Cómo nos toca la guerra. Crónicas. No. 14

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PRESENTACIÓN

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sta nueva compilación de crónicas -la número 14nos aporta quince testimonios recogidos de manera cuidadosa, entre los muchos o pocos recuerdos que cada estudiante guarda en su memoria, quizá con la etiqueta del dolor, del miedo y la angustia. Encuentro dos énfasis en los relatos. Uno, que da cuenta de su experiencia propia en una perspectiva temporal diversa, que va desde la violencia bipartidista de mediados del siglo XX y las decisiones que tomaron abuelos y padres, hasta momentos más recientes que recrean episodios de la vida laboral, cuyo ejercicio ha estado en lugares y comunidades expuestas y afectadas por la guerra. El segundo, reconstruye experiencias de otras personas, algunas muy próximas, otras menos, pero todas reconocidas por dejar una huella importante en sus vidas, en virtud de su tesón y de sus apuestas por la vida local por encima del miedo y la desesperanza. Buena parte de las crónicas está atravesada por historias migratorias que marcan hitos en la vida cotidiana, giros sustanciales, tiempos narrativos que conectan afectos, paisajes, emociones, nuevas relaciones, otros dilemas.

La dinámica migratoria se mantiene también en una perspectiva internacional en dos crónicas contadas desde estudiantes oriundos de México y Alemania Oriental. La primera explora semejanzas en las dinámicas de la guerra reconocida en Colombia y aún negada en México. La segunda, reconstruye generosamente detalles de la vida cotidiana de la Alemania socialista de la postguerra, con muchas dificultades materiales pero con enormes riquezas de solidaridad y reciprocidad. Insertas en el intervalo temporal -entre pasado y futuro- todas las crónicas revisitan desde el fugaz ahora episodios que, al ser narrados, le dan sentido y lugar a la experiencia en sus historias biográficas y también en la historia social. Muchos episodios se cierran con la convicción de haber escapado del peligro de la guerra en sus varias manifestaciones y con una mirada optimista. Sin duda, buena parte de nuestras vidas ha estado de manera diversa, directa e indirectamente, evitando que la guerra nos toque, escapando de sus garras y desafiando su brutal imposición sobre nuestras pequeñas y grandes decisiones. Gracias a cada uno de los estudiantes por este esfuerzo genuino de dar testimonio. Flor Edilma Osorio Pérez Mayo de 2014


Dise帽o y Diagramaci贸n: Amanda Orjuela


CRÓNICAS

DESDE QUE NACÍ NO HE CONOCIDO UN DÍA SIN GUERRA EN ESTE PAÍS

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esde antes de nacer ya venían ocurriendo hechos que pronosticaban un panorama difícil. Ya en la época conocida como “la violencia” mis abuelos maternos fueron expulsados de manera violenta de su finca en el Valle del Cauca por los llamados pájaros; ante este hecho se vieron obligados a desplazarse al departamento del Quindío con la esperanza de encontrar la paz que habían perdido. En este departamento nací a principios de la década de los ochenta en un pueblo cafetero en el que la calma se vio interrumpida por las incursiones armadas del M19 y luego de las FARC; entre el miedo y la zozobra la decisión fue migrar en busca de seguridad en el departamento de Cundinamarca.

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Transcurrieron los años en calma y en relativa seguridad, aparentemente alejados del miedo generado por las incursiones armadas y, desconociendo lo que sucedía en las campos y ciudades del país e ignorando que en el municipio en el que vivía operaba la llamada Mano Negra. Al margen de estos hechos empezó la vida universitaria y con ella la apertura a nuevas ideas, propuestas de cambio y sueños de un país diferente. Empecé mi vida en el activismo estudiantil y con él regresó el miedo, comenzaron los señalamientos y las amenazas que me llevaron a separarme del movimiento estudiantil. El hecho determinante que llevó casi a desaparecer el movimiento estudiantil fue el asesinato de dos estudiantes en una de las sedes de la universidad. Luego de graduarme mi compromiso fue con las comunidades rurales. Así que partí para el departamento de Bolívar a trabajar con una asociación de campesinos. Firmé contrato en Bogotá y así me dispuse a viajar. Coordinamos la cita en el terminal

