villa María Noelia Stang

Ciudad azul de mi adopción pintada de jacarandá en flor. Ciudad rosada del amor coloreada de lapachos en su honor. Ciudad verde que da vida con mares arbolados de copa tupida. Ciudad paleta de pintores decorada de canteros de mil colores. Ciudad clara de su río que refresca las siestas de estío. Ciudad pujante y crecida ¡TE AMARÉ TODA LA VIDA !

Noelia Margarita Stang de Zandrino (entrerriana de nacimiento, y villamariense por elección).

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Celebración María Luz Díaz

Caminaban todos juntos por la vereda, eran cinco. El más alto de todos llegó primero a la esquina, tomó el picaporte y abrió la puerta del bar. De a uno pasaron por la estrecha puerta y se sentaron en la única mesa vacía. El que había abierto la puerta fue en busca de una cerveza. El lugar era oscuro y sucio; a pesar de que todas las mesas estaban ocupadas, no había mucha gente, la música se escuchaba claramente y detrás de la barra un hombre de desagradable aspecto atendía el bar. Volvió el más alto con una cerveza y los vasos necesarios, los ubicó en círculo en la mesa y puso la cerveza al medio. El que estaba sentado en contra de la pared tomó la iniciativa y les sirvió a todos con una destacada equidad. Casi como si fuera una ceremonia cada uno tomó su vaso y le dio un sorbo a la fría cerveza. Se miraron sin saber que hablar, y otro sorbo vino después. Discusiones sobre alguna partida de póker en la que alguno había perdido, según ese injustamente, según los demás por ineptitud. Apuestas y duelos empezaron a desenrollarse en la mesa como pergaminos. Se acabó la cerveza, otra llegó a la mesa acompañada de un cenicero y más discusiones y burlas. En un momento, ya entrada la madrugada, el hombre desagradable de la barra pasó al lado de la mesa los miró con un poco de asco y cerró la puerta del bar con llave. En la mesa seguían las discusiones cada vez más gritadas y más embebidas de cerveza. La llave en la cerradura colgaba como un péndulo, algunos la tomaban la giraban y se retiraban del bar. El 67


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despreciable encargado del bar se acercaba cada vez y volvía a ponerle llave. La humedad dentro del lugar era insoportable, el hedor llenaba el lugar, no se sabía de donde provenía, pero formaba parte de la situación. Para esta altura de la noche los envases vacíos casi llenaban la mesa, y las discusiones habían disminuido, el silencio era casi completo y cada uno de los participantes estaba inmerso en sus propios pensamientos, tal vez pensando en como justificar sus posturas en las conversaciones anteriores, casi inútilmente. De nuevo se acercaba el de la barra, y ya nadie le prestaba atención, tomó la llave y la guardó en su bolsillo, volvió hasta el fondo de la habitación, detrás de la barra. De pronto la música cambio, la imagen empezó a ser cada vez mas confusa, todo se cubrió de una atmósfera oscura y extraña. La gente que quedaba en el bar poco se daba cuenta. De pronto alguien detrás de la barra empezó a hablar con el encargado las luces se apagaron del todo. En las mesas empezaron a verse caras de confusión, algunos se paraban e intentaban irse, pero la puerta cerrada, nos les permitía el paso. El encargado ignoraba a quienes querían irse y tan solo miraba a su interlocutor. Las palabras del nuevo orador se hacían cada vez más fuertes y entraban como cuchillos en los oídos de los improvisados feligreses. De repente y sin saber como, todos estaban callados prestando atención y casi embelesados por algo que parecía una ceremonia. El encargado y el orador se ubicaron en el centro del lugar, casi no podía verse que estaban haciendo, llevaban cosas en las manos, y sus palabras ya eran gritos de furia y desesperación. Envueltos en una ira desconocida y desquiciada no miraban a los participantes obligados de

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la situación, de pronto, algo como una luz se encendió al fondo, detrás de la barra y apareció un hombre alto y bien vestido que también emitía gritos como los otros dos, por detrás de él se podía ver la luz que avanzaba. En la mesa, los cinco amigos se encontraban en una especie de calma inquieta, perdidos en la situación que ocupaba a todos los participantes y totalmente entregados a la celebración. La luz avanzaba cada vez mas y con ella un espeso humo y un calor insoportable. De pronto, como si la magia hubiera desaparecido, se escucharon gritos de horror y se vieron cuerpos corriendo en la oscuridad adornada de guirnaldas de fuego. La desesperación envolvió a la mayoría de los clientes, aunque algunos, perdidos en las palabras de los tres oradores que ahora gritaban irreconocibles palabras envueltos en la ira y la locura, estaban arrodillados detrás de ellos casi con la misma cara de devoción a lo desconocido, gritando, rodeados de las llamas que llenaban la habitación. De pronto el fuego lo inundó todo mientras los gritos de desesperación se mezclaban con los de adoración y el sacrificio se completaba. Las llamas ardían fuertemente y las cosas se desintegraban a su paso. De a poco el silencio llenó el lugar, ya no había gritos ni exclamaciones de dolor, sólo el crujido de la madera, los papeles y los cuerpos extintos.

