Cuentos para el Andén Nº64

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nº64

febrero2018

elmuro [3] andénuno [5]

Dos microrrelatos de, Inés Mendoza andéndos [8]

Eldorado, Tsevan Rabtan andéntres [13]

Zapatos de familia, Silvia Fernández Díaz Microconcurso [18] brevemente [21]

Relatos en cadena dindondin [23] decamino [24] entrecocheyandén [25]

novedades

Las llenadoras de bañeras, Mariela Scidá

Publicamos los microrrelatos ganadores de la edición de Microconcurso con más convocatoria de la historia reciente de nuestro certamen: son 4 entre 161, llegados en 48 horas.

Edita: vuelaAlto C/ Sto. Domingo de Silos, 5 - ático - 28036 Madrid | edicion@cuentosanden.com | www.cuentosanden.com

Comité editorial: Alejandro Moreno, Víctor García Antón, Leticia Esteban | Editora: Natalia Muñoz. Asesores de contenidos: Sergi Bellver y Juan Carlos Márquez (España), Juan Martini y Mónica Pano (Argentina), Mª Luz Carrillo (México) Publicidad: marketing@cuentosanden.com | Diseño: www.jastenfrojen.com

Ilustración: Portada e interior: Leticia Esteban | www.leticiaestebanilustracion.com

Con la colaboración de:


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elmuro

Tema: Sorpresa

Ganador: Amor ocasional. Ana Gálvez, Buenos Aires (Argentina) Finalistas: <

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Cuidadito. Ramón Cuenca Madrid (España) Qué sera, será. Silvia Olivares Medellín (Colombia) Vegetación inversa. Andrea Alaman Valencia (España)

Concurso de fotografía Participa enviando tus fotos a lector@cuentosanden.com Consulta las bases y mira las fotos en Facebook y cuentosanden.com Tema del próximo concurso: Charcos

Te escuchamos:

Cuentos para el Andén @cuentosanden

lector@cuentosanden.com

www.cuentosanden.com

Este número 64 de Cuentos para el Andén trae dos relámpagos nacidos de la pluma de Inés Mendoza; el relato histórico de un gran chaparrón: el que les cayó a algunos de los conquistadores del siglo XVI que viajaron al Nuevo Mundo buscando fortuna y olvidando escrúpulos, contado por Tseban Rabtan, y un terremoto familiar que tiene su profundo epicentro entre las manos de Silvia Fernández Díaz. Y más cosas. No te quitamos más tiempo, esperamos que lo disfrutes.

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Dos microrrelatos de Inés Mendoza

Despedida LAS pequeñas muertes: el fondo del vino que, por cortesía, el amigo tan querido de Brâncusi apura de un último trago. Esa misma copa vacía que la mano fraterna acaba de posar sobre la mesa del salón. Algunas arrugas de la falda que la otra amiga termina de alisar con las manos al levantarse. La reposada espalda de un tercer invitado que ahora mismo se incorpora desde el sofá. Cierta sonrisa nerviosa, una broma que Brâncusi no llega a decir. Ese postrer momento del tiempo que querría borrar con todas sus fuerzas: otra despedida. Los tres amigos alejándose ya, agitando las manos desde las ventanillas del coche. Y de nuevo la mirada desierta que, de pie en el portal de su casa, Brâncusi deja escapar como quien suelta un perro. La duda de siempre que le asalta: si valdrá la pena la amistad. La voluble felicidad de aquello que nos envuelve y que también nos abandona. <

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Umbral ORDENO unos libros sobre un anaquel en una casa vacía. Alguien me observa. No me siento inquieto. Por alguna razón, me urge encontrar una ventana. Veo de repente que desde el techo hasta el rodapié, las paredes de la casa están cubiertas por huellas de cuadros. Hay marcas de todo tipo: el óvalo que dejó un retrato pequeño, el rectángulo donde posiblemente colgó un bodegón y bastantes más. Al fin, reparo en una ventana que al parecer no se ha abierto desde hace años. Alguien respira a mis espaldas. Es una niña, pero tiene una mirada adulta, una mirada que me sobrecoge. La niña dice: «tiemblo por el ser». Entonces me asomo afuera y entiendo que el mundo lleva mucho tiempo muerto y que yo lo había olvidado.< tw Del libro: Objetos frágiles. Ed. Páginas de Espuma, 2017.

