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MARTÍN ALMAGRO-GORBEA (EDITOR)

PROTOHISTORIA DE LA PENÍNSULA IBÉRICA: DEL NEOLÍTICO A LA ROMANIZACIÓN

BURGOS, 2014


Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra. Esta edición ha contado con la colaboración de la Junta de Castilla y León a través de la Fundación Siglo para las Artes y el Turismo de Castilla y León.

Imágenes de cubierta: 1, Arquero de Arte Levantino de Val del Charco del Agua Amarga, Alcañiz, Teruel; 2, Vaso neolítico de la Cueva de los Murciélagos, Zuheros, Córdoba; 3, Puerta fortificada de Los Millares, Almería; 4, Enterramiento argárico en pithos de La Bastida, Totana, Murcia; 5, Naveta de Els Tudons, Menorca; 6, Tesoro de Villena, Alicante; 7, Sauna ritual de Briteiros, Portugal; 8, León orientalizante de Pozo Moro, Albacete; 9, Círculo funerario pirenaico de Kausko I, Oyarzum, Gipúzcoa (para más detalles, véase el texto).

© De los textos: Los autores de los textos y la Fundación Atapuerca © De las imágenes: Los autores de las imágenes y la Fundación Atapuerca © De la presente edición: La Fundación Atapuerca y la Universidad de Burgos

Edita: UNIVERSIDAD DE BURGOS SERVICIO DE PUBLICACIONES E IMAGEN INSTITUCIONAL Edificio de Administración y Servicios C/ Don Juan de Austria, nº 1 09001 BURGOS – ESPAÑA FUNDACIÓN ATAPUERCA Carretera de Logroño, nº 44 09198 Ibeas de Juarros (Burgos). ISBN: 978-84-92681-89-1 (Edición impresa) 978-84-92681-90-7 (e-book) Depósito legal: BU-207. – 2014 Fotocomposición: Rico Adrados, S.L. (Burgos) Imprime: Rico Adrados, S.L. (Burgos)


Índice

Introducción, por Martín Almagro-Gorbea ...........................................................................................

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Neolítico y Calcolítico: avance hacia una sociedad compleja ..............................................................

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Los primeros agricultores neolíticos mediterráneos (VI-V milenios a.C.), por Bernat Martí Oliver & Joaquim Juan-Cabanilles ......................................................................................................

19

El Neolítico en las tierras del interior y septentrionales, por Manuel A. Rojo Guerra .................

43

Hacia las sociedades complejas (IV y III milenio cal B.C.) en la Iberia mediterránea, por Joan Bernabeu Aubán y Teresa Orozco Köhler ...............................................................................

71

Las sociedades complejas (IV y III milenio cal B.C.) en la Iberia meridional, por Francisco Nocete ....

83

El Calcolítico en la Meseta y su orla atlántica: Intensificación económica y avance de la vida sedentaria (3200-2500 cal. a.C.), por Germán Delibes de Castro ..........................................

95

El Campaniforme en la Península Ibérica, por Rafael Garrido Pena ...........................................

113

La Edad del Bronce: las sociedades complejas ....................................................................................

125

La Edad del Bronce en la Iberia Mediterránea, por Vicente Lull, Rafael Micó, Cristina Rihuete y Roberto Risch ........................................................................................................................

127

Las Islas Baleares: desde la colonización humana estable hasta la conquista romana, por Vicente Lull, Rafael Micó, Cristina Rihuete y Roberto Risch ......................................................................

147

La Iberia Atlántica: un umbral entre Oriente y Occidente, por Marisa Ruiz-Gálvez... ................

161

La Edad del Hierro: el proceso final hacia la vida urbana ...................................................................

181

Los Lusitanos, por Martín Almagro-Gorbea ...............................................................................

183

Los Campos de Urnas, por Gonzalo Ruiz Zapatero ....................................................................

195

Los pueblos celtas, por Alberto J. Lorrio .....................................................................................

217

Taršiš, Tartessos, Turdetania, por Mariano Torres Ortiz ...............................................................

251

Iberia mediterránea: los pueblos ibéricos, por Martín Almagro-Gorbea ......................................