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El librero

Martín Alejandro Pachetta

Descendió del colectivo y nadie más bajó después de él. Colgaba de su hombro un bolso de cuero, el que le había regalado un talabartero amigo para su cumpleaños sesenta y cuatro. Con una mano arrastraba una pesada valija y con la otra sujetaba un libro de tapas marrones y guardas doradas. Tres o cuatro veces al año don Armando, así con ese respeto se dirigían a él todos los del pueblo incluso sus amigos, viajaba a Buenos Aires y recorría personalmente las grandes editoriales. Le encantaba sumergirse en aquellos claustros y respirar hondo el aroma a tinta que emanaban las paredes. —Ya lo dábamos por muerto, don Armando. La voz ronca de Norberto Miranda, dueño de la tienda de muebles, le brindó el regocijo de saberse en tierras conocidas. Ante la broma, el viejo librero sonrió apenas, solo por complacer. —Anduve por muchos lugares esta vez y uno ya es viejo como para andar trotando. Miranda observó la valija seguro llena de libros. Lo ayudo, mencionó en tono amable. Probó el equipaje y admiró la fortaleza de aquel hombre de aspecto demacrado capaz de sobrellevar tamaña carga. ¿Y ese no entró? Le señaló el volumen que don Armando aprisionaba con la mano derecha. Este me lo regaló un amigo. Estiró el brazo para que relucieran las letras doradas hundidas en la portada. —¡La babosa!... ¡Qué nombre más repugnante! —Hace poco que se publicó. Es de un paraguayo.

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Poco conocido acá, ¡pero me lo recomendaron! Don Armando se colocó a la defensiva. Sabía que el título era poco gratificante y la historia tampoco le agradaba demasiado. La lentitud del desarrollo atentaba contra su lectura impaciente y la escritura al mejor estilo de la vieja manera frustraba su predilección por las nuevas formas narrativas. Además, no encontraba personaje que le cuadrara. Ni Ramón, ni las hermanas Clara y Ángela, ni el maestro Quiñónez, ni el cura, ni ningún otro era del gusto suyo. Compartía con Miranda el calificativo de repugnante para referirse al título, atributo que hacía extensivo a toda la novela. A su juicio, se trataba de un mal producto pero era el obsequio de un amigo. Caminaron por el bulevar. Don Armando encendió un puro y, mientras lo hacía, no alcanzó a ver el gesto de sorpresa de su compañero porque sabía de las recomendaciones del doctor. Por entre el humo, de los labios de don Armando emergieron palabras deseosas de conocer las novedades de la ciudad. —Acá, como siempre, no hay mucho. Hay rumores de que están por cambiarle el nombre a los barrios. El librero apartó el cigarro y se quedó pensativo con la frente arrugada. Había oído del proyecto antes del viaje y seguía sin encontrarle explicación. Vivía en La Rural y para él ese barrio debía seguir llamándose así. Al igual que el Villa Aurora debía seguir siendo el Villa Aurora o el Chaco Chico, siempre Chaco Chico. Por qué no ocuparán el tiempo en otra cosa, pensó y preguntó por las razones. —No sé, don Armando, pero no se angustie antes de tiempo ya le dije que solamente son rumores. Recordó esa misma frase pero en labios de otra persona. Había sido un par de años atrás, cuando aún era profesor en el Víctor Mercante. En ese entonces, Sobral le ha-