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Inés Mendoza es escritora y arquitecta. Trabaja como profesora en la Escuela de Escritores. Es autora del libro El otro fuego (Páginas de Espuma, 2010). Sus relatos han sido recogidos en varias antologías del género, entre las que destaca Mar de pirañas, nuevas voces del microrrelato español (2012). Ha participado en libros colectivos como Diodati, la cuna del monstruo (2016) o Jules Verne (2017).


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Eldorado

Tsevan Rabtan

CUANDO Gonzalo Jiménez de Quesada desembarcó en Santa Marta, una ciudad nueva, llena de rufianes, clérigos, indios y negros, nada más buscaba lo que tantos otros antes y después, y con esto ya saben la respuesta. Hijo de un juez de moriscos, a la caza de aventuras y fortuna, había terminado como veterano de los ejércitos del César Carlos en Italia y peleado en la jornada de Pavía contra el francés. Su premio fue marchar al Nuevo Reino de Granada, de Justicia Mayor, a las órdenes de Pedro Fernández de Lugo. En 1536, Quesada convenció a su patrón de que era buena idea organizar una expedición de setecientos cincuenta hombres que remontase el río Magdalena, a la que seguirían bergantines como apoyo. Naturalmente, no sabían nada de la tierra que iban a atravesar: mala e inclemente, en condiciones agravadas por el duro invierno. Si hablamos hoy de Quesada no es porque Fernández de Lugo muriese y solo llegasen dos de los navíos previstos, sino por su tozudez, tan marca de la casa. En vez de dar media vuelta, Quesada continuó. Los españoles atravesaron la selva, despacio, a golpe de machete; se comieron los caballos y, al final, se alimentaron con raíces y sapos. Tras cuatro meses de marcha infernal arribaron a Latora (bautizada Barrancabermeja): habían avanzado más de mil kilómetros al precio de una mitad de los hombres, engullidos por la selva, el hambre y las enfermedades. Siguiendo el patrón habitual, decidió adelantar camino con sesenta de sus compañeros de viaje. No tuvieron mejor fortuna, aunque pudieran entrever la meseta en que habitaban los chibchas: otra vez los consumió el hambre, apenas apaciguada con los cueros de las armas y un perro sarnoso; y otra vez fueron atacados por las crecidas de los ríos y se vieron obligados a dormir en los árboles. De vuelta en el campamento,

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Quesada envió a los muy enfermos, más de ciento cincuenta, de regreso a Santa Marta en los dos bergantines; el resto, ciento sesenta y seis, partió hacia la meseta. Los chibchas estaban agrupados en cinco jefaturas bajo el mando de cinco soberanos. Como se avecinaban tiempos interesantes, Quesada renunció a su cargo de adelantado y pidió a sus hombres que lo nombrasen capitán general. Es, de nuevo, el esquema conocido, pero con alguna variante «divertida»: tenían que luchar con las mismas armas que los indígenas, porque las lanzas y espadas se habían echado a perder por el óxido, y los arcabuces ya solo servían para hacer salvas. Para no dar un paso atrás, Quesada, ya dictador, prometió y luego cumplió pena de muerte para los desaforados. Era el momento de la guerra. En cuanto se internaron en la meseta, el primer cacique atacó su retaguardia y huyó, usando una táctica que se repetiría constantemente. Los españoles hicieron lo propio, dedicándose al pillaje. Habían entrado en una tierra poblada y rica, repleta de esmeraldas. El 20 de agosto de 1537, tras capturar a uno de los caciques principales y empezar a amontonar riquezas, Quesada comenzó, como Cortés, a intervenir en la política local, enfrentando a unos contra otros, aumentando su tesoro tras cada enfrentamiento. Quesada empieza a pensar en su vuelta, pero siempre hay noticias de nuevas tierras y tesoros. ***** La casa Welser puso dinero para las expediciones americanas y, a cambio, obtuvo derechos en el Reino de Nueva Granada. Uno de sus hombres era Jorge Hohermut o Jorge de Espira (pues esta era la ciudad de su nacimiento) y uno de los tenientes de Espira se llamaba Nicolás Féderman. Nos dice algo de cómo era esta gente lo ocurrido en 1536, cuando estaban acampados a orillas del Opia y el río se desbordó: Féderman y sus hombres, españoles en su mayoría, imitaron el comportamiento de las fieras y subieron a las copas de los árboles y a los altozanos. Los europeos, las fieras y los indios,

