Capítulo 2; Los guardias del puente

Page 1

Los guardias del puente

Cuándo continué mi marcha me sentí muy solo. Miré hacia atrás, solo se veía la silueta del gran castillo con pequeñas antorchas que formaban una línea horizontal por las torres de las murallas. Delante de mí se encontraba el bosque. Los árboles tenían formas fantasmagóricas eran altos con copa puntiaguda en forma de cono, sus hojas punzantes y verdes y su tronco robusto y duro. La poca luz que destellaba de la luna era tapada por los mismos.

Así que tomé el camino menos oscuro y más directo hacia mi pueril cabaña de madera. Allí estarían mis preciadas y sobrestimadas armas y demás objetos de valor sentimental. Con suerte ningún guardia la habría visto, estaba perfectamente camuflada entre palos, ramas y piedras. Me había costado su tiempo construirla. Me había ayudado mi padre, antes.

Antes, antes no era lo mismo que ahora. Antes el río Astia bañaba el bosque y rodeaba con sus largos meandros la zona. Antes la naturaleza se manifestaba en forma de vida animal, hubo un tiempo en el que todo el bosque estaba lleno de pequeñas ardillas; coloridos, voladores y enérgicos pájaros; grandes, peludos y mansos osos; lobos, perros. El río es lo que más añoraba. Era azulado, siempre brillante y con su característica transparencia. Antaño los árboles eran verdes y apenas había lluvias torrenciales.

Cuando era pequeño, recuerdo que corría libremente por el bosque jugando con mi padre a “las espadas”. Así, poco a poco en mi ignorante infancia mi padre me empezaba a enseñar las bases de la lucha con armas ligeras y pesadas. Mi padre siempre tuvo cierto gusto por el combate con espadas y hachas. Y por eso no me prestaba atención cuando entrenaba con mi arco. Uno de mis puntos fuertes era la puntería y los arcos.

De camino hacia la cabaña noté ruidos, como voces de guardias en un tono bastante alto. No era normal a esas horas que hicieran tanto ruido, pero con el tiempo ya me había acostumbrado a las Nuevas normas impuestas por el nuevo rey. Los guardias hacen lo que les da la gana. Así que retomé mi camino


y seguí directo un poco más rápido hacia la cabaña. Estaba al otro lado de lo que quedaba del río. Un pantano fangoso y pestilente lleno de pequeños bichos que saltaban de tronco en tronco.

Agarré una gran raíz del suelo para intentar usarla como impulso para saltar y salir corriendo sin que me picaran los bichos. Era mejor la idea de ir por el puente pero no estaba bien. No podía ir por el puente ya que estaba lleno de guardias gritando y discutiendo. Me pararían y me interrogarían, imposible. Lo mejor era saltar.

Con un suave impulso de mis piernas despegué los pies del suelo y alcancé el primer tronco, olía a muerte. Un olor atosigador, me tuve que tapar la nariz con la mano y con la otra apreté mis ropas contra la boca. Volví a saltar. Esta vez no conseguí llegar al siguiente tronco y a tontas y a locas me puse a correr y a mover los brazos. Cada vez me hundía más e intenté agarrar el tronco con fuerza y tirar de mi mismo. Lo conseguí, ya solo quedaba llegar a la otra orilla. Fácil, estaba bastante cerca. Con un simple y estiloso salto conseguí llegar. Luego hice un gesto con la cabeza y me pasé la sucia mano por el pelo.

Quedaba poco para llegar, caminé sigiloso, intentando hacer el mínimo ruido con las botas que llevaba puestas. Reconocí perfectamente el camino hecho a base de caminar por encima del terreno. Estaba allí, mi cabaña. Aunque escondida. Perfecto. Tal y como la había dejado pensé al acercarme y verlo todo detenidamente. Era una cabaña de forma triangular. Fuera había un pequeño cartel de madera que ponía: No entrar, zona peligrosa. Sonreí para mí mismo, si alguien lo había visto quería decir que funcionaba. Entré en la cabaña, noté algo raro. Bajé la vista mirando detenidamente todo. Allí se encontraban mi mesa con un mapa sobre ella y una pluma con su tintero. Y colgado de una rama intencionadamente dentro de la cabaña estaba mi arco, con su carcaj. Apenas había cinco flechas dentro, tendría que comprar más. A la izquierda estaba mi pequeña espada de acero, tal y como la había dejado. Y justo en frente de mi había un baúl de madera. Allí estarían los veinte carpas, la moneda oficial del imperio. Estaba mal cerrado, no recordaba haberlo dejado así, quizás habrá venido alguien. Lo abrí lentamente y con cara de sorpresa encontré una espada de oro muy afilada, en el mango tenía un dibujo de un dragón lo que hacía muy cómoda para luchar. Y al lado había unos cien carpías, una suma considerable de dinero. —Será de mi padre —pensé mientras agradaba mi vista con tal obra de artesanía—. En efecto, todo esto tiene que ser de mi padre, lo habrá dejado aquí para… —Suéltame maldito… ¡Quer… soltad…! —escuché una voz que