de transportes y cuál sería mi sorpresa que para mi viaje iba acompañado por un italiano, un inglés y una galesa pues las condiciones de seguridad en la zona eran precarias para quienes trabajaban con organizaciones campesinas. Eran los días de la seguridad democrática ¡vaya paradoja! Instalado en el municipio, el miedo era la constante. El pueblo estaba controlado por un grupo paramilitar y, en esos casos, toda persona nueva es sospechosa. Empezaron los seguimientos, las averiguaciones sobre quién era, en qué trabajaba, de dónde venía, para dónde iba. En estos casos el mejor antídoto es rodearse de las comunidades, no andar solo, no salir en las noches, como se dice comúnmente no dar papaya. El miedo se fue disipando. Ya era reconocido en el pueblo y muchas personas sabían quién era y podían dar referencias mías en caso de algún inconveniente. El miedo en el casco urbano se disipaba, se escondía; pero de un momento a otro regresaba cuando el pueblo parecía presentir que algo iba a ocurrir y efectivamente ocurría en forma de uno o dos muertos en la noche. Con este panorama no se sabía qué era mejor, si estar en el pueblo o en la casa de algún campesino en alguna de las veredas que visitaba. En el campo los causantes del miedo eran otros, ya no eran los paramilitares, sino el ejército; ese que supuestamente debía protegernos, acechaba bajo el nombre de lo que denominarían los falsos positivos. Ir a campo era una lotería donde el premio era llegar sin contratiempo al destino, sin que el ejército le retuviera a uno una hora hasta esculcarle el alma y tuvieran certeza que uno no fuera un colaborador, o tener que esperar en algún lugar del camino a que pasaran los combates, el ametrallamiento, la bombas, el miedo. O, simplemente, tener la esperanza de que el camino que uno iba transitando no estuviera minado.


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Se llegó el día que uno no espera. Nos llegó la noticia del asesinato, por parte del ejército, de uno de los miembros de la asociación campesina. Argumentó el ejercito que fue dado de baja en combate, que era un guerrillero. Los años mostraron que fue otro número más de los falsos positivos, que lo mataron con un tiro de gracia estando amarrado, que primero lo torturaron y luego lo asesinaron. La razón según los mismos archivos de inteligencia militar era que el líder se oponía a la entrada de una multinacional a la zona. Por eso lo sindicaron como guerrillero. Los golpes contra la organización social no se detenían, querían más y fueron por otro miembro de la asociación campesina. Llegaron con una orden de captura en contra del presidente, se lo llevaron en medio de una fuerte discusión en la oficina, lo único que pude hacer fue correr a buscar al abogado, pero ya era tarde. Se lo llevaban en un helicóptero rumbo a la capital para ser presentado como un cabecilla más de la guerrilla. De nuevo, el tiempo dio la razón; tres meses después salió libre y se reveló el montaje al cual fue sometido. El proceso penal estaba pegado con babas. El miedo de nuevo retornó, nos enfrentábamos a una situación difícil, no sabía qué hacer, si regresar a Bogotá o quedarme con los campesinos. Con todo el susto del mundo me la jugué para estar con los campesinos. Decidí superar el miedo, lo afronte y no permití que la guerra ni la violencia decidiera por mí.

LA VIOLENCIA: UN TEMA CENSURADO

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finales de los años setenta, la aprobación del Estatuto de Seguridad aumentó el régimen represivo que se venía presentando y con esto la persecución a los jóvenes universitarios políticamente activos. Fue la primera vez que mi papá se sintió en riesgo así que, aún sin haber obtenido el título profesional, se presentó en un concurso docente en una universidad en Boyacá, en donde el destino lo reunió con mi mamá. Boyacá resultó ser un escenario complejo, interesante y muy poco explorado: un espacio ideal para poner en práctica todo lo aprendido en su carrera de sociología. Sus intereses se fueron perfilando hacia el tema de la violencia. Al buscar un objeto de estudio en la región, encontró que las esmeraldas constituían un nicho de violencia incesante, endémica y que estaba relacionada con la conformación de pequeñas pero poderosas mafias. Entonces se dedicó a indagar por las guerras de las esmeraldas en el Occidente del departamento y a través de prácticas de campo con los estudiantes llegó a Muzo, la capital mundial de la esmeralda. En los ochenta, hablar de las esmeraldas equivalía a lo que es hablar del narcotráfico en la actualidad: ambas son intrincadas redes de poder, violencia, dinero y mucha avaricia. Por influencia de él, mi mamá también estudió sociología en Bogotá. Juntos se propusieron Pedro Ruíz