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bía dicho que lo de la intervención era sólo un rumor, que no era más que cosas que andaban diciendo por ahí, y a la semana sobrevino la intervención. —Pero dígame usted, don Armando, qué noticias se trae desde la capital, qué se dice por allá del viaje de Perón a Chile. Aspiró con el cigarro en la boca, la frente aún llena de arrugas. —No mucho. Parece que lo recibieron muy bien, dicen que había una multitud, pero es lo que leí en los diarios. Desde hacía un tiempo don Armando evitaba hablar de algunas cosas. Había seguido al presidente desde sus comienzos: estuvo entre la multitud que lo había recibido en su visita a la ciudad, al igual que más tarde acompañó el arribo de Evita; lo había aclamado un glorioso 17 de octubre y por supuesto lo había votado en el 46; pero últimamente notaba algunos cambios que no le gustaban mucho. Por ahí algunos comentaban que se había aliado a los capitales extranjeros y que buscaba amigarse con los del norte y don Armando algo de eso también notaba. Prefirió un cambio de tema: —¿Se acuerda del pibe Guevara? —¿Guevara?... ¿cuál? —El chico éste que era empleado de vialidad de la provincia, ¿recuerda? El que vivía sobre el Vélez Sarsfield y venía seguido a comprarme libros. Miranda no tenía presente su rostro pero recordaba que don Armando en muchas oportunidades había hecho referencia sobre ese chico, sobre la cantidad de tiempo que se quedaba husmeando los estantes, sobre lo que leía. —Lo encontré allá en la capital, mientras caminaba por una feria. Está hecho todo un hombrecito. Me contó que se recorrió todo el país en moto. Y eso no es nada.

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Dijo que con un amigo se fueron también en moto hasta Venezuela y después volaron a Estados Unidos y volvieron a Buenos Aires, ¿usted se imagina? El mueblero meneó la cabeza. —¡Qué locos estos jóvenes de hoy día! Dígame a dónde va ir a parar el país con chicos así. Lo que tienen que hacer es conseguir un trabajo y sentar cabeza de una vez. El librero también pensaba que era una locura. El sol comenzaba a desplomarse detrás de las casonas céntricas. El avance de las sombras y una leve brisa del sur refrescaban las calles arenosas.

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En el río... Úbeda Ratmuzen (Milton Martinez)

calor pegajoso de aire sin movimiento sol penetrante hasta el hueso estupor urbano de cemento todo todo acusa el cuerpo el alma escapa en silencio tu compañía incita a ir lejos allá lejos donde chocamos con el follaje de los sauces las sorprendidas iguanas y los benteveos caminamos polvorientos cargados de silla y mate alguna lectura alguna pintura algún perro los ojos no divisan el claro el sonido del agua infla nuestros anhelos por fin se presenta omnipresente nuestro pequeño lugar en el mundo solitario esperando nuestros pasos agazapado y con cautela al principio nos rinde desinteresadamente una fiesta para dos luego en el río jugamos nuestra vida…

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Plaza Pedro Vi単as, 13/07/2011, por Gustavo Marcelo Caffaro

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Mi primera visión de la ciudad Olga Carra

Mi primera visión de la ciudad, fue a los siete años. apenas puse mis pies en ella, sentí que me pertenecía, y que algún día habitaría en ella. Y así fue, en el año 1952, luego de contraer matrimonio en mi pueblo natal, nos instalamos, lo que para mí era la tierra prometida. Aquí nacieron mis dos hijos, mis cinco nietos y mi bisnieta de apenas dos años y medio, mi sol, mis deseos de seguir viviendo para verla crecer, como lo hice con sus padres. Recuerdos de aquellos años y lo que más quedaron plasmadas en mis pupilas fueron los amplios y arbolados boulevares. Tuve la dicha de vivir frente a uno de ellos, el Velez Sarsfield frente a la Escuela de los Padres Trinitarios. Era sentarse en la vereda en las noches estivales y aspirar el perfume delicioso de los eucaliptus y el ir y venir de los omnibus de larga distancia, por la ruta 9. Nos quedábamos hasta el paso del último coche de la medianoche y además ver las ventanillas iluminadas del tren El Serrano. ¡Qué bello era aquel paisaje de ensueño! Todo era muy sencillo, nuestras vidas transcurrían sin sobresaltos. No había temor, los niños jugaban sin restricciones. Todo era sociego y con poco éramos felices, con los vecinos formábamos una gran familia. Hoy recuerdo y hago un parangón entre aquella de 1938 y la de hoy. Ha cambiado profundamente, pero físicamente, su raíz sigue intacta, perenne, como un árbol añoso pero fiel a sus costumbres, a su estirpe. Sé que la globalización se introdujo en nosotros, el modernismo cambió las etiquetas, pero es la misma niña de antaño, hoy transfomada en una gran dama. Plena de cultura, de Escuelas y Universidades que nos educan,

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cuidan de nuestra salud estatales y privados. Debemos los ciudadanos estar orgullosos de nuestro terruño, cuidarla y amarla junto a nuestros gobernantes. Y...mis recuerdos me preguntan ¿La de los amplios boulevares con una sola lámpara que nos iluminaba y el perfume de sus plantas?¿ O la de hoy, llena de luz y prosperidad? Yo, a mis 82 años me quedo con las dos. Saludos y cariños a ustedes y a toda mi hermosa ciudad.

