Revista literaria Cancún Tropo 5

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Revista del Centro de Creatividad Literaria

$ 40 pesos

año I (nueva época) junio 2014

Entrevista con Saúl Ibargoyen • Obra de Elier Amado Gil El pay y las matemáticas • Entrevistas con Hiram Gómez y Lalo Laredo García Márquez: un testimonio • Sobre la noción del merecer

M u e s t ra d e l Ta l l e r d e C u e n t o d e l C C L



Editorial

U

no de los retos más importantes de los promotores culturales de Cancún —quizá el más difícil de vencer— ha sido siempre la motivación y formación de públicos que consuman los productos artísticos generados en la sociedad. Los principios de realidad que impone nuestra dinámica económica, en general, impiden al ciudadano común emplear su tiempo de ocio en consumir la oferta cultural que se ofrece, una oferta que ya empieza a destacar en Cancún por su abundancia, riqueza y variedad. De ahí la relevancia de un evento cultural como el Festival Palibrarte 2014, que justamente se presenta como una “estrategia de animación cultural para la formación de nuevos públicos” y un espacio detonador del fomento a la lectura. Organizado por la periodista y promotora cultural Alejandra Flores, el Festival Palibrarte aspira a convertirse en uno de los eventos importantes dedicados a la difusión de la cultura en Cancún (ahora extendiéndose a la zona norte de la entidad). Surgido en 2010, este festival ha pretendido involucrar con regular éxito a los integrantes de Salas de Lectura que funcionan en la ciudad (pertenecientes al programa nacional del Conaculta), pero en realidad el evento es una iniciativa independiente de la propia Flores en coordinación con promotores culturales de la localidad. Hasta el momento, Palibrarte ha apostado por aglutinar al máximo una oferta cultural multidisciplinaria (donde se vean representadas todas las artes y las manifestaciones culturales) y ofrecerla de manera intensiva —es decir, mucho en poco tiempo—, a fin de proyectar un ánimo plural e incluyente. Así, ha convocado como organizadores no solo a gestores culturales, libreros y editores sino a los propios creadores (escritores, artistas visuales, teatreros, músicos, bailarines, artesanos), que en Cancún muchas veces actúan también como promotores. Ahora, en 2014, el Festival crece no solo en actividades y en tiempo de duración sino en sedes (Puerto Morelos, Isla Mujeres y Playa del Carmen), donde se pretende realizar eventos simultáneos a los efectuados en Cancún. De esta manera, el programa que se desarrollará del 17 al 22 de junio incluye más de 50 actividades, entre las que destacan los diez talleres de creatividad, las cinco exposiciones de arte, los veinte espectáculos de diferentes disciplinas artísticas, además de las actividades que usualmente se han venido presentando. Si bien deseamos al Festival PaLibrArte el mejor de los éxitos, no podemos dejar de observar aspectos de ediciones anteriores que al parecer siguen lastimando la imagen del evento: por un lado, la enorme cantidad de actividades y participantes (reflejo del poder de convocatoria de la fundadora) no corresponde siempre a la calidad de los contenidos de ciertas actividades; por otro, la jerarquización en la participación de algunos creadores no siempre es comprendida por estos (y en cierta forma quizá tienen razón), pues la estructura aglutinante e intensiva de este portentoso esfuerzo independiente obliga a presentar a figuras dispares en muy poco tiempo. Finalmente, en el entendido de que siempre hay ajustes de logística y organización que deben corregirse (inicio de eventos en hora prevista, presentación efectiva de los artistas anunciados, etcétera), PaLibrArte ha mantenido un desafío (ya presente en ediciones anteriores): el de cobrar la entrada de algunos espectáculos, presentaciones y talleres de creatividad. Con esta medida sus organizadores al parecer apuestan por la existencia de un púbico consciente que sabe del valor de las propuestas y que está dispuesto a pagarlas. La pregunta es: ¿da Cancún ya para esta respuesta? Ojalá así sea, por la consolidación de este magno evento y por el bien de nuestra incipiente comunidad cultural. Tropo

¿Y qué es TROPO? El nombre de esta revista es una expresión metafórica que implica varios niveles de sentido. Une dos conceptos y luego los expande. Por un lado, la frase “trompo a la uña” (primer nivel) que es el nombre de la suerte más difícil del juego del trompo: subirse el trompo a la uña mientras este gira veloz es labor solo para expertos. Por extensión (segundo nivel), se aplica a toda aquella empresa que implica una dificultad especial, todo un reto. Por otro lado, la palabra “tropo”, término propio de la retórica, que es la sustitución de una expresión por otra cuyo sentido es figurado. Implica cambio de dirección. El uso de tropos es cualidad esencial al lenguaje literario. Al unir el segundo sentido de la primera expresión (realizar una empresa difícil) con el término “tropo” (que aprovecha su semejanza fónica con “trompo”), aparecen los dos sentidos ocultos y crean una nueva realidad: darle vida a una revista literaria en Cancún es por cierto una empresa difícil, todo un desafío, TROPO a la uña enfrenta este desafío con gusto.

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SUMARIO

Revista del Centro de Creatividad Literaria, A. C. Director Miguel Meza Consejo directivo Marcos Constandse Madrazo (Presidente) Carlos Constandse Madrazo Marcos Constandse Redko Hilario López Garachana Emilio Reynes Portes Gil Consejo editorial Lorena Careaga Patricia Maya Alejandra Flores Ramón Patrón

Marién Espinosa Felipe Reyes Mariel Turrent

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Poemas Saúl Ibargoyen

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Irracional y trascendente Marién Espinosa

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Otros también levantan la mano Manuel Iris

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Sobre la noción del merecer Roberto Parra

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Primera muestra del Taller de Cuento del CCL Miguel Meza

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El pescador Lizbeth Peña

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El peso del mundo David Guerrero

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Angelien Vanessa Mercado

Editora en Jefe Lizbeth Peña Asistencia editorial René Vera Contreras Arte y diseño Mauricio Cejín Colaboradores de este número Saúl Ibargoyen Manuel Iris Adrián Curiel Marién Espinosa Garay Roberto Parra Lorena Careaga Ma. Ofelia Arruti Svetlana Larrocha Karinna Maich René Vera Contreras Eugenia Montalván C. Luis Alberto Marín Vanessa Saint David Guerrero Mayra Athié Vanessa Mercado Mónica Aguilar Andrés Jorge Mariel Turrent Mauricio Ocampo Pablo Otero Pablo Delgado Lizbeth Peña Colaboradores gráficos Elier Amado Gil Carlos Fuentes Esther Martínez Daniela Palacios Aleks Hergut Laura Rojo Pakoo Castillejos Consejo artístico Gena Bezanilla Leonard Escamilla Coordinación de Portafolio Norma Ordieres Corresponsal en Playa del Carmen Ana María Moreno Pérez Corresponsal en Yucatán Svetlana Larrocha Comercialización Soluciones skysteps.com Administración Karinna Maich Sangiacomo TROPO a la uña es una publicación trimestral del Centro de Creatividad Literaria, A. C. Oficinas: Universidad del Caribe. Sm 78, Mza. 1, Lote 1, Fraccionamiento Tabachines, 77528 Cancún, Quintana Roo. Teléfono: 01 998 881 4400. No se responde por originales no solicitados. Las opiniones contenidas en los artículos firmados son responsabilidad exclusiva de los autores. Se autoriza la reproducción total o parcial de los artículos incluidos en tropo a la uña, siempre que se citen la fuente y el autor. Certificado de licitud y contenido: en trámite. Número de Reserva al título en Derechos de Autor: 042000-032217031500-102. Visítenos en nuestra página web: www.cclcancun.com Envío de colaboraciones: revistatropo@cclcancun.com Centro de Creatividad Literaria – CCL Consulte la revista electrónica en: http://www.issuu.com/tropoalauna

Entrevista con Saúl Ibargoyen Nada es mudo en el universo René Vera Contreras


S

U

M

27 Espejo Mayra Athié

A

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I

O

42 Isabel Allende apuesta al género negro Svetlana Larrocha

30 Catarsis Luis Alberto G. Sánchez

31 Entrevista con Elier Amado Gil René Vera Contreras

35 Entrevista con Adrián Curiel Blanco Trópico Eugenia Montalván

PAPIROS

TERTULIAS 44 Entrevista con Hiram Gómez Vivo cada nota que toco

53 Breve muestra

Karinna Maich

de inclusión

48 Entrevista con

57 García Márquez

Lalo Laredo Tener un corazón abierto Mauricio Ocampo

38 La verdad sobre Joël y Quebert Ofelia Arruti

50 Nymphomaniac

40 Entre el malditismo

52 Pinceladas y

y la sinceridad poética Miguel Meza

Elier Amado Gil Faroles Técnica: óleo sobre lienzo Medidas (cm): 180 x 125 Serie: Carrera de Relevo

en Cancún: generosidad ante todo Miguel Meza

59 Crónicas de Ambarluna Lorena Careaga Viliesid

ni erótica ni pornográfica

60 Amenazas de la

Svetlana Larrocha

inequidad social Marcos Constandse Madrazo

evocaciones de inclusión 62 PORTAFOLIO Pakoo Castillejos Mónica Aguilar

P U N T O S

D E

D I S T R I B U C I Ó N

P L A Y A D E L C A R M E N : Café Andrade • Jardín El Edén CANCÚN LIBRERÍAS: Dalí • Porrúa • Dante • Educal

Le Lotus Rouge • Galería Escamilla • Galería de Arte 5ta. Av. Biblioteca Jaime Torres Bodet

Needful Things CENTROS CULTURALES: Teatro Xbalamqué • Casa de la Cultura Instituto para la Cultura y las Artes RESTAURANTES: Pasteletería • 100% Natural • Tapioka Café Bisquets Obregón • El Pabilo • Café Andrade • Café Cardoni Marakame Café • La Casa de los Abuelos

MÉRIDA: Dante • Fondo de Cultura Económica (calle 59 entre 60 y 62, Centro Histórico) • Centro Cultural Dante (Prolongación Paseo de Montejo) Dante Plaza Fiesta • Educal “Juan García Ponce” (calle 60 entre 59 y 61, Centro Histórico) • Café Punta del Cielo (calle 63 entre 60 y 62, Centro Histórico) • Café Segafredo (calle 57 entre 60 y 62, Centro Histórico)


Entrevista con

SaĂşl Ibargoyen 4


Nada es mudo en el universo René Vera Contreras Con más de cincuenta títulos publicados en los géneros de poesía, cuento, novela y ensayo, el escritor uruguayo Saúl Ibargoyen —ganador del Premio Nacional de Poesía Carlos Pellicer en 2002 por obra publicada y del primer premio en los XXXIV Juegos Florales de San Juan del Río en 2009, entre otros reconocimientos— compartió en Playa del Carmen parte de su obra poética con una lectura pública. En la presente entrevista, el también legendario editor y maestro de escritores comparte generosamente con TROPO sus ideas acerca de la creación y su peculiar visión de la poesía.

U

n torrencial aguacero que inunda las calles de Cancún amenaza impedir mi traslado a un hotel de la Riviera Maya, donde Saúl Ibargoyen me espera para la entrevista que acordamos un día antes, luego de su presentación en la plaza 28 de Julio de Playa del Carmen, donde el poeta —invitado por Arturo Valdez Castro, poeta también y editor de la revista Cirrosis— se había presentado para una lectura de su obra. Por un momento pienso desistir, pero la oportunidad de entrevistar a uno de los mayores poetas latinoamericanos vivos —uruguayo nacionalizado mexicano— me hace perseverar. Al llegar al hotel, el escritor me espera en la puerta junto con su esposa —su musa, como la nombra y la siente. Nos acomodamos en el lobby donde un grupo de turistas europeas ríen por sus aventuras del día y la música de jazz se escucha por los altavoces. Por momentos, el conjunto de sonidos dificulta la audición. Me siento a la derecha del poeta, del lado del oído donde lleva un aparato auditivo. Con voz acompasada pero emotiva, me anima a tutearlo. —Hay un poema en el que dices: no soy el escriba ni el pintor, yo no soy el que manda en las palabras, entonces, ¿quién es Saúl Ibargoyen?

—Hay que distinguir entre persona y hablante. Son dos cosas distintas. Suele confundirse la persona que emite el mensaje, que es nada más el intermediario entre el hablante, que es un yo profundo, y el que se llama nosotros. El Quijote puede decir “soy”. En lo personal, no puedo decir tanto porque el Yo es algo impermanente, es algo que está moviéndose con el universo. Por eso me es tan difícil decir yo soy. Es más difícil el ser que el hacer, y con esto no estoy planteando un problema ontológico ni una cuestión filosófica hablando del Ser con mayúscula, porque todo son abstracciones. Soy materialista dialéctico; creo que todo nació de la materia o la energía, incluyendo la conciencia de la especie humana. Por eso mi respuesta no es concreta ni definitiva, es impermanente, como nosotros que nos movemos en un mundo impermanente. Decía Boris Pasternak: podemos ver la hierba pero no verla crecer. —Comentabas en tu lectura de ayer que la poesía no está en todas las cosas, que es un producto humano. ¿Tiene esto que ver con tu visión dialéctica del mundo? —Sí, la poesía es un producto humano, un producto de la cultura; es decir de la historia. Si queremos entender un poco más de eso —si queremos ver el desarrollo y a dónde va la poesía— debemos ver hacia atrás. Mientras el hombre lucha contra el mundo natural para satisfacer sus necesidades básicas, surge otro tipo de relaciones que no están estrictamente vinculadas a

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e n t r e v i s t a

El caballero en busca de la musa Saúl Ibargoyen se establece en México de 1976 a 1984 como asilado político. En 1990 regresa a nuestro país para establecerse definitivamente, siéndole concedida la nacionalidad mexicana en septiembre del 2001. En una entrevista comenta acerca de su condición de asilado: “Sucede que uno tiene muchas patrias: la primera es la de nacimiento y México es mi segunda patria, pero con el tiempo se va formando una sola”. Saúl se denomina como un trabajador profesional en el sentido del rigor y el tiempo que dedica a cada una de sus obras literarias. Poeta, novelista, cuentista, traductor ocasional, periodista cultural y editor. Su obra ha sido traducida al inglés, ruso, francés, polaco, portugués, bielorruso, rumano, alemán, esloveno, árabe, coreano e italiano. Nació en Montevideo, Uruguay, el 26 de marzo de 1930. Ha sido jefe de redacción y subdirector de la revista Plural (2da. época), colaborador de Casa de las Américas y del periódico Excélsior. Actualmente es maestro en la Escuela de Escritores de la SOGEM y editor de la Revista de Literatura Mexicana Contemporánea. Ganó el Premio Iberoamericano Bellas Artes de Poesía Carlos Pellicer para Obra Publicada en 2002 por El escriba de pie. En Uruguay obtuvo premios del Ministerio de Instrucción Pública y del Ayuntamiento de la ciudad de Montevideo. Recientemente cumplió 84 años y aún le siguen desconcertando los homenajes y premios que recibe, como el haber sido nombrado en el 2008 miembro de la Academia Nacional de las Letras de Uruguay. Tropo

la vida material, manifestaciones aunque sea primarias pero que ya no estaban en la naturaleza. Con esa libertad se establece una dimensión diferente. Apreciar la belleza es un acto de libertad porque ya hay una definición con respecto a algo que no tiene carácter utilitario. —¿Cuál sería la tendencia dominante en la poesía actual? —¡Las tendencias! Habría que tener mucha paciencia, leer muchas revistas y libros. Si uno quisiera tener un escenario, primero se vería con la dificultad de saber dónde están los libros; hay varios miles, cuyos tirajes van de cincuenta a mil, es absurdo. Puedo decir algo de manera muy general. Hay una tendencia en la poética de los cuerpos —exageradamente—, hecha a mi modo de ver, mirándose el ombligo; eso es cuando el autor se toma como sujeto del poema, se toma como objeto de la realidad. Ahí podría salirse de sí mismo y entraríamos en la poesía social, aunque toda lo es. En el momento en que se publica o se lee un poema en público se socializa el texto, más allá del tema o la tendencia; aunque sea más cerrado, duro o críptico. Están los llamados temas eternos de la poesía: el amor, las ciudades, el poeta de lo urbano; después la exquisitez abstracta, que ha hecho tanto daño, a mi modo de ver, a la poesía mexicana. Existen experimentos, ahora parecen que están en situación de abandono; la poesía vinculada con la gráfica que tanto ha empalidecido. También hay que tomar en cuenta la poesía en lenguas indígenas. Cuando se hacen antologías de poesía latinoamericana se hace referencia a dos idiomas fundamentales: portugués y español. ¿Y las lenguas indígenas? En Chile hay todo un movimiento de lengua mapuche, en Paraguay el guaraní; está todo lo que se

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escribe en creol francés, creol portugués y otras lenguas. Parece que las élites de las minorías exquisitas se olvidan de eso. Más allá de la creencia de que la poesía se reduce a media docena de nombres —estableciéndose ya una limitación previa que es nefasta—, debemos tener confianza en el trabajo que se está haciendo en general, dentro y fuera del sistema. —¿Por qué la exquisitez abstracta ha hecho tanto daño a la poesía mexicana? —Porque se olvida de la realidad. Las grandes obras de arte, tanto en la plástica como la música o la literatura, tienen un sustento real dentro de la sociedad. Aquí también entran en juego, dado que tiene que ver con lo social, los poderes sociales y políticos. Cada cultura necesita héroes; no solamente los futbolistas, los boxeadores, sino los héroes culturales. El sistema los necesita. Para Nicaragua, Rubén Darío fue un héroe cultural. En épocas actuales, la necesidad de la cultura se manifiesta también en un gesto que tiene que ver con la política cultural, levantar determinadas figuras —se les llama “las figuras representativas”—, pero que sirven para cubrir el gran movimiento que pueda haber o que hay en un país. —¿Qué poetas fomentan la exquisitez abstracta? —No me gusta dar nombres, pero creo que en la cultura mexicana hay muchos ejemplos. Aquí la característica de héroe, que tiene que ver con el desarrollo histórico, se asume con otra condición: es un cacique cultural, un líder que está mezclado con las políticas del sistema. Yo cité a Rubén Darío porque no estaba en eso. Y para el caso concreto de México, se han ido muriendo y no hay sustitutos.


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Fotografía: René Vera.

Una vez un poeta destacado dijo en una entrevista que la literatura mexicana se divide en dos: Alfonso Reyes y Octavio Paz. Fue Eduardo Lizalde, ¿y a qué grado llegó? Con eso se excluía él también, siendo un poeta importante. Esa manera de excluir está de acuerdo totalmente con el sistema. Eso es posible que ocurra en muchos lados, siempre hay una “crema”. Pero no debemos detenernos demasiado en este tema, porque lo importante es, como decía Rubén Darío: el creador debe crear; el eunuco, el estéril, que chille. Por lo tanto, lo que nos corresponde es generar una política cultural autónoma propia. —Después de las experimentaciones formales y temáticas en la poesía durante las vanguardias y a mediados del siglo XX, ¿existe algo realmente trasgresor en la poesía del siglo XXI? —Yo pienso que sí, siempre. La vanguardia que inicia en Francia en el siglo XIX con los poetas malditos, y luego en el XX con el dadaísmo y el surrealismo, es en realidad romántica. La propuesta que hace Vicente Huidobro, el Creacionismo, es otra cosa. Pero lo revulsivo de la vanguardia era su raíz romántica, en el sentido de una posición frente al establishment, que debe ser modificado de acuerdo a los cambios sociales que se dan en la política, en la economía, en la ciencia; pero estos movimientos además de una raíz romántica, tienen que ver en el caso del surrealismo, con todo lo que se estaba haciendo en ese momento con el sicoanálisis. Pero pienso que más que una transgresión, lo que se está dando ahora es una transformación, que se opone en la poesía al desencanto de la posmodernidad. La modernidad prometía muchas cosas, y la posmodernidad trajo el tema del fracaso. Vemos

que hay muchas propuestas autónomas. No hay mejor ocasión para la poesía. Además, hay una marcada tendencia a manifestar ese desencanto con todos estos movimientos que se llaman “de contracultura”. A dónde puedan llegar o qué resonancia tengan, ese ya es otro tema. El punto es que están. Ahora, en cuanto a los productos culturales, el poeta José Emilio Pacheco, que lamentablemente acaba de morir, no creo que haya renovado demasiado las cosas. Tiene cierta tradición que llega de la poesía formalmente construida pero que no se canta. Hay que ver también la vieja herencia de Neruda; y hay muchos Nerudas, no es el mismo el de Veinte poemas... que el de Plenos poderes o El libro de las preguntas; siempre hay un reflejo de este afán nerudiano de hacer un inventario del mundo. Vallejo siempre está, lo percibimos en la poética de más de un autor. Y se percibe en la resonancia de las vanguardias que comentamos, si no estrictamente en el surrealismo, si en la forma metafórica del surrealismo. También están los poetas de la claridad. En fin, hay mucho y como nadie puede leerlo todo —al menos yo no puedo—, entonces siempre será una visión limitada. Lo importante es seguir la lucha en la experiencia. Los talleres son muy importantes, siempre que el taller tenga un ente autónomo con respecto al sistema, autonomía con respecto a cada miembro del taller para que siga su camino, que no imponga una línea poética; y coordinadores de taller que no sean como dictadores. —¿Qué crees que le falta y le sobra a los jóvenes poetas? —Tienen que leer mucho. Yo creo que les faltan muchas lecturas. En la medida en que uno va acrecentando su propio diccionario, va a poder encontrar las respuestas ante los estímulos de la creatividad. En ese sentido entramos en la ilusión de que el poeta “se nace” y en realidad un poeta “se hace”; debe instruirse, leer, conocer la tradición; y si puede conocer otros idiomas, mejor. La poesía no es solamente versos. Eso que se llama poesía hay que vincularla con la ciencia, la antropología, la arqueología, la historia; no como algo aislado, producto de la inspiración. Se necesitan largas elaboraciones, tomando de la cultura lo más que se pueda, filtrándolo. Crear, reinventar, y nos vamos a la búsqueda de lo nuevo pero que no se confunda con lo novedoso. Trabajar con símbolos; el símbolo expresa y oculta, está diciendo más de lo que uno ve; y esta es otra de las raíces de la poesía. Luego, los sonidos, las combinaciones de sonidos. Cuando se le dio un signo a un sonido, fue un avance que equivale al de las computadoras. Por eso cuando el poeta escribe, debe escuchar lo que escribe. A mí me pasa, y eso que soy medio sordo, que pongo la “o” y la escucho. —En alguna ocasión dijo que piensa en imágenes sonoras, ¿podría ahondar un poco más sobre esta idea? —En la cabeza no solamente hay silencio, nada es mudo en el universo. Los gestos están llenos de ruido —que nosotros no escuchamos—, vibraciones. A veces sí: el corazón late mucho,

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e n t r e v i s t a

La palabra escondida (Fragmento)

Saúl Ibargoyen

E

l niño que era yo no distinguía

que lo alcanzarían más tarde, en edades

Por eso las palabras, que tienen un

la realidad de los libros, el cine

distintas. Así, hasta hoy mismo, ese niño

lugar impreciso de nacimiento, que nun-

y los cuentos de la realidad

cree que no vive lo que está viviendo, sino

ca sabemos cuándo van a desaparecer,

de su mera existencia diaria.

que simplemente lo recuerda. No es una

cuándo perderán su sonido o su signo,

Entonces, en su cabeza se

defensa contra las posibles agresiones de

eran (son) el recurso único quizá para

mezclaban otros momentos y otras épocas

la realidad: fue (es) un modo de estar y

que el niño aquel pudiera asentarse con

que lo conducían a ciertas formas del

tratar de ser en el mundo, o en la realidad,

toda su movilidad en la corriente general

pasado, a determinadas manifestaciones

que es más pequeña que el mundo.

de los acontecimientos. Así, aprendió no

pasa una musa, el poeta la ve y siente el pum pum en su corazón. Más que un ruido es una vibración. Porque los sonidos que circulan por las neuronas buscan materializarse, porque el sonido también es materia o energía. En la poesía que recurre a la escritura y en la otra poesía que no es escrita, el poeta busca cuáles son los signos adecuados para representar esos sonidos internos que manifiesten un estado del ánima, que manifiesten un movimiento sensible; que otros podrán percibir como palabras pero ya hubo un tránsito sonoro —interno— a ese signo. —Yo había pensado que era algún tipo de percepción sinestésica de tu parte. ¿Tienes percepciones así? —Sí tengo. No he llegado a lo que tenía Rimbaud, un desorden generalizado de todos los sentidos, pero sí tengo, veo cosas. También pueden ser proyecciones del ánima, lo he consultado con mi sicoanalista. —¿Qué conserva usted del poeta que fue en su juventud, a mediados de la década de los cincuenta? —Escribía muy mal, creo que mejoré un poco. Porque uno mejora con actos de voluntad: con aprendizaje de lectura, al escuchar a otros, teniendo conversaciones con colegas y lectores, con la musa que me acompaña; y creo que he mejorado, por lo menos se percibe de una manera muy objetiva cuando hacemos lecturas, digo “hacemos” porque es el autor y el hablante. Sostengo una necesidad de manejar la dialéctica entre expresión y comunicación. La poesía siempre va a ser expresión pero debe ser también comunicación. Muchas veces, uno escucha a otros colegas hacer pedazos sus poemas, los destruyen con su lectura.

