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Un caso entre muchos

Un caso entre muchos Mª Carmen Martínez Moreno

La primera vez que nos vimos, y empezamos a hablar, pensamos que no teníamos nada en común. Éramos como el día y la noche. ¡Qué equivocación! No sabíamos en esos años que la amistad llegaría hasta nuestros días.

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Yo era una estirada y ella «un chicazo», como se decía antes. La mayor de tres hermanos, por eso supongo que todo lo peor se lo llevó ella. Empezamos a quedar para todo. Lo poco que nos dejaban salir, siempre juntas: entre semana, después de clase y los «findes». Cualquier pretexto servía para quedarse a comer en mi casa. La relación con mis padres era muy buena y a ella le encantaba estar con nosotros.

Más adelante fuimos notando que ella veía en mí y mi familia el cariño que en su casa le faltaba. La hora de vuelta a casa no podía pasar de las 9, eran otros tiempos. Pero al igual que yo lo tenía estipulado, a ella se lo hacían entender a puñetazos. Cosas tan simples como pintarse las uñas eran una molestia para su padre. Las fiestas de Navidad eran las peores, siempre había alguna movida. Así que se entiende que ella quisiera estar lo más posible con nosotros, era una forma de evadirse.

Pasaron algunos años y sucedió la muerte de su hermano pequeño. Esto dio lugar a que las esperanzas que tenía puestas su padre en su único hijo varón se disiparan.

Viendo la situación, conoce a un chico y se casa muy pronto, para escapar. Fue salir de Málaga y meterse en Malagón. El amor a veces es ciego, y no digo que no lo quisiera; pasaron algunos años más o menos felices.

Perdimos un poco el contacto, aunque ella trataba de seguir la amistad que teníamos con nuestros respectivos maridos.

Seguimos así mucho tiempo, cuando quedábamos yo veía cosas raras y alguna situación difícil que ella trataba de disimular. Además del parecido con su padre, es que todo se lo tenía que poner a su merced. La forma de hablar con ella, de hacerle sentir inútil, de decirle que ella sola, sin él, no podría hacer nada, que no hacía nada bien, que todo lo hacía mal...

que le había perdonado muchos deslices, que era muy activo y lo necesitaba cuando estaba fuera.

En uno de esos últimos devaneos y ya con un hijo dijo «hasta aquí hemos llegado». Le echó de casa, y él no pudo entenderlo, ya que la consideraba tan inútil que dio por hecho que aguantaría todo, porque sin él no podría estar. Se me olvidó poner que mi amiga trabajaba a media jornada, gracias a Dios, también fue una ayuda en estas circunstancias.

Ahora lleva diez años caminando sola, ha sacado a su hijo adelante, sin ayuda económica del marido, como se pueden suponer. ¡La fuerza que tiene! Ha pasado un cáncer, y sigue adelante. Le han echado del trabajo con una edad crítica, y sigue adelante. Y ahora, cuando la situación que tenemos no es la mejor, ella sigue caminando.

A veces vuelven los fantasmas del pasado, a pesar de que su hijo no es la mejor compañía que necesitaría, sigue luchando.

En este día tan señalado, sigue libre, amiga.