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Ciudad de mi vida Rafael Enrique Moreno

Ciudad de mi vida, con tus verdes y tu río, eres como el alma mía, como una tarde de estío. Alguna vez, en mis caprichos, quise escapar de ti, y ahora, cada vez que me alejo, ansío volver aquí. Cuando te comparo con otras, me embarga un sentimiento de unidad contigo. Y es que eres la primera, la original, quién sabe también sino… la final. Aquella que me vio nacer y crecer, que incluso me vio partir, para más tarde volver. Aquella que me cobijara desde pequeño, hasta ser el que soy hoy en mi empeño, de escribirte aquí humildemente, rindiéndote algo de honor. Ciudad de mi vida, quién te hubiera visto nevada, cautivando las miradas, como una musa inspirada.

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Cuántos te ven iluminada, todos los días, noche tras noche, para culminar cada año en curso, brillando tu cielo nocturno, con fuegos de artificio en broche. Te has sabido transformar, positiva con el paso del tiempo, mejorando tanto tu esencia, así como tus cimientos. Estas líneas irán a tu historia, descargando mis intentos, siendo uno más de los protagonistas, personajes de tu cuento. Ojala pueda seguir disfrutándote, mientras estemos juntos en esto. Esto de vivir y de ser vida, de ser ciudad y sujeto.

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Re-aprendizaje Cecilia Burello

De cuando el amor resulta transformador. Te necesitaba desde mucho antes de conocerte. Sabía que algo en mi vida debía cambiar, pero no hallaba un motivo para hacerlo. ¿Qué ocurre cuando una persona perdió la iniciativa? Fácil era oír frases tales como “Eugenia tenés que poner voluntad”. Pero nadie entendía mi desmotivación. Levantarme, acostarme, pensar y reincidir en los pensamientos más tormentosos. El cuerpo me estaba demostrando que no era tan fuerte como yo me creía y esa locura juvenil de llevarse el mundo por delante, ahora me azotaba a lo más oscuro del encierro. Mis extremidades ya no respondían y, como mecanismo de defensa, las lágrimas se derramaban sin que yo, conscientemente, les enviara la orden de salir. Y una vez más la sensación de asfixia, esa opresión que me hacía padecer la muerte en vida… De aquellos momentos increíbles. Mi vida transcurría en la Capital. Luego de cinco de carrera y un título, todo aparentaba que se realizarían mis próximos trayectos en Córdoba. Vivía segura (palabra que resuena con nostalgia en lo más recóndito de mis sentimientos), tranquila de que todo marchaba a la perfección (porque así me lo autoimponía). Caminaba por cualquier lugar y hora, luchaba contra mis propias expectativas de ser una gran embajadora e incursionaba en la docencia. Simplemente me creía plena.

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Una noche de abril ocurrió el primer episodio que, al menos yo, registrara como peligroso. En la parada del colectivo unos jóvenes me abordaron; armados y desencajados ultrajaron mis pertenencias y mis cabales, dejándome sin nada más que sensación de impotencia. Grite, pero nadie me escucho; llegó la policía, pero me explicó que era una zona liberada; entre tanto seguí como si nada… Excepto por un escalofrío que recorría mi cuerpo cada vez que me detenía en la calle, pues me estaba quedando inmóvil como aguardando que un nuevo ladrón asaltara mi integridad. Los meses pasaron y me resistía a volver a Villa María. Sólo recuerdo una frase: “Si hubiese deseado volver a Villa María después de recibirme, no hubiera estudiado relaciones internacionales”. De ese instante. Con varios cambios de domicilio y ciudades en mi haber, había aprendido a no aferrarme a ningún espacio geográfico; me convencía más la idea de ser trotamundos. Viajaba todas las semanas y los colectivos eran parte de mi rutina. En ese mismo orden, tampoco deseaba aferrarme a una figura masculina, me resistía a ajustar mi libertad a la dependencia de un hombre. Salía a bailar, vivía un tanto desordenada, disfrutaba cada momento como el último… Algo comenzaba a vaticinar la caída libre. Entre tanto derroche, Bernardo se impuso en mi camino con su frescura y ocurrencia. Teníamos todas las perder: ninguno de los dos creía que era el momento de parar. Estábamos atravesando esa instancia de incertidumbre propia de dejar atrás la locura adolescente y emprender responsabilidades adultas. Los días pasaron, los encuen-