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CRÓNICAS

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entender los orígenes de la violencia en Boyacá a través del estudio de las guerras chulavitas de los años treinta y de la incidencia de los sermones religiosos en estos brotes de violencia. El abordaje del tema desde la academia siempre había sido perseguido, y sin embargo se había logrado consolidar un grupo de estudiosos que -como ellos- estaban interesados en debatir los hallazgos de sus investigaciones en torno a las diferentes manifestaciones de violencia a lo largo y ancho del país.

detener las investigaciones e impedir que sus hallazgos fueran divulgados. Se propuso un panel sobre el reciente y trágico evento del Palacio de Justicia, en el que se pondrían en evidencia, entre otras cosas, las Operaciones Militares para exterminar al M-19 y las dinámicas paramilitares del MAS (Muerte a Secuestradores), todos temas de suprema delicadeza para el Ejercito. El evento se llevó a cabo con la participación de los ponentes e incluso con la de algunos militares encubiertos, interesados en conocer a los académicos que osaban abordar estos temas.

Con el apoyo del Centro Gaitán, mi papá y sus colegas tuvieron la valiosa iniciativa de organizar el I Simposio sobre la Violencia en Colombia, en 1982. El evento congregó a consolidados académicos nacionales e internacionales como Eduardo Umaña Luna, Pierre Gilhodes y Jacques Aprile Gniset y a jóvenes que apenas iniciaban su vida investigativa como Mario Aguilera y Alonso Salazar, todos comprometidos especialmente con el estudio del fenómeno de la violencia política en el país.

Un par de años después, siendo yo una bebé de pocos meses, él empezó a trabajar en el Plan Nacional de Rehabilitación –PNR– del Occidente de Boyacá. Empezaron entonces a aparecer una serie de grafitis por la ciudad dirigidos a los profesores: “los guerrilleros están en la universidad” “¡Mate un guerrillero!”. Los grafitis, aunque perturbadores, no lo aludían directamente. Sin embargo, a ellos les siguieron una serie de llamadas y de faxes en los que –con palabras desobligantes y agresivas- le advertían que debía irse o lo matarían por guerrillero-comunista. Las amenazas se volvieron cada vez más constantes y el temor se apoderó de él. Los que no han estado amenazados simplemente no pueden entender el poder que tiene una amenaza para quebrantar la tranquilidad diaria: significa sentir que cada momento es el último, que en cualquier esquina puede estar su verdugo o que éste se transporta en cualquiera de las motos que se escuchan.

Cada cuatro años se pusieron cita estos científicos sociales para discutir nuevas hipótesis y propuestas de estudio. En 1986, la celebración del II Simposio contribuyó a consolidar el campo de la violentología, gracias a un titular de El Espectador que hablaba de una “reunión de violentólogos en Chiquinquirá”. Muchos de estos académicos rechazaron el epíteto de “nueva ciencia”, arguyendo que eran un grupo de investigadores conformado por antropólogos, sociólogos, politólogos, abogados e historiadores, entre otros, cuyo objeto de estudio era la sociedad colombiana, no la violencia como tal y que ésta no era un sujeto, sino una forma humana de relacionarse. Para el II Simposio ya se evidenciaba el malestar que generaban estos estudios en los ámbitos estatales y militares, malestar que se traducía en advertencias y amenazas anónimas para

Parte del proceso de aceptar que su vida corría peligro implicó contarle a mi mamá la situación. Antes se asesoró con colegas que habían pasado por situaciones similares, para quienes la única solución era salir del país sólo, por lo menos una temporada. Nunca esperó una reacción como la que tuvo al recibir la noticia: convencida de que su suerte sería similar a la de muchas personas que venían siendo selectivamente