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Porque no distinguen entre los acentos principales, los acentos secundarios, las pausas. Destruyen su propio ritmo, como si la comunicación no importara mucho, como si lo más importante fuera expresarse. —Cuando lees tu propia poesía, ¿qué tanto se identifica el yo lírico contigo? —Creo que hay que establecer una distancia siempre, porque en la lectura que hace el autor este presenta, no representa. Lo importante es presentar. —¿Qué significa para usted ser poeta en esta era cibernética? —No hay una oposición, lo importante es lo que sucede en la realidad; son los hechos sin hablar de niveles de calidad. La poesía tiene una gran ventaja para la difusión en la red, y es mucho más fácil que una novela; por ejemplo, no es lo mismo cinco o seis poemas que una novela de quinientas páginas. Creo que es una ventaja, que es el punto que se plantea. Hay que recurrir a todos los caminos, todos los caminos llevan a algún lugar. Eso no tiene por qué modificar el sentido de la poesía, de que está vinculada con lo sagrado; tampoco destituye su genialidad — siempre que esta la tenga—, ni deja de lado sus orígenes. Lo que cambia es la modalidad comunicativa. —¿En qué momento te das cuenta que eres un poeta, que has asimilado la tradición y que tienes una voz propia y original? —No sé si soy original. He logrado lo que tú dices, “voz propia”, justamente porque me situé en una tradición aunque en realidad está construida por varias tradiciones: china, japonesa, desde el primer poema épico de la humanidad hasta la


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sólo a defenderse —y hubo muchas agre-

acompaña, como una dulce sombra o

siones—, sino a descubrir otras relaciones

una hiriente ausencia, era la Musa, la qui-

con las diferentes apariencias de lo real, al

zás inalcanzable Musa. Por eso, seguirá

punto de que su propia poesía es también

buscando a la Musa, aunque parece que

una apariencia. Es decir, oculta lo que

estamos en tiempos de guerras indes-

muestra y exhibe lo que esconde. En el

criptibles, de insondables injusticias,

fondo o en la superficie o a medias aguas

de inconcebibles corrupciones; y la

de ese inmenso y cambiante océano del

seguirá buscando para po-

idioma, de la lengua común, hay sitios de

nerle en la boca todas las

los cuales el niño aquel todavía extrae los

palabras, todos los silencios,

costosos vocablos de su lengua propia,

todos los cánticos: porque a

de su lenguaje poético. Añajes pasarían

veces la Musa no comprende,

antes de que el niño aquel descubriera

se distrae, se olvida que ella

—nadie se lo enseñó— que la presencia

también debe cantar. Tropo

indefinible que lo acompañaba y aún lo El quijote, Antonio Saura.

grecolatina, el siglo de oro. Somos seres históricos, arrojados a la necesidad de trabajar cuestiones de cultura, el mundo del trabajo, el mundo del deporte. Yo me doy cuenta cuando leo algo que no reconozco y me pregunto “¿esto quién lo escribió?” El hablante, y es ahí donde digo que tengo una manera propia de decir ciertas cosas. —Escribes novela, cuento, poema y ensayo. ¿Cómo logras compensar tu incursión por tan diversos géneros? —Se complementan; también podemos leer la Odisea como una novela, como un relato. Quizá una de las diferencias —con respecto de la poesía— es que en el cuento y en la novela, uno recurre a otros, a la invención del personaje. Los personajes son construcciones humanas simbólicas, y lo más difícil es encontrarle a cada uno su manera de hablar, de moverse; darles autonomía, nada de omnisciencia. Yo opero con la idea general del relato y lo demás lo trabajo sobre la marcha. En ese sentido se parece a la estructura poética. Y en otros aspectos, como en las observaciones, lo que hago es desarrollar una metáfora con un sentido narrativo. Uno va aprendiendo de a poco; después de ocho novelas, uno ya aprendió más o menos. —Una última pregunta de índole personal, ¿es usted un hombre feliz o hay angustias o amarguras que se lo impiden? —La felicidad es una palabra, nadie sabe bien que es; más bien, la búsqueda del paraíso perdido. Bertrand Russell publicó el libro La conquista de la felicidad, pero la felicidad no se puede conquistar porque no existe. Son estados, momentos. Angustia tiene uno siempre, por la familia, por las amistades, por la hu-

manidad. Sobre todo algunas experiencias de la infancia y otros momentos de la vida donde todo estaba en juego y los que se llevaban el juego eran otros. No puedo decir que yo soy feliz porque no diría la verdad. Pero sí estoy alegre y contento por mi compañera, por mi familia, por mis amistades, por ciertas experiencias colectivas sobre todo; y tener el privilegio de hacer las cosas que a uno más o menos le interesan, no solo para uno mismo, sino para compartir. La felicidad, como dice la canción, es algo breve. El dolor es lo que dura más. Pero en eso nadie tiene la verdad en la bolsa. Tropo

René Vera Contreras (Mérida, Yucatán, 1982). Escritor y promotor cultural. Ha tomado el taller de novela de Andrés Jorge y el de dramaturgia de Saúl Enríquez. Poemas suyos se han publicado en revistas y en los cuadernos del taller literario K´uuxeb de la UADY. Actualmente imparte talleres de narrativa en Cancún y Playa del Carmen, y es asistente editorial de Tropo a la uña.

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t r a s l u z

Saúl Ibargoyen

Erótica Erótica mía: escribiré en tu espalda con un trazo de dientes una sola historia: no puedo mirarte sin sangre en los ojos no puedo amarte fuera del incendio. Besar es oficio que a veces nos pierde en bocas de bestias oscuras en grietas dolorosas que el sudor ilumina. Erótica mía: tendremos silencio en estas palabras habrá un aire escondido debajo de las camas un olor a furia una espesura de grasas derrotadas.

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No puedo hablarte sin saliva que espera el comienzo terrestre de tu piel cercana no puedo tocar tus axilas son la empapada presencia de mi lengua. Y no puedo repetir este amor esta sola historia que escribo en tu espalda. Erótica mía sin mancharme los dientes sin quemarme las manos sin dejar que mi borroso corazón se hunda pausadamente entre tus sábanas.

De El poeta y yo.


t r a s l u z

Canción del escriba de pie I Yo no soy el escriba ni el pintor yo no soy el que manda en las palabras. Mi nombre no fue encerrado en tinta mortal mi nombre nunca fue borrado de la piedra. Ni el nombre de mi madre con su pubis de barro ni el nombre de mi padre con sus venas colgando debajo del sol. No soy el escriba que ensudoró sus nalgas: yo no puse en las fibras aplastadas las oraciones secretas ni los humosos cánticos ni las cifras erróneas del trigo ni el frescor equivocado de la carne de buey ni el mandato que lleva a la guerra ni las frases que traen el dolor ni las órdenes que levantan lentas pirámides ni las figuras ilusorias de oro o lapislázuli ni el decreto de dar eternidad a un manoseado cuerpo de mujer. Nunca escribí la apariencia de otros nombres:

nadie puede ser nombrado fuera de sí. Nunca he conocido rostros de príncipes descarnándose ni pechos de aceitosas concubinas ni ejércitos secándose en la arena ni tetas de efebos ni corrupción de desdentados funcionarios ni culpas de sacerdotes ni crímenes de estado ni balanzas fraudulentas ni orinadas túnicas de rey. Nunca escribí lo poco de mi nombre: dos sonidos solos combatiendo por un sitio en el aire de metal: cuatro letras solas como huellas de polvo en una boca nueva sin lluvia y sin sed.

De El escriba de pie.

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l a t i n t a t e n t a

Irracional y trascendente Marién Espinosa Garay

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omo si no resultaran suficientes los días del año para festejar a la madre, el padre, la mujer, el niño, la Tierra y trescientas sesenta excusas más para dejar a un lado las labores e inventar cualquier relajo, el 14 de marzo se celebró el día internacional de . Para asombro de propios y extraños, en la fecha mencionada los nerds se regocijan y festejan este elusivo misterio en las universidades y laboratorios desde 1988, cuando el científico Larry Shaw notó que los números 3,14 correspondientes a los citados mes y día, parecían mencionar las primeras tres cifras del número irracional que ha quebrado la cabeza a los sabios desde los tiempos de la construcción de las pirámides de Egipto. ¿Qué mejor manera de celebrar el día de —pensó el creativo astrónomo—, sino invitando a sus colegas en el Exploratorio de San Francisco a degustar un pie, o sea, en estricto spanglish, un pay? Lógica conclusión, pues en inglés el susodicho , se pronuncia fonéticamente de manera idéntica a la tarta de marras. Y no faltó quien observara también que casualmente ese día se conmemora el natalicio de Albert Einstein, con lo que la fecha quedó consagrada para matemáticos, físicos teóricos, astrónomos, maestros de cálculo y otros ratones de biblioteca. Hablando de estos últimos, y antecediendo a los actuales, los antiguos estudiosos de este misterio han trazado la larga historia de , que al parecer comienza en el siglo 27 a.C. con el diseño de las pirámides de Egipto. Pero los babilonios, indios, chinos

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y griegos no se quedaron atrás y dejaron constancia de sus cálculos en tablillas, papiros y hojas de seda. Después de todo, es un enigma accesible a cualquiera que se anime a medir cuántas veces cabe el diámetro de un círculo en su propia circunferencia. Encontrará que cabe tres veces y que sobra una fracción. Y es esta la que ha causado semejante desconcierto a través de los milenios, ya que apunta hacia el infinito, pues aún no es posible dar por terminada la secuencia de números que aparecen después del punto en esta cifra. El último intento, llevado a cabo en Japón en 2013 por el informático Shigeru Kondo, arrojó más de doce mil decimales, en un lapso de 94 días, y aún no se agota la cuenta. Pero no es solamente una curiosidad festiva o un récord. Puso a meditar a Anaxágoras, Arquímedes, Euclides, Vitrubio, Ptolomeo, Zu Chongzhi, Brahamagupta, Al Juarismi, Fibronacci, Newton, Leibniz y muchas otras mentes brillantes que buscaban la elusiva cuadratura del círculo. Se le denominó número irracional primero, trascendente después. Se aplica en la geometría, matemática, física, mecánica, estadística, se esconde en cada círculo del entorno, del paisaje, en las revolturas de nuestros cerebros también. Más aún, desde que el vulcano Señor Spock lograra salvar la ya mítica nave Enterprise de las perversas intenciones de una computadora malvada, obligándola a buscar el último dígito de , el tema ha sido inspiración de novelas, guiones y poemas, no solamente en las series televisivas sesenteras, sino en las elucubraciones de científicos de primer orden, como el Dr. Carl Sagan, pues además del éxito mundial de su serie Cosmos, que


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De la película

El orden del caos.

convirtiera a su autor en el divulgador científico más famoso del planeta, el también novelista escribió una obra llamada Contacto, que en 1997 fue llevada a las pantallas con Jodie Foster como la Dra. Ellie. Esta científica y aventurera explica las teorías astrofísicas del momento, vislumbra agujeros negros, viaja a través de los túneles de gusano, contacta extraterrestres llamados Los Guardianes, además de otras epopeyas que sería largo enumerar. Pero para su sorpresa, la viajera del espaciotiempo es confrontada a su regreso de la estrella Vega, ya que nadie creerá su historia, pues al romper los esquemas temporales, pareciera a los gobiernos involucrados que nunca hubiera ocurrido algo interesante en tan corto lapso, por lo que califican a nuestra heroína de mentirosa. Aunque como casi siempre sucede, la película omite lo más interesante del libro. Y es que los extraterrestres comunicaron a Ellie que, a pesar de su avanzada tecnología, no habían logrado descubrir la secuencia completa de . Empleando entonces una supercomputadora capaz de utilizar algoritmos de decodificación que encuentran secuencias binarias para dibujar patrones gráficos, Ellie busca una huella del origen del vasto universo, una firma matemática, irrefutable, que le confirme o niegue la existencia de alguna Gran Inteligencia creadora del Todo. La conmoción es inmensa al descubrir que la computadora se ha topado con un diseño oculto de manera intencional en la aparentemente caótica sucesión de pi: un círculo perfecto, delicadamente dibujado con millares de unos y ceros en la pantalla del procesador, anunciando así que desde los albores del tiempo esta revelación fue inscrita en las entrañas de y en la geome-

tría del universo, a través de la aritmética en base 11. Reflexiona Sagan en los párrafos finales: En cualquier galaxia que nos encontremos, tomamos la circunferencia de un círculo, la dividimos por su diámetro y descubrimos un milagro: otro círculo que se remonta kilómetros y kilómetros después de la coma decimal. No es necesario salir de nuestro planeta para hallarlo. En la textura del espacio y en la naturaleza de la materia, al igual que en una gran obra de arte, siempre figura, en letras pequeñas, la firma del artista. Por encima del hombre, de los demonios y de los Guardianes, hay una inteligencia que precede al universo.1 Por supuesto que este descubrimiento es hasta la fecha apenas una intuición, pero ha propiciado nuevas conjeturas: quizá también en las entrañas de otros números irracionales se esconde la firma del Gran Matemático, esperando a ser descubierta, una signatura eterna inscrita en las cosas anodinas del mundo, pero transfiguradas por la geometría. Al menos, eso sugiere Sagan, lo cual no parece concordar del todo con su confesado agnosticismo científico y, sin embargo, en la red podemos verlo decir al lado de Stephen Hawking que, como excelentes científicos que son, ambos no creen en divinidades sino en las leyes del Universo, pero si Alguien las ha diseñado, entonces están dispuestos a creer en este Diseñador que el mismo Einstein mencionaba, aunque seguramente estará muy lejos de nuestro alcance.2 Siguiendo este orden de ideas, entonces no sería el único número capaz de esconder las claves que conforman el Cosmos

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suele inspirar desde las interpretaciones más frívolas hasta la búsqueda de contenidos trascendentes y revelaciones místicas. Con su plástica estructura, que a veces semeja un brevísimo capitel de columna jónica, pareciera simbolizar el siempre profundo deseo de encontrar en los lugares menos pensados —frente al cambio, la obsolescencia y la muerte de todas las cosas—, una promesa irrefutable de eternidad. ¿Alguna vez seremos capaces de encontrar signos en las cosas más cotidianas, que abran una grieta en el férreo escepticismo de los posmodernos días que vivimos? ¿Nos caerá como un rayo encima la certeza de una inteligencia soterrada en las matemáticas que sostienen los eventos del macro y el microcosmos? Ojalá así sucediera. Mientras tanto, cada 14 de marzo, comamos pay. Tropo a pesar del aparente caos. Otros números irracionales también podrían contener estructuras encriptadas en medio de cifras interminables, como el número e, base de los logaritmos, o la razón de oro, representada por , también llamada proporción áurea en el arte. Para abundar en el tema, en 1998 aparece la película , dirigida por Darren Aronofsky. En ella se narran los esfuerzos de Maximilian Cohen para descubrir los modelos matemáticos que sostienen la realidad ante nuestros ojos, a pesar de aleatoriedad aparente de los hechos cotidianos. Y aunque el protagonista concluye que los susurros de las hojas en los árboles o la danza de las olas en la playa no pueden ser sino programas numéricos, Max se enloquece buscando comprender las mareas de cifras que sin duda gobiernan las alzas y bajas de la Bolsa de Valores. Esto le acarrea problemas con maleantes interesados en sacar provecho de sus elucubraciones financieras. Sin embargo, existe un ángulo religioso en este asunto, por lo que Max es también perseguido y además raptado por algunos judíos ortodoxos que intentan convencerlo de compartir sus descubrimientos, pues cada número de la serie de corresponde a una consonante en la Cabalá, y de esta manera es posible conocer el inefable Nombre de Dios. Entonces podemos concluir que esta emblemática grafía

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Notas 1 SAGAN, C. (1998) Contacto, Argentina, Emecé editores. 2 https://www.youtube.com/watch?v=ebx-8urzhjw

Marién Espinosa Garay (Monterrey, NL, 1953). Maestra en Estudios Humanísticos y Licenciada en Ciencias Humanas. Primer Lugar Premio FIMPES 2012 a la Innovación Educativa. 1er. lugar concurso de cuento Como el mar que regresa (2000), Casa de la Cultura de Cancún. 2do. lugar Premio FIMPES 1996 a la investigación educativa. Finalista en la XXVIII edición “Cuentos Lena”, Pola de Lena, Asturias, España (1991), Premio Sor Juana Inés de la Cruz 1990. Docente y responsable de la Coordinación de Humanidades en la Universidad La Salle Cancún. Correo: marien46@hotmail.com


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Otros también levantan la mano Manuel Iris

Para Roberto Fernández Retamar

Pero que den paso a los que hacen los mundos y los sueños, las ilusiones, las sinfonías, las palabras que nos desbaratan y nos construyen, los más locos que sus madres, los más borrachos que sus padres y más delincuentes que sus hijos y más devorados por amores calcinantes. Que les dejen su sitio en el infierno, y basta. Roberto Fernández Retamar, Felices los normales.

…pero también hay que pedir un sitio para otros los que no hacen ilusiones ni las sinfonías los que no tienen sueños los insignificantes los que han amado hasta la empuñadura porque no entienden otra forma del amor los que rechazan un café que no pueden pagar y salen de los sitios vestidos de tristeza y no tienen zapatos los que andan bajo lluvia sin el prestigio de escribir palabras que nos desbaraten los que reparten pan los que se quedan siempre los que no saben llorar y que sonríen los que no tienen nombre o cuyo nombre no interesa porque nunca han intentado que se lo aprenda nadie los que no han hecho más revolución que amar y ser decepcionados rutinariamente

los que jamás se rinden los que no se han afiliado con ningún partido los que no importan nada los anónimos los mínimos los transparentes los que no llaman “normales” a los otros y que tampoco entienden la felicidad.

Manuel Iris (1983). Poeta. Premio Nacional de Poesía “Mérida” (2009). Autor de Cuaderno de los sueños (Tierra Adentro 2009), y compilador de En la orilla del silencio, ensayos sobre Alí Chumacero (Tierra Adentro, 2012). Ha publicado poesía, ensayo y traducción en revistas como Casa de las Américas (Cuba), Tierra Adentro (México), Sibila (España) y Mapocho (Chile). Licenciado en Literatura latinoamericana por la Universidad Autónoma de Yucatán, con maestría en Literatura hispanoamericana por la Universidad Estatal de Nuevo México (EEUU). Doctor en lenguas romances por la Universidad de Cincinnati (EEUU). Email: manueliris65@gmail.com

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Sobre la noción del merecer Roberto Parra Dramatis personae: Eloise M., Prof. Abelardo.

guntas, pero pensar sobre ellas podría conducirnos a encontrar cosas interesantes.

PROF. ABELARDO: ¡Buen día, Eloise! ELOISE M.: ¡Buen día, profe! Te estaba buscando porque quería preguntarte algo, ¿viste ayer la entrega de los Óscares? ¿Crees que Cuarón se merecía Mejor Película? P.: No lo sé... ¿Y tú? E.: Yo creo que sí, me encantó Gravity, podría verla mil veces... P.: ¿Y viste ya todas las demás películas en esa categoría? E.: No, no todas, pero... Bueno, en realidad solo vi una más. Aunque creo que las otras de seguro no me habrían gustado tanto.

E.: Bueno... yo creo que merecer es algo así como ser digno de algo, o ser suficientemente importante para recibir algo... P.: Correcto. Y a la pregunta sobre quién lo determina, qué te parece esta respuesta: tal vez lo determine un jurado, o la sociedad, o tal vez Dios (si existe), o tal vez alguien más, incluso tal vez uno mismo, y, por último, tal vez no lo tenga que determinar alguien necesariamente. Pero, y este sería un intento de respuesta a la siguiente pregunta, puede ser que al menos en algunos casos sí exista una manera sencilla y segura para descubrir si alguien merece o no merece algo, por ejemplo en comparación con alguien más. Y acaso algo así es justo lo que podríamos y deberíamos esperar como resultado de lo que llamamos hoy en día filosofía académica.

P.: Muy probablemente tengas razón. E.: ¿No crees que es injusto para Cuarón? P.: Otra vez, no lo sé... En todo caso, algo que me parece interesante, y en lo que he estado pensando últimamente, es lo siguiente, a ver qué te parece: tú qué piensas, ¿es mejor alcanzar algo, o merecerlo? E.: No sé si entiendo bien... P.: Me preguntaste si yo creo que Alfonso Cuarón merecía el premio a Mejor Película o no. Ahora yo te pregunto, ¿exactamente qué quieres decir con la palabra “merecía”? ¿Quién lo decide? Y, ¿cuál crees tú que sería la manera correcta de determinar (si es que existe una manera que sea la correcta) quién merece qué, y por qué? No espero que tengas desde ya las respuestas a todas estas pre-

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De cualquier modo, lo que yo estoy dispuesto a sostener por ahora es que, al menos en algunas ocasiones, tenemos maneras efectivas de comparar acciones o situaciones, y decidir de manera segura cuándo algo es más justo o menos justo, o cuándo alguien, o algún ser, merece algo y cuándo no. Por ejemplo, imagina que dos hermanos tienen padres multimillonarios, y uno de ellos es llevado, por la ambición de obtener la herencia, a asesinarlos. E.: Es un poco macabro su ejemplo. P.: Tienes razón, lo siento. Pero creo que será más claro con algo extremo. Entonces uno de los hermanos mata impunemente a sus padres para quedarse con la herencia que le corresponde, pero sin avisarle de ningún modo al otro hermano. Y entonces ambos hermanos reciben la herencia por partes iguales. El primer


l a t i n t a t e n t a hermano, ¿merece la herencia tanto como su hermano inocente? E.: Creo que no... Pero yo no sé si ese otro hermano “inocente” realmente merece su parte de la herencia o no... Tal vez no los mató y ni se enteró de que los iban a matar, pero también quería matarlos, o qué sé yo. P.: Cierto. ¿Qué te parece si cambiamos el ejemplo? Supongamos que una persona A comete un enorme acto de bondad, sacrificando una buena parte de su vida y causando inmensos beneficios a su entorno y su comunidad, e imaginemos, por otra parte, a una persona B que realiza solo una buena acción sencilla, como ayudar a un niño a cruzar la calle. E.: En Cancún no es sencillo cruzar la calle. P.: Completamente de acuerdo. Entonces algo más fácil, como hacer un pequeño truco de magia para alegrar a un niño. ¿Te parece mejor? E.: Ok. ¿Y entonces? P.: Luego imagina que A y B reciben, cada quien por su parte, un premio por sus respectivas buenas acciones mencionadas. Y los premios que les dan son iguales, o más bien, son cosas que tienen exactamente el mismo valor. Por ejemplo, algún trofeo, o cierta cantidad de dinero. ¿Crees que sería justo? E.: No. La persona que sacrificó buena parte de su vida, aunque probablemente no haya tenido el objetivo de recibir un premio, seguro merece un premio mucho mayor que la persona que simplemente hizo un acto de magia para alegrar a alguien... Creo que voy entendiendo el punto. Dices entonces que hay casos en donde estamos seguros que alguien merece algo más que lo que otra persona lo merece. ¿Ése sería el punto? P.: Exacto. En esa situación parece claro que A merece un premio mayor que el que merece B, si es que B merece premio alguno. E incluso suponiendo que ninguno de los dos merezca un premio, de cualquier forma parece injusto que obtengan el mismo premio por sus respectivas acciones.

El pecado, Esther Martínez.

tan justo o injusto sería darle un premio, si podemos comparar simplemente dos acciones y ver que una es claramente mejor que la otra? Ya sé... es como... como cuando vemos dos edificios desde lejos, y a veces nos damos cuenta claramente de que uno es más alto que el otro, ¿cierto? Y no siempre necesitamos medirlos para saber eso. P.: Excelente analogía. Entonces, regresando a mi pregunta, qué crees tú que sea mejor: ¿merecer algo? ¿O alcanzarlo? O, para aclarar un poco esta pregunta, ¿qué crees que sea mejor: alcanzar algo sin merecerlo, o merecer algo sin alcanzarlo? E.: No sé si entiendo bien. ¿Para qué condicionar la pregunta a alcanzar sin merecer y merecer sin alcanzar?

Nota que en este caso no nos parece difícil decir que alguien merece más o menos que alguien más. Si lo piensas, tal vez no se necesita que alguien lo decida para que sencillamente sea cierto, al menos algunas veces, que alguien merece algo. Y nota también que no es necesario que midamos de manera muy precisa qué tan buenas son las respectivas buenas acciones de A y B, o qué tan buena o mala es la recompensa.

P.: En medicina, cuando a través de la investigación se están comparando dos enfermedades distintas, a veces es importante dejar fuera de ese estudio a las personas que padecen ambas enfermedades, pues, al aparecer conjuntamente en la misma persona, es difícil saber qué causas y efectos provocan cada una, lo cual dificulta precisamente el estudiarlas para compararlas.

