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Diario de una niña maltratada

Diario de una niña maltratada Anónimo

Hoy hace un día precioso, perfecto para desahogarme y contar un poco sobre mi vida bastante impactante.

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Tengo 31 años, soy de Rumanía y vengo de una familia desequilibrada, con un padre alcohólico, agresivo, maltratador, una madre sumisa al marido, ingenua, miedosa, fría con sus hijas, pero buena persona, y una hermana mayor a la que no le importaba mucho la situación en la que vivíamos pero la quería muchísimo.

Aunque no nos ha faltado de nada económicamente a mí y a mi hermana, porque mi madre era la única que estaba trabajando en la casa pero con un buen sueldo, vivíamos rodeadas de mentiras, agresiones, insultos, discusiones, maltratos y desconfianza. Ella llevaba toda la casa, nos crió, nos cuidó como pudo mientras estaba en casa. Cuando estaba trabajando yo era el juguete y la chacha de “papá”, sobre todo cuando mi madre trabajaba de noche. Yo era su sirvienta cuando llegaba borracho a casa con sus amigos a las dos de la mañana y cuando le apetecía hacer el gracioso y les enseñaba a sus amigos cómo jugaba a los dardos, tirándome cuchillos estando frente a una puerta, o lo hacía con mis pies, depende de lo que le antojaba.

Mi infancia no fue nada fácil, solo porque he nacido mujer, eso es lo que me dijo mi padre cuando tenía 9 años: “Has nacido chica y a ti no te lo voy a perdonar porque yo quería un varón. A tu hermana la perdoné, pero a ti jamás y lo vas a pagar”. Esta era siempre su versión. Llegaba a casa y nada más entrar empezaba a golpearme con su cinturón, con rosales (las cortaba desde abajo y me pegaba con las espinas hasta sangrar, y aun así no paraba) con palos, con todo lo que le entraba en la mano. Y yo siempre le preguntaba porque lo hacía, en qué me he equivocado y él me contestaba: “porque me da la gana”.

Un día, él, el monstruo, estaba trabajando en el tejado de la casa, y cuando pase por ahí en ese momento mirando hacia él, vi cómo empujó un paquete de ladrillos (venían como 40 unidades) hacia mí. En ese momento tuve tiempo de dar un salto y me salvé. Le miré y él, como si nada hubiera pasado, continuó con su trabajo.

Teníamos una casa enorme con jardín, huerto, y justo detrás de la casa teníamos un cementerio que tenía una puerta para poder entrar. Y ese lugar era el único refugio que yo tenía para esconderme de él. Da igual que fuera de dia o de noche.

Siempre le contaba a mi madre lo que hacía mi padre cuando ella no estaba, pero nunca se atrevió a enfrentarle porque sabía que luego lo iba a pagar ella, por meterse (no sería la primera vez que iba a trabajar con los ojos morados).

Un día mi madre me da la mejor noticia del mundo: iba a dejar a mi padre y nos íbamos a vivir en un piso de alquiler. Era la niña más feliz del mundo. Él no estaba en casa y nos fuimos con unas pocas maletas dejando todo atrás.

Siete meses de felicidad pura, en los que ya no dormía con las zapatillas puestas preparada para correr de la casa en cualquier momento, ya no me pasaba los días y noches en el cementerio, teníamos amigos y mi madre nos dejaba jugar. Cambiamos de colegio y ya empezaba a tener más confianza en mí, era feliz, y ahí fue donde sentí lo que es ser un niño normal.

Siete meses de tranquilidad y paz, hasta que un día el monstruo nos encontró. Mi madre estaba preparada para dejarle, incluso tenía un abogado y con los papeles de divorcio sobre la mesa esperando el momento de ir al tribunal.

Empezaron otra vez las amenazas, puertas rotas, entraba con fuerza en la casa, nos pegaba a mí y a mi madre, y un día unos vecinos llamaron a la Policía porque yo y mi hermana estábamos solas en la casa, y él entro rompiendo otra vez la puerta y me pegó tan fuerte que mi cabeza estaba hinchada. Entonces la Policía se lo llevó, pero al día siguiente estaba de nuevo en nuestra puerta.Y así siguió días, hasta que un día llegábamos del colegio y vimos unos hombres cargando nuestras cosas, nuestros pocos muebles y maletas. Pregunté a mi madre dónde íbamos, y el monstruo me contestó desde la cocina: ‘A casa’. Logró convencerla y ese día lo pasé llorado.

Pasaron los años, tenía la misma vida miserable, y deseaba acabar la ESO para marcharme de casa. Un verano trabajé de camarera y conocí a un chico, 10 años más mayor que yo, y empezamos una relación amorosa. Parecía majo y con la cabeza centrada, pero después de unos meses empecé a conocerle mejor y me di cuenta que era la copia de mi padre.

Cuando estuvimos de vacaciones en Grecia me pegó tan fuerte que tuve las piernas moradas, y después de tres días me pidió matrimonio. Ahí, en Grecia.Y como había un montón de gente, y también conociéndole a él, dije que sí.Aunque sabía que no quería pasar mi vida al lado de otro monstruo.

