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Judit Pérez Miodesopsias

Colección Los escritores bárbaros


Miodesopsias 1ª edición octubre 2013

Autora: Judit Pérez. Contacto: yuditpan@hotmail.com

Imagen de portada y contraportada: Carmen García Mendoza. Contacto: carmengm_96@hotmail.com Diseño de portada: ebediziones

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Miodesopsias



Quién, hombre o mujer, con la teoría de la tierra y de su cuerpo comprende por sutiles analogías todas las otras teorías la teoría de una ciudad, de un poema y de la vasta política de los Estados quién cree, no sólo en nuestro globo con su sol y su luna, sino en los otros globos con sus soles y sus lunas. WALT WHITMAN



Judit Pérez

El gran generador de energía ilimitada abandona este hemisfe­ rio lentamente. Montes y colinas permiten ver la mitad de su dorada materia. Yo, o tal vez alguien que creo ser yo, observa la escena desde la colina más alta en una terraza de hormigón. Ladrillos descolocados sostenidos por cemento ya muerto y una verja oxidada, impiden que mi cuerpo se despeñe por un turbu­ lento camino. El aire comienza a enfriar mis mejillas pero mi aliento comien­ za a calentar la brisa que viaja en dirección al árbol situado en frente a la derecha. Mis neuronas comienzan a sentir el frío paralizador. Quizás mi­ nutos más tarde los sentidos se aturden y parecen percibir nue­ vas realidades. A pesar de conocer ese lugar mejor que nadie, todo indica que nunca estuve y que ni siquiera estoy aquí y que pueda hasta no existir. Pero después de transferir todo mi calor hacia el entorno, voy reconociendo MI sitio, MI gran lugar. Destellos anaranjados siguen pintando el cielo y las sombras de las ramas articulan marionetas que juegan a perseguirse. No existe el tiempo para ellas y viajan de atrás hacia delante indis­ tintamente. Aletargada por las condiciones propiciadas por la rotación de la tierra, busco el asiento más cercano para seguir observando la

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estampa. Al poco, ninguna luz alumbra el lugar, pero la rehabilitación de tantos años ha curado la drogodependencia creada por la luz ar­ tificial. Hoy el cielo está cubierto, y son pocas las estrellas de luz insu­ ficiente las que se asoman para contemplar la imagen. Veo al búho ulular, a la culebra sisear, a los perros aullar y a la hierba susurrar. Ahora aparentemente en medio de la nada, está ocurriendo todo. En medio de la noche veo la vida más clara e intento aprovecharlo porque la luz de la mañana se llevará de nuevo el calor más necesario: el de los animales nocturnos.

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I

Las moléculas caóticas no reprimen su liberación de energía, de ahí la mejor situación para que fluya y aumente la entropía que tiene como máximo nivel el equilibrio. PRINCIPIOS DE TERMODINÁMICA (ENTROPÍA)

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Una vida es demasiado importante como para poseerla Como para creerla tuya Como para creerla de alguien Como para entenderla Una vida sólo tiene errores que son aciertos Aciertos míos Aciertos tuyos Aciertos suyos Una vida es demasiado frágil para que perdure Para decir siempre Para estar contigo Para no estar contigo Una vida es algo bastante triste Algo simple Algo complejo Algo irónico Una vida es suficientemente corta Suficientemente larga Suficientemente sosa Suficientemente excitante Una vida es únicamente una Únicamente mía Únicamente tuya Únicamente suya

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Gente que recuerda todos los días a otra gente que muere gente todos los días Gente que olvida todos los días que muere gente todos los días Gente que recuerda a otra gente que vive más gente Gente que olvida que vive con otra gente Gente que recuerda a otra gente lo que tiene que hacer Gente que olvida lo que tiene que hacer Gente que recuerda demasiado que existe Gente que olvida que existe Gente.

