Capítulo 3-2; La cárcel

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La cárcel

—Simón, Simón despierta. Rápido, despiértate —noté que decía mi nombre con ánimo de conseguir algo. Rápido había dicho, no entendía lo que me querían transmitir.

En el suelo había tierra y arena, el lugar estaba mal cuidado y era incómodo para mi cuerpo. Antes de abrir los ojos me revolví ligeramente en el antro. La especie de arenilla no estaba pegada a los ladrillos. Una capa bastante grande me separaba del verdadero suelo. Aparentemente un metro de altura.

El hombre me zarandeó y abrí los ojos para hacer un análisis visual del sitio. Lo primero que vi fue la cara de Der, un poco ensangrentada. Su cabeza ahora estaba rapada, ya no tenía el cabello largo con el que lo relacionaba. A pesar de todo, supe que era el por la forma de la cara.

Al no ofrecer respuesta Der dejó de insistir para alejarse un momento. Moví lentamente la cabeza para no producir dolor y vi perfectamente la longitud de la sala. Era muy pequeña. Demasiado pequeña. Der, veloz, se acercó a la esquina y agarró con las manos un pequeño cuenco con agua dentro. Sin yo moverme soltó el agua en mi cara. Tan fría que diría congelada.

—¡Joder! ¿Qué pasa? —me incorporé bruscamente y vi unos barrotes de hierro. La sala estaba cerrada—. ¿Dónde estamos?

—En las cárceles de Rogara. Tranquilo, ya he estado aquí unas cuantas veces. Por lo menos dan de comer.

—¿Cárceles? ¿Es una broma?


—No es momento para bromas, creo que nos apresaron por que tú mataste a los guardias. Te trajeron inconsciente pero yo pude observar toda la escena.

—¿Cuándo? —se activó una pequeña parte de mi memoria y recordé la derrota fatal en el bosque—. Ah ya, ¿alguna idea?

—¿Para salir? No tengo ideas —repitió la misma palabra que yo, matizándola —¿Se podrán romper los barrotes de la ventana?

—Aún así creo que no podríamos salir, es muy pequeña —dije acercándome a la ventana. Los barrotes eran débiles, sí. Pero era imposible romperlos sin armas ni nada. Me acerqué hacia ella y vi el panorama que había fuera.

—¡Eh, eh, eh! ¡¿Qué coño es esto?! —grité al mirar el interior de las murallas.

Una escena caótica, había una guerra interna. En realidad no era eso, alguien atacaba la ciudad. Y ya habían entrado dentro de ella superando las murallas. Una bandada de soldados entraban corriendo por las dos puertas principales y otro tanto soltaban los arietes para coger sus armas y matar a cualquier cosa viva que hubiera dentro.

Pero los guardias de la ciudad no observaban la situación quietos. Gritaban auxilio y avisando para desalojar el castillo. Algunos de ellos luchaban por la supervivencia de la ciudad pero no conseguían nada. En una proporción de tres a uno, los atacantes arrasaban con todos los que veían. Nadie iba a sobrevivir, nadie que estuviera en el bando defensor.

Pequeñas bandas de campesinos y esclavos escapaban por las puertas traseras de la muralla. Al no estar cubiertas por los atacantes —error estratégico — podían correr sin destino alguno salvando sus vidas. Y de paso, llevarse lo que pudieran coger.


—¿Acaso hay guerra? —hice una pregunta un tanto obvia, pero no me había dado cuenta al momento.

—En efecto, se están peleando ahí abajo y nosotros aquí encerrados. Vamos a morir aquí, creo.

—¡No puede ser! —cogí el cubo de agua, lo llené y lo lancé contra los barrotes para mojarlos. Me imaginé lo que podría hacer un ácido en la misma situación, saldríamos. Luego los agarré e hice mucha fuerza contra ellos para intentar doblarlos. Como supuse, era imposible.

—No se puede salir, olvídalo —se acercó a la ventana—. ¡Ayuda!

Sin respuesta. Estuvimos charlando un rato intentando pasar el momento lo mejor posible. Enjaulados, no podíamos hacer nada para salir. Palpé la mayoría de huecos de las paredes y llegué a la conclusión de que sólo eran fallos en la construcción, ningún pasadizo secreto ni nada por el estilo. Aquello no era como una historia de un libro.