E.: Déjame pensarlo. ¿O sea que a veces, para saber si alguien merece algo o no, no se necesita medir de manera exacta qué

De la misma manera, en este caso, para intentar responder qué es mejor, si merecer o alcanzar, vale la pena primero distinguir

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l a t i n t a t e n t a más claramente qué es merecer y qué es alcanzar cuando estas nociones aparecen en forma pura, es decir, sin estar mezcladas entre sí. E.: Entiendo. Suena interesante. Entonces, la pregunta es si creo que es mejor merecer algo sin alcanzarlo que alcanzarlo sin merecerlo. ¿Verdad? Me suena a que es mejor merecer sin alcanzar que alcanzar sin merecer, pero no estoy segura. P.: Muchos filósofos, entre ellos Aristóteles, aparentemente han pensado que el objetivo más alto que podemos proponernos es alcanzar la felicidad. Yo creo que eso es falso, y que podemos proponernos un objetivo todavía más alto: merecer la felicidad. Pero la felicidad es un tema difícil, dado que no existe ningún acuerdo sobre exactamente en qué consiste. Entonces, piénsalo acerca de cualquier otro objetivo (positivo); por ejemplo, obtener tu título de licenciatura. Supongamos que, estando tú apenas en el primer semestre de la carrera, te ofrecen cualquiera de estas dos opciones, donde debes escoger una y no puedes escoger ambas: la primera es que, en ese momento, sin que hagas nada más y aunque no tengas todavía los conocimientos necesarios, te entreguen tu título de licenciatura, auténtico, solo con la condición de que rompas toda relación con la universidad y no vuelvas a poner un pie en ella, ni en ninguna otra universidad. La segunda opción es permitirte hacer todo lo necesario para graduarte, como asistir a clases, hacer los exámenes, el servicio social, y demás requisitos, excepto que al final nunca recibirás el título. Si tuvieras que escoger, ¿cuál preferirías tú? ¿Cuál te parece más valiosa?

ese punto él parece dar un siguiente paso, casi imperceptible, pero muy importante: dado que el bien más alto que podemos alcanzar es la felicidad, dice, debemos encaminar todas nuestras acciones hacia ese objetivo, el ser felices; en otras palabras, debemos proponernos alcanzar la felicidad como nuestro fin último y actuar en consecuencia. Yo no soy quién para decirle a las demás personas qué fin último deberían perseguir en sus vidas, pero sí creo que hay un objetivo que podemos proponernos que es más alto que meramente alcanzar la felicidad, y ese objetivo sería merecer la felicidad. E.: Merecer la felicidad... ¿Y no se supone que estamos aquí para ser felices? P.: Tal vez sí. Yo no digo que sea incompatible alcanzar la felicidad con merecerla. Podemos proponernos ambos objetivos al mismo tiempo. Simplemente digo que, en caso de que estos objetivos entren en conflicto y tengamos que elegir entre alcanzar la felicidad pero no merecerla, y merecerla pero no alcanzarla, vale más merecer que alcanzar. ¿No será que todo este tiempo hemos estado buscando cómo alcanzar la felicidad, mientras que lo que debimos estar persiguiendo, principalmente, era el merecerla? E.:¡Ya sonó el timbre, tengo que irme a clase! Me gusta pensar en estas cosas. Y creo que tienes razón, pero después seguimos platicando. ¡Hasta luego! P.: ¡Cuídate!1 Tropo

E.: Sin duda preferiría la segunda opción. P.: Ahora traslada la misma situación a cualquier otro ejemplo que tú quieras, e intenta encontrar uno donde sea más valioso alcanzar sin merecer, que merecer sin alcanzar. En mi opinión, no lo encontrarás. Y eso es señal de que, en general, y para cualquier objetivo que podamos proponernos, vale más merecer que alcanzar, incluso cuando se trata de la felicidad. E.: Creo que ya entiendo. Y entonces, ¿Aristóteles se equivocó? P.: Aristóteles sin duda fue una persona muy inteligente... Pero también cometía errores a menudo. Por ejemplo, pensaba que las mujeres y los esclavos, por naturaleza, tienen una capacidad de raciocinio inferior que la de los hombres que no son esclavos. Esa creencia, al menos en ciertos ambientes, hoy está completamente superada. Sin embargo, hay muchas otras cosas que él dice que pueden parecernos todavía perfectamente razonables, y esta es una de ellas. ¿Quién dudaría que el bien más alto que podemos alcanzar es la felicidad? Eso es algo que dice Aristóteles, y parece muy difícil de refutar. Sin embargo, partiendo de

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Quiero agradecer a Pilivet Aguiar, Natalia Gómez, Héctor Hernández, Víctor Peralta, así como a las y los integrantes del Club de Lectura Filosófica y a mis grupos actuales de la materia de lógica de la Universidad del Caribe, y especialmente a Montserrat Cruz, por ayudarme a pensar y aclarar estas ideas. La responsabilidad por cualquier error es enteramente mía.

NOTA: El título original del artículo aquí publicado es “Diálogo acerca de un elemento desconcertante en la noción del merecer”. Se ha editado con autorización del autor.

Roberto Parra es profesor e investigador de tiempo completo en el departamento de desarrollo humano de la Universidad del Caribe, y conductor del programa de radio cultural Caleidoscopio en Radio Unicaribe Cancún. Estudió la maestría en filosofía con especialidad en ética en la Universidad Nacional Autónoma de México, practica el ciclismo y disfruta observar aves.


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en su primera incursión formal en el género cuento, una sensibilidad delicada para transformar sus vivencias en ficción verosímil y ha revelado el empeño de una alumna deseosa de dominar la bella complejidad del hecho literario. Entre sus chispazos creativos se avizora el fuego sostenido de la creación. Con este primer producto, el Taller de Cuento del CCL ha cumplido con varios de sus objetivos principales. No solo ha ofrecido reglas teóricas indispensables para la creación del cuento moderno, y ha mostrado ejemplos significativos de autores consagrados en el género, sino que ha privilegiado de manera singular la crítica constructiva y el trabajo de revisión continua propio de un taller literario que se precie de serlo (lo que implicó promover la auto-exigencia de corrección de estilo en todos los niveles). Con la publicación de sus cuentos, los integrantes del Taller de Cuento del CCL acceden automáticamente a un segundo nivel —cuyas sesiones iniciarán próximamente— donde podrán entonces trabajar un proyecto creativo personal de mayores alcances de acuerdo con el programa establecido. Y dejan ahora el espacio para un nuevo grupo de jóvenes que tienen una historia que contar y no saben cómo hacerlo, sobre todo aquellos que quieren convertir las anécdotas que llevan dentro en cuentos literarios, atractivos e interesantes. (Miguel Meza) Tropo

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a sea a través del drama íntimo, la tragedia personal, el relato fantástico o de sesgo psicológico, los cuentos de esta primera muestra evidencian por parte de los talleristas un talento creativo en proceso de desarrollo, una voluntad estilística para rozar niveles literarios encomiables y un grado de exigencia en el tratamiento de la forma en función del contenido, todo lo cual permite pronosticar la creación de futuras obras de igual o mayor nivel. De los cuatro integrantes de esta primera Muestra, tres (Lizbeth Peña, David Guerrero y Vanessa Mercado) están vinculados estrechamente al quehacer cultural de Cancún, se han formado en talleres literarios de la ciudad y han promovido ellos mismos actividades de fomento a la lectura. Sus incursiones en el hecho literario van con paso firme, pero la elección del género artístico que los define es vacilante aún. Su avidez por expresarse los ha llevado a tantear varios terrenos (poesía, novela, cuento, mini-ficción), donde han experimentado las mieles y sinsabores del arduo camino que han elegido. Lo cierto es que su empeño es innegable y su talento está dando sus primeros frutos. Por su parte, Mayra Athié —pionera en nuestro destino y miembro destacado de la sociedad cancunense— ha mostrado

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Los cuentos que aparecen en las siguientes páginas constituyen el primer producto del Taller de Cuento del Centro de Creatividad Literaria correspondiente al periodo octubre 2013 - abril 2014. Son una muestra del trabajo realizado durante este primer ciclo de sesiones, en las cuales los alumnos pusieron en práctica la información teórica aportada y utilizaron de manera puntual las herramientas formales requeridas para ensayar sus habilidades al momento de contar historias.

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Primera muestra del Taller de Cuento del CCL


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El pescador Lizbeth peña

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l olvido suele ser misterioso y el mar mostrarnos nuestros propios reflejos, me dijo la primera vez que nos vimos. Cada noche, entre más se alejaba del muelle más se acercaba a ese banco de peces que es la memoria colectiva.

No es posible que una madre desconozca a su hijo, me había dicho ella alguna vez; sin embargo, en los últimos años de su vida, eso había hecho: desconocerme. Mi madre murió cuando yo era joven, pero eso no me causó gran conmoción. Para mí, ella había muerto desde antes, cuando no solo dejó de reconocerme a causa de su enfermedad, sino que se asustaba con mi presencia. Siempre creí que los momentos que no recordaba de mi infancia habían causado estragos en mi personalidad y en mis decisiones. Algo había ahí que podía repercutir en el destino de mi vida, y yo estaba cegada, sin saber. El tiempo perdido en mi mente y el rechazo de mi madre, se tornaron en la obsesión de encontrar algún tipo de cura a las debilidades de la memoria. Recorrí la India y África, donde se decía que los hombres de magia podían hacer cualquier cosa. Leí todo lo que encontré sobre los elefantes. Logré entrar a un exclusivo grupo inglés, para el cual las horas del té eran continuas y acompañadas de magdalenas. La simulación de la memoria provocaba sueños construidos por la imaginación y el inconsciente, a los que entrábamos con la ayuda de hipnosis o de drogas. Estaba casi convencida de que mis investigaciones eran infructuosas cuando escuché rumores que seguramente no serían útiles pero que avivaron mi curiosidad. Se contaba sobre un hombre que era el mejor pescador de todos los tiempos, que podía pescar cualquier cosa, y que en su juventud se ejercitaba cazando tiburones y peces tigre Goliat.

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El pescador había llegado a ese pueblo porque era el último lugar donde vivió su hijo antes de que dejara de recibir sus cartas. Indagó con todos los pobladores, trató de encontrar una razón de que se hubiera marchado sin querer despedirse ni contactar a nadie. Pasaron semanas en las que adelgazó por la ausencia de noticias, hasta que decidió seguir vivo por si el hijo regresaba y pescar para sobrevivir, para estar a la deriva solo con sus recuerdos. Al principio regalaba gran parte de su pesca, él necesitaba muy poco y siempre tuvo suerte en donde decidía lanzar la red. Pero pronto el hijo ausente pareció convertirse en el catalizador de lo que los pobladores llamaban la locura del viejo. Cuando el pescador atrapó su “primer recuerdo”, unos niños se enteraron cuando fueron a pedirle más peces y él quiso compartirles la noticia; los niños a su vez contaron la historia a sus padres y, claro, estos se habían burlado. Y aunque nadie le creía, difundieron sus historias como souvenirs para los turistas. Cuesta creer que este lugar tenga algo especial, le dije; de donde vengo, el mar es de tonalidades azules; en cambio, aquí se puede constatar lo que el niño dijo en el poema de Bukowski, frente a esta masa de grises y verdes tambaleantes, it’s not pretty. Este no tiene nada de especial, dijo él, son todos los mares y cualquier líquido lugar, donde la niña de agua del ojo de agua pueda devolvernos un reflejo de algo que ha ocurrido en el mundo; pero es más difícil reflejar la conciencia en una gota. Semanas antes de que me decidiera a hablarle, espié sus pasos vagabundos que arrastraba por las calles de la zona más inhóspita de la ciudad. Después me diría que estaba olvidando, para poder reencontrarse con imágenes renovadas; que vaciaba su memoria, pasando por esos lugares que no significaban nada para él y que por eso resultaban efectivos para dejar recuerdos atrás, para obtener espacio para los nuevos que le daría el mar en la noche. No permitía a nadie en la barca —por el miedo a que apare-


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C C L El grito y su ausencia hubieran bastado para llevarse cualquier deseo, pero la posible revelación de lo que tanto quería recordar me convenció para no remover las aguas estancadas de la memoria. El mar suele ser misterioso y el olvido encerrar nuestros peores reflejos. Tropo

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Esa noche, cuando ya estaba en la cama, escuché un fuerte y prolongado lamento que me erizó aunque después de unos minutos se desvaneció de golpe, como si alguien lo hubiera cortado de un tajo o le hubieran sacado todo el sonido que existía en él. Muchos nos congregamos en la playa mirando hacia donde suponíamos que había surgido aquel grito. Después de algunas horas, solo quedaban algunos curiosos que platicaban sobre cualquier asunto, excepto el que nos reunía; yo hablaba con monosílabos, asentía de vez en cuando y hacía ligeros sonidos para fingir que seguía el curso de la plática, pero no podía dejar de mirar el reloj y tratar de distinguir alguna señal en el horizonte. Pensé que quizá no había podido convencer al pescador sobre los recuerdos en el fondo del mar. Aunque por ratos me consolaba con la idea de que tal vez hubiera seguido hasta desembocar en la costa de una ciudad cercana, tal como creían los otros habitantes. Solo quedaban dos hombres y el aguardiente, cuando el día comenzó a filtrar algo de claridad y el mar nos devolvió la barca. No haberlo podido convencer me afectó antes de que pudiera tomar como real que él ya no volvería... Mis motivos no son suficientes como para emprender una búsqueda así, hasta esas últimas consecuencias, pensé. Pero un nuevo descubrimiento nos desorientó más: la barca jalaba un cuerpo atrapado en la red. No tuve muchos minutos para preguntarme cómo pudo quedar así el pescador. Aquella red parecía formar ya parte de ese cuerpo: mezcla de algas y espuma. Los hombres eran arañas desenredando a su presa pero se detuvieron de pronto y se miraron entre ellos. Me acerqué para confirmar lo que decían. “No es él, no es el pescador”. Mirábamos su mayor triunfo: la imagen recuperada de su hijo.

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llegaría a ellos, dijo, pero yo soy un buen nadador y podría acercarme sin equipo de buceo, para no espantarlos con ese disfraz. Traté de hacerlo desistir de esa idea suicida, con otra idea: si necesitaban el reflejo, lo más probable es que allá no pudiera ver las imágenes, porque solo estarían los recuerdos en su forma natural sin poder ofrecerle nada más que su danza acuática.

M u e s t r a

ciera un mal recuerdo que no quisiera compartir, aseguraba—, pero comíamos juntos todas las tardes y después lo acompañaba para verlo partir. Sentados en la playa, esperábamos en silencio a que él encontrara el momento adecuado, cuando la marea fuera propicia. En cuanto esto ocurría, se levantaba y, sin voltear a verme, decía alguna frase aislada de lo que había pescado la noche anterior. Su despedida era una leve inclinación de cabeza junto a algún esbozo de palabra cuando ya estaba empujando la barca. Lo miraba alejarse mientras se convertía en un destello errante en el entrar de la noche. Así erraba en las primeras horas, me había contado, hasta que emergía el primer recuerdo, y al poco tiempo venían más, como si uno llamara a otro... Minutos después de que él desaparecía en la oscuridad, yo volvía a sentir desconfianza de esa pesca sin pruebas. Su presencia me cautivaba pero en su ausencia, recordaba lo que me contó de aquella tarde, cuando enfermo —con fiebre y temblores delirantes—, se esforzó en seguir su ritual: subirse a la barca, invocar a la memoria el recuerdo de su hijo. Esa pesca de la que tanto hablaba, podía haber iniciado solo como producto de la alucinación, y después un continuar, un eslabón de autoengaños. Sin embargo, su voz era persuasiva y contagiaba la creencia de poder recolectar esas representaciones de la mente. Incluso al verlo alejarse, me embargaba la certeza de su descubrimiento. Pero ya sola, caminando por la playa para llegar a la posada, no había nada que mantuviera firme aquella convicción. La imagen del pescador retornaba a la silueta de loco que le tenía reservada en mi memoria. Te enseñaré a pescar pronto, me había dicho una mañana; asegurando que cada día, durante un año, su pesca de memorias fue diversa y abundante, pero que estuvo insatisfecho hasta estas últimas semanas en que, según él, estaba a punto de alcanzar su meta. Al hijo nunca le gustaron las fotos, por lo que el pescador solo tenía algunas de cuando era muy pequeño. Como la memoria no basta, se empeñaba en encontrar un recuerdo más fiel, más cercano, más real. Y empezaba a tener éxito. Decía que ya no eran simples imágenes translúcidas; aumentaban en nitidez, en densidad y en vibraciones: el tañido de la evocación de una campana, el maullido de uno de los gatos que murió poco tiempo después que su mujer. Se emocionaba —aunque las reproducciones fueran tristes—, pensando que si los recuerdos eran sonoros, quizá también podría escuchar la voz de su hijo. Hasta comenzó a creer que los recuerdos descansaban en la zona abisal, y la niña del ojo solo los reflejaba. Quizá un buzo


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El peso del mundo David Guerrero

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n el sueño, las cartas eran sotas malignas y reyes decapitados. Un diablo salía de una carta y el resplandor en la pared desarmaba mi reconocimiento. La neblina se esparcía en el ambiente como el vapor aterrante de las maldiciones, pero nada era magia sino realidad. El vértigo de los edificios no se comparaba con el rojo color de mis temores ni con aquella noche de cartas. El aire en la azotea canturreaba una canción vacía que me exasperaba, el discman en aleatorio daba brincos, mientras a él lo veía elevarse como un pájaro asustado para perderse en un punto sobre la ciudad. Solo alcanzaba a gritarle que era mentira, que todavía nos quedaba la esperanza. No podía olvidar sus palabras, una cuerda las ataba con fuerza aunque no era algo que realmente quisiera. Mientras descendía por el ascensor, pensaba que tenía una victoria pendiente y que un día todo iba a cambiar. No era tan frecuente que nos conectáramos en la distancia de su arriba, como cuando se paraba frente a mí, y entonces algo intangible alcanzaba a reconocer. Nunca dijo más de lo que su presencia dijera. Se abrió la puerta del edificio, caminé unos pasos en la acera y, para evitar un charco de lluvia que había dejado la tarde, di un gran salto de la banqueta hacia la calle. Mis pies se emparejaron sin un milímetro de más, sin un tambalear de espalda ni una inclinación hacia el frente. Por un momento me enraicé al mundo y no hubo más que el viento rozando mi rostro y la respiración exaltada de otro renacer. Con un segundo más o un paso u otro impulso, y el golpe del camión me hubiera llevado a otro viaje. Pero ahí estaba él, con su brazo extendido sujetando mi sudadera —la misma en donde Susana acurruca sus manos y siente el calor de la felpa cuando me abraza por la espalda, con ese gorro también de color

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gris que campanea con mi caminar y que a ella la hace reír. Si hubiese dicho poco o mucho, de cualquier modo, me hubiera alejado de mi sentimiento. De todas formas, no pude pronunciar palabras. Comencé a sentir el viento, el agua de una charca reflejando la luna, el cambiar de rumbo en las calles solitarias, algunos pensamientos, el sol o un silencio, y de pronto la liberación que se elevaba sobre mis ojos y veía desplegarse en blancas y extendidas maravillas. No sé por qué en esas fechas no le comenté nada a Susana, aunque seguramente me hubiera tomado por un loco. Pero cómo decirle que mi ángel de la guarda era un suicida y que cuando los ángeles cambian de plano para retornar a la carne, el castigo siempre es el mismo. Yo no podía cambiar las cosas. El pasado y el presente son la reacción del mundo, y cuando alguien abraza la pesadumbre solo se espera el susurro, o una voz que le ordene. Las cosas no marchaban bien: la devaluación del peso, un levantamiento armado, la izquierda y la derecha torcidas en una lucha donde el gran ring es una república fragmentada, donde el autoritarismo rompe las piernas de los indígenas y la cultura ultra sigue teniendo ángeles en exhibiciones glamorosas, mientras las manos estiradas de los vagabundos alimentan palomas en las plazas céntricas de las grandes ciudades. No era tan sencillo, dije. ¿Cómo cambiar al mundo? Y sabía que él no reía, porque el doble sentido es una peculiaridad en los seres humanos, mas no en los ángeles. El experimento no fue idea mía. Algunas veces llegué a pensar qué sería si yo fuera otro, ¡pero volar…! Cuando me elevé por primera vez, no sentí tanto vértigo como había imaginado —incluso sufrí más cuando papá me enseñó a manejar—, ni siquiera se humedecieron mis pantalones como dicen que sucede cuando sueñas; lo mismo eran diez metros que cien: ágil, rápido, arriba, abajo. Por eso el encanto de mirar a las aves, supuse. Cosa


C C L d e l d e T a l l e r Susana en la cabecera de la cama, en el parque que visitamos hace unos días, en los zapatitos que dejamos arriba del televisor; pero todo siguió y el peso del mundo se empeñaba en tirarme. Di un paso y me sentí más ligero. Supuse entonces que la muerte es la decisión final para habitar un sueño. Así que nos vimos cayendo como en un cuadro inerte con cascadas de estrellas y las luces de la ciudad se ensanchaban. Podíamos ver los cuerpos engrandecerse hasta que el bullicio nocturno de la ciudad se detuvo por completo sobre nuestros rostros. Y ante el cemento húmedo, lo miré en ese cuerpo desencajado y comencé a reconocerlo entre la sangre y poco a poco me fui elevando en la oscuridad, sin Susana y sin ángel. Tropo

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Pecado capital, Aleks Hergut.

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que en nosotros, las magnitudes en las alturas, son como saber que se es un hombre o un pedazo de carne. Aun así, pasear los domingos después de salir del cine, tomar de la mano a Susana y caminar las calles del centro hasta aquel hotel de la avenida central, me entusiasmaban más que salir en cualquier serie de cómics donde yo fuese el salvador del mundo. El ángel desarrolló el lenguaje como si todos los libros de las bibliotecas hubieran sido escritos por sus manos. Me recordaba al bibliófilo del que me burlaba en la universidad, solo que este parecía más alto y más inteligente o por lo menos con un conocimiento superior al de los humanos. Cuando bajé, sus pies colgaban en el borde del edificio, su mirada estaba fija en el cruce donde los autos y las personas se miran con esa rapidez símil a las hormigas. Parecía que realmente comprendía todo y eso no era bueno. Entonces, tuve un mal presentimiento. Yo debí de haber estado solamente unas horas ahí arriba, el sol ya se estaba ocultando, pero quién sabe, a veces el tiempo deja de ser un largo aliento que se expande y se contrae y queda suspendido o flotando en una mirada, y después, algo al final se nos escapa y se transforma en un momento interminable. Tuvimos una plática breve donde traté de mostrar mis razones, pero él ya había tomado una decisión. Y no la cambiaría. En la tarde había hablado con Susana; estaba en pie darle la sorpresa a su madre —sería un varón— el mismo día de nuestro quinto aniversario. Pero él nada me dejó explicar, quería decirle que en la guerra somos más los que nos inclinamos en contra de las armas y son menos los que disfrutan ver cómo las metrallas de los fusiles traspasan los cuerpos. Le dije que la injusticia era un mal que pronto debía terminar, que hay una conciencia que se levanta, pero no me dejó hablar más. Lo he decidido, dijo, con palabras precisas que me dejaron inmóvil; las piernas me temblaban. Pensé en la noticia, en el álbum familiar que guarda

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Comencé a sentir el viento, el agua de una charca reflejando la luna, el cambiar de rumbo en las calles solitarias, algunos pensamientos, el sol o un silencio, y de pronto la liberación que se elevaba sobre mis ojos y veía desplegarse en blancas y extendidas maravillas.


