Plan de reacción

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Plan de reacción

Llovía. En mitad de una noche tormentosa se encontraban Nagar, sirviente de profesión y plebeyo de nacimiento, y Maestro, excelente sabedor de la magia negra y con un pasado confuso. Este último, conocido de nombre por su cometido. Era malvado, desgraciadamente malévolo aunque inteligente y retorcido. A oscuras, a plena luz de la luna, se compladecía a carcajadas de sus planes. Nagar, por otra parte, era un discípulo inigualable. Aprendía a pasos agigantados las teorías de su preceptor, tanto como las más importantes de la magia. Trotamundos con bastón y con capa, formaban una pareja inseparable. Sus intenciones, diferentes, debatían la vida del ser humano y sus pensamientos. Una forma del personaje inexistente y magnífico se ideaba en el interior de Maestro. Con una antorcha sujeta en cada mano, caminaban con rumbo fijo por las calles de Asghar. —Nuestro destino, la biblioteca. ¿Conoces la biblioteca no? La famosa biblioteca de Asghar.

—Efectivamente, he leído sobre ella en unos cuantos libros. Creo que, en términos cronológicos, es la más vieja de toda la península. ¿Me equivoco, Maestro? — informó Nagar a su acompañante. Transitaban rápido los rincones más oscuros. En los que, el sonido de una rata se convertía en pasos de gente y las siluetas diminutas de los animales eran grandes tinieblas de las peores pesadillas.

—Sí, te equivocas. Hay una por lo menos tres veces más grande que esta. Pero, ah, cierto, culpa mía. En la que estoy pensando, se encuentra lejos de aquí. En unas islas, allá al oeste. Clima caluroso, tiempo despejado, igual a lugar idóneo para esconder la sabiduría al mundo.

—Entonces... Señor, y si me lo permite preguntar. ¿Cuál es la razón por la que estamos en esta y no en aquella? —preguntó desconcertado. Cruzaban la esquina, a lo lejos se podía distinguir entre las demás construcciones la biblioteca.

—Mírala, mira, allí está. La célebre biblioteca de Asghar —señaló la estructura con el dedo índice—. Perdona, venimos aquí porque todo el mundo sabe, bueno, todo el mundo no. Es decir, yo y pocos privilegiados más sabemos que aquí guardan los tomos más importantes de, ¿qué crees que será? La magia oscura.


—Olvidada durante mucho tiempo, pero viva y resplandeciente, a mano de cualquier ingenuo. ¡Apuremos! Ya falta poco. ¿Alguna idea para entrar?

Aceleraron el paso. El ruido de los charcos al ser pisados por las botas de los personajes era impertinente. Con una marcha arrítmica y portentosa fueron a observar que las puertas de la biblioteca estaban cerradas por un candado.

—Esto no supone un problema, ¿verdad Nagar? —dijo Maestro sarcásticamente. Se refería al candado —. Prueba suerte, espero que sepas romperlo con magia.

—A buen entendedor no hacen falta palabras, maestro —respondió guiñando un ojo. Pronunció dos frases en un idioma inteligible, excepto para su acompañante y hizo un gesto con un procedimiento muy peculiar.

Crack, sonó el candado al romper. Un ademán de asentimiento se reflejó en la cara de Maestro mientras Nagar abría la chirriante puerta cuidadosamente. Dentro había unas estanterías enormes, con una escalera dispuesta en cada una para alcanzar los libros más altos. Formaban dos líneas verticales y cubrían las paredes. Aquello estaba lleno de libros. En el centro había una pequeña estatua de piedra. Representaba a un hombre de estatura media, una capa y unos pantalones largos que le sobrepasaban los pies. Sujetaba un gran libro entre las manos. Un libro tan real como cualquier otro.

—Esto funciona así, hay que leer la primera frase que aparece en el libro. Después... Bueno, observa y juzga —se acercó al hombre de piedra. En cuánto pudo, leyo con voz clara lo que ponía en la página derecha.

—"Las almas puras se convertirán en Ángeles y las almas impuras se convertirán en Demonios."

Como si de un mecanismo por voz se tratase, la estatua se movió del sitio lentamente. Provocando un sonido chirriante y molesto. Dejó tras de sí un pasadizo pequeño que conducía a una planta inferior. Estaba en tinieblas, pero Maestro cogió su antorcha y sin perder tiempo se metió en la oscuridad. Nagar le siguió sin comentar nada al respecto.

