De Náufrago a Sobreviviente Los Comienzos son simples en comparación a las tormentas que has de pasar una vez que izaste la vela, en alta mar ya no puedes dar marcha atrás. Puedes ser un naufrago y morir ahogado, perdido entre las olas. Sin embargo, solo los valientes alcanzan el éxito, quien llega a la cima no estuvo exento de problemas ni tribulaciones, por el contrario, el sobreviviente pasó por la misma marea, fue víctima de la misma enfurecida tormenta, sin embargo no se rindió. No dejó que el problema le superase. Los Comienzos son dulces, pero en la vida no todo es un cuento de hadas. Yo seré tu sueño Tú deseo, Tú fantasía Seré tu esperanza tú amor Seré todo lo que necesites.
Los comienzos tienden a ser difíciles, más aún cuando te encuentras solo rodeado de rostros desconocidos iniciando una nueva etapa que marcará el resto de tu vida. La primera semana creí que jamás llegaría a su fin, se me hizo eterna, las hermosas imágenes imposibles de arrancar volvían como verdaderos bumerang a causar estragos en mí mente una y otra vez a modo de flash back, impidiendo que lograse prestar real atención a mis clases. Teoría de la comunicación debía ser un ramo importante, uno de mis favoritos. Se suponía que trataríamos temas serios. Sin embargo yo solo lograba ver a Edward, al abrir y cerrar mis ojos su angelical presencia estaba ahí. Sus ojos grabándose a fuego en mi memoria. Tan expresivos y a la vez tan desiertos… Carentes de la vida propia en un joven cómo él. Mi mente no dejaba de evocar el momento en que le vi por vez primera. Se encontraba reposando, sentado en el frío e incómodo piso de una esquina solitaria, alejado de miradas maliciosas Edward se encontraba con la vista perdida en dirección hacia la nada. Sus hermosos orbes provistos de ese brillo único que solo se forma en la retina cuando intentas contener las lágrimas. Con sus manos rodeando sus rodillas era la viva imagen de la inocencia, en otras ocasiones me privó sus esmeraldinos luceros escondiendo su cabeza entre sus piernas, mientras su manos rodeaban estas a modo de costumbre. No sé con exactitud como llamarlo, amor a primera vista, una fuerte ilusión o tal vez no era más que la obsesión de pensar en lo que pudo haber sido y no fue. Sin tener respuestas a mi interrogante me rendía a la extraña sensación de felicidad que me llenaba cada vez que su mirada se posaba sobre mí. Me pasaba las tardes
observándole, imaginando que oír una carcajada brotando de sus labios debía ser lo más cercano al canto de un ángel. Una inquietud oprimía mi pecho ¿Qué ocultaba Edward Cullen? ¿Que secreto podía ser tan doloroso para borrar una sonrisa genuina de su rostro? Me pasé noches enteras en vela, intentando comprender como un joven tan exitoso, no solo destacando en sus estudios, sino teniendo una hermosa familia que se desvivía por él y Alice podía acumular tanta amargura. Edward tenía todo lo que yo hubiese deseado poseer y aún así no le bastaba. ¿Qué daño podría ser tan grande para enfrascarlo en su propia burbuja y sembrar una pared invisible para el resto del mundo?, pero por sobre todo lo que más me angustiaba era no poder ayudarlo. No tener la valentía suficiente para acercarme e intentan averiguar el causal de su horrible sufrimiento, porque no había dudas de que Edward sufría, sus ojos hablan por él. Intenté concentrarme en la cátedra que exponían, pero era imposible, la docente no lograba acaparar un solo minuto de mi atención. Cuando la clase se dio por terminada tomé mi bolso, mis carpetas y salí en dirección a la cafetería. Una vez en la fila esperando ser atendida para pedir un café fui victima de cómo nuevamente las imágenes se arremolinaban en mi cabeza impidiéndome pensar con claridad. — Señorita que va a ordenar — preguntó la muchacha que atendía. Hice un acopio de razón para responder y entonces lo vi. Entre la multitud de la cafetería se encontraba él, el motivo de mis ansias injustificadas, la razón por la cual la última semana había sido presa de la inquietud y arrepentimiento, por no haber aprovechado el tiempo que le tuve cerca, por no haber sido más osada, por haber sido esclava de una egoísta timidez. La persona de la que me creía enamorada a primera vista. Edward Cullen se encontraba en la cafetería, eso sólo significaba una cosa él y yo estudiábamos en la misma universidad. Su luceros aguamarina, tan verdes como los recordaba, su cabello cobrizo se movía al compás de su andar, dándole ese aspecto que me deslumbró la primera vez que le ví y lo seguía haciendo ahora de la misma forma, tan rebelde y desordenado otorgándole ese semblante de niño travieso. — ¿Señorita desea ordenar algo? — volvió a preguntar la muchacha un poco más irritada, pero yo a esas alturas lo último que deseaba era comer. — Disculpe, se me fue el apetito. Muchas gracias. — y sin perder un minuto más voltee en su búsqueda, pero en cuanto me giré él había desaparecido. Durante minutos me quedé de pie en el centro de la cafetería, con la esperanza de encontrar al dueño de esos cabellos cobrizos, pero no había nada. Decepcionada y en parte avergonzada me dirigí al otro extremo de la universidad. No tendría más clases durante el día, por lo que emprendí camino hacia mi habitación.