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Angelien Vanessa Mercado

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l graznido de un cuervo lo hizo perder la concentración por un instante. El calor asfixiaba; una gota de sudor resbaló sobre su frente, cayó sobre las teclas que no dejaban de hundirse. Una tras otra, emitían un incansable tic… tuc… tac. Imposible olvidar su cabello rojizo, su olor a fresa que embriagaba a cada paso. Su piel blanca salpicada de pecas y esos labios carnosos. Su mirada es tan profunda que con solo observarme de reojo, me doblega, me incita a escapar del flujo de la marea cotidiana, aventurarme entre sus brazos y convertirme en torrente, en fuego. —¿La viste Roger? —Sí, la vi. Estaba parada atrás del abedul. —¿Te habló? —No era necesario, pero con un dulce y sonoro aliento me dijo: “buenos días”. Se le escapó a la hora de cruzarnos. Su voz anidó en un rincón de mis oídos. Angelien es la mujer más sublime con la que he tenido oportunidaaaaaa ¡Esta porquería de máquina!, se quejó Manuel, iracundo, oprimiendo con fuerza e insistencia la letra A de la vieja Olivetti. En ese cuarto bochornoso del puerto, el reloj marcaba las seis de la tarde. El rechinar del oxidado ventilador lo hacía sentirse acompañado. Una leve ráfaga dejó caer la ceniza de un cigarrillo forjado a mano. En el escritorio: un plato atiborrado de colillas, una pila de papeles, libros, lentes, latas de Pacífico retorcidas, y un vaso de vidrio con whiskey hasta la mitad. Había pasado tantos años sentado tras esa vieja máquina, intentando hilvanar historias, que todo aquello que le rodeaba, desapareció, incluyendo a Lucrecia, su mujer. La conoció en el puerto, en sus años de camaronero. Ella pudo ver en él, algo que lo hacía diferente de entre los demás marinos. A su regreso de la pesca, lo acechaba desde el pórtico lanzándole miradas como puntas de flecha. Él, ausente, no reaccionaba. Lo que más llamó la atención de Lucrecia y de algunas otras mujeres del puerto, era que él disfrutaba esa música sin letra que otros

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jamás escucharían, “Pachelbel”, decía, y citaba ocasionalmente frases confusas de un tal Thomas Moore o de Withman. ¡Ay de mí! ¿Cómo en un mundo tan frío, a solas habitar quisiera? En las noches, cuando la luna llena y la marea subían, Lucrecia pintaba sus labios de rojo, se perfumaba el sexo y menguaba su escote. Se acercaba a él con movimientos cadenciosos susurrándole al oído: “¿Recuerdas el día de nuestra boda, cuando bajo la lluvia, en el pórtico, intercambiamos suculentos besos?” Manuel ni se inmutaba. La impotencia se apoderaba de ella. Cuando él caía rendido, Lucrecia, leía en silencio sus textos. Nunca imaginó sentir esas dolorosas punzadas en el estómago por algo tan simple como las letras. Deseaba encontrar en ellas su nombre, su perfume, un indicio de su presencia. En cambio, llena de rabia, se encontraba con suntuosos adjetivos seguidos del nombre de otra mujer. Pasó tanto tiempo sin que la besara, sin que la tocara, que los reclamos amordazados en su boca fueron extinguiendo por completo ese verso de Benedetti tatuado en sus argollas. Un día, Lucrecia se fue, sin cartas ni explicaciones, solo pronunciando algunas indirectas que él nunca escuchó. Manuel dio una gran bocanada al cigarrillo hasta ver, al rojo vivo, la punta. Lo detuvo entre sus labios, golpeó con fuerza la máquina y continuó: Angelien era huérfana de padre. Su madre, una mujer sencilla, trabajaba en los campos de Gales mientras la joven crecía. El aire campirano incitaba a Angelien a dar largas caminatas entre el follaje y los tejos. No era una muchacha como las de la ciudad, pasaba horas a solas leyendo bajo la sombra de un gran laurel, novelas de Jane Austen y Emily Brontë. Era sabido en el pueblo que sus manos hechizaban con un dulce aroma a nardo a quienes las rozaban. Es por eso que los hombres cercanos desfilaban por su casa en busca de tocarla o tan solo mirarla. Pero Angelien los evadía, esperando que sus tiernos ojos almendrados se postraran solo ante aquel que sería su único y verdadero hombre. Una mañana durante su paseo cotidiano, Roger, un hombre educado, de mediana edad, que solía vestir con trajes elegantes, se le acercó para…


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ras, su mirada”. Recorría con su mente cada milímetro del cuerpo de la mujer que su imaginación había creado. El sueño lo venció. Despertó con el ardor del sol quemando su mejilla e inhaló un putrefacto aroma a marisco que lo asqueaba. El reloj marcaba las diez de la mañana. Se levantó, enjuagó sus desvelos en el agua y prendió el tocadiscos que emitía una sinfonía de Vivaldi. Como de costumbre, doña Rutilia, la vecina, molesta, comenzó a golpear con fuerza la pared protestando por el alto volumen de la música. Manuel abrió la ventana, oteando el horizonte. Mientras las gaviotas planeaban formando un simétrico escuadrón, un color naranja brillante teñía las olas del mar. “Podría ser perfecto”, susurró y regresó a su escritorio, dio otro trago a la botella y continuó: Roberto se acercó a Angelien esa mañana... “¡No!”, gruñía, gritando y arrancando la hoja de nuevo… Peter, con su sonrisa encantadora, la miró e intentó tocar sus delicadas manos. “¡No!,

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—¡No! —gritó Manuel con furia—. ¡No puede ser él! —Entonces arrancó de tajo la hoja y regresó a la descripción de Angelien. Con cada letra, sentía un ardor intenso. “Sus piernas alargadas, su piel tersa, ese sutil aroma que envolvía”. Quería poseerla, adueñarse de ella, y sentía rabia con cada uno de los personajes que se le acercaban. Inmerso en la escritura, con las pupilas irritadas, su mirada se tornó borrosa, cansada, las letras comenzaron a moverse. De un trago vació el whisky y se quedó dormido. Manuel abrió lentamente los ojos ante la oscuridad de su recámara, titubeó por un segundo. “¿Será la muerte?” Entonces frotó sus ojos con ambas manos y volteó a ver el reloj, que como elemento de tortura marcaba las cuatro de la mañana. Los susurros del mar y algunos maullidos se escuchaban a lo lejos. Sonámbulo, se dirigió al armario, sacó una botella de Vat 69, se la empinó y después se limpió con el antebrazo lo escurrido. Dio algunas vueltas por la habitación. Un frío intenso lo recorría erizándole la piel. Repetía un soliloquio: “su pelo rojo, su ombligo, la cintura, sus torneadas cade-

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Fotografía: Juan Yanes.


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Fotografía: Juan Yanes

¡no, no!...” Jhonny y su cabello cano… Esteban con su porte de caballero medieval… “¡No, no!” Ante los gritos y el volumen de la música, doña Rutilia se acercó enfurecida a la ventana para reclamar su descortesía, pero al verlo se quedó muda, estática: su cuerpo estaba encorvado, casi metido dentro de la Olivetti, el ruido de la máquina no paraba y hojas blancas brotaban desde ella. Diversas botellas decoraban la madera deslavada del suelo. Se estremeció: “¡Ah, que doña Lucrecia! ¿Cómo fue a dejar así a este pobre hombre?” Después se persignó, y alejándose murmuró algo parecido a una plegaria. Pasó arduas horas escribiendo; no supo cuántas. El cielo oscureció y el sonido del mar era espumoso. Las letras empezaron a moverse de nuevo, el reloj marcaba las tres de la mañana. El papel se terminó, y Manuel, con una profunda sensación de desasosiego intentaba borrar los nombres de aquellos hombres que se acercaban a Angelien. Somnoliento, repetía y escribía la letra M sobre aquellos nombres tachonados. “Nadie más”, se quejaba. El cansancio lo venció y lo tumbó sobre el escritorio, donde empezó a soñar con la hermosa Angelien. La veía sentada en su regazo, con el pelo cubriéndole los hombros desnudos, mientras los ojos expresivos de la joven se entrecerraban con delicadeza y lo observaban, como si sonrieran. Lo miraban fijamente, mientras él la acariciaba en silencio. De pronto ella inició un canto melodioso que parecía emanar letras que los envolvían, hacién-

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dole cerrar los ojos, llevándolo hacia una profunda serenidad que lo hacía sentir ligero, lleno de vida. Se le acercó, quería poseerla, pero el torrente vaporoso de las letras se lo impedía; eran cientos, miles, como una parvada de colibríes que volaban por todo el cuarto, alrededor de sus cuerpos, por entre sus muslos, golpeando sus cabezas; incluso parecían fluir desde su interior, saliendo por los lagrimales, por la nariz, por las orejas… Se despertó exaltado, un insondable y seco silencio calaba sus huesos. Un brillo blancuzco y luminoso le impedía despegar los párpados. Tiritando, aturdido, no se ubicaba. El reloj, lejano, marcaba las seis de la mañana. No se escuchaba el rechinido del ventilador, ni los golpes de doña Rutilia sobre la pared. Ya no sonaba Vivaldi, ni lo arrullaban los susurros del mar. Intentó gritar pero escupía palabras insonoras. Su color de piel había cambiado: un negro intenso lo cubría. Trató de moverse, pero con asombro descubrió que sus piernas y manos habían dejado de existir. Impávido, se dio cuenta de que su cuerpo se limitaba a dos líneas verticales unidas por la cabeza, y una horizontal cruzándole el abdomen. El miedo o la alegría se apoderaron de él, cuando se descubrió siendo una estructura sólida reconocible, engarzado por fin a su creación, a aquellas otras letras pequeñas que completaban el nombre de Angelien. Tropo Fotografía: Juan Yanes


C C L Nos conocimos poco antes de los quince años, cuando entramos a un nuevo colegio en segundo de secundaria. Yo estaba ahí, después de ser un número bien portado en una escuela de monjas, peinada y vestida como la escuela mandaba, y perdida siempre en una sopa de niñas bien, sazonadas en un mismo caldo de aburrimiento, estrenando colegio sin conocida o amiga alguna. No parecía ser un colegio muy distinto. Pero lo fue: dejé de ser ciega. Ese primer día, después de escuchar la retahíla de reglamentos, empezamos a cruzar palabras, haciendo ese tipo de preguntas tontas que se contestan con monosílabos. De pronto, volteé y vi a una niña frente a mí, fijando sus grandes ojos verdes sobre los míos, y sin ninguna introducción me dijo: “te invito el viernes a comer a mi casa”, y se fue sin esperar respuesta. Se dejó caer en su banca al otro lado del salón sin voltear a verme, mientras yo, como una estatua, la observaba. Así conocí a Sofía o, más bien dicho, así me escogió Sofía para ser su mejor amiga. Y eso fuimos. Desde esa primera vez que fui a su casa, supe que no era una

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podría pensar que era de mármol, o que estaba loca, como todos decían, pero sabía que esa era la máscara que quiso ponerse después de su intento de suicidio. —Tardé en encontrarte —le dije—, hubiera querido venir antes, pero perdí la pista, no fue fácil seguir tu huella. —Aquí estás —dijo, sin dejar de mirarme con esa mirada suya capaz de traspasarme—, yo también moría por verte. Nos sonreímos. —Hace calor, ¿no crees? —dije estúpidamente al ver sus mejillas encendidas. —Soy yo —contestó—. Me estoy quemando. ¿No te das cuenta? ¡Vivo en el infierno!

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oqué el timbre y esperé. Estaba muerta de miedo. No había visto a Sofía desde su accidente. Me temblaba el alma. Tras dar dos vueltas a la cerradura, una monja abrió la puerta y después de un dulce buenos días, me dijo: “sígame”. La seguí por un pasillo que rodeaba el patio central de aquel antiguo caserón. Me condujo a una sala oscura de techos altos, olor a naftalina, con un viejo piano negro en un rincón. Recordé el Claro de luna, y cómo ella graciosamente seguía mis manos, en unas escalas más graves. Ahí estaba yo, esperándola después de varios años de búsqueda, ¿o fue ella quien me buscó? Siempre fue así nuestra relación, como un espejo de claroscuros, un juego de opuestos dentro de un cuadro de Escher, emergiendo o desapareciendo, subiendo o bajando, o simplemente perdidas en un mismo laberinto, jugando a lo infinito dentro de un lienzo, o simplemente jugando el juego que todos jugamos: el de vivir y morir, como los dos lados de una misma moneda. Sofía, decidida siempre a morir, y yo, empecinada siempre a vivir. Como abogada defensora en una causa perdida. Apareció en el umbral de la puerta donde apenas podía ver su silueta y, como siempre lo hacía, dijo exactamente lo que yo estaba pensando. —Vamos afuera, hace mucho que no te veo como para hacerlo en penumbras. Aunque ya sabía cómo iba a encontrarla, me dolió verla ahí sentada en su silla. Le hice creer que la veía igual de hermosa que siempre, pero es imposible ver a una Venus mutilada sin que sangre el alma. Me incliné a saludarla con un beso, y ella sonrió detrás de su mirada. Si no conociera la profundidad de su alma

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Mayra Athié

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Espejo


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Multiplicidad, Daniela Palacios.

persona común, era mejor que yo: más inteligente, más bella y más sensible; esto último era su peor defecto, fue la razón de su enfermedad y de su muerte. Pero no podía saberlo. Entonces era demasiado niña o demasiado tonta, o simplemente no me lo pregunté: en ese tiempo no sabía hacerme preguntas. Lo supe después, cuando descubrí que ella no lloraba… no como cualquiera de nosotros. Lloraba por dentro, con lágrimas de sangre. Ese viernes, el primer día que fui a su casa, empecé a mirarla como a una caja de sorpresas: leía el diccionario, me hablaba de Sócrates y de Platón cuando yo ni siquiera entendía de filosofía. Tenía toda clase de colores, pinceles y brochas; cientos de pinturas hechas en un block de dibujo que dejaba ya solo un par de hojas vacías. Me parecían sobresalientes sus dibujos en blanco y negro. Pero la mayor sorpresa fue en el jardín. Como una experta gimnasta dio dos saltos hacia el frente para quedar

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graciosamente parada, acomodándose un mechón que caía por su frente. —Tendrás que enseñarme a hacer eso —le dije. No sé por qué dejé de ir con ella. Tal vez porque no me dejaban dormir en casa ajena. Pero Sofía, en cambio, se volvió parte de mi familia. Con sus ojos empecé a descubrir un mundo nuevo. Me enseñó a leer más allá de las palabras y a cuestionarme todo; la magia de los grabados de Escher con su geometría fantástica, los trazos impetuosos de Van Gogh, su amor por los impresionistas, la fuerza de las tallas de Rodin, la fuerza del silencio. Jugábamos a soñar nuestro futuro, videntes, cirqueras, y fuimos un poco de ambas, aunque después de un tobillo torcido cambiamos ese rumbo, queríamos ser todo: astronautas, pintoras, pensadoras. Nos hicimos expertas en reír a carcajadas. Yo en cambio solo le enseñé Claro de luna y Sonata para Elisa en el piano, alguna que otra canción de Serrat en la guitarra, y a cantar todo el tiempo, con esa maña mía de traer una canción siempre en la cabeza, que mi inconsciente hila tras oír una palabra para ponerla en mi boca. Ella en cambio la traía a mi consciente y me hacía escuchar aquello que cantaba: los versos de Machado o los de Miguel Hernández hasta hacerme llorar, y escudriñar las letras de todas las canciones de Serrat hasta hacernos adictas, “palabras de amor sencillas y tiernas... teníamos quince años”. Aun aquellas que tanto nos aterraban como Penélope o Cartón Piedra. Pero todo eso quedó en el pasado, solo en el recuerdo de la realidad de los sueños truncados. Cuando entramos a prepa, justo en los albores de nuestras primeras fiestas y los primeros amigos, por alguna razón estúpida nos corrieron de la escuela y acabamos, Sofía y yo, expulsadas del colegio. Y lo peor vino después, cuando se me ocurrió escaparme con ella a una fiesta. Para cualquier otra persona eso no sería una falta grave, pero en mi caso sí. Después de haber sido por años un número x de las niñas bien portadas, las que no pensaban ni cuestionaban, y menos aun se revelaban, el peso cayó en las malas compañías y la flecha mortal le dio con tino exacto a Sofía. Entonces cayó la guillotina y rompió de cuajo el lazo que nos unía. Tratamos de coserlo o anudarlo, pero fue imposible. Los días se hicieron meses y los meses años, y sin ningún juego del destino para encontrarnos. Dejó de ser insistencia y pasó a ser costumbre. Nuestro gran cariño quedó suspendido en el limbo y en lo profundo de la memoria. Se acercó mi boda y me quedé con su invitación rotulada en mi mano. Y fue allí, en mi boda, donde alguien me dijo que estaba enferma, escondida en esos hospitales donde penan las almas,


Un día desperté con la certeza de que Sofía había muerto. Pude hablar o investigar por ese frágil hilo conductor que tenía para

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Me quedé helada con esa frase cuyo recuerdo me sigue quemando. Era cierto, vivía en el infierno y tenía que sacarla. Así que pregunté si podía salir conmigo y, para mi sorpresa, en pocos minutos estábamos afuera, yo empujando la silla, sin saber adónde llevarla o qué hacer con ella, pero el miedo pasó a ser aventura y el destino quiso tejernos una tarde entrañable, minuto a minuto y hora tras hora. Fuimos felices. Comimos, puebleamos, platicamos casi como si los tantos años de pausa no hubiesen existido. Volvió a mostrarme los árboles felices y el sonido del silencio, recordamos las viejas canciones y también nos reímos. No dejamos entrar ningún puñal del pasado que pudiera cegar el presente, e hicimos magia sorteando con gran habilidad todas las complejidades que representaba llevarla en una silla de ruedas. Fue una tarde ligera, fresca, profunda, casi perfecta. Solo se rompió el hechizo cuando sonó la hora de llevarla a casa, si es que casa puede llamársele a ese espacio de paredes blancas. Y así se apagó la tarde y el único reencuentro en el que pudimos ser felices. Después de esa primera visita las demás no fueron nada, sin salida, contacto o alegría. Al principio, en mi empeño de volverla a la vida, le llevé lienzos, pinceles, cuadernos, pero cada vez fue más difícil sacarle una sonrisa. Pensé dejar de ir a verla pues moría con ella en cada visita, pero luego sucedía algo, una chispa, un instante de contacto que me hacía pensar que vivía en mí con cada visita, al aplaudir al verme, o gritando: “¡guapa, guapa!”, para después preguntarme solo si traía cigarros. Nunca supe detalles de su vida en ese letargo de diez años de ausencia, ni me puedo explicar cómo una vida con el más alto presupuesto pudo haberse vaciado del todo. Pero no era difícil adivinar la ruta de un corazón sensible: la abandonó su padre, la abandoné yo, la traicionó el amor y perdió el único fruto que germinó en su cuerpo. Y cayó en el río caudaloso que el llanto, que nunca supo sacar fuera, había formado. No encontró remanso, mano, tronco, ni orilla en cual detenerse, hasta ahogarse en el pozo en donde no cabe el deseo, el sueño ni la vida. Recordé la canción Cartón Piedra que me hizo escuchar atenta: “No era como esas muñecas de abril, que me arañaron de frente y perfil, que se comieron mi naranja a gajos, que me arrancaron la ilusión de cuajo…”

saber de ella, pero preferí seguir mi instinto, comprar boleto y salir corriendo. ¿Lo había visto entre sueños? De cualquier modo había pasado ya tiempo desde la última visita. Llegué en la tarde, toqué el timbre y pasé, miré la hora. “Me sacaron a empujones de mi casa y me encerraron entre estas cuatro paredes blancas, donde vienen a verme mis amigos de mes en mes, de dos en dos y de seis a siete”. ¿Acaso Sofía percibió desde siempre su destino? Busqué a la monja que me había conducido a la habitación y no encontré a nadie. Nadie tampoco adentro. Solo su vieja silla de ruedas en medio de aquel cuarto de visitas con olor a naftalina. Es verdad, Sofía ha muerto, pensé, vendrán a darme la noticia. Sentí un vértigo y me dejé caer en su silla, sintiendo todo el peso de su vida en mí, como si yo muriera con ella en esta última visita. Me dio un escalofrío, bajé la cabeza y no reconocí mi medio cuerpo inmóvil pegado a mi cintura. Y vi en cada parte del cuerpo la incapacidad de empatía con un mundo frío, sordo y mudo. Me invadió el ruido y el miedo, sin culpa y sin parte de un divorcio a guerra de muerte, y un cuerpo frágil en el centro recibiendo todas las espinas. Pasé a un oasis efímero de una amistad inocente, alivio y ruptura, para luego descubrir el fuego de la pasión del primer amor como un paraíso. Entrega y destierro con el sabor amargo del fruto prohibido. Y luego un laberinto con todas las certezas truncadas, como una hilera de naipes de espadas en una jugada perdida, hiriendo, punzando y luego la nada. Nada y ninguna anestesia. Nada y ninguna salida. Vi la necesidad de escapar y la ventana de aquel cuarto piso como la única vía. Sentí el choque de gravedad y el camino de Dante por los nueve círculos del infierno hasta llegar aquí con el alma aún más rota que el cuerpo, y estoy clavada en esta silla esperando la última sentencia. Oí unos pasos y la vi frente a mí, tal y como llegaba yo cada vez, acaso mi única mejor amiga, mi única hermana apareciendo en el umbral de la puerta donde apenas podía verla. —Guapa, guapa —grité. Allí estábamos de nuevo, viéndonos como en un espejo de claroscuros, en un juego de opuestos dentro de un cuadro de Escher, emergiendo o desapareciendo, subiendo o bajando, perdidas en un mismo laberinto, jugando a lo infinito dentro de un lienzo limitado, o simplemente jugando el juego que todos jugamos: el de vivir y morir; como los dos lados de una misma moneda, ligeras y entregadas, dejando al azar la suerte… —Entra, hace frío —le dije, mientras se acercaba despacio, hasta fundirnos en un abrazo como hace tanto no lo hacíamos. —Por fin es hora de irnos —me dijo. Y salimos. Tropo

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sobre todo aquellas que son tan grandes, tan frágiles, y con las cuales nadie sabe aún qué hacer para acallarlas o consolarlas, aquellas, las menos comunes, las más brillantes, que acaban siendo sofocadas. Se me volcó el corazón.


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Catarsis Luis Alberto G. Sánchez Pero todas estas son formas de decir Que aun en las frases traen engaño. Yo estaba solo, me quedé solo, eso es todo. Fernando Pessoa

Morí cuatro veces sintiendo el sueño. No dormí. Solo percibía cómo a cada paso aletargaba la respiración de un instante. Un peñasco longitudinal a mis ojos era todo: morir y sentir carraspear la noche por debajo de mis huesos [hermoso y transparente]. Ansío ver un río. Mi esperanza es el sonido amorfo del agua diluyéndose junto a las rocas. Tarde yo moría parado en el mismo lugar, en la misma cima abriéndose paso entre las nubes. Ya no vi la belleza y sentí miedo. Transparente me diluyo: soy un río. No dije nada [nunca se puede decir nada cuando se es un río]. Pienso y en ese devaneo sueño mis brazos golpeándolos en la tierra; guardo en mis ojos la esperanza de lanzarme y ser una libélula, un coleóptero abriéndose paso sobre los sueños húmedos y brillantes de la noche. Así me despojo de los brazos para morir dentro del mismo sueño, en la alcoba, junto a los pesados muros que una vez me miraron mientras era alimentado por el pecho de mi madre. Arrojo entonces los deseos sobre la mesa: mi sangre es un pincel y mi rostro un espejo. [Deseo escribir un mensaje en el espejo.] Ya no me veo. Es inútil. Regreso, veo muchos rostros, colmenas atiborrándose sobre mi herida. Floto de regreso, tranquilo, ligero. Me visten de blanco: soy un número más–menos en todo el Universo… Me hundo por el tracto y siento pasar junto a mí

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mis palabras tan huecas, tan exasperadas que no logro entender su significado. No hay amigos. N o e s t á n c e r c a. Solo soy yo, solo, tan nuevamente, triste, abatido por la ausencia. De mí nada queda: también me he dejado solo. Abrazo un quejido para volver sobre cada una de mis preguntas, vienen las voces en cada una de sus afirmaciones: voz de quien siente un sueño tan infinito y pesado como el mar. Cierren la puerta de la vida v a n o d e l a s s e n s a c i o n e s. Yo no vuelvo. Quiero irme. No hago nada, ya no. Estoy cansado. Me dejo. No quiero nada, escuchen: estoy cansado. No susurren estoy cansado cuervos blancos no quiero nada tras la noche. Escuchen: “Estás solo”. [No quiero] “Estuvo solo.” [¡No quiero!] “s i e m p r e e s t u v o s o l o.” Luis Alberto G. Sánchez (Morelos, México, 1985). Ha asistido a diferentes talleres de poesía y creatividad literaria. Fue editor y colaborador de la revista digital Salvo el crepúsculo. Poemas suyos han sido publicados en revistas como Hojas de hierba (Oaxaca) y Miel lasciva (Universidad Benito Juárez de Oaxaca). Prepara su primer volumen de poesía. Reside desde el 2007 en la ciudad de Cancún, Quintana Roo.


E n t r e v i s t a

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E l i e r

A m a d o

G i l

Si quieres hacer solo para ti, no muestres René Vera Contreras Graduado de la Academia de Bellas Artes San Alejandro, en la especialidad de escultura, y con una docena de exposiciones entre colectivas e individuales, Elier Amado Gil (La Habana, 1981) se incorpora al MUSA (Museo Subacuático de Arte) y a la realización de escultura de gran formato con su proyecto Bendiciones, y se perfila para ser uno de los artistas radicados en Cancún con mayor impacto en la plástica del estado.

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on un pie en Cancún y otro en Cuba, el artista visual Elier Amado Gil aprovecha las posibilidades que ambas ciudades le brindan para desarrollar y difundir su obra. Y mientras se encuentra en Cancún nosotros aprovechamos para platicar con él en un café del centro de la ciudad y conocer un poco más de su propuesta artística que, en palabras del propio creador, no es tradicional a pesar de tener una sólida formación académica. Siempre jugando con las manifestaciones visuales como el videoarte, el grabado, la pintura, gusta de divertirse, y así lo muestra con su sonrisa y sus movimientos vivaces a lo largo de la plática, incluso cuando revela su concepto creativo: “Para mí la idea es más importante. Experimento con la idea a la manera de Joseph Kosuth”.

—¿Cómo defines tu tendencia artística dentro del nuevo arte cubano que surgió en los noventa? —Las influencias nos llegan de disímiles formas y vías, y muchas veces, incluso de manera inconsciente, estamos haciendo recepción de ellas e incorporándolas en nuestro día a día. Los noventas en Cuba, definitivamente fueron una etapa de transSerie: De la polka al pop al punk rock.

