Antología Literaria SADE 2010

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Antología literaria SADE 2010. - 1a ed. - Villa María : El Mensú Ediciones, 2010. 160 p. ; 21x15 cm. - (Reuniones; 1) ISBN 978-987-25748-9-5 1. Antologia Literaria. CDD A860 Fecha de catalogación: 07/12/2010

Contacto con los autores: elpoeta@infovia.com.ar

Editor: Logo editorial: Diseño de tapa e interiores: Fotografías de tapa:

© Darío Falconi © Santiago Gallardo © Darío Falconi © Anibal Galdeano

© 2010 Olga Fernández Núñez, Dolly Pagani, María Celia “Puqui” Charras, Alicia Torra, Horacio Cabezas, Eduardo Belloccio, Gerónima Prado, Amanda Barea de Palacios, Cristina Pablos, Magdalena Castro, Luis Alberto Luján, Susana Accornero, Bibiana Pérez Gálvez, Normand Argarate, María Elena Tolosa, Pedro Accastello, Eduardo Pin, Mónica Fornero, Eva Senn, Alcide Fornero, Darío Falconi, Evangelina Sodero, Mirtha Cuello, Carlos Santunione, Alicia Perrig, Silvia Graciela Bonetto, Ilda Mistraletti, Lelia Frías, Francisca Córdoba, Richard Zandrino, Javier Gaido, Etél Francisco Bergeró Perusia, Olga Bruera, María Julia Méndez, Federico José Daniel Giacomelli, Victor Centurión y Gisela Leocato.

© 2010 EL MENSÚ ediciones www.elmensuediciones.com.ar mensu.ediciones@gmail.com (0353) 154201252 ISBN 978-987-25748-9-5 Queda hecho el Depósito que establece la Ley 11.723 Libro de edición argentina. La responsabilidad de las opiniones expresadas en las publicaciones de EL MENSÚ son exclusiva competencia de los autores, firmantes y herederos; las mismas, no reflejan necesariamente el punto de vista del Editor ni de la Editorial. Del mismo modo la editorial no se responsabilizará por la utilización de las imágenes que pueda contener la publicación, la inclusión de las mismas, como el permiso de hacer uso de ellas dependerá de cada autor/es. Prohibida la reproducción parcial o total, el almacenamiento, el alquiler, la transmisión o transformación de este libro, en cualquier forma o por cualquier medio, sea electrónico o mecánico, mediante fotocopias, digitalización u otros métodos, sin el permiso previo y escrito de su Editor. Su infracción será penada por las leyes 11.723 y 25.446.


ANTOLOGÍA LITERARIA SADE 2010

Sociedad Argentina de Escritores Villa María

Córdoba - Argentina

El mensú . reuniones . 01



ANTOLOGÍA LITERARIA SADE 2010

Villa María



Reflexión de una lectora

Una de las riquezas de la vida cultural villamariense, consiste en estar abierta a la creación literaria, incorporándola como cicatriz indeleble en nuestra historia, afirmando así, la proyección de lo que en nuestra patria chica realizan los unidores del arte de la palabra. De ese modo, estimulados, para que la poesía o narrativa no mueran sin ser escritas, los obreros del lenguaje pueden seguir transitando el camino de posibilidades creadoras, descubriendo emociones, reflejando vivencias, buscando metáforas, ya sea en las líneas de una prosa o en la forma significativa de la poesía. De acuerdo a esto y, con el deseo de seguir trabajando para ensanchar y enriquecer cada uno de los basamentos de nuestras letras, la S.A.D.E. local reúne el trabajo que voluntariamente acercan casi cuarenta escritores asociados a la entidad, que nos hacen viajar a lo largo de una ponderable Antología Literaria. Toda una arquitectura sentida, donde a veces prima la sencillez de la forma, en otras hay significación simbólica, alguien habla con verdadera economía verbal. Por allí escuchamos una voz que fluye como una oración, mientras palpitan otros un juego de sugestión y muchos dándonos un conmovido mensaje de esperanza.


Esencia y palabras fundidas para dar diferentes formas en cuentos, relatos, poemas o historias, cada uno a su manera confirmando esa “magia sugestiva” de su talento, estilo, originalidad y belleza. Todo un mosaico de distintas tonalidades. Un muestrario de individualidade sunidas en la posibilidad de creación y sobre todo de amistad y de esfuerzo colectivo que se ofrece como tributo a nuestra ciudad. Expresada así mi reflexión como mera lectora de estos sembradores de letras y noches, creo que debemos escuchar, conocer y reconocer el mérito de quienes desde la inquietud de su sitio tienden su mano a modo de decir “—Estamos aquí esperando a ese lector que será un huesped bienvenido.”

Puqui Charras


A la memoria de

Olga Férnandez Núñez de Olcelli.

Comisión Directiva S.A.D.E. Villa María



Linón (primer capítulo, 1939) Olga Fernández Núñez Después de ejecutar algunos arpegios, Leonor abandona el piano y camina lentamente hacia la terraza. Bella, de estatura regular, su cuerpo está dotado de gran elegancia que se acentúa en su andar de abandono y pesadez. Leonor tiene diecisiete años. Diecisiete años que se reflejan en la esbeltez de su silueta, en las perfectas líneas de sus rasgos fisonómicos y en su expresiva mirada en la que se adivina una vaga ansiedad y un brillo de viveza juvenil. Su blanco rostro que contrasta admirablemente con el azabache de sus ojos, y de sus rizados cabellos, presenta ahora una expresión pensativa. Cae la tarde, y Leonor piensa... Piensa desde el día aquel en que conoció los principales misterios de la vida. Era, entonces, una niña. Varias veces se lo había preguntado a sí misma con infantil curiosidad, y su inocencia halló una solución tan convincente que ella juzgaba real, a pesar de ser confusa e inadmisible. Pero una tarde... El crepúsculo lucía sus destellos de oro viejo, cuando una niña tan niña como ella, derribó su castillo de inocencia... Intentó protestar, pero pudo más el raciocinio que su convicción espiritual, y desde entonces dejó de ser niña para convertirse en una mujer conocedora de la realidad. ¡Ella!... que se había forjado un mundo ideal donde existía la comunión de las almas. Sus ojos al abrirse absortos a la crudeza de una realidad que se antoja horrenda, creyeron contemplar todas las miserias de ese mundo que ella soñara feliz y placentero... Leonor se convierte así en una acendrada mística. ¡Nada del mundo y sus placeres!... Ella no puede vivir esa vida, pues su alma, la esencia exquisita de su ser, llena de emotividades y encantadores perfiles, se ha educado en personalísimas creencias. Ella adivina en sí misma su natural apasionado, pero sus aberraciones del espíritu han dictaminado que siga el sendero de los puros y los castos, y siempre acuden a sus labios aquellos versos de Fray Luis de León: SADE Villa María

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Qué descansada la vida... La del que huye el mundanal ruido Y sigue la escondida senda Por donde han ido los pocos sabios que en el mundo ha sido!...

Sin embargo, Leonor sueña a veces, y en ese ensueño es en el que ahora se pierde su imaginación. Si apareciera en su vida ese príncipe azul, que conoce a través de las novelas, si alcanzara un amor grande y sublime, uno de esos amores de que hablan los poetas, ¿persistiría, acaso, su propósito de “no vivir”?... Su mirada se pierde en el vacío, y dejándose llevar por el entusiasmo exclama en alta voz: ¡Cuánto quisiera vivir una novela!... Es tanta la animación que pone en sus palabras que sus ojos se iluminan, y permanece en éxtasis contemplando imaginariamente una figura que forja su mente caprichosa, y que no es más que la representación ideal del ser que, según ella, haría la felicidad de la soñadora... *** Cultora del arte de Chopín, la bella adolescente es una artista del teclado. De superior sensibilidad su alma se ha compenetrado de la substancia misma de las interpretaciones, y hoy es a la vez que delicada ejecutante, una sutil compositora. Las clases de música las recibe en la Escuela del Sagrado Corazón, en cuyas aulas se deslizó plácida su niñez entre las blancas tocas de las religiosas que, cual palomas de amor y de dulzura, captaron el suave corazón de Leonor haciendo de ella un alma inspiradora por nobles y elevados sentimientos. Pero Leonor ha cambiado. Ese sueño, esa idea, ese ser ideal producto de sus fantasías romanísticas se ha posesionado de su ser, y al iniciar su vida de mujer, su espíritu pasa por impaciencias, desalentadoras postraciones, y abatimientos inexplicables...

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La escritora (primer capítulo, 2009) Olga Fernández Núñez Corría el año 1940 cuando en una floreciente ciudad cordobesa, Juan Carlos Molina un comerciante bastante afortunado en sus negocios, había formado su hogar con Cristina González, una hermosa joven con quien había tenido dos hijos varones, Juan Carlos el primogénito y Carlos, llegando con el tiempo a tener una tercera descendiente algunos años menor que sus hermanos, a quien se le impuso el nombre de Silvia. La familia destacada en un ambiente de clase media, gozaba de una particular estimación y amistad en la ciudad, donde era conocida por sus actividades comerciales. Los hijos, integrados a las escuelas participaban en la vida deportiva y social. Pero la fatalidad habría de caer sobre la familia, produciendo horas de dolor y angustia que cambiarían el curso normal de su vida. Los dos hijos, en una tarde de verano en que con intención de refrescarse en las aguas del río que pasaba por la ciudad, junto a un grupo de amigos, murieron ahogados al ser llevados por la corriente de agua, en aquellos momentos muy crecida. Los dos hermanos desaparecieron hasta ser encontrados días después en las proximidades de otra población, hasta donde fueron arrastrados. Después del trágico hecho Juan Carlos Molina no pudo sobrevivir a la pérdida de sus hijos adolescentes, de 18 y 16 años respectivamente. La casi inmediata desaparición del padre dejó sola a Cristina, la esposa, quien volcó toda su ternura en Silvia la pequeña y dolorida hermanita, que sólo contaba con 10 años de edad. Esta circunstancia sostuvo en pie a la madre, que procuro llevar adelante la vida, protegiendo a la niña y preocupándose por su educación. Así fue como Silvia concluyó la escuela primaria en un colegio religioso, continuando estudios de Secretariado Comercial en el mismo. Las dificultades económicas ante la falta de la presencia del padre, cuyos negocios quedaron abandonados y con un patrimonio de poca significación, hizo que las mujeres tuvieran que buscar los medios para seguir viviendo dignamente. SADE Villa María

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Fue así como, antes de egresar Silvia del Liceo como Secretaria Comercial, entró de inmediato a trabajar en los escritorios de una conocida firma comercial. La joven cumplía sus tareas y después de las horas de trabajo, continuaba en el hogar con actividades que le reportaban ingresos, que le permitían atender las necesidades del hogar, conjuntamente con el sueldo que recibía de la firma donde trabajaba. En las oficinas había un gran número de empleados, entre los que se encontraba Silvia. Cuando la joven llegó esa mañana, aún no se había disipado su cansancio de la noche anterior. Instantes después, sonó el timbre de la gerencia; empujó la puerta intermedia que comunicaba con el escritorio de su Jefe y se halló frente a aquel, que leía atentamente una carta llegada en el primer correo de ese día. Don Jaime Martínez, gerente de la casa Moly y Cia., hizo ademán de ajustarse los anteojos, levantó su mirada hacia la secretaria y con voz grave en la que podía advertirse cierta imponencia le dijo: —Señorita Molina, acabo de recibir un comunicado por el cual, se me hace saber que en mi lugar, otro gerente -consultó el papel que aún conservaba en su mano y leyó el nombre- Ernesto Guzmán, vendrá a hacerse cargo de este puesto. Será usted quien se encargue de informarle de las actividades desempeñadas por la casa, y espero que a las órdenes del nuevo jefe, cumpla satisfactoriamente con sus tareas, tal como lo ha hecho hasta hoy. Trataré de hacerlo -respondió Silvia, que ya estaba acostumbrada a sentir sobre sí la responsabilidad de su cargo. Serían aproximadamente las diez de la mañana del día siguiente, cuando fue llamada por su jefe, quien se encontraba en compañía de Ernesto Guzmán. La joven se puso de inmediato a las órdenes de este último, que con la valiosa cooperación de la inteligente secretaria, fue informándose de las operaciones realizadas por Moly y Cia. En los días subsiguientes al de su llegada, gerente y empleada, pasaban juntos largas horas durante las que, a la vez que cumplían con su tarea, iban realizando mutuas observaciones personales. A pesar de que la voz de la joven se limitaba a enunciar cifras comerciales, su superior no pudo menos que detenerse más de una vez para mirarla atentamente. Algo le atraía en Silvia, pero no podía 16

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explicarse qué era lo que en realidad la hacía tan interesante a sus ojos. Ella a su vez, había entrevisto en Ernesto Guzmán, a un hombre muy dueño de si y de múltiples conocimientos. Al servicio de su nuevo jefe, la joven se había sentido desorientada en un principio, pero no tardo en recobrarse a causa de que aquel se mostraba muy amable, no obstante su seriedad y corrección. Con el transcurso del tiempo, las relaciones se fueron estrechando cada vez más, hasta que llegó el día en que ambos comprendieron, que estaban unidos por un sentimiento ajeno por completo a su labor. Entre ellos no había habido otro intercambio de palabras, que las estrictamente necesarias, pero sus miradas se habían encontrado más de una vez, provocando la turbación en ambos. Se sentían atraídos mutuamente y sólo faltaba una palabra o un gesto para que se revelara. Después de una noche de insomnio, Ernesto Guzmán se paseaba nerviosamente por su escritorio. Había sido el primero en llegar a la oficina, sorprendiendo al portero, y parecía muy preocupado por algún negocio de importancia. Pero su intranquilidad era de otra naturaleza. Tres meses hacía que se hallaba en su cargo de gerente, tres meses durante los que inconscientemente, se había ido enamorando de Silvia. No le era posible seguir trabajando al lado de la joven, sin hacerle saber el sentimiento que había despertado en su alma. Así de pie, se podía apreciar su estatura y la vigorosa complexión de su físico. De su mirada oscura, parecía desprenderse cierta fuerza magnética; y un trazo enérgico delineaba su boca de labios bien formados. Su mentón algo saliente, le daba un aspecto autoritario que hacía aún más atractiva su interesante persona. Después de haber medido varias veces la habitación a grandes pasos, consultó su reloj, y viendo que marcaba las ocho horas y diez minutos, oprimió el timbre a cuyo sonido acudió Silvia. —¿Llamaba Señor Guzmán? Silvia... -Se estremeció al oírse llamada por su nombre. El gerente que advirtió la turbación de su empleada, sonrió imperceptiblemente y prosiguió: “Debo hablar con usted fuera de las horas de oficina”. La joven no supo que responder, solo asintió débilmente con una ligera inclinación de cabeza y salió. SADE Villa María

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Ya en su mesa de trabajo empezó a coordinar ideas. ¿Sabría el Señor Guzmán (su “Ernesto” como ella lo llamaba a solas) la secreta admiración y amor que ella le profesaba? ¿Habría adivinado que desde hacía dos meses, su imagen no se borraba del corazón de la joven? Desde esa misma tarde Ernesto y Silvia fueron novios. No podía ser de otro modo; se amaban. Para ella que sólo había conocido amarguras y contrariedades, ese amor fue como un don celestial, al que se entregó con todas las fuerzas de su corazón y con todo el poder de su inteligencia. Un latido de vida pareció recorrer todo su ser. En sus ojos se pintó un brillo de ansiedad y la melancolía desapareció, dejando en su lugar una expresión inefable de jubilosa espera. Silvia se sabía novia, y este pensamiento bastaba para hacerla feliz. Ernesto también era dichoso, sus sentimientos respondían ampliamente a los de la joven. Estaba íntimamente satisfecho de haber alejado la tristeza del rostro de su amada, de haber puesto en aquella alma juvenil, prematuramente castigada, resplandor de auroras. A medida que se iban conociendo íntimamente, ambos comprendían que estaban unidos por múltiples afinidades. Indudablemente, habían nacido uno para el otro. Silvia estaba transformada, la presencia de Ernesto -su amor primero- sus manifestaciones de cariño y la inocente vanidad de saberse amada, disiparon por completo las sombras del pasado y la joven sintió la sublime alegría de vivir. Silvia consultó por última vez al espejo y salio de su habitación en dirección a la pequeña salita en la que esperaba Ernesto. ¿Sabés que estás hermosa?... -exclamó (aquel) al verla. Se acercó a ella y llevando su mano a los labios, besó delicadamente las puntas de sus deditos rosados. ¿Rubores?... Vamos... ¿no eres acaso mi novia? Inquirió él con dulzura, al ver que los colores se extendían por su rostro. Después se puso serio y miró atentamente a la joven diciendo lentamente: —Silvia; va a hacer un año que somos novios. Hasta hoy todo ha sido ventura para nosotros. ¿Crees tú que el amor es solo felicidad y alegría? 18

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Aquella pregunta sorprendió a la joven que se apresuró a responder. —En verdad Ernesto, desde que somos novios nada ha venido a turbar nuestra dicha, pero creo que para que el amor se afirme, debe pasar necesariamente por ciertas pruebas. —¿Y qué me dices tú, si nuestro cariño debiera pasar hoy por una de esas pruebas? Dijo él con cierta entonación que alarmó a la joven. —¿Es que ocurre algo? Inquirió ésta anhelante. Él tomó entre las suyas las manos de ella y tratando de ocultar su tristeza dijo en voz baja. —Debemos separamos. Silvia no hablo. Él prosiguió. Esta separación no se prolongara mucho tiempo. Dentro de dos meses debo abandonar mi cargo actual, para trasladarme nuevamente a Buenos Aires. En cuanto logre regularizar mi posición, vendré en tu busca. Silvia levantó la cabeza y Ernesto pudo ver que dos lágrimas asomaban en aquellos ojos amados. Entristecido por el sufrimiento reflejado en el semblante de su novia, la atrajo hacia él y la retuvo largo tiempo contra su pecho.