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Los ojos que te ven, te desconocen. Las palabras que te dirigen no paran de repetir que ya no eres la misma, ¡Que cómo has cambiado! Te hacen sentir estúpida porque ya no eres la de antes, la que conocieron y la melancolía se apodera de ti. Intentas volver a tus orígenes para intentar ver qué pasó. Miras el pasado y al igual que cualquier ciudad en ruinas, intentas revivir tiempos de gloria que se marcharon. La culpabilidad te invade porque pareces haber defraudado a alguien por vivir, por cambiar, por no ser lineal y que sólo de vez en cuando las proyecciones de tus otros yos te invadan. Entonces te das cuenta que hay que construir un buen refugio para ellos e intentar conservarlos pues son la única prueba de tu existencia.

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Una ventana Una mujer asomada Una puerta abierta Una habitación paralela Una niña que la mira Una baldosa rota entre ambas Una cama deshecha Una mirada esquiva Una sensación unida Una mañana pérdida

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Te soñé tantas veces que te he desgastado, ni tu cara ni tus manos son las mismas. Te soñé tantas veces que si pudiese pasar algo entre nosotros, no tendría sentido. Te soñé tantas veces que olvidé dejar de hacerlo. Millones de veces acaricié tu cara, tus brazos, te quité la camisa, y te desabroché el pantalón. Te soñé tantas veces que me enamoré de otro, del mío, mi creación, justo hecha a mi medida.

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Os mataréis por un puñado de garbanzos para no tener ni agua donde remojarlos mientras perros hambrientos arrancarán a tiras vuestras pieles.

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¡Huele a orín! Lo encierran las calenturientas baldosas de la tórrida calle del medio. Más allá ¡Huele a orín! Atrapado en la forja oxidada del portal de enfrente. Algo más lejos ¡Huele a orín! Disperso en la tierra de la pasada fuente. Aquí mismo ¡Huele a orín! en el motor humano atrapado en mí.

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Una, dos, tres, El número de seres humanos femeninos que viajan solas en un mismo vagón. Una de keratina negra frente a dos de castaña. La primera masca goma aromatizada y escucha ruido algo pasado de moda. La segunda con el castaño al ras de la coronilla se recuesta en el mugriento cristal que refleja la cara de la tercera de pelo insulso y engrasado. Todas diferentes pero pensativas y tristes. Intercambian miradas. Se baja la primera sin reparo. La segunda, más comprensiva, hace una mueca a la tercera que viaja en el vagón hasta la próxima estación sin salida.

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15 de mayo La agonía de los días me supera, esta invalidez mental me aplasta. Fría, sola y triste miro por la ventana para ver si alguna paloma mensajera se ha extraviado y se olvidó el camino, mi camino. No atisbo nada. Putrefacción y dolor se observan, en la orgía maléfica que el tiempo ha deparado para esta ciudad que celebra antiguas fiestas y aún hoy, escucha el silbido de praderas lejanas, verdes, limpias y amadas.

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II

Como el equilibrio es un estado en el que todas las temperaturas son iguales, el equilibrio es un lugar donde ninguna máquina (natural o artificial) funciona.

PRINCIPIOS DE TERMODINÁMICA (ENTROPÍA)


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Parches anaranjados contienen la presa azul del cielo, nimbos violetas los animan haciendo de insignias. Aire borroso cubre el asfalto funcionando como termómetro legítimo. Bloques de ladrillos recubiertos de yeso con pinceladas de forja, se levantan ante la gran escena. Un reloj colgado en un torreón ferroviario anuncia más de las 9. La actividad nocturna comienza a apoderarse de la ciudad mientras que la diurna marcha de vuelta a casa. Es puro arte: trajes de lino y prendas poco represoras se mezclan con zapatos de tacón más perfumes afrodisiacos. Luces artificiales compiten con el último fragor de la gran bola de fuego tiránica, siendo conscientes de su gran ventaja. Rebaños de sonidos estridentes entierran mis irremplazables células auditivas para abrir paso a sus generadores. La ventanilla trasera siempre da pie a la reflexión gracias a la incertidumbre creada por la imposibilidad visual. Atravesando la gran avenida franqueada por reales jardines

