Primeras páginas de Furia desatada en Mundo Guerra de Julio M. Freixa

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TEX HARDIGAN en...

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ALAS DE MUERTE NEGRA

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amos un poco escasos de tiempo, chico, así que presta atención. —El operario, vestido con un mono de trabajo azul con el logotipo de la GWA (Asociación Global de Lucha Libre), parecía estar llevando a cabo varias tareas a la vez—. Se trata del evento anual más extraño que tiene la compañía actualmente. La Cámara de Eliminación; la habrás visto en la tele por cable. —Y quién no —respondió el joven. Era su primer día de trabajo como montador en el asombroso circo ambulante de la GWA y trataba de absorber cada detalle con los ojos bien abiertos. —La idea es sencilla: esas seis cabinas de metacrilato encierran a seis luchadores. Como puedes ver, están distribuidas alrededor del ring y todo el conjunto se encuentra encerrado en esa gran estructura de metal, como una jaula para pájaros gigante, que ahora están asegurando los montadores de la cuadrilla de Stan. Al principio del combate, las cabinas estarán cerradas. Cada dos minutos, se irán abriendo de forma aleatoria una a una, para dar salida a cada ocupante hasta que todos estén luchando en el combate. Nuestra labor consiste en instalar el mecanismo de apertura y asegurarnos de que


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funciona a la perfección. ¿Tendrás algún problema con ello? —Creo que no, señor Hubbert. Me han enseñado antes cómo funcionan los dispositivos y estoy familiarizado con la electrónica. —De acuerdo, pues. Puedes empezar por la cabina número uno, ésa de ahí. —Pero, señor Hubbert… —titubeó el joven—. La número uno ya ha sido instalada por otro técnico hace unos minutos. —¿De qué estás hablando? Eso es imposible. Yo soy el jefe de la cuadrilla y no hay nadie más asignado a esa labor esta mañana. —Pero le digo que vi… —Mira… ¿Dan, verdad? Escúchame, Dan. Si esta jaula no está lista para antes del almuerzo, el gerente nos echará a la calle. Sé que es tu primer día y estarás algo nervioso, pero inventando historias no vas a seguir mucho tiempo por aquí. Te lo digo como un consejo personal: haz tu trabajo lo mejor que puedas y hazlo rápido. Luego vendré a ver cómo te ha ido. Hubbert se alejó sin añadir nada más en dirección a la mesa de sonido, dejando a un perplejo Dan Nichols preguntándose si no habría estado sufriendo alucinaciones. Un examen más detallado de la cabina uno le confirmó que el dispositivo ya había sido instalado. Sacudió la cabeza y decidió no pensar más en ello, mientras se disponía a comenzar con la cabina número dos. Sábado noche, en horario de máxima audiencia. El público esperaba ansioso el evento principal de la velada, mientras ondeaba pancartas y jaleaba a sus luchadores favoritos. El


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anunciante oficial, micrófono en mano, iba nombrando a los contendientes uno a uno mientras éstos se debatían en el interior de las cabinas como toros impacientes por escaparse del toril. En la primera de ellas, la superestrella conocida como Tex Hardigan golpeaba el metacrilato de su cilindro contenedor tratando de parecer amenazante. Con su más de metro noventa de altura y sus músculos abultados, no tenía que esforzarse demasiado para lograrlo. Llevaba algo más de cuatro años en el circuito de la lucha profesional, tras haber desarrollado una discreta aunque enriquecedora carrera en diversas artes marciales como el boxeo, el kick boxing y el kárate. A sus treinta y cinco años, se encontraba en el momento álgido de su carrera y ganaba más dinero del que podía haber imaginado en sus más locos sueños. Pero la vida en la carretera estaba empezando a pasarle factura. Las lesiones mal curadas y los excesos de todo tipo pronto le llevarían a tener que replantearse todo, por ello llevaba tiempo meditando la posibilidad de pasarse al MMA. La fama que había ganado en la lucha profesional le ayudaría al principio, pero después tendría que adaptarse para seguir adelante en ese nuevo mundo. Si lograba establecerse, se beneficiaría de un calendario mucho más relajado, con apenas unos seis combates al año. A pesar de que ese tipo de lucha es brutal y frecuentemente acaba con uno de los contendientes fuera de combate, no temía los daños propios de las peleas. De todos modos, ya estaba habituado a vivir con el dolor. Sumido en sus pensamientos, había olvidado por un instante dónde se encontraba. Los gritos de veinte mil gargantas coreando la cuenta atrás que daría paso a la apertura de una