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Pueblo Dolly Pagani De más está decirte que he ahuyentado, con escobas sin palos y sin pajas la anunciada existencia de la sombra y el conjuro. Y que cada domingo de la vida me envuelvo el corazón con tu coraza y navego por el túnel luminoso de tu entraña aunque rabien tras la puerta los perros del pan y la esperanza. No sé si el último domingo podré treparme al palomar y desde allí saludar a los vecinos y beberme el duraznero de las tapias. No sé de más está decirte que me da lo mismo nacer a la inocencia de pie o arrodillada vestida con ropaje clandestino robado en la trastienda de la infancia.

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Enigma Dolly Pagani Cómo seguir preguntando desde una geometría de acertijos. Cómo seguir sobre el aposento hundido del secreto milenario mientras los rostros, ondulantes, se van cuesta arriba (escapulario o mandrágora sobre los pechos acuosos) se van a la intemperie de lo sucesivo sin la custodia de los dioses cotidianos sin el olor de la tierra acostumbrada ni el ardor de las sienes en vigilia llevando la memoria del sol y el jeroglífico como un boceto irónico en el huyente viaje de regreso.

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Pertenencia Dolly Pagani Entramos a la casa. Sacerdotisas oscuras encienden las alfombras y pisamos nuestra tierra. Al giro de la llave se despierta el mantel entre el asombro. La estatua sigue allĂ­ en su destino ciego. Nosotros elegimos dispersos almohadones papiros en silencio y encantos pasajeros. Este es el sitio de encontrarnos. Al entrar somos de nuevo habitantes de un sueĂąo, indispensable.

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Ritual Dolly Pagani Bailando están las máscaras en la cresta indomable. Hay rústicos altares todavía, estupendos despojos y un diente voraz en los inciensos, ángeles sucios y arcángeles de niebla. Los promesantes de la aurora ofrecen ¡ay! la sal y el fuego para los dioses muertos.

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La promesa Alicia Torra (A la memoria de Jacinta Petit Cassals de Torra, que debió alejarse de su tierra, para acompañar a su esposo anarquista).

Verde azul, la mirada, de mar y de montaña… En mayo, primavera, y en un abrazo de roca y agua, la ciudad moderna, erguida bajo un cielo de purísimos azules y de una luz enceguecida de colores y en el aire, tibio de amores y de flores, el sonar de las campanas y en el eco, sacramentándose, una promesa, un juramento… Y la costa y el mar y el puerto y el muelle, y los barcos… y el barco… y el amor y una difícil elección: permanencia y persecución o exilio y libertad… Y en el balanceo azul de cielo y agua los adioses y las lágrimas… Y la marcha, por un camino de guirnaldas Y la costa cerca, lejos; lejos, cerca… Y en la estrechez salobre del camarote, la imagen viva de la casa -humildemente señorial24

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y del perfume a claveles, jazmines y azucenas… Y en un costado de la cabina, la maleta, pequeña, escasa, con algo de ropa, algunos libros, un rosario y un misal. Todo, todo queda atrás. Y las ausencias inaugurando ya, la nostalgia y el amor minimizando temores y la diafanidad dorando sueños… Y el estrecho y el peñón y en la dureza de la roca, una premonición estremeciendo el cuerpo y el alma… Y la inmensidad de cielo y agua y la pequeñez y la infinitud y el azul oscureciéndose en los misterios del océano… Y los días y las noches y las noches y los días y las tempestades y las calmas y los sacudones y las náuseas y en el vientre, un latido de mañana y el amor –caricias y palabrasahuyentando miedos, dibujando quimeras en el agua… Y el cielo agrisándose en el viento austral, vocero del invierno. Y la Cruz del Sur orientando siempre, la marcha. Y una mañana, el océano, río y el azul, ámbar. y un pueblo y un muelle y una ciudad plantada SADE Villa María

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en la chatura de la pampa, bajo un cielo plomizo y una luz desvanecida en la llovizna. y en el aire, frío de viento y agua, el sonar de las campanas, y el recuerdo vivo de una promesa, de un juramento… Y el cansancio, y la frialdad del hotel y la multitud de lenguas extrañas… Y otra vez, la marcha mas, por una tierra parda con algún manchón verde de siembra temprana. Y las horas y las horas y las leguas y las leguas y las sacudidas y las náuseas y en el vientre creciendo, el latido de mañana. Y el viento y el polvo y las ausencias y los miedos en la aplastante soledad de la pampa. Y la noche y la llegada: el pueblo, sólo un punto en el mapa. Y la luz, velas en las calles y en la digna humildad de la casa, el olor a encierro, a polvo a cal, a sebo, y el frío helando las entrañas y los médanos violando la ilusión y el amor recreando la esperanza… Y los días y los meses y en octubre, primavera, un niño de ojos verdes, oscuros como la tierra mojada iluminando de alegría el murallón de la nostalgia… Y los días, y los meses y los años 26

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y otros niños endulzando el dolor del exilio y la añoranza. Y entre risas y lágrimas, una existencia chata como la misma pampa, sin el verde de las montañas, sin el azul del mar, del cielo, sin las ramblas y las plazas, sin la música de las campanas, sólo la misma sal del adiós, en los ojos y la garganta y la tierra cruel, ávida devorando lo más caro, desgarrando el cuerpo y el alma, pintando de gris el verde azul de la mirada ¿Y el amor? El amor ya no puede dibujar quimeras en la nada… Y un día la luz que enceguece y llama a la plenitud del Verbo y la Palabra… En el torrente ancestral de la sangre me regalas, el verde azul de tu mirada, y en el silencio de la noche, te corporizas en el milagro de tus azucenas y me legas la promesa. Y en la levedad del sentir, vuelo hacia un éxtasis de luz de colores y tiemblo en el aire tibio de amores y de flores y me acaricias en la brisa y me abrazas y nos vamos de ronda por tus ramblas y tus plazas, a embriagarnos con la alegría SADE Villa María

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de tus cantos y tus danzas y veo que ha vuelto a ser verde azul el gris de tu mirada, y siento que eres feliz, que has cumplido la promesa, que has regresado al fin, abuela, a tu Barcelona, amada‌

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El Carlón mostró la hilacha Horacio Cabezas Había una vez en nuestra ciudad un zoológico, el cual zoológico ocupaba una de las islas del Talamuchita, en las cercanías de la Gruta de Pompeya. Era la concreción de una idea carismática del intendente de grato recuerdo don Salomón Deiver. Como se sabe, el Carlón, por ser lo que era, había sido el rey de la selva y era ahora el rey del zoológico de nuestra ciudad. Era todo un “señorío” animal, admiración de grandes y chicos. Imponía respecto y sobretodo distancia. El Carlón tenía hábitos sobrios pero de imponencia. Sus rugidos parecían oírse en horarios precisos y tenían alcance en todos los extremos de la ciudad. Era como la sirena de los bomberos. He aquí que de paso para la ciudad de Córdoba, se detuvo en la estación ferroviaria, el tren presidencial en el que viajaba el presidente de la República Dr. Ramón S. Castillo, digamos por la década del cuarenta. Serían las seis de la mañana. El intendente concurrió en persona, presidiendo la banda infantil, a presentar sus cortesías al Exmo. Sr. Presidente de la Nación. El ceremonial de la presidencia, pidió al intendente las dispensas del caso, porque dado la hora, el señor Presidente permanecía en su descanso. El Sr. Intendente de Villa María, ofreció cortesmente todo el silencio de la ciudad para no alterar el descanso de tan ilustre huesped. Pero he aquí que el Carlón –rey del zoológico- no asintió con el protocolo e irrumpió con sus inusitados rugidos. No hubo forma de persuadirlo para que él hiciera también silencio. Resultó de todo esto, que el Sr. Presidente de la República, interrumpió su sueño y retribuyó cortesías con el Sr. Intendente. La Banda infantil pudo entonces actuar tributando al Sr. Presidente de la Nación, los acordes de la diana matutitna. Esto ocurrió seguramente en una fresca mañana del año 1942. El Carlón, con sus modales, ¡mostró la hilacha!

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Cataplasma de lino Horacio Cabezas Esto es un recuerdo para mayores. Muchos habrán soportado este tipo de terapias con las que nuestros madres atacaban las constipaciones a las que estaban expuestos los menores y que consistía, después que la madre lograba imponerse en un verdadero combate familiar, en aplicarles en el pecho o en la espalda una suerte de torta, de lino, verdadera pasta caliente y vaporosa apenas soportable o no soportable pero que el paciente -la parte vencida en esa lucha- no tenía más remedio que admitir. Generalmente la aplicación era nocturna y permanecía asida al cuerpo durante toda la noche. A fe que tal suplicio daba su resultado saludable, pues casi nunca erraba la curación, y al otro día, el catarro o la dificultad respiratoria y todo otro maleficio afín habían retrocedido y se encontraban en franca retirada. Eso sí, lo que no desaparecía facilmente era la sensación de escaldadura que quedaba en el cuerpo. Nuestras madres, solían celebrar los efectos benéficos con la familiar y triunfante exclamación: “Santo Remedio.” La cataplasma de lino competía en cuanto a su eficiencia con la aplicación de las ventosas. Ésta es otra vivencia cuya ilustración será motivo en otra conversación. Por extensión, en el hábito popular del hablar, se dice que alguien es un cataplasma cuando su presencia o su conversación causa fatiga o no es grata o incita la necesidad de eludirlo en el encuentro o como también se dice, resulta cargoso.

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Los supernumerarios Horacio Cabezas Se podrán aducir muchas conquistas inherentes al progreso material del país, pero hay un aspecto negativo que ensombrece cualquier signo de progreso. Es la falta de trabajo porque esto tiene sumido a vastos sectores en la incertidumbre, la indigencia y la pobreza. Y cuando no hay horizonte, sobre todo en la juventud, el bienestar general tan anhelado por nuestra Constitución Nacional, no sólo que no se logra, sino que se aleja despiadadamente. Si bien este problema acuciante, en menor o mayor escala, acompañó a todas las épocas de nuestra historia nacional, los gobiernos de turno lo consideraron en un orden prioritario y procurararon a través de distintas políticas, amenguar sus efectos nefastos. En décadas anteriores, cuando con mucha dificultad se salía de la recesión mundial, las posibilidades de trabajo escaseaban, pero los gobiernos se empeñaban en crearlo valiéndose de cualquier circunstancia que hiciera posible hacerlo. Recuerdo el caso de los langosteros. Los muchachos de aquellas épocas cifraban sus esperanzas de procurarse algunos modestos salarios, en las “piadosas mangas de langostas” (expresión de una distinguida docente ), porque cuando éstas aparecían, la Defensa Agrícola, dependencia de la Secretaría de Agricultura de la Nación, contrataba transitoriamente a la gente para sumarlos a la campaña ruda y penosa de combatir esa plaga cuyo vuelo razante causaba depredación en lo cultivos. Los emolumentos de los contratados en tales condiciones, como no figuraban en las planillas permanentes y regulares de la administración pública, se imputaban a una partida denominada “Supernumerarios”. El habla popular les había asignado el nombre más cariñoso y elocuente de “langosteros”. El trabajo de langostero procuró a muchos jóvenes, en una época de estrechez económica, munirse de un salario para aliviar las indigencias económicas de sus hogares. El tiempo pasó arrasando con la memoria de muchos hechos y, sin que tenga quizás ninguna vinculación con el caso de los langosteros, en nuestra ciudad se ha puesto en práctica una nueva modalidad de supernumerarios, pero en esta actualidad, se la practica para simular determinadas situaciones que atentan contra la transparencia de las cosas que deben manejarse correctamente. SADE Villa María

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Liebre para el guiso Horacio Cabezas Según dicen los buenos paladares, el guiso con liebre es un plato exquisito y, la estrategia para lograrlo es munirse con tiempo de todos los ingredientes y haber cazado la liebre con anticipación para permitir su sazonado sabor. El problema aparece cuando por ignorancia y porfía, al supuesto buen cocinero, el guiso le resulta un desaguisado por haberse olvidado de preparar la liebre, y, cuando el desaguisado es irreversible, por más liebre que le ponga al guiso, el guiso será nomás un desaguisado. Entonces el cocinero inventa historias, que esto, que aquello, elabora fantasías, cree que la gente es tonta; entra a padecer alucinaciones, se cree dotado de fluidos mágicos, se siente un ser alado y viaja en su imaginación o en la realidad -esto sobre todo si dispone del manejo de dineros ajenos-, se siente con agudeza para comprender las cosas que pasan en el mundo y entonces regresa triunfante anunciando soluciones ideales y a imitación de algún renonbrado guerrero de la antiguedad, pronuncia palabras célebres: “Veni, vidi, vici” y él cree que la gente le cree. Cuando el hombre sensato comete el desaguisado, procura remediarlo con autenticidad, acude al consejo de los amigos que han dado prueba de corrección, a su propio confesor o a quienes puede confiar por su sapiencia y honorabilidad y, en un intercambio de gestos y conductas de hombría de bien se logra vislumbrar la posible rectificación de la huella errada. El soberbio, en cambio, es como el cocinero del desaguisado, inventa historias, recurre a simulaciones, es decir, aparenta conductas no sinceras y si tiene que disparar agravios, a él no le cuesta nada hacerlo.

Estos fueron cuentos breves de mis vivencias y andanzas, o como dicen algunos: “La Universidad de la Calle”.

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[haikus] Eduardo Belloccio

Voy donde sea que indiquen tus besos dije al pasar.

Nunca los sueños condenan al amante, son su aliento.

Libros y sueños, palabras y amores que me rediman.

SADE Villa María

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[haikus] Eduardo Belloccio

Alas de papel para el barrilete de mi corazón.

Lunita grácil, enamorada mía, ¿vas a besarme?

Sirve de cama mi lunita de plata para el amor.

Con tu recuerdo el beso de la luna me reconforta.

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[cuarteta] Eduardo Belloccio

Tu boca de agua fresca me acompaĂąa sin cesar, y calma mi sed de arena cuando besas mi soledad.

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El viento norte Geroma Prado ¡Se dio vuelta el viento norte! Soy el viento que te azota despiadado arrasando los brotes tiernos con mi aliento, húmedo y caliente. Soy el que impiadoso brama en remolinos furiosos y envolventes de tierra, hojas secas y papeles. El que moja de sudor la frente y en agotadoras jornadas aplasta árboles y plantas se inclinan a mí, en tortuosa agonía. Soy el que al bramar despierta los bichos que duermen en sus cuevas soy el que apura las rastreras víboras, arañas y alimañas urgidas por ganar alturas temerosas de ahogarse con las tormentas y lluvias que mi soplar les anuncia. Yo soy el azote que sopla y altera las mentes emocionales y sus angustias, aumentar parecen. Yo arrastro y traigo desde el norte las cargadas nuebes que forman las tormentas cuyos truenos y lluvias presagiantes inundan la tierra y sus huecos.

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Instantes Geroma Prado La ciudad flota en la niebla no hay distancias en el vaho plomizo helado. Las luces de los coches en la nebulosa corren como las estrellas fugaces grisaceas frías. En la sala de espera, angustias tras el vidrio empañado lágrimas quedas mojan los ojos. El vapor húmedo las miradas predicen afuera la niebla sigue navegando. Médicos y enfermeras van y vienen apurados se acercan abrumados ya todo terminó.

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Mujeres en la historia de nuestras villas (Villa María y Villa Nueva) Geroma Prado Bajo el mismo cielo tachonado de estrellas con el mismo sol tostando su frente compañeras inseparables del varón fueron ellas gringas, castellanas aborígenes, siempre presentes. Todo pueblo tiene su historia y nuestra zona la suya desde el aborigen que habitó este suelo al primer europeo que dejó su huella. Del que con sus manaos marcara las calles al primer maestro, doctor cura, juez de paz o carpintero. Todos están en su historia pero, ¿y qué de sus mujeres? ¿Dónde figuran las que a sus hombres acompañaron? madres, esposas, hermanas. ¿Qué de las soldaderas? que la historia no las menciona y sus nombres olvidaron. No se mencionan no existieron pero todos sabemos 38

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las heroínas que fueron que concierto aire de olvido sin quererlo, así nomás sus nombres desaparecieron. Pero... ¿de dónde nacieron? ¿En qué cuenco germinaron? Siempre en su puesto estuvieron conteniendo, curando heridas perfumando el rigor de las patriadas ¿Quiénes los amaban? ¿Quiénes sin descanso fueron candil, abrigo, remanso, compañeras infatigables? Desde el génesis del tiempo si no hubiesen sido por ellas no tendrían “nuestras villas” la Cruz del Sur en su estrella. Fue la mujer compañera de los hombres probos que hicieron día a día ésta, nuestra tierra mas no hay calles con sus nombres ni una placa, ni un recuerdo pero sí... todos sabemos que ellas su sangre entregaron y sus huesos y cenizas vuelan sutiles al viento fertilizando este suelo.

