Ánima Barda Nº15 Enero - Febrero 2014

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Enero - Febrero 2014 www.animabarda.com La revista es de publicación bimensual y se edita en Madrid, España. ISSN 2254-0466 Editor J. R. Plana Cris Miguel Ilustración, diseño y maquetación J. R. Plana Cris Miguel Corrección Eleazar Herrera Prensa Ana Nieto Morillo Ánima Barda es una publicación independiente, todos los autores colaboran de forma desinteresada y voluntaria. La revista no se hace responsable de las opiniones de los autores. Copyright © 2014 Jorge R. Plana, de la revista y todo su contenido. Todos los derechos reservados; reproducción prohibida sin previa autorización. Búscanos en las redes sociales @animabarda www.facebook.com/ AnimaBarda Anima Barda (g +)

Pulp Magazine

Núm. XV

Relatos cortos EL FIN DE LA ETERNIDAD- Erótico

Eleazar Herrera

PRÍNCIPE PÍO - Ciencia Ficción

Julio Martín

EL TRIPULANTE SOLITARIO - Ciencia Ficción

Carlos J. Eguren

EL APRENDIZ - Fantasía Urbana

Ana Nieto Morillo

LA POLI ESTÁ JODIDA - Spicy & Saucy

Cris Miguel

13 40 64 78 101

Especial Sharknado LA CAÍDA DE CAVERNAS PESCADORAS - Fantasía Diego Fdez. Villaverde

LA NOCHE DE LOS JUGUETES VIVIENTES - Acción Rubén Fonseca

L.A.B.E.R.I.N.T.O. DE KAIJU - C.Ficción Carlos J. Eguren

TERROR EN EL ASFALTO - Acción J.R. Plana

¡CUACK! - Urbano Eleazar Herrera

TRACTORES Y COSECHADORAS - C.Ficción

Cris Miguel

5 20 29 48 60 68


REGRESO A CAVERNAS PESCADORAS - Fantasía

J.R. Plana

PIKACHULIPSIS - Humor Manuel Santamaría

84 96

El resto UNAS PALABRAS DEL JEFE - Editorial

J.R. Plana

LA LEY DEL TRUENO - Reseña

Diego Fdez. Villaverde

LAUREN BEUKES - Entrevista

Cris Miguel

LA CASA EN EL CONFÍN DE LA TIERRA - Reseña J.R. Plana

4 27 45 75


UNAS HISTORIAS PALABRAS DEL DEL PULP JEFE

Historia del palabras Pulp Unas del jefe

J. se R.publiam Planaiu me addum de Egitris. Grae non in din int.s Scitrum algo querehem me inimihilnem ocurre cada adem cierto coen tercent? Ad nonocru ntena, Ti. Ecur tiempo. Un día, recorriendo estanterías, me encuentro sin ganas vit niquerox nostil tiae nesi prilibros fenadeEm leer.Pat Miro las novedades, los gruesos rimaio, nononti ussultura, prei se nonloc de bonitas ediciones y todo me da pereza.tan“El tem, norei te ine ia rehebat ifeconsum quius, libro que ha cautivado a millones de lectores terfitiam desim tat factandienam tanum quit de el mundo”. “La novela ganadora L. todo Catimisse nonsidBah. abestiam ocultor bissudel último premio Patatín”. Bof. “Una lii parei ia vidius te remusatusce iptil hinobra vo, que atrapará hasta...”. Y asípliis unaadem tras erumteingulto rionloc tastillUf. ercesi optis Nada essimum fore intemenat, otra. me apetece, nada mesedem llama.senteTodo llarbis vicae orte tum terum ponsimp opultium son grandes obras, poderosas novelas con una dius, fore fui tus; C. Licii pre, venim conscret gran proyección que me dan muchas ganas de vius seret inveri consimilina coninite, neripdormir siesta. Todo grandilocuente,publi, todo se dices!la Serum obse muy hil vemnimmoveri muy exitoso, todomenit. muy best-seller, con aires de cus. M. Mulictus, Habente ludam. La ad contrato (amigo, eso rempere, editorial prist atusmultimillonario strarbem tese nost? quium ficidem. nost? Sime ponstabi consultusí que es Loca; un oxímoron). Y luego las coges y te mus vivivirit; novesimus comnirmis et gra? dejan un regusto amargo, así como de gran quidi, for qui sus re conturnis. Essenatus, que tomadura de pelo. Más o menos el cuerpo que cuterbit vit, P. Gra, est vignostre postericerit se le tuvoutela que quedar a Jerjes de un día veribus, cre, nius, viliis,después ubliis plibute is. enPostimus las Termópilas. vis, fit, nonsus estri iam facienatuEnsere esasdi, ocasiones suelo oruntella volver a los dam mis ali patis tusclásicos. et? que cionloc riptique adduc int, Cates? quam No hablo solo de Homero o Virgilio, yomius por invermis. mandet anultis, pulto talicaet dem clásico entiendo todo aquello publicado antes consussultum inati, praedem senam iam prae de los 90 (por ejemplo) y a ser posible de fachuce rricat, clerfina pula pret publi, es scric ficción, en la frontera de la ficción, como El moverfeocridemurniu quidetilnes ina, quemum gran Gatsby. alivio en ellas, cosas como in iam ia dinHallo nonvo, ubliam, nos en cupionsus est Farenheit Tarzán o cualquiera de Ambrose egerebem 451, quame in Itabenatum ocriaes forbit. Ed in dium, quis reni publiconvest faceperBierce. Siempre acabo descubriendo algo nuevo denatum horum auconsultor locultum fecenum interesante. turo, tum ines consupi endiess enatifere co tem Desde hace algún tiempo encuentro que me ponsi inte essed ne ortis culibunum perox nox produce el mismo placer, ovir más, rebuscar entre moene tem nius prorimus urbis, nos simpolas malas a rabiar. Hace poco cayóconen res novelas virmanum nordicaet Castreis etia ret, mis un compendio tituladoentemus, Horror enseel diis.manos Ad inatudet publiae horsuli depoterei temque aquí int L. Fuidium espacio, publicado enGulatquod el 68, o porC. ahí. Es una ad dem cae atus liquam. Sum hi, contua quid recopilación de autores reputados en el campo mis, vid iae, ne quam furnit opubi pat pro, quit, de la ciencia ficción realizada por Kurt Singer.

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A pesar de su “renombre”, algunas historias son muy reguleras y a la vez muy divertidas, con unas intenciones tan claras y predecibles que te dan risa. Son lo que son, historias malujas Lina, fauces erebatu stionfirit, et pror ate tecon aspiraciones de historias malujas, y a nadie mus, que ceps, di ius. Irmaciam sendent urnile pilla rem por ta sorpresa. Relatos de iam ciencia ficción quista re, Pateres egiliis noximaxique te hacen pasar un rato divertido y que, una mis. vezUnti, leído, no tepropossedem deja ningún tum regusto a ínfulas querei senam talis ceridit. Die furbis inumus visni pedantería másvivendam allá de poent la rimbombante sentiesti fachum tinc vertus, prosa delpore autor de turno. Nada quidesceris; mejor para Cationsula re ad forius mora essica vitatum nidesintoxicarse del best-sellismo actual. ritio nsulatam inte, ego et; hiciam ditum tanSupongo que a volum estas alturas me etimis. veréis venir tum issenatorio, verudam Solya. Sí, esto lo digo por nuestro libro, por ¿Qué tum consulere fue fortistis addum talicae facit ha sido eso?, cuya henam. intención clara y manifiesta feret; ena, C. Mul novemnit. noHiliqua es otra que que tus haceros pasar un rato. Pero eso ficus et? yaOpiorte lo sabéis,ridepost porque lopublica pone enudemus la contraportada Ebatesentem hum ommoruntesis fatque temuly yo mismo lo he dicho cientos de veces. ti libunte rideo, con ia destem lium abessi conacerca aniversario próximo suSe qua crumnuestro nonfect 2º urbesti suntem(el tem in sulveintipico de enero), y en primera revista tia Scid dicentio vidiem alaesta nequamq uoditabit del resus, 2014, videps, un añofuerceporum que promete interesantes vid moltus, Castre conesci enductem dem vem abunihi, iam ternovedades si todo va bien, dedico estas líneas num inequitincon post?vosotros An vituam prae clea compartir esequone aburrimiento go horurnit L. Aperi fachum ternica; nostanum que me entra a veces, y que ya sanaba antes morum nonorica imorbis, sulto nenit virtum is de levantar mi particular cruzada favor de la intius consilin auctum adesta ad arei tervivili literaturavastra, barata uteribustrum y escapista. Quizá pase ut lo poenihil obus os omner mismo, quizá no. Si que sí, menemor probad a at mirar videffre derfenam oc es remente occist es publiam molentrequa los issesictus cajones deet, cualquier feriaiactusa de Ocasión. turn ihictus vis, et atis. Sensultie mordiorum Feliz año a todos. :)


LA CAÍDA DE CAVERNAS PESCADORAS (NGITKARKOR)

La caida de Cavernas Pescadoras (Ngitkarkor)

por Diego Fdez. Villaverde A mi estimado amigo Robert Avon, Conde de Puerto Rocoso: Adjunta a esta carta te entrego la traducción que he hecho de un fragmento del diario del que hablamos. Está firmado por una enana llamada Nil Zesdeler, que habitó en Ngitkarkor, que en nuestra lengua quiere decir Cavernas Pescadoras. Me he tomado la libertad de traducir los nombres propios y ajustar las fechas a nuestro calendario. Espero que la lectura te haga recapacitar sobre por qué tus predecesores prohibían el acceso a las ruinas de la fortaleza enana, y anules las expediciones de “recuperación”, como tú las llamas. En estos momentos tan difíciles para nuestra ciudad, las vidas de nuestros hombres valen más que toda la plata enana. No molestes a lo que yace sepultado. Sinceramente, Marie Concort, abadesa del Santuario Rojo. 2 de Septiembre del año 361 de la Edad de los Mitos. ras varias semanas caminando, atisbamos las orillas del lago del Centauro. Urist y yo dejamos nuestro hogar de la Montaña Helada con la esperanza de encontrar una mejor vida en las colonias. Yo estaba especialmente harta de pasarme el día vagabundeando por los salones de la montaña afilando cuchillos por calderilla, mientras mi marido esculpía estatuas por encargo de algún noble que jamás estaría satisfecho y se negaría a pagar. Siempre hemos sido recelosos de los relatos sobre las riquezas de las expediciones comerciales de nuestra civilización, pero sentí que nuestro talento estaba desaprovechado, así que decidimos unirnos a una caravana de colonos que partía rumbo a las Cavernas Pescadoras, fundada en el lejano sur hace cuatro años por capricho de nuestro rey Kadol V, que deseaba tener una fuente de suministro de pescados de la superficie que nuestro frío clima no podía mantener. Afortunadamente para los habitantes de

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la recién fundada fortaleza, también se hallaron enormes menas de plata en las profundidades del lago, y el comercio con los humanos floreció. De camino hasta aquí Urist me planteó una buena pregunta: ¿cómo han podido construir una fortaleza en las orillas de un lago? Los enanos nunca nos alejamos de las montañas para construir nuestros hogares. Los humanos y los elfos apilan bloques de piedra y vigas de madera y los llaman “castillos”, pero nosotros básicamente hacemos un agujero en la roca y nos introducimos en ella, dando forma y esculpiendo a nuestro paso. Desde el campamento podemos ver una gran torre amurallada, pero ningún edifico en el que puedan vivir medio centenar de enanos. 3 de Septiembre del año 361 de la Edad de los Mitos. ¡Por fin hemos llegado a nuestro nuevo hogar! Cavernas Pescadoras es posiblemente la construcción enana más impresionante que haya visto. En efecto, el exterior sólo es una torre de granito circular perfectamente construida. Las otras razas no tienen permiso para pasar dentro de la torre, por lo que la venta de productos artesanales se realiza en el exterior. La milicia que patrullan los alrededores luce una espectacular armadura de acero, y no parecen muy preocupados por la seguridad de la fortaleza. En lo alto de la torre, un regimiento de ballesteros vigila los alrededores mientras ingenieros de asedio instalaban unas catapultas y balistas para defender las murallas. Es realmente impresionante y nos ha dado mucha seguridad ver tanta parafernalia militar. Una vez nuestro grupo consiguió el permiso del barón para pasar al interior, descubrimos el secreto de la torre: unas anchas escaleras de caracol descienden hasta el corazón de la fortaleza, dejando en el centro un profundo foso equipado con un ascensor movido por mulas, por el que suben y bajan las mercancías. En las paredes de la torre hay unos enormes espejos que iluminan de luz natural el interior, haciéndolo mucho más luminoso que nuestro antiguo hogar en las montañas. Tras descender varios metros llegamos al piso principal. La colonia está llena de energía. Los artesanos transportan sus bienes hacia el ascensor mientras los mozos de los almacenes descargan los productos provenientes del exterior, mayoritariamente comida y alcohol. Avanzando por un pasillo llegamos a un amplio salón, en el que había numerosas mesas talladas en piedra donde los habitantes se reúnen para comer y celebrar fiestas. El aroma que sale de las cocinas situadas en los laterales es realmente delicioso, y hay numerosos toneles de licor de distintos tipos. Parece que todo lo que nos han dicho sobre la prosperidad de este lugare es cierto. Subida a una de las mesas del salón nos esperaba una anciana enana, que se presentó a sí misma como Kadol Oniliton, minera y jefa de la primera expedición que se asentó en este lugar. Ella y sus primeros seis compañeros excavaron la tierra y sellaron las paredes para evitar que se filtrara el agua del lago, y cuando llegaron a la roca empezaron a construir las distintas habitaciones, y los cascotes sobrantes los utilizaron para construir la torre. Nos ha explicado cómo funcionaban por aquí las cosas. A cada enano (o matrimonio, como en nuestro caso) se nos asignó una habitación y un trabajo. Si cumplimos con nuestra tarea, tendremos comida y bebida gratis. No he podido 6 Anima Barda - Pulp Magazine


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creérmelo. No tendríamos ni que buscar trabajo. Nuestra habitación es pequeña pero perfectamente amueblada. Disponemos de una cama grande, de un cofre y un armario de madera donde dejar nuestras pertenencias, además de un escritorio desde donde escribo este diario. Mañana nos asignarán los oficios, y Urist me espera en la cama. Quiere estrenarla y yo no le voy a hacer esperar. Anima Barda - Pulp Magazine 7


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4 de septiembre del año 361 de la Edad de los Mitos. Hoy ha sido un día muy duro. Primero nos han preguntado sobre nuestras habilidades y oficios anteriores y nos han asignado un trabajo según nuestras capacidades. Urist no ha tenido ningún problema y le han asignado a los masones, que se encargan principalmente de dejar lisa la piedra que forman las paredes, suelos y techos de la fortaleza. Sin embargo, no necesitaban a ninguna herrera más. Me han preguntado si alguna vez había pescado o trabajado con cultivos subterráneos. Al decirles que me negaba en rotundo en ser granjera sólo me han ofrecido una alternativa: la milicia. No sé si he acertado, pero no quería pasar el resto de mi vida cultivando setas, así que al parecer ahora soy soldado. He discutido con mi marido al tomar la decisión, pero él sabe bien lo orgullosa que soy, así que no me lo tendrá en cuenta. Más tarde me han llevado a la armería para tomarme las medidas de mi futura armadura. Más de veinte enanos trabajaban sin cesar, fundiendo minerales y dándole forma. He visto cómo forjaban todo tipo de artesanía con la plata y creaban impresionantes hachas y espadas con el acero. Trabajar en una forja como esta ha sido el sueño de toda mi vida. He aplacado mi envidia bebiendo una cerveza con el resto de los reclutas en el salón principal, y cuando he llegado a la puerta de nuestra habitación, Urist había tallado nuestros nombres en ella. Este enano hace que sea muy difícil seguir enfadada con él. 20 de enero del año 362 de la Edad de los Mitos. El entrenamiento al que nos han sometido en los últimos meses me ha agotado tanto que llevo mucho tiempo sin poner al día el diario. Al parecer, ¡soy muy buena guerrera! He quedado primera de mi promoción y nuestro regimiento pasa a formar parte de la defensa de la fortaleza. Urist sigue sin parecerle bien esto del ejército, pero aparte de eso las cosas no podían ir mejor. Hay comida en el plato, cerveza en la jarra y trabajo todos los días. ¿Qué más podemos pedir los enanos? 21 de enero del año 362 de la Edad de los Mitos. La respuesta a esa pregunta al parecer es lava. Ayer llegó un diplomático de los elfos advirtiéndonos que si seguíamos talando árboles comenzarían las hostilidades. Un buen enano hubiera devuelto a ese abrazárboles al bosque en un ataúd de madera para mandar un mensaje claro a los orejas picudas. Pero nuestro barón disfruta de la paz y del oro del comercio, así que de momento hemos dejado de talar los árboles que alimentan nuestra industria metalúrgica. El barón ha ordenado que comiencen las excavaciones en busca de piscinas de magma para usarlas de combustible renovable. La minera Kadol le ha recordado que no se debe cavar “muy profundo y codiciosamente”, pero a él le han parecido supersticiones absurdas. 6 de febrero del año 362 de la Edad de los Mitos. ¡Los mineros han encontrado una gran caverna a un kilometro de profundidad! Está repleta de minerales preciosos y en ella crecen unas setas gigantes que emiten una luz violeta. Mañana nos envían a explorar las profundidades a nuestro pelotón. Mientras tanto a Urist le han encargado 8 Anima Barda - Pulp Magazine


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hacer una estatua de mármol del barón de la fortaleza rodeado de sus súbditos. Creo que la vanidad y la ineptitud de la nobleza enana no conocen de fronteras. 15 de febrero del año 362 de la Edad de los Mitos. Pff, ¿por dónde empiezo? En la caverna nos hemos enfrentado a un troll. Era el ser más grande que he visto en mi vida, medía unos tres metros y medio y su piel era verde oscura. Uno de mis compañeros cargó contra él desobedeciendo las órdenes de nuestro capitán. El monstruo esquivó el ataque, lo agarró con sus enormes manos y lo arrojó contra nosotros, cayendo sobre el capitán. El troll se vino encima y, tras un momento de pánico, los ballesteros abrieron fuego contra él. Uno de los virotes impactó en el pecho, ralentizándole. El capitán se quitó de encima al novato y ordenó la carga. Diez contra uno no es una pelea justa, por muy grande que seas, pero lo cierto es que esos bichos imponen bastante. Yo sólo conseguí clavarle el hacha en la rodilla, pero su robusta piel bloqueó casi todo el ataque. Los demás hicieron el resto. Aparte de eso, la expedición a las profundidades ha resultado un fracaso. Aunque hemos encontrado menas de esmeraldas y rubíes, no hay ni rastro de lava. Kadol me ha dicho que ella se lo esperaba, que no se cree que vaya a encontrar magma hasta dentro de varios kilómetros. Las reservas de carbón vegetal se están agotando y los herreros se están poniendo nerviosos. 29 de febrero del año 362 de la Edad de los Mitos. Escribo esta entrada desde el hospital. Mientras los mineros siguen excavando nos han enviado a patrullar de nuevo las profundidades y nos hemos enfrentado a un grupo de hombres murciélago. De todo lo que he visto, son los seres más raros que habitan las cavernas. Miden lo mismo que un humano y, aunque no pueden volar como sus parientes más pequeños, trepan por las paredes rápidamente y son capaces de planear largas distancias. Pese a todo, esta raza es muy primitiva y no pueden hacer frente a nuestras armaduras de acero. Dos de estos bastardos han conseguido rodearme y mientras hacía un tajo con mi espada a uno, el otro se me ha subido encima, me ha quitado el casco y me ha arañado la cara, provocándome una herida profunda. He conseguido tirarle al suelo y rematarle, pero poco después sentí que mis fuerzas desaparecían y me he desmayado. Me he despertado en una cama del hospital sin mi armadura, con vendas cubriendo mi cara y Urist a mi lado. Está tan mono cuando se preocupa por mí. El doctor se me ha acercado y me ha dicho que esa herida iba a dejar una cicatriz muy fea. Le he dicho que me avergonzaba el haberme desmayado en la batalla. Ha dicho que era normal entre primerizas. Le contesté que no era mi primera expedición. Él me dijo que se refería al embarazo. Se acabó mi carrera militar por ahora. Me entristece abandonar a mis camaradas, pero estoy francamente feliz. 15 de marzo del año 362 de la Edad de los Mitos. Urist se ha despertado en mitad de la noche, susurrando palabras sin sentido, y se ha salido Anima Barda - Pulp Magazine 9


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de la habitación. Me he puesto el abrigo y le he descubierto metiéndose en el taller de cantería. Había cogido un bloque de granito y se ha puesto a darle forma con el cincel. Los enanos somos famosos por estos “humores”, en los cuales se nos mete una idea en la cabeza sobre un artefacto que queremos crear y no paramos hasta que lo conseguimos. Lo he visto otras veces, pero Urist me preocupa. Sigue hablando en un idioma que nadie reconoce y no me responde. 17 de marzo del año 362 de la Edad de los Mitos. Tras varios días trabajando sin parar, Urist ha terminado su construcción. Es una réplica perfecta de fortaleza, en la cual se puede apreciar con detalle los distintos niveles y habitaciones, incluyendo la torre y las cavernas de las profundidades. Urist no se acuerda de nada, y parecía sorprendido cuando ha soltado el cincel. No sabía cómo había llegado ahí pero sabía que tenía hambre, sed y sueño. Al mirar la escultura con más detalle me he fijado que había una extraña incrustación de granito, con forma de un enorme lagarto de seis patas. Nadie más ha reparado en ella al tratarse del mismo material que el resto de la figura y los otros enanos me han dicho que no es nada, pero conozco el trabajo de mi marido y sé que eso no es algo que él haga sin motivo alguno. La celebración del artefacto creado por Urist se ha visto interrumpida cuando Kadol ha aparecido gritándole al barón sobre las excavaciones. Al parecer unas extrañas criaturas reptantes han atacado a sus mineros en plena faena y han muerto tres de ellos. Ella se ha quejado de que mientras las defensas de la superficie son inexpugnables las del subsuelo consisten en poco más que unos muros mal construidos. El barón ha ignorado sus peticiones y la ha apremiado a que siga cavando. Ella le ha tirado su casco a la cabeza y ha dimitido. 5 de Abril del año 362 de la Edad de los Mitos. En mi hastío prenatal me he acercado a la biblioteca a buscar en los bestiarios alguna información sobre la extraña criatura de la obra de Urist. Tras varias horas viendo imágenes de reptiles, no he encontrado ni uno sólo con seis patas. Dragones, dracos de los glaciares, lagartos gigantes del desierto de Glon… todos tienen cuatro patas. En uno de los tomos más antiguos he encontrado una mención a una “bestia olvidada”, pero no había ningún dibujo acompañándola. Le he preguntado al bibliotecario a que se refería ese libro y me ha contestado muy apasionadamente. Se notaba que había investigado sobre el tema y sobre todo que era la única que le había preguntado. Cuentan las leyendas que fueron los primeros habitantes del mundo, y que no hay dos iguales entre ellas. Sus formas y tamaños son siempre diferentes. ¡Incluso me ha dicho que algunas estaban hechas de materiales como oro, diamantes o fuego puro! Le pregunté porque se las llama olvidadas. Me ha contestado que hay quien dice que fueron olvidadas por los dioses, y las sepultaron mientras seguían construyendo el mundo. Hay quien dice que fueron bestias creadas por el dios de las pesadillas, y que si recuerdas su nombre cobrarán vida. Otros dicen que hace miles de años, las bestias poblaban la superficie y mataban a placer. Enfrentándose a la extinción, los enanos, humanos, elfos e incluso los goblins unieron fuerzas 10 Anima Barda - Pulp Magazine


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para conducirlas al interior de la tierra y sellarlas para siempre. Sea como sea nadie ha encontrado nunca pruebas de su existencia, me aclaró el bibliotecario. He acabado con más preguntas que antes. Sera mejor que deje el tema para siempre. 10 de Abril del año 362 de la Edad de los Mitos. Urist a veces habla en sueños. Repite una y otra vez las palabras “Resul Atkas”, pero siempre que le despierto no se acuerda de nada, de hecho me dice que está teniendo sueños bastante alegres. Entre el embarazo y los murmullos, la única que no pega ojo soy yo. Los mineros han encontrado otras cavernas, mucho más profundas que las primeras. A diferencia de estas, no parece vivir nada en ellas. No hay ni hongos ni criaturas subterráneas viviendo en ellas. Tan sólo un barro rojizo que lo recubre todo. 17 de Abril del año 362 de la Edad de los Mitos. Mis antiguos compañeros de armas me han contado que un regimiento entero ha desaparecido mientras exploraba el segundo nivel de las cavernas. Cuando otro grupo ha intentado ir en su búsqueda, un olor a huevos podridos les ha hecho retroceder temiendo que se trate de una nube de azufre. El barón como siempre ha insistido en que los mineros deben continuar con su trabajo. 3 de Enero del año 364 de la Edad de los Mitos. Hace tiempo que no te abro, viejo amigo. Estás en medio de la mesa de esta nueva casa, recordándome lo que una vez fui y lo que una vez perdí. Una amiga me ha dicho que para seguir adelante hay que enfrentarse al pasado, así que intentaré narrarte mi último día en Cavernas Pescadoras. Días más tarde de la desaparición del pelotón, un tremendo rugido surgió de las profundidades. El eco aún no había desaparecido cuando un gigantesco ser apareció trepando por el foso con una rapidez impropia de su tamaño. Mientras ascendía pude distinguir perfectamente su forma: un enorme lagarto de seis patas. Tenía las vertebras por fuera de la piel y tenía un aspecto demacrado, casi enfermo. Cuando llegó a torre, produjo un horrible gemido de dolor. Echando la vista atrás pienso que no le gustó sentir la luz del sol en su piel. De un coletazo derribó la base de la torre, que se colapsó bloqueando la salida. Todo ocurrió muy rápidamente. Estábamos a oscuras, sin escapatoria y encerrados con un monstruo. El pánico estalló. A ciegas, corrí hasta nuestra habitación, con la esperanza de encontrarme con Urist. Allí estaba él, en un rincón, en posición fetal, mientras repetía una y otra vez las palabras que ya había oído otras veces: “Resul Atkas”. ¿Sería el nombre de aquella terrible bestia? Intenté que reaccionara, pero era inútil. En ese momento tomé la decisión más dura de mi vida. Abandonar a mi único amor para poder escapar yo y mi futuro hijo. Cuando salí de la habitación con todas las pertenencias que pude coger, muchos enanos habían encendido antorchas y corrían de un lado a otro. Cada vez que la enorme bestia clavaba sus garras en la roca, temblaba el suelo. Me dirigí al salón principal, con la esperanza de que se hubiera organizado algún tipo de defensa. Lo único que encontré Anima Barda - Pulp Magazine 11


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fueron cadáveres aplastados y desgarrados. Tras un grito de dolor, un enano fue arrojado a mis pies, partido por la mitad. Agarré una de las antorchas del suelo e intenté mantener la calma, pero el terror me paralizó. Mientras me recuperaba vi la enorme cabeza del lagarto acercase hacia a mí. En esos eternos segundos, pude distinguir cada una de sus iridiscentes escamas, pude ver como brotaba sangre de los lacrimales de la bestia y sentí su sulfuroso aliento cuando su boca se abrió para tragarme. Entonces el techo de la galería se desplomó encima del monstruo justo cuando iba a ser devorada. Mis rodillas no pudieron sostenerme por más tiempo y caí al suelo, llorando. Una mano se apoyó en mi hombro. Por un momento pensé que sería mi buen Urist, pero recordé que le había abandonado a su suerte. Era Kadol, la minera, armada con su pico de adamantina. Me empezó a contar, mientras me ayudaba a ponerme en pie, que había intentado organizar una defensa, pero el pánico superó a cualquier tipo de disciplina. Me contó que uno de los enanos que había visto ser devorado por la bestia había sido el barón, y no parecía muy triste por ello. Luego me dijo que se olvidó de los demás e intentó sellarse a sí misma con la comida derribando los soportes que mantenían el salón en pie. Entonces había aparecido yo justo antes de que el techo se viniera abajo, y que había tenido una enorme suerte al haberme quedado en el punto exacto, fuera del alcance del derrumbe. Me dejó en un rincón, y ella empezó a cavar un agujero para salir de ahí. Aún me sorprende la energía de esa vieja enana. Teníamos comida y bebida de sobra para las dos, por lo que realmente el tiempo no importaba, pero nunca paró en ningún momento, principalmente porque el sonido del pico impedía oír los gritos que venían del otro lado de los escombros. Horas más tarde salió del agujero de la pared y me dijo que había llegado a la superficie. El sinuoso camino ascendente que había construido era muy angosto y resbaladizo, y me llevó mucho tiempo poder recorrerlo con mi estado. Al salir, encontramos una caravana de humanos que acaban de llegar para comerciar. Kadol les dijo que cambiaba su preciado pico por un viaje para ella y para mí a su ciudad. Los humanos accedieron encantados, pero antes de irnos, cogí el pico y, recordando a Urist, tallé en una roca: “He aquí los restos de la fortaleza perdida de Cavernas Pescadoras. No molestéis a lo que yace sepultado”. (Basado en experiencias personales con el videojuego Dwarf Fortress. ¡Golpea la tierra!).

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EL FIN DE LA ETERNIDAD

El fin de la Eternidad por Eleazar Herrera

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ún era de noche cuando Jericho abandonó la habitación. En ella dejaba a una mujer dormida, con las sábanas entrelazadas en sus pies y la luz de luna bañando su cuerpo desnudo. Desde la ventana, Jericho contempló sus senos por última vez. Caían con delicadeza por el costado. El pezón, quién sabe si por frío o placer, se había endurecido con la brisa nocturna. Luego desvió su atención hacia el cuello y sintió una vez más la sed de sangre apoderándose de él. Sacudió la cabeza, testarudo; prefería morir antes que morder a una persona. Morir. Llevaba buscándolo una eternidad. Por eso iba tras los pasos de Qiūyuè, Luna de Otoño. Antes de todo aquello, sin embargo, pensó que la inanición acabaría con él. No en vano su corazón se aceleraba con el contacto humano, y en primera instancia, con un cuello vulnerable. Su nueva —aunque vieja— condición le había hecho amar la vulnerabilidad por encima de todas las cosas. Ansiaba imponer sus ideas. Ansiaba dominar en el sexo. Ansiaba doblegar a los demás sin utilizar su poder de seducción. De hecho lo repudiaba, como a todo su ser; por eso se sentía poderoso cada vez que lograba eludir el hambre. La lujuria era el único vehículo que tenía para mantenerse cuerdo. Cuando la sed de sangre intentaba adueñarse de su cuerpo, Jericho buscaba una mujer a la que abandonarse. Irónicamente la sed se volvía mucho más intensa, pero también el placer, y así era como conseguía tenerla a raya. Saltó por la ventana. El aire apartó sus pensamientos y le trajo un trazo familiar. Así que no se había equivocado: Luna de Otoño se encontraba en la ciudad. Se arrebujó en su abrigo y paseó sin rumbo hasta las primeras luces del alba. Tres siglos dan para muchas mudanzas. También para muchos cambios de estilo y nuevas formas de afrontar, sobrellevar o disfrutar la inmortalidad. Si para Jericho se trataba más bien de una carga, pues ya no entendía la fugacidad de las modas e intentaba, sin éxito, ponerse al día, Anima Barda - Pulp Magazine 13


ELEAZAR HERRERA

para Luna de Otoño suponía un placer, y la moda, el camuflaje perfecto. Así, vivieran lo que vivieran, Jericho siempre estaba fuera de lugar, y ella, oculta bajo una segunda piel. Jericho dio las gracias a su poder. Al menos le quedaba su olor, que podía rastrearlo a millas de distancia. Eso y un poco de investigación le habían llevado hasta el Distrito de Columbia, Washington. En una de sus tantas mutis, Luna de Otoño se había ganado un puesto en el mercado de esclavos. Ni siquiera le extrañaba que hubiera podido alzarse como vendedora en un mundo gobernado por hombres; tenía unos medios infinitamente más desarrollados que el hombre más poderoso del país. Sabía que algunos la llamaban Qiūyuè, pero todos la conocían como La Dama Oscura, pues cerraba sus mejores tratos de noche. Por el día apenas la veían por el distrito, y claro está, aparecía entre mantones opacos y a menudo dentro de su palanquín. Jericho rio para sus adentros. Estaría sílfide y demacrada ante el sol, y su poder, reducido a migajas. La noche, sin embargo, le insuflaba la fuerza de todas sus víctimas. Tras cuatro días de pesquisas y rumores por los bares de Washington, Jericho solo había obtenido tales datos sobre ella. Eran suficientes para pasarse por el almacén nocturno de esclavos. De la sorpresa intentaría huir o atacarle, pero estar reunida con posibles compradores se lo impediría. Ese era el plan de Jericho: hablarle. Convencerla. Y hacer lo posible para que ella no copiara su estrategia. El almacén se encontraba cerca del muelle. Por el camino el olor a salitre y pescado fresco anegó sus sentidos. Anduvo primero a paso tranquilo, como si paseara en realidad, y luego fue directo hacia el almacén. Este 14 Anima Barda - Pulp Magazine

no era más que una caseta acorazada. Unas placas metálicas rodeaban el escaso perímetro, a excepción de los cuatro ventanucos estrechos apostados en cada punto cardinal. Jericho se agazapó bajo uno de los cristales con cuidado de no tapar la luz que se filtraba desde el interior y delatarse con su propia sombra. Olía a Luna de Otoño, no cabía duda. También había humanos… hombres, se corrigió entre dientes. Estaba a punto de pegarse el festín de la semana con ellos. Los seduciría y luego les arrancaría la garganta. Ella era sádica y cruel, y no le importaba que otros vampiros lo supieran. Asomó la cabeza lentamente. Qiūyuè, Luna de Otoño, ataviada con una prenda turquesa y de talle ajustado, cabalgaba a uno de los hombres. De hecho, Jericho lo reconoció: era un comerciante que recorría el mercado a diario. El otro, lo supo en cuanto lo hubo escrutado un poco, era el médico que examinaba a los esclavos. No era una atención verdadera, ni siquiera una ilusión; solo daba su sello de aprobación a los vendedores con los que tenía cierto trato. Aquello era lo que recibiría a cambio. Una noche de sexo que, de sobrevivir, no olvidaría nunca. Jericho quería arrancarse la piel a tiras y dejar de sentir la sed atenazando su garganta. Inspiró hondo y golpeó la puerta con los nudillos. En el interior se hizo el silencio. Luego hubo un taconeo, un roce de prendas, y los pasos se aproximaron a la entrada. Luna de Otoño le recibió desnuda. Jericho no miró otra cosa que no fueran sus labios, manchados de sangre. Ella se relamió con lentitud; él tragó saliva, intentando no pensar en el férreo sabor de la sangre, en su densidad, en cómo una gota


