Mari Sofía

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María Sofía Carlos María Velázquez García


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3 CUENTO CORTO

María Sofía

Carlos María Velázquez García


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Charlee, te llamó una tal Chola para avisar que había fallecido Esteban Rodríguez —¿Quién? —Esteban Rodríguez. Hace como dos horas. —No sé quién es. Esteban Rodríguez. Qué raro... Subí al estudio pensando quien sería, porque para que me avisaran especialmente lo tenía que conocer. ¿Sería Jorgito? No, como se va a morir de un día para el otro. Así nomás, con catorce años. El domingo había quedado en ir a casa. ¿Sería Jorgito? No, no podía ser. *** De muchacho tenías una gran pasión que creíste que duraba como los amores de las telenovelas: para siempre. Pensaste que el rugby era algo que amarías para siempre. No entendías como las mayoría de los muchachos que jugaban dejaban de hacerlo a temprana edad. Vos tenías diecisiete años y era posible descartar muchas cosas. Ibas a esa cancha en el kilómetro 16 del camino Maldonado. Un parque lleno de canchas de fútbol, insertado en un barrio marginal, de gente “humilde”, de niños descalzos. Siempre estaba lleno de niños cuando había partidos. Y había que tener cuidado, porque en un


6 descuido te robaban un bolso. Y todos mangaban. —¿No tiene un pesito señor? Pesados, insistentes. Al final había que darle a alguno para que salieran todos corriendo a gastar “el pesito” vaya a saber en qué. Había un niño que te llamaba la atención. Parecía distinto a los demás. No tenía esa maldad con que se alimentan los niños marginado, esa falta de escrúpulos para sobrevivir. Era un piojo de 6 o 7 años. Y le fuiste tomando cariño. Cuando te pedía una moneda, en vez de darle el dinero, ibas a comprarle un bizcocho, algún “rejuerzo”. Era como todos esos niños —”coquitos” les decíamos genéricamente— medio salvaje, siempre peleando y revolcándose por el piso. Gisele, tu novia, también se fue encariñando con él, y él con ella. El primer recuerdo que tenés te asombra aún recordarlo. Estaban hablando los de tres de la familia de él. Y te dice: —Yo tenía un hermanito. —¿Y donde está ahora? —le preguntaste. —Allá arriba Mirás hacia arriba y le contestás ingenuamente: —¿Arriba del árbol? Ahí te percatás de la cara de fastidio de Gisele que ya había captado el significado. —No, se fue al cielo. Una historia como tantas. Un bebé que muere a los pocos meses de nacer por algo tan evitable como una diarrea. *** Me fui un poco más temprano que de costumbre. Me dejó perturbado esa noticia. Esteban Rodríguez. Jorgito se llamaba en realidad Esteban Jorge, pero el apellido que usaba —el de la madre— era Martínez. Sería una broma de él: gustaba de llmar y decir disparates. La charla que tuvimos hace dos domingos —-que filmé sin que se diera cuenta— fue muy desconcertante. Allí estaba aquel piojo gigante —me dijo que pesaba 80 kilos— hablándome como un hombrecito de lo que pensaba estudiar, de lo mucho que me


7 quería... ¿Será posible? Llego a casa y le cuento a mi co-inquilino y amigo Tato. Por supuesto el desconcierto de él es mayor al mío. Llega de visita Daniela y se lo comento. ¿Que hago? ¿Será una broma del boludo este? Me decido a ir hasta la casa, porque sería un recuerdo muy terrible que haya pasado algo y yo no estuviera presente. El padrino no podía estar ausente. Me retumbaba una frase que solía decirme: “Charlee, vos sos como un padre para mí. Te quiero como a un padre” —No Jorgito —le decía yo—, nosotros somos amigos. *** Empezaste a llevarle ropa los domingos de partido. El se quedaba siempre con Gisele y Magdalena —una amiga de Gisele— conversándoles. Le tomaron mucho cariño y también se preocupaban de él. Cuando Magdalena quedó embarazada el vaticinó enseguida: —Va a ser varón. Y fué un varón. Esos eran sus temas predilectos. Las parejas, los hijos. También hablaba mucho durante una época de la comida. —¿Qué comiste hoy? —me preguntaba rigurosamente en aquellos domingos. Un día te diste cuenta que las pasiones también se terminan. Fuiste dejando de jugar al rugby. Se te ocurrió que él podía ir a visitarte a tu casa. Ahora estabas en otra cosa. Facultad, trabajo, tu relación con Gisele que se iba terminando, inevitablemente. Entonces se te ocurrió una idea. Ya estaba más grandecito. Le diste instrucciones precisas de como bajarse del “cusa”, y llegó un domingo por primera vez, contentísimo. Y después muchos domingos. Generalmente venía después de la escuela, a las tres y pico. Se quedaba a tomar la leche, conversaban, a veces salían a pasear, y después lo acompañabas a tomarse el “cusa”. Primero empezó a ir a la casa de tu mamá; después al estudio de la calle Duvimioso Terra; luego al estudio de la calle Treinta y Tres en la Ciudad Vieja; luego al apartamento de Luis Alberto de Herrera y finalmente a tu casa de Simón Bolívar, donde vivías con el Tato y Viviana. Fueron muchos años de ser amigos. Y como ocurre en estos