provenía del puente, ahora eran gritos de auxilio—. —Mald… Bastardos. ¡Mori…d! —ahora era la voz de una mujer, al parecer por lo menos había dos personas amordazadas. La espada tenía al lado una funda, me até a la espalda, hice lo mismo con mi otra espada. Al terminar quedaron formando una cruz, el mango de la de mi padre descansaba en mi hombro derecho y el mando de la mía en mi hombro izquierdo. Cogí el carcaj y el arco. A los carpas les hice un pequeño hueco en mi bolsillo derecho y salí de la cabaña. Nada me retenía allí. —¿¡Qué vais a … con nosotros!? ¡… justicia acabará cayendo sobre …! —Anda y no me vengas con chorradas chaval, nosotros somos la ley. Nosotros marcamos la justicia —comentó el guardia, a este sí que lo había oído perfectamente—. No podéis hacer nada ¡Jaja! Oí a los demás guardias reír su gracia, qué patético era aquello. No tenían nada mejor que hacer que secuestrar niños inocentes. No hice caso alguno, y me giré para irme de aquel bosque de una vez por todas. —¡Por favor, … alguien … ayude! —gritó la mujer, era una voz diferente a las demás. Poco después oí un golpe seco. Me giré apresuradamente y tomé vista desde entre los matorrales. Le habían pegado. Le habían pegado a una pobre adolescente. Eran tres guardias, al ver el golpe mi cabeza empezó a funcionar y a hacer estrategias rápidamente. Eran tres guardias contra uno, prácticamente imposible. Yo solo con mi espada podría matar a uno, quizá a dos luchando individualmente. Pero con mi arco podía hacer impacto mortal en alguno así que cogí una flecha del carcaj y apunté. Los supuestos ladrones estaban atados a un palo, una mujer de cabello largo y apenas unos catorce años y un hombre un poco más mayor que yo, diecisiete más o menos. De pie enfrente de ellos estaban dos guardias apenas llevaban armas, se creían invencibles porque nadie se atrevía a luchar contra ellos. Y otro, apartado del grupo, un poco borracho sentado en un tronco. Fijé mi primer blanco, el borracho del tronco era la mejor presa. Con suerte la flecha silbaría en el aire y nadie se enteraría de lo que pasara. Tensé con fuerza el arco y solté la flecha. Esta salió silbando el aire y formando una curva perfecta que fue a impactar en la garganta del guardia borracho. —Perfecto —pensé. Me asusté al ver que los amordazados abrían la boca sorprendidos. Hice un gesto poniendo dos dedos en la boca para indicarles que callaran. Me entendieron, pero demasiado tarde. Los guardias habían notado la alarma. —¿Qué es eso, quién anda ahí? —gritó uno, mirando asustado hacia todas partes. Me agaché y me encogí un poco para que no me viera—. Baf, ¿qué ha sido eso? ¿Baf? ¡Baaaaaaaaaf! —gritó al ver a su compañero muerto, los dos se dirigieron rápidamente hacia él para comprobar si estaba o no muerto —.Baf, ¿me escuchas? E-está muerto…


Era mi momento, cargué otra flecha y la lancé contra el guardia que había gritado, le acerté en un pie. —Vale, ya lo interrogaré después —susurré por lo bajo. Me habían escuchado. —Ahí, ahí hay alguien. ¡Nos están atacando! —vociferó el guardia que aún no había recibido ningún flechazo mortal—. Salid y mostrad quienes sois, ¡cobardes! Al momento salí de mi escondite con un porte ligero y estiloso desenfundando las dos espadas. Era diestro por lo que opté por llevar la espada de oro en la mano buena y la de acero en la mala. Al verme, el guardia hizo ademán de burla, pero cambio totalmente su cara al ver mi espada. —E-esa espada está endemoniada. Chico, no sé porque la llevas ni me importa, pero que sepas que esa espada está forjada por el mismísimo demonio —y escapó corriendo dejando tirada su espada—.¡No quiero volver a verte, me oyes, nunca! Dejando de lado al guardia herido me acerqué hacia las dos personas que estaban atadas. Un hombre alto y fuerte y una mujer un poco más baja que él se encontraban amordazados y con claros signos de violencia. Tanto uno como otro llevaban ropajes rotos y gastados que no cubrían todo el cuerpo. El hombre tenía el cabello largo y castaño oscuro, un poco rizado. Unos ojos interesantes, del mismo color que el cabello lo que hacía que apenas se diferenciara la pupila. Era delgado pero algo fuerte. Tenía una barba un poco mal cuidada, probablemente a causa de estar preso por los guardias o no tener con qué cortarla.

