A golpe de tecla

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Noviembre 2014

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Equipo de A golpe de tecla: Dirección y edición: Cita Franco Columnistas y activos colaboradores: Mercedes Pinto Maldonado, Rafael R. Costa, Mónica Rouanet, Julio G. Castillo, Mercedes Gallego, José Vicente Alfaro, Miguel Angel Moreno y Manuel Navarro.

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SUMARIO

EL SIMBOLISMO DE HALLOWEEN

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EL ESCENARIO DEL MIEDO

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INTERACTUAMOS

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EL MUNDO DE POE

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GÉNERO O DEGENERACIÓN

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EL BORRACHO, LA CALABAZA Y LOS DIFUNTOS

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DAR MIEDO

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LUCÍA

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PAZUZU

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¿Y TÚ?, ¿A QUÉ TIENES MIEDO?

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YO AUTOR, YO LECTOR; La influencia de Stephen King

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CHARLA CON MARÍA JOSÉ MORENO

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EXCURSIÓN A TRANSILVANIA

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EDITORIAL Bienvenidos a la segunda entrega de la revista mensual A golpe de tecla. Con nuestro más grande y sincero agradecimiento por el caluroso recibimiento que nos brindasteis el mes pasado, en nombre de todos los miembros del equipo: gracias. Este mes, la literatura de terror y sus influencias y repercusiones son los protagonistas de nuestros artículos. Halloween, esa tradición americana que tantas horas de lecturas nos ha regalado, ha sido la musa para la creación de este número basado en el género terrorífico en todas sus variantes. Algunos partidarios, otros no tanto… sí pero con excepciones… De todo hay entre tanta pupila lectora. De la mano de José Vicente Alfaro, homenajearemos al rey del Género para muchos, Stephen King, mientras Mercedes Pinto nos habla de sus miedos queriendo conocer los tuyos. Cita Franco está rebelde, algo le pica, ¿qué será?, y Rafael R. Costa nos paseará por un clásico que nos traerá grandes recuerdos… ¡Pazuzu! ¿Os habéis asustado? Miguel Ángel Moreno quiere mostrarnos los orígenes de la tradición del famoso «¿truco o trato?», mientras Julio G. Castillo nos desmontará su leyenda por completo. Mónica Rouanet, tan tierna, nos contará una historia real y los sentimientos y sensaciones que experimentó con un relato que le hizo estremecerse. Con el tiempo descubrió que las buenas historias son magnéticas. Menos mal que Mercedes Gallego y Manuel Navarro ponen algo de cordura en este equipo de locos, pues sus artículos nos mantendrán muy atentos a la esencia del Género. En el caso de Manuel, por introducirnos en la vida de Edgar Allan Poe y por parte de Mercedes, directa y literal, por aplicar de forma exacta el sentimiento del miedo a su definición. También este mes recibimos a María José Moreno, que en una amena entrevista nos hablará sobre su novela La caricia de Tánatos y Miguel Ángel Moreno nos ha escrito un relato digno de leer y releer. ¡Cómo escribes, mosquetero! ¡Ah! No os podéis perder la excursión que hicieron Mercedes Pinto y Cita Franco a Transilvania. ¡No tiene precio! Opiniones, recomendaciones y buen rollo. ¿Nos seguís acompañando este mes? Recordad que podéis poneros en contacto con cualquier miembro de la revista escribiendo a agolpedetecla@yahoo.com o en Twitter, dirigiéndoos a @agdtecla Mándanos tus mensajes, preguntas, críticas, sugerencias… En el próximo número tu mensaje y su correspondiente respuesta saldrán publicados. Si te perdiste el primer número y quieres echarle un vistazo, aquí lo tienes.

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OCTUBRE 2014

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EL SIMBOLISMO DE HALLOWEEN

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El pasado 31 de octubre fue la noche de Halloween. En España, y como ha sucedido con Papá Noel, esta tradición legada por los norteamericanos se encuentra cada vez más en nuestra cultura. Antes, uno sólo veía a cuatro valientes, «disfrazados» con un par de goterones de sangre; hoy proliferan los vampiros, las diablesas y los zombies. Por otro lado, durante la semana previa a esta fiesta he recogido mensajes de advertencia desde los sectores cristianos: «¡Halloween es una tradición diabólica!» advierten, aludiendo al origen pagano de la misma. Es cierto, Halloween posee una tradición pagana de origen celta. Una fiesta de transición a la estación oscura del año. En este día se creía que los espíritus tenían libertad para vagar por el mundo de los vivos. Con objeto de ahuyentar a los de naturaleza malévola, los celtas se disfrazaban. Recuerdo cuando mi profesor de Historia del Arte nos explicaba el Baco de Caravaggio. En su origen, la figura aludía a Cristo. Sin embargo, nuestro profesor nos aclaró que en los últimos años se había transformado en un icono del movimiento gay. El cambio de significado era tan radical que no pude evitar preguntarle. Mi profesor me respondió que los símbolos varían de significado con el paso de los años. Es el moderno uso que le demos a las cosas lo que importa, lo que sintamos que significan. Estamos rodeados de ejemplos. El día de Navidad no está contemplado en ninguna parte de la Biblia. La fecha actual corresponde al día de celebración del Sol Invicto, que tiene su origen en la divinización del dios persa Mitra. Los símbolos tienen el significado que queramos darle en cada momento. En la actualidad, Halloween no posee su significado original. Sólo hay gente disfrazada y —en Estados Unidos—, niños pidiendo golosinas. Allí es una tradición muy arraigada, tanto como en España puede ser, por ejemplo, la Semana Santa. ¿Pero es posible que no sea del todo así, y que los símbolos, pese a haber perdido su significado original, sí conserven algo de lo que anteriormente fueron? Porque, igual que sucede en la Plaza de San Pedro, colocar una crucecita en la punta del obelisco no cristianiza un enorme falo de piedra egipcio. El tiempo es mucho más sabio que mis reflexiones. Como ha ocurrido con otros imperios, Estados Unidos nos transmite sus fiestas. Dentro de unos años celebraremos Halloween con naturalidad. Continuarán los partidarios y los detractores, pero terminaremos viendo a niños en nuestras puertas preguntando: ¿truco o trato?