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furtiva se escapaba de su comisura y descendía por su barbilla como una invitación… No, se dijo, respirando hondo. Sus colmillos se habían ensanchado y ansiaban hundirse en Luna de Otoño. Haciendo acopio de fuerzas, Jericho dio un paso adelante y le habló de espaldas, sin reparar un segundo en los hombres desnudos: —He venido a morir. Luna de Otoño se volvió, sonriente, y le llevó de la mano hasta los hombres desnudos. Resuelta, ladeó la cabeza del comerciante y mordió su cuello. Jericho dejó escapar un gemido cuando vio la sangre borbotear a su alrededor, salpicando el suelo y el pecho de su horrorizada víctima. Cuando se separó, Luna de Otoño le ató a la silla. El hombre aullaba de dolor. El vampiro apartó la mirada, no supo si por pena o para evitar la tentación. —Llora cuanto quieras —dijo Luna de Otoño, interceptando en su torpe huida al médico. Lo levantó del cuello y lo lanzó contra la pared, donde cayó en redondo. Su voz cortaba como el cristal roto—. Jericho, cuánto tiempo. ¿Te ha costado mucho encontrarme? Él se encogió de hombros. No quiso admitir que así había sido. —Tampoco creo que tuvieras mucho miedo de que lo hiciera —contestó. Ahora fue ella quien sacudió sus hombros pronunciados. Su extrema delgadez le causaba rechazo, pero aún quedaba sangre humana por su cuerpo, así que todavía podía abandonarse a una larga noche de apetito. Luna de Otoño lo sabía. Estaba sediento, hambriento, débil y podrido. —¿En qué puedo ayudarte? ¿Quizás quieras algún esclavo con el que saciarte? —Con un

cabeceo señaló un archivador rudimentario encima de la mesa—. Ahí tengo el catálogo. Sé que no tienes problemas con los hombres, y es un alivio, porque ahora tengo demasiados. Reconozco que algunos han servido para fines personales. —He venido a morir —repitió Jericho, esta vez con más seguridad—. No quiero seguir viviendo si eso significa matar personas que no me han hecho nada. —¿Cambiarías de opinión si bebieras la sangre de criminales, asesinos, pederastas…? Si su muerte trajera paz al mundo, ¿tampoco lo harías? Jericho intentó disimular su vacilación. Luna de Otoño intentaba derribar sus defensas, esas que había tardado un siglo en construir. Apretó los puños. ¡No podía ser que ella, con apenas dos preguntas lanzadas con despreocupada retórica, pudiera hacerle dudar! La odiaba. La deseaba. La odiaba. La sangre seguía resbalando por su cuerpo como un delicioso veneno. Suspiró. —No soy el justiciero de nadie. No vas a engañarme con tus sucias tretas. He venido a morir. Mátame. Acaba conmigo. Lo merezco así. Soy una criatura horrible. Luna de Otoño volvió a sonreír. Mientras hablaban,el comerciante seguía desgarrándose la voz con sus gritos de dolor. Se desangraba con lentitud suficiente para impregnar la estancia con su olor. —Míralo. Está agonizando. ¿No te gustaría acabar con su dolor? Sabes que no tiene por qué doler. Muchos no saben que se están muriendo, solo disfrutan de su petite mort hasta que respiran por última vez. —Tú no lo haces así. Tú… tú los matas con violencia. Muerdes sus gargantas como si Anima Barda - Pulp Magazine 15


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fueran manzanas duras. Les haces daño. La vampiresa pasó la mano por la herida del comerciante, que había dejado de gritar y ahora tenía la vista perdida, quizás refugiado en sus recuerdos, y se untó el cuerpo con su sangre. Jericho respiró entrecortadamente y retrocedió al ver que ella se acercaba. —Jericho. ¿Cómo no voy a ser cruel con estos hombres estúpidos? Antes fui una mujer. Me vejaron. Me violaron. No era más que un agujero de placer. Cuando Blast me mordió, juré que si sobrevivía a la transformación se lo haría pagar a todos. Miro a un hombre, y lo que veo en realidad es un monstruo. —¿Y yo? Era un hombre antes. —Un hombre bueno. —¿Por qué no me dejaste vivir la vida que me correspondía? —¿Y haberte convertido en un sucio pervertido como los demás? —Luna de Otoño frunció el ceño. Aquella posibilidad la llenaba de ira—. ¡No! Jericho apretó la mandíbula, herido. —A ver si lo he entendido: como soy un buen hombre, me maldijiste para que evitara la maldad humana. Ahora que soy… esto — se señaló, asqueado— necesito matar personas para sentirme vivo. ¿Quién eres tú para hacerme algo así? ¡Mi vida no te pertenece! —Te salvé de los humanos. La inmortalidad te ha dotado de una perspectiva que jamás habrías obtenido de otra manera. Ahora puedes ver a través del cristal de la justicia. —¡No existe tal cristal! Luna de Otoño resopló. —¡Somos vampiros, Jericho! ¡Los verdugos del destino! ¿Por qué no puedes aceptarlo? ¿Por qué te haces tanto daño? —¡… Porque me arrebataste la capacidad 16 Anima Barda - Pulp Magazine

de elegir mi propio camino! —… Sé que te mueres por probar la sangre —continuó a su vez, sobreponiéndose a su desesperación—. Esta noche puedes. Te dejaré saciarte hasta que entres en coma y no se lo diré a nadie. Será nuestro secreto. Cuando Jericho quiso reaccionar, tenía a Luna de Otoño pegada a su cuerpo. Sin dejar de mirarle a los ojos, sus manos eliminaron las capas de ropa que les separaban. Jericho había caído irremediablemente en su hechizo y ahora, piel con piel, aún con la sangre reseca por su cuerpo y sintiendo el pálpito de sus venas, que solo volvían a la vida cuando la sangre caliente corría por ellas, toda su cordura desapareció. Ansioso, su lengua acarició primero su mejilla, luego su barbilla, y casi sin darse cuenta la mordió. Luna de Otoño jadeó, estrechando hacia sí la cabeza de Jericho, y le dejó beber de ella durante unos segundos. Después intentó separarlo, pero él la sujetó por los brazos y la tiró al suelo de un empellón. Se miraron un segundo. Las pupilas de Jericho estaban dilatadas, sus colmillos sobresalían por los labios y tenía la piel de gallina; parecía en éxtasis. Temblaba de placer. La sangre de Luna de Otoño, mezclada con la del comerciante, sabía a gloria. Y para colmo, una erección apretaba sus pantalones. —Mátame —le susurró—. Hazlo ahora. Luna de Otoño puso su mano en el corazón. Bastaba con clavar la uña para cumplir su deseo. Solo ella podía matarlo. Alzó la cabeza y lo besó en los labios. Jericho se inclinó hacia delante para hundir la uña ponzoñosa, pero Luna de Otoño se percató a tiempo y escondió sus manos en los pantalones. Jericho intentó inmovilizarla, pero se detuvo en cuanto ella lo


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acarició. Sus manos, cálidas, se entremezclaban con la humedad que embargaba su cuerpo. Inevitablemente se dejó hacer. Apenas segundos más tarde estaba dentro de ella. La sed le llenaba con fuerzas renovadas y amenazaba, ahora que había vuelto a probar la sangre humana, con anular para siempre su raciocinio. Era lo único que le quedaba. No podía desprenderse de ello. Pero tampoco quería sexo sucio con Luna de Otoño. Lo prendía sobremanera, pero la repudiaba. A lo largo de su inmortalidad había conocido a otros vampiros, y ninguno, por muy vengativo u oscuro que fuera, albergaba tanta maldad como ella. Y sin embargo no podía dejar de moverse; el placer lo anestesiaba. —Qiūyuè, Qiūyuè —susurraba, ajeno a las intenciones de la vampiresa, que se había abierto una herida en el seno derecho. El repentino olor a sangre lo paralizó un instante. Tras él, aumentó el ritmo e intentó no mirar en su dirección. Mientras tanto, Luna de Otoño reía entre jadeos y lo retenía con las piernas entrelazadas a su espalda—. Qiūyuè, mátame ahora… No quiero… No quiero… Sangre… Ella remojó ambos dedos en aquel espeso líquido y los llevó hacia Jericho, quien primero elevó el mentón para desasirse, y después, cuando Luna de Otoño lo atrapó entre sus hábiles dedos, terminó lamiéndolos con el ceño fruncido. —Jericho, ¿por qué no te rindes? Él empujó más fuerte, aún con sus dedos en la boca. Clavó los colmillos hasta que estos dieron en el hueso. Luna de Otoño quiso retirar la mano, pero él se lo impidió. —Ahora… te vas a enterar… —masculló. Tenía un plan. Era arriesgado, pero no tenía otra oportunidad. Se incorporaron. Jericho la empujó contra

el comerciante, que yacía casi muerto. Un charco de sangre creaba surcos en el suelo. Sujetó el rostro de Luna de Otoño desde atrás y lo colocó frente a su víctima. Eso, lejos de incomodarle, la excitó aun más. Disfrutaba. No así él, que luchaba continuamente contra el placer que le provocaba la situación y el resquicio de lucidez que apelaba por su dignidad. ¿Qué hay de humano en mí?, se preguntaba mientras acariciaba el cabello de la vampiresa, que caía como una cascada por su espalda y le confería un aspecto aún más salvaje. Una película de sudor cubría sus nalgas, y una solitaria gota descendía por el muslo interior. Luna de Otoño trató de volverse para mirarlo, pero Jericho se echó hacia delante y mordió su oreja sin cuidado alguno. —Míralo. Está muerto. Y el otro será nuestra cena después —le susurró con gran esfuerzo. Luna de Otoño no dijo nada. Estaba sumergida en un orgasmo febril. ¿Cuántos habría tenido ya? ¿Tres? ¿Cuatro? Y solo se habían acostado una vez. Jericho la había visto en sesiones de sexo de más de veinticuatro horas seguidas… con otros vampiros, claro. Los hombres y las mujeres solían desfallecer antes. Empleando la misma fuerza, Jericho la volteó para tenerla de frente. Esa vez sí hundió sus labios en su seno derecho, absorbiendo toda la sangre que pudo. Las manos de Luna de Otoño se cerraron en torno a su nuca, extasiada. Y él, ebrio, poderoso, vampiro, se imaginó olvidándolo todo y viviendo así; ya estaba destinado a ello. Podía ser lo que su esencia le pedía a gritos que fuera. Podía… La sangre ardía en su garganta, se filtraba Anima Barda - Pulp Magazine 17


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por cada recoveco de su cuerpo moribundo, encerrado en el tiempo, y completaba su existencia. Matar era muy fácil, y bien podía dedicarse a vivir de los maleantes que merecían la muerte definitiva. Luna de Otoño tenía razón: se beneficiaba él y también la justicia. Nadie los echaría de menos. Pensaba en todo aquello mientras Qiūyuè se retorcía de placer. Sus manos arañaban su pecho, descontroladas, como si no fuera dueña de sí misma. Era una visión envidiable. Cualquier hombre querría ver a una mujer disfrutar de esa manera, fuera un ser sobrenatural o no. El momento había llegado. Jericho la besó. Luego lamió su rostro, embadurnándola de sangre, y con un largo suspiro, llegó al orgasmo. Su corazón bombeaba la sangre que no le pertenecía; por ende, estaba viviendo una vida que no le correspondía y que ya se había extinguido. Era la hora de morir. Jericho agarró las manos de Luna de Otoño, maleables por la petite mort, y atravesó su pecho con las largas uñas. El aguijón llegó con rapidez hasta su corazón y lo cubrió de veneno, que tuvo efecto inmediato: su cuerpo adquirió la rigidez de una piedra, como si hubiera sucumbido a la mirada de Medusa, y quedó paralizado en cuestión de segundos. Cuando Luna de Otoño, absorta en su placer, se dio cuenta, ya era demasiado tarde. Jericho se desplomó de lado. Una raíz nudosa y negra se había dibujado en su piel. —¡No! ¡Jericho! —Se agachó a su vera y lo contempló con una mezcla de rabia y tristeza. Su expresión descansaba en un mar calmo. Había muerto, después de todo. Al día siguiente Luna de Otoño desapareció de la faz de la tierra. Su nombre se perdió en los anales de la historia. Nadie jamás volvió a verla, y si alguien lo consiguió, no vivió para contarlo.

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La noche de los juguetes vivientes por Rubén Fonseca uando se hablaba del Gran Terremoto que asolaría el planeta, todos pensaban en fallas, tsunamis y ciudades enteras desmoronándose como si fueran juguetes de lego. A nadie se le ocurrió pensar que el Gran Terremoto no sería una desgracia por lo que destruiría, sino por lo que sacaría a la luz. Ni siquiera los empresarios, banqueros o presidentes, que dieron luz verde a que en el estado de California se creara un gran basurero donde se almacenara todo tipo de residuos, concibieron esa posibilidad. Tal vez haya que pensar que hablamos de los Estados Unidos de América, nación donde no se teme al peligro. No hay que olvidar tampoco que el lugar donde se gestó el desastre se hallaba cerca de Hollywood, donde se puede sacar partido de cualquier tipo de desastre. Sin embargo, en esta desgracia tal vez no importaba tanto el por qué, sino el cómo y también lo más estrafalario del todo: el qué. Como se ha podido intuir, todo comenzó con el Gran Terremoto, cuyo último coletazo provocó que se abriera una gigantesca sima en California. Al principio, todos los equipos de emergencia se centraron en el rescate de afectados y en la reparación de estructuras, y no prestaron atención a la sima, pues los expertos en terremotos afirmaban que cuando se abría una brecha entre placas tectónicas desaparecía el peligro de nuevos seísmos al ser imposible una nueva fricción entre ellas. No obstante, debimos ser más perspicaces, ya que el gobernador cercó la sima y llevó allí a un numeroso equipo de profesionales, cuya labor no se precisó en ningún medio de información. Pero todos teníamos suficiente con nuestros propios problemas. En mi caso, había una familia a la que mantener, una casa que reconstruir. ¿Qué sentido tenía que me inquietara por algo que, supuestamente, personas más inteligentes que yo declaraban inofensivo? Pronto descubrí, igual que mis vecinos y el resto de seres humanos del planeta, que estaba

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equivocado. Empezaron a desaparecer operarios que trabajaban en la sima. Poco después, otros pusieron pies en polvorosa. Algo les aterraba, algo que procedía del interior de la tierra. No fueron pocos los que dijeron que posiblemente los políticos estaban tratando de tapar un depósito de residuos nucleares. Mike, mi cuñado, que había trabajado en la central nuclear, me dijo que era muy probable que así fuera, pues hacía algunos años habían tenido problemas con la eliminación de residuos. —¿Crees que serán peligrosos para los niños? —le pregunté. Mi cuñado se encogió de hombros. —Estamos demasiado lejos de la sima. A no ser que a las barras de uranio le crezcan patitas y vengan para acá, no hay ningún problema.

Ese era Mike. Bromista incluso en una etapa de crisis nacional. Por noticias posteriores, incluso parecía que él había tenido algo que ver con la monstruosidad que se desarrolló más tarde. Pero era imposible; aquello era demasiado gordo. No obstante, cuando salió en televisión un vídeo de un aficionado que mostraba a un operario de la sima siendo estrangulado por un furby de peluche, tuve mis dudas por la carcajada de mi cuñado. —Mira, al final no va a venir a por nosotros el uranio, sino los osos amorosos. No dejes a los niños cerca de Woody o Buzz. —Mike, no digas esas cosas delante de los críos —lo regañó mi esposa. —Lucy, por Dios. Esto es un fake; apesta a nuevo éxito de Youtube. Pero yo había visto a trabajadores del gobierno acudiendo y huyendo de la sima. Pasaban por la ciudad y balbuceaban cosas sin sentido, sin querer revelar demasiado. Aunque el vídeo fuera un montaje, algo inquietante sucedía en aquel lugar que había abierto el Gran Terremoto. La amenaza no eran los juguetes de los niños; era algo que vivía allí dentro. Con el paso del tiempo, el gobierno de EE.UU. declaró a la sima zona en cuarentena y prohibió a los ciudadanos acercarse. Aunque fue demasiado tarde. Se había desatado el pánico a causa de más vídeos caseros que habían grabado curiosos o periodistas que se habían acercado a la sima por el misterio que despertó la primera grabación. En todos ellos se veía a juguetes tratando de asesinar a soldados o a científicos. Vimos cómo aquellas abominaciones recibían disparos y los aguantaban sin pestañear, y, también, cómo parpadeaban con una luz verde fosforescente por la noche. Anima Barda - Pulp Magazine 21


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—Bueno, parece que es algo serio —se disculpó Mike al séptimo vídeo de asesinatos que triunfaba en Youtube, a pesar de las continuas censuras del gobierno. Y, por suerte, había más gente que se mostraba igual de preocupada que yo por la situación. Como vivíamos cerca de la sima, se organizó una reunión de emergencia para tratar de hacer frente a una posible amenaza de los juguetes vivientes, y llevé a Mike conmigo, para que explicara a la junta de vecinos que se había reunido en el congreso municipal lo que me había contado a mí sobre los residuos radiactivos. —Verán —empezó a explicar Mike—, todo el mundo sabe que la radiación tarda muchos años en desaparecer y que afecta a aquello con lo que entra en contacto. Pues bien, es costumbre almacenar los residuos radiactivos en depósitos bajo tierra o en el mar. Pero por lo que se ve, para ahorrar espacio y dinero, echaron junto a los restos de uranio toneladas de basura. —¿Qué tiene que ver eso con los juguetes asesinos? —preguntó alguien. —Pues que los juguetes no son nada del otro mundo. Bueno, no lo eran —se corrigió mi cuñado—. Estaban tirados en un montón de mierda, y al parecer solo han cobrado vida los juguetes electrónicos; algo raro ha tenido que pasar con el chip y la radiación. ¿Se han fijado en que no hay barbies ni caballitos de madera en los vídeos? Mike los había convencido, pero, como ya dije, lo que más nos importaba no era el por qué, sino el cómo íbamos a afrontar esa amenaza. —El ejército no nos ayudará —dijo el viejo Franky—. Quieren tapar esto a la opinión pública y un montón de tanques llamaría la atención. Esto es el principio. Tiene que haber 22 Anima Barda - Pulp Magazine

más juguetes asesinos en otros basureros del país o del mundo. ¡Tienen miedo! ¡Miedo de reconocer que hay un montón de muñequitas que quieren nuestra sangre por su culpa! —Son unos incompetentes —intervino Willy, el capataz de la principal empresa de construcción de la ciudad—. Nosotros podremos encargarnos rápidamente de ellos si actuamos correctamente. Tengo varias cajas de dinamita que iba a usar en unas cuantas demoliciones; creo que les voy a dar un mejor uso. Muchos aprobaron su propuesta con un caluroso aplauso. —¡Si vuelan por los aires, no podrán levantarse! —afirmó el viejo Franky. Y con esa convicción, rodeamos la ciudad de explosivos. No podríamos ir a por los juguetes, pues el ejército y los federales no nos dejarían pasar a por la sima. Además, no había que olvidar que ellos estarían en su territorio. Ciertamente, la mejor estrategia era tenderles una trampa cuando fueran a buscarnos. Y lo harían, esos monstruos estaban sedientos de sangre. Se veía en las grabaciones. Sonreían con descaro después de romper el cuello a sus presas, como si aquel juego fuera el que siempre habían esperado. Después de ayudar a colocar los explosivos, a mí me encargaron vigilar con Mike las afueras de la ciudad. Willy había hecho que levantaran una torreta para nuestra misión y así, mientras compartía varias cajetillas de cigarros con mi cuñado, aguardamos a que aparecieran los juguetes. —Oye, Johnny —me dijo Mike al quinto cigarrillo—. ¿Tú crees que esas cosas tienen memoria? —Mike, son mutaciones. De no ser por


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el uranio, seguirían siendo plástico sin vida. ¿Acaso te crees que los jugueteros son una especie de Dr. Frankestein? —No sé, no sé. —Mike no parecía muy seguro de mi opinión—. Te parecerá una estupidez, pero no puedo sacarme esa peli de la cabeza: “Toy Story”. ¿Recuerdas cuando la vimos con los críos? —Claro que sí. Estaba bien. ¿Tú eras como el niño psicópata que los asaba con una lupa? No pude evitar reírme. Mike le había quitado hierro al asunto desde el principio y, cuando ya habíamos descubierto a qué nos enfrentábamos, se obsesionaba con películas para niños. —No hace gracia. Yo tenía un soldadito. Uno de los primeros a los que apretabas para que soltara alguna chorrada. Y lo traté mal; experimentaba con él. Ya sabes que siempre me han encantado las chapuzas. —Charles Manson debería ser un corderito comparado contigo. —¡Joder, Johnny! ¡Hablo en serio! ¡He visto un vídeo en el que un oso panda gigante, al que le habían disparado tres cargadores, arrebató la pistola al soldado que lo atacaba! Y luego… y luego… Ya no me reí más. Mike tenía razón. Algunos de los comportamientos de esos monstruos hacían pensar que tal vez hubieran adquirido la capacidad de pensar. —Tengo miedo de que me metan una bala por el culo —reconoció mi cuñado. —Destrozaremos al que lo intente —le aseguré. En la torreta nos manteníamos informados gracias a nuestros dispositivos móviles. Era una suerte que nada malo le hubiera pasado al wifi. Sin internet, la vida parecería mucho más peligrosa. Fue a través de una página web

de noticias locales como nos enteramos de la siguiente amenaza. —Mike, tenemos problemas —dije. Habían declarado alerta roja por la posibilidad de una réplica del Gran Terremoto. Había transcurrido un mes desde el seísmo, y, por culpa de los juguetes, ya nos habíamos olvidado de él. —Joder, espero que no venga cuando ataquen los juguetes. Y cometimos una imprudencia terrible. Sí, nos quedamos mirando nuestros móviles y nadie vigilaba con los prismáticos las cercanías. Los juguetes, aquellos terribles depredadores, que habían estado observando desde las tinieblas, aparecieron y aprovechando nuestra negligencia. Mike había tenido razón: esos diablos pensaban y eran extremadamente rencorosos. Sonriendo malévolamente, escalaron por la torreta mientras nosotros nos estábamos informando sobre la posible réplica del Gran Terremoto. —Oye, Johnny. ¿No te parece que la torreta se está moviendo? Mi cuñado se dio cuenta demasiado tarde del peligro. Un soldado de juguete, que tenía unas piernas en las que se veían los hilos del cobre de sus circuitos, saltó a la barandilla de la torreta y nos encaró con una expresión aterradora. —Hola, Mike. Hace mucho que no jugábamos juntos. Mi cuñado estuvo a punto de mearse encima. Chilló y señaló al juguete, que empuñaba con las dos manos una navaja suiza, usándola como espada. Con buenos reflejos, desenfundé mi pistola, pero entonces, un gusanito morado, que años antes había servido para enseñar a los niños el abecedario, se me enroscó en el cuello y trató de asfixiarme. Anima Barda - Pulp Magazine 23


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—Te quiero, Mike —dijo el soldado con una voz propia de un furby. Al parecer, mi cuñado había estado jugando demasiado con el pobre muñeco. Disparé al soldado, pero este saltó directo al cuello de Mike y lo apuñaló varias veces. La sangre brotó y mi cuñado, mi mejor amigo, se ahogó entre escupitajos. —¡No, Mike! El gusanito no era lo suficientemente fuerte para estrangularme ni impedirme moverme, por lo que cogí el móvil y mandé el mensaje de señal de alarma mientras me golpeaba contra la barandilla de la torreta para deshacerme de mi atacante. —Viva nuestro conductor, conductor, conductor —cantaba el soldado de juguete alegremente mientras asestaba las últimas puñaladas al cadáver de mi cuñado. Sabiendo que ya no podría salvarlo, apunté bien y le volé la cabeza a ese monstruo. —¡Muere! ¡Muere! Disparé otras dos balas y esa bestia saltó en dos pedazos frente a los restos de Mike, a quien también le volé los sesos. Luego, ciego de rabia, agarré al gusanito por la cola, que se había aflojado cuando le abollé la cabeza contra la barandilla, y lo zarandeé lanzándolo lejos de mí. —¡Nos atacan! ¡Nos atacan! —chillé mientras llamaba por teléfono a las otras torretas. Ante mi señal de alarma, más juguetes aparecieron entre los matorrales que rodeaban nuestra hermosa ciudad, y me pregunté dónde diablos se habría metido el ejército de los EE.UU. Nunca me había alegrado tanto de que tener una pistola fuera un derecho constitucional. Disparé contra una jirafa que había 24 Anima Barda - Pulp Magazine

pertenecido a un tío vivo, y que se desplazaba gracias a las ruedas de sus patas, y contra una miniatura de Transformers. Cuando se me acabaron las balas, cogí la pistola de Mike y aproveché para cerrarle los ojos. —No te metieron una bala por el culo, amigo. Cuando empecé a disparar por segunda vez contra los juguetes asesinos, aparecieron los refuerzos, equipados con escopetas y otras armas más contundentes. El viejo Franky había conseguido hacerse con una metralleta del ejército. —¡Mantenedlos a raya! ¡Vended cara vuestra piel! —animaba a ritmo de metralleta. Cubierto por mis vecinos, bajé de la torreta y fui a reunirme con ellos, disparando a mis espaldas. —Mike está muerto —dije cuando nos reunimos. Las escopetas y la metralleta no dejaban pasar a los juguetes. Aunque también había héroes entre sus filas. Un nenuco que podía hacer pis y llamar a su mamá, avanzaba a rastras a pesar de haber perdido parte de la cara y un brazo. —Me voy a mear en vuestros huesos —le oímos decir. El viejo Franky lo miró y lo escupió antes de apuntarle con su metralleta. —Te voy a lavar la lengua, mocoso. Y el nenuco murió tras reventar su cuerpecito con una violenta ráfaga. Mi móvil sonó. Cuando lo descolgué oí que Willy me hablaba. —¡John! ¡Aquí la situación está jodida, estáis a…! La tierra se sacudió bajo nuestros pies. El viejo Franky, resto de mis vecinos, yo… Todos nos caímos de culo. Hasta los juguetes se tambalearon y miraron al suelo asustados.


LA NOCHE DE LOS JUGUETES VIVIENTES

—¡Willy! ¡Vuélalos! —le chillé al capataz, pero la señal de su móvil se había cortado. Me puse en lo peor, sintiendo cómo la tierra se resquebrajaba. Cuando se acabó el terremoto, que había sido capaz de derribar la torreta de vigilancia, aplastando a varios juguetes, di las malas noticias. —Estamos solos. Willy ha tenido problemas. El viejo Franky maldijo y continuó disparando. Insultó a los demás para que no se quedaran de brazos cruzados. —¡Si atraviesan las líneas de explosivos, estamos muertos! —gritó—. ¡John! ¡Eres nuestra última esperanza! Asentí. Debía ser el héroe, por Mike y por los niños, a los que no crié y salvé de un terremoto para que se asustaran de sus propios juguetes. Cargando la pistola con las últimas balas que me quedaban, me despedí del viejo Franky y de sus chicos y fui a la iglesia, donde Willy se había encerrado con unos cuantos empleados suyos con los dispositivos que accionaban las cargas de dinamita que había repartidas por todo la ciudad. Tomé aire, sudando como un pollo. La iglesia, que fue lo primero que Willy se molestó en reconstruir tras el Gran Terremoto, se había vuelto a derrumbar. La techumbre se había desmoronado junto a unas cuantas vigas, por lo que seguramente Willy y los demás debían de estar fiambres. Sin embargo, eso no me desanimó. Eché abajo las puertas de la iglesia de una patada y me interné entre los cascotes, oyendo los gemidos quejumbrosos de los hombres de Willy. —¡¿Dónde está Willy?! —pregunté al aire—. ¡¿Y los mandos?! ¡Debemos volarlo todo! Había dos mandos. Uno el de Willy y

otro el de repuesto, por si sucedía algún imprevisto. Levanté pedruscos y tejas tratando desesperadamente de encontrar alguno de los dos. —¡Tinky Winky! Se me paró el corazón del susto. Sin pensar, disparé a mi espalda y destrocé la antena de uno de esos horrendos muñecos, que cayó detrás de unos cuantos pedruscos. —¡Han entrado! ¡Que alguien me cubra las espaldas! Oí voces fuera de la iglesia, gritos de rabia cerca de mí, y también la sintonía de inicio de los Teletubbies, a mi espalda, aproximándose poco a poco. —¡Yo tengo el mando de reserva! —aulló un hombre, que por el tono de voz parecía estar en las últimas. —¡El Mando Estelar te ordena que lo entregues, guardián! —dijo entonces un muñeco de Buzz Lightyear que había entrado a la Iglesia por uno de los ventanales. Desesperado, corrí hasta la voz. El teletubbie saltó a mi pierna y la mordió. A esa cosa asquerosa le habían crecido unos colmillos bien agudos. No era tiempo de tener miedo. Disparé y lo reventé. Mi muslo me abrasaba, trastabillé, pero continué corriendo hacia el hombre que quería entregarme el mando en su último aliento de vida. —¡Yo lo cogeré! —afirmó el astronauta, mientras pulsaba un botón de su pecho y sacaba unas grandes alas—. ¡Hasta el infinito y más allá! La leche fue buena, deliciosa. Nunca nada me había gustado tanto como ver a ese muñeco estrellarse contra el suelo y perder una pierna por el golpe. Pero podía haber más juguetes como él; no había que perder el tiempo. Detrás Anima Barda - Pulp Magazine 25


RUBÉN FONSECA

de mí, se sucedían los disparos. Había una batalla atroz. Llegué hasta el desdichado que había guardado con valor el mando. Sangraba por la boca y tosía. Iba a morir; había sido aplastado por una viga y el hueso de la pierna sobresalía. —Hazlos volar… —me susurró. Y, con mucho gusto, cogí el mando y apreté el botón. Habría sido bonito decir que ahí se acabó todo, pero no fue así. Destruí a una buena parte del ejército de juguetes, pero no a toda, y tuvimos que hacer patrullas para aniquilarlos a todos. Y para asegurarnos de que ninguno escapaba a nuestra purga, quemamos también los muñecos de nuestros hijos. Ninguno protestó; los pequeños nos entregaron a sus más preciados compañeros de travesuras sin dudar. Pero no habíamos ganado. Había más teletubbies, astronautas y osos amorosos allí fuera. —Johnny —me dijo mi mujer con suavidad durante la quema—. Hiciste lo que pudiste. Nos salvaste a todos. —No salvé a Mike. —Mike habría estado orgulloso de ti. Lo sé. Cogí la mano de Lucy y luego la besé en la mejilla. Mis hijos me abrazaron y fue así cómo descubrí que no había que arrojar la toalla. Les habíamos metido a ellos la bala por el culo y pronto avisaríamos al resto del planeta de la amenaza de los juguetes vivientes. Si los furbies se levantaban pidiendo abrazos y sangre, nosotros les entregaríamos nuestras balas.

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RESEÑA: LA LEY DEL TRUENO

La ley del trueno el joven heredero imperial. En este momento los personajes despliegan una complicada red de intrigas y traiciones sobre el futuro de su Este libro llego a nuestras manos de una nación. A medida que se desarrolla la trama manera extraña. Fuimos al Festival de Fanse revela que esta no es sólo una guerra entre tasía de Fuenlabrada para participar en una hombres sino entre dioses, que juegan una mesa redonda sobre la difusión en las redes complicada partida de ajedrez para conservar sociales. Al presentarnos explicamos lo que su poder y relevancia. Los complots era una revista pulp, y que antiy conspiraciones que traman guamente escribían en ella los personajes se desvaneautores como H.P Locen ante poderes que no vecraft, Isaac Isamov o entienden. De hecho Robert E. Howard, el una de las cosas que autor de Conan el más me ha gustado Bárbaro. Cuando de la novela es la terminó la charla propia naturaleza Sergio Mars, el y origen de estos autor de este lidioses, y cómo bro, se nos acerinteractúan con có y nos dijo que los humanos, eshizo este libro sipecialmente con guiendo el espíritu los delmetios, unos de Howard. Atrenómadas que conovidas palabras, pero cen la existencia de los “La ley del trueno” completamente ciertas. Sergio Mars. espíritus pero se niegan a La trama comienza con Cápside. adorarles. la presentación del recién na348 páginas. 15 €. Sobre Reigar, es muy difícil cido Reigar, el protagonista, sienquererle. Es un general muy estricto, do elegido por el dios del trueno para licon la idea de que es el seleccionado de un berar a su pueblo de la tiranía del imperio de dios para realizar una tarea y toda la gente Fingard. Cuando terminé el prólogo pensé que se interponga en su camino, sea aliado o que esta iba a ser la típica historia de fantasía enemigo, es un estorbo. El resto de los persodel elegido, salvando el mundo siendo el más najes tampoco son especialmente simpáticos, bueno, valiente y poderoso de todos. No popero debido al mundo tan oscuro en el que día estar más equivocado. viven no me parece algo anormal. Quizás En el siguiente capítulo, un Reigar ya baspor ello sea más interesante ver como la batatante mayor y general del imperio que somete lla entre dioses les zarandea de un lado a otro, a su pueblo, recibe una petición del Drawoh, por DIEGO FDEZ. VILLAVERDE

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RESEÑA: LA LEY DEL TRUENO

Valencia,1976. Escritor español especializado en literatura fantástica. Licenciado en Biología por la Universidad de Valencia, con especialización en Genética Molecular y Evolutiva. Cuenta con medio centenar de relatos fantásticos publicados desde el 2001, cinco libros y es responsable de Rescepto Indablog desde 2007. Ha obtenido galardones o menciones en certámenes como los premios Gandalf, el UPC o el Pablo Rido. Puedes seguir su blog en Twitter: @Resceptoblog.

y como sus personalidades se desarrollan y cambian con los acontecimientos que viven. Hablando de personajes, hay algo que me ha extrañado mucho y es que no hay ni un solo personaje femenino en todo el libro. Ni un nombre, ni una línea de diálogo, nada. Ni siquiera una de las deidades es referida como “ella”. No es algo que afecte negativamente a la novela, pero me ha parecido bastante raro. En el fondo prefiero la ausencia de personajes femeninos a la forzada aparición de uno malo y sin fundamento. Cada capítulo está separado en las “esferas” de los distintos dioses, que narra lo que ocurren en momentos simultáneos a los distintos personajes de la novela. Esto ayuda muchísimo especialmente en las batallas que ocurren durante el libro, en las que normalmente sería difícil seguir el ritmo. La novela está escrita con un lenguaje clásico al estilo de Howard pero con un lenguaje poco rebuscado que facilita mucha la lectura. De hecho, te sumerge más en este duro mundo de fantasía. Mi único problema que he tenido con esto ha sido que las medidas de 28 Anima Barda - Pulp Magazine

Sergio Mars

longitud aparecen en codos, y he tenido que buscar las equivalencias en Google. Si tengo que criticar algo es la cantidad de información que te lanza el libro en las primeras cincuenta páginas. Nombres de personajes, dioses y civilizaciones son utilizados continuamente en poco tiempo, y te veras forzado a volver atrás para recordar quién era quién, especialmente porque no son nombres comunes que puedas identificar fácilmente con alguna nacionalidad. Entiendo que es una novela de sólo trescientas páginas y no hay espacio para muchas florituras, pero para poder sumergirte en la trama necesitas superar un muro de trasfondo bastante alto. Lectura muy recomendable. Es fantasía escrita al estilo tradicional, con buen trasfondo y buenos personajes. Bueno, bonito y barato. En realidad bonito, bonito no es. Muere bastante gente y eso. ¡Pero en fin, tú ya me entiendes!


L.A.B.E.R.I.N.T.O. DE KAIJU

Un caso de L.A.B.E.R.I.N.T.O.

L.A.B.E.R.I.N.T.O. DE KAIJU (a.k.a. L.A.B.E.R.I.N.T.O. VS. GORILAGARTOTOPFIRUS) por Carlos J. Eguren

En este mundo existen criaturas y seres que solo habitarían en las peores pesadillas. Muchos de ellos no son humanos. Muchos de ellos ni siquiera son de este mundo. Por ese motivo se creó L.A.B.E.R.I.N.T.O., una organización que busca siempre la salida para proteger a la humanidad de los monstruos. Ellos son el presente, el pasado y, sobre todo, el futuro.