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Serie: Juan Pueblo.

formación y nuevos conceptos si de arte se trata, que sin duda alguna abrió mayores posibilidades comerciales para los artistas. Fue también época de cambios y crisis. De hecho, hay ciertas series en las que trabajo que defino como Realismo Socialista Nostálgico. —Al reproducir la iconografía propia del realismo socialista en un contexto posmodernista, recuerda algunas características del arte pop de los años sesenta en Estados Unidos, pero con otro planteamiento crítico. ¿Qué puedes decir al respecto? —Yo creo que mucho de lo que somos, de lo que el ser humano como persona encierra, está condicionado entre otras cosas por sus experiencias de vida, por su pasado y por su historia y esto definitivamente influye en su proyección; por ende mi trabajo refleja mucho eso, lo que soy, de donde vengo. Es la razón por la que en muchas de mis obras planteo o trato de abordar, modestamente, mi percepción de la doble moral ideológica y la utilización del icono como modal, como tendencia esnobista, basada en ideologías dominantes vinculadas con el materialismo histórico. —En tu obra se aprecia una función social del arte muy clara, de autoconciencia crítica. ¿En qué momento decides utilizar tu inspiración artística como una manifestación de conciencia social? —Si tuviera que definir alguna referencia o punto de partida, diría que dos años después de graduado, aunque en realidad fue

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un proceso paulatino en el que convergieron muchísimos factores y, por así decirlo, comencé a madurar más como artista y mi proyección comenzó a ser más sólida. Cuando uno sale de la escuela hay un proceso de encontrarte. Experimentas, crees que tienes una línea de trabajo, pero eso es un cuento, el proceso de la calle es el que te hace artista, todo lo que te encuentras fuera de la escuela te hace madurar. —¿Hacia qué tipo de experimentación se dirige tu estrategia artística, tanto en forma como en contenido? —No me gusta enfocar mi trabajo en una sola dirección, considero que hay muchísimas temáticas interesantes sobre las que puedo trabajar, pero sí podría decirte que, al menos en estos momentos de mi carrera, estoy en la búsqueda de conceptos más universales y abarcadores, enfocados más que todo en el ser humano como símbolo y en sus acciones. Con relación a la forma, unas veces más y otras menos, pero nunca dejará de tener cierta tendencia académica. —En la actualidad hay una discusión importante sobre el discurso en las artes plásticas, ¿hasta dónde el discurso? —El discurso debe estar aparejado a la obra, si el discurso va hacia un lado y la obra para otro, entonces no funciona. El grupo Fluxos fue muy experimental, uno de sus integrantes planteaba que cada persona era un artista y cada acción era arte. Yo creo que hay un límite, el artista descontextualiza y una persona no, solo vive; el


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Serie: Adelante adelante.

artista trata de comunicar, una persona no. En las artes plásticas, su mayor fuerza es como arte visual; si no es capaz de trasmitirte en el momento —aunque tú puedes ir descubriendo la pieza— y necesitas un texto, ¿entonces…? Si la obra es muy intimista, a veces no puedes entender nada; una cosa es que el espectador desconozca los códigos, y otra que tenga que hacer códigos para entender tu obra. Lo que sí está mal es que a la obra haya que justificarla y poner un texto para poder entenderla, que el espectador no pueda decodificarla. Si quieres hacer solo para ti, no muestres. —En el movimiento artístico cubano actual destacan la formación de grupos que ayudan a legitimar los nuevos valores artísticos. ¿Perteneces a un grupo específico? ¿Cómo te influye el mercado?

Serie: Mineros, Fundidores y Despedida.

—Soy del grupo de los que creen en lo que hacen y de los que el arte es su vida, el mercado siempre influye y ciertas tendencias se vuelven moda pero no me dejo atrapar, la sinceridad es un arma poderosa, si se utiliza con astucia, yo en ella me adentro y hago mi estandarte. —¿Los artistas cubanos gozan de total libertad para la elección de sus contenidos temáticos y la forma en qué se expresan? —Un verdadero artista, es aquel que puede expresarse con libertad absoluta y plasmar en su trabajo lo que verdaderamente piensa y siente. El día que no pueda hacerlo con libertad, será el día cuando ya no pueda hacer arte, y con sinceridad les confieso, no creo que suceda. El arte es irremediablemente mi pasión. —Elegiste la especialidad de escultor para graduarte pero te has dedicado más a la pintura, ¿a qué se debe? —La escultura es un increíble medio para expresarse, pero muchas veces esta proyección está aparejada con un presupuesto de realización costoso y máxime cuando son en gran formato; nunca he dejado de trabajar en ella pero la pintura y el dibujo me han dado muchísimas posibilidades. Creo que para un artista hacer, crear, sea cual sea el medio, es lo fundamental. —¿Cómo percibes el panorama de las artes visuales en Cancún? —Cancún es una ciudad joven, con pocos años de fundada, con características sociales que dan paso al crecimiento y auge de otros sectores económicos, en los que ella se ve inmersa en su totalidad, haciendo que gire más en un entorno comercial y turístico; lo que ocurre en cuanto al arte, apenas son chispazos muy dispersos. —¿Con qué artistas vivos te sientes más identificado y qué artistas han marcado más tu desarrollo como artista? —La plástica cubana goza de fuerza y su historia nutre a las nuevas generaciones; es imposible no influenciarse del arte de los ochentas y los noventas, sobre todo por su carácter visceral y crítico; esto sin duda me marcó para siempre. Los artistas que han influenciado mi obra son: Esterio Segura, René Francisco, Eduardo Ponjuán, Luis Gomez; y dentro del ámbito internacional están Komar y Melamid, Piero Manzoni, Lev Kerbel y Alexander Deyneka.

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—¿Qué le aconsejas a quien quiera dedicarse a las Artes Plásticas? —Les aconsejo que vivan, que se nutran, que estudien y que se proyecten. El ser humano hizo arte y este lo hizo más humano. —¿Te gusta leer, cuál es tu libro favorito? —Yo soy un devorador de lecturas, sobre todo de ensayos. Les voy a recomendar una novela excelente de Mijaíl Bulgákov: ¡Tienen que leer El Maestro y Margarita! Me gusta mucho la literatura rusa: Maiakovski, Chejov, Dostoievski; además de autores como Osamu Dazai. La literatura te vuelve adicto. Tropo

René Vera Contreras. Escritor y promotor cultural. Ha tomado el taller de novela de Andrés Jorge y el de dramaturgia de Saúl Enríquez. Poemas suyos se han publicado en revistas y en los cuadernos del taller literario K´uuxeb de la UADY. Actualmente imparte talleres de narrativa en Cancún y Playa del Carmen, y es asistente editorial de Tropo a la uña. Esta revolución no es para nosotros es para nuestros hijos.

Bendiciones

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n el 2009 se funda el Museo subacuático de arte (MUSA) como un esfuerzo para proteger los delicados arrecifes del estrés provocado por los turistas. Cuenta con quinientas esculturas divididas en dos galerías dentro del Parque Nacional Costa Occidental de Isla Mujeres, Punta Cancún y Punta Nizuc. Elier Amado Gil

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Fotografía: Gena Bezanilla.

fue seleccionado para que uno de sus trabajos contribuya a este esfuerzo, conjunto de arte y conservación. Su obra

titulada Bendiciones, que consta de seis manos distribuidas en forma circular y recuerdan a los monumentos de Stonehenge, será sumergida en fecha próxima. Elier se muestra muy entusiasmado al poder realizar una escultura de tipo monumental, cada pieza tiene un peso de dos toneladas. Es una oportunidad que todo escultor quisiera tener, afirma.


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Blanco Trópico Metáfora de islas geológicas y mentales Eugenia Montalván Colón Llego a Blanco Trópico –una isla que es, como lo dice el título de esta entrevista, metáfora de muchas islas, geológicas y mentales–, contenta de haber conseguido pasaje en primera clase; en el aeropuerto me recibe Juan Ramírez Gallardo, un hombre que ronda los 40 años, como yo; es un tipo sonriente, infantiloide en algunas actitudes pero al fin de cuentas, perspicaz y simpático; el típico personaje del que es fácil encariñarse, así que me instalo en mi hotel con el fin de conocerlo mejor y hacerme su amiga de verdad, no solo cibernética…

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n realidad, Juan Ramírez Gallardo es el protagonista de la primera novela que Adrián Curiel Rivera (México, D.F., 1969) publica bajo el sello Alfaguara; le auguro otras tantas, por supuesto; el título es Blanco Trópico, y aunque apenas salió de imprenta hace unas semanas y hoy 20 de marzo llegó a las librerías Gandhi del país –en formato digital existe desde mediados de febrero–, Juan ya tiene más de 800 amigos en Facebook, un gran logro, desde mi perspectiva; por eso le pido que me dé la primicia de su hazaña, sobre todo porque Adrián Curiel Rivera sigue aislado de las redes sociales y Juan Ramírez Gallardo las rechazaba tajante, por eso no me extraña que las peripecias y dificultades que enfrenta en su vida también lo hagan colapsar

en Internet; de volada tuvo broncas, y aquí viene la explicación: “En Blanco Trópico, efectivamente, Juan descree de las redes sociales como una vía genuina de comunicación humana. Como se muestra escéptico hacia muchas instituciones de la sociedad y sus valores en teoría ejemplares: la familia, la universidad, la nación, los estudios culturales y de género, la interdisciplina, el paternalismo pro indígena, las religiones, el altruismo, etcétera. Respecto a las redes sociales, no nos dice por qué las desprecia. Al margen de ello, parece evidente que una de las utopías del ego que promueven las redes sociales es la de la visibilidad, paso previo en la mentalidad de nuestra época a la adoración del público y el salto meteórico a la fama. Que Juan no comulgue con estos espejismos no significa que no entienda la conveniencia de que se conozca Blanco Trópico, la isla que habita. Por eso, en

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su calidad de personaje de ficción, abrió una cuenta en Facebook cosechando en menos de una semana más de ochocientos amigos. Lo gracioso del asunto es que Juan ya ha sido censurado por el propio Facebook, que recientemente le ha prohibido enviar más solicitudes de amistad, pues entre las tantas que disparó a troche y moche muchos declararon que no lo conocían (lo cual, teniendo en cuenta su naturaleza etérea, no es de extrañar). La escandalizada moralina con que lo reconvino Facebook, que lo amenazó con bloquearle la cuenta por acoso, recordándole además, con su flamígero y cibernético dedo admonitorio, que en ese sitio web tan amigo de lo privado solo pueden intercambiar solicitudes de amistad personas de carne y hueso que se conozcan en el mundo real, deja mucho a la reflexión. Entiendo que la plataforma Face deba cubrirse las espaldas, pues es imposible saber la calaña e intenciones de cada uno de sus usuarios, pero que una amistad sea mensurable por el hecho de que alguien apruebe o no a otro con un clic, o denunciándolo (¿de qué?), o mandándole un ‘me gusta’, parecería irrisorio si no fuera por la seriedad que reviste para muchos. Por otra parte, bajo esa hipocresía en pro de la intimidad con que reprimió a Juan, Face no desaprovecha las oportunidades de negocio. Luego de amenazarlo, le sugirieron a Juan que mejor pagara la promoción de sus anuncios. Así se ahorraría posteriores regaños”. –¿Y qué ha pasado en Twitter? –Hasta donde tengo noticia, Juan por el momento no ha decidido explorar Twitter. –¡Menos mal! Y dinos, ¿ya es “amigo” de otros personajes novelescos o literarios? –Por lo pronto Juan Ramírez Gallardo, según sé, se ha preocupado por hacerse notar aunque solo sea en un plano muy discreto, más que hacerse “amigo” de otras criaturas literarias inexistentes. Yo conocía el antecedente de J. Volpi, una página promocional donde uno no encontrará (o no solo) al escritor mexicano Jorge Volpi, sino a un defraudador bursátil neoyorquino desaparecido después de la crisis financiera del 2008. Es decir, a otro personaje ficticio. –En la página 204 leemos una frase que, de manera resumida, define la condición de Juan Ramírez Gallardo: “Ahí pudo seguir escribiendo afanosamente el resto de noviembre. Sobrevivir a la punzante incertidumbre que le aguijoneaba el alma”, y creo que con ella podemos advertir al lector sobre el placer de compartir su odisea, ¿verdad? –Sí, la frase condensa el conflicto interior de Juan Ramírez Gallardo. Es un adulto incapaz de conciliar sus deseos con la realidad. Su máxima y secreta aspiración es concluir un libro de cuentos siempre en proceso, La garza ojona, inspirado en una pesadi-

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lla recurrente en la cual ese pajarraco se posa sobre su cráneo y se lo destroza a picotazos. Pero él es economista, no un escritor reconocido, y en esa condición debe enfrentar las responsabilidades de la adultez. Infinidad de sinsabores, el desempleo, luego trabajos pésimamente remunerados, la paternidad, el hecho de tener una esposa brillante y socialmente exitosa. Por eso una de las dedicatorias de la novela: “A todos aquellos que, como Juan Ramírez Gallardo, sobrellevan la esquizofrenia de trabajar arduamente en proyectos estériles mientras anhelan la felicidad”. Además, cuando Juan por fin consigue cierta estabilidad monetaria y emocional, la unidad académica donde se desempeña (en vías de transformarse en la Universidad Nacional de Blanco Trópico) le informa que tendrá que competir con su colega la antropóloga Virginia Garfio si quiere conservar su puesto de trabajo. Entonces, ambos se internan en la selva para convencer a los aborígenes yomas de las bondades de su proyecto de desarrollo sustentable. Para narrar esto, Blanco Trópico discurre por distintas vertientes y registros argumentales. Por momentos es un bildungsroman invertido, una novela de des-aprendizaje sentimental de un adulto infantilizado que pierde sus asideros vitales; que extravía la brújula y, por tanto, las coordenadas que lo ubican en el accidentado camino de su propia existencia. Es una épica personal, el denodado navegar de una suerte de Ulises del siglo XXI, que anda bastante de capa caída, en su pugna por no resignarse a la idea de que sea imposible el paraíso en la tierra (o, para el caso, en isla Blanco Trópico). –En la contraportada y la publicidad, leemos que Blanco Trópico “es una original novela de campus que retrata los vicios actuales de las universidades latinoamericanas”, aunque aparecen bien definidos otros vicios de la sociedad contemporánea, desde el culto guadalupano a la mala prensa y la pobre programación televisiva, así como el fanatismo de las sectas protestantes… –Creo que Juan ejerce sus virtudes de observador muy a su pesar. Al margen de sus numerosos defectos, tiene un ojo clínico tratándose de la naturaleza humana; percibe con gran facilidad lo que el prójimo esconde bajo la máscara, pero no capitaliza ese talento. Él tiende a ir a la deriva, su introspección lo desnuda sin piedad en sus miserias, pero ni su rabia ni la ternura que siente hacia el mundo lo transforman en un ser aguerrido, al menos no aguerrido en el sentido más físico y evidente del término. Juan está acostumbrado a perder la mayoría de las batallas de la cotidianidad, pero al mismo tiempo es un gran terco y persevera desde la derrota. De vez en cuando consigue ganar algún combate, de esos pocos que en realidad importan. Si no es que la justicia poética obra en su favor. Lo de la novela de campus que señalas, por otro lado, se inscribe en la segunda parte de un párrafo


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que hace hincapié, en primer lugar, en las dificultades de Juan para asimilar las circunstancias que lo han llevado a la isla de Blanco Trópico, y para lidiar con ese entorno a ratos gratificante pero la mayor parte del tiempo endemoniadamente opresivo. –En el pasaje final: Ordalía académica en Isla Morgan identifiqué similitudes ambientales y de carácter social con la península de Yucatán más que en el resto de los capítulos, cuéntanos brevemente tu relación con esta zona geográfica. –Llevo radicando en Yucatán casi once años, y es inevitable que haya tomado prestados elementos de la realidad y mis vivencias para crear una atmósfera y un escenario. Creo que toda ficción tiene irremediablemente un componente autorreferencial. Pero a mi juico sería un error considerar que Blanco Trópico es meramente Yucatán disfrazado, y su trama una suerte de memorias del autor. De por sí, delimitar una idea más o menos precisa de la Mérida o Yucatán actuales sería para mí un proyecto inabordable. Prefiero pensar que Blanco Trópico es una metáfora de muchas islas, geológicas y mentales, y puedo asegurar que se ha modelado a partir de referentes geográficos pero también textuales, desde la libertad de la creación literaria. En tanto isla (o conjunto de islas dentro de la apariencia de una sola), Blanco Trópico está todavía más enclavada en las inmensidades del mar que una península. Ahora bien, en lo personal, no puedo negar que haberme afincado en la península yucateca ha dejado una impronta imborrable. En Mérida no solo he podido diseñar y escribir Blanco Trópico, también senté cabeza después de ocho años de vivir en Madrid, y tuve dos hijos que además de demonios son argentino-yucatecos, una mezcla rarísima. Al principio, el contraste entre la vida de la capital española y la ciudad de Mérida me desorientaba por completo. En 2003, aquí en Mérida casi no había cafeterías, y era prácticamente imposible conseguir una botella de vino que no fuera un mediocre Casillero del Diablo. Y el calor, madre mía, caminaba con la sensación de estar flotando entre los efluvios vaporosos de un volcán, de que las suelas de los zapatos se derretirían en cualquier momento, cosa que en realidad me ha sucedido. Y la forma tan extraña de manejar los automóviles que tienen los meridanos, a los conductores les encanta alinear el culo con la raya pintada en el pavimento, en lugar de tomar el carril correspondiente. Luego entré a trabajar en una sede pionera que la UNAM abrió por esos años, integrada por locos reclutados de todas partes del mundo. Una comunidad de la que formo parte y que me ha proporcionado no pocas anécdotas y materia prima para la ficción. Por último, parafraseando a Adrián por otra conversación que tuvimos, puedo asegurar que el lector que se anime a asomarse a las páginas de Blanco Trópico —sea que viva en el sureste de

Fotografía: Eugenia Montalván.

México o cualquier sitio— se va a sentir identificado y se va reír ante el espectáculo de la grandeza y la estupidez que nos distingue como especie. Tropo Eugenia Montalván Colón. Antropóloga. Autora del libro Premio Casa de las Américas: 50 años, 11 entrevistas, que presentó en La Habana en 2012. Produjo y dirigió el documental: Don Mammie Blue, para honrar al extraordinario activista de derechos humanos Gonzalo España España, productor de espectáculos y artista travesti. Edita libros y trabaja en Espacio Cultural Ule (www.ule.mx) con sede en Mérida.

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La verdad sobre Joël y Quebert Ofelia Arruti La verdad sobre el caso Harry Quebert Joël Dicker Trad. de Juan Carlos Durán Romero Editorial Alfaguara 2013, 666 p.

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a verdad sobre el caso Harry Quebert, segunda novela del joven escritor suizo Joël Dicker, ha sido, sin duda alguna, un fenómeno editorial desde su aparición en francés en 2012 y su debut en español en 2013. Es común que una novela con tal impacto editorial suscite opiniones contradictorias, pero aún sus más acérrimos detractores reconocen que es una novela adictiva: una vez que empezamos a leerla, ya no podemos dejarla hasta averiguar la verdad sobre el caso. La novela empieza planteando el crimen alrededor del cual girará la historia: la desaparición en 1975 de la joven de 15 años Nola Kellergan en Aurora, una pequeña ciudad de la costa este de Estados Unidos. La novela en sí comienza 33 años después, en 2008, con el relato del éxito arro-

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llador de la segunda novela del joven escritor Marcus Goldman que trata sobre un caso real en el que estuvo involucrado otro escritor famoso llamado Harry Quebert. Ocho meses antes del arrollador éxito de la novela, su autor, una joven promesa de la literatura norteamericana, enfrenta la terrible crisis de la página en blanco, mientras su agente y su editor lo presionan para que entregue el manuscrito de su segunda novela. Desesperado porque las ideas no le llegan y angustiado por el acoso de la editorial, Marcus decide ir a visitar a su amigo y mentor, el famoso escritor Harry Quebert, en la pequeña ciudad de Aurora, New Hampshire, con la esperanza de recobrar ahí la inspiración tan anhelada. Harry Quebert es autor de una novela considerada una obra maestra de la literatura norteamericana, Los orígenes del mal. La amistad entre Quebert y Goldman se remonta hasta la época en que Harry fue maestro de Marcus en la universidad. Durante su visita, Marcus descubre sin querer que su antiguo maestro había mantenido una relación secreta con una quinceañera de la localidad, Nola Kellergan, cuando Quebert era un autor incipiente de 34 años. Decepcionado por este descubrimiento,

Marcus regresa a Nueva York, pero al poco tiempo, encuentran el cadáver de Nola en el jardín de Quebert, que es detenido de inmediato como presunto autor del crimen. A pesar de su decepción, Marcus está convencido de que su amigo es inocente y regresa a Aurora decidido a descubrir la verdad sobre el asesinato de la jovencita. Podríamos decir que esta es la trama de la novela, pero no es la única, porque en esta novela nada es lo que parece. La trama, aparentemente sencilla, en realidad es bastante compleja y está llena de giros inesperados que muestran otras tramas dentro de esta trama y otras más dentro de aquéllas. Asimismo, los personajes tampoco son quienes dicen ser. Todos tienen secretos ocultos y mienten o cuentan lo que creen que es verdad, pero resulta ser mentira. La novela presenta varios planos temporales que el autor va entremezclando de manera magistral para ir construyendo la historia. En este punto, hay que reconocer la prosa ágil y agradable de Dicker para ofrecer al lector una secuencia de relatos que saltan de un año a otro sin perder en ningún momento la coherencia de la historia. Aunque hay muchos otros ejes temporales, los años más importantes son 1975, 1998 y 2008, es


P decir, el año en que transcurre la historia de amor entre Nola y Harry que termina con la desaparición de la joven, el año en que se conocen Marcus y Harry e inician su amistad y cuando Harry es acusado por el asesinato de Nola y comienza la investigación. Las voces narrativas se alternan en primera persona, la voz de Marcus, subjetiva y limitada al punto de vista del protagonista, que nos va relatando los resultados de la investigación en 2008, y un narrador omnisciente en tercera persona que relata las miradas retrospectivas a los distintos momentos del pasado que complementan la historia. También encontramos fragmentos de la novela de Quebert, cartas enviadas por los personajes y recortes de prensa, lo que imprime gran versatilidad a la novela, ofreciendo al lector un formato atractivo para transmitir la información. Además, el autor hace gala de buen humor. Los diálogos entre Marcus y su madre, por ejemplo, son ingeniosos y a veces incluso hilarantes. Y no se quedan atrás los del matrimonio Quinn. Puesto que la novela habla de un escritor que escribe una novela sobre un escritor que escribe una novela, Dicker aprovecha este aspecto metaliterario de la historia para criticar abiertamente el mundo editorial, dominado casi exclusivamente por el interés supremo de hacer dinero y que, sin recato alguno, obliga a los escritores a pactar plazos para escribir nuevos libros, lo que a su vez provoca que algunos autores utilicen a otros autores en la sombra para que terminen de escribir sus novelas o incluso para que las escriban casi en su totalidad. Expone la manipulación editorial a través de la publicidad y la prensa, los escándalos y el morbo para incitar al público a adquirir determinada obra. Casi cualquier cosa es válida para que una novela tenga éxito y le reporte buenas ganancias a la editorial. A lo largo de todo el libro, Dicker insiste en lo que implica la concepción de cualquier obra literaria: la inspiración, la problemática de dar forma a una idea y el proceso en sí de la escritura. En este afán, los 31 capítulos de la novela están presentados en orden descendente y cada uno

de ellos comienza con uno de los muchos consejos que Harry le ha dado a Marcus sobre lo que significa ser escritor y lo que implica escribir un libro. El primero, por ejemplo, es: “El primer capítulo, Marcus, es esencial. Si a los lectores no les gusta, no leerán el resto del libro”. Es difícil que una novela tan larga como esta se encuentre exenta de defectos. Uno de los principales es lo poco creíble que resulta la relación amorosa entre el autor maduro, Harry Quebert, y la quinceañera Nola Kellergan. La relación que describe el autor parece más un amor platónico que la relación pasional que intenta hacernos creer que unió a ambos personajes. Casi todos los pasajes que tratan de la relación amorosa entre Harry y Nola destilan cursilería. Además, a lo largo de toda la novela se nos dice que la obra cumbre de Harry Quebert, Los orígenes del mal, es considerada como una de las obras maestras de la literatura estadounidense de la segunda mitad del siglo XX, pero cada vez que se nos presenta un fragmento, lo encontramos vacío de contenido y plagado de lugares comunes y frases totalmente ridículas por su cursilería. Por otra parte, algunos lectores pueden considerar excesiva la longitud del libro, sobre todo cuando alguna digresión nos aparta de la trama principal. En ocasiones, la narración se hace larga y pesada, pero cuando creíamos que la historia ya estaba cerrada, vuelve a abrirse con un viraje inesperado que lo cambia todo y el autor consigue recuperar el interés de los lectores. Así, muchos sucesos se repiten, porque el autor vuelve a ellos para especificar que lo que realmente pasó no fue lo que habíamos creído antes y, de esta manera, toda la línea de investigación se transforma y surgen nuevos sospechosos. Pero sin duda, no faltará algún lector que encuentre tediosos algunos puntos. Sin embargo, a pesar de los defectos mencionados, podemos decir que esta obra es imponente, y no solo por su tamaño. Lo es también por su ritmo y sus giros argumentales. Por su fineza sicológica y su intriga laberíntica. La verdad sobre el caso Harry Quebert es, sin duda, una novela negra y también policiaca, pero es, a

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la vez, una novela que describe con una actualidad y una precisión impactantes la sociedad estadounidense, sus contradicciones, su mezcla desconcertante de puritanismo feroz y despreocupada permisividad, de violencia atroz y amabilidad irresistible, así como el sofocante conformismo de su provincia. Y la conjunción de todos estos aspectos hace que La verdad sobre el caso Harry Quebert sea una novela que vale la pena leer, pues como le dice Quebert a Goldman, “Un buen libro, Marcus, es aquel que lamentamos haber terminado”. Nada más cierto en este caso. Joël Dicker nació el 16 de junio de 1985 en Ginebra, Suiza. Estudio Derecho en la Universidad de Ginebra y se graduó en 2010. A los 10 años, fundó La Gazette des Animaux una revista sobre la Naturaleza que dirigió durante siete años. Por su trabajo en esta revista recibió el Prix Cunéo a la Protección a la Naturaleza y fue nombrado el “Editor en jefe más joven de Suiza”. A los 20 años recibió el Premio Internacional para Jóvenes Autores Francoparlantes por un cuento corto de ficción, “Le tigre”. Esto lo animó a seguir escribiendo y en 2009 terminó su primera novela Los últimos días de nuestros padres, que narra la historia desconocida de una unidad de inteligencia británica encargada de entrenar a la resistencia francesa durante la Segunda Guerra Mundial, pero ningún editor quiso publicarla hasta que en 2010 resultó ganadora del Premio de los Escritores Ginebrinos. Alfaguara la publicará en español en 2014. En 2012 se publicó su segunda novela La verdad sobre el caso Harry Quebert que ha sido galardonada con el Premio Goncourt des Lycéens, el Gran Premio de Novela de la Academia Francesa y el Premio Lire a la mejor novela en lengua francesa. Ha sido traducida a 33 idiomas. Tropo

María Ofelia Arruti. Estudió física y traducción. Es traductora, editora y correctora de estilo. Radica en Cancún desde 2003.