8 casos, a veces no tenías ganas de verlo; a veces lo extrañabas; a veces estaba insoportable; a veces insuperable; a veces imprevisible. Como ahora. *** Llamo a mi hermano a ver si me presta la moto. La perspectiva de ir en ómnibus hasta allá me fastidiaba un poco. El viaje es como una hora. Y tal vez sea una joda y me tengo que volver enseguida. Tal vez no es una joda y ahí no sé que mierda voy a hacer. Mi hermano se pone muy nervioso porque su moto de cuatro mil dólares puede ser presa de los “maleantes” de la zona. —No te la puedo prestar. A esta hora en ese barrio ni loco. Lo siento mucho. Lo mando a la mierda, pienso. —Bueno, no pasa nada. Muchas gracias. Nadie se ofrece a acompañarme. Todos comentan lo tenebroso de la situación, pero nadie se apiola. Llama a la Negra para avisarle del asunto. Capaz que le interesa. Capaz que hasta se ofrece ella a acompañarme y podemos ir en su auto. No está. Le dejo el mensaje de comunicarse conmigo urgente. Y me voy. Hago el mismo recorrido que hacía con él cuando lo acompañaba a la Plaza de la Bandera a tomarse el “cusa”. De camino me compro otra caja de cigarillos, porque pienso que tal vez la necesite. Por un instante pienso en mi hermana que estaba internada porque probablemente tenga otro bebe esa noche. Me pongo bastante nervioso ante la incertidumbre de lo que me voy a encontrar allí, en el kilómetro 16. *** Dos por tres te traía esquelas de la madre. Eran del tipo de “Humor en la Escuela”. Un remedio, algún pedido especial. A él no le gustaba pedir nada. Y menos para la madre o la abuela. Pero cuando tenía que hacerlo, deba unos rodeos bárbaros, justificaba sólida-


9 mente la necesidad del pedido y terminaba diciendo siempre: —Pero si no podés, no importa. La madre y la abuela eran otros de sus temas preferidos. Te contaba lo que él les decía, lo que ellas le decían. Las quería mucho y cuidaba de ellas. Compraba comida para la casa. Siempre te contaba de las desgracias de la abuela. Que le pasaba esto, que tenía lo otro. Vos lo veías medio de lejos, pero muchas veces también ayudaste. Y siempre quedaban muy agradecidos. El les hablaba mucho de tí. Eras algo muy especial para ellos. Te tenían un cariño y respeto enorme. Un día concretaron una visita tuya allá en el rancho de piso de tierra. Un domingo de tarde. El te estaba esperando en la parada. La madre y la abuela te esperaban afuera de la casa, no te hicieron pasar. ¿Adónde te iban a hacer pasar? Jorgito fue a comprar una pesi y galletitas, a las que le puso pedazos de manteca como si fuera queso, y vos hiciste el lógico cumplido de invitado. Hablaron de él, de cómo se portaba, de su epilepsia reciente. Hablaron del curso de carpintería que pensaba hacer en Don Bosco el año siguiente. Algunos cuentos y todas las frases hechas del caso. Se les notaba el nerviosismo. Al caer la tardecita, te fuiste. Esta vez te acompañó él. Se le notaba el orgullo de pasearse contigo por el barrio. Estaba contento. —Charlee, yo te quiero como a un padre. —insistía en decir cuando se despedían. Vos y tus novias eran lo más importante para Jorgito, motivo de preocupación, curiosidad y burla constante. Cuando dejaste con Gisele y al poquito tiempo te pusiste de novio con la Negra, a él le costó bastante aceptarla. Al principio decía que no la quería nada. La primera vez que vió a la Negra fue en la casa de tu vieja. Ella llegó con alguna copita encima y te pidió prestada una plata. El aprovechó para opinar que era una borracha y para decirte a cada rato de ahí en mas: “Negrito, no me prestás tres mil pesos” y se hacía el rogado. Tenía una sensibilidad muy fuerte para detectar a las personas que lo querían y los que no la querían. Los separaba en buenos y malos. O brujas, como tu hermana, que te había prohibido que lo llevaras a tu casa, aunque nunca permitiste que lo lograra. Al tiempo tuvo que aceptar que la Negra se quedaba por un