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tros se incrementaron y un deseo extraño comenzó a invadirme: ya no quería seguir huyendo. Él me estaba regalando una segunda oportunidad en este lugar. Villa María así se volvía el retrato más vivo de mis miedos a crecer: ¿Cómo podía convertirme en una “Susanita”1? ¿Quedarme en la pequeña ciudad que nada me ofrecía a nivel profesional por amor? Eso sólo ocurría en los best seller baratos que nunca hablan del amor propio e imponen recetas cual profecías autocumplidas. De la debacle, literalmente. Sin un motivo real insistía –o me resistía a instalarme definitivamente- con regresar a la capital. Un nuevo viaje fue el desenlace menos esperado. Nuevamente a plena luz del día me abordaron dos tipos en moto que poco o nada se interesaron en la explosión de mis nervios. Me odié, grite, lloré, corrí y volví a llorar. Ya no regresé a ese lugar. Las crisis aumentaban en la medida en que el encierro aliviaba mi dolor. Es que no sólo me habían robado lo poco que cargaba, sino también el deseo que progresar, de crecer, de salir a la calle libremente. Los meses transcurrieron, ese episodio fue devastador… Nunca volví a ser la misma, ni a poner un pie en Córdoba sola. Entre tanto mi ciudad se convirtió en un oasis de tranquilidad. Comencé un proceso lento de recuperación cual tratamiento contra alguna adicción. La mía era el miedo. Bernardo me sostenía, acompañaba cada crisis, me abrazaba para devolverme la sensibilidad en el cuerpo, me secaba las lágrimas cuando no había motivos para llorar, me iba amando en silencio. Sin planearlo –por primera vez en mi vida- nos fuimos enamorando. Se volvió mi compañero fiel, el guardían de mis propios miedos. 1 Personaje de la historieta “Mafalda” del artista argentino Quino.

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De cuando el amor sana. Luego de varios meses, empecé a salir sola a la calle. Villa María tiene un aroma especial para mí, hoy. Me alivia caminar por lugares tan familiares como el boulevard que enmarca el colegio donde realicé la secundaria, la costanera que albergó momentos felices con amigos, las casas de mis hermanas del alma. Además, comienzo a proyectarme de la mano de Bernardo. Volver a creer entre el miedo es aterrador, pero me despierta una adrenalina que pensaba que nunca retomaría. Vivir pensando en el presente, programar el futuro acá mi ciudad, mi hogar con mi familia, mis amigos, mi amor. De cuando me volví optimista. De seguro me leerán y pensarán que intenté reproducir una historia típica de esos best seller que tanta repulsión me despiertan por su optimismo. No hay mensajes esperanzadores, mucho menos reveladores en mi relato. Los ataques de pánico no son una moda, verdaderamente inmovilizan. Pero tal vez la clave sea dejarse querer por los verdaderos afectos y tener la ferviente necesidad de cambiar. Sólo se trata de mi experiencia de vida. ¡De cuando empecé a creer que el amor realmente transforma!

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Canto a Villa María Susana Accornero

A ti te canto hermosa ciudad, donde nativos tiempos, la forjaron. donde el río serpentea dejando huellas, donde las palomas dejan sus marcas y revolotean. Rico lugar donde duermen aletargados tantos proyectos que, DIOS mediante en un futuro podrán proyectarse y ejecutarse. Te canto Villa María ciudad de mis amores de mi más tierna adolescencia; donde habitan amigos, rostros queridos y tantas instituciones que me son de referencia. Y TU Señor gobernando mis afectos, porque a pesar de lo duro y doloroso, me permites vislumbrar un mañana de realizaciones y de sueños.

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Yo le canto a Villa María, la hermosa, con sus torres al cielo, como ahora podemos mirar hacia arriba y ver concretarse pequeños rascacielos. A Villa María, la de la costanera, la verde, la encantadora, la de los paseos, la de la lavanda y los lirios. Ciudad de ensueños, donde rodeada de todos mis espacios aunque no todos mis afectos, encuentro el sosiego para mi espíritu.