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todos ellos cercados por el agua, tuvieron que luchar con desesperación por el espacio vital, pero los primeros eran inferiores en número. Como maniobra de escapada, se les ocurrió construir balsas y tirar de ellas con sogas, pero la maniobra casi terminó en desastre cuando una de las balsas se vio arrastrada por la corriente y rodeada de canoas. Como en tantas historias de la conquista, la estampa la completa alguien de quien solo conocemos el nombre, un tal Francisco de Cáceres, que se zambulló y entretuvo a los indios burlándose de ellos. En diciembre de 1537, Féderman también quiso enfilar hacia la tierra de los chibchas, con la mala suerte de equivocarse de ruta. Creía poder alcanzarla por el sur, rodeando las montañas, pero no fue así: tuvieron que atravesar precipicios, izando los caballos con cuerdas. Después de penurias y disputas, llega a la meseta. ***** Sebastián de Belalcázar servía a las órdenes de Pizarro y, cumpliendo sus instrucciones, se anexionó Quito. En ese momento es cuando prestó atención a la llamada de Eldorado y pensó en hacer carrera por su cuenta, encaminándose al norte. Tras vencer a unos antropófagos que vivían en el valle del Patía y hacer fundaciones, volvió a Lima a pedir ayuda a su patrón, quien le suministró refuerzos y víveres. En julio de 1539, se dirigió a las cordilleras. Seis meses de penalidades tardará en alcanzar la confluencia del río Sabandijas y el Magdalena. ***** Habíamos dejado a Quesada en el territorio chibcha más importante, el de los bogotaes, donde mandaba el zipa. El último zipa, Zaquesazipa, fue apresado por Quesada y, para pagar por su vida, cada día llegaban porteadores que depositaban las riquezas en un bohío, que los miembros de la escolta del zipa vaciaban a escondidas. Esta burla, una vez descubierta, fue abonada por Quesada con el tormento y la muerte del señor chibcha. Mientras, Quesada, que seguía con su pillaje, empezó la labor colonizadora y fundó Santa Fe de Bogotá (Nuestra Señora de la Esperanza el primer

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año) a casi tres mil metros de altura, con vistas a unas lejanas montañas nevadas. A los pocos días de la fundación, Quesada envió a Hernán, su hermanastro, de expedición a la cordillera cuando, sin alcanzarla aún, un indígena los avisó de que, por uno de los valles que hay al oeste, se acercaba la tropa de Belalcázar. Ocho días más tarde llegaron noticias de otra columna, esta desde el sureste, descendiendo de las montañas. La mandaba un alemán. Pese a la inmensidad del Nuevo Mundo, en el lapso de poco más de una semana, tres expediciones independientes llegaban al mismo punto. Pero una llegó primero. ***** A ninguno de los tres conquistadores le fue luego demasiado bien. La última expedición de Quesada, veinte años más tarde, es la otra cara del proceso de conquista: de mil trescientos hombres blancos, regresan sesenta y cuatro; de mil quinientos porteadores indios, regresan cuatro; de mil cien caballos, sobreviven dieciocho. Féderman murió, atenazado por las demandas de sus patrones, los Welser. Y, en cuanto a Belalcázar, peleó con otro conquistador, Jorge Robledo, lo ajustició y, por ello, fue a su vez condenado a muerte. La propia muerte anticipó el cumplimiento de la pena. <

tw Del libro: Atlas del bien y del mal. Ed. geoPlaneta, 2017.