Miguel Ángel Moreno

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EL ESCENARIO DEL MIEDO

Los ojos me dolían de no pestañear, no quería cerrarlos. Ya no leía. Desde hacía rato estaba sentada en el borde de una tumba que mi hermano mayor me había mostrado a través de las líneas que vivían en las páginas de un pequeño libro de bolsillo, de tapas verde oscuro, que venía firmado en letras doradas por un tal H.P. Lovecraft. La declaración de Randolph Carter fue el primer relato de terror que devoré. Debía tener por aquel entonces unos once o doce años. Mi hermano, de no más de dieciséis, me lo prestó tan solo por contemplar mi rostro mientras lo leía. «¿Has estado allí, verdad?» Me dijo en cuanto lo terminé. «A mí me pasó lo mismo». Desde entonces he leído ese relato muchas veces. No soy muy amiga de los adjetivos. En mis textos prefiero utilizar sustantivos y verbos con fuerza, pero este relato está plagado de epítetos imprescindibles que crean un escenario y un ambiente capaces de sumergir al lector en el más espantoso de los miedos. No describe a los personajes, tan solo deja que los percibamos por sus acciones y sus palabras. No sé si son altos o bajos, fuertes o débiles, jóvenes o viejos, pero los conozco mejor que si los hubiera visto. En esto consiste la literatura: en acomodar al espectador y mostrarle una historia. En conseguir que olvide que la está leyendo y que se convenza de que la está viviendo. En seducirle, en lograr que forme su propio mundo a través de las palabras que va descifrando con sus ojos. En la novela de terror casi es más importante forjar escenarios que la propia historia en sí. Acelerar el pulso del lector, agitar su respiración, tensar sus músculos, en definitiva, hacerle pasar miedo. Me gustan los escritores que describen visualizando porque consiguen hacerme imaginar lo que quieren que imagine. Fue Stephen King quien, en su obra Mientras escribo, me habló del escritor perezoso. Me dijo que es aquel que sólo cuenta, que no muestra lo que está presentando en sus textos. No se refiere a que deba utilizar un sinfín de palabras innecesarias para seguir contando sino que use las palabras adecuadas para mostrar y hacer que su público se sienta parte de la historia. Es distinto que un escritor cuente que un personaje «tiene miedo» a que muestre ese miedo y que los lectores lo sientan en su piel. Solo de esta manera comprenderán a los personajes y sus acciones, y la historia tendrá sentido.

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Fotograf铆a de Javi de Lara

M贸nica Rouanet

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INTERACTUAMOS Gracias por el recibimiento en las redes sociales. Como muestra de ello, estos son algunos de los mensajes que nos enviasteis con tanto cariño. No dejéis de hacerlo, es más, os invitamos a que os dirijáis a cualquiera de los integrantes de la revista directamente y le lancéis cualquier pregunta. Usaremos esta sección para que el/la susodicho/a la responda. ¡Será divertido! Recordad, lo podéis hacer a través de:

@agdt

agolpedetecla@yahoo.com

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EL MUNDO DE POE

Al igual que hay un mundo en consonancia con Faulkner, Hemingway, Chejov o Carver, hay también un mundo de Poe, un mundo de delirios, imágenes de terror, fantasmas, espectros, mujeres que regresan del más allá, alcohol, drogas y muerte. Poe nació en Boston un 19 de enero de 1809. Tenía dos años cuando murieron sus padres y fue adoptado por John y Frances Allan, un matrimonio rico de Richmon, Virginia. De ellos tomó el apellido y hoy se le conoce como Edgar Allan Poe. Viajó a Inglaterra con su familia en 1820, estudió en un destacado colegio. A los once años volvió a los Estados Unidos y en 1826 ingresó en la Universidad de Virginia. Comenzó a beber y a jugar y, aunque era un alumno brillante, tuvo que abandonar la universidad por la negativa de John Allan a pagar sus deudas de juego. Vivió como un bohemio. El 7 de octubre de 1849 murió en Baltimore. Estaba borracho, pero la causa de su muerte aún es un misterio. Algunos la atribuyen a su adicción al alcohol, otros hablan de sífilis, drogas o cólera. No solo es conocido como escritor de relatos de terror, escribió cuentos sobre diversos temas, poesía, crítica literaria, ensayo y una novela. Se inspiró en los góticos ingleses y alemanes. Se le considera uno de los maestros universales del relato corto; precursor del género detectivesco y de la literatura de ciencia ficción. Julio Cortázar clasificó los 67 relatos que Poe publicó a lo largo de su vida según el interés de los temas. Su traducción puede encontrarse en dos tomos de bolsillo publicados por Alianza Editorial, cuya lectura recomiendo, en especial, a aquellos lectores o escritores noveles que no hayan leído a Poe y gusten de la lectura o escritura de cuentos. Por citar solo algunos de los que más me gustaron: Cuentos de terror góticos que constituyen su obra más conocida y genuina como «El gato negro», «El retrato oval», «La caída de la casa Usher», «El tonel de amontillado» o «El entierro prematuro». Cuentos analíticos y de misterio que dieron lugar al relato detectivesco como «Los crímenes de la calle Morgue» o «El escarabajo de oro». De ciencia-ficción como «El camelo del globo» o «Manuscrito encontrado en una botella». Satíricos y poéticos como «El hombre de negocios» o «Los anteojos». Se ha dicho de su técnica como escritor que se caracteriza por su intensidad narrativa y la creación de ambientes (concepto de atmósfera). Utilizaba la estructura clásica de inicio, nudo y desenlace sorprendente e impactante.

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Fuentes: Cuentos. Edgar Allan Poe. Traducci贸n de Julio Cort谩zar. Alianza Editorial.

Manuel Navarro Seva

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GÉNERO O DEGENERACIÓN Noviembre. Mes de lecturas tenebrosas bajo sábanas frías a la luz de lamparillas parpadeantes. Los amantes del género terrorífico se relamen mientras el resto nos mordemos las uñas frente a los escaparates de las librerías, pensando si este año seremos o no capaces de leernos ese título del que tanto se habla pero cuya portada no nos atrevemos ni a mirar… ¡Ojalá! Hace años que no me invade esa sensación. Siento nostalgia al recordar que un día, buscando pasar miedo frente a las páginas de un libro, lo conseguí junto a títulos como El exorcista o Un saco de huesos. Entonces sí tuve que frenar la lectura para recuperar el ritmo de mis pulsaciones y recordarme que se trataba de un libro y nadie acechaba tras la cortina de mi cuarto. En aquellos días sí miraba las páginas con recelo antes de retomar la lectura, temiendo ser víctima de alguno de sus siniestros personajes o atrapada entre sus letras para no salir jamás. ¿Qué ha sucedido ahora para que no piense igual? Pues que me salen los vampiros, los zombis y los hombres lobo por las orejas. Un Crepúsculo puede estar bien, doscientas malas imitaciones, no. Drácula, inigualable, intentar simularlo, un atentado literario. Hace algún tiempo, cuando mi participación bloguera era más ac-