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Más de medio siglo en la Villa: el Chiche y sus Cycles Mundos Verónica Pellegrino

Mediaba el año 56 cuando Esio “el Chiche” Remo Pellegrino de 32 años, su esposa Rosa Pura Kacich y sus hijos María Rosa (10) y Adelqui (14) descargaron sus pertenencias en lo que sería su hogar temporario en la calle San Martín, entre Tucumán y Mendoza de la arbolada Villa María. Atrás había quedado el polvo de las calles de Las Varillas y Villa María se presentaba como una ciudad pujante en la cual “Don Pelle” podía desempacar sus propios sueños de progreso. Unos años antes, en Las Varillas, el Chiche, uno de sus hermanos, Lido, y un socio de apellido Palmero –hermano de Juan Palmero, quien fuera Ministro de Gobierno de Illia- habían comprado una bicicletería a un comerciante llamado Edmundo García, quien la había bautizado “BICICLETERÍA MUNDO”. Al tiempo, con la incorporación de los repuestos y accesorios de motocicletas, el emprendimiento recibió un nuevo nombre: “BIMOTOR”. Los rumores no tardaron en llegar que en la ciudad de Villa María no había una competencia significativa para ese rubro, motivo por el cual “el Chiche” decidió arriesgarse y lanzarse para estos lares. Compró las partes a sus socios y se las revendió a quienes serían sus compañeros de negocios en las tierras de Ocampo: “el Cheta” y “el Nelso” Fiuri. El flamante negocio se llamó “CYCLES MUNDO SRL” y funcionó, por primera vez, a mitad de la calle Corrientes al 1300, en un pequeño local alquilado. Otras lo-

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caciones posteriores fueron el salón de la calle Entre Ríos (frente al actual Cycles Mundo Bicicletas) y el de la calle Buenos Aires a media cuadra de la Plaza Centenario (que hoy alberga un bazar). La década de los 60 fue la más próspera para Cycles Mundo SRL, que se había convertido en negocio mayorista de una vastísima zona del país y contaba con sucursales en otras ciudades como Río Cuarto y Bell Ville. El Cheta viajaba a repartir mercadería y el “Pelle” recuerda con entusiasmo los viajes que él mismo realizaba para abastecer la tienda. Resalta el hecho de que todos sus proveedores eran inmigrantes, principalmente italianos y alemanes, asentados cómodamente en importantes fábricas de Rosario y Buenos Aires, de las que provenían repuestos y partes de la mejor calidad. El fin del período encontró al negocio sólidamente establecido en la Villa con locales propios en Corrientes al 1244, donde funcionaba la sección de bicicletas, y Corrientes y 9 de Julio, para la parte de motos. Los años 70 trajeron muchos cambios para el negocio, el más importante de todos: el quiebre de la sociedad Pellegrino – Fiuri en 1972. Cycles Mundo SRL se dividió en CYCLES MUNDO BICICLETAS, con Don Pellegrino a la cabeza y CYCLES MUNDO MOTOS, en manos de los hermanos Nelso y Cheta Fiuri. Para compensar la enorme pérdida del segmento de motos, María Rosa, quien ya se había dedicado de lleno a trabajar en la bicicletería, decidió incorporar la venta de indumentaria deportiva. La nueva sección fue creciendo de a poco y consiguió su remonte definitivo en los 80s con el auge de marcas como Adidas y Topper. Empleados de años como Mario Lozano, Luisa Gurruchaga y Adriana “la Tana” Bottero acompañaron este proceso.

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En 1984, el Chiche sufrió un gran susto con su salud y decidió hacer una nueva división del negocio, esta vez entre sus hijos. María Rosa, mentora del proyecto, quedó a cargo de Cycles Mundo Deportes y Adelqui, quien se dedicaba a la fotografía y a los medios audiovisuales, de Cycles Mundo Bicicletas que pasó a ocupar su lugar actual en el edificio de la calle Entre Ríos al 1140. Para la felicidad de todos, el susto fue sólo eso: el Chiche recuperó rápidamente su salud y permaneció detrás del mostrador de Deportes hasta hace apenas unos años. Hoy el Pelle, con sus recién inaugurados 89 años y con cinco bisnietos en su haber, recorre incansable las calles de la Villa a paso seguro y tranquilo: los Cycles Mundos continúan su rumbo como hitos comerciales de la ciudad y la zona, su hija María Rosa, sus nietos Darío y Verónica y su nuera Marta, se lo aseguran. Mantiene a rajatabla su rutina de café matutino en La Madrileña y tardes de bochas y truco en los parques Pereyra y Domínguez e Hipólito Irigoyen (Villa Nueva). Hace ya algunos años que se mantiene alejado de las canchas de Tenis Criollo, deporte que jugó con gran afición en el Club Almagro, otro de sus grandes amores, al que llevaba a sus nietos los sábados por la tarde. Si alguien se atreve a preguntarle cómo sobrellevó durante tanto tiempo la intensa actividad comercial, a modo de consejo encubierto, responde: “nunca me dejé absorber, siempre dejé tiempo para lo que me gustaba: el tenis, la caza y la pesca”. Sonríe con melancolía al recordar a sus amigos correntinos, compañeros de innumerables viajes, y a los del club, como Olmedo y Pidoux, con quienes se daba cita obligatoria varias veces a la semana para “paletear” y entrenar para la infinidad de torneos en los