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Aquel Gitano y el ruso* Amanda Barea de Palacios

En una casona rodeada de árboles frutales e higueras en la vereda enfrente de la cual había un pintoresco boulevard con elevados eucaliptos que hacían la delicia de chicos y grandes, vivió hace sesenta años un bondadoso y personaje ruso llamado “Jacobo”: mi padre. En esa esquina teníamos un almacén con piso de madera adoquinado, estantes con golosinas, vitrinas con comestibles, etc. Por esa callejas de tierra, perfumadas por el mentol de los eucaliptos transitaban diariamente ganado con arrieros, carromato con gitanos, sacrificados areneros que en los atardeceres se detenían a tomar un “vinacho” en el Almacén del Ruso -así le llamaban-. Era común ver a un grupo de gitanas caminar por las veredas con sus hijos a cuestas, desaliñados, descalzos, solicitando al vecindario la mano para predecirle el futuro. Cerca del mediodía solían entrar al negocio pidiendo permiso para sentarse en el suelo: pedían queso, mortadela y pan, así mitigaban con sus hijos el apetito del día. Ningún almacenero del barrio, los dejaba entrar; solamente mi padre con su gran sentido de solidaridad les permitía un rato de descanso. Las gitanas, a veces agradecidas, entonaban cantos y hacían bailar a sus gitanillos que contentos saltaban y comían. Cierto día llegó al grupo un gitano de muy buen porte, que dirigiéndose a Jacobo le dijo: —Rusote compro ese frasco de vidrio con confites que me gusta mucho. Mi padre sorprendido le respondió que no estaba en venta. El gitano llamó al gitanillo bailarín que tendría seis o siete años, lo llevó ante el comerciante diciéndole: —vos que sos bueno con los chicos vendeme el frasco que es para ellos. Jacobo al observar los brillantes ojitos del gitanito asomando apenas la nariz por encima del mostrador hizo el trato. El gitano contento con su 40

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compra, dio medio giro y levantando el brazo le acomodó un tremendo bofetón al pobre pibe bailarín, que llorando cayó al suelo. —Gitano bruto ¿por qué pegás al pobre chico? –expresó molesto mi padre-. —No te enojes Rusito –exclamó el gitano-. —Le pegué para que sepa lo que le va a pasar si me rompe el frasco. Tal escena me ha acompañado en la vida. Al analizar ese proceder a través de los años pienso que algo de razón pudo tener el gitano ya que nada valdría reprenderlo después de romper el frasco. Quizás el cumplió ignorantemente con la Ley de Consecuencia que a veces se observa injusta ya que ella simplemente reajusta el equilibrio perdido de tantos errores. Prevenir antes que surja la falta, sería conveniente en estas épocas de tantos desmanes juveniles.

(*) Relato real de la vida cotidiana.

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Maestra – Maestro: Palabra tierna que entibia el corazón Amanda Barea de Palacios ¿Quién no recuerda en su vida a una persona especial…? Yo recuerdo a mi maestra dice mamá y papá. La mía era dulce y buena. La mía esbelta y hermosa, piensa mi pícaro pa. La mía bajita y suave como trozo de algodón. El mío gritaba poco dice el gordo y soplón. La mía cuando miraba, conocía al corazón. Sabía si estaba triste o no estudié la lección. La mía usaba aretes rosa, blanco y bermellón. La mía con anteojos y sus ojos picarones nos miraba con enojo y a veces con emoción. La mía usaba tacones con mucho ruido a veces para callarnos cantaba: ¡silencio niños! El mío, nunca lo olvidó: sus dos hermosas manos acariciaban y a veces muy nerviosas repiqueteaban. La mía cantaba versos que endulzaba el corazón y recordando esas rimas hoy también hago canción. Como soy muy pequeñita no entiendo porque el adulto recordando a sus maestros dicen “mía, mío, mí”. ¿Será que la sienten suya como ya la siento yo…? Mi maestra es suave y tierna comprensiva y muy jovial se parece tanto, tanto a mi abuela y mi mamá. Por eso la llevo dentro y jamás la olvidaré será siempre mi lucero mi guía y mi sostén. 42

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Imagen del tiempo Amanda Barea de Palacios A una pregunta mía el hijo de mis entrañas Respondiéndome: —Siempre te he visto como eres ni más joven ni más vieja siempre bajita, gordita, linda La imagen de mis amores. Aunque pasaran cien años para mi siempre serán papá tal como es mamá tal como está. Al instante comprendí que la vida nos regala la misma imagen, ante los ojos del hijo desde la infancia, a lo eterno.

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La partida Cristina Pablos La angustia se volvió suspiro. El llanto se murió en mis ojos. El grito enmudeció mi voz. Cuando se iba... ...y se llevaba el sol con él.

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Reencuentro Cristina Pablos Más allá de cicatrices y derrotas. Como pájaros ingenuos empujados por vientos enrulados. Indescriptible, como un sueño y un dejarse estar en las palabras. Así fue el reencuentro... al morir el día.

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[poema] Cristina Pablos Mientras la tarde maduraba hacia el ocaso. recordar, acaso, una sonrisa en atosigadas madrugadas. Sólo jardines deshabitados, sombras violetas. El mismo mar... ¡y tanta lejanía!

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Mariposa Cristina Pablos Estaba un día desgranando el tiempo a mi antojo. Pensando que siempre es posible volver al pasado para aferrar las cosas que se nos fueron de las manos. Descubrí que había en el mundo una manera distinta de buscar la esperanza, siempre a punto del último suspiro. Ahora sé que buscaba la armonía. Entender el silencio. ahora, que soy sólo una mariposa que suspira por sus alas.

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I Magdalena Castro Calló el silencio, la voz entró por la ventana y despertó mi piel; agudizó la imagen que lastimó mis sueños desencajando un alarido que me busca como si fuera el llanto de los perros.

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II Magdalena Castro Soy barca sobre las ondeadas aguas. Distante. Sin palabras. Con remos agotados. Visión de quietud, mutismo y soledad que nace día a día.

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III Magdalena Castro Mendiga en días fríos llega hasta la esquina. Sacude el polvo blanco de los bolsillos gastados. Traspone la calle. Un pétalo de tristeza seduce la luz del cielo. Es noche de plenilunio noche cargada de HAMBRE.

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IV Magdalena Castro Lenta mueve la tarde en el silencio. En las hojas que caen. En la luna que se asoma entre los verdes . En las sombras que cubren los caminos. En el latir del coraz贸n al escuchar tu nombre.

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Entre tú y el cielo Luis Alberto Luján

Amor mío, hace frío aquí en esta tierra, en esta noche que es de todas, la más larga, ya no sé si volveré a escribirte nuevamente, o tal vez sean éstas mis últimas palabras. Estamos finalmente atrapados en esta trinchera, y ya no tenemos municiones, comida ni agua, la Bestia nos atrapó en esta temible oscuridad, y llovieron bombas, lágrimas, llovieron balas. La muerte está aquí, helada, y también única, nos sonríe a cada uno con dientes descarnados, y mientras escribe su sentencia ella...espera... espera hasta vernos vencido y desarmados. Y recordaré, tal vez, el llanto de mi primer hijo, y sentiré la herida por las caricias que ya no le daré, por aquel futuro cercano que debíamos tener juntos por el día del padre y del niño, que ya no festejaré. Curiosamente, no podré despedirme hoy de ustedes ni mirar por última vez tu rostro embellecido de mujer, que tienes el valor de seguir a mi lado amándome en esta milagrosa vocación tan difícil de comprender. Y quisiera darte la sangre que se me va escapando de este cuerpo que muy pronto quedará sin dueño, y poder ofrendarte en silencio ese guiño cómplice cuando de novios, las tardes nos arrimaban sueños. 52

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Y en el aire queda un aroma a desayuno inconcluso… vienen a mi mente las memorias de los que me aman, mientras un coro de antiguas voces me despiden, otras voces, desconocidas, siento que me llaman. Pero muy temprano ha anochecido hoy para mí, ya nada vale, ni la palabra sentimental de la poesía, tengo el sabor de Dios y de la sangre entre mis dientes, y la muerte siempre me es impar, porque es la mía. Dile que yo estaré en la casa donde puntualmente cada primavera los árboles se vestirán de verde abrigo, estaré con ustedes en cada rincón, en cada espacio, en cada mirada, en cada nuevo o viejo amigo. Quisiera poder abrazarte para beber todo tu llanto, quisiera absorber en mi dolor la pena de tu alma, lamento tanto, amor mío, anochecer así tus días, prometo cada noche en tus sueños traerte la calma. Te juro, amor, que desde el cielo cuidaré de ustedes, y el ave te dirá que te amo con las plumas de un ala, te juro, amor, que no quise despedirme hoy de ti, y perdóname siempre, pero no pude esquivar la bala. Despídeme de mi hijo y dile cuánto lo quiero, y recuérdame en vida, amor mío, como tu dueño, recuerda que en Malvinas, una noche de invierno, con mi fusil al hombro, se detuvieron todos mis sueños.

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Era por mayo Luis Alberto Luján

Era por mayo cuando doblaron las campanas, era por mayo, y la Revolución resonaba, no digas, mi niña, que aquí no habían héroes, dile a todos que Argentina al fin despertaba. Son héroes los hombres que gritaron ¡Basta!, sin sentir temor entre la muerte y la ayuda divina, con el coraje que enfrenta el ave en su primer vuelo, y valientes como los que fueron a nuestras Malvinas. Era por mayo, sí, y a la plaza todos a acudían, ya no era Cisneros el Virrey, ya no, niña mía, dicen que la Primera Junta nació aquel veinticinco, dicen que el sol salió sobre una nueva Argentina. Por eso debes ir al colegio hoy con escarapela, por eso viste los colores del cielo nuestra bandera, no creas, mi niña, que todo fue un cuento, muchos dejaron sus vidas en estas praderas. Aquél fue un día gris de paraguas y lluvia, aquél fue un día oscuro de palabras sin llantos, dicen que allí ellos rompieron fuertes cadenas, dicen que el amor a la Patria siempre duele tanto. Qué tenacidad tuvieron esos hombres de mayo que ni siquiera a la tirana España temían, qué tenacidad tuvieron todos esos héroes que hoy la Patria los recuerda con hidalguía. 54

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No calles nunca las estrofas de tu Himno, no calles su música, su son, su melodía mas grita a los cuatro vientos que amas a tu Patria, mas grita por la Paz que nos dejaron vivir en armonía. Y haz que tu canto sea el canto de tus hermanos, dale tus palabras, tu voz, dale tus manos, haz que tu llanto sea sólo tuyo, mi niña, porque los hombres de Mayo no murieron en vano. Ese espacio que dejaron al caer no será un vacío en el seno de tu hogar, es y será la compañía debida, cuando estés triste, cuando te enamores, mi niña, y busques perpetrar en tus hijos la esperanza de la vida. Y créanme que ellos sabían que entregarían sus vidas antes que goteara su última gota divina de aliento, y por eso ofrecieron a la Patria lo único que tenían, nada más ni nada menos que sus vidas al viento. Era por mayo cuando doblaron las campanas, era por mayo, y la Revolución resonaba, no digas, mi niña, que aquí no habían héroes, dile a todos que Argentina al fin despertaba.

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[poema I] Susana Accornero Es entre muros que crece la hierba donde absorve el sol, la humedad, y se ve así, tan verde. Así crecemos también nosotros tratando de estar erguidos como el muro. Hacer ver como el sol se expande desde uno; y el agua entra a correr a borbotones lavando las heridas acunándonos en el sol. Agua y Sol. Sol y agua. Esa es la esencia de parte de la naturaleza. De su mayor parte.

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[poema II] Susana Accornero Es cuesti贸n de meditar, guardar silencio para encontrarse en los recovecos de uno mismo; en los pliegues de nuestra alma, nuestro coraz贸n para no permitir que nos hieran. Nos allegamos hasta el alma del otro para conocerlo, no para fagocitarlo; para respetarlo, no abusarlo, para querelo, no lastimarlo, para dignificarlo como ser humano no para humillarlo.

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Interior Susana Accornero Es de noche. Se calman las aves y se siente el rugido del mar. Las estelas abrazan la costa y dejan surcos. Se pueden recoger las caracolas por la mañana, hundiéndose en la arena. Dejando pisadas. Se observa a los pescadores iniciar su trabajo, como mueven las redes, limpian y acomodan las barcazas, para adentrarse luego en las aguas. Y surge mágicamente la lluvia; que se desliza sobre el verde de las plantas y las flores, entre los huecos de las barrancas y forman prácticamente un lago. Es maravilloso ver en el cielo el arco iris, iluminando el atardecer. Siento TU presencia penetrar en los vericuetos del alma. Abro el corazón para escuchar alrededor. Y TU entras y te instalas haciendo maravillas en mi interior. Cae la tarde y el día se duerme en mi regazo.

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Amanecer Bibiana Pérez Gálvez Cuando despierten las miradas y la noche no deambule por las sábanas. Cuando el aire se recueste manso en la orilla de la playa. Cuando el sol entibie de naranja la mañana entonces se esconderá la luna debajo de mi almohada.

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18 y 30 Bibiana Pérez Gálvez En esa hora cansada de la tarde cuando las agujas del reloj vencidas se desploman. En esa hora donde el tiempo dispara perpendiculares flechas hacia abismos incitantes. En esa hora en que la tierra aguarda abierta semillas germinales. En esa hora lejana del fulgor erguido de las doce campanadas. En esa hora partida de la tarde la poesía hace eterno el instante.

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Ocaso Bibiana Pérez Gálvez Ya no se escucha el grito de aquellos dioses que respondían los ecos en lejanas cavernas. Ya la esperanza pierde su ritmo y en un contratiempo de risa y dolor se desangra. Poco queda de aquellas antiguas tardes sólo un tiempo herido de orgullo. No basta con romper la cáscara, lavar el lodo, sacudir el polvo, cortar cadenas. No basta alzar el arco y la flecha y volver a las cruzadas.

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¿Cuándo comienza la primavera? Bibiana Pérez Gálvez La primavera comienza cuando el amor hace nido en el árbol. Cuando la tierra arde en brotes y florece la pasión en el límite febril del cuerpo. Cuando el canto es un pájaro que vuela por los sueños. Cuando el odio se hace sombra y el llanto, rocío. Cuando el universo se pliega en un pimpollo de rosa. Cuando la furia del mar se desvanece al rozar la arena. La primavera renace cada mañana, como las caléndulas, cuando el sol del encuentro transpone la puerta.

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Camino a Samaipata Normand Argarate Me despierto a la seis, con las campanadas de la iglesia. Mientras me ducho llama a mi puerta Doña Nacha para informarme sobre la hora. Doña Nacha es la dueña de la pensión, ya entrada en años, es mansa pero con carácter. El lugar es pequeño, sencillo y agradable; bebo un café con un poco de leche aguachenta y un trozo de pan casero. Al despedirme rogamos por volvernos a encontrar y luego camino hacia la plaza por donde Aldo debe pasar a buscarme. Espero una hora y media. En mis pensamientos me cago en el informal sistema de transporte público y en Aldo en particular. Decido entonces cambiar de plan y de itinerario también, opto entonces por el colectivo. Otra hora de espera hasta que la destartalada máquina se completa de pasajeros. No consigo asiento y me ubico al final del pasillo donde acomodaron a una anciana, sentada en un pequeño taburete entre las filas de las butacas. Cuando el ómnibus comienza a traquetear me prendo con fuerza del pasamanos del techo, para no caerme sobre la anciana. Es una mujer con el rostro aindiado surcado de arrugas y toda vestida de negro. El pasaje está completo y los cuerpos apretujados se bambolean. Una pareja viaja indiferente a la incomodidad, una niña vomita en una bolsita plástica por la marcha vertiginosa y sinuosa del camino, el aire caliente y viciado de sudores. En esa larga marcha paramos en pequeños poblados, con caminos áridos donde suben las cholas con sus mercancías, niños, viejos. El chofer de ojos vidriosos masca coca y conduce torpe y veloz en una combinación por momentos, difícil de soportar. En eso íbamos cuando en aquel loco traqueteo cuando dio la casualidad o cierta picardía, que la espalda de una mujer quedara perfectamente ajustada a mi cuerpo de tal manera que nuestras intimidades se confundieran. Era una joven, no mayor de veinticinco años. El rostro definidamente incaico, con aquella curvatura en la nariz que imita la línea heráldica del cóndor, los labios grandes y duros. El rostro ancho y achatado. El pelo color del cuervo, una especie de negro azulado. El cuerpo es nítido, vigoroso, pechos pequeños, piel trigueña y su trasero una ánfora precolombina cercana a la perfección. En el movimiento involuntario al que éramos sometidos, la proximidad de nuestros cuerpos mezclaba las palpitaciones, y la sangre emitía sus señales invisibles. En ese roce se produce entonces la erección mas dura SADE Villa María