285

Los Vascones, por Martín Almagro-Gorbea ................................................................................

319

Bibliografía .........................................................................................................................................

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introducci贸n



Introducción

Esta Protohistoria de la Península Ibérica. Del Neolítico a la Romanización es una síntesis actualizada con perspectivas de futuro de la Protohistoria de la Península Ibérica, que constituye el extremo más occidental, el Far West, del Viejo Continente, pues es la última tierra de Eurasia.

fenicios, púnicos y romanos y la Iberia de los griegos, puede considerarse, por su complejidad y ubicación, como un pequeño microcontinente, situado entre el Mediterráneo y el Atlántico en el extremo Suroeste de Europa, al final de Eurasia, muy próxima a África, de la que queda aislada por el desierto del Sáhara.

La obra se ha concebido en el marco del XVII Congreso de la Unión Internacional de Ciencias Prehistóricas y Protohistóricas (UISPP), celebrado en Burgos en 2014, pero va dirigida a un público general que pretenda conocer los últimos milenios de la Prehistoria de esas tierras desde las primeras poblaciones neolíticas hasta la Romanización. El volumen I, Prehistoria de la Península Ibérica, recoge las culturas cazadoras y recolectoras desde los primeros homínidos hasta el Epipaleolítico o Mesolítico a base de exponer los principales yacimientos y, a través de ellos, las correspondientes características culturales y medioambientales.

Es la más occidental de las cuatro penínsulas que articulan las costas septentrionales del Mediterráneo: Anatolia, los Balcanes con Grecia, Italia y la Península Ibérica. Estas tres últimas integran las tierras meridionales de Europa, que, a su vez, constituye una pequeña península en el extremo occidental del Continente Afro-Asiático. La Península Ibérica ocupa 583256 km2 y queda rodeada por el mar Mediterráneo al Este y Sur y por el océano Atlántico al Oeste y Norte, los Pirineos constituyen un istmo de menos de 500 km de longitud que la unen a la masa continental, mientras que el estrecho de Gibraltar, de sólo 14 km de ancho, la separa de África.

Por el contrario, este volumen II se ha concebido como una serie de 15 ensayos de síntesis que constituyen un mosaico representativo de las variadas culturas y pueblos que conforman la Protohistoria de la Península Ibérica desde el Neolítico hasta la Romanización. Por ello brindan una visión de los últimos seis milenios de historia antes de nuestra Era, desde la llegada de los primeros agricultores hasta el predominio de la vida urbana al incorporarse nuestras tierras al Imperio Romano.

Su territorio ofrece gran personalidad y diversidad (Fig. 1). Su topografía se caracteriza por estar constituida por una gran meseta central, que forma parte del antiguo Macizo Ibérico, de época precámbrica y paleozoica, ligeramente inclinado hacia poniente, lo que determina la estructura hidrográfica. La Meseta queda rodeada de cordilleras y depresiones formadas en el plegamiento alpino. Su carácter montañoso se evidencia en su altura media de 660 m.s.n.m., sólo superada en Europa por Suiza y Austria, con su cumbre más alta en el Mulhacén (Granada), de 3478 m.s.n.m.

* Para comprender el interés de la Protohistoria de la Península Ibérica es necesario valorar su marco geográfico, clave de su paisaje humano desde la Protohistoria1. La Península Ibérica, la antigua Hispania de 1

Para la Geografía de la Península Ibérica, véase: Hernández Pacheco, E., 1955 y 1956, Fisiografía del Solar Hispano, I-II, Madrid; Schulten, A., 1959-1963, Geografía y Etnografía antiguas de la Península Ibérica, I-II, Madrid; Lautensch, H., 1967, Geografía de España y Portugal, Barcelona; Asociación de Geógrafos Españoles, 1980, Los paisajes rurales de España. Valladolid; Terán, M. de, et alii, 1986, Geografía general de España. Barcelona; Floristán, A., 1988, España, país de contrastes geográficos naturales, Madrid; Vilá Va-

La Meseta Central queda rodeada de cadenas montañosas en su mayoría de orogenia alpina: la Cordillera Vasco-Cantábrica al Norte, el Sistema Ibérico al Este y Sierra Morena al Sur, además del Sistema Central que divide la Meseta en dos de Este a Oeste y separa la cuenca del Duero de la del Tajo y Guadiana. En las tierras periféricas destacan los Pirineos, istmo que la separa de Francia, los Montes de Galicia, en el Noroeste, la Cordillera Costerolentí, J., 1997, La Península Ibérica, Barcelona; Franco, T., 1998, Geografía física de España, Madrid; Instituto Geográfico Nacional, 2000, Atlas Nacional de España. El medio físico, I-II, Madrid.


