A golpe de tecla

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Octubre 2014

Tu nueva revista literaria; desde el ojo del escritor.

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Equipo de A golpe de tecla: Dirección y edición: Cita Franco Columnistas y activos colaboradores: Mercedes Pinto Maldonado, Rafael R. Costa, Mónica Rouanet, Julio G. Castillo, Mercedes Gallego, José Vicente Alfaro, Almudena Navarro, Miguel Angel Moreno y Manuel Navarro.

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Nace A golpe de tecla.............................................................2 Yo autor, yo lector...................................................................3 El masoquismo del escritor...................................................5 Y si el miedo.............................................................................8 Métodos de composición de una novela............................12 Reseña del mes......................................................................19 Entrevista a Rafael R. Costa.................................................20 Autopsia a un personaje de novela.....................................28 Escritores de 3ª, 2ª y 1ª división..........................................31

S U M A R I O

Recomendaciones literarias.................................................36 ¿De dónde surgen las historias?..........................................38 La muerte como protagonista.............................................42 El mundo de Carver..............................................................46 Por tanto..................................................................................50

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Nace A golpe de tecla

Bienvenido a tu nueva revista mensual en la que diez intrépidos escritores te hacen un hueco para navegar, todos juntos, por el mundo de las letras. A partir de hoy, mes a mes, te contaremos desde diferentes puntos de vista las aventuras y desventuras del mundo literario. A veces serios, otras juguetones, en ocasiones reivindicativos… pero siempre a corazón abierto. A lo largo de estas páginas los irás conociendo, sabrás quién se esconde detrás de cada artículo y podrás lanzarles tus preguntas, comentarios y sugerencias escribiendo un mail a agolpedetecla@yahoo.com o a través de Twitter a @agdtecla, dejándo claro a quién te diriges. Desde la humildad, el cariño y el deseo de que la revista sea de vuestro agrado, os esperamos en las siguientes páginas. El equipo de A golpe de tecla

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Yo autor, yo lector

¿Escribir para uno mismo o para el lector? La pregunta que da título al artículo, de algún modo u otro, sobrevuela siempre la mente del autor antes de iniciar una nueva obra. Para el que escribe por hobby o diversión, la decisión apenas importa, pero para el escritor que aspira a vivir de su trabajo como contador de historias, la elección puede ser fundamental para determinar el éxito o el fracaso de su siguiente novela. ¿Debería ser fiel el autor a esa idea que un día le brota de la cabeza, por disparatada que sea, aun siendo consciente del riesgo que asume de no conectar después con el lector? ¿O debería, por el contrario, subirse al carro de la moda del momento —vampiros adolescentes, erotismo de alcoba, etcétera— con el fin de asegurarse llegar a un sector más amplio del público? ¿Debería, asimismo, ser fiel el autor a un estilo propio, aunque sea algo barroco o refinado, o debería simplificar su estilo natural para hacerlo más cercano al lector? Seguramente, como en cualquier ámbito de la vida, en ningún extremo de la balanza se encuentre la solución, y quizás la clave resida en hallar la exacta dosis de equilibrio. Es decir, escribir lo que a uno le gusta y cómo le gusta, pero sin perder nunca de vista al lector, que en el fondo es el destinatario final de la obra. De cualquier forma, la propia naturaleza de la literatura no admite fórmulas mágicas ni ecuaciones matemáticas que garanticen un éxito de antemano. Puede que escribas tu novela pensando solo en el lector y, paradójicamente, te pegues un soberano batacazo; o puede que a través de tu creación más íntima y personal acaricies después el corazón de miles de desconocidos.

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Podría decirse que el escritor más afortunado sería aquel cuyos gustos personales coinciden con el de la masa lectora, sin tener que admitir o renunciar a nada durante el proceso de creación. Para todos aquellos que se encuentren en dicha situación, mi más sincera enhorabuena.

Firmado por José Vicente Alfaro

BIOGRAFÍA José Vicente Alfaro (Huelva, 1976), licenciado en Derecho por la Universidad de Sevilla, irrumpió exitosamente en el panorama literario español en el 2013 con la publicación de La esperanza del Tíbet, novela que en muy poco tiempo se convirtió en un fenómeno de ventas, y que actualmente ya suma más de 300 días en el Top 100 de Amazon.es. En el año 2014 publicó su segunda novela, El llanto de la Isla de Pascua, que inmediatamente se situó en el Top 100 de Amazon y superó las cifras de ventas de su novela anterior, logrando hasta la fecha vender cerca de 3.200 ejemplares en los tres primeros meses desde su publicación. José Vicente Alfaro pretende a través de sus novelas contar una historia entretenida, ofreciendo al mismo tiempo al lector la oportunidad de trasladarse a un momento clave de otra civilización o cultura, probablemente desconocida para él.

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El masoquismo del escritor Resulta significativo que en un oficio como el de escritor, narcisismo y masoquismo se combinen con tanta frecuencia. Hoy me toca tratar lo segundo. No confundir con la elaboración de novelas sadomasoquistas como La venus de las pieles, de Sacher-Masoch, quien inventó el subgénero y le dio su apellido. Tampoco con Histoire d’O, o con algunos pasajes de Las edades de Lulú. La aportación más actual y edulcorada es la famosa 50 sombras de Grey, que ha creado escuela. No, no es eso. No me refiero a creaciones morbosas, sino a la pulsión masoquista que aflige a muchos escritores y escritoras. El hecho de encerrarse en una habitación de la casa, generalmente aislada para evitar ruidos exteriores, dedicarse a teclear horas y horas, para luego corregir como la historia interminable en sentido estricto, revela poca afición al disfrute. Más bien al placer por el dolor que caracteriza a estas prácticas, aberrantes según los psicoanalistas. Si se tiene pareja las consecuencias sobre la relación pueden ser letales. Anda uno tan sumido en los personajes y en sus tribulaciones, que olvida la existencia de seres vivos a su alrededor. Conozco el caso de un colega que en sueños citaba una y otra vez el nombre de su heroína del momento. Un día, justo cuando daba remate a

su novela, se encontró con una demanda de divorcio en la mesilla del dormitorio. Sin llegar a tales extremos, recuerdo los lamentos de una escritora española superventas, dispuesta a enfrentar la conclusión de su nuevo libro. Decía en una entrevista y cito de memoria: «He de renunciar a salir con los amigos, a divertirme. Tendré que pasar meses en soledad, sufriendo en mis carnes las desdichas de mis personajes…». Al principio me impresionó tan dura renuncia a la vida. Pero cavilé un poco. Como la autora ganaba mucho dinero como periodista y novelista, sospeché que tal vez pretendía disuadir a nuevos competidores, pintándoles un camino de espinas

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donde dejarían girones de la relación con familia y allegados, a cambio de aumentar dioptrías y enloquecer en cierta medida. Un autor con ramalazo exhibicionista, Camilo José Cela, optó en 1971 por otra forma de autoflagelación. Se recluyó durante meses frente a una pared desnuda pintada de blanco, y se rodeó con un biombo para aumentar el efecto de incomunicación. Escribió entonces Oficio de tinieblas, título muy apropiado. Algún crítico imaginativo comparó esta situación con el retorno al útero materno. En más de una ocasión llegué a ver al Nobel comiendo con avidez en un restaurante de categoría cercano a la madrileña Plaza de España. Deduje que o bien retiraba de cuando en cuando el biombo y salía a dar una alegría al cuerpo, o que la gula compensaba la abstinencia tras concluir su obra. Estos episodios son una juerga comparados con las palabras que el gran Robert Louis Stevenson dedicó a su propia lucha con la literatura. Stevenson, que murió de tuberculosis a los 44 años ha dejado escrito: «Durante catorce años no he conocido un solo día efectivo de salud. He escrito con hemorragias, he escrito enfermo, entre estertores de tos, he escrito con la cabeza dando tumbos». Masoquismo en estado puro. No en vano Augusto Monterroso recomendó como terapia a sus colegas «la burla de uno mismo, el reconocimiento abierto de los propios defec-

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tos como ideales masoquistas». Monterroso es el autor del microrrelato más famoso de la historia: «Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí. Fin». Sin duda el sufrimiento en este caso ha sido mínimo. Es de temer que el incremento exponencial de escritores, gracias a plataformas como Amazon donde puedes publicar lo que quieras sin censuras ni cortapisas editoriales, haya multiplicado los síntomas de masoquismo. Las redes sociales recogen y amplifican sus lamentos, creando una inmensa hermandad literaria del martirio. Para un autor independiente no hay experiencia más dolorosa que leer una opinión de una estrella, generalmente malintencionada. Suele coincidir con su ingreso en el Top 100. No sale de su asombro. La difunde consternado. «¿Por qué a mi? ¿Qué traidor envidios@ se oculta bajo ese seudónimo?» Acudirá entonces a un grupo de amigos fieles que compensan la calamidad con un ramillete de 5 estrellas. Los autores consagrados con apoyo editorial saben muy bien cómo no caer en el masoquismo destructivo de talentos. Con la aportación de nutridos equipos consiguen lo que el gran economista e intelectual John Kenneth Galbraith achacaba a las élites en el sistema de producción capitalista. Endosar a otros los trabajos más ingratos y peor pagados. Recientemente he leído que un escri-


tor español fabricante de best sellers, reconocía que utiliza los servicios de quince correctores. Y se ufanaba por ello.¿Correctores? Un eufemismo. Hay novelistas que dan de comer a más negros que una ONG.

Firmado por Julio G. Castillo

BIOGRAFÍA

Julio G. Castillo es periodista y escritor. Especializado en información económica y en «humor inteligente», según la crítica. Ha ganado varios concursos literarios. Los más recientes: «Narrativa de Ediciones Oblicuas» (2010), con la novela Gratis Total. «Premio Internacional Sexto Continente de Relato Negro” (2012), patrocinado por Radio Nacional de España y Ediciones Irreverentes, con la narración: Cómo acabé con el sistema financiero.

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Y si el miedo «Sientes miedo, miedo a confiar, si no entregas, nunca llegarás.//Tanto miedo se apoderará de tu cuerpo y te encerrarás.//Y si el miedo me coge y me mata, y si el miedo me arrastra hasta el sitio en que no quiero estar.//Y si el miedo me engancha.//Sólo te pido que nunca me dejes de hablar.//Y si el miedo me gana este pulso, y si el miedo me invita a mí sólo a jugar.// Y si el miedo me pide mi cuerpo, doy la espalda y le digo no quiero jugar, no quiero jugar.//Ya no quiero jugar, no quiero jugar.//Sientes miedo, miedo a ser real, a enfrentarte a la realidad.//Mucho miedo es un mal final de tu vida, de tu libertad.//Y si el miedo me borra del cuento, y si el miedo me encierra en la oscuridad.//Y si el miedo me quiere en su fuego, doy la espalda y le digo no quiero jugar» LETRA Y SI EL MIEDO DE EL CANTO DEL LOCO.