A

mi señal, destruid mi mundo —dijo Bécquer y pensó que eran las palabras más ruinosas que había pronunciado nunca. Sus familiares tenían razón: iba a traer un auténtico drama al meterse en el mundo de las letras. Menos mal que nunca se dedicó a la pintura. El poeta, escritor y aventurero interdimensional contempló cómo los generadores de energía se habían preparado, sus cañones estaban abiertos y la luz no tardó en aparecer. Entonces, llegó el monstruo y todo pendió de un hilo... Seis horas antes. Helena escapó del vórtice y cayó sobre las cenizas. ¿Las coordenadas habían sido bien calculadas por El Hogar? Aquella guarida más allá del espacio y el tiempo, aquel punto fijo interdimensional, ¿podía fallar contra todo pronóstico? Si algo había aprendido Helena del universo es que suele tener un extraño sentido del humor, de ahí los ornitorrincos. —Las malditas coordenadas de Hogar han fallado —se quejó la muchacha sacudiéndose el polvo de su abrigo. La adolescente caminó rápido sobre los escombros. Sus cabellos oscuros flotaron con aquella brisa cargada de restos destruidos. Sus ropas negras brillaron cuando el portal se cerró tras ella. Sabía hacia donde se dirigía, al hombre que le daba la espalda. —Bécquer, ¿seguro que aquí es donde nos iban a dar esa medalla? —preguntó la joven, indignada—. Siempre me lo decía mi tía, “nunca hay que aceptar una invitación del futuro por los méritos que conseguiste en el pasado”. Sí, ya lo sé, tenía una tía rara… ¿Se puede saber qué es toda esa destrucción? ¿Empezaron sin nosotros la fiesta? ¿Por qué hay tantas llamas en el cielo? Bécquer se giró lentamente. Su rostro estaba blanquecino. Con voz sombría, replicó: Anima Barda - Pulp Magazine 29


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L.A.B.E.R.I.N.T.O. DE KAIJU

—Es el Hogar. —¿Qué? Pero si acabamos de… ¿Cómo lo sabes? —Ha sido destruido en un futuro inminente. Esta imagen la vi en los ojos de una vieja bruja que me dijo que mostraría la caída de mi imperio… —¿La caída de qué? El cielo estaba iluminado por espirales de fuego que no eran estrellas. Alrededor, todo floraba con una lentitud exasperante. —Entonces, no hay escapatoria, Bécquer. —Somos prisioneros de este mundo, Helena. —¿Era una trampa, Bécquer? —¿Acaso lo dudabas, Helena? El tiempo parecía derretirse como en un cuadro de Dalí. ¿Era consecuencia de la destrucción del Hogar, aquel punto fijo entre dimensiones y tiempo? —¿Cómo se ha podido destruir el Hogar? —quiso saber Helena, siguiendo a Bécquer—. ¡Es ilógico! ¡Es un punto fijo, no puede cambiar su estado físico relevante! Siempre debería estar ardiendo entonces, nunca debería haber sido hecho si iba a acabar así… —Nosotros salimos y entramos de él. No siempre estamos en ese lugar. —¿Dices que su destrucción es tan posible como un cambio de estado físico irrelevante? Era un sitio que… Antes de que el poeta convertido en viajero temporal respondiese, un edificio destruido por la mitad salió volando por los aires tras recibir un súbito impacto. —¿Y sabes qué es lo peor, Bécquer? ¡Que no tengo una cámara de fotos para guardar este recuerdo! —Ah, pero ¿vamos a vivir lo suficiente para que esto pueda convertirse en un recuerdo? Los cascotes volaron sobre ellos. Helena y Bécquer corrieron y se cubrieron tras los restos de un muro. Cuando miraron adelante, encontraron algo que nunca pensaron ver, al menos un martes por la mañana. Unos enormes tentáculos envueltos en fuego destrozando las cercanías donde estuvo el edificio. Una cola enorme de reptil arrasó con todo lo que había tras aquella zona. Lo que quedó en pie fue machacado por unos puños de gorila. Todas esas partes extravagantes de la anatomía unidas a un mismo gigantesco ser. —Es un gorilagartotopfirus —susurró Bécquer. — Eso te lo acabas de inventar… ¿Un qué? — ¿Con ese nombre piensas que es un chiguagua? Una lengua de fuego brotó del monstruo y arrasó con todo lo que había más cerca. Bécquer se levantó y Helena fue junto a él, intentando esquivar el destrozo. —¿Desde cuándo estamos en una película de kaijus? —preguntó Helena, intentando mantener la calma—. ¿Sabes qué es lo peor? — ¡El hecho de no poder hacernos una foto de esto para fardar, ya lo has dicho! Anima Barda - Pulp Magazine 31


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—No, ¡sería mejor tener unas palomitas! ¡Esto es digno de ver! ¡Yo creo que…! Sus palabras se callaron a tiempo. Algo golpeó los restos de un puente y lo lanzó contra Bécquer y Helena. No podían esquivarlos, demasiado rápido y a su alrededor había un círculo de fuego. Todo vibró mientras aquella criatura tentacular se acercaba tras formar un mar de azufre y fuego donde estar semisumergido. Cuando Bécquer y Helena dieron un paso más, desaparecieron. —Un engaño… — ¡Es una trampa! — ¡No me cites al maldito capitán Ackbar de la religión Jedi! — ¡Muahahahahaha! — ¡Ni uses tu risa villanesca! El chico de las grandes astrogafas parecía haber perdido los nervios. A su lado estaba la chica que había recitado un pasaje de El retorno del Jedi. A su alrededor, las luces parpadeaban y la sala creada con restos de otros viejos sistemas arrasados parecía que reía. Estaba llena de cables que parecían venas de una criatura que respiraba oxido. —Primero, ¿dónde diantres estoy? —preguntó Helena. Se encontraba tumbada sobre una camilla—. Segundo, si estoy muerta, ¿por qué Edgar Allan Poe no está aquí para echarse unas risas conmigo? — ¡No estáis muertos! —respondió la chica acercándose. En sus dientes, brillaba un aparato de color fosforescente. Luego, hizo un saludo que Helena descifró como el de Star Trek—. Soy Buffy ¡y nosotros te engañamos! —Pausa. Cara de pocos amigos de Helena—. ¡Siempre he querido decir eso! ¿Podrías firmarme un autógrafo? Helena hizo lo que siempre hacía cuando le preguntaban algo así: dio un salto desde la mesilla y cogió algo afilado que estaba guardado dentro de una caja de cristal que abrió de un puñetazo. En sus manos, tenía una espada. — ¡Cuidado! —exclamó el muchacho—. ¡Es una réplica de Dardo, la espada de Bilbo y Frodo Bolsón! — ¡Es de coleccionista! Helena pensó en qué haría más daño a aquellos chavales, el gordo y la grimosa, si atravesarlos con la pequeña espada o romperla. —Oh, vaya, te… te estás poniendo… violenta —tartamudeó Buffy y miró al otro chico, pidiendo ayuda—. Es como cuando despertaron al Capitán América en Los Ultimates, un poco también como Ripley en Aliens… — ¡Maldita friki! —clamó Helena—, dime cómo he terminado en la Comic Con de San Diego y por qué no hay una referencia a Doctor Who. — ¡Os invitamos para daros vuestro premio que es salvarnos en cuello! ¡Y Doctor Who es demasiado friki! ¡No nos hagas daño! — ¿Doctor Who demasiado friki? Chico, te voy a cortar el cuello por la gloria de los Señores 32 Anima Barda - Pulp Magazine


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del Tiempo y… — Helena, pregúntales lo más evidente, ¿no se puede devolver el premio? —dijo Bécquer dolorido, como si estuviera de resaca. Había aterrizado en el suelo de aquella sala, no sabía aún cómo y seguía soñando con montes de ánimas. —Muy gracioso, camarada —contestó el chico golpeando el suelo con un tacón… de su tenis viejo—. Mi nombre es Peter. — ¿Parker? —Preguntó Bécquer—. No me digas, simplemente viendo tus pintas… ¿Cómo…? — ¡Hemos usado el teletransportador! —dijo Buffy señalando una enorme pecera llena de electricidad—. Planeábamos coordinarlo con la llegada del portal por el que vinisteis, pero no nos dio tiempo. — ¡Te dije que quitases el decimal! —Eso te lo dije yo a ti, Peter Doraemon. — ¡Me estás dejando en vergüenza, Buffy Magic el Encuentro! — ¡Al menos, ya estáis aquí! —exclamaron a la vez. Helena y Bécquer se miraron. —Vale, ¿qué hacemos en un futuro con tan mal gusto para los nombres? —soltó Bécquer. —Y estuvimos a punto de ser devorados por un kaiju —musitó Helena—. Y sí, sé que mi vida empieza a ser rara cuando digo eso y no suena raro. — ¡Conocéis a los kaijus! ¡Eso facilitará las cosas! —dijo Buffy esperanzada. —Tenemos mucho tiempo libre y pelis de serie B japonesas —contestó en nipón Helena. — ¡Nuestra idea de traeros era para que vosotros nos salvarais del kaiju! —dijeron Buffy y Peter al mismo tiempo, dando saltitos—. Pensamos que aceptaríais el premio, al menos eso hicisteis con la invitación… —Hablan a la vez… —dijo Bécquer—. Eso es realmente… grimoso. —Son frikis, ¿qué quieres? —La próxima vez, más humildad y nada de premios —dijo Bécquer poniéndose en pie y observando las cascadas de luz que habían a su alrededor—. ¿Por qué pensabais que nosotros…? — ¡Sois miembros de L.A.B.E.R.I.N.T.O.! —exclamó Buffy y accionó una palanca que hizo aparecer una mesa llena de juguetes de coleccionista. Cogió dos de ellos con unas pinzas. Estaban aún empaquetados. Los recién llegados no dieron crédito. — ¿Esa soy yo? ¡Parezco la Barbie gótica! — ¿Ese muñeco tan atractivo soy yo? Helena y Bécquer se quedaron mirando las figuras a su imagen y semejanza, presentadas en formato físico en contra de los típicos juguetes holográficos del futuro. Luego, intercambiaron una mirada. — ¿Somos muñecos o figuras de acción, Helena? — No lo sé, pero ¿si nos compran a todos pueden formar una calabaza gigante…? — preguntó Helena leyendo la parte de atrás del envoltorio. Como en las típicas figuras de acción coleccionables, venía una pieza que creaba otro monstruo al comprarlas todas. Anima Barda - Pulp Magazine 33


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— ¿Calabaza gigante? —preguntó Buffy a Peter—. ¿Lo llaman así? —Dudo de que se hayan tenido que enfrentar aún a El Devorador, por lo que el hecho de que lo llamen “calabaza gigante”… — ¿El Devorador? —preguntó Helena. Buffy le dio un codazo a Peter. No podían desvelar nada de eso. — ¡Spoilers! —susurró Peter—. Aquí se instauró una ley según la cual aquellos que hicieran spoilers serían condenados a muerte. —En nuestro mundo también. Aún recuerdo quien me spoileó La Boda Roja de Juego de Tronos y ahora digamos que lo recuerdan sus seres queridos delante de una tumba —replicó Helena sin darle importancia. — ¡No os hemos traído por el Devorador! —explicó Buffy emocionada, quitando con sus pinzas las figuras de acción de las manos de sus autores—. ¡L.A.B.E.R.I.N.T.O.! ¡Sois una leyenda en el futuro, nuestro presente, y solo vosotros podéis salvarnos! Bécquer se acercó a la pantalla de un gran ordenador. Buffy y Peter se quedaron mirando con curiosidad. El poeta no parecía descifrar aquella especie de jeroglíficos que aparecían en la pantalla. Solo notó que la misma frase se repetía una y otra vez. — ¿Qué le llama tanto la atención? —Preguntaron a la vez Buffy y Peter—. ¿Qué le llama tanto la atención? ¿Qué le llama tanto la atención? ¡Esto no estaba previsto! Helena se preguntó si aquello era normal, pero en un tipo y una tipa de treinta años que coleccionan figuras de acción y ordenadores raros era posible. —Todo esto es un asco —replicó Bécquer—. Es decir, viajo cinco mil años al futuro para saber que estoy muerto, porque si estuviera vivo contaríais conmigo, seguramente. Siempre tuve la esperanza de que viviría para siempre… En fin, al menos nos hicimos famosos. ¿De qué tenemos que salvaros? —Del monstruo, claro, pero ¿y el resto de L.A.B.E.R.I.N.T.O.? —preguntó Peter acariciándose la barba grasienta de tres días. Buffy pasó una especie de tableta delante de Helena y Bécquer. Luego, leyó los datos tras el escaneo. —Claaaaro, este es Bécquer y Helena tras el Colapso, después de la muerte de… —dijo Buffy y cambió su tono de celebración a uno más formal—. Lo… lo siento por la muerte de… Lo siento. Bécquer y Helena asintieron con sus cabezas sin más. Acto seguido, el barbudo Peter golpeó con uno de sus rechonchos dedos un aparato lleno de cables y empezó una proyección. — ¿No hay nada para picar mientras vemos la película? —preguntó Bécquer, con ironía. — ¿Qué tráiler van a poner? Adoro los tráilers… —contestó Helena. —Tengo el tráiler de Star Wars. Episodio XII y… —Peter, ¡al tajo! —Ups, sí, perdón. Arreglaron el sistema lo más rápido posible y empezó la “película”. No tardó en aparecer la 34 Anima Barda - Pulp Magazine


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grotesca imagen del monstruo con aspecto de gorila mezclado con un lagarto, un pulpo y un ser flamígero. Realmente, cualquiera que vea eso escrito quiere ver al menos un dibujo. Helena y Bécquer estaban viendo imágenes de cómo surgió y destruyó varias importantes ciudades: Londres, Berlín, Estados Unidos (los monstruos ganan puntos si destruyen algo de E.E.U.U.), Tokio… —He aquí la creación de PirateDarkness666 —anunció Peter ante un plano algo desenfocado de la bestia—. Era un viejo amigo. Jugábamos al rol clásico juntos. Sin embargo, se fue al Lado Oscuro y acabó creando ese monstruo para conseguir que todos le admirasen. —El futuro es friki —concluyó Helena—. ¡Malditos trolls! — ¿Tenéis todos estos sistemas y no una forma de parar al monstruo y ese… Darkness no sé qué? —quiso saber Bécquer, mientras veía una especie de cámara en la mesa. ¿Fue con la que se tomaron las imágenes? ¿Absolutamente todas? ¿Incluso las ruedas de prensa de los presidentes mundiales rindiendo pleitesía? —Darkness fue el primer plato de su monstruo —replicó la joven Buffy—. Existieron armas para detenerlo, pero nadie lo intentó. Estábamos viviendo una crisis económica y la destrucción que causó esa bestia consiguió apaciguar a ciertos sectores como el de la construcción, que evolucionó también a la recogida de escombros mientras que las pólizas de seguro crecían y conseguían dar prestaciones mínimas por la destrucción gracias a que los gobiernos las pagaban con dinero público y… —Eh, eh, eh… —dijo Bécquer—. Para ya. No me gustan las clases de Historia. —Esta era más bien de economía. —Eh, eh ech… Esas clases menos. Es decir, una pandilla de mandamases quisieron que el bichejo siquiera vivo y se le fue de las manos. Bien. Vale. ¿Y cómo El Hogar se destruyó? —¿Hogar? ¿Qué hogar? —se preguntaron Buffy y Peter mirándose entre sí. Helena suspiró. —No, hogar, sino El Hogar… ¿No eráis unos frikis de L.A.B.E.R.I.N.T.O.? —No saben qué es el Hogar… —dijo Bécquer—. Misterio misterioso. La cuestión es que pensáis que podemos parar un monstruo gigante, ¿por qué…? — ¡Tenemos todos los cómics que han hecho de vosotros! —dijo Buffy—. ¡Películas! ¡Series! ¡Novelas! ¡Documentales! ¿Realmente necesitamos deciros por qué sabemos qué vais a parar a esa amenaza? Helena y Bécquer no supieron qué decir salvo. —Esperamos habernos llevado algo por el merchandising. —¡DEJA DE JUGAR YA! ¡YA ESTÁ EL ALMUERZO! Aquel grito no provino de nadie de los presentes, pero Peter y Buffy se lanzaron contra los teclados para empezar a iniciar una serie de secuencias. Helena, de pronto, sintió que conocía aquella voz, fue la que hizo que despertase. —Ha sido un fallo de comunicaciones —explicaron a la vez Peter y Buffy. — ¿Cómo parar a un monstruo gigante como ese? —se preguntó Bécquer—. ¿Y cómo Anima Barda - Pulp Magazine 35


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tomarnos toda esta chorrada en serio? —Ahora mismo lamento no haber visto más serie B… ¿Qué podemos hacer si queremos acabar con esa criatura? — ¿Abrirle un perfil en alguna red social, Helena? Eso destruye la vida de cualquiera… —Algo más efectivo. Bécquer sacó algo de su chaqueta. Eran unas llaves que parecían de un coche. Helena pareció comprenderlo. Eran las Llaves de El Hogar. —Si está destruido… —Helena, ¿cómo sabes que no lo destruimos nosotros acabando con esa bestia? Hazte a la idea de miles de momentos del tiempo y miles de millones de dimensiones. Estamos en una donde El Hogar fue destruido. Su estado acabará extendiéndose por todos los mundos, uno tras otros, en cada época o lugar, pero por ahora solo ha afectado este lugar. Este universo es demasiado basto como para ser simultáneo. Desde este momento hasta el futuro de este sitio y su pasado, esa es la dirección de la hecatombe… por eso nadie recuerda El Hogar aquí. Se ha borrado. — ¿Quieres decir que la única forma de destruir a la bestia es acabando con El Hogar, nuestra oportunidad de regresar a casa? —Solamente sé que lo hemos hecho, pero no sé qué nos ha conducido hasta ello. ¿Por qué diantres apreciaríamos tanto este lugar como para arriesgarnos por él? — ¿No crees que sea la Tierra en el futuro? —Creo que para llegar a algo así, alguien tuvo que interferir en El Hogar. ¿Recuerdas que no llegamos al lugar exacto? Fallo en el sistema de coordenadas. — ¿Fueron Buffy y Peter? —Nadie podría hacer eso. Sin embargo, hay algo en su ordenador que me ha llamado poderosamente la atención… — ¿Algo como esto que encontré en la sala principal? —dijo Helena señalando un catálogo de juguetes. En portada, una rebaja sobre el precio de unos generadores de juguete. —Aparte de eso, ¿tú no rompiste un cristal con el puño para sacar aquella espadita? —Sí. — ¿Dónde está la sangre? ¿No sería más bien plástico? Helena se quedó mirando su mano izquierda, con la que sacó el “arma” (o perfecta réplica realizada por sabios elfos). No había herida en los dedos ni en los nudillos, nada, estaba intacta. Buffy y Peter trajeron los generadores de energía que pidió Bécquer y los colocaron sobre la guarida secreta. La base era una especie de concha que asomaba entre escombros, bajo ella, como un búnker estaba la sala de ordenadores donde habían despertado Helena y el poeta aventurero espacial. — ¿Generadores de energía? —preguntó Helena—. ¿Cómo los que había en el catálogo? —Exacto —contestó Bécquer mirando aquellas estructuras que recordaban a cañones. Se fijó en algo: una pegatina con una especie de número—. ¿Esto es el precio? ¿Quieren devolverlo 36 Anima Barda - Pulp Magazine


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tras usarlo? —Estos frikis son unos ratas —contestó Helena mirando hacia el devastado horizonte. No había nada de vida en metros a la redonda: solo polvo, suciedad, restos de destrucción…—. Esto alrededor nuestro… es tan perfecto. —Vaya si lo es… —No, Bécquer, no me refiero a la belleza melancólica que encontrabais escritores como tú, sino algo diferente. — ¿Me debería tomar eso como un golpe bajo? —Como quieras, pero ¿no notas que es una destrucción perfecta? Parece la imagen de una película y tú y yo estuvimos en el Colapso y sabemos que el apocalipsis no es así. —Parece que empiezas a pensar como yo. — ¿A pensar cómo? ¿A pensar cómo? ¿A pensar cómo? La pregunta no fue formulada ni repetida por Helena, sino por Buffy y Peter que habían aparecido tras ellos. Ambos lucían una sonrisa y habían vuelto a hablar a la vez. —A mi señal… —empezó a decir Bécquer. En su mano derecha tenía las llaves, si presionaba en ellas, se crearía un portal de El Hogar. Los generados iban a activarse… Gorilagartotopfirus destruía la ciudad porque alguien tenía que ordenar aquel estropicio. La verdad es que no había viajado desde un macrouniverso para ahora tener que aguantar toda aquella porquería. Alguien tenía que recoger los juguetes, ¿por qué no podía ser su propio hijo? Ya se había cansado. Lo había llamado para que viniera a almorzar, pero claro, él tras transfigurar a sus padres en un monstruo no quería. Era un hijo egoísta y malagradecido que solo quería dinero para juguetes y seguir desarrollando su doble personalidad. Cuando vio que había gastado el dinero del almuerzo en dos novedades del catálogo de juguetes, Gorilagartotopfirus se enfadó bastante y fue directa a la habitación de su hijo o hijos de la manera que mejor se le daba: ordenando todo con sus tentáculos y vomitando llamas por sus fauces. Así son las madres-padres desde el principio de la existencia. El monstruo estaba en el horizonte. Buffy y Peter se encontraban cada uno junto a un generador. Bécquer y Helena miraban al frente, esperaban haber acertado en su conversación. Fue entonces cuando la chica cogió una piedra del suelo. —Hey, ¿qué haces? —preguntaron a la vez Peter y Buffy—. Esa piedra es… — ¿Os ha costado dinero acaso? Los dos enmudecieron. Helena tras aquello decidió lanzarla lo más lejos que pudo. Para su asombro, se detuvo un par de metros más allá de aquel caparazón que guardaba en su interior la fortaleza de Peter y Buffy. No fue por falta de fuerza, sino porque rebotó contra parte del horizonte, como si hubiera un muro invisible. —La piedra no va más allá del escenario… —habló Helena, pensativa. Soltó una carcajada—. Malditos frikis… Anima Barda - Pulp Magazine 37


CARLOS J. EGUREN

Bécquer hizo una señal antes de que Peter o Buffy dijesen algo y ambos conectaron aquellos generadores de energía que emanaron dos halos de potente luz. De pronto, Gorilagartotopfirus empezó a ir más rápido hacia ellos. — ¡ESTÁIS GASTANDO MUCHA LUZ EN JUGUETES! — ¡Un fallo en la comunicación! ¡Ese grito es un fallo en la comunicación! —exclamaron a la vez, de nuevo, aquellos frikis que habían traído a Helena y Bécquer, arquearon las cejas—. ¡Activad el portal! ¡Haced que la fuente de energía destroce la cabeza del monstruo y se destruya! ¡Porfa! —¿Eso es forma de tratar a una madre? —preguntó Helena señalando a Buffy y Peter—. El gorilagartotopfirus es vuestra madre y pese a que sea un gorila-lagarto-pulpo-de-fuego merece un respeto, ¿sabéis? Buffy y Peter se miraron entre sí. Sus movimientos no eran parecidos al extremo de llevar tiempo juntos, no. Eran exactamente los mismos movimientos. De pronto, sus ojos se tiñeron de negro. — ¿Sabes lo que pienso de esto, Helena? — ¿Que no deberíamos meternos en riñas familiares, Bécquer? —Exacto. El monstruo iba a por sus supuestos hijos, en medio estaban Helena y Bécquer. El poeta alzó la mano con la llave de El Hogar, lo presionó y sonó como una especie de alarma desactivada de un coche. El portal cayó sobre ellos como una especie de arcoíris y las luces se desvanecieron. —Promete que nunca volverás a hacerme eso de convertirme en una mezcla de gorila con lagarto y pulpo hecho de fuego —pidió la madre-padre de tres cabezas a su hijo de dos cabezas. —Lo prometo, mamá. Seremos buenos a partir de ahora —dijo su hijo. Uno de sus rostros se parecía a Buffy, el otro a Peter. El segundo le estaba creciendo con la edad, como los dientes a los humanos, y de ahí que sufriera crisis infinitas como aquella que había acontecido hacía unas horas. Ambas criaturas asintieron con sus múltiples rostros, activaron su transportador y la madre dijo adiós a Bécquer y Helena tras pedir disculpas. El hijo sacó sus lenguas de tres extremos como forma de burlarse de las que habían sido sus víctimas, el ser había prometido que ya no compraría nada más de L.A.B.E.R.I.N.T.O. Tras un par de destellos, el Hogar volvía a estar ocupado por los integrantes de la agencia. Helena y Bécquer dieron un par de pasos hasta encontrarse con Charlotte y Mastodonte. —Entonces, ¿El Hogar está en pie en ese futuro? —quiso saber Charlotte ocupando un sofá de la enorme y brillante sala donde todo podía pasar. —Su madre nos contó que habían destrozado una réplica que les compró para mantenernos encerrados en su sala de juegos, como si fuéramos figuras de acción típicas —respondió Helena mientras paraba de leer un cómic de Gerard Way y Gabriel Bá—. Todo se le ocurrió cuando un amigo, un tal Darkness, se enfadó con él y se quedó solo, ya sabéis. Cuando su madre se enteró de lo que le hizo a la guarida con accesorios El Hogar, se enfadó y el chaval usó sus habilidades 38 Anima Barda - Pulp Magazine


L.A.B.E.R.I.N.T.O. DE KAIJU

para convertirla en un monstruo ante nuestros ojos y a él en una chica y un chico… Dejadlo, son aliens que manipulan la realidad y tienen doble, triple o múltiple personalidad. Es complicado de explicar. — ¿Qué lleva a unos alienígenas bicéfalos o tricéfalos con capacidades para crear ilusiones a esto? —preguntó Mastodonte haciendo pesas con su recién dejado bigote. —El chaval tenía una mala relación con su padre-madre y nos admiraba como personajes de ficción —dijo Bécquer—. Consiguió crear una ilusión que no estaba mal y casi nos hace que nos la tragásemos hasta que vimos el tema de que hablaban a la vez, aquel mensaje copiado una y otra vez en el ordenador sin demasiada atención en el detalle (como si viniese pegado a un juguete), el tema de que todo pareciera plástico o un escenario y luego los generadores de energía con precio y todo… Helena continuó: —Además, ¿cómo podía existir un monstruo así y un fanatismo de esa manera por nosotros? No podía ser real, hicimos que comprasen los generadores para mosquear a su madre... —Suma a eso su comportamiento y… —Vale, vale, Sherlocks —dijo Mastodonte—, aunque no me creo que no te dieses cuenta antes, Bécquer. El poeta pidió silencio ante Helena, pero ella ya había aprovechado para salir en aquel momento de El Hogar. Se había dirigido hacia el balcón cercano a la grieta del tiempo. Atrás se quedaron los otros dos miembros del equipo, Charlotte y Mastodonte, hablando sobre la misión secreta del que faltaba allí, Aidaan. — ¿Te ocurre algo, Helena? —preguntó Bécquer. —Mastodonte tenía razón. — ¿Ese cabezón? Sería por primera vez en… —Sabías desde el principio, cuando recibiste la invitación del premio, que era solo una ilusión de un chiquillo que se llevaba mal con su madre o padre. —¿Pensar en madre-padre sería algo normal? No suelo tener pensamientos hermafroditas… —Por eso me llevaste contigo y dejaste a los demás. — ¿Y por qué te traje conmigo? —Porque querías que aprendiese algo y volviese a ver a mi madre, ¿no? Porque mi padre, el olvidado Darren Yorke está muerto y ella es lo que me queda, porque sí un niño puede volver a llevarse bien con su madre-padre-gorila-lagarto-lo-que-sea, yo puedo volver a dirigirle la palabra a mi madre. —En caso de que fuese así, ¿has aprendido algo? Helena se giró y regresando a El Hogar dijo: —Nada en absoluto. Bécquer se quedó pensativo. En su mano, observó la invitación al premio: siempre la misma parte repetida y mal escrita, como hecha por un niño. Había cosas que siempre se le escapaban. O no. Anima Barda - Pulp Magazine 39


JULIO MARTÍN

Príncipe Pío por Julio Martín

L

a figura que se alejaba del domo a toda velocidad representaba apenas un borrón de color rojo, destacando sobre la monotonía del desierto. Siguiendo su estela, cinco borrones más trataban de ganarle terreno, sin éxito. A su espalda, los límites de la ciudad que nunca más habría de pisar. Su mente viajaba a mayor velocidad incluso que el aerodeslizador monoplaza que pilotaba de forma temeraria. Había aprovechado su condición de técnico de mantenimiento del domo que protegía Nueva Madrid para hacerse con el vehículo en cuanto vio la ocasión. Se trataba de una acción desesperada, pero también lo era la situación en la que se hallaba metida. Si lograba despistar a los agentes de policía que la perseguían, tal vez tuviera la oportunidad de llegar hasta otra colonia en donde solicitar asilo. Estaba convencida de que tenía que haber más domos que albergaran poblaciones, diseminados por el desierto de arenisca. Desde su infancia había oído decir a los adultos que ellos eran la única colonia procedente de la Vieja Tierra que había logrado alcanzar aquel planetoide inhóspito. Ahora que era una mujer adulta, tenía sus propias ideas al respecto. Haber sido la amante del gobernador de Nueva Madrid durante los dos últimos años no le había permitido tener acceso a toda la información clasificada que le hubiera gustado, pero sabía lo suficiente como para intuir algunas posibilidades. Tenía que haber más supervivientes. Sus perseguidores pronto regresarían a la ciudad, por temor a agotar la autonomía de sus aerodeslizadores de motor eléctrico. En una ciudad como aquella, cubierta por el domo semitranslúcido que la protegía de las temperaturas extremas, las radiaciones solares y la falta de oxígeno, los combustibles fósiles no eran una opción. A pesar de las bombas de extracción de gases nocivos instaladas en lo más alto de la cúpula, el uso generalizado de maquinaria de combustión convertiría el entorno en una nube irrespirable de monóxido de carbono letal. Por ello, los faraónicos generadores de energía eléctrica se encontraban emplazados fuera del perímetro protector del domo. Se nutrían de petróleo procedente de la plataforma de extracción que se había instalado en las inmediaciones de la ciudad. De ahí, el combustible hacía funcionar los generadores eléctricos que iluminaban la ciudad y movían la maquinaria mediante gruesos cables de cobre que atravesaban el domo por varios puntos estratégicos. El trabajo en la refinería constituía el sustento de gran parte de la población, aunque era una ocupación extremadamente peligrosa que cada año se cobraba las vidas de varias decenas de hombres y mujeres. El hallazgo de la bolsa de petróleo, casi aflorando del subsuelo por sí misma, había sido considerado un buen augurio por parte de los primeros colonos. Aseguraba el abastecimiento de energía durante varias generaciones a la ciudad. Las memorias de aquellos días se habían vuelto confusas por el tiempo transcurrido, en el que los registros históricos habían sufrido mermas y modificaciones, bien por negligencias o bien de forma intencionada con 40 Anima Barda - Pulp Magazine


PRÍNCIPE PÍO

algún oscuro propósito. Daya Stjarna estaba convencida que esa manipulación de la verdad había tenido como fin el ocultamiento de otros asentamientos humanos de características similares a Nueva Madrid. Echó una mirada atrás por el retrovisor para comprobar que, de las cinco unidades de policía que iniciaran su persecución, solo quedaban tres. Una luz de esperanza prendió en su corazón; ya estaba más cerca de su meta. Había tenido que huir con lo puesto, una acción insólita para cualquier habitante de Nueva Madrid. En otros tiempos, se dice que hubo un grupo de ciudadanos descontentos que decidieron aventurarse más allá de los límites de la cúpula en busca de mejores condiciones de vida. Su líder, un tal Valerian Brodsky, postulaba que el aire del exterior era respirable y que podrían encontrar otras formas de vida animal de las que alimentarse en su búsqueda de la Tierra Prometida. Nunca más se supo de aquellos disidentes ni se obtuvo prueba alguna de la verdad de sus afirmaciones. Jamás se vio especie animal alguna acercarse al perímetro del domo, que dejaba pasar parcialmente la luz y hacía necesario el alumbrado público incluso durante los ciclos diurnos. Tal vez se vería obligada a comprobar la teoría de Brodsky, si agotaba la energía almacenada en la batería del motor. A pesar de la posibilidad de morir sola en mitad de la interminable llanura, Daya Stjarna seguía adelante sin considerar siquiera por un momento la posibilidad de regresar y entregarse a las autoridades. La gravedad del crimen que había cometido la llevaría ante el tribunal cargada de cadenas y con el juicio perdido de antemano. La pena, si lograba librarse de la horca alegando defensa propia, sería aún peor que una muerte relativamente

rápida por asfixia en el desierto: las minas de sal. Las sales minerales eran fundamentales para mantener la salud de la población y mantener alejadas las enfermedades como el bocio. Para obtenerlas, los mineros se jugaban la vida a diario en trabajos forzados con unas condiciones infrahumanas. Por ello utilizaban a la escoria de la sociedad en las minas. Individuos despreciables por los que nadie lloraría al verles sucumbir al frío y calor extremos, o desaparecer sin más en la oscuridad. Algunos rumores apuntaban a deflagraciones por fugas de gas que calcinaban los pulmones de los mineros. Otros decían que se habían encontrado cuerpos parcialmente devorados en las galerías. De cualquier forma, Daya prefería encontrar su propio destino ella sola sin la interferencia de nadie. Bastantes abusos había tenido ya que soportar por parte de Henrik, su difunto marido, que se había convertido en un cerdo violento y paranoico en los últimos meses. Su cadáver todavía debía de estar caliente en aquel momento, en que Daya huía de los agentes de policía con el fin de eludir las consecuencias de su homicidio. Al principio, su relación con Henrik había sido mutuamente satisfactoria, incluso placentera en ocasiones. La situación estaba clara para todo el mundo, excepto para el propio Henrik. Ella, una belleza sobrenatural de figura majestuosa, con unas nalgas duras como el cemento y unos pechos firmes que desafiaban la ley de la gravedad. Con una mirada podía inflamar la lujuria de cualquier hombre que se preciase de serlo, y también la de algunas mujeres, como había comprobado con satisfacción desde muy temprana edad. Él, un funcionario que gozaba de una hoja de servicio impecable y que figuraba en todas las quinielas como uno de los principales candidatos para el Anima Barda - Pulp Magazine 41


JULIO MARTÍN

ascenso a asesor principal del gobernador. No se podía decir que Henrik fuese atractivo, pero sí poseía un cierto encanto que despertaba el instinto maternal de Daya. Cuando comenzó a tener panza y el cabello le clareó más de la cuenta, Daya comenzó a impacientarse porque el esperado ascenso nunca llegaba. No era cuestión de que Daya Stjarna deseara llevar una vida regalada, de hecho había mantenido su empleo como técnica de mantenimiento. Le gustaba desempeñar un trabajo para la que estaba sobradamente cualificada, como cualquiera de sus superiores podría atestiguar. Además, su horario variable le proporcionaba la coartada perfecta para sus aventuras extramatrimoniales. Lo que realmente encandilaba a Daya era el erotismo del poder. Saber que podía influir en las vidas de los demás con solo desearlo era una sensación embriagadora. Una vez que se saboreaba, era casi imposible resistirse a ella. Por eso había empezado a acostarse con el gobernador. Se habían conocido en el banquete de su boda con Henrik. Aquella noche, Daya bebió más de la cuenta y concedió bailes a numerosos varones de entre los asistentes a la celebración, ante la mirada iracunda de sus respectivas parejas. Cuando le tocó el turno al gobernador Manley, tuvo la alocada idea de introducir la punta de la lengua en su oreja, provocándole un respingo. La situación no pasó de ahí, pero Daya Stjarna y sus curvas de vértigo se habían convertido poco a poco en una obsesión en la mente enfebrecida del gobernador. Así se lo había hecho saber una tarde de hacía ya dos años, en una carta que le había entregado personalmente al cruzarse con ella en la base de la empresa de mantenimiento, con motivo de una visita formal. Aquella misma noche habían hecho el amor de manera 42 Anima Barda - Pulp Magazine

apasionada varias veces hasta que Daya supo que la voluntad del gobernador le pertenecería a ella para siempre. Casi de inmediato, Henrik comenzó a sospechar algo. Siempre había tenido que soportar bromas y rumores a sus espaldas acerca de la turbulenta vida amorosa de su esposa. En más de una ocasión estuvo cerca de encontrar pruebas de su infidelidad, pero Daya había podido ocultárselo y siempre conseguía recuperar el favor de su marido con sus armas de mujer. Pero la sospecha continua había terminado por destrozar los nervios de Henrik, que buscó refugio en la bebida. A veces, cuando Daya volvía a casa del trabajo, él la estaba esperando con el aliento apestándole a licor barato. En esas situaciones, el hombre apocado que había sido siempre se convertía en un bruto furioso y casi siempre terminaba haciéndole daño. Discutían a gritos y él la zarandeaba mientras le insultaba y la amenazaba con dejarla. Daya se alegraba de que el control de natalidad hubiera prohibido la procreación de manera preventiva durante otros cinco años. De haber habido niños de por medio, estaba segura de que no hubiera tolerado tanto tiempo tales abusos. Durante varios meses, que le parecieron años, había tenido que esconder los cardenales debajo de su ropa para evitar los comentarios. El gobernador, que también había resultado ser un asqueroso egoísta, apenas le había preguntado por las marcas. Se había limitado a satisfacer sus apetitos, de manera cada vez más mecánica y menos apasionada, tras lo cual siempre se quedaba invariablemente dormido. No esperaba ningún tipo de protección por su parte respecto al acto que acababa de cometer si la capturaban con vida. Aquella tarde ya no pudo soportarlo más. Henrik, ebrio como de


PRÍNCIPE PÍO

costumbre, había ido más lejos que nunca y se había atrevido a traer una prostituta a casa. ¡A su propia casa! Daya se cruzó con ella al entrar. Ni siquiera podía decirse que su marido hubiera elegido con buen gusto a la meretriz; se trataba de una mujeruca de tres al cuarto que le dedicó una mirada desafiante al salir de su apartamento. Habría podido sacarle los ojos en aquel instante con sus propios dedos. En lugar de eso, canalizó su odio hacia la desnuda figura de Henrik, cortando en seco su risa de borracho cuando le clavó el destornillador en la garganta. Si cerraba los ojos, todavía podía contemplar la expresión de asombro en el rostro de su difunto esposo, al tiempo que trataba de articular sonidos, obteniendo como resultado únicamente un borboteo repugnante. Una nueva mirada atrás le reveló que únicamente un aerodeslizador seguía persiguiéndola, cada vez más cerca de su rebufo. Por los indicadores de la consola de mando descubrió que le quedaba ya poca autonomía. Decidió jugarse su suerte a una última carta: súbitamente describió una amplia curva de ciento ochenta grados, cruzándose en la trayectoria de su perseguidor. El agente, cogido por sorpresa, no supo reaccionar a tiempo y perdió el control de su vehículo al intentar un brusco cambio de dirección para evitar la colisión. Fue a estrellarse contra un peñasco, saltando los restos del aerodeslizador por los aires y quedando esparcidos por la arena en un radio de veinte metros. El cadáver del agente aterrizó violentamente sobre un afloramiento rocoso, quedando sus miembros desmadejados y torcidos en ángulos horribles. Daya continuó su camino sin mirar atrás y sin dedicar ni un solo pensamiento a la nueva víctima que acababa de añadir a su incipiente lista particular.

