Ánima Barda Nº8 Oct-Nov 2012

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CRIS MIGUEL dispuso a irse y en el último momento se volvió hacia ella—. ¿Le gustaría acompañarme y jugar conmigo una partida de ajedrez? Estoy harto de William, creo que hace que gane apropósito —confesó sonriendo. Joanne no supo qué le hizo asentir. Tenía impulsos que la empujaban a disfrutar de la compañía del señor Richfire, pero también tenía sensaciones, presentimientos, de que ese hombre albergaba un alma oscura, debajo del dorado y el azul de sus ojos. Aun así aceptó y se acomodó en un butacón enfrente de él y de las piezas blancas que amablemente le había cedido. —Le toca mover, señorita. —La miraba de una forma extraña, sujetándose el mentón. Joanne estaba a todo menos a la estrategia. No sabía cómo no la había ganado aún, porque sus movimientos estaban siendo cualquier cosa menos brillantes. —¿Se rinde, señorita? —preguntó tras un baile de fichas. Joanne miró el tablero y supo que la tenía acorralada. Moviera lo que moviese, él la iba a ganar. Se apoyó rendida sobre el respaldo, ignorando las normas protocolarias por un segundo. Richfire soltó una carcajada, victorioso, y se dispuso a encender la pipa que llevaba en el bolsillo de su chaqueta. —Gracias por esta fabulosa partida, señorita Ellis —dijo soltando el humo, una vez preparada. —Siento contradecirle, pero para mi persona no ha sido, como dice, fabulosa —dijo vencida. —¡Oh! No se sienta mal, estoy dispuesto a darle la revancha cuando le plazca. Los ojos de Joanne refulgieron, o a ella se lo pareció. La sola idea de que el Conde quisiera pasar más tiempo en su presencia… Para él no era más que una simple institutriz. Realmente no sabía a qué se dedicaba el señor, pero disponía de varias empresas bajo su mando. —Es tentador, pero puede que no le guste perder ante una mujer —le provocó intencionadamente.

—Sería una experiencia que me encantaría probar. —Arqueó una ceja—. Para todo hay una primera vez. Joanne recuperó la postura y miro por el gran ventanal del salón, que formaba parte de la fachada principal de la mansión. —¿No le gusta observar a la gente e imaginar hacia dónde van y de dónde vienen? —le preguntó dejándose llevar. —¿A usted sí? —inquirió. —Sí… —Joanne suspiró—. Me gusta imaginarme historias, cuentos. Lamentablemente, carecemos de fantasía bajo este cielo gris. —¿Le gusta la fantasía, señortia Ellis? —¿A quién no puede gustarle? —Sus ojos desbordaban entusiasmo—. Estamos demasiado sumergidos en la rutina. Y usted todavía es un hombre, si me permite la incumbencia, pero para mí, la fantasía es lo que me permite volar y soñar con cosas imposibles. —Cosas imposibles… —Richfire inhalo su pipa y echó el humo despacio—. A lo mejor no son imposibles, que no lo haya visto no significa que no exista. —¿Noto cierto misticismo, señor Richfire? —Realmente la estaba sorprendiendo. —Llámelo como quiera. Únicamente aporto que lo que se piensa que es fantasía es posible que sea más real que usted y que yo. —¿Se refiere a lugares exóticos, a monstruos de tres cabezas y a hadas? —bromeó Joanne. —Si realmente es eso lo que imagina, debo ponerme en contacto con la institución mental más próxima inmediatamente —Richfire continuó la broma y ambos soltaron una carcajada. —De todos modos, sólo elucubramos… ¿Y no es eso ya de por sí fabuloso? —dijo Joanne—. Muchas gracias por la partida y por la conversación, señor Richfire. —Joanne se levantó del butacón. —El placer ha sido mío, señorita. Espero tener la oportunidad de repetirlo. —Señor —dijo con una leve inclinación de cabeza. El Conde, a modo de asentimiento, la cogió

Ánima Barda - Pulp Magazine


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