Siempre que escucho esta canción se me ponen los pelos de punta, y eso que ni siquiera soy fan de ese grupo, pero tiene algo de primitivo que consigue envolverme y retenerme; se apodera de mí y me apresa, cual esclava, a su antojo. Da igual las veces que la oiga, me quedo inmóvil. Tan solo con oír los primeros acordes. Me paralizo. En especial hay una frase que consigue hacer mella en mi: «y si el miedo me arrastra hasta el sitio en que no quiero estar». Y me veo obligada a interiorizarla, siento curiosidad. Tengo la sensación de que el miedo, aun siendo algo intrínseco de la condición humana, forma parte de nuestra evolución, que poco a poco irá cayendo en desuso (pronostico milenios de evolución para que el ser humano deje atrás ciertos lastres emocionales). El miedo es algo primitivo porque es irracional. No tiene ya el sentido

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práctico de hace milenios, cuando vivíamos en cuevas y teníamos que defendernos del exterior. Era necesario para nuestra supervivencia como especie. Gracias a él, éramos precavidos. Sinceramente, no creo que ya sea algo práctico. Sentimos miedo de no controlar una situación, del futuro, de lo que piensen de nosotros, de nuestros propios resultados… De la oscuridad, de la soledad… Existen millones de miedos. Podemos sentir miedo hacia cualquier cosa. Resulta curioso, pero he conocido personas que tenían verdadero pánico a la felicidad, o a sentirse queridas por otro ser humano, por si luego se decepcionan o no saben gestionarlo. El miedo es un mal que nos infligimos a nosotros mismos, está en nuestra cabeza; somos nosotros quienes lo desarrollamos, gestionamos y producimos. ¿Por qué no evitamos sentir miedo? Sencillamente, resulta complejo lle-


gar a ese grado de autocontrol y yo, en mi faceta de escritora, he experimentado con todo ello. Y he llegado a diversas conclusiones, que no debería compartir, pero lo hago. Y ya os advierto de que ha sido una batalla cruenta. Muy dura. Creí desfallecer y perder la mayor parte del tiempo. El 90 por ciento, para ser sincera, lo que alarga la agonía. No hay peor lucha que la que se libra contra uno mismo. Recuerdo con agrado ese primer momento, que yo creía el último; el de poner el punto final a mi novela. Sentí mi pecho insuflado de ilusión, de emoción, de alegría incluso, al

jor forma de conseguir que mi percepción se adecue a la realidad. Desconectar y dejar de sentir sobre ese asunto en cuestión. Tampoco resulta tarea sencilla, pero es vital para todos y es necesario llegar a dominarla con elegancia. Ya sea enganchándose a la serie de Juego de Tronos, leyendo, haciendo punto, con un puzle o jugando a un videojuego. Da igual la forma si consigues distanciarte. Y llegó el día, no podía posponerlo más. Me senté a corregirme, no a leerme, sino a corregirme. Y con ello vino la primera herida, una profunda y sangrienta. No soy lo suficiente-

creer que había realizado un gran y arduo trabajo. Sentí que había escrito algo especial. Sólo fueron unas horas, quizás menos. Lo que yo llamo un sentimiento-oasis, dado que en realidad es solo un espejismo, una falta de percepción real de la situación. Y es en ese punto cuando empezó a invadirme una sensación cruenta, pero en absoluto desconocida para mí: la inseguridad. Absolutamente febril, intentando combatirla, comencé a releerme, y aquello que releía, me gustaba, aplacando ese primer momento de crisis personal. Pero por desgracia, la batalla solo acababa de comenzar. Dejé pasar los días, ya que es la me-

mente buena. Y eso es lo que siento en ese instante: decepción. No cumplo mis propias expectativas. No he sido cuidadosa, así que ahora pago las consecuencias. He escrito sin parar, trescientas páginas, al vuelo. No me he detenido. Me creía una iluminada, de esas a las que se les olvida comer o ducharse por escribir. De esas a los que los personajes le susurran a la oreja a todas horas: en el autobús, viendo a tus hijas jugar, cocinando o durmiendo. Una escritora con personalidad múltiple; la de cada uno de sus protagonistas. Me sentía única. Y ahora limitada. Primer gran golpe infligido, el miedo

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se está insertando en mi mente. Y lo peor de eso es que ni siquiera sé si es real, nadie se ha leído la novela. Son vaivenes internos. Aun así, sigo mi camino, corrijo y retoco la historia. Hay algún cabo suelto, o mal explicado, lo retoco. Cuando acabo envío mi novela a mis cuatro lectores cero. Sé que como mínimo hay uno al que la historia no le va a gustar. Me he criado con ellos. Uno es mi madre. Conozco sus gustos, su forma de pensar. Estoy segura de que a dos de ellos les va a encantar. A pesar de todo, durante días dudo, espero lo peor. No lo puedo evitar, la inseguridad ha ganado una gran batalla conmigo. He cambiado de género, no es mi estilo. A mis lectores no les va a gustar. A mis lectores cero tampoco. Intento no comunicarme con ninguno ni atosigarlos. Me están haciendo un favor y algunos son expertos en la materia. Su percepción no debe verse influenciada, su opinión debe ser limpia y sincera o este paso no sirve para nada. Por fin, una a una me llegan sus respuestas. A los cuatro les ha gustado mi nueva novela. Suspiro aliviada, leo todos sus comentarios, todos acertados y vuelvo a modificar el borrador. Voy a autopublicar mi novela. Me organizo: fecha de salida, portada, corrección, maquetación. Dudo en todos los puntos. Me cuesta elegir la portada, aun con ayuda de una profesional. Busco una perfección que no existe, pero, como soy cabezota, insisto con ella.

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Y llega el día. Y me tiembla el pulso al apretar el botón de publicar. Estoy contenta y tengo miedo a la vez. Deseo que la novela sea un éxito. Temo que la novela no sea un éxito. Deseo que tenga buenas críticas. Temo que no las tenga. Todo a la vez. Siento un torbellino de emociones contradictorias que me desestabilizan. Soy tonta, no debería sentir nada de eso. Hay que ser práctica, aséptica. Lo sé. Soy consciente. Veo subir la novela en los rankings y vendo muchos libros para ser el primer día. Cinco veces más de lo que había previsto. No puedo evitar alegrarme. Y no debería hacerlo: es malo alegrarse, porque los rankings son una montaña rusa. Los conozco bien, he pasado por ahí, parezco novata. Si el primer día vendes mucho, no puede ser por el boca a boca, nadie ha leído tu obra, son tus amigos, tus lectores de confianza los que están comprando el libro. Me siento bien, me siento querida. Como persona. Pasan los días y la novela va bien, cumple mis expectativas iniciales, pero no va superbién, no estoy entre los primeros. Miro para arriba en los rankings. Quiero ser como ellos, mis expectativas se ven modificadas de forma natural. He cumplido mi objetivo, es inevitable pensar en metas más altas. Pero es un error, garrafal, un error que me va a hundir. ¿Por qué diablos si me ha ido bien y he cumplido mis expectativas, me tengo que exigir algo que no voy a lograr? Es una falta de inteligencia emocional,


desde luego. No cumplo mis nuevas previsiones, me pongo nerviosa, cambio los precios, toco la novela, hago una promoción rozando el spam a bombo y platillo. Nada de lo que haría en mi sano juicio. Me miro y no me reconozco. Nunca he sido una persona competitiva. El miedo me invade por completo, a no ser lo suficientemente buena, a no gustar, a hacer el ridículo, a promocionarme mal, a no vender ni un libro, pero sobre todo a un miedo absurdo que parece haberme ganado la batalla. Pero no me conoce bien, soy buena presentando batalla. Cayendo y levantándome. Reorganizándome. Así que por fin llega ese momento imposible; un final a mi favor. Un momento de paz absoluta que creí

que jamás iba a llegar. Esa paz que me hace recordar lo feliz que soy con mi vida, y no solo con mi familia y amigos, sino con mis libros, con mi forma de escribir. Un momento de superación personal. Mi gran éxito. Me deshago del miedo, lo lanzo lejos de mí. No cabe en mi forma de vida. No necesito nada de eso que me estaba exigiendo. Necesito muy poco para ser feliz. Necesito a mi marido, a mis hijas, a mi familia, a mis amigos… Y al menos, un lector. Uno. Lo demás, me da igual, no es relevante. Si me va bien, bienvenido sea. Sin ser prioritario. Si me va mal, me reiré de mí misma. Pero no dejaré que el miedo vuelva a invadirme, porque a ese juego, como dice la canción, no quiero jugar.

Firmado por Almudena Navarro

BIOGRAFÍA

Es Licenciada en Administración y Dirección de Empresas por la Universidad de Valencia. También tiene un Máster en Gestión de Calidad y ejerció como financiera hasta quedar embarazada de sus dos gemelas: Eugenia y Victoria. Fue en un determinado momento, mientras esperaba a que su pequeña Eugenia se recuperase de una operación, cuando decidió recurrir al polvo de hadas que impulsaría su vida en otra dirección... ... La que la llenaría todavía más de magia, y combinó las lecturas con la redacción de su primera novela, Lapapeleta en blanco.

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Métodos de composición de una novela

Admitámoslo, la composición de una novela no tiene por qué seguir un proceso generalizado. La realidad es que el propio autor, en todos los casos, adopta una metodología particular a medida que adquiere experiencia. Su metodología es la que mejor se adapta a su capacidad creativa y organizativa. Así debe ser. No obstante, existen ciertos pasos que caracterizan el proceso organizativo de muchos autores, y que pueden resultar efectivos para todo el que da sus primeros pasos en la carrera literaria. Así pues, ¿qué métodos son éstos? Con este artículo haremos un recorrido acerca del proceso de escritura, desde el instante en el que germina una idea, hasta la última de las correcciones: Todo proceso de creación comienza con una idea. En este sentido, muchos escritores admiten que este golpe de inspiración puede llegar desde cualquier detalle. C.S. Lewis comenzó a crear Las crónicas de Narnia cuando vio, en la ilustración de un periódico, un fauno con bufanda y paraguas. García Márquez admite que el germen de toda historia aparece como una imagen en su cabeza, y que es a partir de ese punto que comienza a desarrollarse. Esta idea es muy vaga al principio, pero poco a poco va fermentando en