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Entre el malditismo y la sinceridad poética Miguel Meza Hasta las últimas consecuencias Arturo Valdez Castro Fondo Editorial de Solidaridad Playa del Carmen, 2008

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adicado en Playa del Carmen desde 2006, Arturo Valdez Castro publicó en 2008 el poemario Hasta las últimas consecuencias, un libro donde apuesta por una poesía directa y provocativa, donde la sordidez y la crudeza de los ambientes, el lenguaje directo y a veces procaz, y la presencia omnisciente de un sujeto lírico solitario y decadente alcanzan por contraste —debido al tono confesional de esa voz— una nota nostálgica de sutil fascinación. Segunda publicación suya —luego de La capital de los fantasmas, plaquette editada en el D. F. en 2005—, Hasta las últimas consecuencias reúne poemas que exhiben una paradoja propia del arte: la atracción de lo terrible, en este caso, el del vacío cotidiano en medio de la soledad y el abandono existencialista casi indolente de su sujeto lírico. “La poesía no es nada

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y es todo —le dijo el joven poeta a Efraín Muñoz Valadez en una entrevista reciente—. Lo que busco es la claridad en los textos, independientemente de si tienes mujer, vino o drogas: la vida es cabrona; la palabra es cabrona, si tienes algo que decir, sácalo”. Y lo que saca el poeta —ganador del premio de poesía de Editorial Praxis 2010 con su poemario Dame otro Jack Doble, por favor— se vuelve casi tema obsesivo: la mujer, las drogas y el sexo; los desencuentros y la nostalgia, la soledad amarga del perdedor, y la noción, a flor de piel, del desenfado e indiferencia ante el absurdo. Todo ello en una especie de salmodia monotonal y discursiva, que a veces logra empatías conversacionales con el lector —cómplice y voyeur, a pesar suyo. Por ejemplo, en “Es normal” el poeta declara: Hoy tendría que escribir de nuevo / la vieja canción que ya no te gusta. / Es normal. Dejamos de creer en los sueños / y en esas tardes en que la felicidad / era coger y coger y luego quedarme dormido / en tu vientre, tus manos en mi cabello / y tus piernas y tus senos y la lenta cascada / de mi semen cayendo de tus labios. / Cuando no te importaban mi

aliento a alcohol / ni si de vez en cuando me sangraba la nariz. / Ahora tus ojos verdes han dejado de brillar / en el fondo de la noche y ya nadie se droga / y las cantinas siguen abiertas / y ya nadie quiere bailar. “Algo tiene este joven poeta de intenso e inaudito —escribe Eusebio Ruvalcaba en el prólogo al libro aquí comentado—, que su poesía inocula nuestro sistema nervioso (…). Porque no se cansa de vivir, de verle el lado trágico a la vida. (…) Porque es un poeta harto incómodo”. Disciplinado de la indisciplina —según se define ante Muñoz Valadez, en la entrevista ya citada—, la actitud vital característica de Valdez Castro como artista es la aceptación del cambio continuo hacia el exterior sin la modificación de una postura estética interior (su estilo). Si en la vida cotidiana se va alimentando de todo lo que lo rodea —la gente, el ambiente, sus propias lecturas—, los contenidos de su poesía se definen por una visión constante de un yo despiadado que busca el decir directo, llano, sin recursos líricos que puedan opacarlo: “me gusta ir al grano, ser directo, decir las situaciones que he vivido con sencillez y claridad: no es


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fácil, pero tengo que escribir, si no escribo me pego un tiro”. Autor que ha ejercitado la difícil vocación del vagabundeo y la libertad, que llegó al Caribe por azar —pues su destino era Sudamérica—, el joven poeta, atraído por la selva, el mar, el tipo de ciudad, decidió afincarse por un tiempo en Cancún y Playa del Carmen cuando pasaba por aquí: “aquí el ambiente está chido: quise jugarme el pellejo y me quedé.” Sin embargo, no por mucho tiempo, pues ahora su inquietud viandante lo ha llevado a Alemania. Lector en sus orígenes de la poesía de Vicente Aleixandre, Octavio Paz, César Vallejo, Vicente Huidobro y Arthur Rimbaud (especialmente el de la Temporada en el Infierno), y de la poesía urbana de Francisco Hernández, Valdez Castro asistió a algunos talleres literarios en la Colonia Obrera, en el D. F., con Eusebio Rubalcaba, su mentor, con quien formó el grupo “La Hermandad de la Uva”, denominación que alude a la novela del mismo nombre escrita por John Fante, precursor del realismo sucio norteamericano. En una reseña inédita de Hasta las últimas consecuencias, José Antonio Íñiguez (joven poeta también) reconoce la “innegable sinceridad poética” de Arturo Valdez Castro, pero afirma que le cuesta trabajo resistir “su rancio malditismo, el ya aburrido prototipo moderno del poeta bohemio, que nos distrae en ocasiones de

aquello que el autor tiene que ofrecer” (…), pues más que decirnos, el sujeto lírico de Hasta las últimas consecuencias nos increpa.” “Cuando uno se interna en el sórdido mundo de Valdez Castro —afirma Íñiguez—, no deja de reaccionar en dos sentidos. Por un lado, se recuerda de inmediato a Charles Bukoswki y a todos aquellos poetas que explotaron hasta el cansancio una veta irreverente y descarnada; por otro, no dejamos de sentir compasión, repulsión y ternura ante una actitud poética como la suya”, que se esfuerza pero que hace vacilar nuestro veredicto “entre un sí o un no”. “Los versos desafortunados entonces nos dicen lo predecible: no”, sentencia Íñiguez en su lectura crítica. Y para corroborarlo recuerda versos como: “me la pusiste dura como poste (…) en el monte los árboles se siembran solos/y la piedra blanca, como azúcar espolvoreada, / los cubre con su manto fino / hasta el albor de la madrugada”, que ejemplifican la presencia de referencias sexuales explícitas y alusiones al consumo de alcohol y enervantes que se reiteran y agobian en todos los poemas. Y, sin embargo, Íñiguez se asombra del discurso sostenido de la obra. “Una fluidez y un desenvolvimiento que brilla más por lo narrativo que por su diálogo

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con lo poético. De esta forma, la imagen poética en algunos poemas (“Esa chica de Washington”, “Un hombre completamente solo” y “Sueño contigo”) parece meramente ornamental y simple. La imagen poética entonces no camina de la mano de lo discursivo sino parece a veces estorbar por torpe. “En otros poemas, la imagen poética recobra fuerza y golpea con cansancio delirante: …vampiros / que lloran / hacia la silla / eléctrica del sueño. Pero no se insiste en esta veta. El tema y la naturaleza del hablante lírico parecen poner sus códigos sobre la mesa y decirnos con ese gesto irreverente que cualquier intento por quebrar la expresión prosaica parecerá, al instante, artificial. Quizá, por eso, Arturo Valdez parece darse cuenta de ese desfase en los mejores poemas, y decide permanecer fiel a sí mismo. Por su sostenida manufactura —concluye Íñiguez—, Hasta las últimas consecuencias “es una pequeña joya en el azaroso abanico de publicaciones de poetas noveles, nacidos o radicados en la zona norte de la entidad. En esta panorámica editorial un tanto desigual —demasiado bondadosa para autores jóvenes que se han atrevido a publicar sus libros de poemas (por más malos que sean)—, el poemario de Valdez Castro es un trabajo auténtico, despreocupado, seguro en su composición, si bien no exento de las ya mencionadas inconsistencias.” Tropo

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Isabel Allende apuesta al género negro Svetlana Larrocha El crimen es arbitrario, placentero, patológico, espectacular. No se ciñe a una lógica social, sino individual o racial. Responde a caprichos sexuales, o políticos, extremistas como una manía. Justo Navarro El juego de Ripper Isabel Allende Editorial Plaza & Janes 2014, 480 p.

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unque cada día gane más lectores, la novela policial es, desde el punto de vista de muchos, literatura menor. Por supuesto, estas opiniones resultan cuestionables, ya que existen importantes representantes de este género. Y entre estos, la novela negra nórdica es hoy la más abundante y exitosa del mundo. Nombres como Henning Mankell, Stieg Larsson (con su trilogía Milleniunm, por supuesto), Arnaldur Indridason, Jo Nes-

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bø o Konrad Sajer están entre los autores más vendidos. Algunos afirman que este despunte de la novela policial escandinava no es reciente: data de mediados de los años 60, cuando los suecos Maj Sjöwall y Per Wahlöö —por algunos llamados los “padres de la novela negra nórdica”— tenían como fin que el lector se cuestionara sobre el mundo en que vivía, y para ello usaban como ingredientes el realismo, la melancolía, el pesimismo, el humor y, especialmente, la crítica social. Pero es la misma Maj Sjöwall quien ha criticado el boom literario de los países nórdicos en la temática policial. “La mayoría de las obras que se publican son malísimas y otras ni siquiera deberían haber sido editadas”, ha dicho “la dama de la novela negra escandinava”. Tampoco a Isabel Allende le gustan

especialmente las novelas de misterio. De hecho, en alguna entrevista reciente, la autora de La isla bajo el mar afirmó que había leído varias, principalmente las de Stieg Larsson y Jo Nesbo: “Encontré esos libros realmente espantosos, violentos y oscuros”. ¿Por qué entonces Allende decidió abordar el género negro en su novela más reciente, El juego de Ripper, si incluso ha dicho en varias ocasiones que en el fondo se burla del género? “He tratado de hacer un juego similar al de Cervantes cuando ridiculiza las novelas de caballerías y escribe El Quijote.» Interesante afirmación de la autora. El libro comenzó a gestarse con la sugerencia de su agente, Carmen Balcells, de escribir un libro a cuatro manos: la chilena y su marido William Gordon, escritor de novelas de suspenso. Como la idea no funcionó, Isabel continuó el proyecto sola. La trama de El juego… es sencilla: San


P Francisco, California, 2011-2012. Cinco adolescentes de diferentes partes del mundo, pero que tienen en común la soledad, la discapacidad o la inadaptación, “frikis” —que se reunían online en el juego de rol llamado Ripper para tratar de resolver los asesinatos de 1888 en Londres atribuidos a Jack el Destripador (Jack the Ripper, en inglés)—, paralelamente, junto con la policía, comenzarán a realizar las pesquisas de una serie de misteriosos asesinatos que al principio no parecen relacionados entre sí, pero que a la larga terminarán convirtiéndose en lo que la pitonisa Celeste Roko dio a conocer públicamente como “un baño de sangre”. La “maestra” del juego es Amanda Martín, hija del inspector jefe, Bob Martín, policía destinado a resolver los homicidios. Es ella el personaje principal, no su padre, y en este aspecto El juego… se sale de primera instancia del común de las novelas negras. Pero El juego de Ripper no está exento del lirismo de la chilena, por ejemplo y especialmente, en las descripciones sensoriales: “… conocía a ese hombre mejor que nadie, el ancho y el largo de su cuerpo desde la cabeza hasta su único pie, la piel rojiza y brillante del muñón, los muslos firmes marcados de cicatrices, la cintura poco flexible, la línea de la columna, vértebra a vértebra, los músculos formidables de la espalda, el pecho y los brazos, las manos elegantes, dedo a dedo, el cuello duro como madera, la nuca siempre tensa, las orejas sensibles que ella no tocaba en el masaje para evitarle el bochorno de una erección; distinguía a ciegas su olor a jabón y sudor, la textura de su pelo al rape, la vibración de su voz… ”. Característica de la obra de Allende es la importancia de las relaciones familiares. En El juego de Ripper, la familia de Amanda es su mundo, especialmente la figura del abuelo Blake (o Kabel, el “esbirro” de Ripper), su cómplice en la vida real y en la detectivesca: “Amanda bendecía las leyes de la genética, porque el don de sanar de su madre no era hereditario. Ella tenía otros planes para su futuro, pensaba estudiar física nuclear o algo por el estilo, alcanzar el éxito profesional, llevar una vida holgada y de

paso cumplir con la obligación moral de mantener a su madre y a su abuelo, quienes para entonces serían dos ancianos de unos cuarenta y setenta años respectivamente, si sus cálculos eran correctos”. Pero el punto más destacable de la novela es la construcción de los personajes: la precisión de sus caracteres, la perfecta delineación de su sicología para hacernos comprender sus motivaciones y actitudes. Incluso el personaje de Indiana, madre de Amanda, en su conducta soñadora, bastante ingenua y quizá más inmadura que su hija, nos convence de todo lo que acontece en su mundo new age… Aunque quizá para muchos, esto relegue la investigación policial a un segundo plano. Entre otros personajes, destaca el navy seal Ryan Miller, ex combatiente y mutilado de guerra, hombre solitario y con la conciencia intranquila, pero protector y unido a otro personaje importante para la historia: su perro Atila; y, por supuesto, la orquestadora del juego de Ripper, Amanda, adolescente de 17 años, lectora de libros, entre otros, de vampiros —claro—, y de thrillers, pero igual de temas no propios para su edad; con un humor irónico, pero sensible y comprensiva del mundo adulto que la rodea. El humor es característico de Allende. Como ejemplo, dentro de la obra critica de manera sutil pero sardónica a Cincuenta sombras de Grey: “… ella le pasó un libro publicado recientemente para que se informara. Se trataba de una novela con un título sobre el color beige, o tal vez era gris, no estaba seguro, muy popular entre las mujeres, con el argumento tradicional de las novelas románticas más una dosis de pornografía suave, sobre la relación sadomasoquista entre una virgen inocente de labios turgentes y un multimillonario guapo y mandón. (…) A Miller no le quedó claro a cambio de qué la protagonista se sometía a esos extremos de violencia doméstica, pero Jennifer le hizo ver lo obvio: sufriendo, la ex virgen llegaba al paroxismo del placer sin sentido de culpa”. Pero Isabel se ríe incluso de sí misma, al agradecer a su hijo Nicolás, quien la ayudó en El Juego… “para corregir mis

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frecuentes errores de lógica, que mis lectores atribuyen al realismo mágico”. El único punto débil en la obra es que su autora no logra dominar en su totalidad los aspectos característicos tradicionales de la novela policiaca. Marcadamente se puede ver que en El juego de Ripper la tensión es leve, discreta, casi invisible; y sin embargo, esto no es un obstáculo para “atrapar”: la lectura se desliza y nos lleva a través de sus casi 480 páginas a un mundo de misterio y acción, con una buena dosis de ternura y romanticismo, algo muy propio de la autora de Paula. Quizá es por esto que hasta la mitad del libro todavía no se define claramente la esencia de la historia: hasta ese momento, la lectura todavía es esencialmente Isabel Allende, con su estilo metódico donde lo valioso, repito, son exclusivamente la hechura de los personajes. Es al llegar a la segunda parte cuando El juego de Ripper comienza a ser de manera más intensa una novela de detectives, la presencia de Isabel Allende —la que conocemos en trabajos anteriores— sorprendentemente se difumina y la lectura se vuelve aún más adictiva. Contado linealmente, con algunos flashbacks necesarios, la voz narrativa es casi en tercera persona en su totalidad: digo “casi” porque en la resolución de la trama, la Premio Nacional de Literatura de Chile 2010 va combinando la voz en primera para acercarnos íntimamente, ni más ni menos que con el asesino. El final de la historia no sorprende del todo —incluso podría carecer de la credibilidad suficiente—, pero esto no significa que el libro no sea una obra con desarrollo, estructura y personajes tanto verosímiles como bien realizados. Novela valiosa por ser la primera en su tipo de una de las autoras más importantes de la literatura contemporánea; muy bien escrita, que definitivamente vale la pena leer. Tropo Svetlana Larrocha (Mérida, Yucatán, 1967). Escritora, periodista y asesora editorial. Actualmente se desempeña como profesora de español para extranjeros.

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Vivo cada nota que toco Karinna Maich Figura indiscutible de la música de jazz en México, introductor del primer bajo de seis cuerdas en el país y acompañante de más de setenta cantantes —algunos auténticas luminarias—, el compositor Hiram Gómez —también maestro desde hace 25 años de las nuevas generaciones de músicos, los últimos trece en Cancún— recuerda en la siguiente entrevista aquel momento a los catorce años cuando decidió su vocación como bajista tras escuchar el bajo eléctrico de Jako Pastorius (a quien le rendirá tributo en su próximo CD), habla de cómo compone sus piezas (las más tristes, que salen del corazón; las más complejas, del cerebro) y participa con entusiasmo su nuevo proyecto: una agencia especializada de músicos y espectáculos para eventos en Cancún y la Riviera Maya.

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l iniciar mi charla con Hiram Gómez intento empatar la imagen de este hombre cordial, sonriente y relajado con la del músico profesional que vi hace unas semanas en el escenario. Aquella noche se había colgado el bajo como quien integra una parte de su cuerpo. Había dado la entrada a la banda desde el centro del escenario imantado con su presencia. Los ojos cerrados, oyendo las notas que salían de su corazón y corrían, vertiginosas, como sus dedos sobre las cuerdas y se manifestaban en el instrumento. Por momentos, la sensualidad de su propia música parecía seducirle. Luego, parecía ser el hombre quien seducía al instrumento en un juego donde tocaba, acariciaba, golpeaba las cuerdas. Gesticulaba. Y lo confirmé: eran los gestos del amor. Era el corazón deslizándose por las cuerdas. —El estudioso de jazz Jeff Gardner dice que el escritor Paul Auster “canta a la libertad y a la voz individual en el estrépito de una sociedad a menudo violenta y reglamentada. Los paralelis-

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mos con el jazz son innegables.” ¿Tú crees que el jazz busca la libertad, procura la voz individual del músico? —Estoy totalmente de acuerdo: el jazz es el único género donde existe libertad total para expresar lo que quieras, porque es el único género donde se improvisa. Eso da a los músicos de jazz una velocidad mental increíble porque tienen que resolver en el momento. Sin embargo, hay reglas para improvisar: una de las primeras es conocer y dominar tu instrumento y saber muchísimo de armonía. Nunca hay que tocar en vivo algo que no se haya estudiado mil veces. —El jazz es el medio artístico más puro para expresar emociones de manera inmediata… —Absolutamente de acuerdo. Estás improvisando, creando en ese momento algo que ni siquiera se te hubiera ocurrido. Es una expresión del corazón, básicamente. Claro, hay jazzistas que al tocar parece que están haciendo carreras, pero no es la idea: la idea es expresar. —Conocer las influencias en un artista ayuda al público a imaginar su formación. En tu caso, ¿por qué es tan importante Jako Pastorius? ¿Qué otras influencias tienes?


Fotografía: Laura Rojo

—El bajo eléctrico existe antes y después de Jako Pastorius, así de fácil… Él abrió la puerta a los bajistas para ver el instrumento en términos de improvisación, como un instrumento melódico: normalmente, el bajo es el que hace la base, y en cierto momento no era considerado importante. Sí había grandes bajistas antes de Pastorius (James Jamerson, por ejemplo), pero lo que hizo Pastorius fue, además de tocar esas líneas de bajos espectaculares, incursionar en la interpretación de las melodías y los solos con un virtuosismo y con un concepto musical como si fuera Charly Parker —el saxofonista— en un bajo eléctrico. Y, además, por si fuera poco, fue quien realmente hizo lucir el bajo sin trastes, lo que se conoce como “fletless”. Durante una gira, se le ocurrió quitarle los trastes a su bajo con un desarmador y rellenó las ranuritas que quedaban en el diapasón. Y el sonido que logró fue extremadamente diferente. Ese tipo de bajos es muy difícil de tocar porque tienes que estar pendiente de la afinación de cada nota, a diferencia del bajo con trastes que, mientras esté afinada la cuerda, va a estar afinada la nota. Cuando lo escuché por primera vez le pregunté a mi hermano qué instrumento era ese. Me dijo que un bajo eléctrico. A partir de ese momento, decidí: ‘Quiero ser bajista’. Tenía catorce años. El músico reconoce otras dos influencias además de Pastorius: por un lado, Marcus Miller, “el bajista que mejor ha manejado su carrera”, a quien conoció en Nueva York en 1982. Su técnica llamada slap, “es decir, manotazo”, lo sorprendió en una

época en que “no había trucos como ahorita ni tanta tecnología a nivel audio (...). Pensé ‘guau, quiero tocar un día así’. Y con el tiempo lo logré”. Y por otro, Anthony Jackson, inventor del bajo de seis cuerdas. En la misma gira en que conoció a Miller, Hiram preguntó a Jackson “¿por qué tocas así?”. Este contestó: “Es que estudio ocho horas diarias desde hace veinte años”. Otros bajistas importantes para nuestro entrevistado son el brasileño Nico Asuncao y los bajistas de los 70’, como Verdine White (de Earth, Wind & Fire), “no tan virtuosos pero que hacen la chamba del bajista como debe ser. Hoy, los chavos creen que hay que tocar rápido, pero la música no son carreras. Hay un proceso: lo piensas, lo sientes y lo tocas. Y el silencio también es música: si no tienes nada elegante para romper el silencio, no lo toques.” Con un habla relajada, casual, sin artificio pero no falto de orgullo, nos cuenta qué representó tener un bajo de seis cuerdas fabricado especialmente para él: “A partir de que oí tocar a Anthony Jackson su bajo de seis cuerdas, llegué a México y quise mandar a hacer uno igual. El laudero de esa época no quiso hacérmelo, hasta que siete años después lo vi en una revista. Claro que se podía hacer. Mi bajo —el primero de seis cuerdas que hubo en México— se llama Fodera Anthony Jackson, debido al italo-gringo Vinny Fodera, quien lo diseñó junto a Anthony Jackson. Paralelamente, me había traído un equipo de amplificación para bajo que no existía hasta ese momento en el país, un SWR.

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tertulias

Desde que tuvo fuerzas para sostener un bajo, Hiram fue el bajista de “Los hermanos Blázquez”, participando en programas televisivos.