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tiva, llegó a mis manos un libro titulado Bécquer eterno; un título tan sugerente y una portada algo ambigua me transportaron a unas páginas… a unas páginas. No quiero aprovechar la tesitura para dar mi opinión sobre tamaña obra de «des-arte», pero es un ejemplo que me viene al pelo para explicar mi postura ante el fenómeno «moda literaria». No, señores, no todo vale cuando estamos hablando de un género como es el que hoy nos acompaña. Está muy bien que se creen tendencias, que una trilogía haya calado en los lectores y varios escritores con maña sigan su camino. Pero ¡no escribas una novela en la que resucitas a dos grandes de las letras, les cambias su orientación sexual y los mandas a chupar sangre a diestro y siniestro mientras tratan de ligarse a jóvenes adolescentes! ¡Argg! Lo siento, acabo de destriparos la novela antes mencionada, una lástima. ¿Podemos respetar —si tanto amamos la literatura y por ello somos escritores— la correcta definición y esencia del género que pretendemos defender en nuestras novelas? ¿Seremos capaces de recuperar la cordura y conseguir que los lectores se estremezcan con nuestros escritos sin que tengan que recurrir a un clásico para ello? De momento, me conformaré con seguir desempolvando mis estanterías.

Cita Franco

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BAHATI, EL ESCLAVO QUE SABÍA LEER DISPONIBLE EN AMAZON PAPEL Y DIGITAL TODOS LOS PAÍSES


AHORA TAMBIÉN EN PAPEL Doce relatos escritos en torno a procesos vitales tan significativos como son el origen y el final, y las relaciones de pareja. Temas muy relacionados entre sí y que encierran la práctica totalidad de la existencia del ser humano.


EL BORRACHO, LA CALABAZA Y LOS DIFUNTOS

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La calabaza como metáfora de la vida tiene mala prensa. Dar calabazas significa desdeñar a un/a amante potencial. Recibirlas, que te suspendan en un examen. Ni siquiera el dulce cabello de ángel ha conseguido redimirla. Para empezar el nombre capilar es una exageración. De pequeño yo imaginaba la dificultad de esos seres celestiales para peinarse y, sobre todo, para pegar la cabeza a la almohada. Un pringue. Sin embargo hace pocos años que la importación de costumbres estadounidenses ha dado una gran oportunidad a la denostada calabaza. El 31 de octubre, nuestra añeja víspera de todos los santos (eso significa Halloween como contracción de All hallow’s eve), se ha convertido en una fiesta tenebrosa para regocijo de los niños. Y para desesperación de quienes se quedan en casa esa tarde. Decenas de criaturas tocan el timbre. Abres y te encuentras calaveras, vampiros, o muertos vivientes de escasa talla, reclamando golosinas para fomentar las caries. Algunos de estos pequeños monstruos portan una calabaza hueca con sonrisa diabólica iluminada por pilas. Generalmente de plástico. He investigado la relación entre la hortaliza amarillenta y el reino de los difuntos. Lo leído no me ha convencido en absoluto. En síntesis la cosa viene de Irlanda. Jack, un borrachín, hizo un pacto con el diablo: su alma a cambio de la última copa. Tras diversos encuentros infructuosos para que el beodo cumpliera su parte, llegó a este la muerte. Tal como le correspondía intentó ingresar en el infierno. Lucifer se vengó de sus desplantes condenándole a errar como un alma en pena por el mundo de los vivos. Para que no tropezara con obstáculos en noches cerradas, le entregó un tizón incandescente, precursor de las inagotables lámparas LED. Con el fin de evitar quemaduras, Jack insertó el palo en un nabo. Otras versiones dicen que en un repollo. De cómo al cabo del tiempo se llegó a la calabaza no hay testimonio escrito. No me creo esta historia. La industria del disfraz, actualmente controlada por los chinos, es muy capaz de inventar leyendas urbanas para multiplicar las ventas. Invito al lector a que intente meter un tizón en cualquier verdura y vague por las calles oscuras. Acabará en un servicio de urgencias con quemaduras de tercer grado. Y si lo hace con una calabaza de propileno, o materia similar, se convertirá en una tea humana. Eso sin beber de más.

Julio G. Castillo

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DAR MIEDO Más utilizado en la literatura que el miedo no creo que exista otro sentimiento. Porque, vamos a ver. El género Romántico lo utiliza a su antojo conjugándolo con la pérdida. Y no digamos ya la poesía, o la copla, que se ampara en un arte que yo considero matanza, como es el toreo para decir aquéllo de «miedo, tengo miedo… Miedo, de perderte», que yo se lo canto al toro cada vez que veo alguna escena de un pobre animal sangrante. Tanto se utiliza que tiene su propio género reconocido con grandes creadores, algunos procedentes del Gótico, otros directamente nacidos a su amparo. Partamos de la base. ¿Qué es el miedo? Según la RAE el miedo es una «perturbación angustiosa del ánimo por riesgo o daño real o imaginario». Ofrece otras definiciones, pero no interesan. Y a partir de ahí nos las apañamos para crear esa emoción en el lector recurriendo a lo imaginario, pero con la fuerza de hacerlo real mientras recorra nuestras palabras y se sumerja en la lectura de lo que decimos. Esa es por excelencia nuestra mayor dificultad: ser creíbles, provocar empatía y tener la fuerza de generar una imagen mental con tanto empaque, que el lector se encoja en el sillón y mire en torno suyo para asegurarse que todo es fruto de la narración. Los miedos, en plural, porque hay muchos, han cambiado con el tiempo. Antes bastaba recurrir a lo fantasmagórico o al más allá poblado de almas, para generar el sentimiento. La iglesia nos ayudaba en este menester. Pero hoy en día, con una sociedad aterrorizada por su futuro, porque a unos dirigentes se les fundan los plomos y nos metan en una situación como la de la Guerra Fría y se líen a tirar bombas para «ayudarnos», es muy difícil provocar miedo con la literatura y desde aquí, vaya mi admiración al que lo consiga. Siempre quedará ese miedo romántico que despiertan seres míticos como los vampiros, o muertos que regresan como los zombis. Lo que todas estas obras tienen en común y que no ha cambiado con los años, es el cómo, no el qué. La ambientación, el tipo de narrativa es lo que produce miedo o hilaridad. Un escritor que escriba muy bien desde un punto de vista técnico, si no es capaz de crear el entorno, el clímax adecuado, por muchos monstruos que imagine, por más espeluznantes que sean sus criaturas, no logrará tensar ni un solo músculo de su lector. El miedo está ahí, lo tenemos todos, solo hay que saber despertarlo.