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la mente del escritor. Para algunos, como era el caso del escritor Cristóbal Zaragoza, éste resulta el proceso más complicado. Toca apuntar ideas y conceptos, por peregrinos que puedan resultar, para que ninguno quede en el olvido. El escritor verá después cuáles aprovecha y qué otros quedan en el olvido. Así, la fermentación de una idea, desde que está en la cabeza hasta que las primeras letras se trasladan al papel, lleva un tiempo indefinido; unos días o varios años. Depende del escritor. Es entonces, cuando la idea ha madurado lo suficiente, que la mayoría de quienes se dedican a la literatura recomiendan la elaboración de una sinopsis, en principio breve (unas quinientas palabras), que explique de qué va a tratar la novela. A esta breve sinopsis le seguirá otra, mucho más detallada, que hable de los diferentes capítulos. Durante este incipiente proceso de creación, es cuando surgen los personajes. Conviene que el autor los defina todo lo detalladamente que se pueda. Muchos, de hecho, elaboran metódicas fichas de los mismos, en las que se describe su apariencia, los rasgos de su carácter, sus manías, sus miedos y sus anhelos. Estas fichas servirán para que los personajes tomen cuerpo en el imaginario. Des-


pués, cuando el escritor se encuentre desarrollando la historia, las fichas servirán para anotar cualquier cambio en el personaje: si se casa, si pierde un brazo, si le dejan sin hogar, etc. Es durante la sinopsis que el autor comienza a planear los aspectos técnicos de su novela. El más importante de ellos es la presentación, centrada en el tipo de narrador que va a utilizar. La diferencia de un narrador en tercera o primera persona es más importante de lo que parece. La tercera persona omnisciente permite la introducción en los pensamientos de los personajes, y por tanto, ayuda a que el lector esté al tanto de sus sentimientos y pueda identificarse con

ellos. Por otra parte, un narrador en primera persona no es capaz de saber qué piensan los demás, pero cuenta la historia desde una visión tan particular, que ayuda a que el lector se introduzca más en la misma. Por lo general, un narrador en primera persona es más sencillo de manejar que uno en tercera, es por esta razón que los escritores noveles recurren a él con más frecuencia. Con la sinopsis breve se han establecido las bases de la idea y del curso que tomará la historia. Después le llegará el turno a una sinopsis larga, que desarrollará más la historia, los capítulos de los que está compuesta y qué sucede en ellos. Respecto a esta

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sinopsis larga, algunos autores no la desarrollan al completo. Esto se debe a que después, durante la escritura, es posible que la trama cambie de forma radical, lo que haría variar todo lo planeado. Por ello, muchos suelen escribirla sólo hasta el primer giro argumental (una novela suele tener un par de giros). Luego elaboran la segunda parte de la sinopsis, teniendo en cuenta lo escrito hasta el momento. Durante la sinopsis larga, el escritor ya tendrá elaborada la división en capítulos o partes en las que se divide la historia. Esta división, como todo lo demás, está sujeta a cualquier cambio que pueda aparecer durante la escritura. También se encontrará influenciada por el tipo de narración que se desee. Por lo general, un thriller estará compuesto de muchos capítulos breves. La idea es conseguir que no descienda la energía en toda la obra. Los capítulos breves dan sensación de fluidez, ayudan a que la historia avance sin perder fuelle. En nuestra sociedad actual, acostumbrada al bombardeo audiovisual, a un tipo de cine cada vez más frenético, la fórmula de capítulos breves ha sido adoptada por otros géneros, como la novela histórica. Sin embargo, no sólo estos elementos deben plantearse antes de ponerse a escribir. ¿Cómo será el tono de la novela? Dependiendo de lo que se desee contar, es posible que se deba buscar un registro de vocabulario más elevado, o vulgar, o puede que haya que

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esforzarse en una creación particular que, sin embargo, parezca imitar el modo de expresión de una época concreta. Esto es justo lo que ocurre en las novelas de El capitán Alatriste. Su autor, Arturo Pérez Reverte, logra emular un lenguaje parecido al del s. XVII, sin ser así. Crea un vocabulario que parece de la época, pero que no lo es. En cualquier caso, es necesario manejar con cuidado el tipo de lenguaje que se utiliza. Buscar la imitación de un lenguaje puede caer en el ridículo, si no se cuida de forma adecuada. Después de estos elementos, la historia está lista para comenzar a escribirse. Como

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ya se ha indicado, algunos escritores consideran que ésta es la parte fácil, ya que cuando se posee una sinopsis y se conoce cómo avanzan los capítulos, resulta más sencillo describirlos. Es fundamental que el escritor se imponga una metodología de trabajo. Cuanto más tiempo dedique a su obra, más y mejor se introducirá en ella. La literatura es el medio de transmisión


de un mensaje. Este medio vincula al lector y su historia mediante emociones, y es el escritor quien debe sentirlas en primer lugar. Si un escritor no siente ni vive lo que está escribiendo, es muy probable que los lectores tampoco lo hagan. Para sentir la his-

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toria a este nivel, es necesario escribir todo lo posible. Abandonar la novela durante un tiempo prolongado hace que el escritor se salga de ella y pierda el vínculo. Durante la escritura, es normal que el escritor detecte algunos defectos y desee corregirlos. No obstante, es conveniente evitar la corrección exhaustiva por las mismas razones

ya citadas: lo recomendable es quedar vinculado historia y no abandonarla. El fluir de la creatividad por un lado, y la capacidad de análisis por otro, se generan en dos regiones del cerebro diferentes, y si una trabaja, la otra deja de hacerlo. Al finalizar la novela, muchos autores recomiendan no prestarle atención durante una buena temporada, lo que

sea necesario para que su autor salga de ella. El objetivo es que pueda tener una visión más objetiva durante las correcciones. Cuando esté listo, podrá revisar su historia. Es preferible que, en todo caso, se haga con la obra en papel. Si se ha escrito a ordenador, lo mejor es imprimirla en su totalidad. Está demostrado que prestamos menos atención a lo que leemos desde una pantalla, de modo que si nuestro objetivo es detectar fallos, lo mejor es tener nuestro trabajo en las manos, literalmente. La búsqueda de fallos debe ser imparcial. En esto, los autores profesionales poseen una respuesta unánime: han de eliminarse sin miramientos todo tipo de palabras, frases, párrafos o incluso capítulos, si se piensa que no se adecuan al cuerpo de la obra. Es probable que también deban añadirse muchos elementos, e incluso capítulos enteros. Tras esta corrección, lo que los escritores suelen hacer es pasar su novela a varios de los llamados lectores 0: personas de confianza, con cierto gusto por la lectura y capaces de un juicio imparcial. A ellos les corresponde leer la obra, dar su opinión y señalar los posibles errores que el autor no haya detectado. A la hora de escuchar a estos lectores, se espera que el autor atienda la crítica constructiva y sepa diferenciar una percepción personal de un verdadero error: lo que a uno de estos lectores puede resultar una falta, a otro es posible que no le

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importe, o incluso que le guste. No existe la obra perfecta, ni aquella en la que todos los ingredientes sean del gusto del público. Pero por otro lado, también es necesario que el autor sepa reconocer cuando una crítica es acertada. En este sentido, hay una norma que no falla. Si un lector señala un error, puede hallarse equivocado o estar en lo cierto. Si dos o más lectores apuntan al mismo fallo, es que éste existe y hay que corregirlo. Con el análisis de estos lectores se inicia la fase final de corrección, en la que se arreglan todos los defectos que se hayan apuntado. Es probable que durante esta segunda lectura, el autor detecte nuevos defectos, por eso es importante realizarla; sin embargo, ésta es la última fase del proceso de creación de una novela, y debe finalizar tarde o temprano. Con ello apuntamos a un mal que afecta a muchos novelistas: la corrección obsesiva. Seamos claros, por más que se revise una novela, siempre hallaremos párrafos que cambiar, o frases que expresar de modo distinto. Esto, en muchas ocasiones, ni siquiera es un fallo real, sino que, desde un punto de vista insistente y subjetivo, nos parece que está mal. Es más, es probable que durante varias correcciones seguidas, nuestro estilo literario halla cambiado, y por lo tanto no nos sonarán tan bien las frases tal y como las expresa-

mos en su momento. Sin embargo, las correcciones deben terminar. Es conveniente recordar lo siguiente: muchos autores realizan entre tres y cinco correcciones (algo que, en buena medida, depende de la extensión de la novela). El fallo que no se vio más allá de la quinta revisión, es probable que, en efecto, no exista. ¿Y cuándo decidir el título? Muchos autores piensan en ello al final, cuando tienen una visión global de su trabajo; a otros les viene antes de ponerse a escribir, o incluso antes de realizar la sinopsis. En cualquier caso, este título debe resultar atrayente y definitorio a partes iguales, sin que esta definición revele una parte importante de la obra, pero que, al mismo tiempo, hable de algún modo sobre su argumento. Hemos definido el proceso de creación de una obra. Sin embargo, la clave para dar fin a una novela es la constancia. No abandonar el proyecto, aunque se halle poco tiempo para escribir o uno se tope con dificultades. No despegarse de él, tal y como ya hemos indicado. De algún modo, el escritor, cuando vierte sus ideas y se pone a crear, vierte una parte de su alma en la historia. Esta relación sólo es posible si la historia continúa en su cabeza, si no la olvida, si aún la ama.

Firmado por Miguel Ángel Moreno

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BIOGRAFÍA

Escritor, actor, guionista y Game Designer, Miguel Ángel es licenciado en Filología Hispánica por la Universidad Complutense de Madrid. Desde 2007 ha publicado seis novelas, entre cuyos títulos destacan la Trilogía Praemortis y La zarza de tres espinas. En la actualidad trabaja en la creación de videojuegos para Lanparty Games, y colaborando en diferentes proyectos teatrales. Acaba de publicar su séptima novela: La costilla de Caín.

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LO ESTABAS ESPERANDO Poetisa, madre, judía, superviviente del Titanic, e interpretadora de sueños. Sarah Georginas Parker se ve obligada a trasladarse desde la capital checoslovaca a Estados Unidos, con un hijo de doce años, en 1924, meses antes de que muera su amigo Franz Kafka. En su nuevo país, y ayudada por la Hermandad Hebraica, su vida dará un giro. Conocerá Harry Houdini, a Nancy Cunard, se codeará con la Alta Sociedad neoyorquina y finalmente volverá a Europa, donde pasará un año en un campo de concentración de Praga. Una mujer singular, un arcángel, que luchó contra la realidad hostil en una de las épocas más convulsas de nuestro pasado reciente. Click en la imagen.

A la venta el 2 de Octubre bajo el sello Espasa.

No dejes que te lo cuenten

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Reseña de La interpretadora de sueños, por Cita Franco Me enfrento a una de las reseñas más complicadas que he escrito. No por la complejidad de la obra, que es deliciosa de principio a fin, sino por ese quiero y no puedo que a veces nos empuja a desear contar cosas del libro que sabes que no debes, para que los futuros lectores lo descubran por sí solos. Estamos ante una auténtica obra maestra. Al comienzo de la novela, un narrador omnisciente nos sitúa en Praga para presentarnos a la total y absoluta protagonista de la historia, Sarah Georginas Parker; una madre judía que lucha por los derechos de su hijo tras quedarse viuda en aquel famoso accidente del Titanic. Pero su familia política no se lo pondrá nada fácil, hasta el punto de verse obligada a abandonar la ciudad y labrarse un futuro nuevo de la mano de su hijo en América. Allí todo marchará sobre ruedas, pero algo hará que Georginas regrese a su tierra,donde descubrirá, bajo las órdenes del nazismo, las entrañas de la más pestilente amargura. Leer esta novela ha sido para mi una inyección de literatura en vena. Creemos que las grandes obras literarias se esconden tras los más reconocidos maestros y obviamos que entre nosotros, a un palmo de distancia, tenemos escritores que son capaces de hacer sombra a grandes figuras literarias. Quien haya leído esta obra sabrá que no exagero. Leer a Rafael R. Costa es un continuo aprendizaje de maestría y una más que saludable manera de integrarte en el mundo de la literatura. Tras esta novela en concreto se esconde una historia conmovedora, que de la mano de su protagonista, Sarah Georginas Parker nos adentrará en un mundo de lucha, sueños, ambición, entusiasmo, valentía, creencias, coraje y anhelos. Los diálogos son exquisitos. Qué calidad, qué buen cultivo, qué elegancia, qué control... La abundancia de ellos hace que la lectura sea coser y cantar, las páginas se vayan sucediendo sin que apenas te des cuenta. Es un libro que va de menos a mas, bueno, quizá esa no es la expresión, pero no sé como definirlo. Quiero decir que empieza fuerte, y su ritmo no decae; al contrario, va ascendiendo, sin notar que sobre ni una sola de sus páginas, hasta culminar en un final apoteósico e inesperado que no dejará a nadie indiferente. No puedo por más que quitarme el sombrero ante el autor y catalogar este libro como, insisto, una auténtica obra maestra.