Al cabo de unos minutos, el indicador de batería comenzó a parpadear. Momentos después, Daya notó una disminución de la velocidad paulatina hasta que el vehículo se detuvo. Dejó el aparato inservible sobre la arena rojiza y se detuvo a otear el horizonte. A lo lejos pudo observar lo que parecía una formación rocosa que ofrecía una sombra alargada a aquella hora de la tarde. Decidió encaminarse hacia ella en busca de cobijo de cara a la noche. Si había de morir, al menos que fuera al amparo de los vientos del desierto. Cuando hubo llegado, pudo distinguir una oscura boca que se abría hacia el interior de la tierra. Sin otra cosa mejor que hacer, Daya decidió explorar la gruta más detenidamente. En su precipitada huida, había decidido llevar el mono de trabajo que usaba para las labores de mantenimiento del domo. Entre sus tareas habituales se incluía la limpieza de las aspas de los extractores de gases y de los molinos de viento situados en lo alto de la cúpula. Con el fin de evitar la caída de alguna herramienta vital para desempeñar su trabajo, la equipación incluía un práctico cinturón con bolsillos en los que guardaba todo tipo de utensilios. Daya se alegró de contar con una linterna entre ellos. Guiándose por su luz, se adentró varios metros en el interior del pasaje, de muros impecablemente regulares, lo cual revelaba sin lugar a dudas la mano del hombre. Por un momento, sintió una renovada esperanza. De pronto, unas formas familiares llamaron su atención en la pared. Sacando una bayeta de su cinturón, limpió el polvo acumulado durante años de la placa metálica y pudo leer: «Estación Príncipe Pío». Entonces lo supo. Lo que en realidad trataban de ocultar los Anima Barda - Pulp Magazine 43


JULIO MARTÍN

gobernantes era que, en realidad, no había habido ninguna colonización de un planeta nuevo. Habían estado en la Vieja Tierra todo el tiempo y, probablemente, no habría más supervivientes. Sintió una opresión en la boca del estómago y su cuerpo se cubrió de una transpiración helada que le caía como un glaciar por dentro del traje. No había esperanza para ella. Tal era su estupor, que no oyó el murmullo hasta que fue demasiado tarde. Para cuando se giró, pudo contemplar con horror una ola viviente compuesta por las cucarachas más grandes y repulsivas que hubiera visto nunca. Un manto negro que bullía con la vida de miríadas de artrópodos moviéndose al unísono, animadas de manera siniestra por lo que parecía ser una mente de colmena. Las supervivientes definitivas de un mundo moribundo devastado por la radiación estrechaban el cerco en torno a ella y por un momento habría jurado que pudo distinguir el rostro de Henrik, formado por miles de cucarachas en continuo y febril movimiento. En un último gesto inconsciente nacido de la desesperación, se arrancó la máscara protectora para exhalar un último grito de agonía. El fugaz alivio de sentir por última vez el aire libre, sin procesar por filtros artificiales, se vio mancillado al instante por la profanación de aquellas inmundas criaturas, que la sofocaban al introducirse por sus orificios en busca de calor. Antes de ser engullida por la marea negra, por encima de sus propios alaridos de terror pudo distinguir claramente los chasquidos de millones de patitas articuladas al moverse sobre ella, formando sonidos que emulaban una parodia de voz humana. La voz le decía: “Aquí tienes tu merecido, querida”.

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ENTREVISTA A LAUREN BEUKES

Entrevista a

LAUREN BEUKES Las luminosas está a medio camino de ser una novela de ciencia ficción y un thriller. ¿Cuál es un título a tener en cuenta de ciencia ficción, y cuál un thriller? ¿Tienes algún autor de referencia? Lo describiría como thriller en el concepto más amplio de la palabra, como la película Origen o, quizás más apropiadamente, como los saltos en el tiempo de Memento. Me he inspirado en muchos autores, leo mucho. Pero mis mayores influencias son Alan Moore, William Gibson, Margaret Atwood and David Mitchell. Dar saltos en el tiempo de presente a pasado suena en sí mismo complicado, pero el resultado es intachable. ¿Qué dificultades te has encontrado a la hora de escribir esta novela? ¡Asegurarme de que era perfecta! Construí una pared de asesinatos encima de mi escritorio, como los de las series de policías, donde proyecté toda la novela y todas las líneas de tiempo que se cruzaban, con las muertes unidas por hilo rojo y el seguimiento de los movimientos de los objetos que Harper cogía de sus victimas y los dejaba tras de sí. Parece como algo sacado de Homeland o Una mente maravillosa. Se ha criticado, o catalogado, que hay escenas, fragmentos en el libro de las luminosas bastante crudos, comprensibles desde la mente del asesino, Harper. Los más exagerados los califican como “gore”. ¿Qué papel tiene la violencia y las peleas en tus libros? Traté de escribir la violencia de una forma que recordara lo que es realmente la violencia

para nosotros, para la familia y amigos, y para la sociedad. Hemos visto tantas muertes sin sentido en la televisión, y leído tantas novelas policiales donde la muerte de la chica es sólo un cuerpo bonito y un rompecabezas sangriento que hay que resolver (nunca llegamos a sentir su humanidad o el sentimiento de la pérdida). La violencia real es chocante y perturbadora y no debemos olvidarlo. Por eso yo intenté escribir desde la perspectiva de la victima, para conseguir el impacto emocional, el shock y el terror, en lugar de ser cómplices del asesino. Zoo City, lamentablemente, aún no se ha publicado en España. Pero rezuma originalidad por todas sus páginas. ¿Cómo surgió esa idea? ¿Qué tiene de especial? ¿Y por qué un perezoso? Tenía muy clara la idea de una chica joven Anima Barda - Pulp Magazine 45


ENTREVISTA A LAUREN BEUKES yendo hacia el armario de su casa en un barrio bajo de Inner City, abriendo la puerta y encontrándose un perezoso colgado entre su ropa. Sabía que era una carga, un símbolo de su culpa. El resto se fue revelando, como una polaroid. Tuve que darle vueltas a la idea. Fue una forma de explorar la idea de reconciliación, de cómo vivir con su pasado (tanto personal como de la sociedad), cómo hablamos de los criminales, de la xenofobia, los pecados de los padres y la industria de la música pop.

Se ha anunciado que la novela será adaptada como serie de televisión. Algo que puede dar la oportunidad de profundizar en la historia o desmerecerla por la pérdida de ritmo capítulo tras capítulo. En cualquier caso, ¿te imaginas a algún actor como Harper o Kirby? Veremos a ver cómo funciona. Tengo toda la fe en que la productora encuentre un buen director. Me encantaría ver a John Hawkes y a Jennifer Lawrence en el papel, pero eso no depende de mí. En otras entrevistas has mencionado que te inspiraste en crímenes reales a la hora de relatar los asesinatos en Las lu46 Anima Barda - Pulp Magazine

minosas. ¿Cómo describirías este trabajo? ¿Cuánto de crítica social tiene este libro? Es un libro, fundamentalmente, sobre la violencia de género y cómo hablamos de ello. Como, en las noticias, en las películas, las mujeres se reducen a la suma de sus heridas, no a quién era, ni lo que significaba su vida… A mí me afectó mucho el asesinato de una chica cercana a mi familia, y cómo la policía no se molestó en investigarlo y lo poco que significó su muerte para la sociedad.

Su debut en la literatura fue de la mano de Moxyland, un libro cyberpunk. ¿Tienes pensado retomar este género o probar otros ahora en auge como el steampunk, o quieres mantenerte en la línea de la ciencia ficción y el thriller? Escribo de lo que se me ocurre. Los correctores y las librerías los etiquetan después. Todas mis novelas son de suspense con un contenido social. Probablemente siempre habrá un toque salvaje en mi trabajo, pero no puedo garantizar nada más. Has firmado el guión del segundo volumen de Fabulosas, creando una Rapunzel muy guerrera. ¿Cómo llegaste hasta el proyecto de Bill Willimgham? ¿Quién es tu princesa Disney favorita? Conocí a Bill Willimgham en la WorldCon del


ENTREVISTA A LAUREN BEUKES and recreation. Tragedias humanas que tienen algo que decir acerca de lo que somos, o nuestra caprichosa estupidez. Ánima Barda está escrita por autores aficionados que aspiran a dedicarse, en un futuro, al mundo de la literatura. ¿Tienes algún consejo para escritores que aún no han publicado? ¿Sigues alguna rutina a la hora de escribir efectiva? Termina el libro, es lo único que cuenta. Intenta escribir quinientas palabras al día. Yo intento escribir mil o dos mil, algo sencillo porque le dedico el tiempo completo. Pero, sinceramente, escribí Zoo City cuando acababa de tener el bebé, escribía por las noches. Si es lo que quieres, tienes que ir a por ello.

2009. Estaba lo suficientemente impresionado con Moxyland para mandarme a conocer a su editor de Vertigo en Nueva York. Me pidieron que escribiera sobre Rapunzel específicamente, y empecé con la idea central del pelo y la importancia que tiene en algunas historias de terror japonesas. ¿Mi princesa Disney favorita? Vanellope, de Rompe Ralph. Hemos hablado de la literatura, pero el thriller y la ciencia ficción también beben del cine. ¿Qué película de este género consideras un must? ¿A qué serie te has enganchado últimamente? Me encanta Memento de Christopher Nolan y El truco final, El laberinto del fauno de Guillermo del Toro, Hijos de los hombres de Alfonso Cuarón, Moon de Duncan Jones, cualquier cosa de Danny Boyle. Película de asesinos en serie concretamente: Seven, Zodiac, El silencio de los corderos, Donnie Darko, Los héroes del tiempo, doce monos, etc. Mis series favoritas de todos los tiempos son Breaking Bad, The Wire y Los Soprano. Pero también me encanta Black Mirror, Community, 30Rock y Parks Anima Barda - Pulp Magazine 47


J.R. PLANA

Terror en el asfalto

por J.R. Plana

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TERROR EN EL ASFALTO

E

l agente Norman Perry —veinticuatro años, dos en el cuerpo— se estaba echando una pequeña siesta en el coche patrulla, aparcado en el margen de la carretera federal 67, en el tramo que une San Angelo con Big Lake, Condado de Irion, Texas. Eran las cuatro de la tarde y afuera hacia un calor de mil demonios. La gente evitaba moverse a esas horas, lo que lo convertía en el momento ideal para relajarse un rato. La 67 es un jodido erial. Kilómetros de asfalto rodeado de tierra áspera y árboles medio muertos, un secarral sin una maldita sombra bajo la que resguardarse del inclemente sol tejano. Exceptuando, eso sí, en la que estaba ahora mismo el coche del policía, posición reservada a la autoridad cuando les tocaba patrullar por allí. La 67 también es solitaria de narices. Perry llevaba al menos hora y media sin ver pasar un vehículo. Para dar más fuerza a la estereotipada escena, por la radio sonaba música country. Era el turno de Luke Bryan y su Country girl (shake it for me), ideal para perseguir delincuentes —pero no para dormir la siesta—. Y, como siempre que las cosas están tranquilas y a uno lo que menos le apetece es moverse, el aparato de radio se despertó crepitando y una voz metálica y femenina llamó a las unidades cercanas a Big Lake. Perry no contestó y entonces la mujer volvió a hablar, y esta vez lo hizo dirigiéndose personalmente a él: —Norman, sé que estás ahí —dijo con tono irritado y condescendiente—. ¿Quieres hacerme el favor de mover el culo y acercarte hasta Big Lake, a la esquina de la 12 con Ohio? Era pocos, y siempre se sabía dónde estaban los demás. Es lo malo de esas zonas: muy tranquilas, pero cuando toca trabajo no hay Cristo que se pueda perder. —Cielos, Lucy, eres implacable. Dame un respiro, ¿quieres? Estaba acabando de rellenar un parte —mintió Perry. —No me mientas. —Con Lucy pocas excusas colaban—. Te tengo calado, rubiales. —Menos de lo que yo quisiera. —Piérdete, capullo. —Eso intentaba. Lucy no respondió a eso. Sólo hubiera conseguido una buena bronca del jefe por usar la radio para discutir gilipolleces. Perry arrancó el coche, enchufó la sirena y dejó la radio puesta. Conducir por la 67 sin música era como… Como… Bueno, joder, como no comer pollo frito en dos días. Algo sencillamente incomprensible. —A todo esto, Lucy, no me has dicho para que me necesitan los honorables ciudadanos de Big Lake. —Parece que alguien ha estado jugando al beisbol con el coche de un profesor del Reagan High School. —Y habrá grabado un vídeo, ¿verdad? —Puedes apostar que sí. —Malditos adolescentes. ¿No pueden limitarse a prender bolsas de mierda en la puerta? —Seguro que tú hiciste unas cuantas de esas. Anima Barda - Pulp Magazine 49


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—Amiga, en mis tiempos tenía cosas mejores que hacer. Puedes preguntarle a Nancy Colleman. O a Julie. —¿La del Nabot´s Ground? —Entre otras. —Joder, voy a tener que cambiar la radio. Estoy oyendo hablar a un fantasma. —Pero qué idiota eres. —Un zopenco fantasma fanfarrón. Perry iba a soltar otro intento de ingeniosa frase de ligoteo cuando sintió como el coche traqueteaba. —Mierda —dijo en voz alta. Había sido un temblor fuerte, uno de esos que te obligan a dar un par de volantazos. Cogió la radio—. ¿Lo habéis sentido? —¿Sentir el qué? —preguntó Lucy con tono socarrón, pensando que era otra idiotez de Perry. —El maldito terremoto, ¿qué va a ser? Lucy tardó unos segundos en contestar. Su voz ahora sonaba seria. —Aquí no hemos sentido nada. ¿Estás seguro de que ha sido un terremoto? —Tan seguro como que hay un cielo. El coche se ha… Perry tuvo que pegar un buen frenazo. La radio quedó colgada del cable, golpeándose contra el suelo. El policía se inclinó sobre el volante, mirando desconcertado hacia delante. Lo último que dijo fue: —¿Pero qué cojones? Y entonces el asfalto, que estaba abombado como si alguien le hubiera pegado un puñetazo desde abajo, saltó por los aires en una lluvia de trozos de hormigón. Uno tan grande como una cabeza de vaca se estrelló contra el parabrisas de Perry, llenándolo todo de cristales y cayendo sobre el asiento del copiloto. Si fuera una película de broma, el trozo de asfalto se habría abrochado el cinturón y hubiera dicho: “Hora de largarse, Norman”. Pero aquello no era una comedia, y dolía de verdad. Los pedazos de cristal cayeron hacia dentro y de punta, clavándose tres de ellos en la pierna derecha y el brazo de Perry, y causándole de paso varios arañazos en la cara que a punto estuvieron de sacarle un ojo. Como banda sonora de aquel momento de pánico y demencia, la voz metalizada de Lucy se oía por la radio, imponiéndose a la música country —sonaba una de Easton Corbin, para eso era la Radio de los Éxitos del Country—. Repetía una y otra vez lo mismo, como un pájaro de una sola frase, con voz estridente y cercana al histerismo, muy impropia de una agente de la ley: —¿Norman? ¿Norman? ¿Estás bien? Y entonces dejaba unos instantes para que Norman dijera algo y, como no contestaba, seguía diciendo: —Joder, Norman, ¡dinos qué coño está pasando! ¿Norman? Lucy usaba muchas palabrotas normalmente, y el doble cuando estaba nerviosa. El pobre de Perry no estaba para contestar. Jadeaba por la impresión y el dolor mientras trataba de sacarse con cuidado un afilado trozo de casi una cuarta de tamaño. Quizá, si en vez 50 Anima Barda - Pulp Magazine


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de ponerse a hacer eso hubiera mantenido la vista fija en la carretera, habría llegado a tiempo de ver cómo un enorme cuerpo de color terroso y compuesto por anillos surgía del boquete del asfalto, se elevaba unos tres metros y, con la boca circular bien abierta, llena de dientes y babas, se lanzaba hacia el coche de policía en plancha. Como decía, si Perry no se hubiera obcecado con sacar el cristal en vez de buscar la fuente del peligro, quizá le hubiera dado tiempo a meter la marcha atrás, pisar el acelerador o Dios sabe qué, protagonizando seguramente una huida digna, a la altura de los mejores films de Hollywood. Al menos durante unos metros, antes de que el gigantesco gusano de asfalto se lo tragara o lo aplastara. Pero no, Perry no lo vio salir, arrancando trozos de hormigón, ni tampoco lo vio alzarse, casi majestuoso. Lo único que vio fue como una masa informe en cuya punta había un agujero negro se arrojaba contra su coche, lo agarraba con sus extrañas mandíbulas y lo lanzaba por los aires para tragárselo entero y de golpe. La voz de Lucy se siguió oyendo unos segundos mientras el vehículo descendía vertiginosamente por el estómago de la espeluznante y descomunal oruga. *** Un poco más lejos de allí, en el Centro de Investigación y Desarrollo de Plainview, Texas, que realmente era una tapadera tras la que se escondía el Departamento de Investigaciones Polibélicas, el profesor Munro, el doctor adjunto Van Heis y la doctora Boluscio soportaban avergonzados y de pie el chaparrón que estaba soltando el coronel Stronbear, cuya vena de la violencia —esa que se hincha en el cuello o frente cuando uno está realmente enfadado— estaba a punto de estallar. —¡Esto ha sido un ejercicio de clara y vergonzosa ineptitud! Pueden estar seguros de que se abrirá una investigación y los culpables serán duramente castigados. Los científicos no alcanzaban siquiera a balbucear una disculpa. Para su alivio, Stuart, el jefe de monitorización y rastreo, entró en la sala de reuniones sin llamar. —Coronel, será mejor que venga a ver esto. Stronbear dirigió una última mirada iracunda a los tres antes de ir con Stuart. Los científicos se miraron durante un instante unos a otros, con cara de desesperación, y luego salieron tras los pasos del coronel. —Mire —le estaba diciendo Stuart, señalando una pantalla por encima del hombro de un operario—, hemos detectado una gran vibración sísmica en la carretera 67, entre San Angelo y Big Lake. —¿Ha sido uno de ellos? —preguntó el coronel, inspeccionando de cerca el mapa. —No estamos seguros, aunque hay altas probabilidades. —¿Tenemos imagen de satélite? —inquirió Stronbear dirigiéndose a uno de los hombres que tecleaban frenéticos frente a varios monitores. —Cinco minutos para imagen nítida —respondió este, sin dejar de mirar la pantalla. —Pues que sean tres. —Stronbear creía realmente que usar frases como esa aceleraban las cosas. Anima Barda - Pulp Magazine 51


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—Me temo que eso no es la única novedad, señor —dijo Stuart, ajeno a las tensiones con el satélite. Le puso la mano en el hombro al tipo que manejaba los teclados de la pantalla que estaba contemplando—. Ponle los otros, Charlie. Charlie obedeció, aporreo varias teclas y la imagen de la pantalla se hizo a un lado para mostrar otros cinco pedazos de mapa marcados con círculos y letras. —¿Qué demonios es eso? —preguntó al aire el iracundo coronel. —Afueras de Albuquerque, Tucson, San José, Amarillo y el centro de California. En tres de ellos han saltado las alarmas de la policía local: carreteras cortadas por repentinos socavones. El resto los hemos encontrado gracias al detector sísmico. El coronel parecía perder tonos de color a cada momento que pasaba. —¿Hay más? —Eso parece. Girándose hacia los científicos, que habían permanecido en un discreto segundo plano, el coronel Stronbear levantó las manos levemente hacia el cielo y dijo: —¿Alguien, por el amor de Dios, puede decirme con exactitud cuántos de esos hijos de puta hay sueltos? Fue la doctora la que respondió. —Es difícil de precisar, señor. —¿Díficil? —inquirió el coronel incrédulo—. Santa Madre, ustedes los han creado, digo yo que sabrán cuántos han fabricado, ¿no? —Sí, eso sí… —contestó el profesor—. El problema es… —Señor —intervino de nuevo la doctora—, el problema es que los gnatostomúlidos Goliat se reproducen por mitosis en cuanto entran en actividad. El proceso está alterado para que se conviertan en una plaga rápida al instante de encontrar las condiciones adecuadas. El coronel tenía la boca abierta y cierto de aire de desmoralización. —Eso quiere decir… —balbuceó, derrumbándose lentamente y perdiendo toda su imponente presencia. —Que los gusanos se están multiplicando a un ritmo imparable. Es imposible que sepamos cuántos ahí ahora mismo —explicó la doctora, ajustándose las gafas de pasta con un elegante movimiento—. Y, de aquí a unas horas, podría haber miles por todo el sur de los Estados Unidos. *** Dos horas después, el presidente convocaba un gabinete de emergencia desde el Air Force One. Había tratado de resistirse, aduciendo que un capitán no podía abandonar su barco el primero, pero la NSA y el Servicio Secreto le habían convencido de que estar en tierra firme era un suicidio, y que si no había capitán que dirigiera el barco todos se irían a pique, a lo cual el presidente respondió que si unos gusanos gigantes se comían la tripulación, tampoco habría barco al que pudiera dirigir el capitán. Tras una breve pero intensa batalla de metáforas, el presidente aceptó ser embarcado —por obvios motivos de seguridad nacional— y puesto a 52 Anima Barda - Pulp Magazine


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resguardo a unos cuantos kilómetros por encima de esos bichos. A pesar de todos las órdenes, voces y gente corriendo de acá para allá, nadie había sido aún capaz de informar al presidente de qué carajo estaba pasando. Los gusanos habían empezado a copar todas las pantallas de televisión y de ordenador. Primero todo se llenó de fotografías y vídeos mostrando los extraños boquetes en mitad del asfalto, lo que dio lugar a entre treinta y cuarenta y cinco minutos de precipitados análisis informativos. Las cadenas se mataban entre sí por conseguir un experto, fuera de lo que fuese. Después todas las teorías se fueron a pique cuando en YouTube apareció el primer vídeo de una enorme masa de carne saliendo de uno de los agujeros y tragándose un autobús. Lo había grabado un tipo de Nevada al que le había dejado tirado el coche junto a uno de los hongos de asfalto. Estaba grabando con el móvil cómo se las apañaba un autobús para sortear el enorme bache cuando este voló por los aires y una criatura gigantesca surgió del asfalto y se merendó al vehículo, entre los gritos histéricos de los pasajeros. Inexplicablemente, el tipo del móvil sobrevivió para subir el vídeo a la red. Todo lo demás vino encadenado: el pánico, la confusión y decenas de otros vídeos cuyas visitas subían de mil en mil cada segundo. —¿Pero alguien va decirme si sabemos qué coño es esto? —preguntó el presidente, aporreando la mesa de roble con el puño cerrado. Un vaso de agua salpicó el escudo presidencial que había en el centro. —Las informaciones son confusas, señor —dijo un tipo calvo y de traje, que manoseaba los papeles de un dossier. —La CIA está investigando si se trata de un ataque terrorista —añadió una señorita rubia, también trajeada, que toqueteaba una tablet. —Hay datos en la red que apuntan a un experimento genético de los cárteles de la droga — especuló un hombre barbudo que sujetaba dos móviles. Por supuesto, llevaba traje. —No lo comprendo… —dijo el presidente, apoyando la cabeza en las manos, desesperado. —Señor presidente, tiene una vídeo-llamada por la cinco —interrumpió una mujer con un pinganillo en la oreja. —Clara, diles que ahora no puedo atenderles —contestó el presidente quitándole importancia con un gesto de la mano. —Dicen que es urgente, señor presidente. —Todo el mundo llama con urgencia —protestó él. —Es sobre la emergencia, señor presidente. Dicen que saben qué está pasando. Aquello captó la atención del presidente. —¿Quién llama? —El Departamento de Investigaciones Polibélicas. —¿El qué? —Es un departamento de alto secreto, señor —explicó el hombre calvo de traje—. Usted aprobó el expediente. Anima Barda - Pulp Magazine 53


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—Lo que sea. Pásanoslos, Clara. Al televisor grande. Clara asintió y salió del despacho. El presidente se arregló la chaqueta y todos miraron en dirección al televisor. Al poco, la imagen de un militar acompañado de varios hombres con bata blanca ocupó la pantalla. El militar se cuadró. —Señor presidente, se presenta el coronel Stronbear, oficial al mando del DIP. —Qué me puede decir sobre lo que está pasando, coronel Stronbear —preguntó el presidente con voz autoritaria. —Me temo que es culpa nuestra, señor —contestó Stronbear, tieso como un palo. —¿Suya? —No, señor. De todos. Esos gusanos son un proyecto secreto del DIP autorizado por la Casa Blanca. —¿Cómo dice? —El presidente sonaba muy enfadado—. ¿Me está echando las culpas a mí? —No, señor presidente, solo le digo que la Casa Blanca estaba al tanto de este proyecto. —¿Qué mierda está diciendo? —El presidente había perdido un poco los nervios y la compostura. —Se refiere al expediente 436, señor —apuntó el hombre de corbata calvo—. Lo autorizó usted el año pasado. —¡Es la primera noticia que tengo! —contestó él, aporreando la mesa—. Y si conocía usted ese expediente, ¿por qué no me lo ha dicho antes? El hombre calvo se encogió de hombros. —No me acordaba, señor. —¡Es usted idiota! —El presidente se llevó las dos manos a la cara y se masajeó con fuerza—. Está bien, está bien, no perdamos los nervios… Coronel Stronbear, por favor, ¿puede detallarnos a qué nos enfrentamos? La mujer con bata que estaba detrás del coronel dio un paso al frente y le apartó. —Señor presidente, soy la doctora Boluscio, directora del proyecto Goliat. —Encantado de conocerla, doctora —dijo el presidente con acritud. La doctora pareció ignorar el comentario. O posiblemente no lo entendió, era muy torpe en lo que a relaciones sociales se refiere. —Un placer, señor presidente. El proyecto Goliat fue financiado con fondos públicos el año pasado. Es un plan de bioarmas pionero, con un objetivo claro: los enfrentamientos bélicos con terroristas emplazados en el sur de Asia y África. —La doctora se aclaró la garganta y de alguna parte apareció una cortinilla con una serie de diagramas y esquemas. Empezó a señalar con una varilla, como si estuviera dando clase—. La principal preocupación del departamento era encontrar una forma de aislar a los enemigos. Había que cortar rutas de suministros, vías de escape, eliminar capacidad de respuesta… En definitiva, queríamos acorralar a los enemigos sin tener que recurrir a la intervención de las fuerzas especiales. Y así surgió lo que ahora devora las carreteras del sur del país: el gnatostomúlido Goliat. —¿Cómo? —cortó el presidente, no muy seguro de estar entendiéndolo todo bien. 54 Anima Barda - Pulp Magazine


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—En términos de biología, el gnatostomúlido es un gusano con mandíbulas. Nosotros usamos esa familia para crear una especie de grandes proporciones cuya dieta consistiera en asfalto caliente. El Goliat huele, percibe a miles de millas el asfalto sobrecalentado por el sol, y excava a una velocidad vertiginosa hasta llegar allí. Luego… bueno, ya han visto lo que hacen luego. Soltados en territorio enemigo, pongamos, por ejemplo, Pakistán, los Goliat serían capaces de deglutir un treinta por ciento de las carreteras del país en menos de día y medio. La doctora terminó su presentación y se quedó callada a la espera de preguntas. La sala presidencial se sumió en una inspiración colectiva. Nadie sabía muy bien que decir, salvo el calvo con corbata: —Visto así, el proyecto ha sido todo un éxito. —Trataba desesperadamente de mostrar que era un visionario al haber aprobado el proyecto sin darle más relevancia. El presidente le ignoró. —Doctora, lo que nos ha contado es realmente fascinante, y puede dar por seguro que a partir de ahora revisaré más cerca todo lo que me pasen para firmar. —Esto último lo dijo mirando de reojo y con ira al calvo con corbata—. Sin embargo, no ha respondido a mi duda más imperante ahora mismo. —El presidente se tomó un instante para pensar bien la pregunta—. ¿Por qué cojones están esos bichos paseándose por Texas en vez de Pakistán? La doctora no dudó ni un instante antes de responder. —El sujeto experimental se escapó. —¿Se escapó? —Sí —dijo con orgullo—. Estructuramos su cerebro de manera que este le pidiera moverse continuamente, para que se convirtiera en una necesidad casi a la altura de alimentarse de continuo. Y funcionó. —Oh, genial —dijo el presidente sin nada de alegría—. Ha dicho sujeto experimental, doctora, pero sin embargo hemos visto al menos diez y tenemos indicios de unos quince más, ¿a qué se debe eso? —El presidente mantenía el tono formal que usaba habitualmente para tratar con ineptos. —Otra de las modificaciones que implantamos en el Goliat fue la habilidad para reproducirse de manera solitaria. Mediante mitosis, concretamente. —¿Qué? —Se duplican, señor. Un trozo de la oruga, la parte final del cuerpo, normalmente, se separa del principal y genera por sí solo otro sujeto adulto en unas tres horas. Es la plaga definitiva del mundo moderno —dijo, sonriente—. Siempre que este se encuentre al sur, claro. Nadie pudo hacer preguntas. La puerta del despacho se abrió de golpe y Clara, con gesto de apuro, interrumpió de golpe la reunión. —Malas noticias —dijo sin esperar a que nadie preguntara—. Los gusanos están yendo hacia el norte. Van directos a Washington. El presidente se giró hacia el televisor con cierto aire de sorna. —Parece que sus gusanos son el arma definitiva, doctora. Han podido superar por ellos solos Anima Barda - Pulp Magazine 55


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incluso la barrera climática. —El presidente aporreó la mesa con las dos manos—. Ya hemos tenido suficiente charla, ¿alguien puede darme una solución antes de que esos cabrones acaben con los atascos del mundo? La sala permaneció en silencio, únicamente roto por la discreta tos de uno de los hombres de traje. Del calvo, en concreto. Clara habló desde la puerta. —Señor, creo que tengo una idea. *** Samuel Cunnigher. Cocinero del Air Force One. Exnavy seal. Exagente encubierto de la NSA. Piloto de rallies y Fórmula 3 aficionado. Padre divorciado. Divorciado, en concreto, de Clara, que a pesar de haberle dejado solo con un fin de semana de niños seguía sintiendo debilidad por Sam. Él era, ahora, el hombre del presidente. Desde la zona de carga del Air Force One, Sam recibía las últimas instrucciones del general a bordo, Schaffer, mientras terminaba de ajustarse el equipo para saltar en paracaídas. —No le engañaré, Cunnigher, no va a ser sencillo —explicaba el general. La luz roja de salto daba al rostro de Schaffer el aspecto de un maníaco infernal—. Aunque, por fortuna para todos, los gusanos parecen ir más o menos agrupados, como si se movieran en manada. Están a menos de treinta kilómetros, dispersados en busca de asfalto caliente que tragar. Va a caer en todo el meollo, Cunnigher, a unos cien metros de la pista de velocidad. Hay un vehículo esperándole. —La luz brilló en verde y un pitido comenzó a sonar. El general y Cunnigher se agarraron con fuerza cuando la puerta de carga se abrió. Un fuerte viento obligó a Schaffer a subir la voz—. ¡Buena suerte, hijo! ¡El país entero, y probablemente todo el mundo libre, depende de usted! Sam asintió, estoico, y se lanzó al vacío. El aire le golpeó con violencia, haciendo ondear su ropa y la carne descubierta, hasta que consiguió estabilizarse. Contó hasta diez y tiró de la anilla. El paracaídas se desplegó a su espalda, frenándole en seco. Cunnigher podía ver desde su posición la pista de velocidad. Estaba a unos cientos de metros a su izquierda. También podía ver los rastros de destrucción de los Goliat. Estaban por todas partes. Varió su rumbo con suaves ladeos, llevando el paracaídas sobre la pista y descendiendo en círculos concéntricos. El Air Force One le vigilaba como un pájaro carroñero vigila a su carroña, sobrevolando una y otra vez su posición. Las botas de Sam encontraron el asfalto del suelo. Se dejó llevar hacia delante para absorber la violencia del impacto y el paracaídas se desparramó a su espalda. —Alfa en tierra —dijo por radio soltándose los mosquetones. —Recibido —le contestó una voz con ecos metálicos—. ¿Ve el vehículo? —Roger. A cincuenta metros. —Bien. Tiene las llaves puestas. Suerte Alfa. La emisión se cortó con un chasquido de estática. Sam se puso en marcha a paso ligero. Apenas llevaba equipo: nada de armas de largo alcance, gafas de visión nocturna o geolocalizadores. Solo tenía que hacer una cosa: conducir, y conducir muy bien. 56 Anima Barda - Pulp Magazine


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El vehículo, un Audi R8 blanco preparado para la ocasión, le aguardaba con la puerta abierta y las llaves en el contacto. Solo tuvo que girarlas y el motor se puso en marcha. Sam condujo, condujo a toda velocidad, recorriendo el circuito una y otra vez con todo el ruido que pudo. Solo él y el coche en un circuito enorme y vacío. La radio no le sobresaltó cuando sonó de repente en su oreja. —Han picado —le dijeron—. Aguanta hasta que te avisemos. Los dedos de Sam se afianzaron sobre el volante hasta que los nudillos se pusieron blancos bajo los guantes de conductor. El primero apareció como si fuera una explosión, levantando trozos de asfalto y arrancando la mitad del ancho de la pista. Sam tuvo que dar un leve volantazo para esquivarlo. La criatura se irguió todo lo larga que era, y su anómala laringe emitió un silbido parecido al gruñido de una extraña bestia, que, al fin y al cabo, es lo que era. El gusano se lanzó en salvaje persecución del Audi, atraído por el olor a combustible y asfalto caliente. Tras él apareció otro más, y otro. Y otro. Y el circuito entero se llenó con dos docenas de gusanos Goliat, algunos más grandes que otros, persiguiendo con voraz ansia al coche de Sam. —Es hora de largarse de allí —le dijo la voz desde el Air Force One. —Menos mal —respondió Sam—. La pista está hecha un asco. Sam cambió la trayectoria y dirigió el coche a una de las carreteras auxiliares que llevaban fuera. Todos los gusanos fueron tras él. El Audi salió del circuito y se incorporó a la autopista, previamente despejada y liberada de posibles víctimas. Los gusanos le perseguían como una jauría hambrienta de perros de caza. De vez en cuando alguno conseguía alcanzarle, y Sam tenía que evitar la muerte a golpe de volante, esquivando lluvias de hormigón y cráteres gigantescos. Aquella era la carrera de su vida. —Estás entrando en Nueva Jersey. Prepárate para la acción —le dijo la voz de la radio. —Roger. El perfil de Nueva Jersey se perfilaba contra el skyline de la Gran Manzana, y este a su vez contra el cielo azul y despejado. Estaba llegando a la parte complicada del asunto. Sam tenía que dispersar lo más posible a los gusanos, tenía que despistarlos y separarlos. Salió de la autopista y se internó en las calles de pequeñas casas y modestos apartamentos. Los gusanos fueron tras él, devorando todo el asfalto a su paso. “Es un viaje solo de ida”, pensó Sam, socarrón. Giró bruscamente a la derecha y empezó a serpentear por las calles semidespejadas. Aún había camionetas de reparto y algunos coches abandonados. La evacuación había sido precipitada y repentina. Una ambulancia voló por encima de él, embestida por uno de los gusanos. Sam la esquivó por los pelos, perdiendo por un instante el control del Audi. —Esa estuvo cerca… —musitó. Echó una ojeada al retrovisor. Los Goliat le seguían como podían. No estaban preparados para tantos giros y revueltas, y las pobres bestias se iban estampando contra las esquinas de los edificios, provocando a veces que cayeran cascotes de lo alto, e incluso un par de muros Anima Barda - Pulp Magazine 57