Tsevan Rabtan nació en internet, en las webs de juegos de ajedrez online, y se hizo adulto, sin pretenderlo, en el viejo nickjournal de Arcadi Espada, tierra madre de tantos blogs y escenario de gigantescas batallas virtuales. Esconde a un abogado español, de vecindad civil común, madrileño de nacimiento, y aficionado al deporte extremo de la polémica de sobremesa. Blog: https://tsevanrabtan.wordpress.com/; twitter: @tsevanrabtan.

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andéntres

Zapatos de familia Silvia Fernández Díaz

LO malo fue que mi madre acertó. Llamó a la zapatería para contármelo, pero yo acababa de abrir, no podía dejar la tienda sola. Dijo que había soñado con mi hermano. «Lo he visto en la azotea, descolgando una sábana del tendedero y, a pesar de mis voces, salió volando». Respondí que no le diera importancia, la intenté tranquilizar, pero se encontraba tan alterada, la pobre, que no me escuchaba siquiera. «Yo sé lo que me digo, hija. No es la primera vez que tengo un presagio». Era cierto, yo lo sabía aunque le repetí varias veces que se calmara. No había manera. Junto al mostrador, un par de señoras miraban el reloj de la pared descaradamente y luego se volvían hacia mí. Tenía que colgar; hoy en día, es imprescindible cuidar los negocios. Además, siempre me repetía lo mismo, que ella le gritaba que volviese, pero Manuel ni caso. Volaba sobre los tejados de la calle y, poco a poco, se fue alejando. Hasta que dejó de verlo. Me pidió que la acompañara a casa de Manuel. Era imposible. Esa tarde no tenía quien me sustituyera. Además, esperaba un pedido de calzado infantil. Habría que inventariarlo. Pensé en regalar algunos pares a mis sobrinos, pero al instante rechacé la idea. Manuel no aceptaba ayuda de nadie. Y la mía, menos. Tampoco hubiera podido solucionar nada. La telefoneé por la noche, unas horas antes de saberlo, y parecía un poco más tranquila. Me dijo que Manuel insinuó una risa al oír lo del sueño. Los niños estaban en casa de unos amigos. Eran las siete de la tarde y, al parecer, Manuel estaba aún en pijama. Le prometió que estaba bien, pese a su rostro sin afeitar. Ella sabía que no. Que no andaba bien. Ella ya había soñado cosas de esas. Ahora solo menea la cabeza y, cuando se adormila, la cabeza se vence contra su pecho. Si da un ronquido profundo se endereza, como si hubiera pecado. Ahora no se atreve a