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asesinadas, ella le pidió que tuvieran su segundo hijo. Y así fue como llegó mi hermana al mundo: producto de las amenazas contra la vida de él. En medio de esta tensión tuvo lugar el III Simposio Sobre la Violencia. Para este momento las intimidaciones ya habían surtido parte del efecto que buscaban: el de 1990 fue el último y más tenso congreso que se realizó. Mientras el temor llevó a algunos a abandonar por completo estos temas, otros investigadores continuaron con perfil bajo sus investigaciones; Sin embargo, en lo que definitivamente incidió fue en la difusión de sus hallazgos. Convencido de que las amenazas estaban relacionadas con el occidente de Boyacá, mi papá logró ser trasladado de sede y, aunque continuó en la región, las amenazas cesaron, así como también cesaron las investigaciones sobre la zona esmeraldera y la discusión pública de sus investigaciones. Recuerdo ese temor inconsciente de que a ellos les pasara algo. Aunque nunca nos involucraron en la situación, creo que tanto mi hermana como yo percibimos el riesgo, toda nuestra infancia. Me pregunto qué habrá implicado en ella el haber sido concebida en aquellas circunstancias. Por mi parte, la época que recuerdo con más claridad fue la oleada de asesinatos y atentados de los que fueron víctima varios colegas y amigos de ellos a finales de los noventa. En esa oportunidad desaparecieron a Darío, asesinaron a Jesús Antonio y atentaron contra Eduardo, nombres y rostros familiares para nuestra familia. Siempre existió la zozobra de saber quién sería el siguiente; sin embargo, todo esto me enseñó a valorar a ese grupo de personajes que a pesar de la represión asumieron la tarea de pensar la violencia en este país, al tiempo que conocí la

admirable fortaleza de mis padres para decir “hasta pronto” o “hasta siempre” a sus amigos. Sin duda, el legado que estos investigadores nos dejan, como muchas veces me lo ha dicho él, será fundamental para las generaciones que asuman –y quisiera decir asumamos– la reconstrucción de Colombia cuando se dé fin a esta guerra, una guerra que no es de nadie pero que nos toca a todos.

ESTE BELLO PAÍS DEL TRÓPICO Sábado, 31 de diciembre de 1994. Yo tenía 22 años, un esposo de 23 y una hija de dos. Una flota nos llevó desde Bogotá a casa de mis padres para, como cada año, celebrar las fiestas decembrinas en compañía de mis cinco hermanos, tres cuñados, tres sobrinos, la abuela, varios tíos, primos y algún vecino sin familia. Eran, más o menos, las cuatro de la tarde cuando llegamos a la casa, en un pueblo de Cundinamarca, Colombia. La puerta estaba abierta. Por fortuna no fue necesario tocar el timbre, una chicharra capaz de despertar a todos los vecinos de la cuadra y las aledañas. Subimos la escalera de 16 pasos que olía a limón, estaba recién lavada. Encontré en el comedor a mis dos hermanas mayores. Noté que hacían un esfuerzo por parecer normales. Las saludé. Busqué a mi mamá en la cocina y vi esa mirada, que ya había visto unas cuantas veces antes, me negué a indagar la razón, pero atiné a preguntar por mi papá; ella, solo dijo: «se fue a hacer una vuelta al centro». Supe inmediatamente que algo pasaba y casi que lo adivinaba, pero no quería confirmarlo. Creo que empecé a hacer el mismo esfuerzo de mis hermanas por parecer normal. Era esa primera etapa del duelo: la negación. Ese querer creer que nada pasa, como el único recurso… me fui para mi cuarto a deshacer la

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maleta cuando sucedió lo que más temía: mi mamá entró y cerró la puerta tras ella, ¡Dios mío! Había llegado el momento, me tomó de la mano y me dijo: «a su papá se lo llevó la guerrilla esta mañana». Esas palabras eran insoportables, no cabían en mi cabeza, no podía digerirlas, cada una era una puñalada en el alma, considerando que es mi papá uno de los seres humanos que más amo.