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Entrevista a Rafael R. Costa, por Mercedes Pinto Hoy es 29 de septiembre de 2014. Estoy esperando a Rafael R. Costa. Por cierto, es su santo. Hemos quedado en el café Rodilla de Callao, el mismo de la otra vez, cuando nos encontramos con motivo de la presentación en Fnac de mi novela Maldita. No era momento de conocernos como es debido y ha accedido a conversar conmigo con más tranquilidad. Acaba de entrar, su sombrero y bigote son inconfundibles: M.P. Me alegra verte de nuevo, Rafael. Gracias por venir. Y felicidades. R.R. ¡Hola, Mercedes! ¿Qué tal? M.P. Bien, bien… ¿Qué te apetece tomar? R.R. Pues... Café solo y vaso de agua... del tiempo... Una chica muy amable nos sirve. Se está bien aquí, resguardados de la inminente lluvia y la brisa húmeda. M.P. ¿Dispuesto a «confesar» tus más oscuros secretos «escritoriles»? Ya sabes que los haré públicos. R.R. Bueno... dispuesto a todo lo contable... sobre todo si lo vas a publicar... ja, ja, ja... M.P. ¿Desde cuándo esta manía de dejar escritas tus fabulaciones? No sé, pero me da que te viene de serie. R.R. Creo que de toda la vida. Desde muy, muy pequeño quise ser escritor. El porqué no lo sé bien... probablemente haber sido un niño solitario,

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en una casa grande... donde paradójicamente no había ningún libro... Ya te dije que nací como personaje de novela... ¿Recuerdas? M.P. Sí, claro que me acuerdo, cómo olvidarlo. Pero… no puede ser… ¿Naciste en una casa sin literatura? Suerte que no tardaste mucho en llenarla de historias. ¿En cuántos lugares has vivido? Me refiero a más de un mes. La chica deja el café y el vaso de agua sobre la mesa y nos obliga a guardar unos segundos de silencio. R.R. Más de un mes... Pues... Huelva, Sevilla, Johannesburgo, Nürnberg, Madrid, Barcelona, Toledo (Sonseca), Ulm, y temporadas en París y Lisboa... que recuerde... M.P. Vaya… Impresiona. A mí me encantaría conocer Johannesburgo. Y… ¿todos esos lugares los has habitado gracias a una búsqueda o una huida? R.R. Casi siempre una huida hacia delante. M.P. Después de más de cinco mil páginas escritas, ¿quemarías algunas? R.R. No... -no ha contestado muy convencido-. Aprovecha para beber agua y echar el azucarillo en el café-. M.P. Honestamente, del panorama literario actual que conoces, en el


Rafael R. Costa y Mercedes Pinto en la presentaciín de Maldita. (Marzo de 2014). Fotografía de Tomás Gallego.

caso de que te permitieran llevarte todos los libros que quisieras, ¿qué tanto por ciento iría contigo a una isla desierta? R.R. Sólo conozco un ínfimo porcentaje del panorama actual. Así que opinar sobre esto no estaría fundamentado. No obstante, creo que si me llevara 100 libros a una isla, muy pocos habrían sido escritos en español, y casi todos de 1950 para atrás... Claro que para gustos los colores; cada cual tiene sus preferencias, a mí me gustan los novelones, esos que exigen todo del autor y de los personajes, tipo Los Miserables, Lo que el viento se llevó, El Don apacible... Pero también me gustan las novelas sobre 400 páginas, estilo El exorcista, El

tambor de hojalata (esta tiene más) o América, mi favorita de Kafka. Pero, volviendo a tu pregunta: jamás voy al teatro, no me gusta, siento decirlo, pero me llevaría las Obras Completas de William Shakespeare... me chiflan, y algunos clásicos griegos... -Rafael cruza los brazos y pone los codos sobre la mesa, da la sensación de que comienza a sentirse más cómodo, más dispuesto-. M.P. Has hecho trampa, me refería a autores vivos -sonreímos-. Así que no te gusta el teatro… Creo que te entiendo, a mí me da cierta tristeza la manera en que se exponen los actores, no sé, los encuentro tan… ¿vulnerables? ¿No vas a darles una oportunidad a tus contemporá-

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neos?, ¿por qué? R.R. Pues porque no leo contemporáneos. No me gustan las influencias. He leído dos o tres veces las primera páginas de Cien años de soledad, nunca paso de ahí; nunca. Ese autor escribe de una manera influenciable, quiero decir que es fácil dejarse llevar e imitarlo; otra cosa es que no me guste demasiado ese estilo goloso y romo. De mis contemporáneos me quedo con Günter Grass. M.P. Si te vieras obligado a elegir entre los libros y el papel y el bolígrafo, ¿qué escogerías? Quiero decir, ¿qué es más vital para ti, escribir o leer? R.R. Escribir, sin duda -es cierto, no ha dudado un solo segundo-. M.P. ¿Quiénes te han dado más alegrías y han sido más honestos, tus personajes o las personas que has tenido cerca? Si tuvieras que elegir, ¿cuáles considerarías más importantes en tu vida? R.R. Los personajes de mis novelas son importantes en mi vida. Uno es escritor las 24 horas de día, no sólo cuando se enfrenta a los párrafos. Así que esos entes van siempre conmigo. Nunca olvido que no son de carne y hueso, pero de elegir me iría con ellos. Me necesitan, y yo a ellos. Cuando yo muera me llorarán con lágrimas de tinta, pero cada vez que alguien abra una novela y comience a leerla, Georginas, Valdemar Canaris, Ray Slender, Agapito Venturini... ellos vivirán por mí, estamos unidos por un cordón de plata que trasciende el Más Allá.

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Fotografía de Tomás Gallego.

M.P. Fíjate, yo no estoy tan convencida de que nuestros personajes sobrevivan mucho más que nosotros, si acaso y con suerte, hasta que muera el sol. Por cierto, si tienes a alguien que te quiera no le va a gustar mucho esta respuesta. Pero sigamos: me da la impresión de que tienes un buen concepto de ti mismo. No me malinterpretes, de ninguna manera hablo de ego banal, más bien de ser de esas personas que por lo pronto sienten que han superado la mayoría de las pruebas que se han encontrado en el camino, eso se nota en cierto modo en tu aspecto exterior: tu sombrero, tu bigote, tu corte de pelo, tu forma de dirigirte a los demás… Está claro que te identificas con una imagen porque te has aceptado y te sabes aceptado. En ese caso, si has aprobado, ¿crees que irás al cielo si lo hubiera? Y ya que esta-


mos, ¿eres un hombre religioso, con fe en un ser superior, solo esperanzado en que haya algo más o nada de lo anterior? R.R. Muy religioso. Lógicamente a mi manera. Sí creo que hay otra vida. Si no la hay nadie me dirá que me equivoqué pues no estarán allí para decírmelo; y si la hay le diré a los incrédulos, ¿visteis?, yo tenía razón... Respecto a mi aspecto, pues... procedo de una familia, digamos, humilde. No pobres como ratas, pero de una familia normal de España años 60 en una ciudad como Huelva, que no es Madrid. Siempre me destaqué por cierta... ¿cómo diría?... cierta caballerosidad, cierto toque gentleman... De hecho mi madre todavía me llama a veces «Mistijardy» que es Mister Hardy pronunciado en Huelva... Fui un niño de pocos amigos o ninguno, siempre me distinguí en el barrio,

cruzaba la acera, yo no participaba, yo observaba... con el tiempo esas características se definen, se trenzan y van conformando la personalidad de cada cual, incluidos su semblante, su aspecto. Empieza a llover. Tras los cristales, la gente se apresura buscando cobijo. M.P. ¿Qué no le perdonas a una novela? R.R. Que aburra. O que sea un plagio. M.P. ¿Y a un escritor? R.R. El escritor, por regla general, es engreído, vanidoso, soberbio... pero por encima de eso debe ser escritor, observador, comprensivo, inflexible, perseverante. Pero no perdono el plagio. ¡Ojo... me refiero al plagio integral, no al ocasional! No voy a escribir yo en una novela «Tokio es la capital de Japón...» y me digan luego que eso sale en otra novela... M.P. Totalmente de acuerdo contigo. ¿Por qué te hubiese gustado escribir Las mil y una noches? R.R. Porque me hizo soñar lo menos la mitad de esas noches. Me lo bebí de joven. Un buen tocho. Lo leí dos o tres veces... Es precioso. De una imaginación superlativa. Aunque parece ser que es de varios autores, y bla, bla, bla... Pero es inigualable, esa fantasía, esa capacidad de inventar situaciones inverosímiles, esos personajes maravillosos e inolvidables… M.P. Me he preguntado muchas veces por qué, si lo que de verdad me alivia de los dolores que provoca la realidad es escribir, me empeño en

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sufrir buscando que me lean, no he hallado respuesta cierta. ¿Tú sabes por qué? ¿Te duele esa búsqueda de lectores? R.R. Uf... Supongo que cada cual tiene su grafopatía. Sinceramente, yo no busco lectores. Jamás me pongo pesado. Escribo porque he de darles vida a los personajes de novela, que me lo piden, me insisten, me ensueñan... Si llegan los lectores es estupendo. Ideal. Porque el lector es el ingrediente último de la novela. Pero escribo porque no sé hacer otra cosa. Ni me apetece. M.P. Me gustaría hablar un poco de los compañeros de oficio y de las redes, y te pediría la mayor sinceridad o el silencio. En mi caso, después de más de diez años publicando y tres promocionando y conociendo a escritores en las redes… Bueno, tengo que decir que era mucho más grato trabajar ignorando la competencia. Hasta hace poco pensaba que los «malasartes» eran minoría, pero lo cierto es que el ansia de vender, de estar más arriba en las listas que el otro, es el objetivo de un buen número de ellos; a muchos no les importa en absoluto la literatura, solo ellos, pertenecer a la «casta» intelectual a toda costa. A estas alturas he visto y sufrido de todo. Ahora estoy pasando a la fase reflexiva, intentando recuperar la esencia. Dime, si puedes y quieres, ¿piensas que un compañero de oficio siempre es un enemigo en potencia? Y, siguiendo el hilo de la pregunta, cuando ves las listas de los más vendidos, ¿qué pasa