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PROTOHISTORIA DE LA PENÍNSULA IBÉRICA

Figura 1. Mapa físico de la Península Ibérica.

Catalana, en el Noreste, y el Sistema Bético por el Sureste y Sur. Las zonas llanas son escasas, como la depresión del Guadalquivir en el Suroeste y la del Ebro en el Noreste, además del centro-sur de Portugal, de la llanura costera valenciana y de las planicies de La Meseta. A las diferencias orográficas se suman las litológicas (Fig. 2). La parte occidental ofrece suelos silíceos paleozoicos formados por granitos, pizarras y cuarcitas, ricos en metales, como oro, plata, estaño y cobre; son tierras más aptas para la ganadería que para la agricultura, a lo que se añade su asociación al clima atlántico, fresco y húmedo. Por el contrario, en las zonas orientales y en las cadenas montañosas del plegamiento alpino predominan las calizas de la Era Secundaria con formaciones kársticas acentuadas por la erosión fluvial; en estas zonas, muchas cubiertas de bosques de encina o de pino, la vida se desarrolla en sus pequeños valles, basada en el cultivo de huerta de regadío para mitigar la aridez. Finalmente, en las depresiones del Guadalquivir y Ebro, en los valles de los ríos de la Meseta y en las llanuras

litorales predominan formaciones arcillosas del Terciario y Cuaternario; sus suelos son aptos para una agricultura cerealista, adaptada al policultivo mediterráneo de cereal, vino y aceite al introducirse éste asociado al desarrollo incipiente de la vida urbana durante la segunda mitad del I milenio a.C., producción que se completa, siempre que es posible, por huertas de regadío. La Península Ibérica posee más de 4000 km de costas, pues está rodeada por el mar en 6/7 partes de su contorno. La banda litoral es estrecha y sólo es más accesible en algunos tramos de la costa este y sur, pues predomina el litoral rocoso y acantilado al norte, nordeste y sureste, con accesos limitados a los estuarios de algunos ríos, que raramente penetran 30 km. La línea de costa tendió a ascender en el Holoceno hasta los -20 m hacia el 9000 BP y se estabilizó a los -10 m hace 7000 años, aunque algunas costas, como la vasca, alcanzaron 1 o 2 m sobre el nivel actual en el máximo de la trasgresión flandriense. Hace 5000 BP descendió de nuevo el nivel del mar para subir posteriormente de forma progresiva


INTRODUCCIÓN

Figura 2. Mapa litológico de la Península Ibérica (Instituto Geológico Minero de España y Portugal).

hasta el nivel actual, con una creciente pérdida de las tierras costeras emergidas. Junto a estos cambios del nivel del mar hay que valorar la erosión, acentuada por la actividad humana. La consecuencia ha sido el relleno de albuferas y lagunas litorales y de los estuarios, como el de la desembocadura del Guadalquivir, el antiguo lacus Ligustinus, y la formación de deltas, como el del Ebro, proceso iniciado tras el máximo de la trasgresión flandriense hacia el 6500 BP y que, con oscilaciones, se ha acentuado desde entonces, atribuidas a la creciente deforestación. Desde el punto de vista del clima (Fig. 3), la Península Ibérica está situada entre las zonas tropicales y las templadas del Hemisferio Norte y entre el Mediterráneo y el Atlántico, por lo que en ella se cruzan los frentes y borrascas atlánticos asociados a la corriente en chorro polar y las altas presiones tropicales del anticiclón de las Azores y del Sahara. Esta situación, unida a su articulada orografía, hace que ofrezca numerosos microclimas, con gran variabilidad de temperaturas y de precipitaciones (Fig. 4), que superan los 2000 mm en algunos