—Eres listo y tienes talento, pero el talento no significa nada en este oficio si no sabes tomar las decisiones acertadas. Hay mucha gente que tiene talento y no ve la luz del día —pausó la voz para proseguir con el mismo tono—. Para durar se necesita disciplina porque en este mundo todo es una apuesta arriesgada. Y si no tienes disciplina


para alejarte de la improvisación, suerte o como quieras llamar a una acción estúpida te puedo asegurar que algún día te hundirás. También hay que tener agudeza en dichas acciones recurridas o pensadas con anterioridad. La agudeza te permitirá encontrar el resultado más perfecta y sostenible. Otras características como el intelecto o el ingenio ya supongo que las posees. La picardía amigo, es una gran compañera, te ayuda a negociar y conseguir las cosas tal y como tu quieres. ¿Puedo confíar en tí, compañero?

—Por supuesto Maestro, eso ya lo sabes.

—Reharé la pergunta, ¿estás preparado?

La cuestión de Maestro obtuvo un eco profundo desde dentro del lugar subterráneo. Estaban en las escaleras, Nagar seguía a su acompañante con la antorcha en alto, chocando sus pequeños pies con los mugrientos peldaños. Un pequeño líquido viscoso resbalaba por las paredes. El techo no era muy alto, dos metros. Al fondo sólo se veía oscuridad y el olor era, como si nadie hubiera abierto aquello en muchos años. Pestoso y maloliente. Gracias al fuego de la antorcha se podían distinguir pequeñas grietas entre las conjeturas de la piedra. El lugar era arcaico.

—Estoy preparado para lo que sea.

*** Me encontraba junto a una mesa, donde libros, estantes, armas, armaduras, ya resistentes petos y cascos, ya floridos y vistosos vestidos se escondían unos con otros y se acumulaban. Yo era frágil y enclenque y dos voces me hablaban. Una, insidiosa y firme decía, la tierra es un pastel colmado de dulzura, yo puedo mostrarte una grandeza igual, olvida a estas mujeres y enseña al mundo lo que vales. Otra, débil y asustada susurraba, ven, ven aquí. Únete a ellas y cumple con tus actos, reprime toda clase de injusticias, comprende el valor de la amistad y derrota las impurezas de tu interior. La segunda, cantaba como el viento en las arenas, un sonido dulce y suave. Yo le respondí con encanto y palabras gloriosas.

—Acepto, claro que acepto —asentí con la cabeza—. Kyra y Lillian, acepto la propuesta de muy buena gana, ¿qué os esperábais?

—Bienvenido, buena elección —dijo Kyra.

—¿Sí, sí? ¿Aceptas? Bien hecho, era un buen trato ¿no? ¡Vamos, vamos! Te


tengo que contar el plan. Esto es así, mira, lo dividimos en tres partes ¿no? ¿Me sigues? La chica era, infantil. Muy infantil. También era guapa, con ese cabello dorado muy largo que tenía repartido en dos trenzas, estaba todo el rato manoseándolo o poniendo los mechones a la espalda. Muy enérgica e impulsiva, se notaba mucho en su carácter que hacía mucho tiempo que no veía desconocidos o tenía tanto trato con ellos como conmigo.

—Tranquila Lillian —susurró Kyra, aún hablando bajo, las podía oír porque estaban al otro lado de la mesa.

—¡Oh! Perdona, enserio. Es que estoy muy emocionada Kyra, ya sabes como soy.

—Perdon por interrumpir pero tengo algunas dudas —hice una pausa para que se centraran en mí. Ambas callaron y se giraron hacia mí, educación no faltaba en aquellas dos muchachas—. Las armaduras, sólo hay dos —apunté con el dedo índice hacia ellas— y son de mujer. Yo no tengo, es normal, entiendo que no esperaráis mi llegada.

—Bah, somos ladronas, no creo que eso sea un problema para nosotras. Vamos a ir a Salaria para solucionar ese problema —informó Kyra, con un tono de voz suave y a la vez serio.

—Perfecto, ¿y las armas? ¿Por qué es especial esta espada? Yo quiero usar los cuchillos como hace Lillian pero el problema es que no sé como se hace, no tengo buena puntería ni sé acertar con el filo. Lillian me tienes que enseñar.