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andéntres

dormir. Pasa las noches en la mecedora, arrugando el pañuelo, mezclando los sueños en su cabeza senil. Por los nietos, ni pregunta. Entorna los ojos y parece que viera algo que no logro percibir. Al rato se descalza y observo sus pies envejecidos e inquietos. No quiero preguntarle qué haremos con los niños. Porque así, según está, ella no puede quedárselos. La dejo a oscuras y cierro la puerta. «Demencia senil», sentenciaría el juez. No hay que plantearlo siquiera. Bajo con lentitud los escalones de madera, agarrándome a la barandilla oxidada. Los tacones de mis botas grises se tambalean a cada paso. Pero, ya en la calle, consigo pisar con firmeza. Yo no quiero ser madre. *** Ni siquiera me abrió la puerta. Me inventé lo de la cara sin afeitar y lo del pijama. No quiero contar que se acercó a la mirilla y no quiso abrirme. A su propia madre. Le insistí. Le insistí ante la mirilla, ante la puerta, le dije que necesitaba hablar con él, que tenía que avisarle de algo. Ni por esas. Desde el interior, gritó que lo olvidara. Eso me dijo. Que lo olvidara. Por eso, tuve que gritar en el descansillo, contarle allí lo de la sábana, y consentir que me dijera que estaba loca. Hice de tripas corazón y le pregunté por los niños. Ni siquiera me respondió. Es cierto que de los niños no quise saber nada. Los niños son para los padres, le repetí muchas veces, primero cuando los tuvo, después cuando se quedó solo y la muy fresca se fue sin mirar atrás. Manuel intentó dejármelos muchas veces. Pero yo me negué. Cada cual que pague sus consecuencias, es lo que me enseñaron. Ahora tampoco los quiero. Por otros motivos. Ahora no podría mirarlos a la cara. Lo mejor es seguir haciéndome la loca mientras espero. Ojalá pronto sueñe otra vez y me lleven en un féretro. Con esos zapatos de piel con los que nunca pude dar un paso, aunque me quedasen tan bien. Ojalá el sueño se haga realidad y la oscuridad del comedor me envuelva para siempre. Mecerme en el ataúd y dormirme. Sin necesitar nada, absolutamente nada, de nadie.

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andéntres

*** Parecía un buen tipo. Antes venía a comprar chucherías con los niños y se llevaba una bolsa llena de nubes de azúcar y de huevos fritos. Contaba las monedas con apuro, como si no fueran a alcanzarle, mientras los chicos se ponían de puntillas para mirar las monedas y solo al verle dejarlas en el mostrador respiraban aliviados. Yo solía regalarles un chicle de melón o alguna manzana. La primera vez, él se negó. Dijo algo así como que de ninguna manera. Solo cuando le aclaré que lo hacía con todos los clientes, me consintió dárselos. Solían venir la primera semana del mes. Otras veces, los vi pasar cabizbajos ante el establecimiento. Solo el más pequeño de los dos, le tiraba de la mano y señalaba hacia aquí, pero él le ponía la mano en el cuello y cruzaban de acera. Supongo que, por las mañanas, los niños iban al colegio. A él, le veía en un banco pintarrajeando el periódico. Alguna vez quise darle conversación, pero apenas hablaba. Hace dos días, se levantó del asiento para pedirme un cigarro. Sí, me extrañó. Nos sentamos en silencio en el banco. A mitad del cigarro, me dijo: «Jaime necesita unos zapatos nuevos», y se quedó mirando sus cuarteadas deportivas sin cordones. Quise sacar la cartera. Me preguntó qué hacía y me retuvo la mano. Añadió que su hermana era dueña de una zapatería, que solo estaba pensando en voz alta. Cuando apuró el cigarro, exhaló la última bocanada de humo, lo arrojó lejos. A la vez que rompía el periódico, le oí decir: «Es que no encuentro nada». Yo le iba a poner la mano en el hombro porque no encontraba palabras y habría sido una ofensa decir que le regalaba unos dulces para los niños o que le invitaba a un café. Pero no lo hice. Solo dejé el paquete de tabaco, como si se me hubiera caído entre las maderas del banco, y regresé a la tienda. Fue la última vez que lo vi. Hasta este momento no sabía nada. *** Si alguien me lo hubiera dicho… Alguien que no fuera Manuel. Los niños se habrían podido venir antes a vivir con nosotros. Nunca pensé que estuviera tan mal. Creí que fingía cuando llamaba para