10 rato y se esforzaba por no hacerte sentir incómodo. Nunca la quiso realmente, pero era cariñoso con ella y le tomaba el pelo todo el tiempo. Ella hacía lo que podía. Tenía una desfachatez notable. En los últimos tiempos cuando iba a tu casa, lo primera que hacía era llamar por teléfono a Gisele, a Magdalena, a la Negra e incluso llamaba a tu madre. —¿Está Lis? De parte de Juan. Inventaba nombres y cuando hablaba con tu madre, le inventaba historias. Le decía que tenías otra novia, inventaba cualquier cosa. *** Cuando estoy en el ómnibus en camino, ya es de noche: tengo la sensación de lo peor. Se me hace un nudo en la garganta y no puedo imaginarme la situación. Me digo para tranquilizarme: “espero a llegar para ver qué cuernos pensar”. El ómnibus va en silencio. Los pasajeros son en general gente humilde, gente “de trabajo”. Muchos duermen. Yo creo que no voy a pegar un ojo en toda la noche. Pienso en la madre de Jorgito. Es hijo único. Estaba “el hermanito del árbol”, pero ahora no le queda nada. No, no puedo pensar así todavía. Para qué. Me imagino que fue una broma. No, tal vez sea sólo una equivocación. Y yo me voy a aparecer como un boludo por el rancho de Jorgito a las nueve de la noche, y seguramente esté en la casa de la vecina mirando alguna de esas seriales violentas que tanto le gustan. Nos reímos un rato con la confusión y me vuelvo. Además, el domingo iba para casa. Hoy es jueves. No puede ser. *** En los últimos tiempos lo habías notado cambiado. Había estado muy nervioso. Un día te llamó cinco veces para decirte que te quería mucho, que eras como un padre para él. Y siempre saludos para la Negra. Y cómo está Gisele. Y tu madre. Y “la Viviana”. Ay negrito, no me prestás tres mil pesos. Te llamaba siempre de lo de Juan, el bolichero donde trabajaba


11 haciendo mandados. Y en la línea se escuchaban las cachadas de Juan. Y los dibujos. Siempre traía un dibujo. O dos, o tres. Uno para vos y los otros para la Negra o para Viviana. Casi siempre dibujaba lo mismo. Casi siempre parejas. Parecían dibujos de un niño de siete años. Eso se debía a un leve retraso que tenía que no se le notaba a simple vista. Pero tenía gran dificultad para el aprendizaje. Quien sabe todo lo que le faltó desde que estaba en la panza de la madre. Y vos ibas juntando los dibujitos. A veces te daba cierto orgullo que él fuera “tu amigo”, porque todos preguntaban quién miércoles era ese niño con aspecto de “pobre”. “Es un amigo” —decías vos. Te imaginabas que a pesar de algunas incomodidades que a veces te provocaban sus visitas —porque tenías que atenderlo casi en exclusividad, darle de comer y acompañarlo a la parada después y a veces estabas trabajando o haciendo otra cosa— iba a ser una amistad realmente formidable cuando él ya fuera un muchacho o un hombre. Ibas a tener que tener un poco de paciencia, nada más. *** Bajo del Copsa y aquello es una negrura espeluznante. Que sea lo que Dios quiera. Me meto por el camino que va a la casa de Jorgito. Se escuchan ladridos, y me distraigo pensando que en cualquier momento me ataca un perro y tengo que salir corriendo. Pero nada de eso. Está todo tranquilo. Silencioso. Prendo un cigarrillo cuando diviso el rancho. menos mal que está sobre el camino y es fácil de llegar. La noche está fresca. Estamos a mediados de agosto. Ya en la esquina veo que no hay ningún movimiento. me digo “acá no ha pasado nada”. Capaz que están durmiendo. De todas formas me parece una quietud sospechosa. Llego frente al rancho. Por un instante no sé que hacer. Golpeo las manos. Silencio. Golpeo nuevamente y sale de un rancho vecino un viejo. —Buenas nochas. Mire, yo soy amigo de Esteban —así lo llaman en el barrio— y me llamaron para decir que había fallecido