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que particip贸. Se define como un optimista y amante de la vida, eterno agradecido de esta hermosa ciudad que tanto le ha dado durante m谩s de medio siglo.

Arriba, Pelle en el negocio. Abajo, abuelo con toda la familia.

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Caperucita Roja- entrevista exclusiva Leandro Nani

“El lobo y mi abuela eran amantes” Es un icono de la literatura infantil. Cuenta sobre su adolescencia y algunos secretos de los cuentos de hadas. A pesar de tener arrugas en su rostro afirma que se siente igual que aquella niña que llevó comida a su abuelita a través del bosque. Rompe el silencio y cuenta las verdades ocultas de los cuentos clásicos. Su seguridad para hablar es admirable, se la nota serena. Me recibe en su cabaña y me invita un té. —¿Por qué cree que no habló antes? —Supongo que por respeto. Nuestras historias se difunden de generación en generación y soy conciente de que los secretos que estoy a punto de develar pueden llegar a ser impactantes; pero ya estoy vieja, a mi entender estoy transitando el ultimo trayecto de mi vida y no pienso llevarme todo esto a mi tumba. Voy a decir toda la verdad. —¿Verdad o verdades? —“Verdades… son mas de una.” —¿Por ejemplo? —El lobo y mi abuela eran amantes. Ese día que llevé comida a mi abuela no fue casual no fue casual que el lobo se cruzara en mi camino. Por lo visto él se dirigía al mismo lugar que yo y sin querer arruine el encuentro amoroso.

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—Entonces el lobo no era malvado después de todo. —Claro que no. Inventaron todo ese teatro para que la situación no se les fuera de las manos. —¿Y el leñador? —No fue un héroe, por lo menos para mi abuela… —¿Qué quiere decir? —Quiero decir que durante años creí que el leñador había matado al lobo para salvar a mi abuelita y a mi; pero no, en realidad lo mato por celos —¿Su abuelita jugaba a dos puntas? —Exacto, esto era un triangulo amoroso —¿Y cuándo fue que su abuela le confeso todo esto? —Un día antes de morir. Yo ya tenía veintidós años (Silencio) —Prosiga, Caperucita. —Bueno… llegó el momento de hablar de Blancanieves, la explotadora. —¿La explotadora? —“Sí, escuchó bien. Los siete enanos trabajaban gratis, en condiciones deplorables y encima sufrían maltratos por parte de Blancanieves. —¿Y en la actualidad? —De los siete enanos sólo quedaron tres, los cuales huyeron una madrugada mientras Blancanieves se divertía en un club nocturno. Desde ese día se quedo sola. Por lo que pude saber ahora esta encerrada en un manicomio, la soledad la volvió loca. 91


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—¿Qué más tiene para contar, Caperucita? —Sí, no me voy a olvidar de La Bella Durmiente. Todos creen que dormía tanto por causa de un hechizo impuesto por una malvada bruja, pero no es así, en realidad era una adicta a la morfina y a los somníferos. Un príncipe fue el único capaz de pagarle el tratamiento. —Esto es increíble, ahora que va a decir: ¿Los cabellos largos y dorados de Rapunzel eran extensiones? —Sí, precisamente, gastaba más en extensiones rubias que en comida. En la película de Shrek salió todo a la luz y por eso ella demandó al director —Me parece que tanta información puede hacer mal a los lectores, ¿Podríamos cambiar de tema? —Bueno, no hay problema, igual no tengo mucho mas para hablar —Todos la recuerdan como niña, nadie sabe como continuo su vida. ¿Cómo fue su adolescencia? —Bien, fue muy feliz. En la secundaria era muy popular, las mujeres me tomaban como modelo a seguir y los hombres me admiraban sobre todo por mi cuerpo esbelto y seductor. Y no era para menos, seguía una dieta a base de almendras y frutos del bosque. Creo que desde los quince a los dieciocho fue la época donde use mi atuendo rojo en forma más provocativa, me gustaba mostrar. —¿Tuvo la oportunidad de tener novio? —Sí, por supuesto. Pinocho fue mi gran amor. Al comienzo sentí una atracción puramente física pero con el tiempo me fui enamorando y hasta nos casamos