La mujer estaba más llamativa. Llevaba las ropas deshilachadas y se podía ver su piel y su cuerpo. En un principio me fijé más en ella, tenía el cabello largo y rubio. Era delgada y tenía una tez blanquecina. Tenía heridas en las piernas y un gran moratón en un hombro. Al parecer le habían golpeado allí con el mango de la espada. Pobre chica, que habrá hecho para merecerlo…

—¿Por qué os han secuestrado esos guardias? —pregunté perplejo, me di cuenta de que no los entendería si no les sacaba los pañuelos atados a la boca. Con paso firme me acerque a ellos y los intenté desatar las cuerdas que tenían en la boca. Mejor empezar la conversación con otra cosa—. A ver, contadme que os ha pasado. ¿Por qué estáis aquí?


No era el perfecto dialogante pero algo habría que hacer con ellos. Les desanudé la cuerda de la boca y las que tenían en las piernas pero por el momento no iba a soltarlos por completo. Recogí una pequeña daga que había en el suelo y aparté hacia un lado las espadas. Agarré la daga con fuerza y me acerqué al otro guardia.

—Muere, sufre. ¿Por qué los teníais atados? —no esperaba respuesta, había preguntado lo mismo a todos y clavándole la pequeña daga en el pecho dije—. ¡Muere!

—Yo, yo soy un ladrón… No tengo familia y necesito algo para vivir así que siempre que tengo la oportunidad de robar lo hago. ¡Tienes que entenderme! Lo hago para sobrevivir…—dijo el hombre implorando. Era sincero, eso me gustaba. Tampoco iba a matarlo a sangre fría—. Gra-gracias, muchísimas gracias por salvarme.

—Tranquilo… ¡Jaja! Confiad en mí, no os voy a hacer nada malo, solo quiero pasar la noche… ¿Y tú como has llegado hasta aquí? —pregunté a la chica un poco más interesado mientras me sentaba en el tronco que hace ya un rato estuvo el guardia fallecido—. Cuéntanos, ¿os conocéis?

—N-no —dijo susurrando y bajando la cabeza, no añadió nada más. Me crucé de brazos y me revolví—. Y-yo no tengo padres, no tengo nada…

Habló en un tono muy bajo, casi murmurando. Al parecer estaba traumatizada. Si era cierto lo que decía, vaya vida que debió haber llevado. Pobre…

—Tranquila, no os voy a hacer nada. Si no no habría arriesgado mi vida por vosotros —comenté mientras me acercaba al tanto que me acordé de su herida y me apresuré para ayudarla—. ¿Te han hecho mucho daño? A ver déjame mirarla —dije mientras cogía restregaba mi ropa por su cara para limpiarle la herida. La desaté totalmente y la invité a sentarse en el tronco que estaba en la orilla del puente—. Siéntate aquí mientras desato a…


—Der, me puedes llamar Der —completó el hombre—. ¿Cómo me puedo dirigir a ti?

—Llámame Simón —respondí después de dejar a la chica en el tronco y acercándome a él— Ahora mismo te desato Der. Espero poder confiar en vosotros…

Tanto yo como Der ayudamos fanáticamente a la chica. A simple vista parecían buenas personas, pero eran un ladrón y una huérfana. Seguramente ella también robaría. De cualquier manera les ayudé y arriesgué mi vida por ellos. Me seguía sorprendiendo la actitud de la mujer. Era interesante. Necesitaba conocerla un poco mejor y por lo menos estar con ella hasta que curaran las heridas. El hombre podía ser un buen amigo, habría que verlo luchar. De cualquier manera no debería dejarlos allí a solas y yo no tenía mucho que hacer así que decidí quedarme con ellos.

—Tranquila, ya estás a salvo —dije dirigiéndome hacia la mujer apremiándola a contarnos lo que le había pasado—.


Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.