Mercedes Gallego

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LUCÍA

-¡Lucía! No hay respuesta. -¡Lucía! -llama de nuevo; en sueños, antes de despertar. Abre los ojos, sobresaltado, en un espasmo que lo trae de regreso al mundo vigil. Se halla dentro de una bañera a rebosar. El agua se derrama con cada movimiento. A su alrededor, el cuarto permanece frío, oscuro y silencioso. -¡Lucía! Se siente débil, pero logra deslizarse por los bordes. Cae a un suelo encharcado. Logra incorporarse, aunque tiene que hacer un esfuerzo para no resbalar. A su alrededor todo da vueltas. Las paredes se inclinan y se multiplican; la puerta parece alejarse. Logra alcanzar el pomo y lo gira. Al otro lado se extiende el pasillo del segundo piso. El suelo enmoquetado y la pared, de la que cuelgan varios retratos, le indican que está en su casa; pero sabe que no es su hogar. Hay algo diferente, algo que palpita en el aire; y una fosforescencia nebulosa que ilumina todo a su alrededor. -¡Lucía! -grita, mientras se tambalea por el pasillo. Al fondo descubre entreabierta la puerta a su habitación. El otro lado se encuentra a oscuras, envuelto en una negrura inquietante de la que, de pronto, surge una voz. -¿Será aquel lugar mejor? Es ella, Lucía; pero no, su voz no emerge de la habitación. Está en su cabeza. Es un recuerdo que toma forma, débil al principio, pero más fuerte a medida que avanza por el pasillo. -¿Qué piensas? -pregunta Lucía. Ahora la ve; es la evocación de un pasado que se le antoja remoto, perdido en un cómputo de años imposible de resolver. Es un día claro, soleado, y Lucía esta recostada en la cama de su habitación. Los cálidos rayos de la mañana despiertan arreboles en sus mejillas, pero el resto de su tez se encuentra invadida por una blancura febril. -No quiero hablar de ello -se oye contestar. -¡Vamos! No le des tanta importancia. Lucía ríe. En su ojos aparece el brillo de la familiar dulzura que lo

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enamoró, pero su sonrisa no es igual que en el pasado. Es grotesca, perfilada por unas encías muy rojas, carcomidas por la enfermedad. -Pienso que sí debe haber un lugar mejor -dice su esposa, mirando hacia la ventana. En la calle, las hojas de un castaño se agitan con una brisa templada; aunque de repente todo es invadido por un frío estremecedor. Las palabras de Lucía se han transformado en un eco lejano. Su última frase lo trae de vuelta al presente: «Hay un lugar mejor que éste tras la vida». Ha llegado hasta la puerta entreabierta de su habitación. La abre de un manotazo. El interior, oscuro al principio, va recogiendo algo de esa luminosidad fantasmagórica que lo acompaña. Las paredes y los muebles muestran un color apagado, neblinoso. En la cama de matri-

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monio descubre el bulto de su esposa, recostado de cara a la ventana, para así disfrutar con el baile de las hojas del castaño. -¡Lucía! Avanza a gatas sobre la cama hasta llegar a ella. La acuna entre sus brazos y la llama una y otra vez, entre lágrimas. -¡¿Por qué no llega?! -Oye gritar a Lucía. Pero no es sino otra rememoración. Su esposa extiende los brazos al techo, invocando a la muerte desde su cama. Es otro día soleado, tan primaveral como todos los que guarda en su recuerdo. -¡¿Cuándo va a llegar?! -grita desesperada, invadida por los dolores de la enfermedad. Su cuerpo es la descarnada efigie de lo que fue. Apenas brillan ya sus ojos, hundidos en unas cuencas amoratadas. Cuando extiende los brazos, deja ver, en la parte inferior, las marcas en carne viva de las escaras. -Lo he hecho, cariño -se escucha decir; no en el pasado, sino ahora, mientras abraza el cadáver lánguido de su mujer. Besa sus cabellos, pero en ellos nota un sabor extraño; una textura densa y amarga. Se seca las lágrimas para ver mejor. La melena rubia de Lucía está teñida de sangre, y también su cuerpo inerte, y las mantas que la arropan. -Lo he hecho, Lucía. Aunque sé que no querías. Deseabas que estuviéramos juntos por siempre. Yo también lo deseaba, pero no pude soportar la espera. -¿Por qué no muero ya? -oye que pregunta Lucía, en sus recuerdos -¿Por qué no salgo ya de este cuerpo? -Yo te haré viajar -dice, no sabe si con los labios o con el pensamiento, porque pasado y presente se fusionan ante sus ojos-. Acortaré

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los días para ti, Lucía, y para mí. Viajaremos los dos y nos encontraremos en la muerte, al otro lado. Está decidido, pero su esposa le devuelve una mirada aterrada. -¡No funciona así! Si lo haces, jamás estaremos juntos. -¡Pero yo tampoco lo soporto! Ya no puedo verte sufrir más tiempo. En la habitación, bajo la penumbra silenciosa, deja que su mano descienda desde los cabellos de Lucía. Baja rozando su cuello hasta alcanzar el pecho. Entonces lo sorprenden unos relieves húmedos, nefandos. Las marcas espantosas del cuchillo, allí donde ha horadado la carne. Lucía... -dice, sin poder controlar el llanto- tenía que hacerlo. No merecías esperar más. La enfermedad te hacía sufrir tanto. Tanto, mi amor. No podía ver cómo te consumías. Se pone en pie a duras penas, acosado por las nauseas, y deja la habitación. En el pasillo, las paredes se retuercen y cambian de posición. En los cuadros no hay rostros, sino figuras sin identidad, sin rasgos. Al llegar al baño tiene que volver a caminar con cuidado, porque el suelo está cubierto de agua y sangre. -Tenías razón -gime-. Tenías razón y no te hice caso. No he podido seguirte. Creí que podría, pero las cosas no funcionan así. Tú siempre lo supiste. Mientras vuelve a introducirse en la bañera, observa los tajos en sus muñecas. De ellos no deja de manar sangre. Nunca dejará de hacerlo, porque forma parte de su condena, de su prisión. Y volverá a dormirse y a despertarse otra vez. Perdido, desorientado, aterrado para toda la eternidad. Buscando a Lucía en su Infierno personal.