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decirme que ya no podía hacerse cargo de ellos. Si no hubiera pensado que era mentira, no habría cambiado el número de teléfono. Pero esas llamadas a deshora a Philippe le molestaban. Y a mí. Para qué negarlo. Yo no estaba preparada para tenerlos. ¡Era tan joven! Ahora sí. Con la niña he descubierto lo que es ser madre. Pero entonces lo único que pretendía fue salir de la casa de mis padres. Aunque él me quería. Sí, me quería, eso no voy a negarlo. Me trataba como una señora. Siempre regalándome joyas y vestidos, y la ropa y los juguetes para los niños nunca faltaron. Pero el amor no se compra, claro que no. Y en cuanto conocí a Philippe me enamoré. De verdad, creí que no les iba a faltar de nada. En cambio yo me iba a la aventura, a otro país, con otro idioma. Además, aquí tenían más familia que podía echarles una mano. Sí, sin duda hice lo que consideraba mejor. Estaba convencida de que estarían más atendidos con su padre. Hoy ni siquiera me han reconocido, pero el juez ha dicho que puedo llevármelos. Ante el escaparate de una tienda de chucherías, Jaime ha dado un codazo a Miguel y él le ha dicho que se callase. ¿Queréis algo de aquí?, les he preguntado. Han mirado la estela de un avión que ya no se veía en el cielo. «Nada, señora», contestaron y han seguido andado delante de mí. En la puerta de la tienda, un viejo les ha dicho algo y ellos saludaron amistosamente. A mí me miró a la cara sin ninguna discreción. Pero no me detuve. Nunca me gustó hablar con desconocidos. Buscaba una parada de taxi. Había elegido los zapatos de agujeros en las punteras, pensé que serían los más cómodos para el viaje, cómo iba a suponer que fueran a causarme heridas en los talones. Al cabo de tantos años.< tw Del libro: La mirada de los pájaros. Ed. Talentura Libros, 2017.

Silvia Fernández Díaz (Madrid, 1967) es diplomada en Profesorado de EGB. Desde 2013 ha impartido cursos de escritura creativa en Escuela de Escritores y colabora como jurado de Relatos en cadena. Con el libro inédito El reflejo del eclipse, fue finalista en el Premio Caja España, 2010; con Solo con hielo (Talentura Libros, 2014) fue finalista del XII Premio Setenil al mejor libro de relatos publicado en 2015.

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Microconcurso

El cabello de Berenice Nicolás Cuervo Bogotá. Colombia

www.negraficcion.blogspot.com

Berenice tiene el cabello ondulado, largo y claro. Tan claro que es casi blanco. De hecho, Berenice tiene el cabello blanco. No, el cabello de Berenice es aún más claro. Transparente. Incluso más claro, porque el transparente como el cristal, refleja algunos visos con la luz del día. El cabello de Berenice es más claro. Es invisible. Algunas personas la ven por la calle, creen que es calva y se ríen a lo lejos. Pero a Berenice no le importa y continúa con su andar acompasado, que hace que los invisibles mechones se ondeen caprichosos al viento con cada paso.<

Palíndromos Sara Nieto Leganés. España

https://cuentoscontigo.wordpress.com

Desde que murió hasta su nacimiento Otto vivió al revés. Justo al contrario que su gemelo. Cuando Sabas comenzó a andar, Otto soltó el bastón. El día que su hermano dio su primer beso, él recibió el último. Uno comenzó a trabajar; el otro se jubiló. Cuando Sabas se casó, Otto firmó el divorcio. Sólo una vez coincidieron en mitad de sus trayectos. En el mismo cine, con la misma chica sentada entre ambos. En la oscuridad ella buscó la mano de Otto. Y obró el milagro. Ahora Otto recorre su camino en sentido inverso. O correcto, según se mire.<

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Microconcurso

La ejecución

Ángela Piñar Barcelona. España

http://siguiendolospasosdebarro.blogspot.com.es/

Ninguna boca se abrió para consolarme. Tampoco yo lo esperaba. Al amanecer la turba ofendida me rodeó para acompañarme hasta las afueras del pueblo. Resultó extraño caminar rimando el loco latido de mi corazón con el silencio de la marabunta. Y cuando me llegó el aroma de los árboles supe que habría un tronco nudoso y una cuerda para mí. No pude evitar una sonrisa triste cuando la memoria me trajo, perra inoportuna, un columpio que mi viejo construyó para mí, cuando aún no me pegaba.<