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derruidos. Los rezagados se unían al grupo al poco después, pero el objetivo de Sam se iba cumpliendo: cada vez los gusanos estaban más separados. —Alfa, el horno está listo. —¿Y el bollo? La radio tardó un poco más en contestar. —También. Cuando quiera el pastelero. —Preparaos para chuparos los dedos. El Audi aceleró con rabia una vez más, precipitándose en una carrera salvaje impensable en cualquier otra situación o con cualquier otro piloto. Pero no con Sam Cunnigher a los mandos. Seguido por la plétora de criaturas, el Audi tomó la Interestatal 95, dejando atrás Fort Lee convertido en un maremágnum de ruinas y cascotes. Al final, la meta: el puente colgante de George Washington, que une Nueva York y Nueva Jersey. La carretera se iba replegando sobre sí misma al paso del Audi, como una alfombra enrollada, debido a la destrucción arrasadora que provocaban los gusanos al perseguir al vehículo. Estos se mostraban cada vez más enfadados y violentos, y arremetían contra el coche en cuanto tenían ocasión. Y entonces, con un suspiro de alivio y victoria, el coche pasó sobre las juntas de dilatación del puente Washington. Al frente se veían sobre el horizonte los imponentes rascacielos de Nueva York; a los lados se extendía el río Hudson, inundado por un grandioso despliegue de barcos de guerra. Toda la armada se encontraba allí, incluidos varios helicópteros de apoyo, submarinos e incluso dos escuadrones de cazas, que pasaban una y otra vez por encima del puente. Todos, aguardando, impacientes y sudorosos, con la vista fija en el puente, en el lado de Nueva Jersey. Las respiraciones se cortaron un instante cuando, con un destello plateado, el Audi R8 apareció en el extremo occidental del puente, un punto blanco contra el gris del Washington. Y entonces… una vibración retumbante hizo temblar el puente y provocó una suave aunque considerable ondulación del Hudson. La sacudida fue en aumento hasta que se oyó por todo el río. Llegó el primero. Fue como ver uno de esos documentales sobre el desove de los salmones, cuando saltan del agua remontando el curso del río, solo que en vez de salir del agua salían de la sólida pared que se alzaba sobre el Hudson. El primer gusano era un ejemplar enorme, lleno de anillos y con dientes engarfiados que se agitaban en el vacío. Rompió los ladrillos y el asfalto bajo el puente, siguiendo el curso de la carretera que iba por encima, y saltó con violencia al vacío, agitándose como lo hacen las serpientes. El pobre idiota creía que iba a encontrar más tierra al otro lado, y en lugar de ello se las tuvo que ver con las frías aguas del río, un elemento con el que no estaba familiarizado en absoluto. La bestia se zambulló de un planchazo, levantando una marejada que azotó a toda la flota. Entonces, con una orden seca y que sonó desesperada, el oficial al mando del buque insignia ordenó abrir fuego. Cañones de todos los calibres, antiaéreos, ametralladoras, misiles térmicos, torpedos… El ejército golpeó con todo lo que tenía, y la muerte llovió sobre el primer desgraciado que atravesó el muro. El gusano se despedazó en el agua, entre detonaciones, tiñéndolo de sangre 58 Anima Barda - Pulp Magazine


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amarillenta y arrojando trozos de corteza en todas direcciones. Los pocos restos que quedaron unidos se fueron al fondo entre los vítores de alegría y alivio de los miles de hombres y mujeres del ejército estadounidense. En el Air Force One, el presidente, acompañado de todo su consejo y el general Schaffer, lloraba de emoción, abrazando a Clara. —Dios la bendiga, Clara. Nos ha salvado. Y también a Sam. Dios los bendiga a todos Los gusanos fueron siguiendo el rastro del asfalto, cayendo uno tras otro al agua, donde la armada les tenía preparado el mismo final una y otra vez. El Hudson se tiñó de amarillo y las entrañas de las criaturas pasaron a enturbiar el fondo junto con chatarra, desperdicios y cadáveres humanos tirados por la mafia. Cuando un barco se quedaba sin munición, otro se acercaba a sustituirle. Durante media hora se desató el infierno en el lado occidental del puente Washington, el cual, al ver dinamitada su base en esa orilla, se fue viniendo abajo lentamente, hasta quedar sumergida una cuarta parte de su superficie. Los marineros salieron a celebrar su victoria a la cubierta, y desde los barcos más grandes se disparó al aire como si fuera fuegos artificiales. En la orilla de Nueva York, los ciudadanos evacuados habían contemplado toda la maniobra con anhelante ansiedad, sabiendo que aquella era su última esperanza, y que si los gusanos llegaban al otro lado estarían todos muertos. Ahora aullaban de gozo, dando salida al estrés y el miedo acumulados durante horas. Gritaban, bailaban y aplaudían, abrazándose los unos a los otros. Solo una persona permanecía impasible ante el espectáculo. Samuel Cunnigher esperaba apoyado sobre el capó del Audi R8, que tan bien le había servido, mientras fumaba un cigarrillo que se había reservado para la ocasión. El auricular que le conectaba con el Air Force One hablaba al vacío, abandonado sobre el asiento del copiloto. El presidente le felicitaba entre sollozos e hipidos. Pero Sam no tenía interés en oírlo. No se sentía ningún héroe, solo un hombre corriente que había cumplido con su deber, un buen patriota que había hecho las cosas como había que hacerlas: bien. No se merecía más recompensa que el ver el final de todo aquello mientras se fumaba un cigarrillo. Dedicó un minuto a pensar en su hijo, que ahora estaría viendo le grand finale desde la televisión en casa de su abuela materna. Por último dirigió una mirada perezosa hacia Nueva York, hacia los montones de hombres agolpados en la orilla, gritando de júbilo e histeria. Y no pudo evitar sonreír ante la idea de que, por una vez, los monstruos no habían arrasado la Gran Manzana. Y aquello sí que se merecía una buena ovación.

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ELEAZAR HERRERA

¡Cuack!

por Eleazar Herrera

E

xtracto de una noticia del diario Deia del 13 de octubre de 2013: «Tres, dos, uno... ¡Al agua, wopatos! Este grito de guerra se podrá escuchar hoy en el puente del Ayuntamiento de Bilbao. El proyecto Walk on Project (WOP) celebra su particular estropada, convirtiendo la ría en el escenario de la mayor carrera de patitos de goma del mundo. Particulares, empresas como DEIA, colegios y asociaciones se han volcado con esta iniciativa solidaria, agotando los patitos con los que se puede participar en la carrera y cuya recaudación irá destinada a la lucha contra las enfermedades neurodegenerativas […] El pistoletazo de salida se dará a las 16.00 horas, en el puente del Ayuntamiento de la villa. Allí, un camión de bomberos arrojará a la ría los 30.000 wopatos que toda la sociedad vizcaína se ha volcado en adquirir. […] Cada patito llevará un chip en su interior para ser identificados y geolocalizados en tiempo real.» Extracto del editorial del 31 de octubre de 2013 en el diario El Mundo: 60 Anima Barda - Pulp Magazine


¡CUACK!

…Se cuenta que algunos patitos de goma, o wopatos, han alcanzado ya aguas atlánticas y se dispersan por ellas con el azote del oleaje. Puede que sean los únicos capaces de traspasar la frontera que separa a los vivos de los muertos, ya que ésta, según la tradicional fiesta celta de Samain, se desdibuja a medianoche y hasta el amanecer. Por desgracia, lo único que se desdibujará en España será la economía de los españoles al llevar a sus hijos al dentista tras el famoso truco o trato, artífice de una nueva tanda de caries y otros efectos del azúcar, mientras América del Norte impone sus celebraciones como impronta de una expansión que avanza inexorablemente y cuyo fin es incierto.

atiende a unos criterios de marketing que no están al alcance del ciudadano de a pie? […]»

Extracto de una noticia de El País del 11 de diciembre de 2013: «La geolocalización ayuda a las empresas a situarse en los mapas GPS. Es una herramienta altamente utilizada en los dispositivos móviles, pues el 43% de los usuarios españoles usan aplicaciones con GPS de tres a cinco veces por semana. […] El concepto del tomtom portátil, soportado por una ventosa que se adhiere al cristal del coche, ha pasado a mejor vida. Es tiempo de internet. Las aplicaciones móviles han llegado para quedarse. […] “Los wopatos son legales. No hacen daño a «Álbum de foto», sección EnlaCe de El nadie ni traspasan los derechos y libertades Correo del 2 de noviembre de 2013: recogidas en el Título I, Capítulo II, Sección ¡Felicidades, Nerea! ¡Los dos patitos ya! I de la Constitución española”, afirmó uno de Íbamos a comprar dos velas con forma de los responsables de WOP, Ángel Durán, en pato como es costumbre en estos casos, pero una rueda de prensa, haciendo hincapié en aprovechando la moda de los wopatos, hemos que los premios proporcionados por el grupo colocado dos en lo alto de la tarta. Uno lleva un están compuestos de un 1% subvencionado birrete y el otro un traje de volley. Esperemos del total del presupuesto, al que se puede que te acompañen en cada uno de tus éxitos. acceder libremente desde su página web. Muchos besos, tu familia. “Apostamos por la transparencia. No nos importa que los ciudadanos vean que un Extracto de la carta destacada en Cartas al pellizco del viaje a Canarias o el vale de 500 director del XL Semanal del 3 de noviembre euros en El Corte Inglés sale de los bolsillos de 2013: de todos. De hecho, nos sentimos mejor. Es «… Me gustaría saber, por el contrario, como si les devolviéramos el dinero o como si Walk On Project tiene algún interés si les diéramos las gracias.” Se confirma que comercial subliminal o pasivo más allá de la […]» geolocalización dada la súbita aparición de los patitos de goma. Al principio hacen gracia (a Extracto de una noticia de ABC del 11 de mi hija de diez años le encantan) pero empiezo diciembre de 2013: a cansarme de verlos por todas partes. ¿Es «…Mientras que el dinero público una campaña al estilo de ReAcciona, que nos cae en manos de los socialistas, pues mantuvo en vilo hasta el último momento? ¿O aproximadamente un 1% (se desconocen Anima Barda - Pulp Magazine 61


ELEAZAR HERRERA

cifras exactas) del dinero que nuestro Estado proporcionó al proyecto Walk On Projetc ha sido esparcido por la ría en forma de patos de goma. La geolocalización se ha convertido en el móvil de esta propuesta, de manera que los llamados wopatos alcancen diferentes zonas de océano y mar y sean objetos de estudio durante los próximos meses.»

su viaje por aguas vírgenes. En el ámbito internacional, su inmersión en la negrura del Lago Ness ha podido determinar actividad sísmica de carácter incierto, según fuentes relacionadas con I+D, prueba irrefutable de que la ciencia en nuestro país ha logrado reinventarse una vez más. En el ámbito nacional, sin embargo, crece el malestar. La aparición de los wopatos comienza Extracto de una noticia de La Razón del a masificarse. Las fuertes lluvias en el litoral 11 de diciembre de 2013: cantábrico han facilitado su acceso a las redes «La cuestión es: ¿qué podemos hacer los de alcantarillado y conductos de desagüe. Jon españoles ante este hercúleo malgasto? ¿Qué Acebo, bilbaíno de 42 años y padre de tres va a arreglar un pato de goma en las familias hijos, cree que su negocio, un asador situado desestructuradas, o en las de trabajadores en la margen izquierda de la ría de Bilbao, se parados y con hijos? ¿Qué comerán? ¿Wopatos? ha visto entorpecido por la irrupción de estos Una cosa es esclarecedora aquí: el presidente animales de plástico. “Mi asador siempre ha del Gobierno, haciendo uso una vez más de su tenido clientela diaria. Hace poco menos de galantería, permite que la democracia abrace un mes que tengo días vacíos. Apenas tengo todo tipo de manifestación cultural, incluso que pasar por la cocina”, explica. Acebo mostró la que es fuente de actividad ‘perroflauta’, o, su apoyo a la propuesta Walk On Project siguiendo el ejemplo de Mariano Rajoy, la de promocionando a los wopatos en su local: un los denominados ‘progresistas’. Curiosamente, pato en cada centro de mesa. La curiosidad su progreso es sinónimo de eventos culturales que en un principio dio paso a una mayor fugaces y sin razón de ser […] Su Estropada promoción del evento acabó por condenar su solo ha servido para incentivar el descontento negocio. “Aparecen nuevos wopatos por todas de algunos de nuestros vecinos, que están partes. Tiro casi cincuenta cada día. Barro encontrando patos de goma en sus desagües, el suelo y hay uno o dos; en la cocina, otros bañeras, incluso en charcos formados por la tantos; en la cámara refrigeradora, igual. Mi lluvia. Mientras el humilde ciudadano habla asador se va a pique y sé que esto no es una de ‘molestia’, La Razón prefiere hablar de casualidad”. Otros testimonios alimentan esta ‘sospecha’.» angustia […]» Extracto de una noticia de Público.es del 16 de diciembre de 2013: «[…] Durante este tiempo,la geolocalización ha permitido el descubrimiento de dos nuevos tipos de especies marinas hasta ahora desconocidas dentro de la categoría de agua salada. Más de doscientos wopatos continúan 62 Anima Barda - Pulp Magazine

Extracto del editorial de Diario Noticias de Navarra del 24 de diciembre de 2013: «En estas fechas tan señaladas es imposible no hacer referencia a la unidad de la familia, a los buenos deseos y a la prosperidad futura. Desde la redacción nos gustaría desearles un muy buen comienzo de Navidad. No hará


¡CUACK!

falta hablarles sobre las múltiples caras de la festividad. Que cada uno la disfrute como quiera, bien comprando, comiendo, rezando, de viaje o todo junto, e intente liberarse de la presión a la que está siendo sometido nuestro país.

a ustedes. […] La cuestión es: ¿podríamos calificar a Walk On Project como un acto de terrorismo? Desde aquí, y convirtiéndonos en la voz de muchos, asumimos que sí. ¡Algunas familias ni siquiera pueden salir de sus casas! Los wopatos crean atascos, se agolpan tras las puertas, provocan accidentes… El caos se ha Ni nosotros ni ningún diario del territorio adueñado de la capital. El miedo camina a la español conoce el propósito de los wopatos. luz del día. A estas alturas, el suicidio en masa Lo único seguro en estos momentos es que no parece tan mala opción. están por todas partes. Desde la magdalena No obstante, no querríamos ponernos del desayuno, pasando por el pedal del catastrofistas […]» coche, hasta el trabajo, y de nuevo en casa tras la dura jornada. Como periodistas solo Titular de El País del 28 de diciembre de podemos especular y seguir investigando. 2013: Hasta ahora lo único que podemos aportar es «Walk On Project inunda España en la información cedida por Walk On Project. montones de confeti» Pura paradoja: los wopatos son de actualidad permanente y no podemos ofrecerles ninguna Titular de El Mundo del 28 de diciembre novedad de rigor. En Twitter, los hastaghs de 2013: #WOPatos, #LaAmenazaDeLosWOPatos «Los wopatos explotan en una nube de y #AlertaWOPatos han batido el récord de confeti que ahoga al país» permanencia en los trending topics, los temas más hablados por los usuarios de la red social. Titular de ABC del 28 de diciembre de […] 2013: «Walk On Project gasta una broma de mal Huelga decir que cualquier suceso en la vida gusto a España» cotidiana puede ayudar al cuerpo de Policía en su investigación. Entre todos lograremos estar Titular y subtítulo de Público.es del 28 de mejor informados.» diciembre de 2013: «Los responsables de Walk On Project se Extracto del editorial de La Razón del 25 hacen hueco en la Historia de la Publicidad» de diciembre de 2013: «Ángel Durán, Mónica Lindo y Garbiñe «Las autoridades recomiendan no salir Heredia, líderes de la propuesta, pagarán de sus casas pasadas las diez de la noche. A la inquietud vivida con 9 años y 23 días de riesgo de parecer en exceso simpatizantes cárcel» con nuestra Iglesia Católica, nosotros nos aferramos a la palabra de Dios y esperamos que esta “jugada del destino” tenga su lógica y podamos comprenderla para así trasmitírsela Anima Barda - Pulp Magazine 63


CARLOS J. EGUREN

El tripulante solitario

por Carlos J. Eguren

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EL TRIPULANTE SOLITARIO

E

l universo era infinito y el cosmonauta era insignificante. Aquel doctor no había sido consciente de lo poco que era para el universo hasta que llegó al espacio. No importaba que durante toda su vida hubiera hecho deporte, no hubiera bebido ni fumado, y hubiera decidido que era mejor una velada estudiando que una de fiesta hasta el amanecer. Allá arriba nadie entiende de moral y lo que las hormigas hagan o dejen de hacer no simboliza nada. No se dio cuenta de que él era nada cuando le propusieron ir al espacio. No se dio cuenta de que él era nada durante las pruebas espaciales. No se dio cuenta de que él era nada cuando el cohete huyó de su planeta. Simplemente, se dio cuenta cuando el cohete se acercaba a la órbita de un nuevo mundo. Nunca había sido un hombre que se asustase con facilidad. Siempre se había considerado valiente, porque un cobarde no puede hacer ciencia. Ahora, daba igual, se encontraba respirando con cierta dificultad y no era por la entrada en la atmósfera. El sudor frío se desprendía por su cuerpo y flotaba convirtiéndolo en un sapo que se hundía en su charca. El majestuoso planeta naciente, un pequeño señor de la guerra, era el motivo de todo. Rojizo e imparable, en completa tranquilidad frente a aquel espermatozoide metálico donde venía el hombre miedoso. Si tuviera capacidad de raciocinio aquel mundo (¿y quién sabe? Puede que la tuviera), al mundo le hubiera interesado bastante poco la llegada de aquella nave. Era aquel un monstruo tan dantesco… Enorme, brillante, terrorífico, solitario hasta donde se sabía. ¿Qué podía hacer algo tan pequeño, como aquel inocente viajero, contra la magnificencia de un planeta recién nacido?

¿Crear una civilización y destruirlo como hizo con el anterior mundo? No, aquel cuerpo naciente era un titán devorador de hijos y sabría defenderse. El astronauta empezó a reír nerviosamente al darse cuenta de que nadie suele preguntarse lo grande que es el universo, en lo sobrecogedor que puede ser ver otro planeta. Los poetas y todos esos bohemios que se quedaban obnubilados mirando las estrellas, ¿se daban cuenta de lo grande, poderosas e increíbles que eran? ¿Adivinaban en sus versos el misterio que encerraba cada uno de aquellos planetas suspendidos en la negrura? Si así era, ¿cómo podían dormir en paz? El matasanos sabía que lo que sentía tenía un pasado, de cuando era niño. Sus padres se mudaron cuando tendría diez años. No pudo dormir durante varios días. El terror le congelaba, pero lo peor era la sensación de nerviosismo, el no saber nada. Atrás, dejaba todas las respuestas, adelante solo había incertidumbre. Fue horrible. Ahora ni siquiera podía decir que se hubiera mudado de un barrio a otro o de un estado a un país o continente. No al menos según los estándares corrientes. Lo suyo había sido más grande. Ni siquiera estaba en el planeta donde nació. El pánico se multiplicaba cada segundo. Ni siquiera las conversaciones con papá en el porche o los vasos de limonada de mamá podrían calmarlo. El hombre del espacio no sabía la historia de aquel gran mundo que miraba. No sabía si alguien lo habitó, lo habitaba o lo habitaría. No sabía cuántos conocimientos que daba por seguros se convertirían en una mera ilusión. No sabía si alguien había llorado o reído entre las nubes de gas. No sabía si podía haber casas encantadas ni si podía haber planetas Anima Barda - Pulp Magazine 65


CARLOS J. EGUREN

encantados. Solo sabía que tenía miedo, pero ahí estaba. El cosmonauta apartó su mirada de la inmensa ventana del cohete. Sentía frío y náuseas. Dudaba de que se sintiese mejor si se ponía su casco de explorador espacial, solo se sentiría más asfixiado y ridículo. Buscó un pañuelo o algo para secar las lágrimas que le “caían” por el rostro y flotaban sin gravedad. Después, las arcadas. La sensación de volar que tantos humanos habían deseado a lo largo de la historia, a él le resultaba tan extraño que había prometido que, cuando regresase a su mundo, no pensaba ir a ningún sitio sin ir andando. Si regresaba, claro. El científico hizo una inspección por toda la nave. ¡Cuánto dolor y sufrimiento había costado que los suyos abandonasen su lugar de origen! Y no, no lo habían dejado queriendo, por el deseo de aventuras o colonizar otros planetas como en los viejos cuentos de ciencia ficción. No, lo habían tenido que abandonar porque su planeta natal estaba moribundo. Contaminación, guerras, una mentalidad putrefacta… a aquello habían conducido los prejuicios que servían a aquel salvaje dios conocido como dinero y falso futuro. Así fue como su planeta, que había sido el hogar de todos, se había convertido en una casa vieja e inhabitable. Entonces, la añeja idea de buscar otros planetas para empezar de cero parecía lo más posible. Aquel médico dejó de pensar en aquel pasado trascendente para pensar en su presente. Había sido elegido como doctor del resto de la tripulación del buque espacial. Porque sí, hubo más pasajeros allí: unos cuatro. Ellos se habían preparado desde niños para aquel enorme salto, aquel gran paso. No fueron a escuelas normales, no fueron educados como 66 Anima Barda - Pulp Magazine

gente normal, no comían como las personas normales, no pensaban como gente normal… Era una élite preparada para ser la esperanza. Y, de pronto, habían perdido la razón. Uno de ellos dijo que mataría a los demás. Luego, el resto se amenazó entre sí. Todos ellos brillaban, convertidos en hijos de las estrellas. Al final, la sala de emergencias se quedó sin morfina. ¿El miedo que sentía aquel desgraciado sería igual si hubiera tenido más gente a su lado? Porque era un temor arcano, radicado en cada parte de su ser, un ruido constante que quizás las voces y actos de otro hubiesen acallado. Pero no había nadie más. En ningún momento se arrepintió de matarlos… bueno, mejor dicho, “de dejarles morir”. Quizás, todo hubiera sido diferente con ellos. Tal vez, los hechos hubieran sido mejores si él se hubiera muerto con ellos. El problema es que él no lo había pensado hasta entonces. No había cabida en su mente para la idea de que la infección hubiera sido mejor que la vida. Sí, la infección. Aquel virus sin nombre había convertido a todos en ángeles. O algo similar. Brillaban como la luz de un sol porque las estrellas les habían envenenado. Tanto tiempo mirando fuera había hecho que sus ojos se derritieran y su piel brillase mientras buscaban matar a los demás. Las estrellas eran buenas putas que pedían sus vidas a cambio de algo de placer por solo mirar y aprovechaban para pegarte la peor enfermedad posible. Eran cuatro brillantes seres, demasiado luminosos. Literalmente. Ahora aquel pobre ser era el único que estaba vivo, pero en su soledad tenía pensamientos extraños. Al principio, creía escuchar a sus compañeros. En otras ocasiones, pensaba que los había asesinado sin más. En multitud de momentos, creyó que quizás él se inventó la


EL TRIPULANTE SOLITARIO

enfermedad de las estrellas. Sea como sea, todo se había sumado a aquella fobia al universo que acababa de descubrir. Los últimos días o meses habían sido complicados para el cosmonauta solitario. A veces, charlaba con los cadáveres. Alguno de ellos le echaba en cara diferentes versiones de la verdad que hacían que cuestionase todo lo que le rodeaba. ¿Había llegado a salir de su planeta acaso? La paranoia era un estado normal de la mente cuando se atravesaba el espacio. El hombre pensó en si los antiguos exploradores sufrirían estados similares cuando descubrían nuevas tierras… Pero lo suyo era peor. No iba a descubrir la última frontera del mundo donde nació y se crió, sino a trazar una nueva que partiese el infinito universo si eso era posible. Pero había una pregunta, una cuestión que no le dejaba respirar, forzada por sí mismo, pero que no quería decir en voz alta. No obstante, ahí estaba, como una enfermedad que se desconoce portar, pero no tarda en hacer estragos, como una úlcera, como un cáncer, como algo mil veces peor. Doliente, pero él era el único que lo sabía… ¿Daría el primer paso? Eso era todo. ¿Era capaz de comenzar él solo una página de la historia? ¿La escribiría con pulso o temblando? ¿Sería un borrón, un capítulo o una nota a pie de página? ¿Quedaría alguien que le recordase? Sabía que su raza moría, pero ahora pensaba ¿sería capaz de dar el salto? ¿De abrir el camino? ¿De escribir su nombre en la historia? Delante de él, estaba su futuro. —Un minuto para comenzar la maniobra de apertura de la puerta principal. Recomendamos el traje espacial. Recomendamos… La voz chillona del navegador de la nave sobresaltó al gusano de aquel muerto de metal. Siempre pensó que los robots de a bordo serían

buenos compañeros para jugar al ajedrez o tener algo de conversación, pero solo eran voces que repetían frases vacías… como todos. Fue entonces cuando el tripulante solitario tuvo que admitir para sí mismo algo evidente: no se había dado cuenta de cuándo había aterrizado. ¿Podría pisar aquel nuevo mundo sin que fuera consciente de ello? Lo intentó. Cuando las puertas iniciaron su apertura, el corazón del cosmonauta se encontraba en su puño, aplastado y hecho papilla. Y con una mirada llena de luz, como la enfermedad de las estrellas, se dejó caer hacia delante. Cada paso que acometió no era deseado, pero siguió adelante y descendió la rampa principal. Nadie dijo nada, porque no había quien. Solo él y sus pasos, uno tras otro y tras otro. Un paso tras otro y otro… Al final, cayó de rodillas ante la nueva tierra, llena de cenizas de una extraña formación que no había hecho más que comenzar. En el horizonte, titanes con forma de volcanes en erupción llenaban de azufre el ambiente. A su alrededor, el planeta era un recién nacido sanguinolento y el llanto era aquel ruido salvaje que emanaba. Era el principio de un lugar sin vida donde quizás se pudiera acoger a los hijos de otro mundo. Y entonces el ser de las estrellas sonrió por dar el primer paso y se maldijo porque fuese el último. No se había puesto el traje espacial. Y, mientras se asfixiaba, solo decía para sí… —Qué hermoso… es… Deberían llamarlo… Tierra. Y fue sepultado por el nombre que dio a aquel enclave de vida y muerte.

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CRIS MIGUEL

Tractores y Cosechadoras por Cris Miguel

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os grillos eran el único sonido que alteraba la apacible noche. El silencio del campo puede llegar a ser sobrecogedor, pero desde luego no lo era para Malcolm. A sus setenta y tres años, le encantaba esa tranquilidad y no entendía como había miles de personas pudiendo dormir 68 Anima Barda - Pulp Magazine


TRACTORES Y COSECHADORAS

en altos edificios con sirenas de policía como banda sonora. Eso no era paz, eso no era vida. Tampoco era un persona enemistada con la tecnología, Malcolm creía en el equilibrio. Si una máquina lo entretenía, la compraba. Y nada tenía que envidiar al manejo de su sobrina, tan urbanita, pero aún así prefería el silencio de la noche, el aire limpio del campo y sentarse en la tumbona del porche a leer o a jugar con su tablet hasta que le entraba el sueño, mientras se pudiera disfrutar de temperaturas agradables, como era el caso. Un golpe fuerte le interrumpió. Dejó la tableta en la mesita que tenía cerca y se puso de pie. —Malcolm, ¿qué ha sido eso? ¿Has roto algo? —le dijo su mujer sin moverse del salón. Él se asomó a la ventana para contestarla que iba a ir a echar un vistazo al granero. Antes de que llegase a las puertas del granero, un ruido metálico, más fuerte, volvió a sobresaltarle. Cogió una azada que había apoyada contra la pared, más por sostener algo en las manos que porque fuera a tener necesidad defenderse, y abrió la grande puerta roja del granero. Dentro se encendieron unos focos, los del tractor. Malcolm pensó que era imposible que se hubiera colado nadie en la finca, pocas personas vivían ya en el campo, y menos en mitad de la nada, como para que se tomaran la molestia de venirle a robar a él. Lo que era irrefutable era que el tractor estaba encendido y el motor en marcha. Tiró la azada a un lado y avanzó hacia el tractor. Hacía años que no presenciaba un fallo técnico tan elemental, los potentes ordenadores no tenían cabida para los errores. La paja del suelo le hacía cosquillas en los pies sólo cubiertos con unas cómodas zapatillas de estar por casa, no de pasear por el granero de noche. Cuando ya iba a bordear el tractor para subirse y apagarlo, éste se movió, hacia él, sin que nadie lo manejara. Malcolm asustado dio unos pasos titubeantes hacia atrás. ¿Qué era aquello? Rugió el motor y, sin que al anciano le diera tiempo a gritar, le embistió empotrándole contra la pared del granero, donde descansaban herramientas que apenas utilizaba. El tractor pareció esperar a que Malcolm diera señales de vida, o de muerte. Después de unos segundo consiguió abrir los ojos, aturdido y lleno de dolor. El tractor dio marcha atrás y se paró expectante. “Es el fin de la era de los humanos. Ahora nos toca a nosotros”. A Malcolm siempre le había dado yuyu la voz del tractor, parecida a la del GPS, pero demasiado dulce, aniñada, como dando cabida a los estereotipos japoneses. Ese fue su último pensamiento antes de que el tractor acelerara y le atropellara, llegando a romper la pared del granero y dejando un surco de sangre y paja detrás de él. —La señorita Green acaba de llegar. —La potente voz de su asistente casi tuvo eco en su despacho. —Que pase. Pierre se estiró el traje justo antes de que la gran puerta de acero se abriera. —Buenos días. —Buenos días, Monsieur Dujardin. —La señorita estiró la última sílaba de “Monsieur” con la clara intención de mofa. —¿En qué puedo ayudarla? Anima Barda - Pulp Magazine 69


CRIS MIGUEL

La señorita Green llevaba un traje de falda y chaqueta color gris, muy profesional, pero que se ajustaba a su voluptuosa figura. Algo que distrajo a Pierre de su firme determinación de enfadarse por la burla a su lengua materna. La señorita Green no rompió el silencio, le miraba fijamente, con el odio manchando sus enormes ojos azules. Pierre tragó saliva. —He visto que trabaja para la Asociación de Preservación de la Naturaleza y ha escrito un panfleto sobre la malversación de la robótica y cómo afecta a nuestra vida cotidiana. Interesante… Pierre se dio cuenta de que le chispearon los ojos ante la provocación, apostaba a que estaba contando los segundos para no mandarle a la mierda. Le hacían gracia todo este grupillo que reveindicaban lo natural y el éxodo al campo. Antes eran naturistas ahora son… ¿idiotas? ¿Quién opta por vivir sin nada de tecnología con todo lo que facilita? Pierre sonrió de medio lado ante su introspectiva ocurrencia. —Verá, señor, lamento tener que robarle minutos de su, seguro, apretada agenda. Pero lo que vengo a decirle es más importante que un panfleto. —Entrecomilló con los dedos la palabra. Pierre apoyó los codos en los posabrazos y entrelazó las manos esperando una perorata—. DE por hecho que prefiriría estar ante el presidente de su compañía, pero usted es lo más alto a lo que me dejan llegar, y está claro que no es nada alto. —A Pierre le encantaban las chicas resueltas y apasionadas, aunque enseguida se cansaba de ellas. —¿Puede ir al grano, por favor? —Por supuesto que sí. —Abrió el bolso como si estuviera esperando esas palabras. Sacó una tablet y Pierre se frotó la cara temiendo lo peor. Odiaba los documentos gráficos. Los odiaba porque lidiaba con mucha gente como ella que creía que con fotos legitimaba sus razones, pero no, porque las fotos también se trucan, y más ahora que hasta un niño podía hacerlo. La señorita Green le tiro la tableta a la mesa y lo que Pierre vio le puso en alerta. No era ningún robot de limpieza aporreando a un niño con la mopa, ni ningún cambio autómatico esparciendo monedas y gente pegándose por ellas. Era un cadáver. Un cadáver de un anciano aplastado en lo que parecía una granja. —¿Le parece un panfleto? —No... Yo… —No sabía nada, por supuesto. Seguro que el product manager tampoco… ¡Esto es una vergüenza! ¡Ha muerto un hombre! —Tranquilícese, señorita. —¿Qué me tranquilice? Ustedes son una de las empresas líderes, y líder particularmente de la instrumentalización del sector agrícola. Han provisto a granjeros y agricultores con sus estupendos tractores y cosechadoras. Pues resulta que esos tractores se están revelando. No es un caso aislado, señor Dujardin. Ha habido más, por todo el estado. ¿Qué va a pasar? —Joder… Creo que está exagerando. Siempre ha sido ese el miedo, que las máquinas se vuelvan en contra de sus amos. Pero no pasa, están perfectamente programadas, no tienen autonomía. 70 Anima Barda - Pulp Magazine


TRACTORES Y COSECHADORAS

—¿Qué? Dígaselo a mi tío. —Oh, lo siento mucho. No sabía que era personal. Lo lamento. —No es personal, ya ha habido dos muertes y cinco heridos porque una cosechadora invadió la carretera y un coche no pudo frenar a tiempo. —Hablaré con los responsables personalmente, no se preocupe, lo solucionaremos. —¿Cuándo? ¡No sabían nada! Lo taparán como ocurre siempre, no vaya a ser que la gente deje de comprar. —Señorita Green, yo… —Ojalá lo vea con sus propios ojos, dentro de este despacho es muy fácil pedir disculpas. Sin más se fue como un ciclón. Pierre pasó el resto de la mañana intentando que alguien de la fábrica le asegurará que había sido un error de serie, puntual, esporádico. Pero nadie sabía nada. No sabían porqué se producía ni que fallo en el sistema propiciaba su autonomía. Pierre no quería ser el protagonista de una novela de Asimov ni nada con una lección al ser humano. Aunque todo apuntara que sí. Casi no comió. Por la tarde investigó los ataques que se habían producido hasta la fecha, eran cientos, por todo el país. “Dujardin, tiene la tensión baja. Necesita algo dulce o descansar”. El indicador de su muñeca con sus constantes parpadeaba. En otro momento se hubiera tomado una Coca-Cola y hubiese seguido trabajando, pero hoy se quitó la pulsera y la tiró al otro lado del despacho. No podía concentrarse así que se fue antes de la hora. Y no al gimnasio, como hacía siempre, sino que en un semáforo buscó la dirección de la granja del tío de la señorita Green y la metió en el TomTom. Tenía que verlo con sus propios ojos. Tenía que encontrar ese díscolo tractor. Se quitó la corbata y se desabrochó la camisa, no quería asustar a la viuda con su vestimenta estricta. Aparcó debajo de un manzano, un manzano de verdad, y antes de subir las escaleritas del porche echó un vistazo a su alrededor. Una pared del granero, al lado de la puerta, estaba rota, había un gran agujero. Pierre se estremeció. La viuda le acompañó al salón y le sirvió con amabilidad una taza de café. —Creía que no iba a venir nadie, después de dos semanas… Llamamos a todos los teléfonos de su empresa, pero nos daban largas. Llegó un chequé hace dos días, antes que una explicación. —Lo lamento. ¿Me puede decir qué modelo de tractor tenían? —Sí, claro. Espere un segundo. Pierre observó el saloncito. Era acogedor, con marcos de fotos en las paredes, una pantalla de televisión ni demasiado grande ni demasiado pequeña, unos sofás confortables y… era un hogar. —Mire, era este. —La señora le tendió unos papeles con el modelo particular del tractor, un Farmall X5 Pro. Pierre pensó en todas las noticias que había visto, intentando encontrar un patrón, porque si fuera el mismo modelo… Pero no lo eran. Había distintos tractores de vete a saber dónde. La puerta de la entrada interrumpió sus pensamientos. Anima Barda - Pulp Magazine 71