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Sentí tanto miedo, pero no era un miedo común, como ese que siento cuando me acerco a una montaña rusa; era uno más terrible, el de la incertidumbre, el de la impotencia… Las lágrimas inundaron cada segundo, brotaban con la misma angustia y afán que sentía en el corazón y en cada poro de la piel. Se me acababa el aire. Mientras escuchaba a mi mamá, me recostaba en la cama, despacio, como en una especie de desmayo sin perder la conciencia, fue como caer en un agujero negro en el que solo cabía mi cuerpo. No pregunté detalles, ¿qué más daban? La realidad era una: 31 de diciembre y mi papá no estaba. Era la cuarta vez que “los muchachos” lo “invitaban” al monte y siempre había vuelto el mismo día, más triste, más anciano, más decepcionado, más asustado, pero el mismo día; yo rezaba para que esa vez no fuera diferente. Me paré en la ventana de su cuarto a esperarlo, veía hacia la montaña y rezaba, rezaba mucho… Llegó la noche y la angustia también era más oscura, mis hermanas y yo compartíamos el mismo sentimiento; mis hermanos no estaban, se habían ido a buscarlo… ¿a dónde?, ni ellos mismos lo sabían. De repente, como a las ocho de la noche, vi la silueta de mi padre, con sus 56 años, aparecer en la esquina, había perdido

los ángulos de sus hombros, parecía que la ropa colgaba de su cuerpo, habían pasado un poco más de 12 horas pero parecía cargar con el trajín de una vida entera. Simplemente subió la escalera y dijo: “quieren 25 millones”. No olvido la tierra gredosa que traía en los pantalones y el olor a campo que impregnaba su ropa; sus ojos vidriosos y el pelo despeinado. Tenía una manchita de sangre de una pequeña herida que alguna rama le había causado en su mejilla y las rodillas marcadas de un par de veces que había perdido el equilibrio. Se sentó en el comedor, mi mamá le trajo comida, yo puse música y no se habló sobre el tema… hasta ahora, cuando debo escribir una crónica sobre la forma como me tocó esta guerra solapada, corrupta, desigual y absurda (como todas…). ­Papito, tengo que hacer una tarea para la Universidad y necesito que me conceda una entrevista -le dije. Lo pensé mucho antes de proponérselo, no quería revivir ni un sólo segundo de aquellos episodios tan amargos, pero no conocía suficientes detalles


¿Cómo nos toca la guerra? No. 14 Rafael Zabaleta, “Familia Campesina”

para valerme únicamente de mi memoria y darle forma a este escrito; así que continué: es sobre la guerrilla. Me miró a los ojos y en ese momento, ¡me arrepentí! Pero era en ese instante o nunca… -Solo lo que recuerde -repuse. Y me contestó: -me acuerdo de todo-. Corrí por mi grabadora, él se levantó de su silla, en su cuarto, y se sentó en la del comedor, a la cabecera, por supuesto; yo me hice a un lado, preparé la máquina de grabar, como la llamó, y me dijo: «no grabe, déjeme pienso, para no faltar a la verdad». Yo pensé: ese es mi papá, un hombre íntegro. Y empezó su relato: -Esa fue la cuarta vez. Yo estaba en el almacén, llegó un hombre y me dijo que tenía que presentarme al día siguiente, en el parque de un pueblo cercano, a las ocho de la mañana y yo me fui con un hermano. -¿Con mi tío Luis?- pregunté y lo supuse porque siempre ha sido más cercano a su hermano menor que al segundo, Armando. -Sí, por eso es que hay que ayudarlo, porque él me ayudó cuatro veces. De repente, se queda callado y se le aguan los ojos; yo ya tenía el corazón amarrado pero debíamos continuar… -Bueno, en el pueblo, conseguimos un Jeep que nos llevó hasta una vereda, como a unos cuarenta minutos, íbamos con dos guerrilleros; me encontré con un amigo, dueño de unas tierras de esa zona, me preguntó qué hacía allá y yo le dije que me

