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Una Tierna y Hermosa Flor

Una Tierna y Hermosa Flor

Hubo una hermosa doncella que por sus encantos cautivaba a todos quienes la veían. Aparte de su belleza natural donde resaltaban sus grandes ojos verdes, cual los reflejos de las plantaciones de tiernas gramíneas, el fulgurante brillo dorado de su cabellera, su talle cimbreante y delicado como el esbelto trigo tierno, las perlas de su boca que se mostraban con su franca, atrayente y alegre sonrisa, en fin, muchísimos dones de la pródiga naturaleza, relievaba, por sobre todo, su carácter amistoso con no pocas muestras de generosidad, sencillez, humildad, condescendencia, imponderable simpatía y una incansable actitud hacia el trabajo y el orden de las cosas. Sus orígenes se remontan a un árbol genealógico de nobleza y dignidad siendo sus antepasados poseedores de cuantiosos bienes, cuyos beneficios satisfacían su alegre ritmo de vida, sin exageraciones ni demostraciones de preponderancia vana.

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De niña a mujer fue el paso de mayor trascendencia, puesto que, habiendo sido el encanto familiar, pasó a ser la fascinación del mundo entero.

Esta flor, nacida en hermosos jardines, causó, por sus gracias, sin quererlo, verdaderos quebraderos de cabeza, ya que codiciosos pretendientes hacían viajes desde lejanos pueblos para ofrecerle su amistad y, algunos más atrevidos, directamente para solicitarla en matrimonio, muchos de ellos a cambio de ingentes tesoros y hasta de la entrega de cierto número de camellos, caballos, vacas, o lo que sea de su pertenencia.

Sin embargo ella, al no ser como las otras jovencitas, casquivanas y alocadas que se abalanzan ciegas en pos de sus ilusiones, sin atenerse a las consecuencias, ni meditar serenamente sobre aspectos de conveniencia y seguridad, creyó no estar madura todavía para tomar partido matrimonial, cualesquiera que sean sus pretendientes, solicitándoles amablemente postergar sus propósitos conyugales en pro de

formalizar una carrera profesional que creía de mucha importancia para su vida, ya que su devoción estaba situada en torno a la formación infantil para mejorar las cualidades de sus conciudadanos, que en ese tiempo, carecían de normas de conducta personal, trato humano y cortesía, en suma, su ética y moral distaban de lo socialmente necesario.

Las desazones de los pretendientes se multiplicaron y se hicieron casi imposible solucionarlas. Príncipes, nobles, profesionales, propietarios de tierras, empresarios, banqueros, y más, sin contar la presencia de algunos pobres y desprotegidos por la fortuna que pugnaban por lograr su atención. A tal extremo llegó la asiduidad de estos que, como un medio para hacer notoria su presencia o para reclamar sus derechos, cometieron hasta felonías y se vieron inmersos en innumerables trances de contiendas en los que unos y otros quedaron como perdedores, ya que la hermosa dama se mostraba fiel a sus principios y seguía sin tranzar su decisión de no ceder a tanto postulante, cuya larga lista iba desde los caballeros más hermosos a los más feos rufianes.

Hubo en este enfrascamiento, casos de difícil desenredo ya que, como en todo, tal como se ha visto en la realidad, esta caterva de solicitantes no era procedente de una capa social uniforme, y se podía contar entre ellos, además de gente honrada,

trabajadora, respetable y digna, a estruchantes, maleantes, asesinos, cuenteros y en general, gente de fechoría, que empezaron a cometer algunos delitos en las cercanías del hogar de la bella. Desafueros y hasta crímenes de varias características se multiplicaron en la zona por lo que, a pesar de los esfuerzos que hicieron los responsables de la ley, el orden y la paz ciudadana, éstos sucesos desbordaron la armonía regional y las posibilidades de solución fueron vanas, degenerando en mayores problemas, ya que, a causa de maliciosas interpretaciones de gentes egoístas y envidiosas, o por acción de despechados pretendientes, o por efecto de reclamos de los afectados por la delincuencia, pronto se levantó el dedo acusador de la sociedad y sin mayores miramientos se dirigió hacia la preciosa joven, quien, inocentemente, había continuado con su rutinaria existencia.