puntos y no alcanzan los 175 mm en Almería2, con un claro gradiente de Noroeste al Sureste. En general, cabe señalar dos áreas climáticas claramente diferenciadas: una húmeda, atlántica (La Coruña: 10,4°C en enero, 19,2°C en agosto y 1.008 mm) y otra seca, mediterránea (Alicante 336 mm, 11,5°C en enero, 25,5°C en agosto), que llega a ser subtropical y semidesértica en el Sureste (Almería: 196 mm). Además, el relieve que rodea la Meseta Central acentúa su carácter continental, seco y extremado (Soria: 2,9°C en enero; 20,0°C en julio), común a otras zonas interiores (Córdoba: 9,2°C en enero, 2

Para el clima, véase García de Pedraza, L. y Castillo, J.M., 1981. “Influencia de la configuración topográfica de la Península Ibérica en sus carácteres meteorológicos y climáticos”, Paralelo 37, 5, 31-42; Capel, J. J., 2000, El clima de la Península Ibérica, Barcelona; para su evolución histórica, Jordá, J., 2013, “El marco paleoambiental de la Prehistoria Reciente de la Península Ibérica”, M. Menéndez, ed., Prehistoria Reciente de la Península Ibérica, Madrid, pp. 41108. Para la hidrografía, Arenillas, M. y Sáenz Ridruejo, C., 1987, Guía Física de España, 3. Los ríos, Madrid.

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Figura 3. Mapa de las regiones climáticas de la Península Ibérica. 1,a-b: húmeda marítima y pirenaica; 2: atlántica; 3,a-c: continental atenuada, pura y extremada; 4: mediterránea; 5: subdesértica. Fotografías: a, Cordillera Cantábrica; b, Paisaje atlántico de Ferramulín, Lugo; c, Dehesa extremeña; d, Paisaje semidesértico de Fortuna, Murcia; e, Laguna de Salobralejo, Albacete; f, Vides y bosque galería de Briñas, La Rioja.

27,2°C en julio), mientras que las numerosas sierras por encima de los 1200 m.s.n.m. ofrecen un clima característico de montaña. Estas características climáticas se debieron conformar a lo largo del Holoceno, con variaciones que se pueden explicar a nivel general. Desde el inicio del Holoceno el clima de la Península Ibérica fue seco, con tendencia a aumentar la temperatura y la humedad. A partir del Atlántico (9000-5800 BP) ese aumento la temperatura y humedad llevó a superar las actuales, lo que supuso el máximo desarrollo del bosque mediterráneo y la progresión del roble en

la zona atlántica. Hacia el 5800 BP se observa un episodio árido y frío con un importante descenso de la población arbórea que da inicio al Subboreal, que representa una fase más seca y cálida (5800-2500 BP), seguida del óptimo climático hasta el 4800 BP, caracterizado por aumento de las temperaturas y precipitaciones, que superaron las actuales. A partir del 4800 BP disminuyó la aridez y el clima del interior ofrece ya el carácter mediterráneo continental seco de la actualidad, a lo que se asocia una creciente acción antrópica. A partir del 3250 cal BP, la llamada Edad Fría del Hierro, ofrece un descenso general


INTRODUCCIÓN

Figura 4. Mapa de precipitaciones de la Península Ibérica, con un claro gradiente NW-SE.

de la temperatura con creciente aridez, que produjo la desertización y el abandono de zonas montañosas, progresivamente reocupadas en el I milenio a.C. La mejora del clima al final de esta oscilación fría, con el inicio del Subatlántico, 2500 BP, facilitó el intenso desarrollo cultural y demográfico de la Edad del Hierro, en el Periodo Húmedo Ibero-Romano, datado entre el 2500 y el 1600 BP, es decir, entre el 500 a.C. y el 400 d.C., en el que se observa un nuevo retroceso de la vegetación arbórea que denota mayor aridez y, probablemente, una mayor acción antrópica. El clima hace que los ríos sean poco caudalosos, salvo en las zonas con precipitaciones atlánticas. Su caudal es muy variable y depende de las precipitaciones, pues en algunos casos ofrecen enormes escorrentías, que superaban el 1 a 1000 en el río Guadiana. Los cauces suelen servir como vía de comunicación en las llanuras, pero en muchos casos la topografía, con fuertes desniveles y abruptas márgenes, asociada a la irregularidad del caudal, dificultan el tránsito. Por ello, las vías de comunicación (Fig. 5), más que por los ríos, están determinadas por la orografía, como la Vía Heraclea que desde el Golfo de Cádiz ascendía el Valle del Guadalquivir y enlazaba con las costas del