llevaban, me preguntó por quién y yo le dije que un tal Pedro, él me contestó con una grosería y me dijo: “es ese hijueputa que está allá y lo señaló”. El hombre me dijo que debía ir hasta una casita que se veía a lo lejos. Bajamos a un caserío, que estaba minado de esa “plaga”; entonces, yo le dije a mi hermano que nos tomáramos una cerveza, se bajaron los que iban con nosotros, les ofrecí cerveza, la aceptaron y empezaron a llegar guerrilleros, parecía que salieran de debajo de los tablados para que les diera cerveza y me tocó darles a todos. Luego, vi muchos carros amontonados, carros robados, y como a mí la guerrilla me había robado una volqueta, fui a buscarla entre las que habían allá pero la mía no estaba. Luego, subimos al carro y llegamos a un sitio cercano, el Jeep subió por una loma muy inclinada, llegamos al alto y ahí había arrumes de maquinaria para abrir carreteras, todas las que se habían robado… Nos dejaron ahí botados, los guerrilleros se fueron y uno dijo: “vayan a la casita que les dije, allá es…” La temperatura me agarró y no me dejaba andar, al fin pudimos llegar a la casa, al borde de un camino, entramos hasta el patio y me encontré con un hombre, vestido de militar. Por el camino había un montón de “chinas̕” guerrilleras con fusiles, yo solo vi mujeres, unas “indiecitas ‘apachurraditas̕​̕, todas bajitas. Nos pusimos a hablar con el hombre. Me dijo que tenía que darles treinta millones, yo me puse a llorar porque me asusté; charlamos y negociamos hasta que arreglamos por veinticinco millones de pesos; sin embargo, el hombre me amenazaba, llamó a una guerrillera para que trajera un caballo, le pusiera una silla y me llevara para más arriba, donde llevaban a los secuestrados. Me aclaraba que después de secuestrado serían cuarenta millones pero que para entregarme serían ochenta, ¡cuarenta más!

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En ese momento yo estaba ya humillado del todo. Me ofreció almuerzo, yo no quise recibir. Entonces, me invitó algo de tomar, yo le dije, ¡claro, me tomo una cerveza!, mandó a un guerrillero a una tienda que había más arriba, pero no había cerveza, entonces me trajo unos jugos, que yo me tomé. Finalmente, arreglamos por los veinticinco millones. La que mandaron por el caballo, no volvió.

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El carro nos estaba esperando en la carretera, era lejos de donde estaba y el frío era tan fuerte que yo no podía andar… Ningún carro podía subir esa loma, la guerrilla había rebanado la roca con peinilla, para poder subir, es una lomita que está más arriba de un río. Todas las veces su tío estuvo conmigo, acompañándome. Al otro día, tuve que enviar un mercado de tienda que me costó ocho millones, tocó comprarlo en el supermercado de Romero; me habían dado un mes para entregar la plata, pero a la siguiente semana me empezaron a llamar para presionar. Su hermana mayor me prestó siete millones, su abuelita otro tanto, yo tenía algo, pedí un préstamo al banco, en su empresa nos prestaron, ¿se acuerda, mija?, y así completé la plata, que llevé donde Romero, el mismo del supermercado, y él la entregó en el monte. Dicen que ahora tiene un almacén a la orilla del río; era un guerrillero, como ellos, amigo de esa zona que se hizo rico a costa de los secuestrados y extorsionados. Mi papá no habló más y se tomó un momento para pensar… mis hijas, mi hermano menor, mi hermana menor, mi cuñado y mi mamá se habían unido alrededor de la mesa en completo silencio; yo tenía un nudo en la garganta, no atinaba una pregunta, cuando, de repente sentí que este ejercicio podía ser una especie de catarsis. A pesar de que yo tenía que ahogar cada lágrima entre sus palabras, que brotaban pausadamente mientras su mirada no se apartaba de la ventana, como si fuera