Miguel Ángel Moreno

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PAZUZU Después de 224 días de rodaje y nueve muertos en la cuneta de la película, se volvieron a oír tras la puerta de aquella residencia los gruñidos de una piara de cerdos antes de la matanza. Todos sabían que, como el demonio surgido en la bobina del celuloide, estaba a punto de llegar la chica de la garganta hinchable, quien antes de bajar las escaleras con pasos de araña y orinarse frente a los invitados fue una vez un maniquí acompañando a un taxista, y años más tarde modelo desnuda en revistas turcas. El domingo 13 de mayo de 2001, el actor Jason Miller adquirió, en otro momento de fiebre, los melancólicos gestos del padre Damien Karras; tarareó inconscientemente un soniquete perturbador, aplastó su último Camel sin filtro y exhaló la bocanada de humo sobre la palma de su mano cual si quisiera limpiarla. Aunque tenía los ojos hundidos en el sueño de anoche, pretendía agarrarse con ellos a los árboles de aquel jardín de Pensilvania, y así permaneció un segundo, aferrando la mirada provista de garfios allá donde pudiera asirla, cuando estalló un trueno metálico y tan fragoroso que arrancó la rama del magnolio más próximo y llegó a reventar un ala de la ventana.

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Al punto el aire se amasó con hollín y consiguió ponerse gélido, hediondo, espeso, y a chorros inundó su dormitorio; incluso las nubes, hace un momento invertebradas, se enderezaron hasta dislocarse y explotar no quedando de ellas sino hilachas gaseosas sin sentido meteorológico: aquella mañana se tornó en una tormenta inexplicable y oscura, los árboles tiritaron en una epilepsia vegetal y a ojos vista se atormentaban y agitaban con chirrido sordo, tal que si retorcieran en cada rama una vieja billetera de piel; golondrinas, gorriones y estorninos cayeron a plomo en bandadas: muchos sobre el tejado; y al padre Karras le dio una punzada tan dolorosa y eléctrica en el nudo cardíaco que hubiese jurado que le clavaron un lápiz de cobre en el pecho. Se arrastró hasta un rincón con el único brazo capaz de mover, balbuciendo sílabas inconexas con la boca semi abierta, ansiosa de una hostia sagrada en la lengua, sedienta de agua bendita y no del sulfúrico desenlace; no obstante, fue la invocada visita de Max von Sydow y sus ciento noventa y tres centímetros quien lo recogió y acomodó en la cama al tiempo que esgrimía su crucifijo de madera. Ambos hombres pudieron verlo. Era una mancha en la pared, un demoníaco desconchado que la malévola humedad de la lluvia dotó de volumen y olor como si todo lo presente hubiese comido huevos duros y fumado en exceso. Bastó un relámpago para que la paraidolia se convirtiera en ser inquietante, en escoria, en putrefacta ilusión, con cuerpo de hombre, testa de perro, cuernos de cabra, alas de langosta y pene en forma de serpiente. Preguntando por Regan Teresa McNeil.

Rafael R. Costa

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¿Y TÚ?, ¿A QUÉ TIENES MIEDO? No sé cuántas veces he escuchado aquello de que «la naturaleza es muy sabia».¿A qué iluso se le ocurrió o qué había fumado? ¿En qué se basan los que pronuncian esta frase constantemente? Me pregunto, por ejemplo, si es tan lista, ¿por qué llevo gafas? O, hablando del tema que nos ocupa, ¿con qué intención esta inteligente madre natural nos otorgó el miedo? Vale, es cierto, tener miedo evita que te quemes friendo huevos o que te caigas por una escalera muy empinada y te descoyuntes; pero, por las chorreras de los jamones, ¡monDieu!, ¿qué puñetas pinta el miedo en mi cuarto, en la noche, sobre un tierno colchón, cuando todo el mundo está en casita? ¡Pero si no se me ocurre otro momento del día en el que esté más segura! ¿Y la suegra? A ver, ¿por qué nos da miedo la madre de nuestros«caris»? ¿Y el miedo a los exámenes? Digo yo, que en el momento en que estás jugándote el puesto de trabajo de tu vida, después de haber estudiado como un descosido todo un año, aparezca el jodido pánico… Esto debería hacérselo mirar nuestra aguda madre naturaleza. ¿Y cuando tenemos que hablar en público? Ahí estás tú, en el momento estelar, después de haber torturado con el discurso a tu familia y al perro«tropecientas» veces, con los papeles en el bolsillo, más sobados que la barra de una tasca, con el cuerpo más engarrotado que la duquesa de Alba en la montaña rusa. ¡Aterrado! Es un hecho, a la naturaleza se le va la mano y de sabia, nada de nada. ¿Qué me decís del miedo a volar? Cuarenta mil veces nos han dicho que el avión es el medio de transporte más seguro, que atravesar el Atlántico a nado es una muerte segura. ¡Narices!, pues ahí está el miedo, esperándote con toda su mala leche, en el asiento «D23», el de la ventanilla, para más recochineo. ¿Por qué? Misterios de nuestra sabia naturaleza, insondables para el común de los mortales. ¡Ah!, hay un miedo que me fascina: el del escritor frente a la hoja en blanco, la naturaleza y las musas echándose un pulso mientras pasan los minutos, las horas, los días… Hasta que algo huele mal y piensas que te vendría bien una ducha. Porque, no, el miedo no huele. ¿Y el miedo a las cucarachas? Que yo sepa, no existe en la literatura científica ninguna muerte por el ataque de uno de estos insectos. Este Haloween pienso vengarme de todos mis miedos.

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Mercedes Pinto M.

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YO AUTOR, YO LECTOR; La influencia de Stephen King Bienvenidos. En esta ocasión voy a priorizar mi yo más lector y, en consonancia con la temática del mes, dedicaré mi artículo al género que me introdujo en la literatura adulta: el terror. Así es, de la mano de Stephen King, y con doce o trece años de edad, dejé atrás las novelas de tipo juvenil (Enid Blyton o Michael Ende) y descubrí un nuevo mundo donde había palabras desconocidas para mí, momentos de violencia muy descriptiva o escenas cargadas de cierto contenido sexual. La primera novela de Stephen King que leí fue La niebla. No sé muy bien por qué la escogí, ya que no es de sus obras más conocidas, y para entonces ya había publicado otras novelas de gran renombre. De cualquier manera, la historia me atrapó y desde entonces me convertí en un fiel seguidor, que devoraba poco a poco todo cuanto publicaba el escritor norteamericano. Desde luego, su influencia sobre mis primeras aproximaciones a la escritura fue innegable y absolutamente esencial. Mis primeros relatos e incluso una novela corta que escribí hace ya cerca de veinte años, bebían directamente de su obra en cuanto a temática y estilo. Tramas en las que el suspense aderezado con ciertos elementos sobrenaturales marcaron aquellos escritos, llevados a cabo con gran ilusión y también algo de ingenuidad. Pero Stephen King es un autor muy prolífico y a lo largo de su carrera ha escrito novelas que poco o nada tienen que ver con el terror, y que han sido adaptadas a la pantalla grande con excelentes resultados (Cuenta conmigo, Cadena perpetua o Verano de corrupción, entre otras). Es justo reconocerle, por tanto, que más allá de su etiqueta como maestro del terror, Stephen King ha demostrado ser capaz de abordar otros géneros y haber salido muy bien parado del intento. Con el tiempo, por supuesto, fui leyendo a otros autores y abriéndome a otros géneros, enriqueciéndome y aprendiendo de todos ellos durante el proceso. De hecho, actualmente mi carrera literaria gira en torno a la novela histórica, muy alejado del estilo del autor que en su momento tanto me influyó. No obstante, todavía hoy me considero un ferviente admirador de Stephen King, y continúo leyendo con gusto su obra, que abarca más de cincuenta novelas, cuyas ventas ya superan los 400 millones de ejemplares en todo el mundo. ¡Larga vida al rey del terror!