—¿Eh, y eso? —dijo Der. Había visto como una palanca, un trozo de hierro que sobresalía en la parte baja de una pared. Yo no lo había visto por culpa de la sombra—. A lo mejor si hacemos fuerza...

Nada, inútil. No había forma de salir. Encerrados como herejes o mendigos esperábamos una salvación, la mano de Dios. Le conté a Der mi vida, lo último que me había pasado.

—Y atraparon a mi padre, no sé por qué, creo que nunca lo sabré. Me dio aquello, la espada dorada que está allí, justo en frente. Ya viste el guardia, que se puso loco al verla. No conozco ninguna característica especial de ella.

—Simón, tu padre ha sido ejecutado hoy, hace una hora.


De repente, escuché la voz de una mujer, una voz dulce y encantadora, como la de un cuento. Era templada y serena, como la de un ángel. Sonó el eco repitiendo las últimas palabras. El sonido provenía de lejos, bastante lejos según mis cálculos. Quizás en otra planta, se oía muy baja, pero el eco seguía repitiendo las mismas palabras.

Hice cara rara hacia Der, sin esperar alguna respuesta. Mientras tanto, se oyeron unos pasos, pequeños golpecitos sobre el suelo. Podría decir perfectamente que eran unas sandalias, o cualquier otro tipo de calzado, pequeños. Sin duda era una mujer, lo notaba por la voz y por los pequeños pasos. El sonido se iba acrecentando con el tiempo, sea lo que fuere, se acercaba.

En mis pensamientos, albergué la posibilidad de que fuera la mujer a la que había salvado. Rara la situación de que ella no estuviera en la cárcel con nosotros. Rememoré el suceso y ordené mi mente. La mujer salvada era la princesa. Der era un ladrón. Un verdadero ladrón, como me había contado. Entonces la princesa no podía estar en la cárcel porque era a la que buscaban.

Los pasos de la mujer eran cortos, pero sonaban fuertes. Era el único sonido que había porque estábamos en una torre, en lo alto, y desde allí no oíamos el caos que ocurría abajo.

—Lo siento muchísimo —sonó—. Han ejecutado a tu padre, Simón. Creo que debería presentarme —pausa, sigue sin aparecer—. Me llamo Kyra, y soy... no importa quién soy, lo que importa es que seré tu mentora. Pasaremos unos años juntos.

Apareció rápido y abrió velozmente la puerta. Como pisando aire, se movía ligeramente por el lugar. Si no fuera por que se oían las pisadas, probablemente hubiera pensado que se transportaba sin tocar el suelo.

Llevaba un vestido blanco, resplandecía con los rayos de sol. En los bordes, tenía una capa de tela que se hacía notar un poco más que las demás partes de la ropa. Era alta, bueno, un poco más alta que yo. Tenía el pelo largo, muy largo, como la mayoría de las mujeres. Los ojos eran verde claro, muy bonitos. Conjuntaban con la cara, era muy guapa. Demasiado.


Era una mujer muy guapa, llevaba un pequeño flequillo y el pelo liso. Le llegaba hasta casi la cintura. El vestido, ceñido con un cinturón —conjuntado de blanco— le quedaba muy bien. Era muy largo, desde lejos no se le veían los pies. Era delgada, de cuerpo menudo, aunque los pechos le sobresalían, se le notaba mucho.

—Sal, y tú también —nos dijo ella, abriendo la puerta—. No es momento para dar explicaciones, vamos, seguidme.

En cuánto salí vi una gran ventana, por donde entraba la mayoría de la luz. Estaba a la altura de mis hombros, y era bastante ancha y larga. El aire sólo podía entrar por ahí o por la de nuestra celda. La segunda tenía una serie de barrotes verticales para que no se pudiera salir, aún así, era una medida un tanto estúpida. Miré por la ventana y aprecié había una altura considerable entre nosotros y el suelo.

Der se quitaba el polvo de las ropas y respiraba el aire fresco de la ventana. Con unas acciones un tanto irónicas ya que las pudo haber hecho estando dentro. Me pregunté lo que iba a hacer ahora Der, y también lo que iba a hacer yo. La mujer parecía conocerme bastante, y a mi padre, lo que me impresionó mucho.

—¿Adónde vais? —dijo Kyra mientras se acercaba a la ventana — Coged cada uno un arco y una flecha, venid aquí. Bueno, tú me da igual lo que hagas —se refería a Der—. Me importas más tú Simón.