—Sí, sí. No pasa nada, mira se hace así —en un movimiento rápido, Lillian sacó un cuchillo que tenía agarrado con una goma en el tobillo y lo lanzó hacia mí. La daga, con una velocidad tremenda y con el filo apuntándo a mi cara, me rozó la piel y se fue a clavar en la pared.

¡Aaaaaaaaah! —chillé como un descosido, la sangre manaba de mi moflete derecho y fluía entre mis manos. No había penetrado demasiado, pero sí lo suficiente para provocar un dolor descomunal.

—Lillian, no hacía falta un ejemplo tan específico, creo que bastaba con palabras —dijo Kyra acercándose a mí. Lillian, se reía por lo bajo. Le hacía mucha gracia haberme dado con el cuchillo en la cara. Yo seguía con gritos desgarradores que se oían en toda la sala. Noté la mano de Kyra acariciando la mía y aparándola de la herida, no opuse fuerza. Con la otra mano me la posó sobre la cara y susurró—. No te duele, tranquilo, no te está


doliendo.

Una sensación sobrenatural se transimitió a mi piel. Una fuerza que manaba de la mano de Kyra me hizo sentir puro. Por unos momentos, desapareció el dolor de mi cuerpo. Kyra tenía algo sobrehumano que me curaba la herida. La sangre dejo de manar en apenas dos o tres segundos. Pude notar perfectamente como se cerraba la herida, sin dolor. La energía de mi amiga era invisible, pero fluía como el agua, sentía todo el poder dentro de mi corte. Como si ella repartiera el daño entre los dos, quedándose con toda la parte. Pero, descarté la idea porque ella no tenía marcas de sufrimiento o aflicción.

Era como un aliento, un aliento bendito que transcurre entre sus dedos y mi piel. Como una brisa sanadora que se deslizaba entre nosotros y regeneraba mi cara. Un sentir bastante grato, agradable, absorbente y con una pizca de cariño. Apreciaba algo muy delicado y placentero. Algo indescriptible con palabras.

—¿Te gusta? Di que sí, que Kyra puede curar con las manos. Esa cicatriz tiene una forma muy rara, ¡lo siento mucho! —seguía riendo.

—¿Qué has hecho? —interrogué a Kyra, seguía en el suelo, estaba demasiado cómodo con aquella sensación.

—Como Lillian dice, puedo curar con las manos, es una habilidad especial. Creo que nadie más puede. Sólo nosotras dos podemos hacer cosas sobrehumanas. Ella — miró a Lillian—, puede saltar muy alto y hasta volar. Porque tiene alas, pero como está creciendo, son pequeñas.

—Sí, sí. Mira ven a fuera, te voy a enseñar lo que puedo hacer. Soy un ángel — hizo una mueca y rió pícaramente—. Pero soy un ángel pequeño, muy joven. Pero sé saltar, muy alto. Verás.

Kyra me levantó y me llevo hacia la puerta, caminé lentamente y apoyado sobre ella. La verdad era que no me dolía nada, pero estar al lado de ella ofrecía una confianza y una sensación muy grata y agradable.

Lillian saltó. Un salto —si a eso se le puede llamar así— muy grande. Calculé que pudo llegar a unos cincuenta metros como poco. Cuando llegó al cenit, pensé que iban a aparecer unas alas blancas y que mostraría su vuelo pero no fue así. Cuando empezó a bajar, con poca velocidad y mirando a sus pies, lo hizo despacio, como si controlara el viento. Siguió su rumbo sin inmutarse, cada vez estaba más cerca del suelo. Empecé a temer por su vida, podría ser que lo tuviera muy practicado, sin hacerse daño, pero era una caída descomunal.


—Lillian, ¡que te caes! —estaba a unos diez metros del suelo, en la posición inicial. Tiré del brazo de Kyra con fuerza—. Kyra, ¡que se va a caer!

Pero no cayó. Bueno, sí cayó, pero no con mucha fuerza. Antes de caer hizo un movimiento extraño y se quedo en una postura rara. El puño derecho tocaba el suelo con los nudillos. La rodilla izquierda estaba completamente pegada a la tierra y en la derecha solo apoyaba la planta del pie.

—Y así es, querido compañero, un ángel en perfecto estado —contempló Lillian, con la vista y la voz serena.


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