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por tu cabeza? R.R. Dame un respiro... -aprovechamos para apurar nuestros cafés. Él se pierde tras los cristales por un momento-. Tras reflexionar... creo que la escritura, el escribir, es una ocupación de necesaria y absoluta soledad, tal vez sea uno de los oficios más solitarios del mundo. Pero lo escrito, la obra concluida, la novela con punto y final, es todo lo contrario, necesita airearse, ya no es un huevo en la mente del creador, sino una gallina que picoteará todo el maíz que pueda para engordar pronto y subir palos en el gallinero. No olvidemos que el escritor (diría que el artista en general) es, en mayor o menor grado, un ente soberbio, engreído, vanidoso, ególatra. Pero hasta en la vanidad hay diferencias: unos son muy sociales, otros huraños, unos son águilas solitarias, otros serpientes perfumadas. A mí me gustaría ser un gran escritor, no por ser mejor que los demás, sino por ser mejor que mí mismo. Mi meta no es vender más que nadie, no consiste en estar arriba de ninguna lista, mi meta es ser mejor cada vez aunque la perfección literaria no existe... la novela perfecta no existe... pero debemos tender a ella. Respecto a lo de «casta» literaria… existe, ya lo creo que sí. En todos los ámbitos, en Planeta, en Alfaguara, en Amazon... hay un corrillo de privilegiados que te miran por encima del párrafo con cierto desprecio. No es fácil (tampoco es mi propósito, que


conste) entrar en esas «castas». No se necesita escribir bien, no, nada de eso, se necesitan influencias, amistades, favoritismo... Y si te acercas harán lo posible para que no entres. Yo al colega escritor o escritora no lo veo como un enemigo, ni siquiera un peldaño más abajo, ni siquiera le veo como un rival. Dije antes que somos soberbios: si yo no me creyera que soy el mejor escritor del mundo, entonces caería el telón y todo acabaría. ¿Cómo voy a considerar enemigo a quien no está a mi altura? Puedo envidiar millones de ventas de un libro (y tampoco, conste asimismo) pero nunca envidio la calidad literaria de nadie. Siento ser tan expedito. Malas artes hay, claro que sí. ¿Imaginas que te presentas a un concurso y gana el hijo de un miembro del jurado? Parece imposible, pero más lo es si te ha ocurrido dos veces como a mí. Esas son las malas artes. O que tú vayas a tu propia novela e insistentemente te propongan comprar las novelas de Fulano y de Mengana. Pero, amiga mía, la literatura está por encima de todo eso. Créeme. Los escritores no somos la literatura como las nubes no son el cielo; las nubes se disiparon y el cielo continúa estando ahí. Muchos éxitos pasaron al olvido, muchos grandes nombres se desmoronaron; y al contrario, aunque en menor medida. Yo escribo porque me da la gana. Que lo hagan los demás no es cosa mía. Y como se dice en una de mis películas fetiches (Las zapatillas rojas): es más triste plagiar

que ser plagiado. Digo esto porque, sí, hay mucho posturita y mucha señorita Pepis; siempre hay más serpientes perfumadas que águilas solitarias. M.P. Yo espero que nunca se te quiten las ganas. Me ha dicho un pajarito que no llevas muy bien lo de estar firmando en las casetas de las ferias de libros. Personalmente, pienso que es una exposición pública del autor algo… ¿humillante? No me parece justo que precisamente al artífice de todo el montaje lo encierren en una jaula, como si de un animal exótico se tratara, a la espera de que alguien se pare para hacerse una fotografía y llevarse una firma. No sé, creo que de todos los que participan en estos eventos, organismos públicos, editoriales, libreros o lectores, el que más arriesga es precisamente el que lo pone todo, hasta la dignidad. ¿Estás de acuerdo? R.R. Pues sí. En líneas generales, sí. Deberían estar las novelas, no los noveleros. Mi experiencia fue mala. Humillante durante media hora hasta que me harté y me fui. Como suena. No me gusta. Soy más de Pynchon. No obstante, hoy día, la imagen es importante. Si sales en la TV vendes más, si eres guapo vendes más... Se trata de vender. Aunque parezca que tiran cacahuetes a los firmantes; firmantes, por otra parte, de cartón piedra, solos con el amparo de amigos, familiares y algún lector ensoñado que pase por allí -Mueve las manos mientras habla y... Sí, como una vez escuché por ahí, parece que se las

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hubiese pintado el Greco-. M.P. En los tiempos que vivimos, ¿crees que las editoriales son necesarias? R.R. Sí. Lo son. Cuando apareció la imprenta, la máquina de escribir, el ordenador... ¿acaso dejaron de ser necesarias las estilográficas, las cuar-

lo tienen muy complicado: por muy romántico que nos parezca. Pero deberán apuntar mejor, elegir mejor, publicar mejor... o se convertirán en amarillismo. M.P. He leído dos de tus novelas, La interpretadora de sueños y El caracol de Byron, ¡soberbias!, también el

Ilustración de Rafael R. Costa

tillas, las libretas de apuntes? ¿Desapareció la pintura cuando nació la fotografía? Eso sí, deben adaptarse a estos tiempos y estas tecnologías. Camarón que se duerme se lo lleva la corriente... o se adaptan o desaparecerán. Creo que quedarán dos o tres grandes consorcios. Las pequeñas

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poemario Ardiente dama de Tunguska, y en breve comenzaré El cráneo de Balboa. Me gusta cómo escribes, por muchas razones, y admiro tu larga trayectoria como escritor y la elegancia con que la has administrado. Es un hecho que la calidad y cantidad de tus textos supera en mucho a


gran parte de los que están triunfando, por decirlo de algún modo. Hablo con toda la objetividad posible, me contengo, pero pienso que eres de los mejores escritores de nuestro tiempo. ¿Te sientes vilipendiado por un mundo al que has dado tanto? R.R. No, no me siento vilipendiado. Cuando era joven, muy joven, tomé la firme decisión de ser escritor. Recuerdo que imploraba: «Dios mío, hazme escritor, permite que sea escritor, aunque no gane nada, aunque no me conozca nadie, aunque nadie me lea...» Aquí te he abierto mi corazón... y Dios lo permitió. Me siento escritor, eso me hace feliz. Lo demás son circunstancias. ¡Cuántas veces he visto adelantarme a caballos que corrían menos que el mío! ¿Por qué? Porque llenaban mis alforjas de plomo. Aún así, yo silbaba mi bonita canción en mi inexorable camino hacia la luz literaria, que no es otra que la luz de la autenticidad. Creo que estas últimas palabras de Rafael son perfectas para concluir nuestra conversación «publicable». Después, si le apetece, podremos hablar de las cuestiones inconfesables, esas que se quedan entre los amigos. M.P. Gracias, Rafael, por haberme dedicado tu tiempo y por permitirme publicar estas valiosas confesiones. Solo me queda felicitar a Espa-

sa por contratar los derechos de La interpretadora de sueños, espero que luchen por esta novela como se merece, la literatura española necesita obras que le devuelvan el esplendor perdido. Invito a todos los que estén leyendo esta conversación a leerte, a que no esperen más y conozcan las obras de un grande. Tengo un pálpito: tu momento ha llegado y yo, como compañera, y sin embargo admiradora, y apasionada de las letras, me alegro muchísimo, por ti, claro, pero sobre todo por la literatura. R.R. Muchas gracias a ti, Mercedes.

Firmado por Mercedes Pinto y Rafael R. Costa.

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Autopsia a un personaje de novela

Me gustan mucho las películas de los años 40. De hecho poseo una discreta colección, un centenar de títulos de los que disfruto una y otra vez en la soledad de mi casa, en pantalla grande, prácticamente soy el único espectador, parece que las hubiesen filmado para mí. Eso me encanta. Cada vez que empiezo a ver una de esas películas, cuyos diálogos balbuceo de memoria, me fijo en uno de los personajes. No siempre el protagonista. Lo elijo mediante una punzada y le sigo hasta en los mínimos detalles durante toda la película, y de hecho le doy atrás y adelante para volver a ver esa escena, ese guiño, esa manera única de decir que no, de encender el cigarrillo o calarse el sombrero. De ahí mi afición a conocer los nombres de muchos personajes secundarios, cuando no de relleno, y por supuesto de los actores o actrices que los dotan de vida en la pantalla. Asimismo, me gustan mucho las novelas. Son libros que siempre se pueden leer desde dos perspectivas diferentes, como si uno estuviese sentado a un tiempo en dos butacas contrapuestas en un cine: desde una nos ensimismamos con lo qué cuenta la historia, y desde la otra butaca saboreamos con qué delicia se narra. Aunque intentemos mantener el

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equilibrio cuando cruzamos el abismo entre ambos asientos, a veces la cuerda emocional se tambalea y nos vemos obligados a buscar apoyabrazos donde no los hay para no precipitarnos desde ese ensimismamiento anterior. Esta es una de las razones empíricas por las que siempre que comienzo la lectura de una novela, mi principal objetivo son los personajes. A ellos puedo atenderlos desde un punto intermedio entre las dos butacas. Es una elección de funambulista. Desde esta nueva ubicación no parecen simples actores que interpretan una novela, o declamen un papel. No... ellos son la novela. Soy de aquellos


que piensan que existen mundos paralelos. De los aturdidos que dan fe a los fantasmas, a los OVNIs, las serendipias y la telepatía... Así que creo firmemente que existe un mundo donde habitan los personajes de novela. Creo y dejo constancia: yo he estado en ese mundo, y allí viví unos meses. Hasta escribí algunas notas para una novela que los propios personajes me arrebataron al descuido. Llegué a convivir con ellos, les observé, les oí, les acompañé... Créanme. Hasta estuve presente, hoy lo confieso, en la autopsia a un personaje de novela. En una sala-mazmorra del señor San-

derson, en cuyo Castillo Bávaro habitan estos seres, tuve la oportunidad de seguir, desde mi lugar de observador, cómo las hábiles manos del cirujano literario sajaban limpiamente el pecho del difunto protagonista de un título sin éxito. Fue abrir las costillas del finado y chorros de tinta salpicaron la bata blanca del galeno; mientras, su asistente aplicaba algodones y gasas a la hendidura, que terminaban empapados de letras muertas, palabras a medio escribir, tachones y puntos suspensivos. Sabedor de que yo estaba presente, el cirujano me resumió, no sin cierta literatura, cuanto destacable encontraba en su exploración. Músculo narrativo, pulmones novelescos, tensión melodramática. Eso era todo. ¿Todo? No... Me acerqué al cadáver literario, miré sin interés la amalgama de papeles arrugados que rellenaban su tórax, así como decenas de párrafos a medio deglutir en su estómago, según señalaba el cirujano como exponente máximo de una autopsia novelesca. Entonces señalé, diría que llegué a tocar con el dedo, la frente del inánime personaje. ¿Qué hay aquí dentro? Eso, señor Costa, tendrá que descubrirlo usted; me respondió. Sin decir una palabra más puso en mis manos una sierra quirúrgica, un par de cuartillas y una pluma. Otra cosa, insistió: Cuando acabe con su personaje, el señor Sanderson se reunirá con usted en la Biblioteca de los Títulos Duplicados.