12 Esteban Rodríguez. Yo no pude creer y vine para ... —Sí. Murió esta mañana. —Pero cómo.... *** El domingo anterior vino como siempre al mediodía. Comimos como siempre —o casi— tallarines con tuco. Como siempre él comió todo lo que le diste. Dos platos de tallarines. Coca-Cola, dos bananas de postre. Su hambre era infinita. Ese día estaba de un humor particular. Quería estar un poco solo. Se puso a escuchar el partido de fútbol por radio y al mismo tiempo miraba televisión. Vos estabas haciendo otra cosa. Seguramente trabajando. Tenías una cámara de video y lo filmaste un rato mientras miraba-escuchaba la televisión-radio. El no entendía mucho lo que pasaba. Después estuvieron charlando. También lo filmaste. Dejaste la cámara arriba de una silla y salieron los dos en la filmación. La radio estaba tan fuerte que no se escuchaba lo que conversaban. En realidad hablaba él. Hacía gestos fuertes. Se paraba, se sentaba, agachaba la cabeza, se sacaba mentiras de las manos. Parecía que estaba discutiendo un asunto muy serio. El no miraba hacia la cámara. Ese día te dijo que pensaba morirse en cualquier momento. Y vos no le diste mayor importancia. Pensabas que la epilepsia estaba controlada. No sabías con detalle lo que le pasaba. *** —Apareció esta mañana tirado en una cuneta. Parece que salió de madrugada y apareció a las seis de la mañana. Un ataque de epilepsia muy fuerte. La verdad es que lo dejaron morir. Pobrecito. Una injusticia. —me relató el vecino. Yo estaba duro. Empezaba a imaginarme que de verdad estaba muerto. Para siempre. —¿Dónde lo están velando? —En la casa de una tía. Es aquí cerca. Yo te acompaño, porque


13 capaz que te perdés. Fuimos casi sin hablar. —Yo soy amigo de él. Me llamo Charlee. —Sí, sí. Siempre hablaba de vos. Llegamos a la casa donde lo velaban. Una casa de material media hundida. Entro a una pieza de cuatro por cinco iluminada por una lamparita que cuelga del techo. En el medio de la pieza el cajón, abierto. Jorgito, como si estuviera durmiendo. La cara un poco deformada. Alrededor, sillas y gente en silencio. Lo miro fijamente durante algunos minutos. Quiero pensar que se va a levantar de ese horrible cajón. Los pensamientos se me amontonan a gran velocidad. Miro unos segundos más, como para terminar de convencerme, y salgo. Pregunto por la madre. me dicen que se había ido a dormir un poco. Que le habían dado unos calmantes. Estaba destrozada. Prendo otro cigarillo y me siento en un banco. Llegaban los vecinos. Se me acerca uno con cara de tarado y me empieza a contar que él también tenía epilepsia hace unos años. Que trabajaba con máquinas de la intendencia, pero por suerte nunca le pasó ninguna desgracia. “Un día —me dijo— miré de frente al Señor y creí en Él. Y Él me curó. No fuí más al sindicato médico. Nunca más.” Yo asentía a todo lo que decía. Me sentí muy inútil ahí. Me fuí. Me hubiese gustado ver a la madre, saber algo más. Saber si no preguntó por mí. Sentirme más cerca de él. Pero no iba a ser posible. Me fuí caminando despacito, muy despacito. Sentí derrepente un enorme cansancio. *** Te ponés a recordar tantas cosas que pasaron juntos. Y pensás que es la primera muerte en muchos años que realmente te choca. Pensás en lo injusto que es. En lo injusto no sólo de la muerte de Jorgito, sino de todos los que al nacer están condenados a morirse jovencitos, sencillamente porque en los primeros años de vida no pudieron alimentarse normalmente. Y ya empezás a extrañar los “Negrito, ¿me prestás tres mil pesos?” Y las llamadas por teléfono. Y los dibujos. Te vas acordando de cosas. La primera vez que se subió a un ascensor contigo, por primera vez en su vida. No sabía


14 como funcionaba. Te acordás de los cuentos de la escuela. Como le contestaba a la maestra. Como protegía a los más chiquitos. Las peleas salvajes. Las novias. Te mostraba las muñecas tajeadas con las iniciales de las novias. Y ahora todo es un lindo recuerdo. Es sólo pasado. Pasado y recuerdos. *** Me bajo en 8 de Octubre y Larrañaga. En el ómnibus me sentía medio zombi. Todavía no me podía habituar a la idea. Me bajé y sentí el fresco de la noche. Eran las once y media. Prendí otro cigarrillo. Iba pensando que lo único que faltaba era que mi hermana hubiese tenido alguna complicación en el parto. Subí al cuarto piso del sanatorio. En el corredor me encuentro con mi cuñado. —¿Y? —le digo. —Una nena. María Sofía. Me da una sensación de alivio. Y pienso: vos sí que tenés suerte, María Sofía.


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