Ese hecho también fue un reto muy grande: al tener tremendo instrumento y un amplificador tan fino, todas las ‘mentiras’ se oían. Cuando le atinaba a la nota, hasta a mí mismo me sorprendía; pero cuando no le atinaba también se oía clarito… Me tuve que poner a estudiar ocho horas diarias.” —Leer música te abrió, entre otros caminos, el ser requerido como músico de grandes artistas. ¿Qué otra ventaja te aportó esta cualidad? ¿Qué te dejó, en lo personal y en lo profesional, haber acompañado a más de setenta cantantes, algunos tan famosos como Luis Miguel, Lupita D’Alessio, Marco Antonio Muñiz, José José, Rocío Durcal, Armando Manzanero, Camilo Sesto…? —Una cosa es leer y otra es deletrear música. Los músicos lectores a primera vista estamos en peligro de extinción. Cuando decidí ser bajista, si realmente querías entrar a las grandes ligas de músicos profesionales en la Ciudad de México o leías o leías. Cuando a los catorce años perfeccioné mi lectura y luego la apliqué al bajo, logré que a mis diecisiete se corriera la voz de que había un chavo que tocaba y leía impresionante. Entonces empezó a sonar mi teléfono para grabaciones, producciones discográficas, jingles, giras, programas de televisión y todo tipo de eventos. En esa época era más fácil decir con quien no toqué que con quien sí lo hice. Hiram Gómez reconoce que aprendió mucho durante los veinte años de hacer ese trabajo, no solo porque conoció a artistas muy especiales, sino porque pudo enfrentar al monstruo de mil cabezas: “tocar en escenarios gigantescos me dio muchas tablas: no es lo mismo tocar en un bar que en el Madison Square Garden o en el escenario más grande del mundo: el MGM de Las Vegas”. Luego de pisar los escenarios más grandes del mundo (el Auditorio Nacional; el Madison Square Garden; Radio City Music Hall, de Nueva York; el Poliedro, de Caracas; el Teatro Colón, de Buenos Aires, auditorios en Japón), un día dijo ya no. “Me costó, fue una decisión muy fuerte”. A partir de entonces decidió profundizar sus estudios de música con Elías Amabilis, en ese

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entonces director de Luis Miguel. Estudió dos años de armonía a tal grado que terminó impartiendo clases a estudiantes de música, actividad en la que lleva 25 años. “Me gusta mucho enseñar a jovencitos que no están viciados con malas posturas o técnicas inapropiadas. A los chavos que están empezando les comparto todo lo que sé, les hago ver lo que pueden evitar y lo que les puede funcionar, como me hubiera gustado que me dijeran a mí. Cuando aprendí no había Youtube… Yo aprendí de manera autodidacta, intuitiva. Creo que eso desarrolló muchísimo mi imaginación y mi capacidad de análisis. Conmigo van a conocer la técnica, su instrumento, a la perfección, van a saber qué están tocando. Les enseño lectura, armonía, improvisación, estilos… Un buen músico versátil es importantísimo. No creo que exista el mejor músico: existe el más completo, el más versátil. Trato de que los alumnos se enfrenten a la vida real, como músicos, preparados para resolver cualquier situación en términos de música.” —Algunos escritores como Cernuda, Cortázar, Kerouac, Auster, fueron inspirados por el jazz para escribir. ¿A ti te ha inspirado la literatura para componer? ¿Cómo te inspiras para componer? —Nunca me he inspirado en la literatura. Empecé a componer en 1999, cuando me fui a vivir a una playa preciosa donde no había nada para hacer. Al principio fueron como ejercicios. Aun sin ser pianista, la mayoría de mis temas están compuestos en ese instrumento. Empiezo con un motivo que me va llevando y se transforma en una rola. Tengo una composición totalmente sentimental a partir de una dificultad que tuve con mi hijo (que se fue de la casa…), y le hice un tema —“Sin ti”— que hasta la fecha no puedo tocar en el piano porque es muy fuerte la tristeza. Otros han sido al despertarme: en la madrugada empiezo a oír una rola, desde la introducción, la melodía, el puente, los cortes, el motivo… y me he levantado a componer. He cometido el error de “escuchar” un tema, un “rolón”, y creo tenerlo clarísimo. A la mañana siguiente, no me acuerdo nada. Y como me pasa a menudo, me levanto a escribirla. —¿Compones con la cabeza o con el corazón?


Con Marcus Miller.

Con Vinnie Fodera en 1989.

—Son dos maneras de componer: una es cuando decido “voy a componer”. Ahí es más con la cabeza, y busco cómo sonaría. Otra, cuando me despierto escuchando algo (es porque lo estoy sintiendo, es lo que quiero oír). El tema “For you”, es una rola maravillosa, pero cuando la toco… Las cosas que me salen preciosas son muy tristes… Las otras son espectaculares, con alto grado de virtuosismo, con mucha exigencia para mis músicos. Acabo de terminar algunas frases para un tema nuevo, difíciles incluso para mí. Difíciles, pero con una lógica y una musicalidad a nivel intervalos, el factor sorpresa, donde saco modulaciones inesperadas… Me gustaría ponerle letra a algunas de mis composiciones, sin embargo, aún no lo he logrado. —¿Qué parte de tu biografía musical te gustaría reescribir? —Quizá me gustaría hacer algo diferente… Pero hasta ahora, lo que he hecho lo he hecho bien. Por mí no ha quedado... Estudiar más no podría: hasta la fecha estudio entre tres y cinco horas diarias. Realmente no haría nada diferente: voy manejando mi carrera bien. Quizá, de joven, por estar en la fiesta, perdí oportunidades con patrocinadores de cuerdas o para asistir a festivales: la falta de disciplina en aquel momento hizo que no le diera seguimiento a eventos que eran parte de mi carrera. Quizá fue la edad… Podría haber grabado un disco… Me patrocinaba una de las mejores compañías de discos, con uno de los mejores ingenieros de México. En aquel momento yo no era compositor, tenía algunos temas, muy lindos pero sencillos. Tuve que esperar a llegar a Cancún, donde tuve que pagar un dineral para mi disco, porque ya no había compañía productora… —En 2010 apareció tu disco Hold down the Groove. ¿Estás componiendo para otro CD? —Sí, tengo temas ya escritos, aún no grabados, con los que ya podría grabar otro disco más. Mi próximo disco es Tributo a Jako Pastorius —con temas del propio Jako, de Weather Report y la brasileña Flora Purim— el cual ya tiene más de un año listo —solo me falta mezclar y masterizar—. Es muy osado hacerlo, por la talla de Pastorius pero no estoy comparándome ni compitiendo; es un tributo y está bien hecho. Estoy tocando con mi

banda, siete músicos, todos muy buenos. Tengo un solo que es de los mejores que he tocado en mi vida… La idea es que salga antes de noviembre, cuando toquemos en el Festival de Jazz de la Riviera Maya, uno de los festivales de jazz más importantes del mundo, con 12 años consecutivos, y elenco internacional. En el 2010 ya tocamos en el mismo festival, donde participaron musicazos como George Luke e Ivan Lins, con quienes compartimos escenario. Este año van a participar puro ‘big star’ como Colin Hunter y Chick Corea. Nosotros tocaremos el mismo día que Pat Metheny. Somos la única banda mexicana que va a tocar. Es un compromiso pero no estoy nervioso. Respecto al jazz en México en la actualidad, considera que está creciendo muchísimo el mercado: “Cada vez hay más bandas y más festivales de jazz. Parece que hay ‘festivalitis’: festivales en todas partes de la república. Yo estoy fascinado: mi tirada es colarnos, por principio, a todos los festivales de la república, y luego a los festivales internacionales. En enero estuvimos en el Festival de Jazz de Haití”. Con entusiasmo, habla de sus próximos proyectos: “Acabo de abrir una agencia especializada en proveer músicos y espectáculos para todo tipo de eventos en Cancún y la Riviera Maya. Y sigo componiendo, ensayando y tocando puertas para ser incluido en el circuito de festivales de jazz. Hicimos un súper papel en Haití, estamos sonando muy bien y estamos preparados para tocar en cualquier festival del mundo: solo estamos esperando las invitaciones”.Tropo

Karinna Maich S. (Uruguay, 1969) Egresada como actriz de la EMAD (Montevideo). Fue becaria del Fondo Estatal para la Cultura y las Artes en el género Literatura (2001). Es autora del libro de minificciones Agujas y alfileres (aún sin publicar). Actualmente, es profesora en Colegio Ecab y C.E. Monteverde; desde 2003, imparte clases en la Universidad del Caribe. Correo: karinnam@hotmail.com

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Tener un corazón abierto Mauricio Ocampo C.

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orría el año 2002 en Tlaxcala, Tlaxcala, era época de sueños y de universidad. La música y la poesía empezaban a tomar un rumbo distinto en mi vida, se mezclaban con tintes de teoría social y con el encuentro de personajes tan diversos, muchos de los cuales ya se han ido y quedan en lo intangible mientras otros persisten en la materialidad del saludo y del intercambio para seguir siendo. En esa época conocí a Lalo Laredo, llegó a mi departamento con su guitarra al hombro, invitado por mi amiga Fabiola. Promocionaba su segundo disco Que nazca la canción. Como todo cantautor independiente, se abría paso entre la banda suburbana que ve en la música independiente una forma digna de escuchar y de escucharse. Un año después visitaba Cancún. Esa vez, el Rincón Rupestre —espacio subterráneo en el que la música y la poesía fluye— se pintó de notas, letras de sueños y vivencias entre los aplausos y el efecto espejo de la banda que asistió. No sería hasta el año 2006 cuando Laredo pisara nuevamente nuestra casa. Las visiones de sus rolas, acompañadas de una voz grave con tintes melancólicos, son frescas, duras, contundentes y directas, con un lenguaje poético que va de lo denotativo a lo connotativo. Lalo, como alguna vez le dijera Arturo Meza, lleva en su apellido las notas musicales. Esta virtud lo ha llevado a grabar seis discos de manera independiente: Hacia mis adentros (1998), Que nazca la canción (1999), En las alas de la memoria (2001), Rock en vivo: Homenaje a Rockdrigo (2001), Miquiztli (2008) y 7 Días (2011). Después de ocho años, Lalo Laredo regresó a Cancún por tercera ocasión para compartir con esta ciudad su visión del mundo a través de su música. El mes de marzo Café Cultural

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Cardoni lo recibió con los brazos abiertos, y nuevamente tuvimos la oportunidad de intercambiar notas y sentires, pero más allá de eso, esta vez, Lalo nos compartió su visión de algunos temas que tienen relación con él y la suburbe. —¿Quién es Lalo Laredo y cómo empieza su proyecto? —Empiezo a muy temprana edad en la música, por la familia. Tres hermanos menores de mi papá son músicos populares, de ahí me entra el gusto. La música es un método y una línea de expresarme, de sentir, de cómo veo la vida, cómo veo los problemas y las alegrías cotidianas. —¿Quién sería, para Lalo Laredo, un creador en toda la extensión de la palabra? —Lo primero es la sencillez y la humildad. No venimos a enseñar, venimos a mostrar lo que tenemos. Para mí un artista íntegro es aquel que es honesto, sincero, sin etiquetas y sencillo; y que pueda estar al alcance de cualquier persona, sea un ama de casa, un niño, quien sea. Y con estar al alcance, me refiero a los lugares donde se pueda escuchar tu trabajo. Puedes ir creciendo, pero siempre estar con los pies en la tierra, tener el corazón abierto, los ojos siempre en la mira, en la meta, pero sin prisas, sin elitismo. —El disco 7 Días, no solo supera a Lalo Laredo en cuanto al material que ya nos venías compartiendo, sino que también supera a muchos músicos con trayectoria. Es un trabajo muy honesto al ser independiente. La suburbe, el undergroud, ¿qué le regalaron al disco 7 Días?, ¿qué retomaste de la suburbe para este disco? —Para mí fue como mostrar que el rock urbano, el rupestre, el underground no está peleado con una buena producción, en invertir una buena lana invitando músicos; por ejemplo, a un bajista que ha tocado con Luis Miguel, a músicos que han tocado en el extranjero. Es como crear un puente entre la música mal producida y la música muy bien producida como lo es la comercial. Mi rollo es urbano, rupestre, rolero, pero tiene esta finura


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Fotografía: Harald Werner.

o calidad como producción. Lo que quise mostrar es que en mí hubo una evolución. Fueron cuatro años desde que planeé, escogí las canciones, hasta que el disco salió a la luz pública, pero quise darle su tiempo. —Eso es en cuanto a la producción del disco. Comentabas ayer que Arturo Meza y José Cruz te decían que es uno de los mejores discos del rock mexicano. Pero en cuanto a lo que no se ve, por ejemplo, en cuanto a que sales a la calle y ves al bato en la esquina y de repente te está regalando su experiencia de forma directa, ¿qué le imprime la suburbe al disco 7 Días, ya no en cuanto a estética musical, sino letrística, de vivencia, del alma de Lalo? —Empieza desde que emprendo el viaje de Monterrey al D.F., la canción “7 días” habla de eso. Es una necesidad de cambio para evolucionar como artista. Llego a la ciudad y veo esto que dices de cosas tan cotidianas. Por ejemplo, en la canción de “Bajo su falda” me inspiro en la avenida de Tlalpan que tiene mucho trabajo sexual, y atrás muchos hoteles y moteles. Siempre veía como las mujeres ahí en la esquina hacían el negocio al llegar los coches, daban la vuelta y entraban al hotel. Y a veces cuando me quedaba afuera, viendo ese escenario, pensaba “imagínate la cantidad de historias que hay aquí, solo en esta avenida: las mujeres, los hombres y atrás los hoteles”. Hace muchos años, escribí una canción que se llama “Dichoso caballero” que habla de un encuentro mío con un vagabundo. Y un día me reconocía y al siguiente ya no. Me contaba sus historias: cómo los policías lo perseguían, cómo llegaba a una casa a pedir algo y las señoras lo corrían. La canción “Esas noches” del disco 7 Días, va un poco de la mano de la canción “Bajo su falda”; es como la segunda parte de un encuentro entre una pareja que medio se conoce, no les importan sus historias, pasan la noche y no importa su camino: “tú guarda mi secreto en tu bolso, y yo

guardo el mío”. Trato de mezclar estas historias urbanas con un lenguaje más cachondón, más erótico en las letras. Incluso también el sentido de interpretación en la voz, busco que le dé una calidez de noche, de cabaret. Es como la otra parte, no todo lo urbano es el chemo, el teporocho. Hay miles de cosas que envuelven el rollo urbano. —¿Cómo viste la urbe visible?, es decir, el Cancún negado para la mayoría, como lo es el Cancún Zona Hotelera, y por el otro lado el Cancún real. —Es muy chistoso, porque lo visible no es lo que es, o mejor dicho lo que aparenta: no es la realidad. Hoy fui a la Zona Hotelera y es un espacio muy bonito, pero si no tienes cara de turista o no vas en plan de turista, la gente es fría. Se siente un poco el no pertenecer aquí. Y el lado contrario, como dices suburbano, quizá no tiene ese lado tan bonito de la Zona Hotelera, pero tiene ese lado lleno de calor, de honestidad, de amabilidad, de sencillez de la gente. Es muy contrastante un lugar y otro, como si fuera de película. En esos lugares bonitos hay frialdad, y en este otro lado, todos con los brazos abiertos, y lo único que piden de ti es una sonrisa y que te vayas con un buen sabor de boca. —Una última pregunta, aquí contesta lo que se te ocurra, ¿qué falta? —Falta unanimidad en los corazones. El deseo de cada persona: no el que te imponen, sino el verdadero, con el que naces. Falta ese sentimiento real con el que siempre has cargado; y cuando era una luz en el corazón se volvió una piedra en el lomo, y luego vino otro sentimiento y era luz, y lo echaste atrás porque nadie te lo permitió. Falta honestidad con uno mismo, y preguntarse ¿en dónde estoy? Darse un segundo, pensarlo dos veces y, sacar ese verdadero sentimiento como un ser inteligente, como un ser caminante en este mundo, como un ser Yo. Tropo

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tertulias

Nymphomaniac ni erótica ni pornográfica Svetlana Larrocha Tal vez lo que me diferencia de las demás personas es que siempre demandé más de la puesta de sol. Más colores espectaculares cuando el sol golpea al horizonte. Ese es tal vez mi único pecado.

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Joe en Nymphomaniac

ara muchos cinéfilos, Lars Von Trier es un ícono de la cinematografía realizada desde los años 90 del siglo pasado. Además del movimiento fílmico Dogma 95, el director nacido en Copenhague en 1956, ha realizado la trilogía Estados Unidos, tierra de oportunidades: Dogville, Manderlay (aunque está pendiente la tercera parte: Washington), y la Trilogía de la Depresión: Antichrist, Melancholia y Nymphomaniac. De la primera trilogía, considero que antes de Dogville, nadie se había atrevido a retratar tan certeramente y sin temores a la sociedad estadounidense en toda su hipocresía moral, religiosa y social, obra que le valió el premio al Mejor Film de la Unión Europea. Una película excelente en su propuesta fílmica y contenido ideológico. Desde que se anunció su estreno en 2013, Nymphomaniac comenzó a causar revuelo por tratarse de un filme sexualmente explícito: los adoradores del erotismo y/o de la pornografía en el cine, comenzaron a especular acerca de las posibilidades del trabajo del europeo. Los de Lars Von Trier, acerca de cómo abordaría ese tema que pocos directores saben llevar magistralmente a la hora de narrar. La publicidad, por supuesto, también se encargó de despertar el interés, incluso de quienes nada saben del autor de Dancer in the dark (Bailando en la oscuridad, 2000). Cada mes, se publicaban avances en algún medio importante, que consistían

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en algún clip de video o afiches promocionales mostrando a los diversos actores con expresiones orgásmicas. Pero más a allá de las escenas sexuales, la conocida forma de dirigir de Von Trier prometía ser mucho más de lo que resultó en las más de cinco horas y media del filme —que luego de la censura se redujo a una hora 57 minutos el Volumen I; y a dos horas cuatro minutos el Volumen II. Solo en la Berlinale se proyectó completo—. Así, Nymphomaniac se convirtió en un bloque de escena tras escena, en ocasiones monótono, a veces repetitivo. Y esto no precisamente debido a su extensión. Controversial, transgresor, irreverente, el danés —quien en Cannes afirmó: “¿Qué puedo decir? Entiendo a Hitler”, y que por esta frase fue declarado persona non grata— le apostó demasiado al elegir crudeza en las escenas físicas. Desafortunadamente, el resultado no fue el esperado.


Stellan Skarsgård, el coprotagonista, incluso ha dicho: “La pornografía solo tiene un propósito, que es excitarte para que te masturbes. Pero si ves Nymphomaniac, es una peli porno mala. Después de verla un rato, apenas reaccionas a las escenas de sexo explícito. Se vuelven tan naturales como un bol de cereales”. Filmada en 2012, en Alemania y Bélgica, las escenas de sexo de Nymphomaniac en realidad fueron digitalmente compuestas a través de CGI (Computer Generated Imagery): genitales de actores porno en los cuerpos de los actores de la película. Dividida en dos volúmenes y ocho episodios, está protagonizada por Charlotte Gainsbourg, Stacy Martin, Stellan Skarsgård, Shia LaBeouf, Jamie Bell, Christian Slater, Uma Thurman, Willem Dafoe y Connie Nielsen. La historia comienza cuando Joe (Charlotte Gainsbourg) — en el Volumen I, interpretada por Stacy Martin; y en el Volumen II, por Charlotte Gainsbourg—, una mujer cincuentona, es golpeada una noche en un callejón. Un hombre, Seligman (Stellan Skarsgård), la encuentra y lleva a su departamento, cura sus heridas, la cuida y le pregunta acerca de su vida. Él la escucha atentamente mientras Joe narra sus vivencias sexuales. Joe se ha autodiagnosticado: es una ninfómana; su deseo sexual desde la adolescencia es irrefrenable. Se autocensura igualmente por ello: “Soy solo un mal ser humano”, dice, y comienza a contarle a Seligman sus secretos más íntimos, oscuros, los más prohibidos socialmente. Pero, ¿qué es la sexualidad sin el trasfondo de la sicología? Sin embargo, el argumento de Nymphomaniac no es original. El cine contemporáneo está lleno de películas donde la insatisfacción humana lleva a los personajes a manifestarse en conductas socialmente “incorrectas”, donde, la sexual, sobre todas, es el pivote para expulsar los demonios que nos conforman. Un buen ejemplo de lo anterior es la película Romance (Romance X, 1999), escrita y dirigida por la francesa Catherine Breillat, protagonizada por Caroline Ducey y el actor porno italiano Rocco Siffredi, que aborda la insatisfacción emocional del personaje femenino —a causa de la indiferencia y desamor de su pareja—, sentimiento que la lleva a buscar la compensación en escarceos físicos hasta encontrar en la maternidad, de nuevo una razón para escapar. En el mismo rubro se inscribe Anatomie de l’enfer (Anatomía del infierno, 2004), de la misma directora Breillat. En esa ocasión, la insatisfacción, igualmente emocional —pero ahora causada por cómo es vista por los hombres existentes a lo largo de su vida—, lleva a una mujer (interpretada por Amira Casar), al borde del suicidio, a relacionarse con un desconocido (de nuevo Rocco Siffredi), prostituto homosexual/bisexual, quien durante cuatro días, a través de los ojos —y del sexo, claro— la ayudará a confrontar la esencia de su infelicidad hasta, como siempre, escapar de ese estado. Interesante la similitud de Nymphomaniac y Anatomie…: en ambas, un hombre es el confesor y el medio para que el espectador sea también el medio de la catarsis. Considero que ambas

películas francesas son un parteaguas para Nymphomaniac, y ambas son, de muchas maneras, mejores… Un filme, por ejemplo, joya del erotismo, es Bitter Moon (Luna amarga, 1992), de Roman Polanski, basado en la novela Lunes de Fiel (1981), del francés Pascal Bruckner, donde la abundancia de piel es la excusa de la filosofía de la historia. Y es que no toda película donde el sexo es obvio puede clasificarse como pornográfica… mucho menos erótica, aunque sea dirigida por Lars Von Trier. Pues, recordemos los filmes de culto Baise-moi (Viólame, 2000)… ¿qué de erótico puede tener este violento trabajo de las francesas Virginie Despentes y Coralie Trinh Thi? Y, ¿qué decir de Irreversible (Irréversible, 2002), película también francesa dirigida por el argentino Gaspar Noé? No comprendo por qué el escandinavo eligió a actores como Christian Slater o Shia LaBeouf: calidad desigual, junto a una Uma Thurman personificando a “Mrs. H”, destacadísima en su humor negro. En cambio, buena elección que en la banda sonora aparezca el grupo alemán Rammstein, con la canción “Führe Mich” (“Guíame”), y, por supuesto, el cover de Jimi Hendrix que realiza la misma Charlotte Gainsbourg con la canción “Hey, Joe”. Algo que puedo decir muy a favor de Nymphomaniac es lo que hay detrás de sus diálogos, reflejo de su escritor y director: inteligentes, intensos, duros, corrosivos, desafiantes, certeros, y, claro, polémicos. He elegido unos ejemplos, en su traducción, lo más cercanos al lenguaje original: “Las cualidades humanas pueden ser expresadas en una sola palabra: hipocresía. Alabamos a aquellos que dicen lo correcto, pero no lo sienten, y nos burlamos de aquellos que no dicen lo correcto, pero tienen buenas intenciones.” “No soy como ustedes. Soy una ninfómana y me amo a mí misma por ser una. Pero por encima de todo, amo mi vagina y mi sucia, obscena, lujuria.” “Seligman: No importa lo mucho que trate, no encuentro nada de meritorio en la pedofilia. Joe: Eso es porque piensas, tal vez en el cinco por ciento que en realidad sí lastima a los niños. El restante noventa y cinco por ciento, nunca materializa sus fantasías. Piensa en su sufrimiento. La sexualidad es la fuerza más grande en los seres humanos. Nacer con una sexualidad prohibida debe ser agonizante. El pedófilo —quien se las ingenia para vivir con la vergüenza de su deseo mientras nunca llega a realizarlo— merece una maldita medalla.” Tropo

Svetlana Larrocha (Mérida, Yucatán, 1967). Escritora, periodista y asesora editorial. Actualmente se desempeña como profesora de español para extranjeros.

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tertulias

Pinceladas y evocaciones de inclusión Mónica Aguilar

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i se creyera verdaderamente que la vida humana tiene un valor infinito, las diferencias que hacen única a cada persona se mirarían como destellos de belleza o de singularidad. Sin embargo, la realidad es que las diferencias se valoran de manera negativa, derivando en la discriminación y la exclusión social. Pocos escapan de la tendencia a minusvalorar la diversidad. Es, por tanto, urgente la transformación de las actitudes y creencias para dar cabida a una sociedad incluyente y tolerante. Frente a este desafío, la asociación civil Inclusión Down Cancún, utilizando el arte como herramienta de sensibilización social, invitó recientemente a artistas y autores, con y sin discapacidad, a adentrarse en el tema de la inclusión social e involucrarse en acciones creativas para promoverla. El resultado fue espléndido: una muestra de colores y textos que se conjuntaron en un mismo espacio formando la exposición “Pinceladas y evocaciones de inclusión”. Por un lado, obras pictóricas al óleo, acrílico, pasteles o acuarela que mezclan habilidades expertas con discapaci-

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dad de todo tipo. Murales elaborados por manos que apenas se mueven y decenas de manos niñas que se unen e invitan a ser parte de una sociedad reivindicada. Por otro, textos de autores que describen la vida desde los ojos del síndrome de Down. Lienzos escritos que plasman imágenes surgidas en tertulias donde el tema de inclusión cabrioleaba en espirales coloridos inundando el ambiente. No solo el medio cultural se dio cita en El Museo Maya de Cancún (lugar que cobijó esta muestra de talento enmarcándola en una arquitectura majestuosa contagiada de la carga emocional de años de historia), sino también una sociedad ávida de muestras sensibles que cambiaran su percepción frente a la diversidad. Durante más de dos ciclos lunares, las puertas del museo dieron la bienvenida a locales y turistas que a través de “pinceladas y evocaciones” pudieron valorar una manera diferente de ver el mundo. Los siguientes textos son solo una selección de los que participaron en esta experiencia inusual. Las líneas que los componen están llenas de emociones que solo puede engendrar la experiencia vivida al lado de personas, que por sus características particulares, hacen vibrar el alma. Tropo Iguales, Carlos Fuentes.


Una mirada del otro lado Pablo Otero Cuevas

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o que más me gusta de la escuela es jugar con amigos. Con mis amigos juego a la pelota, trabajo, aprendo a leer. Me gusta mucho ir a la escuela, cuando me enfermo y no puedo ir no me gusta. Yo tengo síndrome de Down, y tengo amigos con síndrome de Down y sin síndrome de Down. Los niños que no tienen síndrome de Down, como yo, son buena gente. Si no me entienden no se enojan. A mí, a veces, me da pena y busco a mi hermana. Tropo

Par 21 floreciendo, Araceli Farías de Díaz.