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que recuerdo de toda mi vida, porque paradójicamente era acicateado por el temor a malinterpretar esos signos. Al principio me esforcé por disuadir mi deseo. Revisaba mentalmente cuentas matemáticas, y tras algunos momentos y resultados fallidos, me abandoné a mi suerte. Era imposible que ella no advirtiera tamaña sugerencia entre sus piernas. En ese momento esperé la cachetada inminente y me imaginé expulsado por depravado, pero nada de eso ocurrió. Ella simplemente se ajustó mas, mientras se balanceaba lentamente. En ese momento agradecí al cielo por aquel caótico sistema de transporte público y me pareció increíble en un mundo donde todo se vuelve virtual y aséptico, la existencia de aquel pequeño espacio promiscuo y vital. Estaba entregado dulcemente al roce pasajero, cuando advertí de improviso el cartel de la entrada del pueblo: “Samaipata”, mi destino. Con gran pesar me abrí camino entre los pasajeros y casi de un salto, con mis piernas muy duras, caí sobre la tierra pelada. La larga marcha Era mediodía y la luz intensa cegaba en aquel pueblo blanco. Una estación de servicio, un comedor, un hotel, también un hospital. El poblado era el punto más importante de la región, la cual se destacaba por las parcelas cultivadas de verduras en sistema de terrazas. No había mucho movimiento en las calles y pregunté a la primera persona que crucé por la ubicación de las ruinas. Era un hombre mayor montado sobre una mula y me miró incrédulo mientras observaba la pesada mochila que cargaba. —¿Piensa ir a pié? —Sí –respondí-. Me señaló la ruta hacia la salida del poblado y agregó: —Entonces camine derecho nomás, hasta que vea un cartel de chapa a la derecha, allí se desvía y sigue el camino. No quise preguntar la distancia, porque de todas maneras tenía poquísimo dinero para pagar nada, pero quería llegar de cualquier forma, y así comencé andar. Caminé entonces al costado de la ruta, con el sol cayendo en vertical. Me protegí con un sombrero de fieltro negro; el clima era sofocante, cerca de 40 grados. Al inicio, la marcha fue constante y alegre. El camino bordeaba una hondonada, desde el cual se apreciaban los sembradíos y algunos jardines. Al cabo de cuatro kilómetros encontré el desvío hacia las ruinas, la “fortaleza” como se la llama aquí. Al principio no parecía desafiante, pero luego al doblar la primera curva y advertir que el 64

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terreno era una cuesta de entre 20 y 40 grados, dudé por un momento. Sin embargo me empeciné y establecí una marcha constante, pero a los 1200 metros sentí el corazón a punto de explotar y las piernas de plomo. A 1650 metros sobre el nivel del mar sentía la falta de oxigeno. Decidí entonces avanzar a pequeños trechos. La mochila de diez kilos se hacía cada vez mas pesada y los pies ardían dentro de las botas. De cuando en cuando pasaban camionetas 4x4 transportando turistas extranjeros, que sonreían y saludaban sumergidos en los aires acondicionados, pero ninguno le hizo caso al “dedo”. Un par de veces caí rendido, pensé en volverme, cuesta abajo, pero seguí. Los últimos tramos de aquel camino de seis kilómetros fueron penosos. En cada paso me dolían los pulmones; así decía por ejemplo: voy hasta ese árbol, que estaba a unos veinte o treinta metros; llegaba con el último de los alientos, descansaba algunos minutos y así seguía. Tras la última curva, con la coronación de la cima, lo primero que hice fue abalanzarme sobre un quiosquito de chapa, atendido por una sonriente mujer, quien al verme en ese estado calamitoso, bromeó: Quien mucho camina, mucho vive. —Sí –le respondí- si logro sobrevivir. Y bebí de un solo trago una especie de limonada que me sirvió. Ya recuperado entré a la “Fortaleza”. El paisaje se abre con tal imponencia que estremece. La cima constituye un bloque macizo, desde el cual se obtiene una visión panorámica de ciento ochenta grados. Rápidamente se comprende el valor estratégico del lugar. Hacia el noroeste se divisa la cordillera andina en una perspectiva, que dicen los lugareños llega hasta el Cuzco. La base rectangular tiene en su centro una increíble roca de unos 250 metros de largo por unos 60 de ancho, y es una de las piedras talladas más grande del mundo. La “Fortaleza” tenía dos funciones, por un lado militar ya que constituía una torre de vigía extraordinaria del imperio incaico ante las invasiones chiriguanas primero, y luego la conquista española; y por el otro religioso. Un sistema de pasarelas rodea a la piedra y cuando comienzo a divisar las figuras, aparece el guía. Retacón, ojos claros vivaces, tipo mediterráneo. Lleva una boina con una estrellita de plata y cuando confieso de donde vengo me abraza emocionado y me invita a tomar unas cervezas a su “oficina”. Es un hueco en la tierra, el techo está sostenido por una empalizada, la puerta de entrada es una lona. Dentro hay una pequeña mesa con papeles y enseres, sillas de paja, algunas garrafas de gas, un arcón y mas atrás un pequeño camastro. El guía revisa en una bolsa marinera y saca recortes periodísticos que SADE Villa María

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ilustran sobre sus dos pasiones: El Che y los Beatles. Tomamos cerveza y me muestra orgulloso los discos de vinilo que posee, pero lamenta no tener tocadiscos ni electricidad. Luego me explica sobre las ruinas. Allí sobre la piedra, las antiguas civilizaciones americanas tallaron jaguares, aves, suris y serpientes sobre una plataforma descendente. Tallaron también escalinatas y asientos pareados (cuadrangulares y triangulares) entre ellos unas canaletas que vienen desde lo alto y que terminan en picos vertedores ornados con forma de víboras. El lugar era utilizado para realizar ritos religiosos, probablemente sacrificios. Hacia la derecha se encuentran las viviendas de los sacerdotes, porque al parecer se reunían una vez al año. Cada cual llegaba de su respectiva comunidad cargando sus momias sagradas. Las habitaciones eran estrechas, cavadas en parte en la piedra y finalizadas con troncos y pajas. Sobre ese mismo lateral se hallan construcciones más tardías, realizadas hacia la ladera sudeste. Sector no habilitado para el público, pero después de algunas cervezas, mi guía me despide hacia allí con la única recomendación que me cuide de las víboras, porque el clima caluroso húmedo las pone agresivas. Recorro los dibujos arquitectónicos que trazan los cimientos y comprendo el carácter público y laico de estas viviendas. Aquí descansaba o debatía el pueblo que acompañaba a los sacerdotes o bien el ejército acantonado, defiendo posiciones en las guerras tribales o frente al conquistador español. También encuentro, entre los altos tajibos, ese extraño hueco que hasta el día de hoy está inexplorado por lo extenso y profundo de su recorrido. Hacia el atardecer completo la caminata alrededor de la piedra. En la cara oeste descubro las hornacinas donde se depositaban las momias que miraban hacia Machu Picchu. Me dedico entonces a contemplar, “descansando en las alturas” que es el significado de Samaipata; lo que aquellas momias debían ver y la visión resulta increíble: Un mar de picos montañosos se abre ante los ojos y se multiplican senderos de aire que se pierden en el infinito. El ocaso orna luminosamente las siluetas de aquellas imponentes cimas, la imaginación recrea figuras, y el perfil de una mujer embarazada se distingue de pronto. De espaldas, con las piernas flexionadas, a punto de parir, con el mentón ligeramente levantado, pujando, pariendo hijos de esta tierra, como si naciéramos hoy, frente a su energía, su prodigalidad, como nuestra lágrima de oro cuando brilla el amor. 30 de noviembre - 8 de diciembre de 2006. 66

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La bestia María Elena Tolosa Cuántas veces la bestia mendiga un rostro y solo halla la arena que lo golpea en los ojos que no tiene, crece el tormento, vuelve a pedir, ya está ciego, muerto solo camina.

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Médanos María Elena Tolosa El hombre grita su nombre en la noche y le corre el veneno por las venas, solo a veces es escuchado, la voz se pierde en la llanura, donde los médanos del norte golpean el rostro invisible de los que van a morir sin una mano tomando la suya.

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Los pájaros locos María Elena Tolosa En el trasfondo los pájaros locos contra la luz de la luna, la noche siembra de sombras el camino de la isleta, ellos parecen figuras recortadas, ateridos, desdibujados sobre la rama seca, están vigilando, algun armadillo puede aparecer y subir al árbol seco, ninfas de la noche, presagios simulacro de una huida sin regreso. Las estrellas brillan en la charca, la mujer insomne camina la penunbra.

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Mariposa azul María Elena Tolosa Una mariposa posada sobre una estrella eclipsa el sol, el diamante de la vidriera es falso en mi bolso, solo tengo una mandarina que me regaló la anciana del rostro desfigurado, todo gira sigue igual haga lo que haga, mañana habrá un sol de lujo no para todos.

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Las flores del delantal Pedro Accastello

Quizá fue por el hecho de llamarse María, o de tener la piel de color, o por ser la criada de mi casa, o por tener ese corazón único que no conocía límites de trabajo y amor. Cuando yo era pequeño en los pueblos y en el campo, sobre todo si se era de una familia de clase media, se podía tener en el seno familiar una persona de confianza a la que se le daban ciertos atributos conferidos al ama de casa, sobre todo si los jefes de familia ya eran gente mayor y esta persona resultaba por demás importante ya que secundaba a la mujer activa auxiliándola y a veces hasta reemplazándola en las tareas del hogar. Y nuestra familia no fue la excepción; cuando yo nací, Doña María ya era grande y con sólo ver parte de un delantal con dos flores bordadas se sabía que se trataba de esa hermosura, que para mi y mi familia era querida, amada y sumamente importante, por no decir imprescindible. Nuestro hogar se encontraba dibujado por las manos de mi abuela y de mi madre, pero cuidado también por las manos de María y si cierro los ojos, puedo trasladarme hasta aquella cocina económica a leña de la casa de campo donde a la mañana se elaboraba con una alquimia que sólo ella conocía el café con leche más exquisito del mundo; “lo negro siempre primero” decías al servirlo y desde allí salían los aromas incomparables de la leche recién ordeñada, del pan casero, la manteca y el dulce hecho por sus manos, que como en un espectáculo de magia el ritual de cada día en su rutina siempre resultaba cautivante. El delantal de María era de color gris claro, estaba gastado de tanto lavarlo y servicios prestados, pero ella adoraba ese delantal y creo que si lo hubiera cambiado, ya no hubiera sido nuestra María, pues ése delantal había sido testigo y cómplice de tantos manjares y SADE Villa María

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siempre nos decía que mucho mimo de palabra, pero que: —ya van a ver, cuando me muera, ¡ni una flor me van a llevar! Y nosotros le contestábamos: —¡lógico María, si Diosito te lleva, la tierra se queda sin flores! Y replicaba: —¡y ustedes sin cocinera! Y seguidamente nos reíamos todos juntos y si bien sus tareas se resumían a la cocina, ella decía que no había tarea más hermosa que la de cocinar para la familia y como siempre se lucía, le encantaba servirla. Cierro los ojos y escucho su voz que traspasa mi corazón y la escucho decir en voz alta: —¡A la meeesa! ¡A lavarse las manos que ya sirvooo! Y para llamar a la gente que trabajaba en el campo, con un espejo les hacía señales con el sol y si estaba nublado tocaba una campana que estaba sobre el brocal del aljibe y que tenía un tañar parecido a la de la escuela. No puedo comprender a la vida cuando nos daña tan de cerca, pues a María le hizo perder la memoria en su ancianidad, dejándola postrada en una silla de ruedas y las paradojas del destino; ella vino al mundo como una nena y se fue así, siendo de nuevo una nena, con la inocencia de la inconciencia, con un castigo no merecido ante su vida de amor y abnegación por nuestra familia. Cómo me gustaría tenerte hoy María, ahora que soy grande y que podría mimarte como vos lo hacías conmigo y preguntarte dónde aprendiste tantas recetas exquisitas que las hacías con tanta alegría, tanto, que nos contagiabas esa felicidad que brotaba por tus ojos y sonrisa. Eras todo un modelo, un ejemplo, cómo te extraño María, si me parece verte con ese delantal secándote las manos para darme un abrazo cuando llegaba de la escuela para contarme al oído con picardía: —niñito Pedro, le hice las milanesas que tanto le gustan y que sólo en casa sabíamos tu secreto y era que mezclabas con el pan rallado, partes iguales con queso parmesano rallado bien fino. 72

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Tu figura era una danza a la hora de servir la comida, ibas y venías, estabas atenta a todo, nada se te escapaba y que buen gusto que tenías para armar la mesa. Recuerdo que al abuelo le encantaba los domingos cuando ponías los protectores para platos y vasos de corcho y esa sopera de porcelana que le habían regalado sus abuelos de Italia, pues parecía una fuente bautismal con esos ángeles en relieve y esa mesa dominical era todo un jolgorio, pues era el día de misa y los manjares más elaborados. Vaya a saber porqué la vida te puso en esa silla de ruedas, quizá para que nosotros te mimemos en los últimos días hasta que te fuiste sin respirar. Pero me queda tu recuerdo y de ese modo estás viva y te veo en la cocina con la cuchara de madera revolviendo el dulce de leche, o cocinando cebollas rellenas, o largando alguna lágrima cuando te felicitaban porque siempre te luciste en la cocina y sin duda la receta era el amor por lo que hacías ya que cocinera como vos no habrá dos. Me enseñaste tantas cosas María, que hoy ya adulto las puedo poner en práctica; me enseñaste que la felicidad depende de uno, que no cambia, que sólo hay que saberla aprovechar y que asumiste el papel de tu vida con humildad y que de ella disfrutaste a tu modo, pues siempre estabas feliz y seguiste tu destino. Viniste al mundo sin caminar y te fuiste de igual modo. En pocos días más te iré a visitar y porque nuestro juego de palabras se hizo realidad, con tu partida el mundo se quedó gris y sin flores; pero te prometo, que aunque me quede sin ellas, te voy a llevar las más hermosas que siguen bordadas en tu delantal.

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El espacio y el tiempo Eduardo Pin El espacio y el tiempo, sólo existen en nuestro cuerpo. nuestra mente supera la luz, y detiene el espacio. Tu ser fue engendrado para cosas mayores, tu carne lo detiene, tu egoismo lo desfigura, tu incredulidad cierra los ojos a tu propia sabiduría. no somos esto, somos la suma de millones que existieron anteriormente, y nos dejaron en genes toda su sabiduría, la que nosotros callamos mentalmente. Somos un fracaso, ante tanta existencia. Nunca moriremos, porque no hemos nacido. Que pedazo de carne alimentamos tantos años. ¿Y para qué? Engendrémonos, para tener la posibilidad de algun día morir.

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La tuve tan cerca Eduardo Pin Pudiera ser que sea pero nunca fue aparecía ataviada como para el gran encuentro pero siempre, un aliento gélido la desvanecía la vi surgir en los bosques mimetizada con la naturaleza pero tampoco me daba citas en el tiempo y la distancia y yo siempre acudí pero ella no estaba me ponía pruebas las que cumplí, a mi manera esperando la recompensa pero tampoco la recibí la seguí y la busque por caminos polvorientos por países asfaltados la vi. de cerca percibí su perfume sentí lo suave de su piel y pude ver el poder de su energía me hubiese gustado poseerla pero la diosa fortuna nunca quiso estar conmigo.

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Te odio Eduardo Pin Te odio por lo que me amas te odio por lo tanto que te ame pero ya no te amo en mi juventud me distes sabiduría me aconsejabas, siempre estabas presente es más, me amaste desde que nací pero yo quiero olvidar tu amor pero tú me sigues amando fiel y constante amas lo que yo odio de mí lo que creo que no es bueno para mí amas mi rebeldía amas mi inconstancia amas mis dudas amas mis tristezas mis desasosiego amas esa forma que tengo de ver gris las cosas en definitiva amas mi energía cuando fui feliz te alejaste pero no dejaste de aconsejarme en silencio no dejaste de decirme que todo eso era efímero que algún día vería que tú eres lo eterno lo valedero que tú eres la verdad pero ya no te amo eres perfecta y por lo tanto triste soledad, compréndelo soy humano y ya no te amo.

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Todo existe Eduardo Pin Todo existe aunque tú no lo necesites otros lo necesitarán. Esa, es la libertad. Lo que necesites, créalo. Pero tú eres responsable de ello, tú eres responsable de lo que creas, y por ello viviras. Pero si no puedes crear tu mundo, vivirás la angustia de los demas, y nunca habras existido. Ni el cielo, ni el infierno existen, existe, la evolución a formas más perfectas, o la involución a los lamentos. Somos nuestro propio cielo e infierno.

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El fin Mónica Fornero

Mario caminaba solo, no parecía acompañarlo nadie, todos estaban ocupados en reunir las pocas pertenencias que le quedaban, parecían aquellos judíos de hacía un centenar de años, que se afanaban en esconder o llevarse los objetos más valiosos, sin saber que a dónde iban no los necesitarían. El niño no entendía por qué aquellos hombres y mujeres buscaban casi con desesperación un par de zapatos, un vestido de fiesta, el reloj de oro o sus tarjetas de crédito, pues ya no quedaba lugar donde lucirlos o gastarlas. Por más que preguntaba, nadie le respondía ¿Serían sordos o robots? Se podía ver diversos buscadores de “cosas perdidas” o “cosas preciadas”. Estaban los que acababa de dejar atrás, los que buscaban algo para comer o algo para calmar el frío que la noche después de la explosión, cernió sobre la ciudad. Y estaban los que, como él buscaban a un ser querido. Su mamá se hallaba desaparecida desde que saliera de su casa para ir a trabajar, hacía exactamente catorce horas. Había visto muchas explosiones en sus cortos diez años, pero siempre en pantalla gigante, el último regalo que le hiciera su padre antes de alistarse. Cuando le decía a su madre que algún día también allí habría una explosión, ella le respondía que eso no pasaría. ¿Por qué será que los mayores creen que a ellos nunca les va a pasar? Pensando en esto siguió caminando en medio de la oscuridad, sin pausa pero sin prisa; estaba seguro que encontraría a su madre en el momento justo, ni antes, ni después. Presentía que habría otra explosión, ésta sería mayor que la anterior y quizás también la última. Pero no por ello se apuraba más de lo 78

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pedido. Gracias a la necedad de los adultos el mundo estaba sumergido en ese caos. Y, aún así, no aprendían. Se detuvo un momento y dirigiéndose a un hombre que revolvía basura a la luz de un encendedor, le preguntó —Mi mamá trabajaba en el edificio de enfrente. ¿No vio salir a nadie? ¿No la ha visto? El hombre no pareció escucharlo, el pequeño volvió a interrogarlo; éste levantó la vista, lo miró fijamente por un momento, y reiniciando su tarea, le contestó: —Si me ayudas a buscar mi añillo de oro, te lo digo: El hombre no alcanzó a iniciar su mentira, una voz por demás conocida lo llamaba por su nombre, madre e hijo se estrecharon en un fuerte en brazo. Era el momento presentido. Levantó la vista, el cielo parecía una gigantesca hoguera, apretando aún más a su madre, dijo: —¡Mirá mamá, ahí viene la última!