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—¿Cómo fue que se conocieron? —Él cursaba en un año menos que yo, teníamos dieciséis y diecisiete años. Yo sabia que hace tiempo le gustaba pero Pinocho era muy vergonzoso y fui yo la que di el primer paso. De hecho su nariz fue la gran protagonista, recuerdo que le pregunté: “¿Te parezco linda, te gusto?” y él me lo negó, entonces su nariz creció y se ruborizó. Fue súper romántica la situación. —¿Y qué pasó con Pinocho? ¿Dónde esta ahora? —Falleció aproximadamente hace un año; lo convertí en aserrín y lo arroje al mar. Fue un gran compañero de vida, me hizo muy feliz. —Como para cerrar la entrevista, ¿Quiere decir algo, Caperucita? —No, sólo agradecer por este espacio que me brindaste en tu imaginación, un placer haber charlado con vos.

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Gorrión de sueños Luis Alberto Luján

Lento, muy lento es tu vagar por mis venas, tan calladamente lento y eterno, constante, siembras mis suelos, besas mis costas y te vas volando en tu andar peligrosamente amante. Siempre serás ese gorrión indómito, pasajero, que buscar cuidadosamente el calor de otro nido, vagas río mío, vagas en mis dulces playas, quién arrullará mis noches cuando te hayas ido. Besándote es la única manera que tengo de amarte, y besándome a otras costas dirigirás hoy tu vuelo, como cada verano pasar robándome caricias al azar, seduciendo con tu libre andar mi fecundo suelo. En mi balneario te acuné en noches de carnavales y de alegres festivales en largas lunas de enero, te di el nombre de Ctalamochita en honor a tu pasado cuando mis habitantes sólo te llamaban Tercero. Aquí nací con espíritu de estancia y de postas, siendo sólo un paso sobre tu bendita agua bravía, y me hice ciudad junto a ti porque me quisiste y en tus graciosas aguas me bautizaron Villa María. Siempre fuiste el duende ingobernable del paisaje, llegando airoso desde altos montes y lejanas selvas, fuiste el génesis y causa irrefutable de mi existencia, y me germinaste con tus granos de arenas y madreselvas. Así fui mujer, esposa y madre natural de tu lecho, mis calles se llenaron de guardapolvos blancos sin edades, de mis hijos corriendo sueños de grandeza y nostalgias de hombres que se forjaron en mis propias universidades. Tengo sed de progreso y no puedo detenerme ahora,

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Versos y relatos de nuestra gente

pronto estaré cubierta de autopistas de cemento y cantero, pero siempre que vuelvas me encontrarás / cantando entonces en las tibias noches de un interminable mes de febrero. Fuiste en el pasado cuna de oro y tiernas quinceañeras que a tus costas llenaron de amoríos y ensueños, fuiste el trovador que amándolas les regalaste tus versos cuando los amantes a tus sombras se hicieron dueños. Me perteneces, gorrión mío, manantial eterno de aventuras, por ti nací, por ti siempre vivo, y por tus aguas muero, siempre llevarás y traerás otras historias de amantes porque sólo prevalece en ti el darte al libre vuelo.

Teatro Verdi (Gillermo Yañez)

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Foto aportada por el hist


toriador HĂŠctor Zanettini



Versos y Relatos de nuestra gente Autores Varios

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Presentación

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La señora del tren

17

Aguas danzantes

18

Deleite

19

Una lágrima en orsai

21

Nosotros tus inquietos habitantes

22

Sweet Home Villa María

25

Reflejo distorsionado

33

Fotos

34

Negación

36

...Y la Virgen... ¿Dónde está?

38

Funchiti

42

Reunión de jubiladas

44

Batallas por perder

49

A Villa María

50

Memoria

59

Del “Ideal” y la “Utopía”

65

Ahí

66

A Villa María

67

Celebración

70

El librero


74

En el río

76

Mi primera visión de la ciudad

78

Ciudad de mi vida

80

Reaprendizaje

84

Canto a Villa María

86

Más de medio siglo en la Villa: El Chiche y sus Cycles mundos

90

Caperucita Roja - Entrevista Exclusiva

94

Gorrión de sueños


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