Hice lo mandado, un arco y una flecha, ni una más. Colgadas allí en un estante de madera esperaban a que alguien las cogiera y las clavara en el cuerpo de otra persona. Rezaban silenciosas por sangre. Der no hizo nada, se quedó observando por la ventana, con cara de agradecimiento.

—¿Ves eso? Dispara a la princesa —me mandaba, no, me obligaba a disparar a la princesa. Un gran cúmulo de soldados portaba una gran plataforma, encima, se sostenían con porte la princesa y el rey. El rey era un hombre gordo, Rogar, él le había dado el nombre a la ciudad—. Dispara a la princesa. Estás aquí por culpa de ella, mátala.


Estaba muy lejos, nosotros a mucha altura. Quizás con soltar la flecha ya cogería la suficiente potencia como para matar a alguien. A parte de la altura, a decir verdad no me atrevía a matarla. Estuve unos —bastantes— segundos cargando la flecha.

—No puedes, lo suponía. Creo que me tendré que esforzar contigo mucho más de lo que pensaba. Tienes suerte de ser quien eres...

No entendía lo que me quería decir, "¿ser quien soy?". Seguía tensando el arma, no pensé en las consecuencias y apunté hacia la mujer. La trayectoria era recta, otra vez por la altura. No tendría que producir parábola.

El objetivo se para, los guardias son frustrados por los atacantes, los cuáles flanquean la caravana. Es admirable la valentía de los defensores, son capaces de dar la vida por dos simples personajes. No vale la pena. Apunto a la cabeza, por si desciende un poco la flecha por culpa del viento o cálculos. No hay problema, suelto.

—No sabes usar el arco, para empezar no se coge a sí. Pero bueno, has fallado, no me esperaba un acierto. Probemos con la espada, cógela y vámonos. Por aquí. Te cuento nuestra historia por el camino.

Me puse el cinturón y enfundé la espada de oro, la otra no le di importancia, supuse que la cogería Der. El arco era un peso para mi, además no tenía donde guardarlo. Decidí dejarlo.

—Chss, vamos Der. No me dejes sólo, tampoco la conozco.

—Me llamo Kyra, como ya he dicho. Tengo diecinueve años, formo parte de un "grupo". Ya me pararé a explicártelo un poco más. Conocía tu padre, era un gran hombre. Buen estratega y un excelente luchador en el campo de batalla. A lo que iba, voy a enseñarte a usar esa espada que llevas. Conocerás a Lillian, una chica de tu edad que te enseñará en el arte de los cuchillos y las armas a distancia. Yo me centraré en tu adiestramiento mental y en las espadas.


>>Lilian ha traído informes de que están intentando invocar al mago rojo, una catástrofe. Tenemos que entrenarte y mejorar nuestra técnica para impedirlo.

Bajábamos por una escalera en forma de caracol, por dentro parecía mucho más pequeña la torre y pronto llegamos al fondo. Analicé lo mejor que pude las palabras de Kyra, muy por encima y rápido. La chica era guapísima, y me encantaba la forma en la que se movía. Según ella era muy buena usando la espada, iba a ser mi entrenadora. Habló de un tal mago rojo, no me interesé mucho por el tema puesto que no era de mi incumbencia, de momento.

—¿Quieres matar a la princesa? Mátala, con esa espada no hace falta ni que penetres en su piel, un pequeño rasguño basta. Te espero en la puerta, te estaré observando.

Se fue corriendo hacia la puerta, era maravillosa. Miré a Der y asentí con la cabeza.

—Ayúdame en esto, ¿quieres? Intenta distraerlos por la derecha, yo iré por el centro y rasguñaré a la princesa tal como me ha encomendado Kyra.

Sabía que me estaba mirando, lo hice lo mejor que pude. Fui por el centro, sin percibir movimientos extraños entre las ocupadas tropas de ambos bandos. Esquivando miradas y golpes, llegué hasta la pequeña plataforma en la que estaban montados la princesa y el rey. Desenfundé mi espada y, por la espalda de ella, rasguñé su brazo. No lo hice aposta, había fallado el golpe. El suave filo de la espada resquebrajó su ropa y provocó un pequeño brote de sangre.

—Der, vámonos —grité. Y corrí, aceleré el paso como nunca antes lo había hecho. Sin mirar hacia atrás. Corrí hasta Kyra, hasta la puerta. Era la dirección contraria a Asghar, no sé a dónde me llevaba pero puse mi vida en ella.



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