Estuvimos tres años juntos porque muchas veces lo veía como un refugio. Me refugiaba en su casa los fines de semana para no ver más a mi padre. Más bien estaba con un monstruo para esconderme de otro monstruo.

Cuando estaba en el último año de la ESO y ya tenía 18 años, llegó el último maltrato de mi padre. Me pegó tan fuerte que apenas podía caminar, tenía todo el cuerpo lleno de moratones, sangre, colores de todo tipo menos en la cara (era listo). Sólo se lo enseñé a una compañera mía de clase para que me ayudara a no acudir a Educación Física.

Tenía una prima que se había marchado a España unos dos años antes de acabar yo la ESO y me propuso ir también.Y eso fue lo que hice nada más acabar los estudios y el examen de Bachillerato.

No dije nada a nadie, ni siquiera a mi madre o a mi hermana. Ya tenía los billetes de avión y ese día llegó (febrero de 2009), y me acuerdo que les dije que me iba a casa de una amiga un fin de semana, y que mi madre me decía que llevaba mucha maleta para ir sólo dos días...

He culpado muchos años a mi madre de todo lo que me había pasado pero luego entendí que era una época en la que el machismo vencía, en la que las mujeres maltratadas no tenían protección ninguna, y que la gente veía mal a una mujer soltera y con dos hijas. Dejé atrás a mi familia y una relación de tres años en la que nunca fui feliz.

Al llegar a Madrid llamé a mi madre diciéndole dónde estaba y que no iba a volver más. Sentí su dolor, pero sólo le pedí tiempo para centrarme en mí, y buscar un trabajo estable.

Mi hermana tenía una relación de cinco años y se iba a casar e irse de casa. Yo no podía dormir por las noches sabiendo que mi madre se iba a quedar sola con él. Tenía que traerla conmigo. Seis meses después de llegar a Madrid ya tenía un trabajo estable, y le compré el billete de avión para que viniera ella también. Ha sido la mejor decisión que he tomado. Mi madre llegó con una sola maleta, y dejo atrás todo: la casa y 20 años de recuerdos.

Mi hermana se casó con un hombre maravilloso y también se fue de casa.Vivimos tiempos buenos, teníamos trabajo, estábamos tranquilas las tres, y yo era feliz. Pero al mismo tiempo algo me atormentaba, algo no me dejaba en paz. Tenía pesadillas casi todas las noches de cómo el monstruo se me acercaba y levantaba la mano con un cuchillo en la mano, y justo antes de clavarme el cuchillo, yo me despertaba toda nerviosa e inquieta.Y esto me pasaba casi todas las noches.

Hice unas amistades no muy buenas, que salían mucho y consumían drogas, y me metí yo también en ese mundo. Parecía que cuando estaba con ellos y bien colocada el monstruo no aparecía, y estaba tranquila. Pero todo era solo un engaño de mi cerebro. Estuve unos meses dentro de ese estilo de vida, hasta que un día vi a mis amigos colocándose para poder ir a trabajar, y pensé que yo no quería ser como ellos. Que yo era joven y tenía toda la vida por delante. Y me alejé de ellos y nunca más salimos.

Empezaron las pesadillas y volver a encontrarme con ansiedad y depresión, y perdí mi trabajo por los ataques de pánico que me daban y por lo mal que me encontraba. Pasé cuatro meses de puro infierno, con recuerdos y pensamientos negativos. Mi madre me estuvo apoyando en todo momento, y pienso que sin ella ahora no estaría aquí escribiendo. Después de esos meses difíciles empecé a sentirme mejor gracias a los tratamientos, los psicólogos que he tenido, y por ser fuerte y querer superar todo eso y mejorar, perdonándole al monstruo.

En 2012 ya estaba trabajando y salí con unas amigas una noche de verano. Era el cumpleaños de una de ellas y aquella noche me enamoré a primera vista de un chico que se llamaba Gabriel. Era encantador, tímido, respetuoso, y eso me hizo conocerle más y quedamos al día siguiente, hasta que los dos acabamos enamorados perdidamente uno del otro.

Él también tenía una familia más o menos como la mía, con un padre maltratador y machista que pegaba mucho a su madre. Pero sus padres llevaban ya muchos años separados y la única diferencia fue que su padre nunca le pegó a él.Vivía con su madre y su padrastro, y el día que su madre me conoció, no me aceptó, por ser un año más mayor que él. Le quitaba todo el sueldo cuando cobraba, y él no decía nada, porque siempre ha sido muy mimoso, y lo que decía su madre era sagrado para él. Así pasamos un año entero, hasta que su madre decidió irse de España, y Gabriel y yo nos mudamos juntos. Pasamos unos cinco años maravillosos, con cosas buenas y malas, muchos viajes, grandes planes de futuro, de casarnos y de comprarnos una casa aquí en España.

Después de cinco años Gabriel ya no era el mismo. Se había acomodado tanto con nuestra vida, con el hogar que yo le ofrecía, que se olvidó de sus promesas y nuestros sueños. Luego empezaron las discusiones, el maltrato psíquico, incluso físico, y sobre todo la infidelidad de su parte, que ha sido lo más doloroso. Nos separamos unos meses, hasta que me convenció de que estaba muy arrepentido y quería volver conmigo.