Más allá de las montañas azules… está el amor Andrés Jorge

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elo era nuestro primo y cuando él llegaba en el verano había planes y juegos nuevos. A veces nos sentábamos a mirar las montañas y nos preguntábamos por qué las más lejanas eran azules, más altas, y qué habría allí, qué selva, qué animales, ¿veríamos el mar del otro lado, la costa norte? Un día decidimos descubrirlo nosotros mismos. Si la montaña no viene a uno… dice el refrán. Así que nos pusimos en camino. Yo tenía ocho años en esa primera expedición. Éramos cinco, Nelo era el mayor. Había sufrido poliomielitis a los seis años, arrastraba unos pies que más bien colgaban de su cuerpo, apoyaba ligeramente el izquierdo, las muletas hacían el resto. Caminaba en los trechos menos empinados, el resto lo llevábamos los demás a la espalda. Él era el guía y al alma del grupo, por él, año tras año nos adentramos más y más en la sierra y descubrimos un mundo salvaje, a veces tan ajeno a la presencia humana que sentíamos como si fuéramos los primeros seres humanos en poner un pie en aquellos parajes. Acampábamos allá arriba en las noches. Cruzamos ríos desbordados; vivimos más de una vez la zozobra de una tor-

menta de relámpagos y truenos retumbando en las cañadas y centelleando con el siseo que se deja escuchar cuando el rayo cae muy cerca. Aprendimos a convivir y a cuidarnos, guerreros, hermanos. Amamos cada viaje, cada año, cada vacación de verano en que emprendíamos la travesía a las montañas azules, una decena ya, primos y amigos más pequeños. En todo el barrio nuestro viaje a las montaña se reconocía ya como una tradición, y también todos sabían que Nelo era el líder, moral, intelectual. La vida nos fue separando. Nelo dejó de venir de La Habana cada verano, ahora trabajaba, era maestro de ajedrez y escribía libros de poesía y cuentos para niños. Cada quien tomó su curso, su vida. La llegada de mi primo a nuestra casa cada verano era un motivo de alegría para mis tías, mi padre, toda la familia y ese amor, la compasión, la empatía, y esa alegría se nos transmitió a los niños de la casa de manera natural. Nada es más fácil de transmitir que el amor. Pero primero, claro, hay que abrirse al amor y la compasión y eso, naturalmente, nos hará incluyentes. Tropo

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tertulias 21 maneras de doblar una esquina Miguel Meza

C

Feliz, Jimena de la Mora.

Blancas y Negras Pablo Delgado

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l grupo de las blancas tenía un coro maravilloso. Todos los días se juntaban a practicar y a perfeccionar su voz. Todas eran muy talentosas y estaban orgullosas de sí mismas pues cada una tenía una voz única e irrepetible. Muy cerca de las blancas había un grupo de negras con una voz armoniosa y también especial. Su voz era medio tono arriba o medio tono abajo de la voz de las blancas, por eso eran excluidas. A las blancas les daba miedo que las negras fueran a arruinar su interpretación. Sin embargo había unas pocas blancas parecidas a las negras. Estas blancas no estaban de acuerdo con que las negras no tuvieran la oportunidad de cantar en el coro pues ya las habían escuchado y sabían que tenían una voz maravillosa. Un día las blancas pidieron a las negras que demostraran a sus compañeras sus habilidades. El coro de las blancas quedó asombrado, se dieron cuenta de que las negras complementaban su voz y le agregaban al coro un color que las blancas solas no tenían. Las blancas y las negras convivieron juntas en el coro desde ese día, con una voz tan completa que separadas no hubieran conseguido. Este coro suena mejor cada vez que un pianista experimentado lo dirige y lo acaricia, sacando lo mejor de ellas mismas y otorgando la posibilidad de que cada una brille con sus propias características. Tropo

laro que podía girar a la izquierda, pues ahí estaba aquella flecha. Pero esta tenía un rasgo peculiar en la punta que parecía indicar lo contrario. Era como la punta de la nariz de un duendecillo o un elfo, que respinga en medio del bosque, en cada giro del aire, como un capricho o una travesura. Entonces la vuelta no era a la izquierda definitivamente. Tampoco la derecha prometía mucho. Lo estrictamente derecho a veces es demasiado torcido, aunque no lo parezca. Había que intentarlo de otra manera. Una esquina tiene mil posibilidades y todas son muy divertidas. ¿Por qué agotarlas en dos únicas y aburridas maneras? Saltar dando giros, despeinando al sol, por ejemplo, es otra de ellas. El niño lo sabe: hay que pasar por encima de la flecha, nunca por debajo. O montarse en ella, como un destello en un papalote o una sonrisa de oriflama en un navío que surca el mar. Porque la esquina es una realidad demasiado suculenta, con tantas promesas, como para comérsela de un solo bocado. Hay que degustarla lentamente como si fuera un flan o un dulce de leche. El niño, el otro, este o cualquiera, enfrenta la esquina como un reto, como un misterio, como el acertijo que en los sueños siempre se resuelve. Ahí está esa realidad de la esquina y hay que doblar ¡ahora! Pero “ahora”, dicho así, como si estuviéramos frente a un muro de gesto adusto, es una realidad muy inquietante, como si tuvieras un dedo de policía detrás picándote la espalda. Así que se puede optar simplemente por sentarse a observar la flecha, o la esquina, incluyendo a los demás, por supuesto: porque definitivamente, la realidad es una esquina tan prometedora, tan diferente, tan siempre otra cosa, que puede ser doblada por lo menos en veintiún aventuras distintas —o más, nunca se sabe—, tan fascinantes todas ellas como vivir dentro de una espiral o un tiovivo con el amigo favorito. Tropo

Crecimiento, Pablo Almeida.

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En el camión Karinna Maich

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o veía todos los sábados. Arrellanado en el asiento detrás del conductor, con su cabello rubio muy corto, sus ojos rasgados y una semisonrisa en el rostro, Carlitos iba atento al camino. De edad indefinida, la suficiente como para viajar solo desde su casa a la escuela donde asistía, comentaba con el conductor cada curva, cada parada, con una cuidada pronunciación producto de largos esfuerzos. Aquel día, el tráfico, particularmente pesado, tal vez coincidía con alguna festividad; incluso el interior del transporte público, a esas horas casi desierto, ahora estaba poblado. Yo tuve suerte: iba sentada cuando un carro se le cruzó al camión. El frenón hizo que los pasajeros se lanzaran hacia adelante en un inevitable movimiento de látigo. El susto fue colosal. La sorpresiva maniobra enmudeció el camión; los corazones batieron alas. Mientras nos mirábamos, envueltos en esa solidaridad anónima que el transporte público admite solo en esporádicos momentos, un poco para reconocernos sanos y salvos, surgió una voz desde el frente del camión: “¡Ese bobo… qué hizo!”. La voz de Carlitos resonó en todo el pasillo. La frase abrupta, dejó colgado en el aire el sentir de todos. Algunos no pudieron evitar la risa: el niño de ojos rasgados, de lengua prominente gritaba lo que no nos atrevimos a decir. Carlitos fue comentando la imprudencia durante el resto del trayecto. El resto de los pasajeros, enmudecidos, guardamos respetuoso silencio. Tropo

No te hagas pato, León Alva.

De la mano Vanessa Saint Cyr

F

ue en una fiesta de niños, alguien cumplía siete años. Al principio no estaba segura si era niño o niña, tenía el cabello negro y ralo pegado al cráneo y crecido por debajo de las orejas, para mí era una niña, como yo, pero ella no se podía mover, ni hablar, tenía los brazos delgadísimos. Le pregunté a mi prima quién era, no recuerdo qué me respondió. Yo no podía dejar de observarla mientras otros niños se cruzaban entre nosotras. De repente, pusieron luces en blanco y negro, esas que hacen un efecto como si te movieras en cámara lenta o como si fueras un robot. Estábamos fascinados, nos veíamos unos a otros con las bocas abiertas como si soltáramos ruidosas bocanadas de asombro. Ella, aquella niña, se movía trabajosamente en su silla de ruedas, de alegría también, sus ojos desorbitados estaban contagiados de carcajadas. Busqué su mirada, desde lejos no podía mirarme. No recuerdo a algún adulto cerca, aunque seguramente estaban por ahí, lo que recuerdo es cómo le insistí a mi prima para que se acercara a la niña, para que fuera ella quien rompiera esa aproximación que a mí me tenía intrigada y temerosa. Cómo podía acercarme a aquella niña y entender por qué estaba así si ella misma no podía hablar. Quería ir hacia donde estaba y entender, pero tampoco me moví. Me acuerdo tanto de ese día; movimiento, colores, toda una agitada alegría entre dos niñas que no se podían mover. Si alguien hubiera tomado mi mano y llevado hasta ella, entonces sabría su nombre, tal vez habría encontrado su mirada y no habría tardado tantos años en escribir esta historia porque sería otra historia. Tropo

Júbilo, Gabriela Domínguez.

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tertulias

En el mundo de E Mariel Turrent Eggleton

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n la década de los setenta, cuando yo era niña, en mi mundo no existían niños con discapacidad. Nunca vi uno. Me acuerdo que un amigo tenía una hermana “malita”, pero nunca la conocí, era secreto y no se comentaba. Supongo que los escondían porque mi papá cuenta que cuando él era niño había una casa enorme que le daba miedo, decían que tenían escondida a una niña “rara”. Era una especie de casa embrujada y la niña servía de fantasma para avivar la curiosidad de los niños “normales” que, como mi papá, trataban de espiar, provocados por la aventura, sintiendo ese miedo infantil que a esa edad se quiere desafiar. La primera vez que tuve contacto real con un niño con Síndrome de Down, me pareció que Dios me estaba obsequiando algo. Era compañero en la natación de mi hija E. Su mamá estaba orgullosa de él y de sus logros, era simpático, to-

Tener un amigo con una discapacidad es especial, es como una invitación a llevarte bien con toda la gente. Emilia dos lo amaban y él lo sabía. Me sentí feliz de que E conviviera con gente como él y la inscribí en la misma escuela. E ha crecido a su lado y se ha convertido en su amiga. Lo quiere y él la quiere, pero en su mundo, en 2014, él no es un superniño como en mi mente. Tampoco es un secreto escondido, como en la época de mi padre. No, en el mundo de E, los niños discapacitados son muchos y conviven sin distinciones. Ella no les tiene consideraciones especiales, unos le caen mejor que otros, como sucede también con los otros niños (que ya no son “normales” sino buleador, buleado, TDA, hiperactivo, hiperquinético y quién sabe cuántos términos más dignos de un diccionario). Ella los ve como a cualquier otro, sin distinción. Yo los sigo queriendo excepcionales, Hope, Rosalinda Cahill. pero me gusta pensar que la visión del mañana será como la de E, una sociedad que no dé cabida a la exclusión social, aceptando que en el universo no existe un solo ser vivo idéntico al otro, que es una gama infinita de posibilidades que nos enriquece. Tropo


A raíz del fallecimiento de Gabriel García Márquez —ocurrido el 17 de abril pasado— y a fin de sumarse al tributo que se le ha rendido al escritor colombiano, Miguel Meza recupera en el siguiente texto una instantánea anecdótica personal —nutrida de la “memoria del corazón”— sobre un hecho seguramente olvidado hasta ahora en el mundo cultural de Cancún: aquella visita insólita de un García Márquez vacacionista que fue contactado por tres escritores locales, quienes accedieron así, en un momento privilegiado, a una de las grandes figuras literarias de la época.

García Márquez en Cancún: generosidad ante todo Miguel Meza

E

n abril de 1997, durante una visita “vacacional” a Cancún (que en principio debería haber pasado inadvertida), Gabriel García Márquez concedió sostener una charla con Carlos Hurtado, escritor cancunense que se desempeñaba en ese entonces como editor de la sección de Cultura del periódico La Crónica de Cancún (hoy desaparecido). Hurtado, tras enterarse fortuitamente de la presencia del escritor hospedado en un hotel de la Zona Hotelera, había insistido mucho para que se lograra el encuentro. Por eso, no le había resultado difícil aceptar las dos condiciones que le impuso el Nobel colombiano para acceder a la breve charla: que el solicitante no llegara solo sino acompañado de dos escritores locales más, y que no se tomaran fotos. La primera condición fue felizmente cumplida: Hurtado invitó al periodista José Antonio Callejo —que luego fue Jefe de Información de ese mismo diario— y al que esto escribe para platicar

con el autor de Cien años de soledad durante una hora, tiempo que se extendió otra hora más; y que seguramente pudo haberse prolongado (pues estábamos engolosinados con la generosa charla del maestro) si no hubiese sido por Mercedes Barcha —esposa del escritor—, quien dio la señal a su célebre cónyuge para partir. La segunda condición fue sin embargo incumplida, también felizmente para nosotros. Callejo, cámara en ristre y arriesgándose tal vez a un posible malestar de García Márquez, logró al final la autorización de este para varias tomas. Ignoro qué pasó con las otras fotografías, pero una de ellas (donde aparece el de la pluma con el autor de El otoño del patriarca) se publicó un mes después en el periódico arriba mencionado para acompañar una reseña sobre Noticia de un secuestro, la crónica periodística que García Márquez publicó en 1996 sobre uno de los momentos más difíciles del enfrentamiento entre el gobierno colombiano y el cártel de Medellín. Ahora, al buscar ese texto —y otros escritos míos sobre algunas obras de García Márquez (para elegir uno, reproducirlo en Tropo y así unirnos al tributo que se le rinde en el mundo al crea-

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tertulias

Fotografía: José Antonio Callejo.

dor de Crónica de una muerte anunciada)—, me he topado con esa foto (que ahora acompaña a este testimonio) y no he dejado de sorprenderme. No solo porque, honestamente, no la recordaba, sino porque me trajo de pronto a la memoria impresiones que no creí que conservara tan fielmente, y que con el tiempo parecen reinventadas a partir de intuiciones más sutiles. Lo que sé es que son impresiones más emotivas que intelectuales. Y por ello, de alguna manera, mucho más verosímiles. Es cierto que la entrevista se publicó al día siguiente en la primera plana del periódico (y también lo es que La Jornada la reprodujo asimismo en su portada). Pero también es cierto que ahora, al declararme incapaz de recordar exactamente cómo se hilvanó aquella plática, puedo rememorar en verdad lo que siempre retuve en la otra memoria (“la memoria del corazón”, diría el propio García Márquez), aquella sensación del escritor como persona, su notable sencillez, su generosidad, su bonhomía. Recuerdo especialmente aquel momento en que centró su interés en nosotros, en nuestro trabajo literario, en nuestra vocación: Gabriel García Márquez parecía entrevistarnos —a escritores provincianos de ilustre medianía afincados en una ciudad turística recién creada— y nos tomaba tan en serio, se comportaba con una simplicidad tan camarada, que hizo que nos olvidáramos por un momento de que estábamos ante uno de los clásicos hispanoamericanos contemporáneos. Ya desde antes yo había tenido que corregir la imagen que llevaba del autor. Como había trasladado a la realidad la idea de grandeza de su literatura, esperaba encontrarme a un hombre físicamente mucho más alto. Y cuando apareció en el vestíbulo del hotel un hombre más bajo —en comparación con mi proyección admirativa—, tuve que corregir el enfoque.

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Incluso tuve que redefinir mi tópico de escritor (sea cual fuere este), pues los calores del Caribe y el plan de asueto habían impuesto al Nobel colombiano la vestimenta propia de la zona: bermudas blancas, chancletas de playa y en la muñeca el brazalete distintivo de los huéspedes, que les permite el acceso a todas las áreas. Así, vi encaminarse hacia nosotros a una especie de abuelo bonachón de aspecto amable e inofensivo a punto de disfrutar de unas bien merecidas vacaciones. Ambos detalles — altura y vestimenta—, no sé por qué, me hicieron sentir menos abrumado ante uno de los verdaderamente grandes, ante uno de los pocos autores auténticamente geniales de la literatura de nuestro tiempo. Pero más allá de la instantánea anecdótica referida —que solo tiene valor para mí, por el íntimo privilegio que representa para el propio diario personal—, lo realmente importante de mi contacto con García Márquez es la otra historia. La historia del lector que soy gracias al contacto directo con sus libros. La lectura y relectura de su obra —cuya secreta y sabia artesanía he tratado de transmitir en mis talleres de análisis literario— han generado un vínculo especial con el escritor, un vínculo casi diríamos familiar, como vasos comunicantes entrañables, incluso como los de la cercanía física. Por eso el desasosiego. Por eso la sensación de indefinible orfandad al conocer la noticia de la muerte de García Márquez (solo comparable a aquella otra que me invadió al enterarme de la de Juan Rulfo, ese otro gigante), como si el mundo se hubiese empequeñecido de pronto. Y como si no supiera que la vida verdadera de un escritor de esta envergadura se encuentra en su obra inmortal, en las palabras que nos han enriquecido y convertido en mejores personas. Tropo


Crónicas de Ambarluna Lorena Careaga Viliesid

-P

ermítame citar a Pufendorf —me dijo muy serio el bibliotecario referencista aquella tarde estival en la que el cielo marsellés amenazaba borrasca—. En su Introducción a la Historia General y Política del Universo, Amsterdam, 1743, Pufendorf habla en términos inusuales pero inequívocos acerca de las propiedades oníricas del ambarluna… Yo no le respondí. Me limité a mirar los añejos tomos que él iba apilando sobre el mostrador, mientras salpicaba su discurso aquí y allá de oscuras citas y latinajos. Parecía haberle entusiasmado el tema de mi búsqueda bibliográfica. Entraba y salía de aquellos pasillos repletos de libros y por momentos su voz lejana se confundía con otros ecos extraños. —… el Libro de Curiosidades de la Ciencia y Maravillas a los Ojos, usted sabe, resguardado en las galerías concéntricas de la Torre de los Cinco Órdenes de la Bodleiana… contiene más referencias que ninguna otra obra literaria o científica acerca del ambarluna… Le dije que era una grata sorpresa encontrar a alguien tan versado en cuestiones ambarlunares, y enseguida me contestó, bastante ufano: “Sucede que mi tesis doctoral versa en parte sobre Argo Navis…” Recordé —y así se lo hice saber— que, desde la antigüedad, el ambarluna se identificaba con esa mega constelación de 45 estrellas divididas en cuatro esferas herméticas. —Así es —respondió con rapidez, mientras hojeaba un tomo destartalado que traía en las manos—. Carina, indistintamente quilla y proa que, como el principio masculino, viril, activo y solar, avanza, penetra el oleaje, mantiene la estabilidad de la nave y restablece el equilibrio; Puppis, la popa, contraparte femenina flexible, fértil, oscura, acuática, que acoge intuiciones e interpreta sueños transmutándolos en vaticinios y revelaciones; Vela, receptáculo del ímpetu de los vientos, se insufla de potencia, nervio y voluntad, y garantiza el movimiento; y Pyxis, la brújula que señala dirección, sentido, derrotero y trayectoria… La biblioteca, que ocupaba una vieja casona de piedra en las faldas de Notre-Dame de la Garde, olía a papel viejo y a estantería

de sicomoro, la madera incorruptible que los egipcios utilizaban para guardar a sus momias. Yo olía a ambarluna y el bibliotecario, que parecía no distraerse con nada que no fueran sus libros, detuvo su deambular, se fijó en el dije que colgaba de mi pecho y no pudo abstenerse de hacer referencia a su fulgor tornasolado. —Imagino que usted ha experimentado su efecto apotropaico —añadió señalando el dije. Y como yo, en lo que se refiere al ambarluna, trato siempre de hacer mi tarea, le pude responder que sí, que tal era normalmente lo que se esperaría de un talismán cuyo objetivo, entre otros muchos, era atraer la buena suerte y asegurar la protección de su dueña. —Yo en lo personal —continuó el bibliotecario— prefiero el Udyat, completo en sí mismo y cuyas propiedades mágicas, purificadoras y sanadoras me dan cierta resistencia a los efluvios de este lugar… No pregunté, pero entendí que se refería a la biblioteca por el gesto de sus brazos, que abarcó el espacio circundante de libros, pilas de documentos y rollos de papiro y pergamino. —El Ojo de Horus es un símbolo solar que encarna el orden, lo imperturbado, el estado perfecto, la estabilidad cósmica —afirmó él con inusitado entusiasmo. No quise contradecir su preferencia, pero comenté que el ambarluna abraza, en cambio, la flexibilidad de la vida, el vaivén de la naturaleza, la luz y la sombra de las emociones, el sortilegio de la sensualidad… —Madame —me espetó, mirándome por encima de sus pequeños anteojos— quizá deberíamos comparar notas acerca de nuestras aparentemente contradictorias y sin embargo complementarias inclinaciones… No dije que no y me limité a sonreír. El ambarluna, entonces, restalló en brillos perfumados. Tropo

Lorena Careaga Viliesid es antropóloga e historiadora. Su vida académica ha girado en torno a la historia de Quintana Roo, del Yucatán decimonónico y de la Guerra de Castas. Actualmente, funge como jefa de la Biblioteca Antonio Enríquez Savignac de la Universidad del Caribe en Cancún. Ha escrito numerosos libros, ensayos y artículos en revistas especializadas, tanto de México como del extranjero.

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tertulias

Amenazas de la inequidad social

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Marcos Constandse Madrazo

n viaje alrededor del mundo en la comodidad de un crucero es una experiencia única. La secuencia de cambio de países por día permite analizar cada vivencia con calma. Tener como base el navío que lo traslada a uno, evita reacomodos de maletas, movimiento de aeropuertos, incomodidades de aduanas, y llegadas y salidas de hotel. Así, a un ritmo veloz, se recorren muchos países. Este tipo de viaje me ha permitido reflexionar sobre otro tipo de realidades. Me ha confirmado, por ejemplo, que la clasificación del mundo según su riqueza (en primero, segundo y tercero) es muy arbitraria. En realidad, no se puede decir que México y África pertenezcan al tercer mundo, pues entre estos países ya existen inmensas diferencias. De acuerdo con este criterio, sería mucho más lógico clasificar seis categorías del mundo, por ejemplo, en relación con el ingreso per cápita (IPC). Clasificación 1er Mundo

Ingreso $ 3000 usd

IPC al mes $ 100 usd diarios

2do Mundo 3er Mundo 4to Mundo 5to Mundo 6to Mundo

$ 2400 usd $ 1800 usd $ 1200 usd $ 600 usd $ 300 usd

$ 80 usd diarios $ 60 usd diarios $ 40 usd diarios $ 20 usd diarios de $ 10 a $ 1 usd día.

En el libro Capital del Siglo XXI, de Thomas Piketty (muy comentado en la prensa en estos momentos), se demuestra con pruebas estadísticas y teorías económicas, que desde que se estableció la política del liberalismo económico la inmensa riqueza que el mundo ha generado no se ha repartido en forma proporcional. Esta riqueza se distribuye de la siguiente manera: 1% de la población acapara 30% de

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la riqueza mundial; 9% acapara 20% de dicha riqueza; y 90%, el 50%. Son las elites privilegiadas del mundo, las que han sido receptoras de la riqueza generada, y estamos viviendo en una era en que hay personas ganando 1 millón de dólares al día y una gran cantidad de personas ganando 1 dólar al día. En los viajes, uno puede ser testigo de esas diferencias. Puede uno pasear por las calles de Tokio o Singapur y días después en las de Ghana o Ruanda y presenciar palacios privados y casas de varitas y paja con suelo de tierra en poco tiempo. Cualquiera puede comentar que eso ha ocurrido en todos los tiempos. Sin embargo, podemos matizar: pero no todos los tiempos son iguales. Piketty tiene razón cuando dice que la riqueza tan mal repartida con personas cada vez mejor informadas genera inconformidades masivas, con tendencia a desestabilizar política y económica a los países, pues estas diferencias se manifiestan con mayor o menor intensidad en todos los países del mundo. Pero el mundo de hoy es un mundo súper comunicado y con un ritmo de desarrollo de consciencia mucho más acelerado. Las rebeliones de los países árabes son ya una clara manifestación de estos fenómenos, al igual que las manifestaciones de las clases medias europeas. México está en un proceso de reformas. Ojalá que estas nos permitan acortar esa brecha entre la riqueza y la pobreza. Nuestros gobernantes deben comprender que la mejor lucha contra la pobreza es aquella que genera trabajo, que genera riqueza, que —correctamente aplicada, sin corrupción— genera bienestar compartido. Viajar permite testimoniar las diferencias en costumbres y formas de vida, y debe servir para desarrollar nuestra propia conciencia del país en el que vivimos y de los pasos que debemos de dar para vivir en una sociedad más participativa y justa. tropo Marcos Constandse Madrazo. Empresario cancunense y promotor cultural. Autor de los libros Yo soy nosotros (Diana, Premio Industria Editorial a ensayo filosófico, 2002) y Ecología y espiritualidad (Diana, 2003).

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Pakoo Castillejos 62


Pakoo Castillejos. Estudió Fotografía en Kodak en la Ciudad de Mexico, Diplomado de Fotografía en Puebla, cursos de Fotoperiodismo con Arturo Andrade Barrón y Enrique VillaSeñor. Ha realizado una exposición individual llamada “Destinos”, y participado en diversas exposiciones colectivas, siendo la más reciente la del Colectivo f/22 en Cancún.

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