REGLA DE TRES

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REGLA DE TRES

Por Jaime Cer贸n Curador y Cr铆tico de arte enero de 2010


Dentro de las matemáticas, la expresión “regla de tres”, se entiende como un camino para resolver problemas que tienen que ver con la identificación de un término ausente, con la ayuda de algunos términos conocidos. Cuando se emplea esta frase como el título de un proyecto artístico, y más específicamente de un proyecto de pintura, parece que se intentara movilizar la idea de que los aspectos que conocemos de ella podrían ayudarnos a encontrar las dimensiones que ignoramos. Traduciendo esta idea, a los debates más característicos en torno a los sistemas de valoración de las prácticas artísticas, podríamos decir que el transfondo institucional de la pintura, podría funcionar como el camino para llegar a identificar los supuestos que se emplean para hacerla legítima en términos culturales e ideológicos.

Para hacer más inteligible la manera en que el proyecto Regla de tres de Saúl Sánchez interroga los sistemas de valoración y significación de la pintura, es necesario detenerse a revisar los principios y características que lo determinan. El proyecto consiste en la ubicación de un gran rollo de tela pintada sobre una mesa, dejando ver solo el reverso carente de pintura y el cual se propone segmentar en retazos de unas dimensiones concretas, para ser vendidas a quienes estén interesados en llevarlos consigo. La galería en donde se presenta el proyecto se mantiene vacía, señalando por añadidura que el punto de inflexión de lo que exhibe; es el preciso acto, -que pocas veces se propone como detonante

de sentido artístico- del intercambio comercial implícito en la función de tal tipo de espacios.

En primer lugar, se sitúan en un nivel más cercano los distintos públicos que se acercan a una galería, cuyas motivaciones podrían ser heterogéneas. A las galerías de arte, los coleccionistas van movidos por unos intereses distintos a los curadores, críticos, artistas, periodistas y espectadores. Sin embargo en este proyecto todos ellos son testigos de un tipo de acción que habitualmente se mueve al margen del escrutinio público. En Regla de tres, se propone identificar el contexto expositivo con el sistema de intercambio económico que aunque legítimo en la dimensión institucional del arte que se denomina mercado, puede resultar inquietante dentro de la función de apropiación cultural que le otorga su valoración histórica.

Sin embargo con este giro de tuerca, no solo emergen preguntas sobre la dimensión institucional del mercado, sino también sobre la “naturalización” de la exhibición como actividad inherente a las prácticas artísticas después de la modernidad. Pensar que el arte se debe exhibir, porque esa es su “naturaleza”, implica desconocer que esa idea es simplemente una representación sobre lo se entiende por arte, que tiene una serie de orígenes históricos y culturales precisos y que coexiste junto a otras concepciones culturales que plantean otros supuestos. La exhibición es un transfondo institucional sobre el que se


pueden proponer importantes cuestionamientos, porque si bien actualmente parece haber unos acuerdos en torno a una necesaria inscripción pública de las prácticas artísticas (para que se puedan llamar de esta manera), no se puede pensar que esto solo ocurra cuando el arte es exhibido.

El hecho de no dejar ver la imagen y de comercializarla por segmentos de acuerdo a unas dimensiones dadas, hacer notar un alejamiento de los criterios históricoartísticos, que se han usado para valorar el arte a partir de la experiencia de la imagen, -entendida como original-, para hacer notar las convenciones sociales que enmarcan y definen “a priori” el valor de cambio de las obras, de manera serial. El gran drama que nos lego el modernismo es esa imposible coincidencia entre las distintas expectativas que se proyectan sobre una obra desde las distintas instancias del campo social y que se manifiesta en la desgastada idea de que la noción de arte gravita a medio camino entre lo que proponen los “creadores” y lo que validan las instituciones artísticas.

Si bien la mayor parte de los proyectos artísticos no solo no adquiere sentido, sino que habitualmente pierde algo de él dentro del proceso de intercambio comercial, el proyecto Regla de tres, solo es significativo en la medida en que algo de ese intercambio se produzca. Sin embargo, las razones que orientarían el coleccionismo de un fragmento del proyecto, se anclan fundamentalmente en un ejercicio reflexivo acerca de las propias fantasías que motivan habitualmente el

deseo de coleccionar. Al decir de Walter Benjamin, el acto de coleccionar encierra una paradoja. Por un lado los objetos coleccionados adquieren sentido cuando se usan como sustitutos del valor económico que representan, pero por otro lado coleccionar también llega a implicar la liberación de las cosas de su utilidad material o pragmática. Participar de la provocación que plantea Saúl Sánchez puede implicar que quien se lleve consigo un fragmento, tenga que decidir si vale la pena desenrollarlo, o si tenga sentido enmarcarlo, o si lo mejor sea simplemente continuar fantaseando con lo que podría del otro lado de ese rollo de tela en blanco.


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