Firmado por Rafael R. Costa

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BIOGRAFÍA

Rafael R. Costa (Huelva, 1959) Bibliotecario en Huelva, actividad a la que dedicó cinco años, y abandonó para irse a Madrid, hace 23 años para dedicarse por entero al oficio de escribir. Comenzó su primera novela con doce años, y asimismo sus primeros poemas. Tiene varios libros de poesía publicados, resultado de premios obtenidos, entre los que destaca Cirea, aunque sus grandes poemas están inéditos. Ha publicado dos novelas, también como resultado de premios obtenidos: El caracol de Byron y El niño que quiso llamarse Paul Newman. Alejado del mundo editorial convecional, ha decidido publicar algunas de sus novelas en Amazon Kindle, con merecido éxito.

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Escritores de 3ª, 2ª y 1ª división Un compañero al que admiro me dijo hace poco que la carrera del escritor es como una «Escalera de Jacob», una sucesión de peldaños que se pierde en las alturas y por la que el autor asciende paso a paso intentando alcanzar el Olimpo. Pero si ilustrásemos esta subida de una forma más simple y prosaica y la redujéramos a tres escalones, nos quedarían el de la tercera, la segunda y la primera división. Echando la vista atrás, a un pasado no muy lejano, resulta fácil visualizar esta partición del colectivo de escritores: en tercera división el ochenta por ciento, en segunda el quince y en primera el cinco restante. Una proporción justa, que reflejaba el orden natural de las cosas. ¿O tal vez lo racional es que el universo y todo lo que contiene esté en continuo movimiento y plagado de sobresaltos? ¿Es posible que tal equilibrio fuese en realidad un volcán acumulando energía hasta la llegada de la inevitable erupción? Creo que sí, que esta última hipótesis es la más acertada; que lo aparentemente lógico en verdad estaba sustentado por una estructura de celulosa, nunca mejor dicho y que el mundo digital ha alterado las proporciones. Durante siglos, el libro ha sido el soporte físico de la literatura, el papel, la tinta y las palabras formaban tres

partes de un todo inseparable y de igual importancia para transmitir los cuentos escritos. Hace veinte años nadie hubiese imaginado siquiera dudar de esta «santísima trinidad», como si de un hermanamiento sagrado se tratara. Craso error, el soporte siempre es sustituible, diría más, es totalmente prescindible. La verdadera «materia prima», impermutable, es el contenido de las palabras, ni siquiera las palabras; a estas alturas de la evolución no cuesta mucho imaginar un mundo telepático, capaz de comunicarse sin herramienta alguna. Pero volvamos al tema que nos ocupa, tan fusionados han estado la palabra, la tinta y el papel, para conformar el vehículo transmisor que conocemos como libro, desde el comienzo de la Edad Media, que la incursión de la era digital está siendo la guerra más cruenta conocida entre tecnología y arte. La razón es simple: la estructura económica que subyacía y que comunicaba al creador y al consumidor de literatura era poderosa. El mundo de la edición ha proporcionado pingües beneficios y millones de puestos de trabajo durante siglos. Ante esta sorprendente convulsión, todas las partes buscan soluciones de urgencia, apuntalan su casa burdamente por el miedo a perecer bajos los escombros, y es aquí donde reto-

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mamos el comienzo y motivo de este artículo. De repente, el monopolio literario de las editoriales se ha desmoronado, ahora los autores no necesitamos su aprobación, ni sus servicios ni su papel, para publicar. Lo que para la industria editorial parecía en un principio tan fácil como matar un insecto de un manotazo, resultó mucho más complicado. Una de las salidas más factibles de los gigantes editoriales ha sido: si no puedes eliminar a guantazos a tamaña miríada de insectos, ofrece un tarro de miel y

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espera a que se vayan adhiriendo. Así es como la cantera de «jugadores de 2ª división» ha ido creciendo exponencialmente; con la salvedad de que ahora son tantos que la posibilidad de subir el último escalón es ínfima, prácticamente inexistente. Ahora las proporciones de cada grupo son un desvarío: en tercera división tal vez un veinte por ciento, en segunda un setenta y cinco y, siendo muy generosos, un cinco en primera, -yo diría que en este escalón también se va reduciendo su número-.


En el momento actual, esa gran mayoría atrapada en el segundo tramo comienza a asfixiarse por falta de espacio y perspectiva, y a darse cuenta de que no están sobre la Escalera de Jacob, sino sobre un débil peldaño de papel. Un papel que durante siglos tuvo la noble misión de ser el vehículo que transportaba las palabras desde el escritor hasta el lector y que ahora es utilizado como una trampa en la que caeremos todas las partes como no nos andemos listos. Se me ocurre que en vez de buscar soluciones a la desesperada por reflotar un barco a la deriva, construyamos otro más adecuado a los nuevos tiempos, en el que cada una de las partes pueda desarrollar su trabajo sin miedo a caer por la borda y sin perder la ilusión de llegar a buen puerto. A mi modo de ver, es una cuestión de reciclarse, no de resistirse. Que el soporte se haya quedado obsoleto no significa que cada historia no necesite ser preparada concienzudamente antes de salir al mercado, claro que sí, solo que de otro modo. ¡Los autores seguimos necesitados de servicios editoriales! Acabo de terminar mi sexta novela y he precisado portada, maquetación, book tráiler, lectores cero, pronto buscaré ayuda con la publicación y promoción… Todo esto implica una inversión económica inicial; el hecho de que mi obra en un principio solo aparezca en versión digital no excluye en absoluto lo necesario para una puesta en marcha lo más pulida posible. Después serán los lectores de

todo el mundo -¡qué maravilla saber que no hay fronteras!- los que finalmente se pronuncien y la pongan en su lugar. Me estoy acordando de aquellos años de mi infancia en los que mi padre, casi a diario, se pasaba después del trabajo por la tienda «Callejas» de Granada para comprar música. ¡Qué ilusión me hacía sacar el vinilo de su funda para colocarlo en el tocadiscos y disfrutar! Ahora compro mis canciones desde el móvil y gracias a la magia del Bluetooth puedo escucharlas en el baño, en el coche, mientras hago gimnasia… El vinilo y el tocadiscos eran prescindibles, pero nunca la música. Sí, a mí también me duele pensar en todas esas imprentas y librerías que agonizan, como en su momento lo hicieron los establecimientos de discos, pero me dolería mucho más que se acabaran los cuentos. Creo que en estos momentos solo hay un enemigo peligroso contra el que hay que luchar y parece que nadie es consciente: la piratería. Se me ocurre cuánto más ganaríamos si todos los esfuerzos que estamos poniendo en aferrarnos a los restos de un naufragio los empleáramos en combatir a tanto cuatrero que campa a sus anchas por la redes. Desde aquí lanzo una posible solución: centralizar y garantizar los servicios editoriales. En vez de aferrarme al pasado, prefiero soñar con editoriales que me ofrezcan productos digitales de calidad y la seguridad de que, al igual que todo hijo de

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vecino paga hasta el agua que bebe, el consumidor de literatura deje de sisar el pan a todos los que trabajamos para dar forma a los sueños. Jugando a ser visionaria, así veo yo el futuro próximo: el escritor manda su texto al editor, este, si apuesta por él, ofrece todos los servicios pertinentes gratis para su edición en digital. Si no le interesa, puede vender al autor dichos servicios. Y, muy importante, la edición debe conllevar una clave, como una llave imposible de copiar, con la que las dos partes puedan controlar las ventas y la piratería. Veremos muy pronto si estoy en lo cierto. Es hora de que comencemos a ver que el camino no se estrecha, todo lo contrario, se ensancha, las posibilidades se multiplican. Si trabajamos unidos, entre todos haremos que el cuento más sencillo llegue sin demora a cualquier rincón del planeta, limpio, cuidado, perfecto. ¿No es fantástico? Como hacedora de sueños, consciente de mi momento, atisbo en el

horizonte el adiós del papel y cómo los cuentos sobrevivirán inalterables a los que abrazan intereses ajenos a la propia creatividad. Auguro que no pasarán más de cinco o diez años antes de que el magnánimo y generoso libro se convierta en un caro objeto deseado por coleccionistas, románticos y caprichosos. En poco tiempo, las ediciones serán tan cortas que su adquisición se convertirá en un pequeño lujo. Pero no nos alarmemos, los sueños, al igual que el progreso, son imparables. En papel o en digital, el escritor seguirá teniendo la necesidad de comunicar sus cuentos, pero peldaño a peldaño, buscando lo elevado, lo divino del espíritu. Como ha sido hasta ahora y debe ser. No quiero terminar este primer artículo sin desear toda la suerte a esta revista recién nacida, a su directora Cita Franco y a todos los que colaboramos en ella. Para mí es un honor trabajar con compañeros tan profesionales.

Firmado por Mercedes Pinto

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BIOGRAFÍA Nació en Granada, allá por los años sesenta, aunque reside en Málaga desde hace años. Está casada y tiene tres hijos. Estudió medicina en las facultades de Granada y Málaga, pero lo dejó para dedicarse de lleno a la pintura y a la literatura. Con varias exposiciones de pintura en su haber, finalmente se decantó por la literatura, porque es la disciplina artística en la que más cómoda se siente y en la que mejor se expresa. Tiene cuatro libros publicados con «Ediciones B» con su línea digital «B de Ebooks»: El talento de Nano (novela juvenil), La última vuelta del scaife (novela histórica), Maldita (novela trágico romántica ambientada en los años cincuenta) y Pretérito imperfecto (novela trágico romántica contemporánea). Su penúltima obra, El fotógrafo de paisajes (novela de intriga) ha sido publicada por «Ediciones Click», el sello digital de «Planeta de los Libros». Recientemente ha publicado su última novela, Hijos de Atenea, una lección de emoción y aprendizaje en estado puro.

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Shiddarta, de Hermann Hesse

Jane Eyre, de Charlotte Brontë

El hereje, de Miguel Delibes

La montaña mágica, de Thomas Mann

El extraño, de Albert Camus

La sombra del viento, de Zafón

Los enamoramientos, de Javier Marías

Sinuhe el egipcio, de Mika Waltari

Mundo, Demonio y Carne, Herman Wouk

El misterio del solitario, de Jostein Gaarder.


La ciudad de los cazadores tímidos, de Tom Spambauer

Las ratas, de Miguel Delibes

Abel Sánchez, de Miguel de Unamuno

Juego de tronos, de George R. R. Martín

Últimas tardes con Teresa, de Juan Marsé

Los pilares de la Tierra, de Kent Follet,

Los detectives salvajes, de Bolaño.