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JosĂŠ Vicente Alfaro

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多Es posible amar en un mundo inhumano?

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AGOTADA LA PRIMERA EDICIÓN

¿TE LO VAS A PERDER?


CHARLA CON MARÍA JOSÉ MORENO El miedo tiene tantas variantes como afluentes puede tener un río. Y es por ello que esta entrevista y la novela que vamos a recomendar, vienen que ni pintadas. Había leído otra obra de la autora -que nada tiene que ver con este género-, el triller psicológico, y me encandiló por su prosa y estilo. Pero tengo que reconocer que, La caricia de Tánatos, me ha gustado mucho más. En esta ocasión he visto personajes más reales y me he sentido involucrada mucho más en la novela, tanto, que en ocasiones me sorprendí apretando los dientes o con algún tic nervioso provocado por la ansiedad de lo sucedido en la narración. Estoy con María José Moreno, quien no dudó en aceptar encantada esta entrevista y se relame esperando mis preguntas. No vamos a dilatar más el momento. C.F: Hola, María José. Gracias por aceptar este encuentro. Tengo que disculparme porque sé que te propuse meterme en la piel de uno de tus personajes para hacerte esta entrevista, pero me ha resultado imposible. Creo que los respeto demasiado y, todos me han parecido tan reales, que suplantar su identidad hubiera sido delito. ¿De dónde nació la idea para escribir La caricia de Tánatos? ¿Es cierto eso que se rumorea que tiene que ver con una historia real que has tratado en tu consulta? Por si alguien no te conoce, háblanos de tu trabajo. M.J: La mayor parte de mi vida profesional la he dedicado al estudio de los trastornos de personalidad. Estos trastornos no son considerados enfermedades, tal como se entiende en medicina, pues no existe una lesión o causa que los justifique, sino que son ocasionados por un desarrollo anómalo de la personalidad que da origen a una exacerbación de determinados rasgos que les hace ser y actuar de una manera especial. Como es algo propio de ellos, no tienen conciencia de su problemática, y la mayoría de las veces es la gente que les rodea los que le muestran que se comportan o son de forma diferente. Dentro de estos trastornos hay muchas variedades e intensidades. Uno de los más conocidos es el trastorno antisocial de la personalidad, (clásicamente llamado psicópata) que si mezclamos los rasgos que le son propios (falta de empatía, manipulación, nada de remordimiento ni culpa, mentirosos... y encanto personal) con los del trastornos de personalidad narcisista (prepotencia, grandiosidad, pretenciosos, explotadores...) nos da como resultado el Marcos que yo describo en la novela y que tanto dolor causa a los que le rodean por su forma de actuar y de comportarse, por su frialdad, por su falta de empatía y porque solo se mira en sus ojos considerando a los demás como objetos, marionetas,

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que puede manipular a su antojo. Esta tipología es bastante más frecuente de lo que imaginamos y es cierto que la mayoría de las veces, detrás de un maltratador psicológico, encontramos a un sujeto con estos rasgos más o menos acentuados. Lógicamente, estas personas buscan su complementario, en este caso personas dependientes, con falta de autoestima, con problemas para la toma de decisiones… personas como Marina. La mezcla es explosiva, pues, fácilmente la víctima entra en el famoso círculo de la violencia (sea física, psíquica o ambas) del que le es casi imposible salir. Todos mis conocimientos profesionales me facilitaron la construcción de estos personajes y, por supuesto, de su protagonista, Mercedes Lozano, que comparte profesión conmigo, aunque ella es psicóloga y yo psiquiatra, pero que como yo, está al tanto de todo lo oscuro que existe en la mente de las personas que trata. Del mismo modo, Mercedes, una gran profesional, también tiene sus defectos básicos, y ello, junto con una trama que se extiende a su alrededor, le influye sobremanera y complica todo el caso de Marina y Marcos. C.F: Empezaste a escribir hace no mucho, ¿curiosidad, hobby o pasión dilatada en el tiempo? M.J: Comencé a escribir ficción en el 2008. Hasta ese momento había escrito mucho pero dentro de mi ámbito profesional y también había leído mucho. Sin embargo, esta historia de la violencia psicológica, con la que luchaba a diario entre las cuatro paredes de mi consulta, se fue apoderando de mí y ocupando mi mente hasta que me vi fabricando una novela, como forma de que se entendiera mejor y alertar sobre tanto lobo disfrazado de cordero que hay por el mundo. Al cabo de los meses la tenía perfilada (en mi cabeza) pero no sabía como meterle mano, así que comencé escribiendo relatos cortos con la suerte de que uno de ellos fuera premiado y eso me infundió el valor suficiente para decidirme a escribir La Caricia de Tánatos. Luego, desarrollé una auténtica adicción y continué con los relatos y con la segunda novela, Bajo los Tilos y la tercera, Vida y milagros de un ex y la cuarta… y espero que la quinta, la sexta… y todas las que pueda mientras la creatividad y las fuerzas no me fallen. C.F: ¿Qué tienen los personajes de La caricia de Tánatos para resultar creíbles en su totalidad? Háblanos, como su creadora, de Mercedes, Marina y Marcos. M.J: La razón está en lo que te comentaba al principio: todos son personajes de carne y hueso. Personajes con los que he hablado, he trabajado con ellos en su manera de ser y comportarse, he vivido sus miedos, sus deseos, he intentado suavizar sus rasgos de personalidad, he sufrido