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Aprendiz Mónica Fornero No soy poeta, ni un atisbo siquiera. Pero de pronto el lápiz se me vuelve hada y la mano duende. y me lleno de efluvios, abrazando continentes de palabras. Y sobrevuelo campos de rimas inconclusas, y abismos insondables de oraciones recortadas, o soy verdes montañas de amores amados, o cumbres nevadas de olvidos forzados, y entonces vuelvo, vuelvo en vuelo rasante a plasmar todo en la tierra plana y calma de una hoja en blanco.

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Los cisnes en otoño Eva Senn Quiero caminar por Los Cisnes en otoño por el sendero cromático de la estación exponiéndome al sol de sus tardes apacibles alcanzar el pico de luz que beberá mi corazón. Quiero caminar por sus anchos boulevares buscando la orilla de un mullido guadal para hundir mis plantas en la tierra que volvería a elegir para nacer y amar. Voy a subir a sus altos veredones por antiguas escaleras de ladrillo y cal donde el viento arrinconó las hojas que como algunos sueños no pudieron volar. Quiero escuchar el crujir de la hojarasca que despintó la magia del otoño al pasar porque su ocre estrellado forma alfombras para el que quiera por ellas caminar. Quiero escalar el paso a nivel del pedregullo cuyas vías la luna hizo brillar y descender al otro lado de ese tiempo en que la familia y la vida eran un cantar. Iré contigo por Los Cisnes… mi amiga conversando y sonriendo al andar despertando los recuerdos que en el pueblo tuvieron vida, en lejana mocedad. Quiero caminar por Los Cisnes en otoño y extraer de su paisaje natural hojas doradas, ocres, rojas y amarillas y hacerme con ellas un rosario de paz.

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Campanas de agua Eva Senn La lluvia mansa de enero me ha besado la cara agradecida miré al cielo extendiéndole las palmas. La lluvia llama al amor con campanitas de agua que rompen en los tejados o en sombreritos de plata. Las gotas esparcen aromas en la noche de metáforas y a través de mi ventana redoblando me acompañan. La lluvia canta al amor murmurando con nostalgia mientras peina sus cabellos en los faros cuando pasan. La lluvia me vuelve tonta me siento otra vez romántica en la oscuridad de la noche se me aparece tu cara… Y le pregunto a la lluvia como será tu ventana donde cuelga su cortina hecha de caireles de agua. La lluvia moja insistente mi soledad encerrada quisiera un abrazo tibio mientras ella canta y canta.

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El llanto del poeta Eva Senn Estoy buscando al sol para que peine el hielo de mi alma y en el agua me alcance las palabras para crear con ellas un poema. Estoy buscando el fuego que encienda en mi el arrebato para arder en chispas de ideas que den de mi, a luz, algún poema. Estoy llamando al don especial pues parece haberme abandonado que me devuelva el oficio de los versos para que pueda formar nuevos poemas. Estoy buscando el ritmo y la medida que sacudan mi sensibilidad tan quieta y me alcance de la invención la fuerza para expresar lo bello… en un poema. Estoy llorando de la lírica la ausencia de su encanto indefinible me siento pobre pues no tengo la riqueza de poder alagar con un poema. Mas no han de vencer a este poeta ni el abandono del don, ni el de la idea los convocaré con fuerza y osadía y recuperaré el oficio azul… de crear poemas.

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La fontana Eva Seen (Canto a un patrimonio) Con voces de tiempo canta la fontana de la plaza al centro… y en las casuarinas con silbos de duendes le contesta el viento… Su esbelta figura se eleva hacia el cielo y el agua clara , que viaja por dentro encuentra el momento de salir a luz, de llenar los cuencos, de volcarse pura en caireles frescos de crear un estanque que es un espejo. Pero un día…el canto enmudece, el hacha hace astillas rompiendo el reflejo Y las casuarinas se inclinan…caen con estruendo! En gotas de agua llora la fontana partida en el suelo.! Y así la vendieron …vendieron su canto vendieron su encanto… Sólo una imagen sepia la muestra en los años… queda una nostalgia de aquella fontana de la plaza…al centro. Hoy la descubrieron en un parque quieto donde el otoño pintaba experto ocres ,amarillos y rojos cadejos. Estática … blanca ,mirando hacia el cielo con un nuevo estanque que no era un espejo… Taciturno faro hecho de recuerdos, hecho de nostalgias , de no ver su pueblo de no oir campanas, ni recoger secretos. Mayo y el otoño, se dieron la mano para hallarla esbelta, en el parque quieto con sus querubines, que la abrazan al centro pues le dan consuelo, por perder su canto hace mucho tiempo… 84

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El robot Alcide Fornero

Era un niño prodigio, aventajaba abrumadoramente a sus condiscípulos; nada había que no resolviera en un breve lapso. Amaba a su abuelo; salían a pasear juntos, y en esas caminatas se explayaba contando sus proyectos. De pronto se detuvo y dirigiéndose al anciano le dijo: —Anoche soñé con hierros, cables, monitores, computadoras, sabés, ahora sé lo que haré en mi vida. —¿Qué harás pequeño? —Seré fabricante de robots. —Pues si eso te gusta, sigue adelante. Al cabo de algunos años construyó el primero de una serie que le daría renombre. Un día invitó a aquél a visitar la fábrica para mostrarle su más reciente y avanzado aparato. Le sobraban los halagos; pero ambicionaba el del hombre que más quería. Éste admiró la capacidad de ese portento. Luego comentó: —Está muy bien, pero le falta… Quedó anonadado. —¡Le falta dijiste! ¿Qué le falta? —Le falta la voz de…. No lo dejó continuar, una estruendosa carcajada llenó el ámbito fabril. —Me decís que no tiene voz, pues escuchá como habla. Y el robot habló. Querés que ría, mirá como lo hace. Es mejor que un hombre; no protesta, ni se cansa, es preciso, inteligente. ¡Ah! Y lo que es más SADE Villa María

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importante, no me odia como mis empleados por trabajar una hora más. Por toda respuesta el abuelo insistió: —Todo está muy bien, pero le falta… El inventor que se creía infalible, casi no durmió esa noche. Su prodigioso cerebro pensó como nunca antes en la frase que escuchó en la tarde, porque consideraba un sabio a su abuelo.

Al alba sonaban insistentes las alarmas del complejo que lo tenía absorbido y repercutían en su casa. Llegaron rápidamente aunque tarde. El robot parecía haber enloquecido. Su maravillosa tecnología y complicados mecanismos descontrolados, hicieron que su fuerza bruta arrasara con todo lo que se interponía en su camino. Cuando se detuvo su raid, solo era reconocible su triangular cabeza inclinada grotescamente, sin borrarse de su acerado rostro la estrafalaria y estúpida sonrisa. Al encontrarse frente a frente el inventor indagó. -¿Qué voz le faltaba abuelo? Las máquinas por inteligentes que sean, carecen de conciencia, por eso no pueden escuchar su voz…

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Ajuste de cuentas Darío Falconi

A veces,

a la noche,

en el viejo cementerio de trenes, algunos vagones se iluminan.

Abren sus desvencijadas puertas, regurgitan brillantes luces.

Algunos dicen que son vagabundos, Yo quiero creer que son dioses,

buscando las almas aún presas,

que dejó el exterminio.

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Necesidad Darío Falconi

Succiona con avidez, baja el líquido por las comisuras de la boca.

Goza sin pausa, imprime sus huellas

en esos grandes senos.

Sólo él sabe

cuánto hace que no prueba

la l e c h e a. rn mate

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Viajes Darío Falconi

Las quiere rosadas, con lunares, de encaje o semitransparentes... esas que son un hilito, de diversos tamaños, mejor aún, con varias posturas.

Las descuelga de cualquier soga, las oculta furtivamente entre sus prendas.

Cuando llegue a su casa, correrá al baño. Se asegurará de estar en solitario y desplegará el botín.

Aspirará hondamente, querrá viajar así, por los conductos más íntimos del ser, humedecerse en un hálito de excitación y soñar con la que pueda ser su dueña.

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Bellis perennis Darío Falconi El jardinero gordo siembra flores. Las riega, las cuida con delicadeza. Ha dejado su vida en la tierra, cultivando en colores muchos grises, pocos soles. Camina por el campo y se detiene, su mirada suprema, pendular atisba lo mejor de un cantero. Mueve sus muslos lampiños y de cuclillas, como puede, arranca de a ramos las frescas plantitas. Vuelve enérgico. Se lava las manos, esas con las que acaricia su hijo, las mismas que señalaron a los raritos y las que desconocen (aún hoy) el fuego. Todos se sientan a la mesa el gordo agradece a Dios y de inmediato da el primer mordisco.

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Un poema de amor para ella Evangelina Sodero

Es de noche. Los treinta y cinco grados de calor provocan el insomnio. El sueño demora en llegar. Ella cruza la avenida atestada de autos en horas de la tarde. Mastica nerviosamente un chicle que lleva horas en su boca. Intenta llamar a la puerta. Se muerde la boca intranquila.

A la cuenta de diez su mano pequeña hecha un bollo

castiga contra la chapa. El ruido perturba el sueño de un perro que le salió al ataque de alguna casa vecina. De una patada lo devuelve rengo al dueño que sale entre dormido para entrarlo. “¡Vení adentro, perro desgraciado!” y cierra la puerta murmurando una grosería. Del otro lado de la puerta verde está el pasillo oscuro. Son quince metros hasta el departamento, espacio suficiente para distender el amor o silenciarlo. Parece que no hay nadie y ella está por irse. Se enciende una luz. Alguien viene arrastrando las piernas. El sonido coincide con un par de chinelas de goma. Ella siente su mirada a través de la mirilla. Es el ojo de un “Cortázar” recortado en ese círculo de apariencias cotidianas. Desde allí las visitas asoman pesadillas. Los ojos vidriosos de la muchacha se desploman vergonzosos contra el suelo. Recién ahí percibe el olor a césped recién cortado. Se llena los pulmones de verde. Ella descubre que ha perdido el disimulo y corrige su postura. El libro de poemas que leyó ‘salteado’ en una tarde le pesa espantosamente en sus manos transpiradas. El hombre demora del otro lado y ella aprovecha para soltar su cabello en algunas partes aún humedecido. El bretel de su corpiño más nuevo resbala insistente sobre su hombro brilloso dulcemente enjabonado y lo deja. Se arrepiente y lo acomoda. Asume que el tamaño reducido de sus pechos no le será de ayuda para fijarlo. Finalmente, elige olvidarlo. SADE Villa María

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De repente, un relámpago hace que corrija su mirada que quedó colgada del picaporte herrumbrado a la intemperie. Una vuelta de llave. Ella respira profundo y apoya el libro contra su pecho. Una palpitación confirma su inquietud. Él quita el ojo de la mirilla y comenta con su conciencia adormecida de Girondo y Pizarnik al mismo tiempo que debería atenderla como al cartero. En la avenida los autos arrastran el cansancio de quienes los conducen. Las luces amenazan con apagarse. Un vientito del sur hace remolinar su cabello. Ella levanta los ojos al cielo y maldice la tormenta que no dio indicios de ninguna clase. A la segunda vuelta de llave se apoya sobre un pilarcito que acaba de percibir a sus espaldas. Una gota de lluvia castiga contra su frente dañada por el acné y los pellizcos frente al espejo. Él termina de ponerse la remera percudida con aceite durante una cena a las apuradas y abre la puerta con la parsimonia del recién llegado. Al verla allí, retraída como un animalito indefenso, la abraza por la espalda y corren como dos jorobaditos espantados por la lluvia. “¡El libro que buscaba!”, confiesa el hombre entre ademanes que ella entiende de otra forma y se avergüenza, erróneamente. Hasta que llegan al final, o bien, principio del pasillo y son otra vez el hombre y la mujer que cruzan como de costumbre el pasillo, sonrojados de pasión contenida. Él treinta años mayor, aunque parezca de menos. La barba lo avejenta y no lo sabe. Los une el gusto por los libros y el hastío. Intercambian libros de poemas. Cruzaron miradas en un mismo salón de clases. Ella se alucinó con sus clases magistrales y siguió sus manos imaginando que la tocaba. Ahora los separa una avenida y el pasillo. Ella a punto de casarse con su novio a la distancia. Él de mujeres no sabe más que una noche en su cama, siempre desarreglada. 92

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Las sombras ni siquiera se tocaron. Llegaron empapados. Se secaron los pies a la entrada y él buscó el paraguas que añoraba lluvias colgado del perchero. Un refusilo iluminó el pasillo donde se buscaban a tientas sus sombras. Seguidamente, sonó el trueno y se cortó la luz dejándolos a oscuras. Él sacó una vela de cumpleaños del cajón de la alacena. Su resplandor colaboró en hacerlos menos racionales. Se dieron la espalda. Ella confirmó la ramita en la página 18 del libro que le devolvía. “Era en la página 109 que debía marcarlo”, pensó el hombre para sus adentros y soltó, allí mismo, el boleto de la línea urbana atestiguando haber viajado desde la facultad hasta Boulevard Sarmiento y lo cerró extasiado. ‘Y caminaron como de costumbre… sonrojados de pasión contenida’. Atravesaron el pasillo sin tocarse si quiera el contorno de sus sombras y antes de cruzar la puerta (no sé si de entrada o de salida), curiosamente, la muchacha tropezó con un gato negro que se colgó de la pared para perderse en la noche. El libro cayó al suelo y quedó abierto en la página 109. Ella lo saludó por última vez con el bretel flojo sobre el hombro enjabonado y su figura como de “maga-triste” bajo el paraguas a rayas, apretando contra su pecho el libro de poemas que el hombre le prestaba. El profesor de literatura cerraba definitivamente la puerta detrás suyo. Ninguno de los dos sabría que allí mismo, al final del único pasillo sin principio alguno, se había volado el boleto que señalaba un poema. Un poema de amor para ella.

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Sobre tu piel Mirtha Cuello Me encanta tocarte, dibujar en tu cuerpo, eróticos laberintos donde se pierda el temor. Despertar en tu piel, una tormenta de sentimientos, que los suspiros vuelen y llueva tu sudor. Encender con mis labios, el fuego de los deseos, que la locura sea un volcán que entra en erupción. Y cuando la pasión te queme, como el sol en el desierto, convertirme en el oasis, de tu cuerpo sediento.

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Naufragio Mirtha Cuello Dentro de mi vientre ibas creciendo, ensanchando las costas de mi geografía, a mis pechos convertiste en montañas y a mi ombligo en la isla de tus sueños. Te alimentabas con el torrente de mis venas, y como un pez, que busca la salida, nadabas en las aguas de mis entrañas, hasta el estrecho canal, que conduce a la vida. Desperté con la amarga sensación, de mil agujas clavadas en mi vientre y un riachuelo de sangre que en las sábanas, pintó un grotesco saludo de despedida. Tus ojitos, no verán el arco iris de una sonrisa dibujada en mi cara, tus labios, no beberán el dulce néctar que brota de mi pecho cual cascada. Un ángel, en sus alas te ha llevado, y en el negro silencio de la noche, en un río de lágrimas naufragan mi corazón , mi ilusión y mi agonía.

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Golondrina Mirtha Cuello Él jamás olvidó, el mar espejado de sus ojos, donde su alma reflejó, los rayos de sol de sus cabellos, donde sus suspiros enredó, el lecho tibio de su cuerpo, donde su angustia descansó, el sabor a uvas frescas de su boca, que a su amarga soledad endulzó. Ella fue la golondrina que en su vida no anidó, en un cielo azul misterio sin rumbo, su vuelo emprendió, él espero muchas primaveras, pero nunca regresó.

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Si preguntas Mirtha Cuello Si preguntas por mi amor… puedo hablarte de noches de pasión desenfrenada, suspiros eternos, caricias alocadas, palabras dulces, que prometían amor por siempre. Si preguntas por mi amor… te diré que enloqueció en la espera de ver cumplidos sueños que no llegaban, de noches de soledad que nunca terminaban, y amaneceres, que tu presencia añoraban. Si preguntas por mi amor… te confieso que no supe mas de él, se escapó de mi corazón confundido, se perdió en un laberinto de desilusiones, se convirtió en vagabundo errante, para nunca mas volver. No preguntes por mi amor que me hace daño, en mi pecho, sus emociones aun extraño, se que anda por la vida malherido, sin conduelo, se rindió, por el engaño recibido.