Levante mediterráneo, la Vía de la Plata, que unía todas las tierras silíceas interiores o la Vía Céltica, que comunicaba el Sistema Ibérico con el Suroeste por el norte del Sistema Central3. La orografía y el clima condicionan igualmente una variada flora y fauna, a lo que se añade el aislamiento geográfico de la Península Ibérica, que ha permitido conservar numerosos endemismos, en especial en sus cadenas montañosas, a pesar de continuas extinciones, la mayoría producidas por el hombre4. En las zonas húmedas atlánticas predomina el bosque caducifolio mixto de robles, hayas y abedules, transformado en numerosas zonas en pra3

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Sobre las vías de comunicación en la Prehistoria, M. Almagro-Gorbea, “Las vías de comunicación tartésicas”, en M. Criado de Val, ed., Atlas de Caminería Hispánica (X Congreso de Caminería, Madrid-2010), Madrid, 2011, pp. 20-25. Sobre la vegetación puede verse: Alcaraz, F. et alii, 1987, La vegetación de España. Madrid; Allue, 1990, Atlas fitoclimático de España, Madrid; Peinado, M. y Rivas, S., 1987, La vegetación de España, Madrid; Rubio, J.M., 1988, Biogeografía. Paisajes vegetales y vida animal, Madrid. Para los suelos, Gandullo, J.M., 1984, Clasificación básica de los suelos españoles. Madrid.

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PROTOHISTORIA DE LA PENÍNSULA IBÉRICA

Figura 5. Principales ejes de comunicación de la Península Ibérica (según Ruiz Zapatero).

dos por acción antrópica. Particular interés ofrece el paisaje de dehesa de las áreas silíceas del centro y sur, resultado de la transformación del bosque de encina y alcornoque en pastos para ganadería a partir del IV milenio a.C. En las secas zonas mediterráneas predomina el bosque de encina o carrasca o el pinar, junto a plantas aromáticas como jara, tomillo, espliego y romero, mientras que en las zonas esteparias del Sureste crece el cáñamo y las plantas aromáticas y la vegetación arbórea es muy escasa por efecto antrópico. Además, cada cadena de montaña ofrece su propia cliserie, según su ubicación y altura, y la mayor parte de los ríos mantienen bosques galería y sirven para regar huertas, al concentrarse en sus márgenes los cultivos agrícolas que necesitan riego por canal dada la aridez del clima, sistema documentado desde el III milenio a.C. La orografía y litología tan articuladas y complejas acentúa las diferencias geográficas de unas regiones y otras, con fuertes contrastes en su relieve, suelos, clima, vegetación y fauna y, en consecuencia, en sus culturas.

A ello se suman las diversas corrientes culturales y étnicas que interaccionan de forma dinámica con otros territorios. Entre estas corrientes externas destacan tres. Una la representa el Mediterráneo, que constituye la gran vía de influjos culturales y demográficos del Sur de Europa, por la que fluyen los contactos con los focos culturales más avanzados del Oriente Medio. Por esta vía llegó el Neolítico, la metalurgia inicial, los contactos con el mundo micénico y, ya en el I milenio a.C., las colonizaciones históricas de fenicios, griegos, púnicos y, finalmente, de Roma. Otra de las corrientes afecta mayoritariamente a las regiones silíceas atlánticas del Occidente de la Península Ibérica, con contactos desde época megalítica y campaniforme con el occidente de Francia y las Islas Británicas, dentro del llamado Mundo Atlántico, cuyo apogeo se alcanza en la Edad del Bronce, seguramente estimulado por los intercambios metalíferos. La tercera corriente procede de más allá de los Pirineos y relaciona la Península Ibérica con la Europa Central, pero ofrece periodos de mayor actividad, como en el Campaniforme y con los Campos de Urnas del Bronce Final y en la Edad del Hierro, al acentuarse


