Reciprocidad(6)

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Reciprocidad Cada vez que estoy contigo Yo descubro el infinito Tiembla el suelo La noche se ilumina El silencio se vuelve melodía

— Te Quiero— respondí, sin importarme si estaba fuera de lugar, si no venía al caso, o si no tenía relación con el tema. Para mí nunca estaría de más oírlo, y en ese momento todo en cuanto podía pensar era en lo mucho que le había amado en silencio. Durante dos años reprimí mis sentimientos. Y hoy, por algún extraño milagro, el dueño de mis delirios y noches de insomnio se ha presentado en mí universidad, en la puerta de mi habitación, diciéndome que me quiere… Mi cuerpo entero rogaba por su tacto, y yo sólo tenía claro que deseaba repetirle una y mil veces lo mucho que me importaba. — Yo te amo— dijo él, y el aire terminó por salir con fuerza de mis pulmones. Edward me amaba… Mis ojos permanecían abiertos, producto de la impresión. Me sentía idiota, invadida por los nervios y mi propia timidez, por lo que me dediqué únicamente a observarle. El rubor continuaba bañando las mejillas de él, mas no se inmutó. Continuó observándome con mirada inquisitiva. La sonrisa dulce y nerviosa continuaba grabada en su boca, pero aún así la incertidumbre era evidente en ese mar esmeraldino. Edward esperaba una respuesta, y yo quería dársela. Pero me aterraba abrir la boca. No estaba segura si al intentarlo conseguiría pronunciar vocal alguna, y al parecer no me equivoqué, respiré hondo sólo para comprobar cómo al instante fuertes sollozos sacudían mi cuerpo. Y odié mi personalidad como nunca antes. Maldije en silencio a las lágrimas que surcaban mi rostro por no actuar como una joven normal y responder un “Te Amo”. En vez de eso me limitaba a llorar, pero no encontraba otro medio de liberar tal tormenta de emociones. Me amaba, Edward me amaba. La felicidad que embargaba en mi pecho era tal que por un segundo temí que mi frágil cuerpo no fuese lo suficientemente fuerte para soportar tal alegría. Había esperado tanto por esto, aún creyéndolo un imposible lo esperé, en mis sueños e ilusiones lo sentí real, y por extraño e inmerecido que parezca… lo era. Mi sueño de infancia se convertía en realidad.


Tan inmersa me encontraba desmenuzando una y otra vez cada una de las sílabas y vocales que empleó en sus palabras que no noté en qué momento exacto Edward me rodeó con sus brazos. El tibio aliento que liberaron sus labios fue bálsamo para mi piel en cuanto aquel hálito acarició mi frente. Sus brazos se ciñeron más fuerte entorno a mis hombros y yo no podía más que llorar. Sintiéndome tonta y a la vez afortunada, insegura, mas con una dicha infinita. Sospesando la posibilidad de simplemente besarle y responder con eso a su pregunta. Sin embargo, no hice nada, me limité al consuelo de su abrazo. Lentamente Edward fue alejando nuestros cuerpos, lo suficiente para que pudiese ver su hermoso rostro observándome con tal adoración que las lágrimas claramente no dejarían de brotar de mis débiles ojos. Posó su dedo bajo mi barbilla y levantó mi cabizbajo semblante con tierna lentitud. — Si hubiese sabido que confesarte mis sentimientos te causaría tanto dolor, me habría limitado a besarte. Deslizó su dedo hacía el lado sur de mi cuerpo, rozando con una extraña mezcla entre sensualidad e inexperiencia el borde de mi mandíbula. Continuó ascendiendo hasta situarse en mis mejillas. Entonces con sublime entrega nuevamente se dedicó a secar aquellos hilos de lágrimas que poco a poco comenzaban a menguar. Estupefacta como me encontraba sólo pude besarle una vez más. Entre besos y abrazos a duras penas ingresamos a mi cuarto. ¡Y cómo agradecí no compartirlo con nadie! De esa forma se encontraba siempre en perfecto orden. Continuamos de ese modo, besándonos con frenesí, desatando toda esa pasión contenida. Nuestros labios no eran lo suficientemente enérgicos para explicar la tormenta de emociones que se desataba en el interior de cada uno, ni las manos alcanzaban para expresar la necesidad que existía por el otro. Los jadeos se repetían uno tras otro, con las frentes unidas, perladas de ardiente sudor. Los besos continuaron hasta que llegamos al sillón, su cabeza reposaba sobre la esquina de éste, y en algún momento yo había terminado a horcajadas sobre él. Degustando la exquisita piel de su cuello que dejaba expuesta su camisa, los tres primeros botones de ésta se encontrabas abiertos, otorgándome un libre acceso para cumplir mis fantasías. Las manos de Edward subían y bajaban con soltura por mis costados. Aquello simplemente sabía a gloria, le deseaba más que a nada en este mundo, más que al agua o el oxígeno, tiempo atrás me hizo falta… A partir de hoy le necesitaría. Sin embargo, no estaba lista para avanzar más en esta relación, le amaba de forma desmesurada, pero acababa de verle después de meses apartados…


No me encontraba preparada para hacer el amor con Edward, por mucho que mi cuerpo lo añorase con locura, no estaba lista. Con un esfuerzo sobre humano separé nuestros labios, y fue un alivio que mi ángel no opusiese resistencia. Nos observamos con ternura. Y aquel te amo, esta vez no murió en mi boca. — Te Amo Edward, ¡te necesito de un modo que aterra! — sus preciosos ojos verdes, tan trasparentes, incapaz de simular la emoción contenida no tardaron en cristalizarse y mostrarse humedecidos. Él posó su suave y amplia mano sobre mi mejilla y acarició esa zona. — Yo también te necesito mi vida— pidió solemne, mientras se instauraba una exquisita sonrisa torcida en sus labios carmín. Llevó su otra mano hacia mi cara, para acunar de esa forma mi rostro y unió nuestras frentes. — No me dejes nunca— susurró con sus ojos cerrados antes beberse mis labios con angustiosa necesidad. — Nunca— musité contra su boca, mientras sonreía y le besaba a la vez. Esa tarde fue única, lo significó todo. Aquel momento en que dejamos el pasado atrás, en que todo cuanto conocíamos sólo pasaría a formar parte del ayer, su historia y la mía. Se nos presentaba una oportunidad para partir de cero y la tomaríamos. Edward había dado el primer paso, fue valiente, más que yo. Era mi momento de ser fuerte, era la hora de luchar por lo que amaba.


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