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botánicos y museos varios, se asoman pequeñas calles lujuriosas que invitan a penetrarse en ellas para mostrar las ventajas de la gran ciudad. Un desfile de misceláneas humanas las habitan en este momento para comenzar la orgia festiva y tal vez fértil. Fugazmente desaparecen de mi vista esos simples trazados de un plano viviente para mostrárseme la diosa de la fertilidad frigia dueña de la villa. Me desvían por su derecha hacia una gris figura capicúa despojada de su función para observar su belleza desde una perspectiva excluyente. Justo al lado, negras verjas dejan entrever flora y fauna diversa que se dispone a abandonar el lugar mientras seres insomnes se introducen en el paraíso cercado. 5 minutos después: hogares, oficinas y tiendas de fachada señorial pueblan en gran cantidad el resto del trayecto. Vivos colores y un buen número de gente arrojan calor y alegría. Es difícil centrar la atención en un solo lugar, cada rincón revela nuevos secretos. Cogemos el gran camino de asfalto de rápida velocidad para abandonarlo por la tercera salida que me introduce en un sinfín de masa idéntica de ladrillos rojos. Monótonas figuras se pasean por el destartalado suelo y anuncian la llegada del otro hogar.

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Cualquier rectĂĄngulo amurallado podrĂ­a ser, pero la puerta desconchada y el recibe cartas abollado marcan la diferencia. Un ser peludo e inocente babea sobre mis sandalias fabricando la sensaciĂłn de calor y repugnancia de por fin haber llegado a casa.

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Rostro atrabiliario por la mañana. Rostro agradable a medio día. Rostro penumbroso por la tarde. Rostro abatido por la noche. Motivos desconoce de sus transformaciones fortuitas, pues nunca logró ser sólo una a la vez. Habla sin parar y ríe sin sentido, pero la bilis negra ya domina su cuerpo. No consigue el equilibrio y busca un retiro que le haga pensar, cómo puede ganar. Es imposible, no lo intentes, una vez que ella te domina, nunca serás tú misma. Así hizo y marchó a un lugar desconocido donde nadie pueda molestarla.

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Sale de casa. Se encuentra a un vecino. Saluda. Entra en la oficina. Se sienta en su silla. La llama el jefe. Sale a comer. Saca un taper. Come. Vuelve a la oficina. El telĂŠfono. La hora. Apaga el ordenador. Baja las escaleras. Manda un sms. Entra en el metro. Pasa el billete. 5 min. 4minutos. 3 minutos. 2 minutos. 1 minuto Llega el tren. Se impulsa. Cierra los ojos.

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No apto para pieles sensibles ¿Y si tuviéramos unos topes de dolor permitido? Topes variables y dependientes del sujeto ¿Y si al sobrepasarlos, bloqueáramos nuestros nervios para impedir que suframos más? Pensamos que los callos son durezas que nos imposibilitan sentir, que bloquean los poros de la zona epidérmica dañada pero ¿Y si también tuviéramos callos en nuestro sistema nervioso? ¿Y si esos estímulos eléctricos que deben viajar al cerebro para producir sensaciones, no pudieran porque se encuentran un obstáculo? Tal vez cuando una persona rebasa los límites de dolor permitido, inconscien­ temente, como un mecanismo de defensa, deja de sentir, corta toda relación nerviosa poniendo diques callosos en nuestro sistema central nerviosos. Tal vez ocurra y lo llamemos depresión, apatía, bajón, tristeza, melancolía cuando tan solo es un simple callo, que puede ser eliminado con una lima y un poco de paciencia.

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Una noche oscura donde la luna funciona como foco cual teatro, la chica de vaqueros y jersey negro se posiciona en medio de la acera cual escenario. Espera su turno que se lo concede un cacharro descolorido y humeante. Comienza a caminar lentamente descendiendo del púlpito minúsculo. Mira hacia un lado y hacia otro para observar si la atención del público sigue centrándose en ella después de tan larga función la de hoy. A la mitad de su camino se mezcla con su público y con otros actores que también andan por la misma vía. Algunos la miran, otros ni siquiera perciben su presencia. Algunos la notan porque chocan con sus miembros alargados. La concienzuda actriz aguanta el tipo y la mirada hasta alcanzar el otro extremo de la gran sala. Una vez allí, continúa con su papel hasta que llega el descanso y abre una puerta negra de hierro y sube hasta el tercero donde se encuentra su camerino. Se descalza y se quita el maquillaje, se tumba y descansa después de una jornada agotadora.