INTRODUCCIÓN

los contactos entre las poblaciones celtas del norte y del sur de los Pirineos, aunque los contactos transpirenaicos han funcionado siempre a escala local por la trashumancia montaña-llano. Por último, todavía cabe señalar el Norte de África, apenas separada de la Península Ibérica por los 14 km del Estrecho de Gibraltar. Sin embargo, salvo algunos contactos locales menores, apenas se manifiesta actividad entre ambos lados del Estrecho, dada la barrera demográfica que representa la creciente desertización del Sáhara a partir del Holoceno Reciente. Las diferencias señaladas en el relieve, suelos, clima, vegetación y fauna y, en consecuencia, en las culturas y pueblos de las distintas regiones determinan que la Península Ibérica, desde un punto de vista étnico, cultural e histórico, pueda ser considerada, como se ha indicado, como un pequeño microcontinente situado entre el Mediterráneo y el Atlántico en el extremo Suroeste de Europa, que representa el final de Eurasia, próxima a África, aunque aislada de ella por el Sáhara. Además de los factores señalados, acentúan su amplia diversidad interna los diversos influjos externos recibidos de modo, en fechas y con intensidad distinta en las diferentes áreas culturales. Sin embargo, todas las regiones ofrecen ciertas características culturales comunes que permiten diferenciarlas de otras culturas extrañas a la Península Ibérica. En este sentido, la amplia Meseta Central, abierta a la periferia por distintas vías de comunicación (Fig. 5), ha actuado desde la Prehistoria como lugar de intercambio cultural y étnico con las regiones periféricas, que han dado lugar a procesos de “sístole/diástole” con fases de mayor o menor influencia etno-cultural según los distintos periodos cronológicos y las diversas áreas culturales afectadas. * Esta Protohistoria de la Península Ibérica pretende ser, como se ha indicado, una síntesis innovadora, con una visión actual de los fenómenos históricos desarrollados desde el Neolítico hasta la Romanización. Se ha pensado con visión de futuro, pues, aunque ofrece una estructura tradicional, se basa en las investigaciones más recientes e innovadoras con una metodología que pretende abordar todo el sistema cultural de forma interrelacionada, desde la cultura material y la tecnología a la economía, la sociedad y la ideología y religión, además de los recientes estudios antropológicos basados en el ADN y los avances logrados en estos últimos años en Lingüística e incluso en la Literatura Protohistórica leída a través de la Iconografía, a fin de lograr una visión lo más holística y dinámica del proceso cultural. Como ejemplo, cabe señalar la nueva valoración del Arte Rupestre

Levantino y del Campaniforme, la presentación del yacimiento de Valencina de la Concepción como el principal foco demográfico y cultural calcolítico del III milenio a.C. en la Península Ibérica, frente a la visión anterior basada en yacimientos tipo Los Millares y Zambujal, o la nueva interpretación de los pueblos y culturas prerromanos del I milenio a.C., al ofrecerse una nueva visión con elementos tan innovadores como la revisada valoración de Lusitanos y Vascones. La redacción de los distintos ensayos ha corrido a cargo de especialistas bien reconocidos en sus respectivos campos por sus estudios y publicaciones. Ello ha supuesto una evidente dificultad a la hora de unificar criterios y terminología, a lo que se añade la diversidad de perspectivas e interpretaciones que ofrecen los estudios punteros, aunque se ha valorado que las diferencias que ofrecen los distintos ensayos también tienen interés en sí mismas, pues denotan las distintas interpretaciones existentes que marcan las perspectivas de estudio hacia el futuro. Todos los autores han hecho en ellos un notable esfuerzo para adaptarse a las características de la obra en un tiempo muy breve, por lo que se merecen un sincero reconocimiento. La obra se ha concebido en tres partes: una dedicada al Neolítico y Calcolítico, que finaliza con el Campaniforme; otra es la Edad del Bronce, con su doble vertiente Mediterráneo-Atlántica, y la última aborda la Edad del Hierro, entendida como el avance definitivo hacia la vida urbana que finaliza en el proceso de la Romanización, que supuso el final de la Prehistoria en la Península Ibérica. La primera parte, que comprende el Neolítico y Calcolítico: avance hacia una sociedad compleja, se dedica a los cambios ocurridos desde la llegada de la domesticación, con su repercusión cultural y demográfica que aboca a sociedades cada vez más complejas. Se ha estructurado en seis ensayos: “Los primeros agricultores neolíticos mediterráneos (VI-V milenios A.C.)”, por Bernat Martí Oliver y Joaquim Juan-Cabanilles; “El Neolítico en las tierras del interior y septentrionales”, por Manuel Rojo; “Hacia las sociedades complejas (IV y III milenio cal B.C.) en la Iberia Mediterránea”, por Joan Bernabeu Aubán y Teresa Orozco Köhler; “Las sociedades complejas (IV y III milenio cal B.C.) en la Iberia meridional”, por Francisco Nocete; “El Calcolítico en la Meseta y su orla atlántica: Intensificación económica y avance de la vida sedentaria (3200-2500 cal. A.C.)”, por Germán Delibes de Castro, y, finalmente, “El Campaniforme en la Península Ibérica”, por Rafael Garrido Pena, que constituye la transición y enlace con la parte siguiente. La segunda parte se dedica a La Edad del Bronce, que básicamente corresponde a las culturas de-

