Noviembre2013

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#MontadoEnLaOlla por Porfirio Garcés Marchand

La imagen de un futuro y una carta transmarítima Yo vi esa imagen, esa fotografía en blanco y negro que fue cobrando color. Estuve sentado en un contén de barrio viendo a los niños correr, alegres, sin distracciones de su alegría. En la pared del frente, sentada en el piso estaba. Tenía un libro en sus manos como quien tiene un hijo recién nacido. Su espalda apoyada, sus piernas dobladas con los pies frmemente puestos en el suelo y me miraba. Sonreía. Cerraba los ojos. Volvía a sonreír. Leía. Los niños se acercaban, la abrazaban y seguían la festa de estar vivos. Luego venían a mi lado y me abrazaban. Después corrían donde ella. Vi pasar los carros de un lado a otro de la calle y tapaban por completo mi visual, pero al desaparecer, al pasar de lado, seguía viendo esa imagen intacta. Una imagen que aun no he vivido. Yo estuve allí. Estuve, incluso, antes de que ocurriera. Todo comenzó ese día en que la vi. Apenas fue un tropiezo y algo cambió dentro de mí. Saqué mi cámara y fotografé. Elegí, (además de por ella) decidí el momento justo de robarme ese fragmento de tiempo en el que sentí que me miraba. Mi dedo seguía disparando, una y otra vez. Salí corriendo para que no se escapara de la película y revele de inmediato. Yo venía del mercado del pueblo, fui a comprar pescado fresco, como todos los sábados. El señor del puesto de pescados, un viejo brujo y zalamero, me había advertido que “hoy, un encuentro, puede cambiar tu vida, para bien y para siempre” ¿Cuánto te debo por la consulta? Pregunté y continué diciendo, jamás te he pagado, tengo la ilusión de que si hoy pago mis deudas, se hará realidad tu visión. Son cien bolívares, más el pescado, que son quinientos, dijo con una sonrisa de triunfo. Maldito pescadero le dije, aquí está el dinero. Jamás había pagado por una “consulta” que no fuera médica. Me fui con prisa a cocinar. Entonces la tropecé. Cayeron al piso sus pimentones rojos y fue cuando ocurrió. Mientras revelaba, sonó la campana de la puerta. Me lavé las manos y salí a ver quién tocaba y allá estaba ella, del otro lado de la calle, en la pared del frente, sentada en el piso. Tenía un libro en sus manos como quien tiene un hijo recién nacido. Su espalda apoyada, sus piernas dobladas con los pies frmemente puestos en el suelo. Alzó la vista, se sonrió y me gritó, mañana cruzaré los mares y no quiero irme sin ver las fotos. Tengo hambre, le dije, si aceptas comer primero podrás llevártelas. Preparé un pescado pochado con caldo de vegetales y el aroma de canela. Rostizamos sus pimentones rojos y con ellos hicimos una sopa que pusimos en el fondo del plato. Arriba, unos pequeños hilos del mismo pimentón con fores de ajo salteados en aceite de uvas. Fue un momento gastronómicamente erótico. Eso nos enamoró. Busqué las fotografías y por detrás escribí una carta corta para acompañar su vuelo. Si hubieras venido antes, no te habría dejado ir, de hecho, no te irás porque vivirás en mi desde ahora, como yo en tu boca, con este sabor a-mar, a pimiento y en el recuerdo de estas fotos en blanco y negro que un día tornaran en color. Has de venir a mí, y así, de un tropiezo, compartiremos nuestros placeres más íntimos, juntos. Ve con bien y regresa, que aquí te espero. Y aquí estoy viéndola a ella leer un libro del otro lado de la calle, mientras yo escribo la siguiente imagen en una carta Contacto:

http://pochogarces.com @pochogarces @recetasen140 @comidadesoltero

@DeTodoUnFoco | Noviembre 2013 | 52


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