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La bella pastora Carlos Santunione Brincando se bajan al valle las cabras y yo sé el motivo de tanta alegría, por esa ladera, junto a su rebaño, cantando se baja la joven pastora. Baja con canciones que se inspiran todas en todas las cosas que ve en la montaña, la flor escondida detrás de una peña o el clavel del aire prendido a una espina. Las cosas sencillas también son primores, tan sólo hace falta el ojo que mire, que cante a la vida como hace la niña, que canta canciones que no tienen penas. Por eso las cabras dan brincos al aire, las crías se ayuntan a su cabras madres, el macho cabrío las insta a que brinquen por esa ladera que baja hasta el valle. La noche serena se anuncia en la Luna, no hay nubes que mengüen si luz de blancura, se ilumina el valle, todo está plateado, la niña dormida sueña con mañana. Mientras ellas pasten su verde pastura, quitará su ropa, bañarse desnuda, tal vez vuelva el ave que vuela y la espía, cual si pareciese irse enamorando. No sabe que el ave le cuenta a un poeta el brillante encanto de su piel desnuda, que mira, que mira y se va enamorando, y el vate nos cuenta toda esa armonía en una poesía. 98

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El ave que pasa Carlos Santunione Ser el ave que pasa volando y te mira nadando en el agua. Ser el agua que viene bajando cristalina en el cauce de arroyo. Ser la fuente de toda esa agua dispersada en la alta montaña. Todo ser para ser solamente la caricia a tu cuerpo desnudo.

Ser la brisa que envuelve ese cuerpo y le seca la piel empapada. Ser el fuego del sol que calienta la frescura que estuvo mojada. Ser el viento por ser solamente un aliento que se haga toalla.

Soy el ave que pasa volando y mirando se va enamorando. Sólo soy pasajero del tiempo que hoy quisiera por ti detenerlo.

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...Le daré mi canto al río Carlos Santunione Yo quiero escribirle a mi río, sentado a su vera decirle al Tercero lo mucho que siento y que quiero, tantas maravillas que hay en sus orillas. Aceras de un mismo camino que moían las olas que van avanzando, corriente que va deslizando aromas del viento que hay en la montaña. Foresta que cubren las aguas con tantos colores de tono de verde, umbría la sombra de un manto que rayos solares le bordan su encanto. Y cuando en las noches la luz de la Luna. con hilos de plata dibuja en el agua el fino arabesco de sus filigranas, rizadas sus olas se orlan de espuma. Yo quiero cantarle a este río que por tantos años lo estuve mirando, decirle que es mío y que siento que con él mis días se van navegando. La esupuma que brilla de Luna tendrá los colores aue tengan mis canas, y pienso que al irme menguando, al Río Tercero mientras queden días le daré mi canto.

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Huérfana Alicia Perrig No tuve madre un parto complicado me llagó de reproches el alma recuerdo de aquella larga madrugada una asfixia pujando en la desesperanza la excusa para repetir que él no la amaba esta eterna sensación de falta guardo de su vientre un solo beso el brinco de sus manos pálidas y una luna de plata en la cabeza que presurosa disimulo en la blasfemia de un manto enlutando de olvido lo heredado.

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Inundación Alicia Perrig Lecho de piedras y huesos tiene el río a veces el gemido de su cauce desborda la mordaza anegados de memoria los niños bañan sus harapos.

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Sin nido Alicia Perrig Dibuja pájaros solo pájaros en vuelo siempre pájaros ala y viento únicamente pájaros y espejos nunca un árbol una cornisa un campanario donde aparearse y parir.

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Más mejor Alicia Perrig Malherida desgajada malgastó en una tarde de colmillos la última cucharada de miel rescate trágico de celdas que alimenta la estirpe de una cópula de zánganos y reinas desaladas.

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Lluvia Silvia Graciela Bonetto Tú que conjugas la lluvia con la pasión. Tú que vistes de perfume mi febrero. Tú que no sabes nada de mí y con las gotas que caen, lo puedes todo… Te propongo… Caminar el mismo sendero robarle momentos a la vida … y entonces, cuenta conmigo…

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Miedo Silvia Graciela Bonetto En un capullo estas inmóvil sin dejar salir tus sentires, tus emociones —¿A qué le temes? A este mundo, que tienes delante por descubrir, transfórmate en pájaro, vuela… Mira desde muy alto lo que dejas atrás, miedos desilusiones. Atrévete… Grita lo que sientes. ¡¡Vive!!

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Pude ver... Silvia Graciela Bonetto Hoy he abierto lentamente la ventana…casi con miedo, mis ojos estaban aún entreabiertos, luego de una larga noche de soñar despierta y observaron como el invierno dejaba su rastro en el parque. Hacía frío. Y pude ver… Los árboles, las montañas, las hojas crujientes y aquel pequeño arbusto, todo, todo delineado por el hielo. Era maravilloso… irrepetible, allí cabían muchas pinceladas color pastel. Y puede ver… Una mariposa anunciando la primavera y posarse en ese duraznero, el mismo que me estremeció, cubierto con un manto blanco , y sus flores tan brillantes, me llamaban a tocarlo. Lo se… era mi ilusión, necesitaba seguir dentro de ese paisaje. Mi corazón latió fuerte. Y pude sentir… En ese mismo instante, mis emociones despertando, muy temerosas, jugando a las escondidas, porque yo… no quería que nadie las encontrara…

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Tocando el cielo Silvia Graciela Bonetto Mis ilusiones vuelan ansiosas como pájaros que regresan cada primavera. por rehacer sus nidos así mi alma descubre que puedo vivir Tocando el cielo. Puedo construir una torre tan alta que en cada ventana abierta mis afectos estiren sus manos y atrapen un pedacito de esperanza sintiendo nuevas sensaciones. Tocando el cielo. Puedo ver que todavía estás allí con tu maleta de recuerdos, pero solo uno desearía que sintieras: Que te he querido, y aquí estoy… Tocando el cielo.

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A Lola Mora Ilda Mistraletti Desde el vientre de tu madre llegaste a contrapelo indomable orejana. No hay firmamento en el averno. Tú. Sólo tú,veías desde el pozo rielar una estrella. Palias del diablo desahucio en el infierno. Te restregaste en llama. Te convertiste en rosa. Giraste como derviche en danza entre la pluralidad envolvente. Tú. Sólo tú te elevas bella, solitaria, desenfadada, genial.

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Garante de su insomnio Ilda Mistraletti ¡Hombre! Aleta caudal en noche umbrosa. Río bullente su mirada fiera. No insistas es tarde ya. Ella quiere paz, convertirse en laurel para tus ojos. No es tiempo ¿Sabes? De tormentas y bonanzas. Espérala al final, garante de su insomnio Sobre las alas de un ave. Quizás canten juntos entre burbujas de espanto cuando crucen el mar.

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Niño ovillo piel y huesos Ilda Mistralettti Corrió el bus su último trecho al llegar a la frontera dentro del motor te encuentran. Polizón de carretera. Niño ovillo piel y huesos... A la vera del camino quedas mirando el cielo. Cristal pulido tu sueño. Tu cuerpo tizne, grasa y quemaduras. El barco todo cielo, hundido en el horizonte. El niño todo suspiro, pensando le da la espalda. Las gaviotas lo reciben camino de retirada. Sólo tu sueño está intacto. Niño ovillo piel y huesos. ¡Quedarás en mi memoria como una llaga en el alma!

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La niña de las flores Ilda Mistraletti Entre la multitud; perros y soldados. En el andén del poblado, una madre preguntaba por la niña de las flores. Ella sigue de viaje, al oeste; le dijeron. Alguien estuvo presente en una fosa común, cuando la niña de espalda semienterrada en el fango podía verse de lejos sólo su blusa de flores. Allí donde no crece nada, como pequeño jardín pintaba la primavera... ¿Por qué razón me llevaron mi niña la de las flores? Es el lamento que se oye sobre la tierra arrasada.

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Poema X Lelia Frías Mi cansancio, no descansa… corre sin miedo detrás de un sueño. Cenizas abrazan… La leña aviva la hoguera de mi alma. Fuego… llamas que danzan… el odio se enrosca. Eróticamente en el bálsamo ardiente. maraña de ambición, sueños, desilusión… siempre he sido un sueño… siempre… una ilusión…

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Poema XIV Lelia Frías Vivo intensamente cada minuto del día… ¿Quién sabe si viviré mañana? Miro con mis ojos estáticos tu rostro, tus ojos… ¿Quién me condenará en el juicio final de mi vida…? Camino hacia atrás, corro. Golpeo las inmensas puertas del cielo. Puños que sangran, rodillas que caen. Cansancio… grito mudo, desesperado. Sueño… se abren cerrojos… paraíso, flores silvestres, aroma a rosas… jazmines blancos, perdón…

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Poema V Lelia Frías La luna, ¿Es una banana? ¿Es un queso…? La luna quiere ser todo eso… a la una, una uva. a las dos, para dos. a las tres una cuna… y a dormir al revés.

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Poema XVII Lelia Frías de las nubes, cayó un pájaro. era un duende… caminaba dejando polvo de estrellas. nacieron mariposas, luciérnagas, caramelos de miel…

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Favores concedidos Francisca María Córdoba

La pared chorrea flores lilas, erguidas, signos de súplicas imposibles. El silencio taconea entre las paredes ocres del pasaje. Ella, menuda, morena, aprieta su bolsito de lona contra su cuerpo envuelto en el vestido de confección casera. Apresura el andar; la cabeza semigacha, así acostumbrada por la génesis de años de servidumbre y acatamiento; la mirada, en un cíclico movimiento derecha e izquierda que une imágenes con recuerdos. Aquella vez, Santa Rita había sido egoísta con ella. Tanto le había pedido por su Damián, lejano y primer amor perdido en una guerra corta, sucia, impensada. ¿Habría escrito algunos versos en la trinchera fría? Se lo había prometido pero a ella no le llegaron como tampoco su cuerpo. Ahora, casi desesperanzada, se había propuesto insistirle a la Santa y le llevaría algunas ramas florecidas que colgaban desde el muro. Tal vez con la ofrenda le apareciera algún gesto de piedad para con ella; y salta, una, tres, cuatro veces hasta cortar dos ramitas índigas con espinas y hojas (¿serían el sufrimiento y la esperanza que debía transitar todavía?). Llega al extremo del veredón de baldosas y gira hacia la derecha, hacia la dirección de donde oía un rumor de coros, hacia la iglesia tras la cual se refugian las carmelitas y piensa. Ese punto de clausura en medio de la vorágine ciudadana que se iba en alto queda como un códice apretujado en una biblioteca. La calle en esa hora incierta se ha transformado en un espacio abadiado; abre la puerta de dos hojas, batiente chillona y un soplo de vacía y helada religiosidad le estremece la cara. Camina desorientada en la penumbra hasta encontrar, en un altarcito lateral, la imagen. No se arrodilla; casi, con un poco practicado orgullo, ella habla con la mujer que la mira desde lo alto con ojos de cera fría. ¡Acordate de mí santita, tan solita de amor!

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Perdón, se me han caído una hojas del libro, ¿me permite? Está junto a su bolso. La muchacha gira la cabeza y ve al hombre, vestido de oscuro, ve sus botas negras apuntándola rígidas y brillantes. Creo que se despegaron, continúa él, ahora tendré que encontrar el número de cada página, ¿me ayuda? Embobada por la voz, grave, con ecos, como si saliera de un pozo, lo sigue hacia una hilera de bancos. Se sientan; no puede hablar, sólo monosílabas se le escapan y rebotan entre las columnas de la nave principal, soporte majestuoso de un cielo de vitrales que se afantasman con las luces del ocaso. El tiempo es agua y arena filtrando las palabras. Me llamo Alejo, soy escritor. Vengo a la biblioteca del convento a buscar información. ¿Usted? Yo soy Sabina. Entré a retarla a la santita... se ha olvidado de mí. El que olvida algo, siempre lo tiene en el recuerdo. ¿Cómo, no entiendo? pregunta ella. Porque se acuerda de lo olvidado, le contesta con una sonrisa que abarca toda la femineidad de la devota, hasta estremecerla. Ahora caminan, salen del templo oliendo a incienso y la noche les echa el aliento húmedo mientras bosteza su aburrimiento. No ven gente que camine con ese apuro robotizado de la vuelta a casa. Hay sombras fugaces, ecos de cascos equinos entre las calles que atraviesan. Sin proponérselo, se toman de las manos, empujan el paso por el declive de la Buenos Aires, pasan por el Buen Pastor, cruzan la avenida y se internan en la majestuosidad de Nueva Córdoba. La ciudad es otra con Alejo; su andar sin rumbo se interrumpe ante una reja increíblemente trabajada; el hombre la abre con una llave que extrae de su bolsillo; desde los balcones figuras con fauces y ojos amenazantes los observan; son voces de conciencias centenarias. Necesitamos un tiempo para nosotros, le susurra el hombre, ahora demasiado cerca de ella. Estremecida, con los ojos acuosos de tantos sentimientos acallados, Sabina sólo atina a mirarlo. Una cama, adoselada, con sábanas grises de satén, recibe la pasión inmediata de la pareja; desflora en el lecho su virtud más preciada. No 118

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hay palabras, tampoco se pregunta cómo había llegado hasta ese punto límite, tan esperado, donde el goce afloja sus músculos para dejar hacer al hombre que ha transformado las palabras en caricias voluptuosas y resbalan exploratorias por su dormidez virginal. Algunas lágrimas absurdas, impensadas resbalan hacia los almohadones de seda. Por una claraboya de vidrios multicolores se filtra una luz agónica que se combina pendularmente con un resplandor naranja en una sucesión de tiempo indefinido. Es la única referencia de otra dimensión existente fuera de ese espacio de paroxismo impensado. Cuando el jadeo da paso a la quietud, juntos recorren la casa. La cocina es tan amplia como el taller donde ella trabaja; una vajilla de blancos espasmódicos refleja la luz de las lámparas, ahora encendidas, desde el aparador de algarrobo (¿cómo estará el algarrobo que aliviaba las siestas cuando el viento del norte aliviaba su piel y los ojos de la abuela?). Ojos de cobre pendientes de las paredes azulejadas, los observan, enrojecidos por el fuego avivado en la cocina de hierro. Ellos son uno, con las tazas humeantes entre sus miradas que se anublan por el vapor; él la observa con ojos casi transparentes, como lagunas abisales, con color inacabable. En las salas con maderas, tapices, caireles, aprende a jugar al billar y a echarse laxa sobre las alfombras; conoce la tibieza de los leños encendidos (¿podrá la abuela cortar esos troncos de colquiyuyo cuando la apura el frío?) Las caricias la vuelven de ese lapsus de su memoria y envuelta en bata de espuma, enlaza y desenlaza su pudor de cortesana enamorada; Alejo es un sólido cuerpo que no pesa sobre ella y transpira aroma a hojarasca húmeda entre sus brazos. Unas campanadas, nunca oídas, le sobresaltan de su duermevela; casi aturdida mira el reloj de pie que parece renacer entre dos columnas; ahora ella ve el sol entrar por las hendijas de los ventanales cerrados. Oye golpes y voces que se acercan a la casa. Palpa la ausencia de su hombre que ya no está a su lado. Lo busca por la casa, lo llama; torpemente busca su ropa, recorre pasillos, salas, salones, salitas y el SADE Villa María

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baño con los espejos empañados, con moho y dos cacatúas gigantes, tiesas, balanceándose por décadas sobre la bañera. Solo silencio. Soledad. Ecos. Encuentra su vestidito, calza las sandalias gastadas, arregla su pelo con una hebilla de hueso y con el bolsito en la mano dirige sus pies hacia lo que cree la salida. Una llamarada de luz la sorprende junto con un grupo de obreros que abren el portón principal. Pasan la rozan, no la ven. Disponen, se ríen. Bueno, acá vamos, don Alejo Guzmán y Cabrera ¡por fin! Alardea uno de ellos con planos bajo el brazo. Otro, el de la notebook le hace un guiño casi obsceno y contesta ¡A demoler! Se acabaron las amantes viejo zorro. Los inversores no esperan más. Como huyendo de la luz mala en su Tuscal natal energiza su paso, ahora es una corriente helada que la observa, la succiona, no hacia las salinas sino hacia la agónica casona que, pronto, una topadora saciará con ella su avidez de paredes con sabor a flores francesas en sus empapelados. Casi corre hasta alcanzar la Cañada. Una lluvia amarilla de tipas en flor baña su cuerpo; se siente purificada aunque satisfecha de su tiempo de lujuria. Al llegar a su cuartito del Güemes, intenta sacar la llave del bolso; su mano de costurera encuentra una flor de Santa Rita, ajada. Sabe entonces que ha perdido para siempre al hombre que la bondad de la Santa le había regalado por un instante eternizado. Agradecida, le enciende una vela.