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sarrolladlas en el II milenio a.C., que conforman el substrato casi directo de los pueblos prerromanos de la Edad del Hierro. Ha sido organizada con dos ensayos esenciales, “La Edad del Bronce en la Iberia Mediterránea”, de Vicente Lull, Rafael Micó, Cristina Rihuete y Roberto Risch, y “El mundo atlántico de Península Ibérica: un umbral entre oriente y occidente”, de Marisa Ruiz-Gálvez. A ellos se ha añadido un tercer artículo dedicado a “Las Islas Baleares: desde su colonización humana estable hasta la conquista romana”, de Vicente Lull, Rafael Micó, Cristina Rihuete y Roberto Risch, ya que su estructura cultural corresponde básicamente a este periodo. La tercera y última parte trata sobre Los pueblos prerromanos y el proceso final hacia la vida urbana. Los seis ensayos finales de la obra se adaptan a los pueblos y culturas prerromanos conocidos por las fuentes clásicas, cuyas características han confirmado los actuales estudios arqueológicos y lingüísticos. La ordenación ofrecida refleja su mayor o menor vinculación con las culturas de la Edad del Bronce anteriormente descritas y sus propias interrelaciones internas. Estos ensayos son los siguientes: “Lusitanos”, por Martín Almagro-Gorbea; “Los Campos de Urnas”, por Gonzalo Ruiz Zapatero; “Los pueblos celtas”, por

Alberto J. Lorrio; “Tarsis, Tartessos, Turdetania”, por Mariano Torres Ortiz; “Iberia mediterránea: los pueblos ibéricos”, por Martín Almagro-Gorbea y, finaliza con “Los Vascones”, por Martín Almagro-Gorbea, que representan uno de los pueblos más interesantes y problemáticos de la Protohistoria de Europa, de los que en parte descienden los vascos actuales. Como conclusión, esta Protohistoria de la Península Ibérica. Del Neolítico a la Romanización pretende ser una visión de síntesis de los últimos seis milenios de la Protohistoria de la Península Ibérica, desde los primeros agricultores hasta el pleno desarrollo de la vida urbana tras la Romanización. Su finalidad es atraer el interés hacia la Protohistora de la Península Ibérica a toda persona interesada, sea o no especialista, dada la complejidad de fenómenos culturales que ofrece, muchos de los cuales permiten, incluso, explicar mitos y procesos históricos actuales, que hunden sus raíces en aquellos lejanos tiempos, por derivar de ellos en procesos de “larga duración”. Pero el interés que ofrece la Protohistoria de ese pequeño microcontinente que conforma la Península Ibérica en el extremo Suroeste de Eurasia es también una llamada a una colaboración científica internacional, cada vez más necesaria en estos atractivos campos de estudios multidisciplinares. MARTÍN ALMAGRO-GORBEA Real Academia de la Historia


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