Cumbres borrascosas, de Emily Brontë

El exorcista, de WiIliam Peter Blatty

Las cenizas de Ángela, de Frank McCourt

R E C O M E N D A C I O N E S

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¿De dónde surgen las historias? Siempre me ha gustado la gente con imaginación. Quizás porque yo tengo demasiada y, entre ellos, me siento menos rara. Creo que por eso, en mi función como pedagoga, me concentro en potenciar el desarrollo de la imaginación en los niños con los que trabajo. Lo importante es crear historias, luego ya las contarán a través del lenguaje que ellos mismos elijan: un dibujo, una melodía, una representación teatral, una ordenación de objetos, un cuento… No pretendo que todos ellos lleguen a ser artistas, lo que quiero es que no se pierdan nada de todo eso que yo veo. Las historias nacen de pronto, en cualquier sitio y de cualquier manera. Son imágenes, sonidos, olores… cualquier cosa que evoque un recuerdo o cree una idea nueva desde la que podamos partir para transformarla, en este caso, en textos. A veces son las propias palabras que utilizamos para plasmar esas representaciones que hemos creado en nuestra mente las que llaman a otras palabras con las que guardan relación. En ocasiones son palabras con la misma sonoridad, otras tienen un significado parecido, o el opuesto, o, simplemente, las hemos desempolvado de nuestra memoria gracias a un recuerdo evocado en el subconsciente. Con las palabras disfrazamos esos

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recuerdos, fantaseando y vistiendo las historias,transformándolas en otras completamente nuevas. Pero las palabras son solo palabras. Únicamente cuando somos capaces de encontrar otras que las provoquen, que les den un nuevo sentido y que las transformen de nuevo en una imagen que el lector represente en su mente, conseguiremos escribir historias. Pero volvamos a esas imágenes, reales o irreales, que percibimos a través de nuestros sentidos y que nos hacen fantasear y crear un relato. Las historias, en ese momento, son solo la materia prima. El escritor debe trabajar en ellas hasta convertirlas en novelas. Todo aquel que haya estado en una playa habrá visto llegar una ola. Acuden desde lejos para romper en la orilla. Pero esa ola no hace el viaje sola. En su camino interactúa con todo lo que encuentra: un bañista al que eleva y mece en su baño, la pelota de algún niño a la que arranca de sus manos provocando su llanto, un pez al que impulsa lejos de su bandada permitiéndole conocer a una medusa solitaria…, así hasta que llega a la orilla y estalla en una espuma blanca que salpica a una joven que lee sobre su toalla. Lo mismo ocurre con esas imágenes evocadoras de ideas que se transforman en palabras, nunca


vienen solas sino que arrastran en su camino un montón de reacciones encadenadas que producen nuevas imágenes, sonidos y recuerdos que van componiendo una historia completa. Cuando ya tenemos la idea principal (la ola)determinamos lo que va a arrastrar a su paso. Todo ello compone nuestra historia y, dependiendo a lo que demos prioridad, surgirá el resto. Así, si en el cuento de Blancanieves nos centramos en el trabajo de los enanitos en la mina quizás la historia terminaría con un grupo de empresarios bajitos que montan una cadena de joyerías y dedican su vida a las finanzas. Otro punto importante en la creación de la historia lo juegan los personajes. Ellos son los que van a decidir el sentido de las acciones que el escritor presenta a los lectores. Son los que dan veracidad a los hechos contados. No sería lógico que un personaje al que presentamos como resuelto y asertivo permanezca dos horas quieto esperando a que le retiren un coche que han dejado en segunda fila, bloqueando el suyo, cuando necesita conducir varios kilómetros para salvar a su hijo de las garras de un terrible secuestrador. En ocasiones, las historias surgen porque la fantasía nos lleva a colocar un objeto ordinario en un espacio diferente. ¿Qué pasará si colocamos una cabina de teléfonos en la luna? Nuestra mente buscara una explicación a algo extraño y, para solucionarlo, creará una

historia. A veces, un objeto, o una escena que presenciamos, algo rutinario, nos lleva a lanzar hipótesis. ¿Qué pasaría si de pronto aquella viejecita que cruza despacio la calle, apoyando cada uno de sus pasos en un bastón, levantara su falda y nos descubriera patas de conejo con las que da enormes saltos? También es posible que una imagen nos haga recordar y nos permita encontrar en nuestra memoria historias escondidas que se transforman en otras nuevas gracias a similitudes o, precisamente, a todo lo contrario. Todas las ideas existen porque existe su contraria. Es imposible entender el concepto de alto si se desconoce lo que es bajo, saber qué es ser fuerte si no hemos encontrado algo débil antes, algo sencillo y algo difícil. Muchas veces es nuestra mente la que da la vuelta a esas primeras sensaciones que generan las historias para crear otras nuevas, las opuestas. Lo cierto es que las historias pueden surgir de cualquier sensación visual, sonora, olfativa, gustativa o táctil que nos produzca sentimientos capaces de provocar a nuestra imaginación para que, a través de recuerdos reales o de fantasías creadas, genere unas imágenes plasmables en papel a través de palabras. La función del escritor consiste en ser capaz de despertar en el lector, a través de sus textos, el funcionamiento de los sentidos que le permitan vivenciar esas historias y hacerlas tan reales que consigan hacerles formar parte de ellas.

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Firmado por M贸nica Rouanet Ilustraci贸n de Javi de Lara

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BIOGRAFÍA

(Alicante, 1970) es licenciada en Filosofía y Letras, Ciencias de la Educación. Tiene también estudios de Psicología y trabaja en proyectos sociales y educativos con menores en riesgo social. Vive en Madrid. El camino de las luciérnagas es su primera novela publicada en papel bajo el sello La Fea Burquesía. Escribe porque no quiere que los millones de historias que inventa cada día, caigan en el olvido.

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La muerte como protagonista

Cuando Cita Franco nos eligió a unos cuantos para formar parte de la revista, me hizo ilusión ser una de ellos, para qué voy a negarlo. Era el momento de hablar de mi pasión literaria como lectora y escritora: la muerte. ¿La muerte? -se preguntarán algunos-. Qué mal gusto. No amigos, no. La muerte es el eje de la vida y, junto al dinero, pueden ser dueños del estado de ánimo. Ya, ya sé que hay otras cosas, me explicaré mejor. Necesitaré aclarar que soy freudiana convencida, por más que reconozca que mi amigo Sigmund, choca de frente con mis ideas feministas, pero esa es una contradicción más de las muchas que tengo por superar. No pasa nada. Dicho esto, continúo con mi artículo. En una de sus obras: Eros y Tánatos, Freud nos habla del universal miedo a la muerte como eje vertebrador que vehiculiza al inconsciente nuestros deseos inaceptables, ese saco roto en el que dejamos la basura emocional. En su discurso teórico, el creador del psicoanálisis antepone a Eros, impulso de vida contra Tánatos, impulso de muerte, pero dejemos a Freud. Nos vamos a remitir a Tánatos, rey y señor del mundo de las tinieblas, ese en el que la señora de la guadaña es la reina. Y ya sin más, hablemos de literatura, hablemos de El Género,

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así, con mayúscula, porque es el único que al decirlo te remite a un estilo literario. Nadie piensa en novela amorosa o ciencia ficción cuando oye hablar de El Género, y de eso trataré en mi sección, de la muerte en su forma criminal. De un final en el que el azar no tiene demasiado que decidir, a menos que creamos, como dicen los árabes, «que todo está escrito». Pero ellos se refieren al alma, claro, yo hablo de literatura y no todo está escrito sobre la novela negra, policiaca, criminal, de misterio, de intriga, y de cuantos adjetivos queramos inventar para hablar del delito y su máximo exponente: el asesinato. Porque el homicidio tiene su variante que a veces le exime de serlo, me refiero al Homicidio Preterintencional. Pero dejemos al Código Penal para los juristas y vayamos a lo nuestro. Decía que no todo está escrito, aunque no debo ni quiero obviar a teóricos como Fereydon Oveyda, Marc Comas, Raymond Chandler, P.D. James y muchos más autores que teorizan sobre El Género, que a partir de este momento y en todos mis escritos, salvo para puntualizar estilos, me referiré con el término de Criminal, por ser el que más se adapta a la novela actual. Y sin más, como anticipo a lo que vendrá, os ofrezco mi propia diferenciación de los dos nombres que


D.E.P se barajan todavía: Género Negro y Género Policiaco, aunque ahondaré en ellos y el porqué de mi definición, que sin más, os ofrezco: «En el Género Negro la protagonista es la sociedad, en el Policiaco, el crimen». Y si podemos llevarlo a cabo, me gustaría crear un formulario para intentar trazar el perfil del lector de la novela criminal, una idea que me ronda hace tiempo pero que jamás he ma-

terializado. Me parece que este es el momento. No pretendo llevar a cabo una batería con los requisitos exigidos para ser científica (validez, fiabilidad, etc.) sino una aproximación que recopile los rasgos comunes a los lectores y autores que elegimos como protagonista a la muerte, que somos muchos. Hasta el próximo mes, amigos, seguiremos con la muerte.

Firmado por Mercedes Gallego

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BIOGRAFÍA

Siempre quiso ser escritora porque para ella la lectura es una pasión; por eso deseaba crear sus propias historias pensando en ofrecer a los demás las mismas horas de placer que a ella le proporcionaban los libros que leía. Sin embargo, el tiempo iba pasando y su sueño aparecía lejano porque sus días estaban al servicio de la supervivencia. Hoy por fin puede hacerlo. De su padre, un periodista y poeta bohemio, al que sobraban hijos, aprendió también el arte de escribir y la afición por el género policíaco. Todavía llena su biblioteca parte de la de él, esos libros sobados y entrañables de Editorial Molino o la colección Círculo del Crimen. Fueron sus hermanos -«lo mejor que me ha pasado en mi vida»-, dice, los primeros en soportar sus historias inventadas, que nunca podía repetir porque no las escribía, sólo se las contaba.

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Ya estĂĄ a la venta la Ăşltima obra de Mercedes Pinto, Hijos de Atenea.

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El mundo de Carver Raymond Carver dijo que escribir un cuento no era solo una cuestión de talento, «hay muchos escritores que poseen talento. Pero la única manera posible de contemplar las cosas, la única forma de expresar aquello que se ha visto, requiere algo más. […] Cualquier gran escritor, o simplemente buen escritor, elabora un mundo en consonancia con su propia especificidad. Un mundo específico que va asociado a su propio estilo. […] Hay un mundo en consonancia con Faulkner, y otro con Cheever, y otro con Hemingway […]», y hay también un mundo en consonancia con Carver. El mundo de Carver es un mundo de personas sin futuro, de gentes de las clases desfavorecidas de la América profunda, de obreros —su padre trabajó en un aserradero y él mismo desempeñó ese trabajo siendo muy joven—, un mundo de personas alcohólicas —él, su padre, su mujer, su propia hija fueron adictos al alcohol—, un mundo de desempleados, de camareras y vendedores —su madre fue camarera y vendedora—. El mundo sobre el que escribió Carver es su propio mundo. Conviene, pues, conocer su biografía para comprender mejor su obra. Raymond Carver nació en Clatskanie (Oregón) en 1938 y creció en Yakima (Washington). Cuando su padre perdió el trabajo, vendieron la casa y

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vivieron en distintos apartamentos, roulottes y moteles de varias ciudades del norte de California. Con 20 años se vio obligado a casarse con una muchacha de 16 con la que tuvo una hija, Christine, y al año siguiente, un hijo, Vance. En un poema dedicado a Christine, dijo: «[…] Hija, no puedes beber. / La bebida te matará. Como acabó con tu madre, / y conmigo [...]». Viajó constantemente en busca de empleo para mantener a su familia. Desempeñó distintos trabajos como aserrador, celador de hospital, recadero… Durante algún tiempo estudió en la Chico State University de California bajo la tutela del escritor John Gardner. En esta época publicó un gran número de relatos en revistas y periódicos como The New Yorker y Esquire, revista de la que fue editor Gordon Lish desde 1969 hasta 1976, quien ayudó a Carver en su carrera como escritor.