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El perro Richard Zandrino

La mujer salió deprimida de su casa. Primero caminó sin rumbo, pero una vez en camino, decidió dirigirse a una ruta por las periferias de la ciudad donde cruzaban camiones en un nutrido tráfico. La obsesionaba la idea de la muerte, quería terminar con su vida miserable conviviendo al lado de un hombre violento y golpeador del cual no podía desprenderse, tomar distancia. Estaba atada a él por lazos inexpugnables. Quería dejarlo... pero a la vez sentía que le resultaba imposible y que no tenía las fuerzas necesarias para hacerlo. Pensó “me tiraré bajo un camión y todo terminará... es la única forma”. Caminó decididamente hacia la ruta, con paso firme. Sentía que esa decisión ya estaba tallada en su corazón. Comenzó a llorar, a recordar a su padre y a su madre y el destino maravilloso que habían soñado para ella. De pronto un perro enorme se le unió sin que ella se percatara de dónde había aparecido. El animal se ubicó a su lado; más precisamente entre ella y el pavimento, y comenzó a acompañarla a su lado caminando a su mismo ritmo. En un momento la mujer vio venir un enorme camión y pensó que sería la ocasión de tirarse bajo sus ruedas. Comenzó a acercarse a la ruta, pero el perro no la dejó, interponiéndose férreamente a su lado y empujándola hacia fuera del camino. Ella insistió, pero el perro también aumentó la presión mordiéndole cuidadosamente la muñeca y obligándola a volver hacia un costado del pavimento. Continuaron caminando, ella a paso firme, apurada, con energía, casi con un paso mecánico y automatizado. El perro a su lado con la misma firmeza y determinación de no dejarla acercar a la ruta, sobre todo en momentos en los que pasaba un pesado camión a su lado. Así siguieron por varios kilómetros más, hasta que la mujer se detuvo y

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se desmoronó en el suelo y comenzó a llorar amargamente. El perro se detuvo a su lado y se mantuvo sentado observándola mientras resoplaba con su larga lengua afuera de la boca. Luego de un tiempo la mujer se levantó, y emprendió el camino de regreso. El perro la seguía a su lado, también en esta oportunidad entre la mujer y la ruta. Finalmente llegaron a la casa donde ella vivía. La mujer abrió la puerta y entró dejando al perro afuera junto a la puerta de calle. Para su sorpresa ella se encontró sola en la casa. Su marido se había ido dejando una nota en la que le anunciaba que se iba para no volver. Ella se dijo; “por supuesto que no volverás. No sabés que en realidad me acabás de solucionar mi problema. No te voy a extrañar”. Había sido el propio destino el que había arreglado una situación que para ella era imposible, y lo había hecho de una manera que ella ni había podido soñarlo. “Ahora sé que nunca más volverás a esta casa. No sólo porque te hayas ido, es que ahora finalmente lo acabo de decidir yo misma: no me haré daño a mi misma, y te aseguro que nunca volverás a mi lado. Nunca más seré víctima de tu manipulación.” Recordó el perro. Corrió a la puerta ansiosa por encontrarlo. Abrió la puerta, pero el perro ya no estaba allí. Preguntó a los vecinos pero nadie lo había visto. Ella sonrió y volvió a entrar a su casa mientras se decía a sí misma: “efectivamente, fue un ángel.”

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La palmera Richard Zandrino

Una tarde de un día lluvioso, un anciano debió quedarse en su casa para evitar mojarse y pescarse un resfrío, por eso decidió esta vez no visitar a sus amigos en la plaza del pueblo. Se sentó frente a la ventana y puso su atención en una pequeña palmera de su patio descubriendo algo de lo que nunca se había percatado; que dos árboles contiguos la estaban ahogando. De pronto la lluvia cesó y pudo observar cómo pendían gotitas de cada uno de los escasos dátiles que ella había producido. El anciano se maravilló al observar cómo a través de la luz del sol, que acababa de reaparecer, cada gota de agua brillaba como si se tratara de un diamante. Se quedó meditando largamente sobre cómo Dios había producido belleza en aquella humilde planta que luchaba por sobrevivir, y que ahora le producía esa alegría en la nostálgica tarde de lluvia. Por fin decidió levantarse de su cómodo sillón y salió al patio, se acercó a la palmera y acarició una de sus ramas, y en voz baja le susurró un secreto lleno de amor que nadie conoció jamás sino sólo la palmera. Hoy la palmera está grande y supera en altura a los dos árboles que la asfixiaban y da generosamente las flores doradas que brillan al sol y que luego se transforman en deliciosos dátiles, también alberga a numerosas aves hace sus nidos en sus ramas más altas. La palmera ha traído alegría, belleza y esplendidez al patio... y el anciano se regocija al observar a su amiga a la que la une un amor secreto.

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¡Al fin el auto nuevo! Richard Zandrino

Ramón manejaba orgulloso su auto mientras pensaba: “En pocos días de mi vida me había sentido tan orgulloso.” Le acababan de entregar el auto nuevo. Tenía su primer cero kilómetro. Continuó pensando: “cuánto esfuerzo, cuántas luchas, cuánto aguantar al jefe. Pero todo eso ya no importa, ahora, finalmente, se me ha cumplido el sueño de todos estos años.” Teresa, su esposa, iba sentada en el asiento del lado y sus dos hijos, Silvia y Carlitos, en el asiento de atrás, ellos también estaban contentos; cantaban y jugaban. —¡Chicos, quédense quietos por favor que van a romper los asientos! A propósito Teresa, ¿viste que buena suspensión que tiene? Los pozos ni se sienten. ¡Con un auto así es otra cosa! Ramón continuó pensando para sí: “Esta mañana me levanté por primera vez en mucho tiempo con ganas de ir a la oficina. Es que ahora me siento compensado... premiado por la vida. Es como que todos mis esfuerzos han valido la pena, me siento satisfecho... ahí está, “satisfecho”, esa es la palabra que estaba buscando. Me siento así porque mi esfuerzo valió la pena. Me merezco este auto, Me lo he ganado. Es mío en buena ley, y ahora ¡A disfrutarlo! —¿Entendés lo que quiero decir Teresa? —La verdad es que no sé qué estarás pensando, pero si querido, te entiendo; estás orgulloso... y también entiendo que por fin sacás a tu familia para un día de pic-nic todos juntos ¿Cuánto hacía que te lo pedíamos y no nos escuchabas? Llegaron a una esquina con semáforo justo en el momento en el que se prendía la luz roja. Ramón frenó el auto. —¿Viste Teresa que buenos frenos que tiene? En eso... ¡SPLASHHH! cae un baldazo de agua sobre el parabrisas.

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—Pero... ¿Qué es esto? ¿Quién se ha atrevido? Entonces comienzan a ver el movimiento de una escobita para limpiar los vidrios recorriendo el parabrisas horizontalmente desde la parte superior. El proceso se repitió un escalón más abajo, luego otro y otro... y entonces apareció el rostro de un chico con expresión de inocencia, pero extrañamente, a la vez la mirada transmitía cierta madurez difícil de definir. De su boca entreabierta resaltaban los huecos de varios dientes faltantes. Tenía el rostro sudado o quizás mojado por manipular el agua con la que limpiaba los parabrisas. —¡He, Don! Mire que lindo quedó el parabrisas. ¿Cuánto me va a dar? Ramón todavía estaba sorprendido y enojado. Pensó: “¡Justo lo que me faltaba, un chico de la calle que me venga a arruinar la fiesta! ¡Y tiene que ser hoy! ¿Cómo puede ser que a alguien se le ocurra hacer cosa semejante en mi auto nuevo y sin mi autorización? —Teresa ¿Es posible que esto me suceda a mí? ¿O es que no se da cuenta este pibe que éste es un auto recién sacado de la concesionaria? Si el parabrisas estaba limpio, más limpio que lo que quedó ahora. Entonces mirando con el ceño fruncido al niño le dice: —¿ Cómo que cuánto te voy a dar? ¿No te das cuenta que acabás de ensuciarme el parabrisas de mi auto nuevo? Al chico no le importaban esos argumentos y se mantenía con la mano abierta extendida frente a la cara de Ramón. En eso Ramón sintió la mano de su hijo que se apoyaba en su hombro mientras le decía con entusiasmo: —¡Papá, llevémoslo con nosotros al pic-nic! De pronto Ramón sintió que su enojo se transformaba en furia, su cabeza parecía que iba a explotar. Entonces exclamó desesperado: —Carlitos, ¿Te has vuelto loco? ¿Cómo se te ocurre decir semejante cosa? ¡Teresa, por favor, hacé callar a tu hijo! —Y ¿por qué?... no es mala idea –dijo Teresa-. Ya que estamos todos contentos y de festejo, bien podríamos compartir nuestra alegría con otros. En la vida hay que ser agradecidos. SADE Villa María

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—Pero... este es un premio para nosotros, para la familia. Lo he ganado con mi esfuerzo, y con el tuyo Teresa, vos sos la que me cubre las espaldas cada mañana cuando salgo a trabajar. —¡Pero no querido! tenemos que ser generosos, así como la vida lo ha sido con nosotros. Invitemos a este chico, tiene hambre, y si compartimos con él nuestra comida, entonces nuestra alegría va a ser doble, ya vas a ver. —Si puede ser, pero... ¿no nos ensuciará el tapizado nuevo? El semáforo se estaba por cambiar al verde, entonces Teresa se dirigió al muchacho y le dijo: —Preparate que damos la vuelta a la manzana y te pasamos a buscar por esta misma esquina para llevarte con nosotros a almorzar. Ese será nuestro pago por tu trabajo. El semáforo se puso en verde. Ramón había cambiado su semblante, de pronto había comenzado a relajarse. Arrancó y le pareció que el sol había comenzado a brillar nuevamente luego de la tormenta pasajera... incluso notó que su brillo era más intenso. De pronto sintió una extraña paz. Miró por el vidrio retrovisor y vio al chico correr a guardar su balde. Saltaba de alegría. Teresa y los chicos lo miraban y se reían. Ramón terminó de aflojar su rostro tenso y también se rió con ellos.

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El suicidio Javier Gaido Aquel bello árbol me parece el correcto. el será mi verdugo y la soga su hoz. Aunque pensándolo bien… esa punta del cuchillo es perfecto para estallar mi corazón. Sin más no abandonaría la alcoba del último piso que tantas veces me tentó. Mientras sería buena idea lanzarme bajo un tren y quedar en el olvido como siempre pasó. También la piscina del vecino es bastante profunda como para ser mi perpetrador. Y aún sueño con beber los mil y un venenos (letales por cierto), en una sola poción. En realidad, estoy buscando algo parecido que se hace llamar solución. Porque necesito terminar, de una vez por todas con esta desesperación. Ya que estoy sufriendo, en una mazmorra y sé que no tendré liberación. Prolongo mi tiempo y es en vano, si cuando ella se fue mi vida murió.

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Necesidad inevitable Javier Gaido “Dadas las circunstancias, los hechos y sucesos que han propuesto determinarnos humanos, sería preciso decir que”: Me equivoco porque no lo sé, pero intentaría por saber. Reacciono por mi fe, porque deseo ver a Dios y no creerlo. No me molesta perder, siempre y cuando no sean vidas. No brindo por las risas, lucho por borrar las tristezas. Evito tanto las miradas hasta que cierro los ojos. Siento con mi boca la ausencia de la fruta. Incumplo muchas veces, por eso no hago promesas. Si dudo en la verdad, es debido a la mentira. Tengo a una mujer, puesto que es mi todo. Cortejo lo que tengo, sin desear lo inobtenible. Y amo, porque querer no es una necesidad inevitable.

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Hablar de ella: Javier Gaido Es dibujar en una hoja un rayo de sol, sentirme acompañado en forma astral, creerme de su piel el gran conquistador. Equilibrar mi plenitud con mi ansiedad. Es idéntico a tener la vida llena. Asegurar que es su corazón universal, que en otoño nace una flor de primavera. O cual ente superior, lírico e inmortal. Es desdoblar sus palabras en mi oído, beber de su sangre el néctar de la eternidad. Encontrar lo que quedó en el olvido. Lanzarme al abismo y echarme a volar. Es curar la enfermedad de mi locura. Proteger mi corazón ante todo mal. Escuchar su nombre, y creer que esta dotado de hermosura. Sentirme amado, saberlo y poder amar.

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Marianella Javier Gaido De un mudo pensamiento con mirada descifrable, supo que mi corazón sería su guardián por las noches. Y hasta entonces, guardo el aroma del perfume que usó cuando me besó por primera vez. Es sin duda la razón de mi existir. La tengo entre mis brazos, e inmarcesible allí estará. La llamo amor, porque sobre todas las cosas que son simples y cotidianas las transforma en únicas. Tiene un don al tocar que sin querer me acaricia con solo respiro. Es que sin más tiene una llama en su alma que me alivia en las noches sombrías y de soledad. La deje de querer al poco tiempo y me enamore al conocerla, porque sentí que amarla era justo y necesario. Vale cada gramo de su peso, cada centímetro de su altura, cada litro de su sangre… Desde que la conocí, todavía no existe el día en que deje de pensar en ella.

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Ancianidad II (cuartetas libres*) Etél Francisco Bergeró Perusia Dedicadas a “Gilda Paz “ entrañable personalidad de la cultura argentina, americana y europea.

(*) En sus versos la escritora Gilda Paz -adviértase- nunca marcaba signos de puntuación. Esos estilos los utilizó desde del año 2000. Expresaba que las pausas y ritmos deben ser marcadas por cada persona que interpreta. No entendía bien aquello. Hoy sin embargo -desde mi ancianidad- igual a la de ella deseo respetar su estilo. acunando sueños esperanzas utopías ancianas y ancianos deseamos sembrar y cultivar estilos de vida con dignidad generosidad solidaridad y retoños que en sus tiempos se deben cosechar repican tañidos de campanas en nuestros oídos que es imposible volver al pasado para resembrar nos dicen que debemos olvidar ocultar sin reclamar evitando entretener para no molestar ni estorbar entonces surgen espontáneos pensamientos por si acaso somos personas atrevidas mal educadas sin espacios donde parar ni atenciones ofrecidas habiendo trabajado duro por ello no nos vamos a callar es menester preguntarse que se está haciendo ahora con nosotros ya que cuando quienes nos agravien si llegasen a nuestros tiempos deberán conocer que con lágrimas propias mojarán sus raíces prontas a secar es ley cósmica que se debe resembrar cultivar cosechar lo haremos con mujeres embarazadas e infantes adolescentes y jóvenes que nos respeten y reconozcan que ancianas y ancianos somos testimonios de la eternidad

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Viajes al paraíso (cuartetas libres*) Etél Francisco Bergeró Perusia

déjame contarte mujer de mis ensueños que gracias al ir y venir de tú cuerpo frente a mi aquella tarde nosotros dos ascendimos hasta los cielos anclándonos muy enamorados en el Paraíso Celestial lo encontramos allí a Pablo Neruda a Cortazar Gabriela Mistral Gustavo Becker Claudio de Alas Sor Juana Inés de la Cruz Martí Borges Alfonsina entre muchísimos seres de luces y vibraciones mas sus esencias en planos absolutos permiten conversar entre quienes elogiaron a ella por estilos delicados y sugerentes expresando ¡¡¡que es increíble tanta galanura y belleza!!! Me preguntaron quién era y así le dije la conocí por causalidad advirtiendo que es caprichosa inquieta escurridiza de cabellos brutalmente incitantes que al tomarlos la domino ¡¡¡a esa mujer sin igual!!! poetas y poetisas mientras nosotros dos volvíamos en batir de alas la poesía los encantos y el amor recordaron que ella dijo ser inmensamente dichosa en el modo y el como disfrutábamos locamente ella y yo

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Reflexiones…, ¡para pensar! Etél Francisco Bergeró Perusia Confesiones y propuestas La palabra “reflexión” conlleva estados espirituales muy particulares. En este caso también lo es. Escribo conforme los subtitulados. Son manifestaciones de un anciano. Desde hace casi cuatro lustros me refugió en mi soledad absoluta. A principio de la década de los años 1990 me radique en Villa del Totoral, de la Córdoba Norteña. Allí construí mi guarida a la vera de las vertientes naturales. Casi un lustro escribiendo mis pensamientos. Concluí mi autobiografía que Favio Zerpa la desea prologar. Poseo 330 página soficio en crudo que deberé corregir. Lo importante fue seguir pensando en quijotadas, sueños, quimeras, utopías…, que nadie compartía. Desde mi infancia, manifesté interés por la lectura, dibujo y música. Esas preferencias me siguen acompañando cuando estoy parado en el umbral de los setenta y seis (76) años de edad. Inte-lectualmente trabajo intensamente. Estoy muy orgulloso de ser anciano. Es un privilegio. No alcanzo a definir aún quien soy. Nada he logrado hacer para evitar dificultades propias. Entiendo ser un escritor compulsivo. Estoy compelido a volcar mis pensamientos a borbotones. Ese es mi presente absoluto, permanente, es mi única realidad. Admito que los seres humanos somos únicos y eternos; nunca se muere espiritualmente. La Luz Trina queda descarnada para luego reencarnar en otro cuerpo material.

Los silencios de poetas y poetisas Hay un dato de entre muchos más que recuerdo con agrado. Es cuando me daban muchos detalles que me permitían entender la poesía. Habiendo sido vecino de la Señora Rosa Vázquez Tejeda de Theaux y su familia, por haber nacido yo en la casa de mis progenitores ubicada en Boulevard España 179 casi esquina Catamarca, ella sabiendo sobre mis gustos mucho me alentaba en la interpretación de las lecturas. Su domicilio de calle Catamarca distaba a metros de la casa de mis progenitores. De allí es que al leer versos me interesa conocer las circunstancias que rodean la trama escrita. Ocurre lo mismo en prosa con cuentos, historiales y otros estilos. Se omiten lugares, fechas, circunstancias. Para eternizar pensamientos es conocido que siendo cintos de millones quienes escribimos solo perviven quienes son paradigmáticas. Por caso sito a JESÚS EL CRISTO CRUCIFICADO. Él nunca escribió libros. Dejó pensamientos y acciones para que amanuenses y escribas los interpretaran escribiendo libros sagrados. SADE Villa María

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Reflexiones…, ¡para pensar! Etél Francisco Bergeró Perusia Educación – Instrucción – Cultura En mi adolescencia y juventud disponíamos del tiempo que deseáramos. Escuchábamos a las abuelas y abuelos y personas muy mayores. También nos agradaban las personas aristocráticas. Así fuimos educados, instruidos, cultos. Tres palabras cuyos significados son diferentes. Se puede ser educado sin ser instruido, ni culto. Que es el ejemplo que admiro en mi madre Angela Perusia. Mi padre era las tres cosas hasta que en la ancianidad enfermó. Extraño esos “vicios” y las actividades deportivas. Jugando en Sparta, basket, en Sarmiento futbol; atletismo en la Plaza de Ejercicios Físicos, no teníamos posibilidad de drogarnos. Actualmente -en cambio- se convive “muy apurado”. “No tengo tiempo” es la muletilla. Muchas veces utilizada para zafar compromisos que demandan trabajo y capacidad que no se posee.

