4 minute read

Una más

Una más Sara

Me llamo Sara, por desgracia soy una de tantas a las que nos han dañado...

Advertisement

Desde mis 14 años hasta los 30 fui pareja de un maltratador psicológico. Un ser que logró transformar mi personalidad por completo, un ser que me hacía sentir de menos cuando en realidad valía mil veces más que él.

Se aprovechó de mí buen carácter, de mis pocas ganas de enfrentarme a alguien y conseguir hacer daño, de mi sensibilidad... Se aprovechó de todo lo bueno mío para usarlo en contra de mí y a favor de él.

Me hizo sentir que era una mala persona sólo por ser agradable, sencilla y cariñosa. Hizo de mi vida un infierno, separando de mí a toda la gente que me importaba.

Un día abrí los ojos, no fue sola, fue con la ayuda de alguien igual de malo que él, porque también se aprovechó de todo lo mío para tenerme a su servicio, sólo que haciéndome pensar que estaba viviendo otra cosa distinta.

Pero llegó un día en el que sus celos escondidos salieron a flote, yo ya tenía una niña preciosa fruto de los dos, una niña que tenía once meses aquel día.

Después de comer y con mi niña en brazos recibí la mayor paliza que se le puede dar a una mujer, con ensañamiento según la Guardia Civil. Estuvo a punto de matarme, tuve que ver como mi hija se me caía de los brazos en uno de sus puñetazos, pero ni eso le frenó, me siguió golpeando mientras recogía a mi hija del suelo.

Me rompió la nariz, me intentó asfixiar dos veces y ni su propia hija frenó ese impulso de hacer daño a lo que, según él, más quería en su vida.

Después de aquello yo no denuncié, por pena, por miedo... A día de hoy creo que mi motivo fue la niña, entonces no fui consciente de que ese tenía que haber sido mi motivo para sí denunciar.

Pero volví a casa, después de una orden de alejamiento volví, pensando que se sentía mal, que se había equivocado, que me lo había hecho porque yo lo merecía.

Nunca fue así, lo hizo porque lo llevaba dentro, porque él es así.

Y un mes después me volvió a pegar, sólo fueron tres bofetadas en las que me partió el labio y otra vez en presencia de mi bebé.

Y entonces me fui, volví con mi familia, llena de temores, de rabia, de dolor... Pensando qué iba a ser de mi vida y de la de mi hija, tuve que superar a mi propia mente para no sentir pena por alejar a mi hija del monstruo de su padre.

Me di cuenta que siempre se tiene a alguien a quien coger la mano cuando tú no puedes con todo, que no hay que vivir esas experiencias ni una sola vez, que hay que hacerse respetar

y no permitir que nos hagan sentir algo que no somos. Yo nunca denuncié y creo que es de lo que más me puedo arrepentir a día de hoy, porque por desgracia mi hija tiene que seguir viéndole porque así es la ley.

Me ha costado llorar cada noche de mi vida sintiendo dentro de mí cada golpe que me dio. Y aunque ahora me siento la mujer más feliz del mundo, porque he tenido esa fuerza y porque tengo a mi lado a alguien que realmente me ha hecho sentir lo que es el verdadero amor, sigo llorando...Y nunca deberíamos llorar por un miedo provocado por alguien.

Tenemos que hacernos valer, ser fuertes, ser firmes y hacernos respetar y jamás soportar algo así, porque será algo que marque nuestra vida para siempre si consigues salir de ello, si no te matan... Porque a mí estuvieron a punto de matarme y entonces, ¿qué habría sido de mi pequeña?

Hoy pido perdón cada noche por no haber puesto esa denuncia tan necesaria, el miedo o la inseguridad a veces es más fuerte.

Nunca debió ponerme una mano encima, ni todo lo anterior, nunca debí permitir nada de eso... Cuesta verlo, pero hay que esforzarse en ver la realidad y no lo que nos quieran hacer pensar.

La vida es una y es propia de cada uno, nadie tiene derecho a elegir cómo tienes que vivirla.

Hoy tengo una niña feliz que podía haber muerto por muy fuerte que suene, a manos de ese animal que es su padre.

Pero en realidad su padre es el que día a día está a mi lado, el que nos besa cada noche y cada mañana antes de irse, el que nos abraza no escucha y nos apoya, el que me hace ver lo que valgo y lo que tengo.

Gracias a Dios, no todo el mundo es malo y con esa gente es con la que tenemos que apoyarnos cuando necesitamos una mano que nos saque de donde nosotros mismos no somos capaces.

Siempre hay quien pueda ayudarnos.