Cuentos para el andén Nº52

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entrecocheyandén

Una nuez Emilia da Silva Alumna de Fuentetaja, talleres de escritura creativa

DESPUÉS de comer, mi abuela se sienta enfrente del ventanal que da a la terraza y mira hacia afuera, a la calle. A veces, si tiene fuerzas y da el sol, sale a la terraza, coloca una silla pequeña junto a la pared de ladrillo y se sienta. Mira al vecino de enfrente limpiar el salón. Junta las rodillas. Desde que llegó la primavera duerme más. Muchas veces la encuentro dormida enfrente del ventanal, e intento no acercarme ni hacer ruido. Porque si lo hago se despierta. Siempre se despierta y dice que no dormía. Luego me mira. Se peina el pelo con los dedos. —¿Qué tal ha ido el día, pequeñita? Yo me acerco a ella para que coja mi cara con las manos y me dé un beso en la mejilla. Pero cuando llegué esa noche estaba despierta. Enseguida escuché cómo se levantaba despacio del sillón y se acercaba a mí. Anduvo apoyando las manos en la pared del pasillo para no caer. Luego se quedó quieta, de pie, a dos pasos de distancia. —Ha desaparecido una nuez —me dijo—. Una nuez. Miré a la cocina y vi la bolsa de nueces que compré la semana anterior. Ella me siguió la mirada. —No de ahí. Ha desaparecido la que dejé en un tiesto de la terraza. Apoyé la mochila en la pared y la miré para ver si explicaba algo más. No decía nada, cerraba con fuerza las manos en un puño. Intenté acercarle la cara para que me diera un beso pero se apartó. Me pidió que buscara la nuez. No entendí por qué le importaba eso, pero le importaba. Realmente le importaba. Aunque yo mañana pudiera ir al mercado y llenarle la casa de nueces, lo que ella quería era la suya. Su nuez. Encendí la luz de la terraza y salí a buscarla. Apenas se veía, porque era de noche y la bombilla era una vieja de resistencia que no servía para

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