¿Era posible que estuviera imaginando cosas? Yo lo había visto, de eso estaba segura, pero entonces ¿cómo? Cientos de interrogantes inundaron mi cabeza, ¿estaría acaso enloqueciendo? Encendí mi Ipod con la esperanza de encontrármelo en el trayecto. Sin Embargo en cada esquina que doblaba, en cada lugar que me detenía a mirar sólo conseguía aumentar el nudo en mi estómago, el amargo sabor de la decepción dejaba una nota de vergüenza y bochorno. ¿Cómo podía afectarme tanto al punto de imaginármelo? Me cuestionaba en mi fuero interno mientras infames torrentes de lágrimas destilaban de mis débiles y ojos. Me sentía humillada. Por vez primera había encontrado el amor y que conseguía a cambio ¿enloquecer? Es que claramente yo no servía para esto. Mientras con una mano buscaba la llave en mi bolso, para poder abrir la puerta, con la otra intentaba secar los rastros de mi vergonzoso tormento. — Al fin llegas— dijo el dueño esa voz tan indiscutiblemente dulce. Sublime ante los ojos de cualquier mortal, hechizante y persuasiva. Recién ahí caí en cuenta de que Edward me estaba hablando. Como de costumbre se encontraba sobre el piso, sentado al costado de la puerta, amparado por las sombras que le brindaba el pasillo contiguo a mi dormitorio gracias a la inexistencia de ventanas. Durante dos años esperé por este momento. Soñé con el instante en que abriría sus labios para emitir más que una nerviosa risita, anhelé durante tanto tiempo que de su boca brotase un simple hola. Y ahora me lo encuentro frente a mi habitación, esperándome. ¿Acaso estaba soñando? Edward se levantó del piso y en cuanto estuvo de pie frente a mí nuestras diferencias de altura se hicieron notorias, sus hermosas gemas me regalaban esa tierna e ingenua mirada, carente te toda maldad o sentimiento poco decoroso. Se acercó hacia mí con cautela y me abrazó, sus manos rodearon con fuerza mi cintura, pero tratándome en todo momento como el tesoro más preciado del universo, cuidando en todo momento de no dañarme, me abrazó con delicadeza y ternura. Su rostro se escondió en mi rostro, mientras sus manos se ceñían cada vez a mi cintura. En respuesta envolví mis brazos en su cuello y acaricié su cabello. Esto era el cielo, Edward era mi pedacito de cielo aquí en la tierra. Cuantas noches me pasé en vela imaginando este momento y ahora lo tenía junto a mi, en mis brazos, sosteniendo con fiereza mi cintura. Si esto era un sueño, no quería despertar… — Te extrañé—susurró en mi oído. Su tibio hálito golpeo de lleno en la sensible zona de mi cuello logrando que todo mi ser se estremeciese de placer. Recién ahí me convencí
de que no esto no era un sueño. No esto era mucho más que eso, esto era un milagro, él era mi milagro personal… .