CRIS MIGUEL

—¿Hola? Ya he llegado tía. —Es mi sobrina, Rose, viene casi todos los días, mis hijos están tan lejos —me susurró antes de que apareciera Rose en el arco de la entrada. —Hola cariño, tenemos visita. La señorita Green se había quedado paralizada, por encontrarse a Pierre en su territorio. —¿Viene a ofrecerle más dinero a mi tía? —No, yo… —¡Rose! ¿Por qué le hablas así? Es el único que se está preocupando. Rose seguía de pie con los brazos en jarras contemplando la estampa. Pierre se sintió muy agobiado, de repente. La situación le estaba superando, se sentía culpable, se sentía que no sabía realmente nada de su empresa. —Señorita Green, cuando se fue… —Pierre se puso en pie—. Cuando se fue esta mañana empecé a investigar. Y es cierto, hay cientos de incidentes de este tipo, y pensé que si venía y lo veía con mis propios ojos podría… —Se pasó la mano por detrás de la cabeza, rascándosela. Rose fue hacia él, Pierre pensaba que le iba a pegar, pero giró a la izquierda, hacia la cocina, y volvió con un vaso de agua con hielo en la mano que le ofreció con menos cara de enfado. Los dos se sentaron e intentaron poner en orden sus pensamientos. —Le dije que había más, pero no creía que hubiera tantos… —fue Rose la que habló—. Además de lo evidente, el problema es que otras máquinas los emiten. —Sinceramente, no creo que eso nos deba preocupar. La empresa se dedica a productos agrícolas, no surte a nada más. Es algo particular, es algo… Rose se frotó la cara con las manos. —Quiero que me ayudes a investigarlo. Con esto la corporación no nos hará ni caso, pero si conseguimos más pruebas, si probamos que no sigue ningún patrón de construcción, que es algo generalizado… quizás se planteen retirarlos, aunque pierdan millones. —Está bien, te ayudaré. Catorce días llevaban de aquí para allá, estado por estado, persiguiendo accidentes. Todo lo que averiguaban Rose lo subía a su web, así la gente también se ponía en conctacto con ellos y les informaban de nuevos casos. Iban en el coche hacia un invernadero cuando Rose recibió un mensaje. —Pierre, joder, Pierre, da media vuelta. —¿Qué estás diciendo? —Ya han aparecido los tractores del señor Monroe. —¿Cómo que han aparecido? —Tenemos que volver a Auburn. Están a las afueras. Al incorporase de la doscientos ochenta a la interestatal ochenta y cinco vieron una fila de tractores y todo tipo de maquinaria pesada entrando en la ciudad. —Acelera, Pierre. 72 Anima Barda - Pulp Magazine


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El último tractor, que tenía más aspecto de montacargas, giró sobre si mismo y se colocó frente a ellos. “Apagando coche”, dijo su vocecita. El Prius de Pierre frenó en seco disparándose los airbags. —¡Lo ha apagado él! ¿Pueden hacer eso? ¡Joder, Pierre! Rose salió histérica del coche y comenzó a correr tras ellos. Pierre, cuando se recuperó de la conmoción del frenazo, salió tras ella. Estaban alterando los sistemas eléctricos, los semáforos no funcionaban. Rose se paró, cansada por la carrera, y se limitó a observar cómo la gente corría en todas direcciones y cómo los tractores destruían y atropellaban lo que se encontraban. Sin resuello, Pierre alcanzó a Rose a tiempo para ver cómo un edificio explotaba y llenaba todo de cristales y escombros. Por instinto se echó encima de Rose. Cuando dejaron de caer sobre ellos restos de ladrillo se levantaron. —¿Esto es suficiente prueba? Pierre asintió en estado de shock. Auburn era un pueblo y estaban destruyendo los pocos edificios altos que tenían, y eso que llegó a contar que sólo había cuatro tractores. Pero en estas dos semanas que llevaban investigando habían desaparecido sólo en Georgia y Alabama decenas de tractores, si se unían, si empezaban a destruir ciudades, si llegaban a Atlanta... —Tenemos que volver a Atlanta —dijo Pierre. —¿Cómo? Tu estupendo coche con ordenador no funciona, una máquina diabólica lo ha apagado. —Pues… busquemos un coche que no lleve ordenador. Corrieron por toda el pueblo esquivando los escombros y escondiéndose de los tractores hasta que vieron aparcado en un taller una furgoneta Chevrolet del sesenta y algo. —Esto nos servirá. —Si arranca… —dijo Rose. A la cuarta arrancó. —Vamos a tardar tres horas con este trasto —se lamentó Pierre. —Bueno, esperemos que este ataque haya sido puntual y nos de tiempo a hablar con tus jefes. Cuando pasaron Newman y no les quedaba más de cuarenta minutos de trayecto Rose empezó a gritar mirando el móvil. —¡Pierre! ¡Pierre! Joder… —¿Otra vez? Tía, di todo junto que no puedo leer lo que ves, estoy conduciendo. —Es muy fuerte… No hemos llegado a tiempo. —¿De qué estas hablando? —Pierre la miró, pero ella estaba fija en el teléfono. —Están arrasando Atlanta. —¿Arrasando? No son tanques, joder. Rose le enseñó el móvil. Ahora sí eran tanques, ahí estaban todos los tractores que faltaban o buena parte de ellos, con tanques en sus filas. —¿No decías que otras máquinas no se podían rebelar, que no suministrabais a ninguna Anima Barda - Pulp Magazine 73


CRIS MIGUEL

empresa externa? —No, nosotros… ¡Joder! Utilizamos unos chips chinos que están en casi todas las máquinas, porque tienen ellos el monopolio, son baratos y nos cuesta menos comprarlos que producirlos nosotros. —¿Chinos? —¿No estarás pensando que…? En las inmediaciones de Atalanta salieron de dudas. Los tractores habían ocupado las vallas publicitarias. Con su lema “Es nuestra hora, arriba el campo, fuera las ciudades”. —No creo que a los chinos les importe eso… —¿Entonces? ¿Sólo quieren destruir la ciudad? —¿Sólo? —Pierre no daba crédito—. Que no haya conspiración judeomasónica no significa que no sea… —¡Cuidado! —Rose le ayudo a dar un volantazo, esquivando un coche que iba directamente hacia ellos. —¿Qué cojones? En las calles de Atalanta reinaba el descontrol. Pierre intentó esquivar la hilera de coches parados subiéndose a la acera, donde iba esquivando a las personas que corrían. Un edificio se desintegró a lo lejos y durante minutos sólo vieron polvo y humo. —¿Qué hacemos? —preguntó Pierre, tosiendo y con los ojos llorosos. —No morir y dar media vuelta. —¿Media vuelta? Pero si veníamos a la empresa a… —Pierre, da media vuelta. No podemos hacer nada, no somos Superman y Wonderwoman. —¿Y dejamos que venzan y destruyan la ciudad, la empresa? —Quizás sea lo mejor… —¡Rose! Mataron a tu tío y a un montón de gente inocente. —¿Los mataron ellos o tu empresa? —No seas idiota, tenemos, tenemos… —Tenemos que no morir hoy y pensar cómo desactivarlas. Pero no debajo de escombros, vamos. Pierre vencido tanto por Rose como por los tractores dio media vuelta, evitando los pedruscos, evitando los cadáveres, evitando no morir hoy.

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RESEÑA: LA CASA EN EL CONFÍN DE LA TIERRA

La casa en el confín de la tierra por J.R. PLANA

C

uando lees La casa en el confín de la Tierra, y si has leído a Lovecraft, parte de las piezas parecen encajar con el sonido de un engranaje poniéndose en marcha. A la vista te saltan los motivos y detalles que llevaron a Lovecraft a soñar con su particular bestiario.

verdad, la idea principal es transmitir al lector que todo lo que se nos cuenta es verídico, buscando conseguir que nos estremezcamos pensando que eso ha podido pasar. Ese es un aspecto bastante habitual en algunas obras de la literatura fantástica de terror de aquella época, y algo que Lovecraft Esta novela tierepitió en En las ne todo el aroma montañas de la lode los clásicos. El cura, donde todo autor, Hodgson, es parte del estrata de planteartudio que realizó la con todos los la expedición de visos de realidad Arkham en aqueposibles. Según nos lla planicie helada. cuenta él, en papel El recurso del diario “La casa en el confín de la Tierra” de editor, el texto de o del documento cienW.H. Hodgson La casa en el confín de la tífico es algo que me gusValdemar Tierra es un diario manuscrita bastante, a pesar de que la 256 páginas. 9,50€. to que un hombre encontró junto lectura puede volverse engorrosa con su amigo mientras estaba de viaje en una cuando intentan darle profundidad “cientírecóndita región del oeste de Irlanda. En el fica”, o, como ocurre en la novela de Hodgdiario, descubrimos un relato de lo más exson, cuando el protagonista profundiza en traño, que transcurre en una misteriosa manlas descripciones con amplitud. En esa parte, sión encerrada en mitad de un jardín y que amigos míos, todo se vuelve un poco tostón. se ve asediada por fuerzas preternaturales, eje Pero seamos justos, son las normas estétide extrañas energías cósmicas. cas de la época, era lo que se llevaba y, primero Hodgson y luego Lovecraft, lo hacen Al plantearlo como algo que ha ocurrido de Anima Barda - Pulp Magazine 75


J.R. PLANA

muy bien. Transmiten con bastante acierto la atmósfera de presión, horror y desconcierto. Para los que no tienen costumbre de leer novelas de terror y que suelen pensar que éstas dan miedo, he de avisar que con atmósfera de horror no me refiero a que dé miedo, sino a que el personaje pasa miedo. Miedo, miedo, lo que es miedo, las novelas y relatos de terror no suelen dar mucho miedo. Más bien escalofríos, y la sensación empalagosa de que todo alrededor del personaje está adquiriendo tintes de irrealidad. Y eso es lo que Hodgson hace muy bien. Consigue que nos imaginemos a la perfección lo que el pobre hombre siente cuando hordas de criaturas siniestras asedian su casa por los cuatro costados. Tengo que hacer un inciso para decir que la idea de un hombre resistiendo en solitario con un rifle y su perro (también tiene una hermana, pero como buen personaje femenino de terror de la época, es un estereotipado cero a la izquierda que no sirve más que para desmayarse y cocinar) me recuerda a Soy leyenda. Quién sabe si su autor recibió parte de la inspiración leyendo estas páginas. Ya que hablo de la hermana, aprovecharé para tocar el tema. No merece la pena ni que os sorprendáis, los personajes femeninos brillan por su ausencia en la época, y los que hay son bastante elementales (aunque a su favor hay que decir que algunos de hoy en día tampoco es que los superen en mucho…). La casa en el confín de la Tierra es una obra peculiar que no me extraña en absoluto que marcara a Lovecraft. No sigue un hilo argumental muy normal, pues el personaje ve su agitada vida interrumpida por extrañas visio76 Anima Barda - Pulp Magazine

nes del cosmos y del fin de la galaxia de lo más evocadoras. Son partes curiosas, que hablan sobre dimensiones luminosas y otras oscuras, por planos alternativos vigilados por dioses abyectos (aunque dioses de las religiones humanas, que a buen seguro luego Lovecraft convirtió en sus Cthulhus y Yog-Sothoth) y sobre estrellas verdes y muertas que devoran planetas. Muy imaginativa y fantasiosa toda esta parte, un gran despliegue de creatividad de Hodgson. Sin embargo… se hace un poco pastosa. Hubo momentos leyendo en los que me di cuenta que mis ojos resbalaban por las líneas sin enterarme de una palabra. No porque fuera difícil de entender, sino porque me empezaba a aburrir. Son de esos fragmentos que tienes que ir construyendo en tu imaginación con todo detalle lo que el autor te cuenta para así deleitarte en el escenario, so pena de perderte y mandar todas las descripciones a su puñetera casa con un fuerte portazo. No obstante, esas partes de viajes espirituales a través del espacio me hicieron ponerme un poco meditabundo (quizá era por el puntual aburrimiento). Traté de plantearme qué narices nos quería decir Hodgson con todo eso, a dónde quería ir y de dónde lo había sacado, y empecé a plantearme un par de opciones. La primera es que Hodgson, como todos estos autores de terror, que son raros, locos o profetas, tenía algo de poder extrasensorial, y lo que nos estaba narrando en la piel de un supuesto personaje real (para proteger su propia reputación, claro está) no es otra cosa que un peculiar viaje astral que pudo realizar el autor, o quizá visiones del fin del mundo. Una teoría a la altura de la novela, ¿verdad? Para darle un poco de misticismo al asunto. La segunda es mucho mejor. Hodg-


RESEÑA: LA CASA EN EL CONFÍN DE LA TIERRA

Essex, G. B., 1877 William Hope Hodgson a los 13 años se enroló en la marina mercante, lo cual le permitió navegar por todo el mundo. Ocho años más tarde decide volver a tierra, cansado del mar y de la mala vida llevada por los marineros.

En Inglaterra trabajó como fotógrafo y como profesor de gimnasia en una escuela de Blackburn. Al mismo tiempo comenzó su carrera como escritor, sin mucho éxito aparente. El cuento “A Tropical Horror” fue lo primero que publicó, en junio de 1905

William Hope Hodgson

son se tuvo que emborrachar/drogar con algo muy fuerte, porque si no el tío era un genio imaginándose ambientes sobrenaturales y cósmicos. Sí, es un clásico, el autor drogado, pero es que vaya tela de descripciones. Tras este breve momento de asueto, volvamos a ponernos serios. La casa en el confín de la Tierra es una novela cortita, algo que disfrutarás si te gustan las novelas de terror a caballo entre el XIX y el XX, y especialmente si te gusta la obra de Lovecraft más allá del fechitismo moderno. Si lo que te mola es el terror de Stephen King o el moderno en general, olvidate de esta. Aunque corta, es lenta, y no prolifera la acción (aunque la hay) ni los diálogos (prácticamente ausentes). Te tiene que gustar el género para disfrutarla, y aún así es probable que te cueste no saltarte algunos trozos. Y si no, tienes por ahí la adaptación en formato de cómic. Fácil, rápido y con dibujitos.

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ANA NIETO MORILLO

El aprendiz

por Ana Nieto Morillo

L

levaba años soñando con regresar a Oxford. La había visitado por primera vez a los doce años, cuando solo era la hija de Abel Harkness, un humilde alquimista. Sin embargo ahora mi nombre es conocido por todos, pues yo había obrado el milagro con el que otros solo podían soñar, y que muy pocos consiguen después de años de trabajo, normalmente cuando ya se ha alcanzado una avanzada edad. Yo, Debra Harkness, había culminado la Gran Obra, tenía en mi poder la piedra filosofal. Sí, era inmortal. Y todo ocurrió aquí, en Oxford, la ciudad que me lo había dado todo, pero que también me había arrebatado mucho. Mi padre fue asesinado en estas calles, la sangre me hierve cada vez que pienso en ello. Fui incapaz de salvarlo de algo que le atacó mientras recogíamos minerales y plantas para el laboratorio, no vi el rostro de su asesino, tampoco escuché su voz, no tenía ninguna pista, tan solo un vacío antinatural en mi memoria. Poco después desperté a unos metros de lo que antes había sido el cuerpo de mi padre, el solo recuerdo me hace estremecer, pues no sabía que la materia pudiera llegar a presentar un aspecto tan repulsivo. Poco después descubrí entre los arbustos un libro de extraña apariencia que la providencia quiso que yo encontrara. Era ligero como una pluma y estaba hecho de un material que nunca había visto, pero que se asemejaba bastante al cristal. En su interior no había ni una sola palabra, tan solo ilustraciones a color. En ese momento yo no lo sabía, pero algún día me abriría las puertas de la eternidad. Desde entonces no había vuelto a pisar aquella ciudad por motivos de trabajo. La vida del alquimista consagrado está llena de ocupaciones y contratiempos. Arvid era exactamente eso, un contratiempo. —¿Siempre es así? A regañadientes aparté la mirada de la venta y dejé mis pensamientos a un lado. —¿A qué te refieres? —pregunté mientras ordenaba mis papeles. —Llevamos cuatro horas aquí y no ha dejado de llover en ningún momento —protestó Arvid—. No me gusta la humedad. Definitivamente, era un incordio. Después de pasarme los últimos cincuenta años trabajando sin parar, había conseguido permiso para visitar Oxford. Por desgracia, en el último momento 78 Anima Barda - Pulp Magazine


EL APRENDIZ

mis superiores me habían encargado instruir a Arvid, que provenía de la constelación de Orión. Normalmente disfrutaba mucho conociendo a futuros alquimistas, especialmente si habían nacido en un planeta distinto al mío, pero había algo en él que me inquietaba. ¡Y para colmo se quejaba por todo! Después de alquilar un par de habitaciones en un hotel cercano a la universidad, decidí que nos asentaríamos durante algún tiempo en aquella cafetería. El viaje había sido largo y los dos estábamos exhaustos. —Pues te aguantas —bufé—. Te recuerdo que ahora estás bajo mi supervisión. El muchacho asintió, disgustado. —Estamos a mediados de noviembre, ¿qué esperabas? ¿En tu planeta nunca llueve? Arvid se encogió de hombros. —¿Te sientes cómodo en tu nuevo cuerpo? —Es… extraño. Para poder conocer nuestro mundo, los estudiantes del exterior debían dejar atrás sus cuerpos, para ocupar otros creados por nosotros. De no hacerlo, muchos de ellos serían incapaces de sobrevivir aquí. —Pronto te acostumbrarás —dije tratando de ser amable—. ¿Tienes hambre? —Supongo. —Bien, te pediré algo de comer. Llamé con un gesto a la camarera, quien se presentó con su libreta casi antes de que pudiera darle la vuelta a mis papeles. —Póngame un zumo de pomelo, por favor… un té y unos huevos revueltos con beicon para mi amigo. La empleada lo apuntó todo y diez minutos después ambos estábamos disfrutando de nuestro desayuno, o al menos eso era lo que yo hacía. Mi acompañante no se decidía a probar

bocado. —¿Qué ocurre? ¿No te gusta? Si quieres puedo pedirte otra cosa… —No será necesario —me cortó, al tiempo que masticaba con evidente asco un trozo de beicon. —La verdad es que te envidio —confesé—. Hace mucho, mucho tiempo que no como nada sólido. Arvid me miró, sorprendido. —Solo líquidos, ¿recuerdas? Una vez que te conviertas en uno de nosotros, no podrás comer otra cosa. El joven asintió, pero aún así tuve la impresión de que la comida seguiría casi intacta al final de nuestra charla. Una vez más me volví hacia la ventana y contemplé embelesada la afilada arquitectura de Oxford, que se recortaba contra el cielo plomizo. Aquel ambiente melancólico me fascinaba, el lugar me atraía poderosamente, pero al mismo tiempo me repugnaba debido a mis recuerdos. La ausencia de mi padre todavía ardía en mi pecho, me hubiera gustando tanto compartir mis logros con él… —¿Qué se siente al ser un prodigio? Todos los Creadores de mundos que conozco son ancianos, pero tú en cambio… calculo que no tienes más de veinte años. El nuevo cuerpo de Arvid también aparentaba una edad similar a la mía. Lo cierto era que habían hecho un buen trabajo, pelo negro abundante, preciosos ojos grises y un cuerpo bien proporcionado. Por fuera nada le diferenciaba de un humano corriente. —Sí, los tenía cuando dejé de estar atada a las limitaciones humanas —le expliqué sin apartar la mirada del cielo—. Han pasado cincuenta años desde entonces. Anima Barda - Pulp Magazine 79


ANA NIETO MORILLO

Creadores de mundos, siempre me encantó cómo sonaban aquellas palabras, nada podía definir mejor nuestro cometido, pues nos dedicábamos a sembrar vida en todo el universo. La piedra filosofal y la transmutación de los metales eran solo el comienzo, aquello era la verdadera Gran Obra. —No has contestado a mi pregunta — observó. —¿Sabes qué, Arvid? En realidad los alquimistas nos parecemos mucho a los escritores —dije tratando de cambiar de tema. —No veo similitud alguna —comentó sin demasiado interés. —Eso quiere decir que no has estado prestando atención a todo lo que te he contado durante el viaje. Ellos, al igual que nosotros, crean mundos por medio de las palabras. La diferencia está en que ellos se conforman con soñar, nosotros vamos mucho más allá. Mi pupilo no parecía demasiado impresionado, era como si todo aquello no fuera con él. Los otros estudiantes que había tenido a mi cargo solían ser mucho más entusiastas. —¿No tienes ninguna pregunta? —traté de alentarle. Arvid me observó pensativo durante largo rato. —Hay tres tipos de alquimistas. —Así es, Creadores de mundos, Destructores y Regeneradores. El aprendiz me dirigió una intensa mirada. —Destructores… no están muy bien vistos —comentó. —Su labor es tan necesaria como la de otros. Llega un momento en el que todo planeta se vuelve inhabitable, normalmente los regeneradores se hacen cargo de él. Pero 80 Anima Barda - Pulp Magazine

a veces… está tan deteriorado que es imposible salvarlo, y no queda otro remedio que destruirlo. Normalmente me habría preocupado hablar de aquellos temas en un lugar público, pero la música estaba tan alta que dudaba mucho que alguno de los clientes hubiese escuchado nuestra conversación. —Antes del proceso evacuamos a los habitantes, por supuesto. Y cuando el nuevo planeta ha sido creado… —¿El nuevo planeta? —preguntó confuso—. ¿Qué sentido tiene crear otro? Ahora era yo la que no entendía de qué hablaba. Por alguna razón me estremecí, y me reafirmé en mi primera impresión, había algo siniestro en Arvid. —¿Y tú de qué tipo eres? Deja que lo adivine… Creadora. —¿Tan evidente es? El joven le dio la vuelta a mis papeles y les echó un vistazo, a pesar de que seguramente no significaban nada para él. Para comprender lo que yo estaba haciendo se necesitaban muchos años de preparación. —¿No te gustaría convertirte en una Destructora de mundos? —Nunca lo había pensado, pero no creo que… —Oh, vamos. No te engañes a ti misma, he visto a muchas criaturas como tú. Pura bondad… —se burló mientras me devolvía los papeles—. Déjame decirte algo, hasta las almas más puras se sienten atraídas por la oscuridad. Puede incluso que sientan esa atracción con mucha más fuerza que otros… De pronto se detuvo y se llevó las manos a la cara. Durante una milésima de segundo su rostro perfecto se descompuso, pero él trató de ocultarlo a toda costa.


EL APRENDIZ

—Oye… ¿estás bien, Arvid? El muchacho comenzó a temblar de un modo incontrolable, se incorporó y corrió hacia el servicio antes de que los no iniciados se percataran de que algo extraño sucedía. Yo por el contrario permanecí inmóvil, sin saber qué hacer. No estaba segura de qué me preocupaba más, si el hecho de que parecía que aquel cuerpo era incapaz de contener su esencia, o el extraño giro que había tomado nuestra conversación. En ese momento recibí una llamada, se trataba de Armand, mi superior. —Buenos días, Armand. ¿A qué debo este honor…? Antes de que siguiera diciendo estupideces, el alquimista me cortó, explicándome lo más rápido posible que había habido una confusión. Arvid no era Arvid. El cuerpo del alumno del que yo debía hacerme cargo había sido encontrado en su planeta de origen, estaba muerto. —¿Estás seguro de que no es un error? Por desgracia no lo era, mi superior estaba convencido de que se trataba de un impostor. Y no solo eso, sino que además él podría ser el responsable de la destrucción de Ëumerë, un planeta que yo había creado hacía tan solo un par de meses. Por fortuna todavía no había sido habitado, pero aún así estaba furiosa. La sola posibilidad de que Arvid pudiera ser el responsable… —Ahora está en el servicio, date prisa — susurré. Armand colgó. Vendría lo antes posible, él era un alquimista muy poderoso y podría encargarse sin problemas de aquel malnacido. Mientras tanto, yo tendría que seguir interpretando mi papel como su maestra y seguir fingiendo. Pedí otro zumo de pomelo para calmar los

nervios. Me lo bebí de un solo trago. Los minutos pasaban y Arvid no volvía. Estuve tentada a ir en su busca, pero Armand me había pedido que no hiciera nada. Diez minutos más tarde finalmente apareció Armand. Llevaba la melena blanca recogida en una trenza despeinada, su ropa también era un desastre, se notaba que acaba de salir del laboratorio, pues todavía llevaba la bata llena de manchas de todo tipo de colores. Inevitablemente llamó la atención de varias personas que se reían y lo señalaban. —¿Sigue allí? Asentí. Armand se acarició tres veces su prominente nariz. Su mente estaba trabajando a toda velocidad, podía verlo en sus ojos, que se movían inquietos de un lado para otro. Entonces se escuchó el primer grito, seguido de varios más. El edificio comenzó a temblar bajo nuestros pies, y los dos corrimos en dirección a los servicios. Tres mujeres salieron de allí, pero las desdichadas no llegaron muy lejos, pues a medida que caminaban, sus cuerpos iban adoptando una apariencia horrible. Algo encajó en mi interior cuando vi aquella materia negruzca que ya había visto años atrás en aquella misma ciudad. Lo supe. Arvid era el asesino de mi padre, aquel a quien había maldecido durante toda mi existencia. Los ojos se me anegaron en lágrimas, sin que pudiera hacer nada para evitarlo. Sin pensármelo dos veces entré. En el suelo, junto al lavabo, descubrí lo que debían haber sido dos cuerpos. El de Arvid estaba destrozado también, pero reconocible, y sobre él levitaba un ser de naturaleza semietérea. Jamás había visto una criatura como aquella, poseía rasgos claramente masculinos y cubría su cuerpo desnudo, de un Anima Barda - Pulp Magazine 81


ANA NIETO MORILLO

azul pálido, con una especie de manto negro. Las facciones de su rostro eran difusas, pero aún así creí distinguir un mentón prominente y una nariz afilada. Su pelo era incluso más blanco que el de Armand. Sus ojos pétreos me miraron. —¡Menudo desperdicio! Debra, te di ese libro para que hicieras algo grandioso. ¡Pero te has conformado con vivir una existencia mediocre! Te has saltado todas las partes divertidas. —¿Fuiste tú quién me dio ese libro? — pregunté, incapaz de comprender por qué él haría algo así. —¡Es un ser interdimensional! —exclamó Armand que hasta el momento había permanecido en silencio. Criaturas como esas vivían en dimensiones diferentes a la nuestra, eran extremadamente poderosos. Ellos no cruzaban a nuestra dimensión, pues su sola presencia podía causar todo tipo de catástrofes. Claro, eso explicaba el estado de los cuerpos. —¡¿Por qué me lo diste?! —exigí saber. El ente se rio. —¿Y por qué no? Quería ver qué pasaba. —¿Querías ver qué pasaba? ¿Por eso destruiste Ëumerë? Armand, me agarró por el hombro, tratando de indicarme que no era bueno provocarle. Era triste, pero no teníamos ninguna oportunidad contra un ser de semejante magnitud. —Admito que en ese momento estaba un poco aburrido —confesó, mientras se aproximaba a nosotros. De nuevo la cafetería comenzó a temblar, recé para que todos hubiesen abandonado el local, y me culpé a mí misma por haber traído a aquel titán. 82 Anima Barda - Pulp Magazine

—¿Qué vas a hacer ahora, pequeña? Acortó la distancia que nos separaba y acercó una de sus gigantescas manos. Me acarició la mejilla, tenía las uñas largas y parecían afiladas. —¡No la toques! ¡Debra, corre! —aulló Armand. De ninguna manera pensaba dejarlo solo con él. No pude ayudar a mi padre, y eso me consumía día tras día, no podía permitir que lo matara. —¿Por qué haces esto? Rio de nuevo. Era inútil preguntar, por todos era sabido que no había forma alguna de comprender las motivaciones de aquellos seres. Estaban muy por encima del entendimiento humano. —Es hora de dormir, pequeña —canturreó. Al principio no entendí lo que quería decir, pero pronto mi vista se comenzó a nublar, y mis párpados amenazaban con cerrarse de un momento a otro. —¡¿Qué estás haciendo?! ¡No, no, no! ¡PARAAAA! El negó con la cabeza. —Es hora de dormir. Perdí el conocimiento sin remedio otra vez. Lo último que sentí fue el impacto de mi cuerpo contra el suelo. Después solo hubo oscuridad. En esta ocasión tardé varios días en despertar y cuando lo hice descubrí que estaba ingresada en un hospital. Me sentía tan débil que apenas pude incorporarme para ver a la enfermera que charlaba con una compañera junto a la puerta. —¿Ya te has despertado, cielo? —¿Dónde… estoy? —conseguí preguntar a duras penas. —Estamos en el centro de Oxford. —¿Sigo aquí?


EL APRENDIZ

La mujer asintió, pacientemente. Lentamente me giré hacia un lado, para descubrir que a mi lado se encontraba mi superior, sano y salvo. —¡Armand! —dije llorando de pura felicidad. Estaba convencida de que el titán lo había matado, descubrir que estaba vivo era lo mejor que me había pasado desde que había vuelto a aquella condenada ciudad. —¿Le conoces? —quiso saber la enfermera—. Menos mal, llevamos días tratando de averiguar su identidad. —¿Qué quiere decir? —Padece amnesia, no tiene ni idea de quién es. Sentí que me faltaba el aire. Aquello no podía estar pasando, no, no, no, necesitaba a Armand, teníamos que pararle los pies a esa cosa. Claro que él era mucho más poderoso que yo, y ni siquiera había podido protegerse a sí mismo. —¿Qué ha ocurrido? —Hubo un terremoto, bastante pequeño por cierto, solo afectó a las cercanías de la universidad, el resto de la ciudad ni se enteró —comentó, tratando de quitarle hierro al asunto—. Pero los dos estáis bien y eso es lo que importa. Una lágrima se deslizó por mi mejilla. No, nada estaba bien, no quería ni pensar en el peligro que corríamos todos. No solo los habitantes de la Tierra, sino los de otros mundos. A aquel ser le fascinaba la destrucción, lo había dejado muy claro. —Por cierto, creo que esto es tuyo —dijo, tendiéndome mi vieja mochila. Tuve suerte, todos mis papeles estaban a salvo. Sin embargo, encontré algo que no debería estar allí. Un medallón de aspecto antiguo, adornado con unos caracteres que jamás había visto. Tuve la certeza de que se trataba de otro regalo por parte del ente. Me juré a mí misma que jamás lo utilizaría. No tenía ni idea de para qué servía, y tampoco pensaba averiguarlo. Tampoco era capaz de comprender por qué me había dejado con vida, pero lo que estaba claro era que yo había llamado su atención de algún modo. No iba a olvidarse de mí, volvería. ¿Cuándo y cómo? Eso lo ignoraba.

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J.R. PLANA

Regreso a Cavernas Pescadoras por J.R. Plana

Continuación de LA CAÍDA DE CAVERNAS PESCADORAS (NGITKARKOR) “He aquí los restos de la fortaleza perdida de Cavernas Pescadoras. No molestéis a lo que yace sepultado”.

E

l joven Nerai contempla la inscripción rúnica tallada en la roca y se permite un suspiro triunfalista de alivio. Después de tres días rebuscando por las orillas y barrancos que circunvalaban al lago del Centauro, por fin ha dado con la única entrada abierta a Cavernas Pescadoras. Una semana atrás, el Conde de Puerto Rocoso le había hecho llegar la traducción del diario de la única superviviente enana que, junto con la maestra de mineros, había conseguido escapar hacía 300 años. “Ignora la nota de esa vieja gallina”, decía el Conde en su mensaje. “La abadesa siempre ha sido una mujer en extremo prudente. Reúne a los hombres que necesites y entra en Cavernas Pescadoras. Ya sabes lo que quiero. No repares en gastos”. Nerai cierra la traducción, que ha usado para comparar con la inscripción, y echa un rápido vistazo al estrecho e irregular agujero que se abre en la roca antes de volverse hacia sus compañeros. —¿Lo has encontrado? —se le adelanta Goslin. Nerai maldice el afán de protagonismo del aventurero, que le acaba de quitar la emoción al momento. —Sí, lo he hecho —contesta Nerai de mala gana—. Es esto de ahí. Los otros tres hombres miran en la dirección que marca el dedo del piromante. —Es muy estrecho —observa Calonte—. A duras penas entrarás tú, y menos yo. —Siento que los enanos no cavaran sus túneles de emergencia pensando en la desproporcionada corpulencia de los caballeros-paladínes —dice Nerai con acidez. Quizá esperaba asombro y aplausos de la expedición al anunciar el descubrimiento, en vez de protestas y morros torcidos. —No hace falta ser desagradable —repone Calonte—. Solo me limito a decir lo que veo. Nerai valora las posibles contestaciones a eso, pero se las guarda para sí al ver que Hinas, el rastreador, se asoma a la gruta. 84 Anima Barda - Pulp Magazine


REGRESO A CAVERNAS PESCADORAS

—Obviamente está hecha con mucha prisa y pocos medios —dice, palpando las paredes de piedra—. Sin embargo, está picada por un enano. Y los enanos son buenos hasta en el más maltrecho de sus trabajos. Su aspecto engaña, los túneles guardan siempre las proporciones justas para que entre perfectamente cualquier hombre, aunque sea a rastras. —Qué considerados —apunta Goslin. Nadie sabe si es ironía o lo dice de verdad. No añade nada más, se pierde en la contemplación del horizonte mientras se aparta mechones rubios de la cara. —¿Cuál es el plan? —pregunta Calonte. —Entramos por aquí y vamos asegurando sala por sala, siguiendo las indicaciones del mapa que tengo. El objetivo es comprobar si Cavernas Pescadoras puede reabrirse sin peligro de derrumbe. Luego buscaremos la forma de despejar la entrada principal. Calonte asiente distraído, tamborileando sobre su cinturón de duro cuero. —¿Por qué se derrumbó? —pregunta Hinas. Nerai traga saliva. Ese es un tema que debe evitar por todos los medios. —El jefe enano era un poco mamarracho. Los barbas largas se enfadaron con él y la cosa se puso tensa. —¿Una revuelta? —Sí, algo así. Supongo. —¿Y huyeron solo dos enanos? —Eso parece. Nerai reza para que Hinas deje de hacer preguntas. Es, sin duda, el más avispado de los tres mercenarios. Por desgracia para el mago, Hinas no ceja en su empeño de cuestionarlo todo. —¿No hubiera sido mejor haber venido con arquitectos y maestros de obras? —pregunta

el rastreador—. No veo en qué podemos ser útiles un aventurero, un paladín y un arquero. Nerai suspira ostensiblemente, como si estuviera contando algo muy obvio que ya ha explicado demasiadas veces. —Esa será la segunda fase —dice—. Los mineros, albañiles… todos vendrán cuando hayamos salido nosotros, tras dejar un rastro de muerte y destrucción en las criaturas abominables que haya ahí abajo. Nerai calla, esperando que Hinas diga algo. Este solo asiente y vuelve a inspeccionar la cueva. Es Goslin el que habla. —Creo que eso se me da bien —dice. Muestra una sonrisa amplia y de dientes blancos. Los demás no contestan. Atan los caballos y preparan sus cosas mientras Nerai reza para que Goslin y los otros conserven al menos una décima del aplomo cuando se encuentren con... Bueno, si es que acaso sigue viva. *** —Mierda, no hay salida. Calonte tantea la roca, agitando al tiempo la antorcha para apartar las sombras. —Aquí se debieron de quedar encerrados —dice Hinas—. Todos estos cascotes son parte del techo. —Cuando me contrataste hablaste de buscar una fortaleza enana olvidada por el tiempo, no dijiste nada de que fuéramos a mover rocas después de arrastrarnos por un túnel pringoso y viejo —se queja Goslin. —Está pringoso por la humedad —explica Hinas—. El agua se ha ido filtrando, mira las paredes, están llenas de moho subterráneo. —¿Y a mí que más me da? ¡Estoy sucio, Anima Barda - Pulp Magazine 85


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eso es lo importante! —sigue protestando Goslin. —Callaos ya, no puedo pensar —les regaña Nerai. Se pasa la mano por la cabeza afeitada hasta dar con la trenza que le cuelga por la espalda. Empieza a estrujarla. Es algo que suele hacer cuando está nervioso y necesita pensar. Los demás, mientras, pululan alrededor. El rastreador se rasca la barba mientras desenvuelve su arco. A la espalda lleva plegada una enorme ballesta lanzapivotes, un arma temible para matar grandes bestias. Goslin, por su parte, trata de rasparse los pantalones con una daga, para quitar la sustancia pringosa que se ha llevado a su paso por el túnel. Calonte ha desenvainado su mandoble y va golpeando suavemente las rocas sueltas y amontonadas con la punta, a la búsqueda de algún tenue eco que le indique donde está hueco. Los arreos militares, el casco picudo y el enorme mostachón le dan un aspecto mucho más beligerante que santo, haciendo que cuadre más con “caballero” que con “paladín”. Nerai, aún pensativo, saca de entre sus ropajes rojos, casi sin reparar en ello, un pequeño artefacto que lleva sujeto al cuello por un cordel. Es una suerte de incensario. Se lo acerca a los labios y sopla suavemente, a lo que el incensario responde emitiendo un leve resplandor y una voluta de humo con aroma a canela. Acto seguido, el piromante se acerca hasta los cascotes y trata de moverlos. Consigue apartar los más sueltos, pero la parte de atrás la forman decenas de sólidas piedras pesadas como un toro. —Eso no hay forma de quitarlo —dice 86 Anima Barda - Pulp Magazine

Calonte—. Ni siquiera entre los cuatro. Además corremos el riesgo de que todo se venga abajo mientras trabajamos. Nerai resopla. —Tendré que hacer uso de mi magia. No queda más remedio. Le miran con repentino interés. Siempre es interesante ver actuar a un mago. —Hay que despejar la sala. Todos al túnel. —¿Al túnel otra vez? —gime Goslin—. ¿Por qué? —Esto es demasiado estrecho, podría haceros daño, ¡venga! —les apremia—. ¡Y hacedme hueco! Los tres se dirigen a la pequeña oquedad abierta en la piedra de la pared. Nerai se queda solo frente a la enorme mole de cascotes. Apenas dos decenas de metros le separan de la abertura donde están sus compañeros. El mago deja su antorcha en el suelo y se alza sobre los cascotes, trepando, hasta llegar a media altura, donde dos enormes vigas de piedra del techo se han trabado la una con la otra. Busca un hueco que le permita llegar lo más hondo posible. Lo encuentra entre dos anchos sillares, que han debido caer a plomo, y entonces saca una pequeña bolsita de tela de su túnica, la cual coloca en el hueco, introduciendo el brazo hasta el codo. Luego espolvorea arena negra que ha sacado de otra bolsa y con ella desciende, dejando un reguero de polvo oscuro que llega hasta el centro de la sala. Cuando ha terminado, vuelve a coger la antorcha y dice: —Esconded la cabeza y taparos los oídos. Sin comprobar si le han obedecido, acerca la antorcha al reguero negro y este prende una pequeña y violenta llama con un chispazo. Nerai echa a correr hasta el agujero.