Caminos

Claudia Sánchez Buenos Aires. Argentina

http://sanchezclaudiabe.blogspot.com.es/

Él iba recogiendo el polvo del camino con el ruedo del abrigo. Eso le dijo. Pero ella sabía que iba dejando huella para que lo siguiera, para que lo encontrara -por casualidad- en el claro del bosque. Ella iba recogiendo moras para preparar licor. Eso le dijo. Pero él sabía que iba siguiendo su rastro. Podía sentir su olor a hembra en celo, atraída por el almizcle de su entrepierna. Cuando estuvieron muy cerca el uno de la otra, ella se llevó el abrigo para lavar y él las moras para el licor. Mañana quizás se animen a más.< tw Microconcurso es un concurso de microrrelatos convocado por CpA, una convocatoria de 48 horas para textos de un máximo de 100 palabras. Se recibieron 161 relatos. Seis de ellos fueron preseleccionados por jurado; publicamos aquí los cuatro que resultaron ganadores por votación abierta en Facebook, por orden de votos recibidos.

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brevemente

Padre permisivo

Semana 12 de concurso: 18 de diciembre de 2017 Ganadora: Victoria de la Fuente Su padre también le dejaba conducir la furgoneta, arreglar la cerca, bajar los sábados al cine del pueblo, ir al bosque a coger leña y piñas para encender la chimenea y, esa Navidad, le permitió poner él solo las luces del árbol. Lo único que le tenía prohibido, desde que su madre los abandonó para irse con otro, era bucear en el lago que había al lado de la casa.<

Locked-in

Semana 13 concurso: 8 de enero de 2018 Ganadora: Ana Muñoz Bucear en el lago que había al lado de la casa, pasear por el campo, hacer el amor con su mujer…lo curioso es que, a pesar de todo, lo que más echaba de menos era ese hormigueo en el estómago al pisar el acelerador. Notó un zarandeo y abrió los ojos: su hijo le preguntaba si le apetecía ver la tele. Pestañeó dos veces para decir que sí.<

Mimos

Semana 14 concurso: 15 de enero de 2018 Ganador: Lorenzo Rubio Pestañeó dos veces para decir que sí estaba bueno el filete, pero se había quedado con hambre. Su mujer le respondió con aplausos. Claramente, eso significaba te fastidias, haberlo acompañado con pan. Enojado, él se tocó las orejas para pedirle el divorcio, pero automáticamente ella reaccionó tirándose de los pelos. Era lo más bonito que nunca le había susurrado, así que la perdonó hurgándose la nariz. Fue cuando su esposa hizo la ola levantando y bajando los brazos, una señal inequívoca. Excitadísimos los dos, se fueron dando saltos de rana hacia el dormitorio. Ya recogerían la mesa mañana.<

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brevemente

Impasse

Semana 15 concurso: 22 de enero de 2018 Ganador: Eva García Ya recogerían la mesa mañana, cuando el hombre que dormía sobre ella hubiera terminado de soñar con aquellas libélulas amarillas empeñadas en llenar de luz los rincones vacíos de la casa ya desmantelada.<

Apariciones

Semana 16 concurso: 5 de febrero de 2018 Ganador: Lorenzo Rodríguez Los rincones vacíos de la casa ya desmantelada apenas sí olían a la última familia que, por muy poco tiempo, había vivido hasta hace una semana en ella. Desde la muerte de mi padre, mi hermano y yo la habíamos alquilado nueve veces y esta mañana, en el salón sin muebles, los nuevos inquilinos nos entregaron el contrato con sus firmas y les proporcionamos el juego de llaves. Parecían simpáticos. Ojalá el viejo también opine lo mismo y se deshaga por fin de la sábana blanca y las cadenas, pensé mientras nos marchábamos y ellos se quedaban discutiendo dónde pondrían el sofá.<

Dilema

Semana 17 concurso: 12 de febrero de 2018 Ganador: Rafa Olivares Se quedaban discutiendo dónde pondrían el sofá durante horas. Aunque en realidad las opciones no eran tantas: o bajo la palmera o en la orilla, con los pies a remojo mientras pescaban.<

tw Relatos finalistas de diciembre, enero y febrero de 2018 del concurso Relatos en Cadena, organizado por la Cadena SER y Escuela de Escritores. Puedes leer todos los seleccionados en www.escueladeescritores.com o www.cadenaser.com.