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nueva cabina le sacaron de sus ensoñaciones. 7… 6… 5… Ya habían salido tres de los luchadores y ahora llegaba su turno. Repasó mentalmente el guion, que aquella noche era fácil para él. Tendría que atacar a Flex Booster por la espalda nada más salir y seguir después fajándose con Rayo Lewis en un combate sin complicaciones, hasta que Moondog Morgan le golpease por detrás con una silla plegable, dejándole fuera de combate. 4… 3… 2… Una actuación de apenas diez minutos y tendría el resto de la noche libre para relajarse con Aline Aries, la nueva estrella emergente del circuito femenino, con la que había estado intimando últimamente. Pero… ¿qué era esa neblina que parecía surgir de la parte superior de la cabina? Nadie le había informado de ese nuevo efecto especial… ¿Por qué de repente se sentía tan cansado? Cerraría los ojos un momento, tan solo un momento… 1… ¡¡¡0!!! Al disiparse la niebla, la cabina vacía dejó perplejos a los miembros de la organización y a los demás luchadores, pero continuaron luchando como si nada extraño hubiese ocurrido. El público lo aceptó como parte del espectáculo y siguieron disfrutando del combate. Al acabar, se convocó una sesión de emergencia entre bastidores. —¿Cómo que nadie le ha visto salir? En alguna parte debe de estar —gritaba Martin Hubbert—. ¿Vais a decirme que desapareció sin más?


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—Señor Hubbert, tiene que ver esto —dijo el novato operario Dan, que estaba inspeccionando la cabina número uno—. Aquí hay algo extraño. Parece algún tipo de aparato que no está en ninguna de las otras cabinas. —¿Cómo que un aparato extraño? —tronó Hubbert—. Pensaba que eras tú el que tenía que comprobar los mecanismos antes de la velada. ¿Es que no lo viste esta mañana? —Ya le dije que alguien había preparado la cabina antes de que yo llegara, señor. Lo comprobé más tarde, pero no distinguí nada fuera de lo normal. Fíjese, parece que el mecanismo se ha fundido. Y estaba tapado por una cubierta que lo camuflaba, confundiéndolo con el motor original de apertura de la cabina. —Hubbert observó extrañado el amasijo chamuscado y su expresión pasó de perpleja a sombría en cuestión de segundos. —Como no aparezca Tex Hardigan con una buena explicación, me temo que vamos a pagarlo muy caro, chico. Yo el primero. La asociación de lucha decidió silenciar el suceso, al menos por el momento, con el fin de evitarse la mala prensa. La versión oficial fue que Tex Hardigan estaba lesionado y habían decidido excluirlo del programa temporalmente hasta que se recuperase. Al resto del elenco de luchadores se le exigió mantener la desaparición en secreto, pero se dio parte a la policía y se avisó a los escasos familiares del luchador, aunque sin entrar en demasiados detalles. De todos modos, nadie iba a creer que Tex Hardigan se había evaporado sin más en mitad de un combate de lucha libre. Resultaba demasiado es-


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trambótico e inexplicable. Y a parte, el suceso había causado una imborrable sensación de horror extraordinario en aquellos que sabían la verdad, ignorando si algún día se resolvería el misterio. Diariamente desaparecen cientos de personas en el mundo, muchos de ellos sin dejar rastro y sin que se llegue a averiguar jamás su destino final. Lo primero que sintió Tex Hardigan al recuperar la consciencia fue una sed ardiente y un pastoso sabor amargo en la boca. Las sienes le palpitaban violentamente, como martillos pilones en miniatura. Al abrir los ojos, una luz cegadora le obligó a cerrarlos con fuerza, pero aquella luminosidad conseguía penetrar sus párpados, tiñendo su visión de un intenso color rojo. Se llevó la mano sobre la frente, tratando de tapar el origen de la luz y consiguiendo abrirlos a duras penas. Bajo su cuerpo, una alfombra de arena le había servido de lecho durante un tiempo que no pudo definir. Trató de ponerse en pie, hundiendo los pies en el fino sustrato, solo para descubrir que la extensión de piel que había estado expuesta a aquel sol inclemente se había quemado como un rosbif. Comprobó que todavía llevaba puesta su indumentaria de trabajo: calzón corto de lycra, botas con suela de goma, rodilleras y unas vendas adhesivas alrededor de las muñecas. ¿Cómo había ido a parar en medio de aquel desierto abrasador? CONTINUARÁ...


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