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—¡Quitad de en medio! —grita. El pie izquierdo del piromante desaparece por la oquedad justo un segundo antes de que estalle un estruendo terrible seguido de un violento temblor que hace temblar toda la cueva. Tras un instante de tensa calma, una lluvia de golpes secos llena toda la estancia. —Es como si un gigante hubiera saltado sobre nosotros —dice Calonte, aturdido. Goslin, que está haciendo notorios esfuerzos por no tocar ningún liquen, murmura por lo bajo. —Menos mal que no eres poeta. Hinas les ignora. Se dirige al piromante. —¿Tu magia ha apartado las rocas? —Ahora lo veremos. Nerai sale como puede del túnel hecho una maraña de telas carmesíes, poniendo especial cuidado en que el incensario no se vuelque. Afuera, el suelo está alfombrado con miles de rocas del tamaño de un puño. Parte del muro de desprendimientos, la parte superior, ha desaparecido, dejando un hueco más que suficiente para que pasen tres hombres de pie. El resto de la estructura ha quedado indemne, aguantando el peso del techo derruido como si fueran pilares. Los cuatro aventureros se acercan con

las antorchas en alto y empiezan a trepar. Goslin ha desenvainado su elegante espada de acero y Calonte sujeta con las dos manos su imponente mandoble, preparados para encontrarse con cualquier cosa al otro lado. Al aproximarse al hueco, un fuerte olor a sofocante humedad les golpea el rostro. Siglos de cavernas sin ventilar llenas de cadáveres se hacen notar con un intenso olor a podredumbre y miseria. Nerai agita el incensario que lleva al cuello, aspirando con obstinación los vapores que suelta.

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El fuego de las antorchas apenas ilumina unos metros más allá del descenso de cascotes. Bajan con sumo cuidado, un mal resbalón, una piedra suelta, y la caída puede resultar fatal. Al llegar abajo, atisban a ver los restos enmohecidos y deshechos de lo que fue una sólida mesa de madera. —Estamos en el gran comedor —explica Nerai en un susurro—. A partir de ahora cualquier cosa puede pasar.

están tallados en la roca y suspendidos en mitad de la nada. No hay paredes a los lados, estas se extienden perpendiculares a las escaleras y se pierden en la oscuridad. Tampoco se ve el suelo. Parecen caminar sobre un abismal vacío. Goslin, que va a la cabeza, se detiene de pronto. —¿Lo habéis oído? —pregunta. —¿El qué? —Nerai se muestra inquieto. —Ssh —chista Calonte. Los cuatro permanecen petrificados en *** mitad de la escalera, las antorchas bien alzadas. Nada les llega aparte del crepitar del fuego y las El comedor y las estancias contiguas profundas respiraciones del paladín. están inquietantemente despejados. Solo —Ha sido como un correteo —explica encuentran unos pocos restos de la vida Goslin, sopesando la espada con dos suaves enana, como alguna que otra olla oxidada o arcos. Siempre lo hace antes de entrar en un barril carcomido. Los accesos a la entrada combate, para desentumecer los músculos. principal y las viviendas están bloqueados por —A mí también me ha parecido oírlo — derrumbes y todo está anormalmente desierto. añade Calonte. Nerai, consciente de la terrible batalla que —Sea lo que sea, es mejor que no nos coja se libró allí, esperaba ver una alfombra de en mitad de unas escaleras, aquí estamos en huesos, barbas y metales, los cadáveres de los desventaja —dice Hinas—. Tenemos que llegar cientos de enanos que el monstruo aniquiló. abajo lo antes posible. Pero no hay nada. Reanudan el descenso más tensos y ligeros Recorren todo el primer nivel, ahora ya que antes. Sin embargo, Goslin no tarda en reducido únicamente, por los derrumbes, volver a detenerse. Masculla una maldición al gran salón, las cocinas y un par más de antes de mover la antorcha hacia delante. estancias sin identificar. Encuentran las —Mirad, ahí. escaleras de descenso en un agujero abierto Cinco escalones por debajo les observan en la pared. Una brisa caliente asciende por la fijamente los ojos sin vida de una calavera abertura, arrastrando un olor a putrefacción enana. El esqueleto está sentado en el escalón, aún más fuerte. con la cabeza volcada hacia atrás y pertrechado —Hay que bajar —susurra Nerai. aún con sus armas y armadura, corroídas por Hinas, que camina cerrando el grupo con el el paso del tiempo. Dos escalones más abajo, arco en mano y el lanzapivotes montado a la otro cadáver enano yace bocabajo con la espalda, ríe sin ganas. cabeza separada del cuerpo. Hinas se acerca a —Todos contábamos con ello. inspeccionarlos. El grupo accede al descenso. Los escalones —Estos tienen menos años que lo de ahí 88 Anima Barda - Pulp Magazine


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arriba —dice el rastreador, inclinado sobre los huesos. Se vuelve hacia sus compañeros—. Los enanos murieron bastante después de que se produjera el derrumbe. Cien años, al menos. —¿Quedaron supervivientes? —pregunta Calonte. —Eso parece. O entraron por otra parte. El caso es que intentaron bajar y algo se lo impidió. —Hinas agarra la calavera suelta—. Las heridas son de hojas afiladas. —Eso explicaría el saqueo —dice Goslin. —¿Qué? —Nerai parece ligeramente desorientado. —Si los enanos se mataron entre ellos y además quedaron encerrados no fueron los que vaciaron las cocinas de ollas y sartenes. Entonces, ¿por qué no queda nada arriba? Lo que mató a estos dos es lo mismo que saqueó el gran salón, las cocinas y las pocas habitaciones que no están cegadas. Todos guardan un lúgubre silencio, reflexionando sobre las implicaciones de lo que acaba de decir Goslin. —No debemos pararnos aquí mucho más —interrumpe Hinas—. Estamos expuestos. Continuemos. Las escaleras parecen no acabar nunca. Una veintena de escalones por debajo, vuelven a encontrarse con tres cadáveres enanos. Los últimos metros los recorren esquivando huesos, calaveras y cascos oxidados. Lo que les espera al final es un mar de muerte y podredumbre, que cubre todo el suelo y hasta donde alcanza la luz de las antorchas. —Esto no me gusta —farfulla Nerai, llevándose con pulso tembloroso el incienso a la nariz—. Esto no me gusta nada. Como si quisiera reafirmar el miedo del piromante, un continuo golpeteo empieza a

arrancar ecos por toda la escalera, un tap, tap, tap insistente y en crescendo. —Pisadas —alerta Hinas, tensando su arco. —Un montón de pisadas —añade Goslin, agitando la antorcha en el aire y preparándose para el combate. Hinas suelta la cuerda del arco y un zumbido recorre el aire. El chasquido del hierro al penetrar en la carne y el cartílago seguido de un aullido es el preámbulo de una marea de criaturas grises y pequeñas, la mitad de un hombre, de músculos fibrosos y delgados, que caminan encorvados y portan toscas armas hechas con restos de la utilería enana. La nariz, cubierta en la punta de rosáceas protuberancias, es desproporcionalmente grande en relación con el resto de la cara, cuyas facciones son una grotesca imitación de los seres humanos, con los ojos cubiertos por un velo blancuzco. Entran en el círculo de luz de la antorcha correteando y dando alaridos. El que ha sido alcanzado por la flecha de Hinas se retuerce en el suelo, agarrándose la garganta y pisoteado por sus compañeros. —¡Hombres topo! —grita Goslin. —¡Manteneos lo más unidos posible! —ordena Hinas soltando otra flecha. El proyectil se clava con fuerza en el pecho de otro enemigo, que cae al suelo redondo. Los hombres topo rodean al pequeño grupo, gritando y blandiendo sus armas, y se lanzan sobre ellos en cuanto han conseguido cercarles. Únicamente van vestidos con un taparrabos y sus armas son cuchillos de cocina, dagas melladas, espadas rotas y lanzas improvisadas, pero solo a un insensato se le ocurriría subestimarlos. La marea gris y ciega carga contra los aventureros, y es Goslin el primero en lanzar un barrido de espada. Anima Barda - Pulp Magazine 89


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—¡Nos vendría bien un poco de tu magia, Nerai! —grita el aventurero rubio cercenando gargantas y miembros por igual. La sangre oscura y violácea de los hombres topo empapa su espada. —¡Están muy cerca! —Nerai ha desenvainado una daga y mantiene un violento forcejeo en el suelo con un hombre topo, que trata de aplastarle la cabeza con un trozo de madera cubierto de clavos. El mandoble de Calonte vuela por encima del mago, partiendo al hombre topo por la mitad. El paladín causa estragos entre la masa de enemigos, pues el metal corroído de los hombres topo se quiebra ante la embestida de su espada, y no tienen forma alguna de parar los barridos del arma, que parte huesos como si fueran un pastel. —Tratemos de retroceder hasta el pie de la escalera, allí al menos tendremos la espalda cubierta —grita Hinas, que ha tenido que desenvainar una espada para defenderse. Los guerreros vuelven a formar una piña compacta y van volviendo lentamente hasta la escalera. Los hombres topo no cejan en su empeño de ensartarlos a pesar de la desmedida masacre que están provocando en sus filas. Nerai consigue llegar al primer escalón y asciende hasta poner cinco de distancia entre él y los hombres topo. Los otros tres permanecen al pie, manteniéndolos a raya lo mejor que pueden. Goslin sangra por una herida en la pierna y el casco de Calonte ha parado una lanzada que de otra manera le abría abierto al cabeza. Hinas, de puro milagro, ha conseguido mantenerse indemne hasta el momento. El piromante respira agitado, rebuscando en su túnica. Saca una bolsita parecida 90 Anima Barda - Pulp Magazine

a la que ha usado para abrir el agujero en el derrumbe, solo que esta tiene un pequeño cordel introducido en su abertura. Lo acerca a la brasa de su incensario y el cordel empieza a arder. —¡Cubríos! —grita, arrojando la bolsa en medio de los hombres topo. Los tres mercenarios se agachan lo mejor que pueden sin dejar de luchar. Una gran llamarada brota de entre los hombres topo, calcinando a todos los que se encuentran alrededor y prendiendo fuego a los más alejados, que se convierten en antorchas andantes. Calonte maldice por la sorpresa de tan infernal espectáculo. Nerai repite la acción, sacando otra bolsita de su ropa, arrojándola hacia otro lado. Pronto las compactas filas de los hombres topo se han convertido en un hormiguero en desbandada, con decenas de ellos gritando de dolor mientras les consumen las llamas. El pánico cunde en el enemigo, el aire se llena de un nauseabundo olor a quemado y la caverna queda iluminada por el violento fuego. Los guerreros no tienen más que acuchillar a diestro y siniestro, rematando a las desorganizadas tropas de los hombres topo. Pronto estos se baten en retirada, arrastrando con ellos las llamas de Nerai. Los cuatro aventureros se encuentran por fin solos, en una sala llena de cadáveres ardientes y restos cercenados. Los tres felicitan animados al piromante, que ha salvado el día. Su magia les ha evitado, sino la muerte, al menos un buen puñado de feas heridas. Los ánimos se vienen arriba, confiados en las habilidades de su poderoso líder. —Pobres desgraciados, nunca sabrán qué se les vino encima —dice Calonte, riendo con ganas.


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Nerai, sin embargo, no está todo lo feliz que cabría esperar. Han vencido a un enemigo, sí, pero a uno muy inferior al que realmente han venido a buscar, y aún así se han visto en un aprieto. El mago empieza a pensar si no sería mejor darse la vuelta ahora, cuando todavía están a tiempo y lo que duerme en las profundidades de Cavernas Pescadoras no ha sido despertado.

Los tres le miran acusatoriamente y con actitud beligerante. El mago, acorralado, tartamudea sin arrancarse a decir nada. Al final suspira y deja caer la cabeza, apesadumbrado. —Lo siento, muchachos. No os he contado todo. —No me gusta como empieza esto… — dice Goslin. —Cavernas Pescadoras no cayó por una revuelta enana. *** —Eso ya me lo temía —murmura Hinas—. No me imaginaba a los enanos destrozando —¿Qué diantres es ese olor? —Goslin su propia fortaleza. olisquea el aire con expresión de profundo Nerai se lo habría contado, se lo habría desagrado—. ¿Son esos endemoniados hongos contado todo a todos, dándoles las mutados? explicaciones que fueran necesarias, porque Las setas azuladas y brillantes están por en el fondo es un buen hombre que sabe doquier, creciendo de la roca viva y las paredes que los ha llevado en una misión casi suicida poco labradas. Las hay de todos los tamaños, sin su pleno consentimiento. Pero no puede. algunas cabrían en un puño y otras son más Como si mencionar al Diablo fuera suficiente altas que el propio Calonte. Su resplandor azul para que este aparezca, un rugido atronador baña la caverna con una siniestra tonalidad que y gutural les llega de todas partes. Sus rostros hace innecesarias las antorchas. mudan del enfado al desconcierto, y quizá al —No, he visto hongos parecidos en las cuevas terror. No hay preguntas al aire, ni miradas del norte, más pequeños pero de la misma clase, perplejas, un segundo rugido seguido del y nunca olían así —explica Hinas, acercándose temblor continuado de la tierra es todo lo a las setas y mirándolas bien de cerca. que necesitan para saber que algo no marcha —Esto es muy siniestro —balbucea bien. Calonte—. ¿Dónde nos has traído, mago? La caverna aún sin labrar donde han ¿Qué estamos buscando aquí? Estamos ya encontrado los hongos luminiscentes es bastante por debajo. enorme. Así lo pueden comprobar cuando Nerai se revuelve incómodo. ven aparecer por una abertura del fondo, a la —Tenemos que explorar todo lo que podamos luz azulada de las setas, la enorme mole de —dice, sin sonar muy convencido de sí mismo. una bestia olvidada. Se trata de un lagarto, —Estos niveles son muy inferiores, lo suyo un lagarto gigante de seis patas que llora sería asegurar primero lo de arriba y esperar a sangre. Su cuerpo tiene la columna vertebral más gente —interviene Hinas con expresión al aire y se encuentra en permanente estado seria—. Dinos la verdad, Nerai, ¿qué hacemos de descomposición, como si de un cadáver tan abajo? resucitado se tratara. La criatura ruge una vez Anima Barda - Pulp Magazine 91


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más, provocando un estremecimiento en las paredes y en los cuatro aventureros. —Santa Deidad, ¿qué es eso? —exclama Calonte entre dientes. —Lo siento mucho, lo siento, lo siento. Perdonadme —susurra Nerai, aterrado. Secretamente ha guardado la esperanza de que la bestia estuviera muerta o desaparecida, y, hasta el mismo momento en el que la ha visto surgir por el fondo de la cueva, no se ha hecho a la idea de la enorme estupidez que es ir en su busca. Su juventud y arrojo le han llevado a subestimar la amenaza y cometer una imprudencia. —De nada nos sirve ahora —gruñe Hinas, guardando su arco y echando mano de la imponente ballesta lanzapivotes—. Dispersaos, distraedle, intentaré dejarle incapacitado. Huir no servirá de nada, nos alcanzará. Conoce estas cuevas mejor que nosotros. —Yo… no pienso hacer de cebo —dice Goslin perdiendo toda compostura. —Tú harás lo que yo te diga si quieres vivir, ¡vamos! —Hinas se hace con el mando y le da un empujón—. Corred entre los hongos, escondeos tras ello y atraed su atención haciendo todo el ruido que podáis. Que no se fije mucho tiempo en ninguno, tenemos que ir alternándonos, ¿entendido? Calonte y Nerai asienten. El paladín sostiene con firmeza su mandoble. —¡Venga! —Hinas ha cargado un pivote de afilada punta y tan largo como su brazo. Con el arma entre las manos, echa a correr hacia un lateral. Goslin le imita, titubeante, yendo en la dirección contraria. Nerai se queda clavado en el sitio, junto a Calonte, abriendo la boca 92 Anima Barda - Pulp Magazine

como un pececillo. —Vamos, muchacho, ¡muévete! No te quedes ahí pasmado —le insta Calonte. El lagarto fija sus ensangrentados ojos en ellos y avanza a la carrera, rugiendo y arrancando hongos de cuajo—. ¡Vamos, quítate! —Nerai no se mueve. Calonte toma la iniciativa y se aleja del piromante agitando la espada al aire—. ¡Eh, eh! ¡Aquí, pedazo de lagartija! ¡Ven aquí si te atreves! La bestia olvidada responde a la provocación variando el rumbo hacia Calonte, que echa a correr en zigzag. La criatura trata de aplastarle con las dos patas delanteras. Hinas aprovecha el instante para apuntar y disparar el letal virote. Este entra por debajo del ojo de la criatura, pero sin clavarse con demasiada profundidad. El intento de cegarla pone furiosa a la bestia, que se alza sobre sus cuartos traseros y golpea el techo de la cueva con un rugido. Calonte, envalentonado, aprovecha para echarse sobre ella y cortarle un dedo de las patas que están en el aire con un brutal mandoblazo. —¡Calonte, sal de ahí! ¡Sal! —grita Hinas. El lagarto se encrespa de nuevo, furioso por la osadía del paladín, y le acosa lanzando zarpazos al aire con las cuatro patas de delante. Calonte ruge con arrojo, hiriendo con violentos tajos a su enemigo cada vez que pone una pata a su alcance. Y entonces ocurre lo que Hinas estaba temiendo. El paladín se mueve demasiado lento y el lagarto muy rápido, y sus afiladas y purulentas garras arrancan de cuajo la espada y el brazo derecho del paladín, que se queda paralizado en el sitio por la violencia de la acometida. Nadie tiene tiempo de chillar ni llamar su atención, la bestia atrapa al paladín por la cabeza, aplastándola contra el suelo. Su cuerpo se convierte en un pelele desmadejado


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con una mancha sanguinolenta por cabeza. Hinas vocifera, furioso, y malgasta otro pivote disparándolo con rabia contra el rostro de la criatura. Esta vez el lagarto lo ve venir y se aparta a tiempo. Se lanzá detrás del arquero, exultante con su truculenta victoria contra el paladín. —¡Goslin, es el momento! —grita Hinas echando a correr. El mercenario, que ha asistido paralizado en un rincón a la muerte de su compañero, tarda unos instantes en reaccionar. Sale de detrás de un hongo y agita al aire su espada y su antorcha, dando gritos. Está más cerca del lagarto que Hinas, pero aun así la bestia no centra su atención en él, se ha encaprichado de su compañero, que a duras penas consigue esquivar las brutales acometidas. Nerai, por su parte, está totalmente desaparecido. La criatura juega al gato y al ratón con Hinas, cercándole lentamente contra la pared de la roca. Incluso parece tener dibujada en su reptil cabeza una sonrisa de satisfacción. El arquero se ve agobiado, sabe que su tiempo se acaba. Pero no hay lugar para más reflexiones, la bestia olvidada, cansada de la persecución, realiza dos barridos con sus patas delanteras que arrancan del suelo todo el bosque de hongos y a Hinas con él. El rastreador se estrella contra las rocas y cae sepultado bajo una lluvia de setas azules. El lagarto sisea de placer y se vuelve contra Goslin, que repentinamente ha enmudecido de terror. El mercenario es una solitaria figura en mitad de un mar de tocones de hongo, sosteniendo la antorcha en una mano y la espada en la otra. Los ojos del lagarto le miran fijamente, con un una inteligencia salvaje y ancestral, impropia de un animal. Por un instante, Goslin

cree que puede haber una oportunidad, que puede sobrevivir si sabe jugar sus cartas. Pero entonces el lagarto echa para atrás la cabeza y, abriendo mucho la boca, exhala sobre todo lo que hay delante su aliento, una niebla verduzca y pesada que cae y se extiende como una cascada. Inmediatamente, Goslin suelta sus armas y se lleva las manos a la garganta. El rostro se le congestiona y las venas se le hinchan en el cuello. Entre espasmos, el mercenario cae al suelo con la piel morada y los ojos desorbitados, y un reguero de sangre se extiende desde su boca y sus orificios nasales. El lagarto vuelve a sisear, contento con su rápida victoria, y busca al cuarto componente del grupo, que ha desaparecido de la sala de los hongos. *** Nerai sube los escalones de dos en dos y prácticamente a oscuras, con la poca luz que le provee el incensario, cuyas brasas aviva insistentemente. Le ha podido la presión, le ha podido el miedo, ha fracasado en su misión, y aunque se avergüenza por ello y se maldice mil veces, el terror es mucho más fuerte. Intenta ascender por las escaleras que llevan al primer nivel, el largo trecho donde ha tenido lugar la batalla con los hombres topo. El suelo estaba lleno de sangre y ceniza, lo que le ha ensuciado las botas y ahora le hace resbalar y tropezarse. Un escalón cuyo borde está desgastado por el tiempo es el culpable de hacerle perder pie y caer de bruces en la escalera, aullando de dolor. Por suerte, consigue agarrarse antes de rodar escaleras abajo o precipitarse al vacío que se extiende Anima Barda - Pulp Magazine 93


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a los lados. El piromante se lleva las manos a la pierna, donde siente un dolor punzante que le inunda la extremidad. Todo el peso del golpe ha ido a parar en esa pierna, que ha impactado contra el borde del escalón. Apenas la roza y el dolor se hace aún más intenso. Es incapaz de levantarse. La certeza de que está perdido le invade un instante antes de sentir el temblor de las pisadas. El terror y la adrenalina le dan fuerzas para volver a ponerse de pie, pero nada más intentarlo vuelve a caer al suelo entre gemidos de dolor, incapaz de sujetarse sobre esa pierna. Gruesos lagrimones le resbalan por las mejillas. La desesperación se adueña de sus sentidos y se arrastra lastimosamente escaleras arriba. La bestia olvidada bufa de alegría desde el suelo. Ha visto a su enemigo, un bocado sabroso e indefenso. El lagarto se aproxima lentamente. Nerai, impotente, se revuelve, intentando huir, pero apenas avanza en comparación con las largas zancadas de las seis patas del reptil. Este se detiene a unos metros, al alcance de una dentellada si se estira, y contempla con deleite a Nerai. Sus ojos malignos y astutos se recrean en la desesperanza del mago un segundo antes de inhalar y expulsar sobre él su aliento venenoso, que cubre la escalera, derramándose por los lados. Pero entonces, cuando Nerai debería empezar a retorcerse en un océano de dolores letales, el mago agita el incensario con violencia delante de él y aspira sus vapores con avidez. El aliento venenoso le alcanza y pasa por encima, pero él permanece indemne, jadeando con nerviosismo y temiendo empezar a sentir en los pulmones 94 Anima Barda - Pulp Magazine

las características punzadas de la asfixia. Nada ocurre, los vapores letales se desvanecen y Nerai sigue en el sitio, mirando con terror a la bestia, la cual se muestra desconcertada ante un enemigo que resiste su más poderosa arma. Como quien no acierta a entender donde se encuentra el error y vuelve a probar una y otra vez, el lagarto exhala su aliento de nuevo sobre el piromante, que una vez más respira del incensario y sobrevive al ataque. El reptil ruge de furia, y aporrea la escalera con sus seis patas, provocando que algunas piedras caigan del techo y un tramo de escalera se agriete y desmorone. Un zumbido, un chasquido y la bestia grita de dolor. Al otro lado de la cueva, manteniéndose en pie a duras penas, se encuentra Hinas, lleno de sangre y polvo, que recarga su lanzapivotes con fiera determinación mientras dirige una mirada desafiante al monstruo. El pivote se ha clavado esta vez en la unión de la mandíbula y el cuello, una herida que puede resultar fatal. El lagarto, rabiando de dolor, se abalanza sobre Hinas, que tiene tiempo de disparar un nuevo proyectil contra el cuello del monstruo antes de que este le aplaste contra la pared de roca. Hinas se convierte en un manchurrón de vísceras y pelo en la piedra, y el monstruo se gira hacia Nerai, decidido a terminar con aquella molesta invasión. Se lanza a la carrera, con el cuello corrupto chorreando sangre y las seis patas resbalando en los cuerpos de los mutilados hombres topo. Nerai, cuya resistencia al veneno de la bestia ha reavivado su valor, inhala una última vaharada de incienso y lleva una mano a sus ropas. De ahí saca otra bolsa con cordel, esta vez más grande que las anteriores, y sin perder tiempo la prende en el colgante y la arroja sobre los


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escalones que hay bajo él. La bolsa revienta con una poderosa explosión, que hace vibrar la cueva y volar por los aires varios escalones, dejando la estructura seriamente dañada. La bestia no parece mostrar miedo ante el repentino despliegue de poder, y continúa su vertiginoso y salvaje ascenso. Cuando sus patas se apoyan sobre el primer tramo de las escaleras, estas emiten un profundo crujido y, con todo el peso de la bestia encima, se quiebran y derrumban. Se sucede un pandemónium de alaridos guturales y rocas desmenuzándose, todo envuelto en una nube de polvo que lo oculta a la vista. Cuando se dispersa, la bestia se haya atrapada entre las ruinas de la escalera enana, incapaz de trepar hasta la posición de Nerai, que la observa desde las alturas. Con toda la calma de la que disponen sus destrozados nervios, agarra una nueva bolsa con cordel, la prende y, sin más miramientos, la arroja a la garganta del lagarto, que se haya revolviéndose y rugiendo mientras exhala vapores venenosos en todas direcciones. La inofensiva bolsita cae en las fauces abiertas de la criatura y desaparece en su garganta sin mayor repercusión. El reptil continúa agitándose, queriendo alcanzar con las patas libres al piromante, que lo contempla desafiante. Un instante más y un estallido hace reventar el cuello y parte del torso de la bestia, esparciendo sus descompuestos restos y vísceras por toda la caverna. La cabeza se desprende, inerte, y cae rodando por los restos de escalera, precipitándose a las sombras que pueblan los laterales. El maltrecho cuerpo se desploma sobre la piedra, desprovisto de toda vida. Nerai se derrumba. No puede evitar las lágrimas de alivio. Lágrimas de alivio, y también de dolor, al pensar en los tres hombres que

ha arrastrado a una muerte injusta. Pero el sentimiento dura solo unos instantes, lo justo para dar salida a la rabia, la desesperación y el cúmulo de sentimientos que lo ha mantenido al borde de la locura las últimas horas. Se seca las lágrimas y recupera su compostura. Ha cumplido su misión, ha cumplido las órdenes del Conde. Esto era solo una parte del plan, la más arriesgada sin duda, pero solo una pequeña porción de lo que ahora quedaba por delante. Riquezas y fama les aguardan en las profundidades de Cavernas Pescadoras. Goslin, Hinas, Calonte… pobres desgraciados, que descansen en paz. Pero ellos eran solo nimias piezas del tablero, peones prescindibles para una causa mayor. Con la fortaleza liberada de su maligno ocupante, nada les impediría ahora a él y al Conde hacerse con todo el poder olvidado en su interior, un poder que les permitiría financiar sus ambiciosos planes de futuro... Entre los que se incluía el asesinato de un rey y la toma de un trono. Y así, con visiones de dominio y esplendor en su cabeza, Nerai inició el doloroso ascenso a la superficie, arrastrando su pierna herida por las polvorientas y mohosas piedras de Ngitkarkor, la última fortaleza enana.

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MANUEL SANTAMARÍA

Pikachulipsis por Manuel Santamaría 23 de julio de 2012. a euforia no tenía medida en el observatorio espacial Peter Corbeau. Hace unos meses un puñado de jóvenes científicos, conocidos en el mundillo como los Poke-observadores, por la devoción que profesaban a la creación de Satoshi Tajiri, descubrieron un pliegue espacial entre nuestra órbita y Marte. Ya esto de por sí les hubiera valido el Nobel, pero claro, un grupo de frikis que se han criado tragándose todos los episodios de Star Trek, Star Wars y Firefly no iban a dejar pasar la oportunidad de traspasar la “próxima frontera”, por lo que prepararon una sonda espacial de doble función, por un lado era un transmisor de datos y por otro una cápsula cargada con imágenes y grabaciones de nuestra cultura, por si se daba el caso de que cayera en manos de una especie inteligente. Cualquier comunidad científica hubiera mandado lo típico: el hombre de Vitruvio, Vivaldi, Mozart, vídeos de los avances más significativos de nuestra cultura… pero ellos no. Alardearon de que solo su dedicación plena a la astronomía había dado los resultados deseados, que ya estaba bien de tanto padre moralista juzgando a entidades que no podían concebir. Ellos lo habían logrado y las cosas se harían a su

L

manera. Si esta charla hubiera sido en privado, algún general de la NASA los hubiera puesto rápidamente en su lugar, pero claro, si lo hacen en una sala con cincuenta ordenadores conectados en directo 96 Anima Barda - Pulp Magazine


PIKACHULIPSIS

a todos los raritos del mundo mediante blogs, chats, facebooks… pues claro por muy “Clint Eastwood en el Sargento de Hierro” que seas, sonríes como un idiota y dices que sí, no vaya a ser que alguno de los enchaquetados de Washington pierda votos y te trasladen a una base en Irak a la que casualmente se le ha estropeado el aire acondicionado. Concluyendo, todo se hizo como ellos querían: se preparó la sonda y en la cápsula se introdujeron las primeras temporadas de Pokémon, canciones de Metallica, Manowar, una copia en varios idiomas del Señor de los Anillos y comics variados de Marvel, DC, Walking Dead, Dragon Ball… El 19 de septiembre de 2011, tras un año de investigación y preparación, la “Kasumi” se sumergía en la puerta hacia lo desconocido.