Estando todavía tan enamorada de él, nos dimos una segunda oportunidad. Y volvió a ser pura miel, el hombre del que me había enamorado al principio, el hombre que me daba aten-

ción, cariño, que me abría la puerta con deseo cada vez que llegaba a casa. Empezamos otra vez a hacernos planes de futuro y ponerlos en práctica.

Nuestras familias no estaban de acuerdo con la decisión de volver juntos, y aun así compramos la casa (en 2018) que tanto habíamos soñado tener. A partir de ahí, todo cambió otra vez.

Se dedicó tanto a la casa que tenía más ilusión con ella que con nuestra relación. Prácticamente se olvidó totalmente de que yo existía. Ya no me veía, ya no hablaba conmigo, no teníamos intimidades, me rechazaba, empezó a hablarme mal porque yo le reprochaba su cambio, porque no le entendía. Me sentí humillada y rechazada. Todo esto duró dos años.

Estamos en 2020 y todavía no sé que es lo que ha podido pasar para que él cambiara tanto de repente, porque me costaba creer que era sólo por la casa, y empecé a dudar de su fidelidad. Él me decía que no, que no había otra persona, que todo el dinero lo teníamos los dos (está en una sola cuenta), y que yo puedo ver que no falta nada que él pueda gastarse con otra. Hasta que un dia descubrí que él escondía dinero en su coche. Y le llamé mentiroso. Y él explotó y se sintió descubierto. Me faltó tanto el respeto, me insultó y me amenazó diciendo que me iba a matar con sus propias manos, sin importarle la Ley. Me senté en la silla de la cocina como un “conejito miedoso” (así me dijo él), sin decir nada, y no podía creer a quien tenía delante. ¿Otro monstruo? ¿En serio?

Al día siguiente me fui a trabajar, y mientras estaba conduciendo pensaba lo infeliz que había sido los últimos dos años. También llevaba ocho años trabajando en el mismo sitio ilegalmente, y ya estaba cansada de pedir mis derechos y que mis jefes pasaran de mí.

Toda la mañana pensaba, y veía que todo iba mal en mi vida: mi relación, mi trabajo, perdí a mis amigas porque se habían ido de España, me sentía desconsolada, y sólo tenía a mi madre. Pero aun así no pude controlar mis pensamientos. Me fui a casa e intenté… quitarme la vida.

Dejé todo preparado: una carta para mi madre, otra para él, mis cosas bien guardadas para mi madre. Me di una ducha, me arreglé y me tumbé en la cama. Muy triste, pero lo hice, me tomé tres cajas de Diazepam, y sentí como mis ojos estaban muy inquietos dado vueltas muy rápido, como dos minutos.Y ya ahí creí que acababa mi sufrimiento.

Me desperté unas horas más tarde: una enfermera de la ambulancia me pegaba en la cara para despertarme. Y vi como las dos manos las tenía en infusiones, sin enterarme de nada y... los ojos azules que tenía la enfermera no se me olvidan. Luego me volví a despertar en el Hospital, y un médico me gritaba para que mantuviera los ojos abiertos.Apenas por la noche empecé a mejorar un poco y ser consiente de dónde estaba y de lo que había pasado, y me puse a llorar porque estaba viva.

Una psiquiatra me atendió al día siguiente, cuando ya estaba mejor y podía hablar con claridad. Una ambulancia me llevó de regreso a casa, porque Gabriel ni siquiera vino a recogerme. De camino a casa pensaba que si he sobrevivido es por algo, que ahora las cosas serían diferentes, y que él se va dar cuenta y que va cambiar (qué estupidez).

Mi madre, toda destrozada, me recibió, me dio un abrazo (casi nunca lo hace), me cuidó y se quedó conmigo. El fulano, pues trabajando como si nada.Al volver de su trabajo me trajo flores diciéndome que me recupere. Estamos en trámites de separación.

Tuve unas semanas de mucha ansiedad y depresión como hace 9 años. Pero de nuevo gracias a los profesionales, a Sandra, mi médico, a Pilar, Ana Rosa, Marta y Lola, las cuatro súper mujeres héroes del Centro de la Mujer, me han ayudado tanto a superar todo esto y ver la vida

de forma distinta. Creo que todo ha pasado por algo. Siento que hay un nuevo camino en mi vida. Siento que debo cumplir mis sueños, que debo evolucionar, y sobre todo ser feliz conmigo misma.

He dejado mi trabajo y me centro en mi pasión, que es la pintura. Ahora tengo tiempo y estoy estudiando la pintura y todo relacionado con esta maravillosa pasión y talento que tengo escondido toda mi vida.

Tengo una edad en la que ya no tengo tiempo para promesas que nunca se cumplen, no tengo tiempo para personas fingidas, no tengo tiempo para hombres mimosos que sólo saben querer a sus madres y a nadie más. Sólo tendré tiempo para aquellas personas que me aporten felicidad y me hagan sonreír.

Soy una niña atrapada en el cuerpo de una mujer que quiere disfrutar de la “infancia o vida” que nunca tuvo.