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dindondin

Concurso de relatos. “El cereal, el pan nuestro de cada día” Hasta el 16 de marzo. 1.000 € www.estandarte.com

FragaTcuenta 2018. 6º Festival Internacional de Narración Oral Fraga. Huesca Hasta el 2 de marzo http://www.fraga.org

13 º Encuentro profesional de productores y guionistas de cortometrajes Hasta el 1 de marzo Madrid www.madrid.org

Festival de cortometrajes. Jameson Notodofilmfest. Hasta el 28 de febrero. www.jamesonnotodofilmfest.com

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decamino

http://teatrotribuene.com/

En el Madrid más castizo, cerca de la plaza de toros de Las Ventas, un almacén de ferretería se transforma en espacio teatral. Así nace en 2003 Tribueñe, un templo de la exigencia, la seriedad, el rigor, la estética y la calidad entre los grandes y pequeños teatros madrileños. Un espacio que ofrece tanto sus propios espectáculos como los de otras compañías, apostando por la herencia cultural, desde el convencimiento de que creación y vanguardia se alimentan también del pasado reinventándolo. Entre sus reconocimientos cuenta con el Premio Ojo Crítico de RNE 2012, Finalista en los Premios Max 2015 y otros 15 premios en festivales nacionales e internacionales.

tw El Teatro Tribueñe mantiene en su repertorio a Federico García Lorca, a Valle-Inclán y a Hugo Pérez de la Pica, cuyos espectáculos de teatro musical Canela y Alarde de tonadilla estarán todos los sábados y domingos hasta fin de mayo; ese mismo mes se estrenará el monólogo Amiga de Irina Kouberskaya.

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entrecocheyandén

Las llenadoras de bañeras Mariela Scidá

Alumna del taller literario Los imagineros, coordinado por Adriana Petrigliano

ANTES de nacer, las madres se preparan, ya lo saben. Las madres son grandes, de caderas anchas, de andar pausado y piel muy pálida. Las paren con paciencia y parsimonia mientras dejan caer agua en algún lugar cercano. Las llenadoras de bañeras nacen al sonido prístino, violento, claro, del agua. Lloran y sus lágrimas inundan fácilmente, en esa primera colección, una vasija entera. Mientras van creciendo juegan con arcilla, algunas con barro y hacen una ceremonia al lavarse las manos. Al cumplir siete años estudian la cristalografía de una gota de agua. Van observando cómo un hilo líquido se desparrama por la loza hasta formar un ínfimo charco y calculan exactamente el tiempo que le llevará convertirse en lago. Ya más grandecitas comienzan a tejerlos formando chorros largos, medianos, y cortos y perfeccionan el arte de mezclarlos con perfumes y sales. Tienen los codos agrietados de sumergirlos en las bañeras llenas, para controlar la temperatura, y se especializan en el mezclado de agua de mar y agua dulce. Cuando una llenadora de bañeras muere, caen gotas violentas, descontroladas, en una maraña incomprensible de loza resquebrajada. El agua cae sucia, mezquina, destrenzada, haciendo sonar un ruido exacto, en un lugar cercano.<

tw Mariela Scidá. Nací en 1973 en La Rioja, Argentina. Aprendí a leer y a escribir siendo muy

pequeña. Mientras cursaba primaria escribí mi primer poema. Escribir me sana... me saca de la oscuridad y pone bastante color y música a los pensamientos. Escribo para sentirme libre. Soy alumna del Taller de Creación literaria Los Imagineros que coordina Adriana Petrigliano desde hace algunos años.

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