Aprehender estilos de vida Por lo dicho estoy intentando concretar esas circunstancias que idealizo desde siempre. Por ello es que me dediqué desde infante a diseñar esquemas de aprehendizajes. (con H al medio). Ello se logra si es que se inician las prácticas en el mismo vientre al ser engendrado y en el seno materno. Luego se sigue en la cuna para finalmente recibir lo que nos enseñan en forma entretenida. Las responsabilidades son de madres, padres, hermanos y demás integrantes del entorno familiar y amistoso. “Aprehendamos” a ser ancianas, ancianos, infantes, adolescentes, jóvenes si es que despiertan en cada uno de los seres humanos las motivaciones para realizarlo con alegría. Es todo un tema. Quienes por sus años y experiencias acrediten entre 30 años y los 65 de edad, mis deseos son que convivan armoniosamente. Nada más. No deseo incursionar en esos segmentos dado que (es una opinón personal) por acción u omisión no se colocaron los frenos a su debido tiempo. Hoy es tarde para parchar “el cuerpo social argentino”. No existen modos de cambiarles las ideas, salvo las excepciones que confirman la regla y sabido es que un “cuerpo humano” no debe ser “parchado”, sino curado por profesionales especializados. Los sueños democráticos en millones de argentinos fueron frustados. Omitiré opinar. Menos aún brindar algunas consideraciones. Las personas suelen equivocarse solas; no hace falta que yo las confunda para que se equivoquen.

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No dejes Olga Bruera No dejes que… el infinito silencio acalle las voces de los que proclaman la paz hazlas volar, como palomas blancas que la representan deja que el viento las lleve hacia los horizontes. No dejes que… el infinito silencio acalle las voces de los que proclaman amor deja que todos lo expresen y lo puedan sentir. No dejes que… el infinito silencio acalle las voces de los que proclaman la fe escucharlas, hazlas oir porque en ellas está lo que dios nos quiere decir.

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Somos Olga Bruera Somos pedazos de tierra que nos echan a andar por la vida, caminamos largos caminos marcados, guiados, no sé por algo que llaman destino sembramos, cosechamos a veces amor recojimos. Lágrimas, dolor angustia tantas veces sentimos. Al final del camino terminamos siendo lo que fuimos porque el hombre es y será tierra que anda.

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Llanto Olga Bruera Tu llanto cansado de tanto repetirlo por ese hijo querido que al cielo voló llanto de madre, no tiene consuelo por esos sueños que él, nunca cumplió. Pasaron los años el dolor es eterno nunca se olvida al que tanto se amó llanto cansado de tanto repetirlo es el de una madre que a su hijo perdió.

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Ella Olga Bruera Alcanzó el crepúsculo la oscura noche a pasos lentos caminaba ella, hacia su triste vida que se parecía a esa fría noche… En la esquina; la esperaba un hombre con dura voz le dio la orden a ¡trabajar! ¿Podría llamarse trabajo a que la deshonren? La oscura noche la cubrió de sombras, y a paso lento ¡ella! tristemente fue a encontrarse con otro hombre.

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Retornar al amor María Julia Méndez He despertado... Señor ¡¡¡qué maravilla!!! he soñado, sabes... por muchos años he despertado... Señor!!! me siento otra. Ya no es mi corazón quien hace ruido, ahora late al compás de mis suspiros. Avanzando camino en la distancia obviando penas y errores del pasado me dejo llevar por el camino que la brújula de mi alma ha marcado!!! Un hermoso amanecer ... allí estás... Ecología! siendo testigo al oír dulces notas de amor!!! en melodías. Quiere ser marco, de un encuentro de amor inusitado Sabes? llevo ya, casi cuarenta años tratando retomar, aquel pasado llego al fin... justo a tu lado admiro tu elegancia tu figura!!! me miras y te miro nada existe... extiendes tus manos... me obnubilo, me invade la ternura, rozo tu piel... que amo desde niña me estrechas con tu fuerza viril con tu potencia, paralizando mi ser... caigo en tus brazos. Y lo viví, intenso, dulce, fuertemente... aún perdura en mi aquel abrazo!!! mi cuerpo inmóvil perplejo de misterios resistiendo entre besos y besos SADE Villa María

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no inventados emergente del fondo de dos almas que por largo tiempo se desearon. Quiero ser yo... vivir mis sentimientos entregarme en pasión al ser amado enjugar entre besos de amor y de locura reviviendo en fulgor adolescente, lo que en otro momento fue negado. Despertar en exaltación de ánimo producido por algo tan soñado y gozarlo mi amor, serenamente vivir al unísono y por siempre el fulgor de dos seres... que por obra de amor se han encontrado.

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Geranio María Julia Méndez En las vueltas de la vida cuando en unas caen penas y otra vuelcan alegrías siempre tomaste conmigo las variantes ofrecidas ... Te vi. Triste... eras solo un tronco seco mi lágrima te quemó como quemó mi alegría hoy me he acercado al Señor y se que vuelvo a la vida. Mística para mi plantita hoy tiene luz, elegancia hojas verdes y brillantes!!! en el diálogo secreto que sabemos mantener hoy me acabas de ofrecer tu primera flor del año!!! gracias hermoso geranio. La conservará mi amor!!

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Fortaleza María Julia Méndez Te pregunto... Señor es necesario... imprescindible quizás... en este tiempo encontrar respuesta a mi calvario el dolor de esta pena me atormenta y el vacio de amor me debilita.... Perdona... por ser cruel en la pregunta si conoces... Señor mi gran tristeza sabiendo además que desde siempre... me apoyo en ti donde encuentro Fortaleza...

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¡Qué amigo! Federico Giacomelli

Esteban y Mariana llevaban 20 años de casados. Una noche, él dijo a su mujer: “Tengo reunión, aunque, volveré temprano”. Ella, una vez que él salió, se bañó, se perfumó y se acostó desnuda, pensando para sus adentros llena de deseo, “¡Espero que Esteban llegue pronto!”. Al rato, se abre la puerta. “No enciendas la luz, aquí estoy...” Media hora de pasión desenfrenada, hasta que él le susurra al oído: “Ya vuelvo”, al tiempo que ella piensa: “¡Por fin, Esteban, qué potro!”. Nuevamente, se oye el sonido de una llave contra la cerradura. Mariana, entredormida alcanza a pronunciar: —”¿Volviste, querido?”. —“Perdón por la demora... me imagino que José te avisó que me demoraría... ¿no?”

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Cuentos breves Federico Giacomelli Carrera cuadrera Eleuterio, el viajante, lleva en su portafolios pequeñísimas picanas que utiliza el jokey para acicatear al caballo en carrera. Por supuesto, de uso prohibido. Haciendo su trabajo en un pueblo le piden una, en otro, otra. Eso llama su atención. Alguien le comenta que está por correr la yegua invencible de Pantaleón con el potro jamás vencido de Juanjo. ¡En las patas de esos animales está en juego el orgullo del pueblo!. La apuesta es a 300 metros, distancia que en varias oportunidades cronometraron el mismo tiempo. Eleuterio nunca preguntó quién ganó, pero sin lugar a dudas se deben haber sacado chispas. Burlador burlado Mingo y Javier, casados sin hijos son compañeros de trabajo y amigos hace 20 años. Ese día, como de costumbre, hablaron a sus esposas para que no los esperaran hasta la medianoche, pues irían a cenar al comedor de siempre. Picada rápida, se despidieron recordándose que si ellas llamaban estaban juntos. Si hablaban de sus amantes lo hacían sin dar nombres. Cuando Mingo llegó a la casa de Javier estaba de visita su suegra. Contrariado, decidió regresar a su casa. Al entrar, escuchó la carcajada de su mujer y la voz inconfundible de Javier. Valentín Valentín, un niño de tres años, llegó a casa de su abuela y la encontró juntando decenas de pequeños perritos de peluche para lavarlos. Así los donaría limpitos a otros niños para que pudieran jugar. Valentín colaboró en aquella tarea. Días después, en su casa, su mamá puso en marcha el lavarropas, mientras él jugaba con los cachorros recién nacidos de su perra Rita. En ausencia de su madre, agarró uno de ellos y lo metió adentro del aparato. Cuando ella vio lo ocurrido lo sacó de entre la espuma y le reprochó su accionar. —¡¿Y ete po qué no...?!, se lamentó el niño con ojitos tristes.

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Dichos Federico Giacomelli “El dolor por la pérdida de un ser querido es una larga noche que parece no tener fin, pero antes o después amanece...” “El odio espesa el aire que lo circunda, la paz lo hace diáfano”. “El frío se elimina abrigándose; la ofensa, perdonando”. “Una persona es vieja cuando su decir y accionar están fuera de época”. “No es más feliz aquel que más tiene, sino aquel que se conforma con lo que tiene”. “Cuando ya no tengas ilusiones, ni proyectos, ni esperanzas, ni anhelos... ¡Alármate!... Te estás poniendo viejo...” “Tengamos la mente a nuestro servicio, antes de que otros se sirvan de ella”.

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Dichos Federico Giacomelli “Es muy difícil entender la felicidad que se experimenta cuando uno logra hacer llegar la paz espiritual a un ser atormentado”. “La masificación atrofia el pensamiento, ya que hay otros que piensan por uno”. “Para saber si un hombre es íntegro, no cuentes sus medallas, sino averigua cómo las consiguió”. “Vivir inmerso en el pasado impide evolucionar. Se gastan las energías tratando de mostrar lo que pudo ser, pero no fue”. “Jamás estará solo aquel que se acompañe a sí mismo”. “Decirle burro al ser humano es degradar al burro”. “Dios creó al mundo para que vivamos en él. Está en nosotros disfrutarlo o padecerlo.”

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Fuego… Victor Cennturión Que se queme esta casa Que se queme esta tristeza Ni siquiera mis lágrimas Pueden apagar este fuego De donde proviene Si en los rincones No hay oscuridad De dónde salís sombra Todavía querés salir a jugar Pero no vas a poder evitar A que te quemes Con este fuego Que se queme este cielo Azul con todas sus estrellas El fuego y la cruz Se alimentan y en la madera Solo nacen flores Que no se queman con el fuego El fuego proviene del cielo El fuego viene de mi corazón Limpia todas tus pisadas Y borra todas tus escrituras De la pared y del techo Si que dejaste un desastre Pero no importa porque el fuego Lo consumió todo Ni siquiera la lluvia se puede disfrazar Solo fuego cae del cielo En la tierra sólo semillas Explotan y hacen sonidos SADE Villa María

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De fuegos artificiales Forman nuevas estrellas Tu trono se forma en el cielo Y el fuego traza el puente Haciendo justicia de tu sangre Y quemando esta carne “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece...” Cómo estás amigo??? Me pregunto cuando leas esto, espero que te haya ido bien con tu dominio propio sigo orando por vos, todas las noches me quedo tranquilo sabiendo que Papá te acompaña siempre, como no te va a acompañar y cuidar si sos su tesoro más importante en los cielos, como todo hijo de Dios en los cielos te aguardan las promesas esperando a que las vayas a buscar, acordate que el cielo no tiene que estar arriba vos podes vivir todos los días de tu vida en el paraiso hacer que baje a la tierra, vivir cerca del trono mediante el espíritu santo que esta dentro tuyo... Victor... PD: Me acostumbré tanto a escribirte je no sé la verdad ya me acostumbre a extrañarte sabiendo que estamos mas cerca que nunca, no sé yo lo siento así te siento cerca puedo ver tu cara tu sonrisa, siempre te dije que lo que veo en vos es a Dios, un milagro que bajo de los cielos, yo se que a veces es difícil luchar con la carne y la tentación, de eso se trata el poema de arriba, pero vos pedile al espíritu que te muestre, que el sexto sentido sea el que actúe en vos no los otros cinco, no sé cuánto falta para que nos veamos están complicadas las cosas acá por el tema de la plata y la familia, pero espero que sea pronto quiero ver a mi amigo ja pero bueno siempre te voy a decir gracias por la bendición que trajiste a mi vida te quiero mucho...

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La luna esta bajo las nubes Victor Centurión La luna está bajo las nubes brillante y clara en contraste de nubes negras que dejan reflejo de oscuridad el camino sin final se desprende sin horizonte sin llegada y sin comienzo que puedo hacer si solo el reflejo de la luna me acompaña pareciera moverse sólo si yo me muevo tan clara y brillante bajo las nubes si sólo miro arriba siento tu compañía tan distante y a la vez tan cerca si levanto mi mano pareciera que puedo tocarte si tengo que esperar a que el silencio consuma todo de esta tierra para escuchar tu voz te voy amar hasta que ese silencio me haga olvidar mi propio nombre eternidad, esperanza y paciencia se reflejan en la luna como si fuera tu ojo que lo ve todo me estuviera mirando y acompañando tan distante y tan cerca

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estas en todas las cosas reflejo de tu creación y tu propio espejo son los océanos y mares barcos y naves que van a lo desconocido tratando de alcanzar tu amor que da sentido a esta espacialidad infinita donde las estrellas se consumen en tu pecho y dan alegría y paz ininterrumpida a todo corazón que late y detiene a escuchar esas explosiones que dan felicidad a este simple caminar nocturno y solitario en silencio y sólo tu voz que por un momento me hizo olvidar mi propio nombre…

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Juegos de palabras II Gisela Leocato Vivir creyendo increĂ­blemente absurdo vivir dudando insensatamente cruel, no vivir

absurdo, cruel e incensato

no morir...

ser la nada

y no ser.

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Algo nos une Gisela Leocato Algo nos une en silencio algo...

y tendemos la mano

casi no existen... palabras somos dos locos que amamos. Y en esta confusa vida... nos dejaron, mal parados... pero seguimos andando,

de a pie

y a veces

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volando.


Huerta Gisela Leocato Aquí yace mi cuerpo tristemente solo, aquí duermen mis sueños tiernamente muertos y de mis entrañas que escondo en mis cielos florecen pimpollos dorados de enero. Ven a mis paisajes sube a mis laderas come de mis manos quedate en mi huerta.

SADE Villa María

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Almas Gisela Leocato Tengo el alma confundida muslo sin sensibilidad, cerezo aún prisionero... flecha queriendo escapar. Viajo trenzada de angustias abrazada a algún dolor sintiéndose avergonzada por querer sentir amor.

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ORDEN DEL LIBRO



ANTOLOGÍA LITERARIA 2010 SADE VILLA MARÍA

Reflexión de una lectora, por Puqui CHARRAS (Socia N°03)

09

Olga FERNÁNDEZ NÚÑEZ (Socia N°01)

13

Dolly PAGANI (Socia N°02) 20 Alicia TORRA (Socia N°04) 24 Horacio CABEZAS (Socio N°05) 29 Eduardo BELLOCCIO (Socio N°06)

33

Geroma PRADO (Socia N°07) 36 Amanda BAREA de PALACIOS (Socia N°08)

40

Cristina PABLOS (Socia N°12) 44 Magdalena CASTRO (Socia N°13)

48

Luis Alberto LUJÁN (Socio N°14)

52

Susana ACCORNERO (Socia N°18)

56

Bibiana PÉREZ GÁLVEZ (Socia N°19)

59

Normand ARGARATE (Socio N°20)

63

María Elena TOLOSA (Socia N°21)

67

Pedro ACCASTELLO (Socio N°22)

71

Eduardo PIN (Socio N°23) 74 Mónica FORNERO (Socia N°24) 78


Eva SENN (Socia N°26) 81 Alcide FORNERO (Socio N°27) 85 Darío FALCONI (Socio N°28) 87 Evangelina SODERO (Socia N°29)

91

Mirtha CUELLO (Socia N°30) 94 Carlos SANTUNIONE (Socio N°32)

98

Alicia PERRIG (Socia N°33) 101 Silvia Graciela BONETTO (Socia N°34)

105

Ilda MISTRALETTI (Socia N°36)

109

Lelia FRÍAS (Socia N°39) 113 Francisca CÓRDOBA (Socia N°41)

117

Richard ZANDRINO (Socio N°43)

121

Javier GAIDO (Socio N°46) 127 Etél Francisco BERGERÓ PERUSIA (Socia N°47)

131

Olga BRUERA (Socia N°48) 135 María Julia MÉNDEZ (Socia N°49)

139

Federico José Daniel GIACOMELLI (Socio N°50)

143

Victor CENTURIÓN (Socio N°51)

147

Gisela LEOCATO (Socia N°53) 151


Este libro se terminó de imprimir en el mes de diciembre de 2010, por orden de EL MENSÚ ediciones en Bibliografika de VOROS S.A. Bucarelli 1160, Buenos Aires, República Argentina.



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