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con ellos, he obtenido muchas gratificaciones cuando he visto como han ido superando sus problemas y también frustraciones cuando después de muchos años de tratamiento vuelven a caer en lo mismo; más o menos lo que le ocurre a Marina. En definitiva, han formado parte de mi realidad y luego yo los he transformado en ficción. Mercedes tiene muchas cosas mías como profesional y precisamente por eso, escogí contar la historia desde su punto de vista, porque en aquellos días en que yo era una novata total en el mundo literario de ficción, hallarme en un lugar conocido era más fácil que adentrarme por vericuetos que desconocía y que necesitaban de documentación extensa. C.F: Como profesional; ¿qué sucede con esas relaciones tan difíciles entre madres e hijas? ¿Dónde se rompe el lazo, más allá de los sucesos y las vivencias? Personalmente, la figura de la abuela en esos casos la considero imprescindible. M.J: Una de las fases más importantes del crecimiento y maduración afectiva del niño es el momento de realizar el apego. El apego es la primera vinculación afectiva y duradera que el niño realiza con un adulto y que constituye la base de la vinculación en las relaciones interpersonales adultas. Esa primera figura de apego suele ser la llamada «figura maternizante»; en definitiva, la persona que da más afectividad al niño, que le da seguridad, que la haga encontrarse mejor… Aunque se llama «maternizante», pues casi siempre suele ser la madre la que se vincula más al hijo, no siempre es así; puede ser el padre, la abuela, el abuelo, la chica que cuida al niño… Lo que si está claro es que la madre ocupa un papel fundamental en la crianza del hijo y cuando existe desamor por parte de la madre porque vivencia al hijo como un intruso (y vuelvo a decir que esto es más normal de lo que pensamos) en su relación de pareja, el que termina sufriéndolo y padeciéndolo es el hijo que queda marcado por ese desamor de por vida. Ese es el problema de Mercedes Lozano, que aunque sabe del amor que le han profesado su padre y su abuela, echa en falta el de su madre y eso le hace tener carencias afectivas importantes que van a marcar la desconfianza en sus relaciones de pareja. Por otro lado, también existen madres (enfermas) que se refugian en sus hijos buscando lo que han perdido y terminan manipulando a los mismos a su antojo y disfrute, este es el caso de la madre de Marcos y de ahí su gran problemática, que no voy a relatar para no desvelar parte de la novela. C.F: ¿Cuál es el ingrediente secreto de esta novela que hace que, sin ser de terror, nos haga sentir el miedo? M.J: El miedo procede de nuestro reflejo en esos personajes, de la identificación con ellos, con sus miedos, debilidades, frustraciones… porque lo que estamos viendo es esa parte de nosotros en la que no pensamos a diario para poder seguir viviendo relativamente en paz, pero que forma parte de nosotros y que cuando aflora nos hace sentir muy mal.

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MªJosé Moreno

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C.F: Háblanos de este tipo de miedo, tan real, tan nuestro. M.J: Los miedos irracionales (los que no tienen un objeto real) son productos de nuestra mente ansiosa y son imparables porque ella en sí lo es. Los hacemos más grandes a base de darles vueltas (más ansiedad) hasta que llegan a apoderarse de nosotros y nos invalidan como personas. Por ello, a los miedos irracionales, a la ansiedad, hay que enfrentarse cara a cara en una batalla campal en la que debemos aplastarlos si no queremos que nos dominen durante toda la vida. C.F: Tengo que confesar, como dije al principio, que esta novela me ha gustado más que Bajo los tilos, que también me gustó y así lo hice saber. ¿Cuál crees que es el criterio de una editorial a la hora de elegir el trabajo de un autor? Sinceramente, creo que La caricia de Tánatos podría llegar muy lejos. M.J: Las editoriales quiere ventas y en este caso, Bajo los Tilos, es una novela más «amable» por lo que se ha vendido mucho más. La Caricia de Tánatos es una novela «dura» por todo lo que hemos hablado anteriormente y ello conlleva menos ventas. C.F: ¿Qué te traes entre manos? M.J: Acabo de finalizar mi cuarta novela, de la que estoy muy satisfecha (creo que es lo mejor que he escrito hasta ahora), pero que aún no sé que voy a hacer con ella. Estoy preparando una edición revisada de La caricia de Tánatos, tengo previsto para el 2015 publicar un cuento infantil, Pepe Pepino: el niño que vino del cielo, y ando enfrascada en recoger documentación para mi siguiente novela que será de corte intimista, histórico-romántica. C.F: Este mes de noviembre, ¿cuáles son las lecturas que te acompañarán? ¿Optarás por el terror? M.J: Tengo entre manos novelas de géneros muy diferentes. Me gusta mezclar porque leo en función de mi estado de ánimo y de lo que me apetezca, así que ahora tengo pendiente una romántica, una histórica y un thriller apasionante. C.F: María José, ha sido un auténtico placer tenerte entre nosotros, no será la última vez, te lo aseguro. Estás entre amigos en A golpe de tecla. Te dejo con los lectores… Gracias a ti por contar conmigo para este segundo número de esta magnífica revista electrónica que dará mucho que hablar, y gracias a mis lectores que me mantienen en este peliagudo mundo literario. Por Cita Franco

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EXCURSIÓN A TRANSILVANIA No puedo creer que Cita me haya convencido. Allí estábamos las dos, avanzando por un camino más negro que la raja del trasero de KuntaKinte, pasada la media noche, hacia la morada de Drácula. Yo siempre he sido una descreída, estoy convencida de que ese tipo, que dice ser el mismísimo vampiro chupasangres de la leyenda, es un actor de poca monta buscando protagonismo en Cuarto Milenio; pero a mi compañera le cimbrea hasta el esmalte de las uñas. Ella busca una entrevista bomba para su revista, pero yo quiero ganar una apuesta: si me meto con él en su ataúd y hago una selfie para mi blog con el legendario Drácula, ganaré el premio ¡internacional! al post más siniestro del mes del miedo. ¡Juaaasss…! Eso está hecho. Estoy segura de que un tipo con tal afán de protagonismo se dejará fotografiar sin pensárselo. Llevo la grabadora del móvil encendida, no sea que de la «emoción» se me pase algún detalle. Cita se para en seco: ―Mira, ya se ven las torres del castillo, no queda nada. Sí, una luna inmensa ha plateado el cielo y las torres y almenas lo recortan a tijera. Yo me quedo muerta ―muerta… ja,ja,ja… ―Sí, sí, ya se ven, pero a lo lejos. Nos queda un buen trecho entre las zarzas de una pared. ¡Por favor!, vamos a necesitar arneses para subir, el castillo parece colgado del cielo. Me meto en unos líos… Hago la primera fotografía, hay que inmortalizar el momento ― inmortalizar…, me parto―. Hacemos el resto del camino en silencio, de vez en cuando enciendo la linterna del móvil para comprobar qué puñetas he pisado. A saber los animalejos que hacen sus cositas en este camino… y nosotras arrastrando por la porquería los faldones de nuestros vestidos de princesas góticas, muy bien seleccionados para la ocasión en la tienda de disfraces. ―Deja de encender el móvil o te quedarás sin batería, no creo que este tipo tenga enchufes en su casa ―mi amiga se permite una broma. Ya estamos frente al portalón. Confieso que estoy emocionada, pero no de miedo. Cita está aterrada, se le ve como de mármol de Macael en mitad de la noche. Pobre… Le haría una foto, pero temo que me ponga el móvil de peineta. Intento quitar hierro a la situación antes de llamar: ―Oye, qué trato debemos darle: ¿Señor Vampiro? ¿Señor Drácula? ¿Señor Chupasangres? ¿Señor Impostor? ―Qué gilipollas eres, amiga ―Ella es tan fina… Genio y figura hasta la sepultura. Sepultura… je,je.