Terminó los estudios de Humanidades en la Universidad Estatal de Humboldt. Tuvo problemas con el alcohol, adicción que se hizo insostenible en su vida y lo llevó a clínicas de desintoxicación hasta 1977, año en que logró dejar atrás el alcoholismo. Dijo de sí mismo que: «Allá por la mitad de los sesenta empecé a notar los muchos problemas de concentración que me asaltaban ante las obras narrativas voluminosas. Durante un tiempo experimenté idéntica dificultad para leer tales obras como para escribirlas. Mi atención se despistaba; y decidí que no me hallaba en disposición de acometer la redacción de una novela. De todas formas, se trata de una historia angustiosa y hablar de ello puede resultar muy tedioso. Aunque no sea menos cierto que tuvo mucho que ver, todo esto, con mi dedicación a la poesía y a la narración corta». Se separó de su primera esposa en 1977 y conoció a Tess Gallagher en un congreso de escritores en Dallas. Con Tess comenzó una nueva vida. Ambos se de-

dicaron a la enseñanza. Fue en esta época cuando la carrera de Carver comenzó a destacar, se publicaron sus títulos de narrativa más famosos: ¿Quieres hacer el favor de callarte, por favor?, Estaciones furiosas, De qué hablamos cuando hablamos de amor y Catedral. Se trasladó con Tess a Port Angeles (Washington) y viajaron por Europa y América del Sur. Estando muy grave, Carver se casó con Tess en Reno. Falleció en 1988 de un cáncer de pulmón en Port Angeles y fue enterrado en el Ocean View Cemetery. Carver fue un maestro del cuento corto. Ganó seis veces el O. Henry Award. Su estilo se ha asociado al minimalismo y al realismo sucio, movimientos literarios estadounidenses, desarrollados en los años 70, que pretenden reducir la narración (en especial, el relato corto) a sus elementos fundamentales. Se caracterizan por su tendencia a la sobriedad, la precisión y una parquedad extrema en el uso de las palabras en lo que se refiere a descripciones. Tanto la utilización del adverbio como la adjetivación quedan reducidas al mínimo. Diez años después de su muerte, un artículo publicado en la New York Times Magazine suscitó la polémica al revelar que su editor Gordon Lish no solo le dio consejos, sino que reescribió párrafos enteros de sus cuentos, hasta el punto de cambiar el final innumerables veces. En el caso de los relatos del libro De qué hablamos cuando hablamos de amor, Lish lle-

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gó a reducir a la mitad el número de palabras originales y reescribió 10 de los 13 finales. Pese a esto, los cuentos de Carver los escribió él mismo, aunque quizás su estilo minimalista, claro, sin ornamentos, y su manera de terminar los relatos, con finales abruptos, se deban a la influencia de Lish. En la última etapa de su vida Carver era considerado un escritor de moda. Roberto Bolaño dijo de él que quizá era el mejor cuentista del siglo junto a Chejov, al que Carver admiraba. Antes de morir trabajaba en su primera novela. Para terminar, me gustaría comentar brevemente uno de los relatos del libro Catedral. Un relato de título «Conservación». Uno de los que más me ha impactado y que habré leído decenas de veces. El cuento habla de un obrero al que despiden del trabajo. Se instala en el sofá de su casa y allí come, mira la

televisión y duerme. Su mujer aún trabaja. Se estropea la nevera y el problema de la conservación de los alimentos los lleva a buscar una solución. Una historia, la del sofá y otra la del frigorífico tratadas con tal intensidad que la tensión del cuento desde la primera línea hasta el final es extraordinaria. El relato comienza con esta frase: «El marido de Sandy se había instalado en el sofá desde hacía tres meses, cuando le despidieron». Y acaba con un final abierto, que no soluciona ninguno de los conflictos planteados, un final sorprendente. El marido está de pie en la cocina, ella le dice que se siente, pero él permanece en pie. Los alimentos se están descongelando sobre la mesa. Y termina así: «[…] No podía apartar la vista de los pies de su marido. Dejó el plato en la mesa y se quedó mirando hasta que los pies salieron de la cocina y volvieron al cuarto de estar».

Referencias:

—«Escribir un cuento», Raymond Carver. http://www.ciudadseva.com/textos/teoria/opin/carver.htm —«Raymond Carver, biografía fotográfica» por César Antonio Molina. http://www.abc.es/cultura/cultural/20130617/abci-cultural-libros-raymond-carver-201306171227.html —Wikipedia http://es.wikipedia.org/wiki/Raymond_Carver —Lecturalia, «Biografía de Raymond Carver». http://www.lecturalia.com/autor/3239/raymond-carver —Catedral, Raymond Carver.

Firmado por Manuel Navarro

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BIOGRAFÍA

Manuel Navarro Seva (Boris Rudeiko) nació en Callosa de Segura, Alicante, España, en 1947. Es ingeniero de Telecomunicaciones y escritor. Cofundador y miembro del equipo de redacción de la revista literaria Prosofagia. Ha publicado cuentos en los foros literarios Ventanianos, Bibliotecas Virtuales y Prosófagos; en las revistas Panace@ y Prosofagia y en su propio blog. Coautor de los libros de cuentos Atmósferas, Necroslogía, una Antología de la muerte y Del Miedo y otras islas; y autor de Cosas que nunca confesé a nadie, Sobre la sangre derramada, Otras cosas que no te conté y El hámster; y de las novelas: Nevsky prospekt. Diario de un expatriado y Una mujer increíble.

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Por tanto... Llegó mi turno. Todos mis compañeros piensan que voy a escribir un artículo sobre la promoción de los escritores en las redes sociales -por aquello de ser Community Manager-, y lo escribiré, pero no será hoy. Ahora necesito estas páginas para quitarme el sombrero ante el apoyo, la ayuda, el talento y el compromiso de las nueve personas que, junto a mí, forman el equipo de A golpe de tecla. Soy muy entusiasta, demasiado. Tanto que en ocasiones me meto en camisas de once varas y no veo la forma de salir. Actualmente estoy trabajando en mil cosas, sí, pero ninguna mujer puede retrasar el parto una vez ha roto aguas, y eso es lo que me pasó cuando pensé en crear esta revista; la criatura tenía que nacer, pero… ¿quién sería mi matrona? Sabía que iba a ser un parto complicado y que una sola persona no podría ayudarme. Decidí reunir a un gran equipo de médicos y enfermeras que, a ciencia cierta, me garantizaban un alumbramiento exitoso. Tenía dudas, claro, pues no sabía si mis elegidos iban a estar por la labor de meterse en semejante berenjenal, pero me puse en contacto con ellos y la respuesta fue sobrecogedora; recibí un sí rotundo por parte de los nueve. Me embargó la emoción. Quizás haya alguien que se pregunte el porqué de mis elegidos y no otros. Tengo la respuesta clarísima. Cada

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uno de ellos aporta a mi bebé lo que cualquier madre inquieta quisiera para sus retoños literarios. Elegí a Mercedes Pinto por su elegancia, a José Vicente Alfaro por su aplomo, a Mónica Roaunet por su frescura, a Rafael R. Costa por su maestría, a Julio G. Castillo por su picardía, a Almudena Navarro por su sensibilidad, a Miguel Ángel Moreno por su carisma, a Manuel Navarro por su sa-

Gra

biduría y a Mercedes Gallego por su franqueza. Sobra decir que todos son grandísimos escritores que hacen que me sienta chiquitita, pero eso es grandioso, ¿sabéis todo lo que voy a aprender con ellos? Quien haya leído alguna de sus obras sabrá que no exagero si digo que son de lo mejor que tiene la literatura contemporánea. Además, como equipo, remamos todos a una, cada quien aporta ese granito de arena necesario para que la montaña crezca y acabe siendo una estructura


fuerte y robusta. ¿Sabéis esa sensación que se tiene en las noches de tormenta, cuando los relámpagos iluminan tu habitación y los truenos hacen que vibren los cimientos de tu casa, que, bajo la manta, nos creemos invencibles? Pues así me siento yo rodeada de mis compañeros, invencible. Saber que están ahí, que su compromiso es sincero y que me acompaña-

acias

rán en esta aventura es la armadura más poderosa para esta guerrera. Es una sensación indescriptible, de verdad. ¡Si los conocí porque era una simple lectora! Y ahora me veo al timón de este barco, sin más tablas que mis ganas y mi ilusión, pero con la tranquilidad de saber que, si el barco se hunde, no me dejarán sola a bordo. Puedo presumir de tener en ellos un salvavidas siempre a mano.

¿Me estoy poniendo muy moñas? Es que son tan bonitos… A golpe de tecla es uno de mis tantos sueños, una de tantas ilusiones que hacen que me levante cada día con un deber, una pasión, mil ideas y un objetivo claro; estar en constante contacto con la literatura. Precisamente las letras son las que nos han unido y serán las que hagan que, a través de sus obras, podamos viajar, reir, emocionarnos, suspirar, temblar, estremecernos y todas esas sensaciones maravillosas que se sienten al abrir un buen libro. Ahí tengo otro motivo para daros las gracias; vuestras obras. Han sido y serán horas de lectura inolvidables e impagables. Os deseo a todos el mayor de los éxitos, que sin duda llegará. Gracias, compañeros, y gracias a vosotros, lectores, que habéis pasado por estas páginas y nos habéis regalado unos minutos de vuestro tiempo. Aceptad un consejo por parte de esta lectora empedernida; no dejéis de leer a estos autores, descubriréis auténticas joyas hechas de tinta. Me despido con esa frase tan manida pero a la vez tan cierta; a todos los que habéis pasado por aquí y a los que pasarán, gracias, los escritores sin lectores no somos nada.

Firmado por Cita Franco

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BIOGRAFÍA

Carmen Franco nació en Madrid en 1983. Cursó estudios de Humanidades e Italiano y se formó como comercial, administrativa y contable, tarea a la que ha dedicado gran parte de su vida laboral. Entrada en la treintena cursó estudios de marketing y redes sociales, titulándose como Community Manager en 2013, año en el que comenzó a escribir de manera oficial sus primeras obras. Cuenta que escribió su primer poema con once años, edad en la que se enamoró por primera vez y descubrió que la mejor forma de expresarlo era en forma de verso. Ha participado en varios concursos literarios, recibiendo varias menciones de honor y siendo publicado uno de sus escritos en el recopilatorio de relatos Antología VII Premio Orola, y es en 2014 cuando decide publicar en la plataforma digital Amazon su primera obra, Lágrimas de tequila.

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ยกNOS VEMOS EN NOVIEMBRE!



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