Tropo a la uña 1 - nueva época

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me fui planteando temas, formas. Y todo eran búsquedas, y hoy los veo como logros. Quizá lo que más se disparó fue la plaquette “Graffitis del silencio”, pues ahí sí el ritmo varía de una hoja a la otra, por razones del propio contenido. El ritmo poético está bien delimitado y es fácil para el lector. En él pude expresar poesía y humor, mezclarlos y lograr un buen resultado. Creo que es el libro que tiene más éxito, aunque no sea el mejor. —¿Has modificado la visión de la poesía que tenías cuando llegaste a Cancún o es la misma? —Es la misma. No me hago problema, más bien escribo, dejo que salga. Hay cosas que no puedo ni revisarlas, pues hacerlo implicaría cambiarlas y, una vez escritas, me es difícil. Salvo que vea cacofonías o repeticiones, si no, prefiero escribirlas y aceptarlas… Es respetar… —¿Consideras que, con el paso del tiempo, tu poesía se ha ido haciendo más compleja, más estricta, más de búsqueda interior? —Pudiera ser… algo así. Inevitablemente, en este poemario es más crepuscular… por mi edad (y ríe). Y más crepuscular es “Silabario del dolor”, de próxima publicación. Lo escribí antes de que me pasara todo lo que me pasó (se refiere a su reciente viudez), y fui delimitando los dolores… No solo dolores míos, al contrario: el dolor del mar, de un niño. Termino con el adiós. No lo había terminado cuando me empezaron a pasar “dolores”. Y sentía, de alguna manera, que había invocado los dolores. Y me dije: lo voy a tirar… Pero al llegar a la casa lo leí y pensé: es parte de mí. Lo tengo atascado, lo tengo que sacar... Y lo terminé. Es duro…

—La ventana es importante en el poemario. ¿Cuál es la importancia de la ventana para Alicia? —La ventana es, en muchos casos, estar fuera, fuera de mí, detrás de una ventana, fuera de otras cosas. Te pones detrás de la ventana y ves. Es un punto de observación, como un mirador desde donde ves lo que pasa… Y te vas dando cuenta y vas descubriendo… —Si pudiera hablarse de influencias en tu obra, ¿qué poetas crees que han marcado el rumbo de tu poesía y por qué? —De chica influyó Federico García Lorca. Tengo una gran facilidad para escribir como Mario Benedetti, salvando las distancias… Sobre todo cuando empecé, escribía cosas parecidas, sin luchar mucho, pero te tienes que salir. Yo creo que me han influido todos. Por ejemplo, a mí me gusta mucho Octavio Paz, pero no puedo decir que me haya influido. Sin embargo, me parece un camino. Respecto a mujeres poetas, puedo nombrar a Delmira Agustini. Todo mi libro “Delmira en llamas (Invocación)”, es contar la vida y la muerte, el final de Delmira. Pero, a su vez, yo la invoco. En el último verso ella acude a mí, a mi memoria… o a mi presencia. Con Delmira me pasó lo siguiente: quería escribir sobre una mujer; anduve buscando sobre poetas uruguayas, y fui descartando. Con Delmira me pasó que empecé a escribir como ella… Y me salía bastante bien, lo cual me asustó mucho; yo no quería copiar a Delmira. Entonces, empecé a invocar a Delmira para que viniera, que me hablara, que me explicara y eso fue lo que escribí. Me referí fundamentalmente a su muerte violenta, a su carácter. Escribí un poema respecto a cómo ella, con sus ojos, ve la cama; en otro, ella cuenta cómo quedaron los

Escalas en su paisaje LA CASA FAMILIAR Nacida en 1939 en Montevideo, Uruguay, Alicia Ferreira Aldaz vivió su infancia en el pueblo de Tambores, en el norteño departamento de Tacuarembó. Segunda de tres hermanas, hijas de un médico rural empeñado en alentar la independencia de las niñas ante el temor de que se quedaran en el pueblo “casadas con un estanciero y con diez hijos”, y de una madre cuyos méritos como ama de casa influyeron contrariamente en la pequeña, quien rechazó los menesteres del hogar: “Mi madre era una especialista en todas esas cosas, ajenas a mi interés: cocina, lavado y planchado; repostería, tejido…”.

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Con una infancia apacible en el pequeño pueblo, la “nena del doctor” —como se le veía— aprendió a leer en una escuela rural, en compañía de niños descalzos que apenas recibían los desayunos otorgados por el gobierno con esfuerzo. Esta realidad la formó contra el racismo, el clasismo, la especulación, para tratar de ver las desgracias con naturalidad e intentar ayudar. La niña Ferreira complementaba la enseñanza de las primeras letras con su propia lectura autodidacta en casa, donde intentaba leer los periódicos y la revista Billiken; y con los personajes de Monteiro Lobato, que le abrieron mundos increíbles. Su gusto por la lectura le debe

mucho a su padre, lector voraz. El médico —también investigador, con obras sobre el ofidismo en Uruguay— poseía gran cantidad de libros, sobre todo de los grandes autores de la literatura española, que compraba, leía y regalaba. “Los libros no deben quedar en las bibliotecas —decía—, sino regalarse, para que otros los lean”. En esa biblioteca había también novelas policiacas a las que tenía acceso y que le divertían muchísimo a pesar del horror retratado en muchas de ellas. Esta vivencia del horror en la ficción no le era ajena en la realidad, pues en el consultorio del doctor, junto a la casa —el único en un pueblo donde no había hospital ni sala de


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