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―¿Has traído las preguntas apuntadas?―le digo para relajar la tensión. ―Sí, qué te piensas. ―Pues vamos al lío que mañana tengo que madrugar. Intento mover la aldaba para golpear la puerta, pero pesa más que el mundo. ―Empezamos bien, esto no hay quien lo mueva. Qué hospitalario el señor… De repente, un chirrido estremecedor rompe la noche. La puerta se está abriendo. Lo cierto es que la situación es escalofriante. Por un momento, nos miramos entre las tinieblas: estamos patéticas con los trajes de reinas vampiresas y tanta pedrería barata colgada al cuello. ―Me estoy meando ―susurra Cita. Lo dicho, incluso aterrada, sigue siendo ella, tan «glamurosa» como de costumbre. Esto me consuela. ―Adelaaanteee… ―Detrás de la puerta alguien nos invita a pasar, arrastrando las vocales de una forma que me resulta tan familiar y cómica…, como lo hacía Bela Lugosi en aquella peli en blanco y negro. Qué decepción. Esperaba una voz de ultratumba, es lo suyo. Pues no, el Príncipe de las Tinieblas tiene por garganta un pito de los chinos. Aparece tras un velón del quince. Confirmado, no podré enchufar el móvil, o nuestro hombre no ha pagado el recibo o es más agarrado que el nudo un marinero o no ha habido empleado de la compañía eléctrica con los bemoles suficientes para subir aquí arriba. El muchacho se lo ha currado, es enteramente el vampiro de las pelis: la gomina, los ojos hundidos, los colmillos amarillos, la capa… hasta tiene las orejas puntiagudas como los murciélagos. Es más feo que escupir en misa. Lo siguiente será invitarnos a una copita de sangre y una tapita de higadillos, como si lo viera. Con un gesto nos indica que lo sigamos. Nos adentramos por un largo y negro pasillo; algo huele mal, muy mal. ―Cita, ¿tú no te habrás hecho cacotas? Antes de llegar a una sala presidida por el féretro del señor de la casa, ella se para en seco, da media vuelta y corre como jamás en su vida. Lo siento, yo no me pierdo esta «orgía» ni loca, ya la alcanzaré cuando tenga mi foto. Aparto una espesa tela de araña para asomarme a la ventana y ahí está mi amiga, rodando por el sendero cual pelota de niño cuesta abajo. ¡A tomar viento la entrevista! Pero mi selfie la hago salvo catástrofe natural. Cerca del ataúd, una mesita sostiene tres birras, rojas como amapolas, pero con el vaho propio de estar fresquitas y con su espumita y todo, como recién tiradas.

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Me bebo media jarra sin respirar. Tengo la sensación de haber engullido un cerrojo recién salido de la licuadora, debe ser el hierro de la ferritina sanguínea. Vaya si se lo ha montado bien mi lúgubre anfintrión. Le quito la capa al murcielaguín de un tirón, al estilo Kim Basinger en Nueve semanas y media, le revuelvo el cabello apasionadamente, le lamo los colmillos, le agarro con fuerza su prieto trasero… Lo que haga falta por mi ansiado premio. Mi objetivo es claro, meterlo conmigo en el siniestro aposento y disparar la cámara. En todo momento mi cabeza está en conseguir realizar la operación con eficacia y rapidez. Mientras lo magreo, como una actriz barata, pienso en cómo sacar el móvil del sujetador con cartón de relleno que me he puesto para sujetar el escote del vestido por encima de los pezones. ―Vamos a tu cama, Drácula mío, estaremos más cómodos ―le digo, dándome una tregua entre lametón y lametón. Confirmado, es un tío como otro cualquiera, la excitación no lo deja ni parpadear. Caemos dentro del cajón, yo debajo del ansioso varón, saco mi móvil habilidosamente entre su pecho y el mío, lo alzo sobre nosotros y ¡flash! Inmediatamente emprendo el camino de vuelta, victoriosa, dejándolo con el periférico más envarado que la Torre Eiffel. Bromeo conmigo misma: «verdaderamente este actorcillo de tres al cuarto no ve mujer desde hace siglos. Pobrecillo». Cita me está esperando a mitad de camino, recostada en el tronco de un árbol, toda magullada a causa de la huida. Qué pinta tiene… ja,ja, ja, con esos ropajes y en medio del bosque parece que su esposo David el nomo la hubiese echado de casa a media noche. ―¡Tengo mi selfie! Síii… ¡La tengo! Van a alucinar ―le grito con el móvil en la mano antes de pararme frente a ella. ―Pues andando, necesito una ducha ―contesta ella poniéndose en pie. ―Ufff… sí, sí que la necesitas. Espera, espera, mira la foto… Dentro del ataúd, ocupando todo lo largo del espacio, solo yo. ¡Se suponía que él estaba encima y que mi móvil y mi cara debían asomar a un lado de su espalda! No, no era un actorcillo muerto de hambre. ¡Era él! ―No te habrás dejado morder, ¿no? ―me dice Cita con sarcasmo. ―Sí, me mordió, pero después de hacer la selfie, justo antes de salir del… Ahora tengo pavor a hacerme una fotografía… ¿Y si no aparezco?

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Mercedes Pinto M.

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EL MOMENTO QUE DA MÁS MIEDO ES JUSTO ANTES DE EMPEZAR... Stephen King


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