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En mitad de una noche de verano donde la luna alumbra todos los rincones, cápsulas de sudor recorren la frente de una humana pseudo­adulta que observa atentamente las paredes de su habitación. Recuerda cómo la relajaba observar las figuras creadas por su imaginación con ayuda de la irregular y alterna disposición del gotelé. Un perro muestra su lengua prueba de su alegría por haber sido descubierto ¡Cuánto le gustaban y le gustan los perros! Al lado, una estrella de mar que transporta sus pies a una inmensidad de sedimentos blancos que sirven como preludio de una reunión de gotas de agua heterogéneas. El calor parece mitigar gracias a la escapada mental. Al intentar fundirse con la espuma marina, el ruido de un aspa atascada en el conjunto del que forma parte, la regresa a lo que parece ser la realidad. Se dispone a solucionarlo agitando el aparato con violencia, a la que el chisme responde con gratitud. Vuelve a reunirse con los pequeños y diminutos seres de yeso y pintura. Ahora es una cruz la que la sorprende y un escalofrío recorre su cuerpo. La noche va refrescándose demasiado desgracia­ damente. Intrigada, piensa si tal vez su temprano y efímero interés por la religión fue causado por ese símbolo omnipresente y aparentemente invisible que ha habitado su pared favorita de la habitación. Sí, esa pared donde se apoya cuando el calor insufrible no la da tregua. La mancha negra producida por el roce de su materia degradable, lo demuestra. Debe ser verdad que en el roce está el cariño. Justamente a pocos centímetros de la imagen sacralizada, aparecen unos | 33 |


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genitales masculinos con muy buena disposición. Ahora sí que está segura de que esa pared es especial. Es una pena que sólo ella tenga el filtro capaz de descodificarla, que muestra la entrada al mundo que representa. Al mirar a la otra pared, surgen tres estanterías de conglomerado abarrotadas de múltiples objetos sin orden aparente. Sus inflamados mofletes se hinchan de orgullo al darse cuenta de lo mucho que ya tiene como muestra de su actividad vital. Si ahora muriese, alguien desconocido podría hacerse una idea de quién era sólo con echar un vistazo a aquella pared contenedora. También cuelgan de ella sus glorias académicas en papel y sus metálicas y redondas glorias deportivas. Sigue con la mirada el final del muro hasta llegar a la finitud continua donde da paso a la pared que cubre sus espaldas. En esa diminuta pared dos objetos acarician con un leve roce, como buscando apoyo, las protube­ rancias rugosas de yeso. Una guitarra y un telescopio encuentran allí anhelo. Tal vez será porque buscan la luz que en la franja horaria adecuada entra por el orificio vidriado. El cuello la exige girar su gran cementerio de neuronas que la obligan a centrar su atención en la pared de en frente, la única que queda. Es una pared triste y solitaria que paradójicamente es la de mayor utilidad puesto que porta el acceso a ese habitáculo que contiene las únicas y diversas pruebas de su insulsa existencia.

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No aprendemos a vivir, sino a morir.


Otros títulos de la colección

Antología bárbara........................................ Colectivo Avizor.................................................. Julio Achútegui Del otro lado................................................

Munir

Experimentos de vigilia...................................

Loro

las ciudades desde arriba................................ Gonzalo Los ojos blancos ..........................................

Munir

M .............................................................

Munir

Morada y plata ...................................... Gema Palacios Romper el tiempo............................... Carmen B. Barcón Rómpase en caso de uso ........................................ Vade Retro


Los e;bes se daran x satisfechos si alguien quiere publicar su propio libro.

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