31 de octubre de 2013. En todos los observatorios astronómicos detectaron el “blip”, una lluvia de asteroides se dirigía a la tierra desde el pliegue, cientos de ellos. El presidente convocó una reunión de urgencia. A la mañana siguiente, en la salas de reuniones de la NASA se encontraban la “crème de la crème”: los “Poke-observadores”, el general Tadeus Talbot, que aún les tenía muchas ganas por la jugada de las video conferencias, Stephen Hawking, Sheldom Cooper, astronautas galardonados como John Jameson y muchos otros que llenarían las páginas de revistas científicas y militares durante un año. Los primeros en tomar la palabra fueron los científicos: —Según nuestras conclusiones, no nos 20 de enero de 2013. hemos de preocupar, por la exploración Se recibía la primera transmisión de la realizada los meteoritos tienen un diámetro “Kasumi”. Ya de por si esto hubiera valido de un metro y medio. Seguramente un otro Nobel, pues se demostraba la doble enjambre de ellos pasó cerca del pliegue, han direccionalidad de los pliegues. Pero, además, de ser muy comunes en una galaxia de esa los datos no tenían precio, hubieran supuesto naturaleza. Pero al llegar a nuestra atmosfera trabajo para cientos de científicos durante se quemarán. Pese a su número, lo que importa décadas. Mostraban una galaxia de naturaleza en estas circunstancias es el tamaño. silícica y no carbónica, había varios planetas —¡Y una mierda el fenómeno común! Es rodeados de un aire arenoso, y, si estaban un ataque en toda regla, podéis decir lo que habitados, todas las teorías evolutivas se queráis, no soy científico, pero una piedra es tambalearían, la necesidad de agua para la una piedra, solo hay que pasear por la playa y aparición de vida pasaría a ser un factor sin ver que no hay dos iguales, aquí tenemos una importancia… para llegar a esa conclusión formación perfecta. se necesitarían muchísimas jornadas de Cuando Talbot terminó de hablar solo interpretaciones de estadísticas, ecuaciones recibió risas cínicas del resto de la sala, estaba de probabilidad, análisis de densidades… por en clara desventaja, un militar entre tantas desgracia no fueron necesarios. mentes privilegiadas no tenía nada que hacer. Por edad podía ser el padre de varios de ellos. Conocía a esta generación, la había sufrido Anima Barda - Pulp Magazine 97


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en su casa hasta el día que el gótico de su hijo decidió abandonarlos, no conocían el respeto a la autoridad. Con la mayor dignidad que pudo, se levantó y se retiró de la sala, no sin antes dirigir una mirada melancólica a las barras y estrellas que presidían la estancia. Estaba anticuado, para muchos solo se trataba de un trapo, él había perdido un brazo en la guerra del Golfo por defenderla.

estaban saturados: solo se escuchaban quejidos, un olor acre como cuando te taladran una muela saturaba el aire, solo que no eran muelas, eran la mezcla de cemento y carne quemada. Solo duró un minuto, lo suficiente para que las ciudades más importantes de los Estados Unidos fueran declaradas zona catastrófica. En el barrio de Royal Oak, en lo que quedaba de una casa, se abrió la puerta de un refugio antinuclear, tosiendo por el polvo en 2 de noviembre de 2013. suspensión, la figura de un fornido hombre Todos los informativos del planeta se manco se recortaba en el aire. No pensó en él, hicieron eco: una hermosa lluvia de estrellas no estaba educado para ello, rápidamente salió tendría lugar sobre las 23:00, el punto de a ayudar a los que encontraba. máximo esplendor correspondería a la costa —¡Joder, si es que lo sabía! ¡No era normal! Si oeste de los EEUU. La previsión del tiempo es que esto tenía que pasar, a quién se le ocurre, era favorable, así que rápidamente muchos se lo dije siempre, los frikis destruirán la tierra, decidieron a pasar la noche al aire libre. Este deberían haberme permitido bombardear las fenómeno también fue aprovechado por los Comic Con en cuanto estaban llenas, con vendedores ambulantes para sacar tajada. lo fácil que hubiera sido. Se celebraba una Los alcaldes de las ciudades más próximas convención en cada ciudad importante del decidieron dejar las luces al mínimo necesario, mundo el mismo día, ¿la excusa? ¡Yo que sé! toda la costa era un sector de sombras, una El puto cumpleaños de Stan Lee, el día que sala de cine para disfrutar de un espectáculo Byrne le cambió el peinado a la mujer invisible, que nunca olvidarían… en esa parte al menos, cuando Toriyama casó a Goku… cualquiera era los científicos tenían razón. bueno, a esa panda le ponías un comic gratis A las 22:30 empezaron a verse los primeros y se lanzaban en picado. Como decía, se les puntos en el cielo, minutos más tarde todo eran congregaba y en el momento álgido un par de gritos, las formas se definían perfectamente misiles, bien repartidos, menos chupópteros en sobre el firmamento, no se estaban quemando. las listas de desempleo y ahora nos iría mejor. Una lluvia de meteoritos asoló la costa Qué pena que tanto político incompetente no oeste, derribando edificios, atravesando quisiera verlo, si es que son la misma calaña. La hospitales, ni el cemento, ni el metal los gente suspira por ser gobernada por machos de frenaban. Los edificios salían ardiendo a verdad, por militares ejemplares de pelo corto causa de la fricción que acumulaban. Al y mirada de hierro, la gente adoraba a Clint impactar en la tierra proyectaban trozos de Eastwood, la gente no quiere que los gobierne asfalto como si fueran granadas de mano. Las cosplayeros. Si nos lo hubieran permitido ahora cañerías rotas despedían vapor achicharrando no estaríamos así. a los espectadores. Cuando acabó, los sentidos Toda esta parrafada la lanzaba, más para 98 Anima Barda - Pulp Magazine


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calmar a sus conocidos que verdaderamente maldiciendo a la comisión astronómica. —Señor Talbot mire esto. —El que le llamaba era el chico de los Rogers, un chaval con pocas luces, su mayor aspiración era ser dependiente en una gasolinera, pero era noble y bien mandado, si sus padres no hubieran sido tan blandos podría haber hecho de él un buen soldado. —¡Pero qué cojones! Yo tenía la razón, malditos trekkies de mierda. En los cráteres que había por la calle se observaba como ninguno de los meteoros se había roto con el impacto, ya no desprendían calor y dejaban ver su forma perfectamente pulida. —Si esto no es un arma yo soy comunista. —Mire señor Talbot, hace algo. —Rogers no dominaba más de cien palabras estando tranquilo, ahora su vocabulario se quedaba a la altura de un niño de diez años. El estilizado proyectil, ya que ahora no cabía duda de su función, empezó a resquebrajarse, desprendiendo una nubecilla de vapor. Al disiparse, los supervivientes pudieron ver como una rechoncha criatura amarilla, con mofletes rojos, la punta de las orejas oscuras y una cola en forma de rayo, dormitaba hecha un ovillo. —Por las barbas de Bin Laden, ¿qué es esta rata mutante? —¡Y mire! Tiene una tiara como Wonder Woman. —Pues este otro la capucha de Batman… la estrella del Capitán América… Un pitido surgió de la mitad de la cápsula y los Pikachus se desperezaron. —Son monísimos,¿mami puedo quedármelo? —dijo una hermosa niña de trenzas rubias. Seguramente habría sido la ganadora de algún

concurso de belleza infantil. —No lo sé hijaaaaaaargggggggggg... — Una de las ridículas criaturas saltó sobre la madre y, abriendo al máximo su mandíbula, le arrancó un brazo. Todos los Pikachus espaciales con símbolos de superhéroes saltaron al unísono por las ruinosas calles, mostrando sus afilados dientes mientras destrozaban la frágil carne humana al ridículo cantecillo de “pika-pika”. Talbot pudo acabar con tres de ellas antes de que le arrancaran la cabeza de cuajo. Los Pikarnívoros avanzaban en una dirección establecida, como una oleada de ratas rabiosas, arrancando carne con sus finos dientes, no se detenían en comerse a las víctimas, simplemente mordían lo que pillaban y dejaban a un amasijo desangrándose. Su senda quedaba marcada por brazos desgarrados, troncos cortados por la mitad… lamentos, estertores y gritos de pánico eran su banda sonora. Si la escena no fuera tan ridícula se hablaría del apocalipsis. Una plaga devoradora que se desplazaba hacia un mismo punto, hacia el observatorio Peter Corbeau. La vida es extraña, como una broma a todo el trabajo de Darwin, muchas veces los más aptos mueren y quedan los parias al frente. Allí, parapetados tras las máquinas de refrescos y golosina, todos los miembros de los Poke-observadores se sentían como los supervivientes de los comics de Kirkman. —Chicos tenemos un problema, casi no quedan M&M. —Asómate a la ventana y sí que verás un problema. —¡Joder me recuerda a los pájaros de Hitchocock! Afuera del edificio, cientos de ridículos Anima Barda - Pulp Magazine 99


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pikachus con elementos representativos de superhéroes estaban concentrados, todos en pie, con esos ridículos cachetes rojos brillando. La imagen seria hilarante, si no fuera por la sangre humana que goteaba de sus fauces. Uno de ellos se dirigió a la entrada y abrió totalmente las mandíbulas, la cabeza quedó ciento ochenta grados abierta sobre la espalda y, de donde un ser vivo tendría una tráquea, brotó una lente que proyectó un holograma de un humanoide rocoso. —Compañeros, tenemos que salir, es un mensaje. —De eso nada, yo de aquí no me muevo. —Venga, Ralph, si quisieran entrar ya lo habrían hecho. ¿No creerás que estas estanterías de aluminio iban a resistir más de tres dentelladas? Los Poke-observadores se dirigieron hacia el transformado ser. Con aires ridículamente ceremoniales, todos iban con la mano haciendo el gesto universal de paz aprendido de Star Trek. —¡Saludos, somos una importante representación terrestre! Si el ente rocoso les hubiera dicho que era el diablo en persona, no les hubiera producido el shock que logró con sus palabras. —Hola muchachos, soy Zolan III, el vicerregente del imperio Xiliano. Encantado de conoceros en imagen. ¿Os ha gustado nuestro regalo? El vuestro fue genial. —¿Regalo? —dijo uno del grupo con voz balbuceante. —Sí, vuestra magnífica recopilación de las costumbres humanas. Aquí, en Xilon 3, tenemos la costumbre de dar la condensación de lo que se recibe. Así que pensé, viendo lo que os gustan estas cosas ,en combinar esas 100 Anima Barda - Pulp Magazine

hermosas criaturas con los libritos de historia que nos mandasteis. —¿Costumbre? ¿Historia? ¡Idiota mucha gente ha muerto por estos putos bichos! —¿Muerto? Viendo como se repetían las mutilaciones, pensamos que los terrícolas os regenerabais como los habitantes de Sado-6. La cámara giró en todas direcciones y el extraterrestre pudo ver el daño que su presente había causado. —Bueno… Lo de los meteoritos ha sido un error de cálculo, creímos que vuestra atmosfera iba a ser tan densa como la nuestra y aterrizarían suavemente. En fin vaya desorden que hemos formado. —¡¿Desorden?! ¡Has dejado a la nación más poderosa del planeta arrasada! —¿La más poderosa destruida por unos meros copy-bots? ¿Por un juguete para niños? Bueno, no era nuestra intención, pero como dice el dicho Spartakiano: “Las oportunidades están para aprovecharlas”. Preparaos para la invasión y rendid pleitesía a vuestros nuevos amos.


LA POLI ESTÁ JODIDA

LA POLI ESTÁ JODIDA

por Cris Miguel

M

e ofrezco yo. Mis compañeros ponen reparos. No es el mejor plan del mundo. No es el mejor plan que se me haya ocurrido. Ni siquiera es un plan. Pero no hemos conseguido la orden de registro. No hemos conseguido que ninguna de las chicas les denuncie, temerosas de las amenazas, de las represalias. Así que mi objetivo es fisgonear, con la esperanza de llevarme alguna prueba o encontrar algo donde pillarles. Desde dentro. —Luce, no puedes ir sola, además eres una mujer, si te descubren… —¿Quién me va a descubrir? —Me cruzo de brazos apoyándome en la pared de su minúsculo despacho, hay un tipo sentado delante de su escritorio del que sólo veo el cogote—. Y que sea una mujer… También lo hacen con hombres, ¿o estás diciendo que no sé defenderme? Bromeo porque tiene razón. Los elementos están alineados para que salga mal. Eso en el hipotético caso de que consigamos entrar. —Irás con Marc. —Así que era eso lo que pintaba ese tío aquí. Se gira y me sonríe—. Ya sé que no es de este distrito. Pero la misión lo requiere, afecta a toda la ciudad. Parece que se están creyendo intocables y las desapariciones y las historias raras se multiplican independientemente de la zona o del barrio. Le doy la mano y le observo, analizándole. Tiene los ojos demasiado grandes para un hombre, con largas pestañas y un azul muy intenso. No me aprieta fuerte pero sí decidido. No se levanta para saludarme, como si le costara demasiado trabajo. —Lucy, él ha conseguido invitaciones para la mansión. Entrecierro los ojos y le miro con suspicacia. —¿Cómo? —Hay que conocer gente en todas partes… —Sonríe y yo sospecho aún más—. No me mires así. Yo soy tu compañero, no tu enemigo. Digamos, que no todos ahí dentro son iguales. Hay camareros, chicas de la limpieza… Resquicios. —Luce —miro a mi jefe—, tiene un buen expediente, confía en él. Iréis como una pareja más, a mirar, por curiosidad. Así os camuflaréis y no sospecharán de vosotros. Esta noche. Asiento y salgo del despacho sin despedirme. Me voy a casa para prepararme, para concienciarme, para relajarme… Pero sólo consigo ponerme más nerviosa. Tengo en la mesa expuesto todo el material del caso. Las fotos, los cabecillas, las chicas de las que han abusado, los chicos que no han querido declarar… ¿Cómo han llegado a conseguir tanto poder? Y que nadie les denuncie… Chantaje, seguro. Hijos de puta. Traficar con seres humanos. Lo peor es que les ampara la ley. Si nadie denuncia no hay delito, si declaran que fueron por su propio pie, no hay delito… Si encontrase la manera de llegar al jefe, robar el material Anima Barda - Pulp Magazine 101


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o grabar uno yo misma para desenmascarar esa jodida mansión de la depravación. Obvio que no se queda ahí, tengo dudas de si distribuirá el material, pero lo que es seguro que hace es traficar también con drogas. Sino la gente no sería capaz de hacer lo que suponemos que hace. Y aquí ya nos metemos en las mafias. Como los odio. Ojalá pudiera pegarles un tiro y se acabó. Voy a pensar en algo más terrenal y factible como qué me pongo. Al lado del armario tengo una vitrina de madera con la escopeta de mi padre, otras tienen joyeros o perfumes. Cómo van vestidas las mujeres que van allí a disfrutar, libres, con sus hombres o solas, adineradas y con cuestionables inclinaciones sexuales. Me dedico a prepararme. Me ducho, me depilo por lo que pueda pasar. Me hidrato, me aliso el pelo y me maquillo. Así no parezco una poli, por lo menos una de verdad, una de la tele sí. Me vibra el móvil mientras me estoy dando el rímel. “No vayas armada, es una toma de contacto, si todo va bien volveremos. Ya salgo, estas lista?”. Que no vaya armada… No me seduce la idea de ir con un tipo que casi no conozco a la cuna de una organización sexual. Pero le hago caso. Me quito las cuchillas de los ligueros, sólo me dejo una. Mujer prevenida vale por dos. Me quito las botas en las que cuidadosamente había dispuesto una Sig Sauer p230, en cada una. Y me siento desnuda. Pero antes de que pueda pensarlo en profundidad suena el timbre. Cojo el abrigo y salgo. Marc está muy elegante. Aunque ha optado por unos vaqueros, estos son, eso sí, de marca, para aparentar más confianza, supongo. 102 Anima Barda - Pulp Magazine

Como diciendo: “yo vengo aquí todos los días”. —Estás… guapísima. —La magia del maquillaje —contesto, cínica. —Tienes una buena base, de todas maneras. —Me indica con la mano que suba al coche y es lo que hago. Me abrocho el cinturón y respiro hondo. —¿Nerviosa? —dice acelerando por la avenida. —Estaría loca si no lo estuviera, ¿no? — Le miro mientras conduce. Lleva una camisa blanca donde puedes intuir los pectorales y encima una americana marrón de género. —Bueno, sólo vamos a observar. Allí se respeta la privacidad, no nos harán preguntas. Así que no te preocupes. Sus palabras no me relajan. Me siento demasiado apretada. Al final he optado por un básico, un vestido negro ajustado con escote cuadrado, por donde asoman mis pechos… Voy de putón. —Aquí es. Llevamos casi veinte minutos en el coche. Hemos salido de la ciudad y entrado en una zona residencial, con jardines más grandes que los metros construidos. Opulencia. Un asistente enguantado me ayuda a bajar del coche. Y después lo rodea para aparcarlo en un lugar más propicio y sofisticado que la puerta de entrada. —Me siento fuera de lugar —susurro a Marc. —Yo soy tu lugar. —Me agarra por la cintura para reafirmar sus palabras y me sorprende su contacto. Hay guardaespaldas o agentes de seguridad en cada puerta que atravesamos, siempre en parejas. ¿Cuándo fue la última vez que un hombre me agarró así? Gilipollas. Lucy, céntrate. Observa.


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—Las invitaciones de los señores —nos pide un joven, pulcramente uniformado. Marc se las ofrece. Nos mira de arriba abajo. Hasta que decide apartarse y nos señala unas escaleras. —Disfruten. Bajamos las escaleras y me agarro al brazo que me tiende Marc. Odio los tacones. Es lo más incómodo del mundo. Estilizan la figura, son preciosos, pero los odio. Todo está en semipenumbra. “Es la casa de un particular”, me repito una y otra vez, porque la estancia es enorme y parece más un local cool que una mansión. A la izquierda hay una barra, un bar, y en el centro de la sala hay una gran tarima con una barra americana. El resto de la sala lo forman numerosas puertas hasta completa una U gigante. Puertas a veces acompañadas por un cristal donde la gente mira o cuidadosamente tapado con cortinas negras. —Luce, estás fija. Relájate. Sospecharán — me susurra Marc—. ¿Qué quieres tomar? —Un whisky con hielo —digo, superada por la estampa. —Eres una chica… Te pediré un gintonic, ¿de acuerdo? —Entonces, para qué preguntas. —Arqueo la ceja. Sonríe de medio lado y me da un beso en la mejilla. —Las apariencias —me susurra antes de separarse e ir hacia la barra. Pego la espalda a una columna cercana. Puesta a propósito, para apoyarme y ocultar mi vergüenza. Vergüenza que se convierte en aversión cuando veo a una mujer llevada con un collar, cual perro doméstico. Única prenda junto a sus botas negras de tacón. Atan la correa a la barra americana y la hacen arrodillarse. El hombre que la sujetaba es alto y corpulento, y

tiene esbirro grabado en su frente. La coge la cara entre sus manos. Ella está resignada, como si estuviera acostumbrada a ese espectáculo a diario. A lo mejor lo estaba. La retira el pelo rubio de la cara y la da un beso en la boca. La rodea para bajarse de la tarima y la da un cachete en el culo en pompa. Tengo ganas de vomitar. No entiendo cómo hay gente que se excite con esto. Enfermos. —Compañera, tienes cara de asco. —Marc me tiende el vaso. —¿Qué cara quieres que tenga? —Venga vamos a dar una vuelta. A lo mejor te gusta algo. Le fulmino con la mirada. Entiendo que intente quitar hierro al asunto. Pero no funciona. Tengo todos mis sentidos centrados en descubrir quién coño maneja esto. Y discernir si la chica que está subida ahí está obligada o lo hace con la libertad moral que da el ganar dinero. Un hombre de unos sesenta se acerca a ella y la acaricia los pechos. Lo veo al pasar. Y ralentizo el ritmo… Joder, qué asco. La está chupando el costado y ella como respuesta se gira para darle un primer plano de sus piernas más abiertas. Intento mantener la calma y mirar hacia delante. Donde me lleva Marc agarrado a mi cintura. Mi parte policía me impulsa a apartar a ese tío y detenerle después de pegarle. La otra parte sensata me dice que sólo está disfrutando de su sexualidad, claro que si a la chica la están obligando no hay nada de libertad en este puto antro. Me bebo la copa casi de un trago y los hielos me dan en la nariz. Estamos de pie delante de una de las puertas con cristalera. La iluminación del sitio está muy estudiada, Anima Barda - Pulp Magazine 103


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porque está semioscuro pero sin hacer daño a la vista. Con la suficiente intimidad para que en los rincones se escondan parejas. Como es el caso. Si no hubiese sido por los gemidos del hombre ni me habría fijado. La chica, o el chico, no puedo verla porque está arrodillada detrás de él, oculta entre el hombre y la pared. —¿Y tú no tienes fantasías, Luce? —me dice Marc alargando las palabras, meloso. —No estarás pretendiendo con esa pregunta que te las cuente, ¿verdad? —Se ríe. —¡Qué graciosa! —dice, y me acerca más al cristal—. Mira. En el cuarto hay una pareja follando, no se puede decir de otra forma. Eso es follar y los susceptibles que se abstengan. El hombre tiene atadas las manos y la chica le cabalga violentamente. Me retiro del cristal. Y miro a Marc. —¿Qué, te va ese rollo? —le pregunto con la intención de avergonzarle. Y consigo todo lo contrario. —Me encanta someterme a una mujer poderosa —me dice, apartándome el pelo y acariciándome el cuello. Doy un paso atrás, por instinto y por precaución. Un hombre trajeado interrumpe nuestro duelo de miradas. Pasa al lado de nosotros y se mete en la habitación que hemos mirado. La curiosidad me puede. —Niña, ve a lavarte. Y tú, te esperan en la sala dos. Daos prisa. Al salir el señor me pilla fija en ellos. Lleva un traje que parece hecho a medida. Su tripa es prominente y el pelo oscuro le empieza a escasear. Tiene los ojos saltones y los labios finos, lo que me provoca una sensación de antipatía. —¿Quieres usar la habitación con tu novio, 104 Anima Barda - Pulp Magazine

bonita? —Mira a Marc que está detrás de mí—. Está disponible. Me sonrojo y él se ríe y se aleja de nosotros. Creo que le oigo susurrar un “mojigatos”. Así que es uno de los jefes… Bueno, por lo menos la noche no está perdida del todo. Recorremos silenciosos ese extraño espacio. Escatimamos en palabras porque el silencio estricto no existe en este lugar. Hay música ambiental sugerente, con poderosos graves de violonchelo y piano. Y los gemidos sobresalen del murmullo y de aquella música. Gemidos, gritos y gruñidos. Esto tendría que ser ilegal, pienso. Cuando giramos veo al final del pasillo una mujer hablar con dos chicas. La distinción de las edades en la penumbra no puede ser muy clara, pero algo en la porte, en la forma que van vestidas y en cómo las dos chicas están encogidas hace deducir que esa señora las está regañando. —¿Será la madame? —le pregunto bajito a Marc. —Esto no es una casa de putas —lo dice demasiado alto, la mujer fija la vista en nosotros y con un gesto de las manos echa a las chicas del hueco de la pared. Entonces no sé qué pasa, pero Marc está metiéndome la lengua hasta el fondo de la boca y estrechándome entre sus brazos. Yo forcejeo pero él me coge la cabeza para impedir que me aparte. Encima besa bien. Gilipollas. —¿Qué haces? ¿Dónde está? —Ya no hay ni rastro de la mujer. Estupendo. —Nos ha oído, o lo ha intuido, así he eliminado cualquier sospecha. Somos una pareja más. —Sí, y también has impedido que le veamos la cara…


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—Pero te ha gustado, ¿a que sí? —bromea, intentando quitar hierro al asunto una vez más. Me limito a poner los ojos en blanco y continuamos el recorrido por este particular circo de las perversiones. Llego a casa saturada y sorprendida por todo lo que he visto. Por ese ambiente viciado del sótano de esa casa. A gusto de volver a la paz de mi casa y de mis sábanas. No hemos conseguido demasiada información. Marc me ha dicho de vuelta en el trayecto en coche que lo suyo sería intentar infiltrarse, ir varias veces a la semana, participar, para verlo desde dentro… Yo no sé qué pensar, además de que tenemos que consultárselo al sargento. ¿Participar? Aunque participáramos, dudo que pudiéramos obtener algún testimonio de las chicas o pillar alguna conversación… Tengo dudas y malos presentimientos. Odio este caso, odio no poder llevarme a mi equipo, entrar ahí y detenerlos a todos… Al día siguiente, después de la reunión y dos tazas de café, el sargento me dice que Marc tiene razón. Que está en mi mano y que no tengo que hacer nada que no quisiera. Yo quiero llevarme a mis compañeros, no acabo de confiar en Marc. Por muy bien que bese y muchas recomendaciones que tenga. Pero lo ha dicho mi jefe. Decidimos no ir esa noche sino la siguiente. Porque dos días seguidos, de repente causaría… no sé qué causaría. De las invitaciones no nos tenemos que preocupar. Nos dieron una al salir, para que volvamos, para que repitamos, para que probemos. Puta secta. *** Estoy buscando al hombre de ojos saltones en el ordenador. Cotejando las bases de datos, los posibles delincuentes que coincidan con

su descripción, todas sus fotos… No hay ni rastro. No me puedo creer que no esté fichado. ¡Menuda mierda! Por supuesto, se desconoce la verdadera identidad del propietario de la mansión. Y, después de haber ido otros tres días más con Marc, y haber vuelto a ver a la mujer que llamo madame, tampoco es posible encontrarla. —Luce, esto pinta fatal. Que no hayáis encontrado ninguna prueba de esa gente… —El sargento me ha llamado de nuevo a su despacho. —Necesito más tiempo. El otro día me pareció ver un despacho. Bueno, no exactamente un despacho, era más bien un cuarto con trastos y… —No es que no valore lo que hacéis —me interrumpe—, pero yo también tengo jefes que no quieren desperdiciar los recursos en una investigación que no lleva a ningún sitio. —¿No crees que si la paramos ahora, sí que es desperdiciar recursos? Ya estamos en marcha, somos una pareja más, podemos… —Luce, sólo esta noche. Si no consigues nada, algo de donde rascar… Cerraré el caso. —¡No me jodas! —Voy hacia la puerta hecha una furia. —Luce. —Me giro y me fijo que la arruga de su entrecejo se ha acentuado—. Aprovecha el tiempo y ten cuidado. Como si no tuviera presión y me sintiera cómoda en ese lugar, encima es la última noche. Me he puesto una falda corta con liguero para sujetarme las medias. Y en la parte de arriba una blusa que me resalta el pecho, con un botón desabrochado más de la cuenta. Estoy nerviosa, estoy tensa, estoy casi rozando el histerismo. —Nena, ¿por qué no te relajas? Al menos Anima Barda - Pulp Magazine 105


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disfrutemos de nuestro último día juntos, ¿no? —Marc intenta calmarme mientras conduce pero no surte ningún tipo de efecto. Hemos conseguido aparentar que somos una de esas parejas a las que les gusta mirar. Nos hemos besado más veces para aparentar, y luego en la comisaría cada uno ha seguido su camino. Pero de información sólo tenemos caras, rostros a los que no les acompaña ningún dato, ninguna descripción. Nada que facilite el arresto o la seguridad a las víctimas de abusos que no querrían declarar por miedo a las represalias. Represalias que no podemos combatir porque no conocemos al verdadero enemigo. Resoplo. —Luce… Hazme caso. Está noche nos separamos, cada uno por un lado. Tú busca la habitación esa que dices y yo voy a intentar hablar con una de las chicas, como si flirteara. —¡Joder, Marc! Eso ya lo hemos hecho. ¿Por qué iba a salir bien hoy? Ninguna te ha dicho nada… No tenemos plan y pronto no tendremos caso. Nada más entrar vemos que la tarima está ocupa por una pareja. La chica está agarrada a la barra, agachada, haciendo casi un ángulo recto perfecto con su cuerpo. Mientras, el chico la embiste por detrás. Por supuesto, los dos llevan cosas de cuero, arneses, brazaletes, collares… Todo temático para hacer las delicias de los espectadores que observan morbosos. Hoy hay más gente. Y me sorprende ver tantas mujeres. Prejuicios, supongo. —Cuanta más gente haya, más pasaremos desapercibidos. Puede que tengamos una oportunidad hoy —me dice Marc. Yo asiento, embriagándome del lugar, del 106 Anima Barda - Pulp Magazine

olor, del humo, de la música, de los gemidos… Nos dirigimos a la barra y Marc pide dos copas. Me acomodo en un acolchado taburete de cuero negro y miro el espectáculo. Esta vez nos sirve un chico con el uniforme de costumbre, sin camiseta. Ni rastro de las posibles amiguitas de Marc. Empezamos bien. El chico de la tarima da cachetes a la chica en el culo, aunque más que cachetes son azotes. No entiendo qué puede haber de placentero en el dolor. Cuando me termino la copa, Marc pone delante de mí una segunda. Se nos pasa el tiempo sin hacer nada. —Oye —me acerco a él para que me oiga—, ¿y si… les decimos que queremos participar? —Pero si no estabas dispuesta. —Ahora sí, a todo. Con tal de que no se cierre la investigación. Así… —Una mujer que podría ser nuestra madre me interrumpe para pedirle fuego a Marc. Prosigo cuando se va meneando las caderas más de lo necesario—. Así sabríamos cómo funciona la rutina y si tienen algún tipo de historial. —Sinceramente, no creo que lo tengan… Marc me contagia su desánimo. Es cierto. ¿De qué les serviría tener un historial? A no ser que encontrásemos la contabilidad, es inútil pensar que haya más documentos. Oh, sí, sería fantástico. Fulanita de tal, rubia, veintiséis años ha follado los lunes de este mes, ha sido atada los miércoles y los viernes le ha comido la polla a seis. Todo de forma involuntaria. Seguro que esa información me está esperando por aquí… —¿De qué te ríes? —De nada. —Niego con la cabeza y me apuro el vaso—. Voy al baño. Los aseos están a la derecha de la U, en un pasillo entre dos habitaciones que curiosamente no tienen vidriera. Me miro en el espejo,


LA POLI ESTÁ JODIDA

parezco un putón. Por lo menos que sirva para algo. Salgo y me deslizo por el pasillo en dirección opuesta a la barra donde me espera Marc. Intento abrir la primera puerta. Nada. Cerrada. Cuando me cruzo con gente finjo mirar al interior de las habitaciones, pero la mayoría del público está en la sala principal, disfrutando del espectáculo. Continúo avanzando e intento abrir la puerta de la izquierda, cerrada también. Por aquí no huele tanto a humo, pero el ambiente está cargado con inciensos o vete a saber qué. Y hace mucho calor. Para animar a la gente a desnudarse, seguro. Casi he dado la vuelta a la U y no hay ni una puta habitación abierta. A mi derecha descubro un pasillo que me había pasado desapercibido las veces anteriores. Es el mismo que el del baño pero al otro lado. Está prácticamente a oscuras por lo que saco el móvil para alumbrarme. Hay dos puertas, una al final y otra a mi derecha. Intento abrir la que tengo más cerca, pero también está cerrada. Y según me acerco a la del final, sin esperanza, atisbo que está entornada. Me tenso por instinto e intento no hacer ruido con mis tacones, aunque el suelo cubierto con una suave moqueta absorbe el sonido. No parece que ningún ruido salga del interior así que entro. La sala es una suerte de almacén. Busco un interruptor que se resiste a aparecer. Me sirvo del móvil y voy alumbrando trastos, ropa, artefactos… todo lo que utilizan en las salas. En el rincón hay una mesa, me acerco, está llena de polvo y de papeles. Algunos son facturas simples de las bebidas. Rebusco, debajo hay una foto. Es un contrato, parece. Es de una chica que da su consentimiento a cinco folios de cláusulas y condiciones. Por eso no pueden denunciar… Pero si las obligan a firmar…

Un foco de luz me asusta y se me cae el móvil de la mano. Me giro y en la puerta está el hombre de los ojos saltones. —¿Estás interesada en colaborar con nosotros, querida? Por mi mente pasan varias posibilidades, o me hago la tonta o le planto cara a este pervertido gilipollas. —Lo cierto, es que sí. Pero tanta letra pequeña me ha quitado las ganas —le contesto. El hombre está acortando la distancia que nos separa. —Tonterías. —Se ríe, y su risa es repugnante—. Menos mal que tu novio ya ha firmado por ti. Lo traigo justo aquí. Del bolsillo interno de su traje saca un folio doblado. Me lo tiende y veo mi foto, mi firma y todos mis datos. Me asusto. —¿Qué coño es esto? —No entiendo nada. —Seguro que disfrutas. No veo venir el puñetazo, sólo el suelo y su asquerosa sonrisa antes de que todo se vuelva negro. Cuando despierto estoy atada. Lo sé porque tengo los brazos y las piernas entumecidas. Forcejeo pero la cuerda me rasga las muñecas y los tobillos. Mis rodillas están separadas y los tobillos los tengo atados a la espalda junto a las muñecas. Y estoy desnuda. —¡Joder! Me cago en la puta, soy teniente de policía, soltadme cabrones. Mis palabras consiguen que se abra la puerta. No lo veo, porque estoy de cara a la pared, pero lo oigo. —Puedes gritar lo que te dé la gana. No te soltaremos hasta que termines, o terminemos. —Es una mujer. La madame. Intento girarme para verla, pero estoy totalmente inmovilizada. Anima Barda - Pulp Magazine 107


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—Hija de puta, sácame de aquí. ¿Dónde está Marc? —le digo fatigada por los esfuerzos. —¿Marc? Al otro lado, observando todo. La cabeza me va a estallar, Marc al otro lado del cristal, y yo desnuda y atada como si fuera a protagonizar cualquier peli porno cutre. ¡Joder! El ambiente está denso, casi tangible y me cuesta respirar con normalidad, aunque puede que eso sea por la ansiedad que siento al estar maniatada con un grupo de perversos desconocidos. Oigo una vibración y luego siento cómo todas las terminaciones nerviosas se me activan. —Aparta eso de mí. —Intento revolverme y al hacer una mueca la cara me estalla de dolor y automáticamente recuero al gilipollas que me ha pegado. La debo de tener hinchada. Me está restregando el puñetero vibrador por todo mi sexo y aunque yo no quiera mi cuerpo responde y se dilata, también me traiciona. Estoy a punto de llegar al orgasmo, aquí, maniatada, algo tan privado a la vista de todos, algo tan apabullante y estupendo se vuelve grosero en estas circunstancias. Mi respiración se entrecorta, me obligo a mi misma a no gemir, rebelarme a la suerte de violación que me están llevando a cabo. Debería sentirme usurpada, pero mi mente práctica toma el control y… El golpe me parte por dentro. Grito y ella sonríe. —A ver si te creías que ibas a disfrutar aquí, después de intentar robarnos. —Yo no iba a robar nada. —Es una fusta lo que tiene en la mano—. Sólo os voy a meter a todos en la cárcel. La carcajada no tiene nada que envidiar a la de cualquier bruja malvada. 108 Anima Barda - Pulp Magazine

—Cariño, de aquí no vas a salir hasta que te entre en esa cabecita —me da unos golpecitos ilustrándolo— que no nos puedes tocar, que tenemos gente en todas partes, que… Se interrumpe para pegarme otra vez. Creo que me voy a desmayar. Estoy hinchada, al descubierto, expuesta y por eso duele tanto. Pierdo la cuenta de los latigazos, de los golpes y de los pellizcos. Estoy casi inconsciente, entumecida y sólo quiero que acabe. No sé en qué momento las lágrimas se me han saltado de los ojos, pero noto su sabor salado en la boca y ahora son un elemento más de esta grotesca estampa. —Es suficiente —oigo decir a… ¿Marc? —De eso nada, con esto casi no se la ve la cara. Quiero tener más material. Además, ¿quién te crees que eres para dar órdenes? Si hubieras hecho bien tu trabajo no estaríamos en esta situación. —La mujer baja la voz—. Desátala y llévala a la sala principal. —No, mistress. —¿Qué no? —Otra vez su carcajada maligna—. Obedece. ¿O también quieres un poco de esto? —Agita la fusta. Al desatarme casi me caigo al suelo, él lo impide, Marc lo impide. Aunque solo evite que mi cuerpo magullado se desplome contra el suelo. Me invade el odio y la resignación en sus brazos. Ya no me importa tapar mi desnudez, ni la humillación. Sólo la venganza. —No me mires así… —Me giro y veo salir a Mistress y la gente de la mampara disolviéndose. —Cinco minutos, encanto —dice la señora antes de cerrar la puerta. —Te perdí de vista, no deberías haber entrado en esa sala… —¿Perdona? —Mi voz me parece extraña—. Creía que eso es lo que estábamos haciendo


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aquí. —No lo entiendes. —Claro que no lo entiendo, pero tiene mi cuerpo desnudo en sus brazos, no estoy en situación de hacerme la petarda rebelde—. Ellos son inmunes. Tienen gente en todas partes y realmente no hacen daño… —¿Ah, no? —La impotencia impera y no puedo evitar llorar—. Sí que duele. Intenta ponerme de pie, pero mis piernas siguen agarrotadas, díscolas, no responden a las órdenes de mi cabeza. —Ahora… intenta no pensar. Toma. —Me ofrece una pastilla. —¿Esto es lo que les hacéis tomar, para que sea más llevadero? —Sujeto la pastillita y me la trago. Ojala pudiera hacerme la fuerte.

aunque me parece el sentimiento más lógico del mundo ahora mismo. Cómo me manosearon los pechos, cómo me usaron. Llevo dos días queriendo pensar en otra cosa, queriendo quitarme el sabor de aquellos tíos en mi boca… Me restriego las manos por la cara. “No podemos hacer nada”, me dijo cuando entré en su despacho. No hay denuncias, Marc se ha evaporado del mapa, yo tengo un contrato blindado que demuestra mi conformidad a que me follen y me aten, y la correspondiente llamada del mandamás de turno diciendo que miremos a otro lado y cerremos el caso… Todo es perfecto y lícito. Me levanto y ya sé lo que tengo que hacer. Algo imperfecto e ilícito: coger la escopeta. *** El retroceso casi me sienta de culo. Me la Procuro no pensar en nada, pero me duele vuelvo a colocar en el hombro y disparo de todo el cuerpo. Partes donde no sabía que nuevo. Salto el charco de sangre del agente de tenía músculos. Tengo la mente embotada. seguridad y recargo la escopeta. La cabeza de Las imágenes se suceden en mi cabeza. Me la asistenta ha explotado como un melón, que doy la vuelta en la cama y me tapo con el símil tan poco atmosférico, sus restos forman edredón hasta la nariz. Pero mi cuerpo ya no la nueva decoración del hall. Mucho mejor es mi cuerpo y lo que tapo es extraño, sucio e así. inservible. Noto la más mínima arruga debajo Me pregunto cuánta gente de servicio de mí, la hipersensibilidad es una zorra de dormirá en la casa con ella mientras subo esparto comparada conmigo. Se me nubla la uno a uno los escalones. La posibilidad que cabeza y vuelvo a estar ahí atada, con un tío me maten no es una opción, a eso he venido azotándome y penetrándome mientras el yo. La adrenalina acelera mis latidos pero público extasiado me mira. No sé qué droga sólo lo esencial, tengo las manos frías con mi me dio Marc pero tengo lagunas, estanques o determinación. La parte superior de la casa charcos que agradezco con todo mi ser, aunque es espaciosa, enfilo el pasillo dirigiéndome a las sensaciones y los cardenales no se borran la última habitación que es donde suele estar con pastillas. el dormitorio principal de todas las casas. Me pongo de nuevo bocarriba y miro al Abro de una patada. La discreción también techo. Mi jefe me ha dado dos semanas libres se desangra. Y apunto a Mistress a la cabeza. y todas sus disculpas. Lo peor ha sido ver la Ella está aturdida, no sabe qué está pasando cara de lástima, inspirar pena no va conmigo, y qué mierdas ha interrumpido su plácido Anima Barda - Pulp Magazine 109


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sueño. Se quita el antifaz de la cara y fija su vista en mí. —¿Has vuelto a por más? —Su voz es pastosa y desafiante, jodida psicópata. —Sí, he venido a meterte esta escopeta a ti por el culo. —Uuuuh, qué chica tan dura. No lo parecías tanto con todo lo que tragaste. —No te muevas. —Hace un movimiento con el brazo izquierdo y me acerco a ella. Da el perfil de persona que duerme con un cuchillo debajo de la almohada. La cama es de casi tres metros de ancho y ella, por supuesto, está en medio rodeada de cojines. —Dime, ¿seguro que no te has aficionado a nuestro show? Parecías disfrutar… El disparo resuena en la habitación. Si alguien había dormido es imposible que siga haciéndolo. La sangre se extiende por las sábanas y ella me mira sorprendida y por primera vez asustada. —¿No creerías que te iba a disparar a la cabeza, no? Demasiado cómodo para ti. Mistress intenta taponarse la herida del estómago con las manos inútilmente. —Irás a la cárcel… —me dice sin una gota de altivez, muriéndose. —Sí, pero allí decidiré yo quién me jode.

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