en busca de ese monte gélido, distante, de ese 31 de diciembre de 1994. Entonces respiramos, profunda y coordinadamente, y lancé la siguiente: -¿Cómo fueron las otras veces? -De la primera vez casi no me acuerdo… se vinieron encima porque yo había comprado la Bronco, una camioneta Ford de ese año. Vinieron y me “convidaron” al monte, que debía ir al día siguiente, yo les dije: pues vamos hoy, y nos fuimos en el carro nuevo. Yo medio conocía la carretera, en la entrada de una vereda, otros dos guerrilleros me llevaron hacia arriba y en una quebradita me hicieron bajar; me pidieron que parqueara el carro y nos metiéramos hacia dentro, en un llanito, cuando, de repente, salió el avión rozándonos la cabeza… ¡qué sustonón! Era el helicóptero fantasma del Ejército… todos los guerrilleros “volaban” a esconderse, yo me senté debajo de un árbol de caucho con su tío, estábamos ahí cuando llegó un amigo, conocido de la vereda, y me dijo: ¿qué hace aquí, vecino?, yo le dije: es que compré este pedacito de tierra pero está como malita, como muy gredosa, preguntó dónde estaba Pedro, yo le dije, ¿cuál Pedro?, el que venía con usted, respondió; le dije: por ahí abajito está; entonces, se acercó y le dijo que habían ordenado bajarme. Yo ya no tenía miedo porque vi que el helicóptero había aterrizado en una la finca de al lado. Me bajaron porque allá estaba el comandante, tenía uniforme y un chaleco lleno de esas “gurupas̕” (granadas). Bueno, bajando en el carro, vi que en una tienda tenían a don Hernando Ruiz y otros de aquí, del pueblo, estaban esperando su turno para subir. Ya frente al comandante, lo saludé bien. Le di la mano y de inmediato me pidió cinco millones; le dije que no tenía esa plata; nos pusimos a hablar de la vida.


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-¿Qué cosas de la vida se puede hablar con su verdugo en el momento del ajusticiamiento?- me preguntaba… y prosigue: -De repente llegó un “chinito”, como de ocho años, que venía de una tienda, teniéndose la panza por el dolor de bazo que tenía de la carrera que traía, y le dijo: “comandante, comandante, allí hay ocho soldados”. En ese momento el guerrillero me dijo: bueno, quedamos en dos millones; yo le dije que se los daba pero hasta que vendiera un carro, y le puse la condición que le mandaría la plata sólo con el mismo hombre que había venido a llevarme. Al día siguiente vendí la camioneta y le mandé la plata con el mismo hombre, como yo había exigido. -También pensé: ¿será que uno puede exigirle algo a su verdugo?, pues mi papá lo hizo. Y continuó: -Cuando bajamos, nos encontramos con el Ejército, a mí me provocaba decirles algo, pero no “me di mañas̕”, ellos preguntaron si habíamos visto algo allá arriba, nosotros dijimos que nada y yo con esos hombres en la espalda, los llevábamos en la silla de atrás. Seguimos, paramos en el piqueteadero, y les di cerveza a ese par de guerrilleros hasta que nos emborrachamos. Luego, llegamos al pueblo y cruzando la calle 22, salió el hijo de don Cadena de su casa y los guerrilleros dijeron: mire al “pipí lindo”, hijo de don Cadena, ese es el siguiente que tenemos que llevarnos… Yo los conduje hasta el barrio donde vivían y allá los dejé. A medida que lo escuchaba narrar sus cuitas, mi memoria recreaba cada momento, claro que recordaba esos días, que se prolongaron por casi tres años, cuyo acontecer mis hermanos y yo ignorábamos, apenas suponíamos o descubríamos a medias porque mi papá hacía malabares para evitar que nos diéramos cuenta; pero era imposible no notar su angustia, esos ojos vidriosos que me parten el alma cuando los veo, su tristeza,

su derrota, su humillación… Sin embargo, era como si cada relato arrastrara el otro y refrescara su memoria; de repente, paraba para suspirar, repensar y buscar la palabra precisa; yo aprovechaba para tomar aire y secarme las lágrimas que asomaban… -La otra vez me llevaron a la gallera, allá fue la cita. Llegamos, esperamos un rato y no apareció algún guerrillero, iba con su tío en su camioneta, ya nos íbamos a venir y subimos hasta la escuela donde habían unos cilindros de gas -con los que hacían bombas- para darle la vuelta al carro, cuando llegaron dos guerrilleros en una moto y me preguntaron mi nombre, dijeron: nosotros “semos̕” los que lo necesitamos, yo dije: bueno. Los convidé a tomar cerveza, les di 800 mil, más doscientos que nos tomamos en cerveza, con las que nos emborrachamos, en total fue un millón de pesos que yo llevaba en el bolsillo. Me mira y dejamos caer varias carcajadas, recreamos la escena y nos causó gracia: la ironía de la vida, pareciera que la cerveza también tenía un efecto paliativo para el miedo, era como tratar de ser amigo de su verdugo antes del ajusticiamiento, ese hombre noble es mi papá. Bueno, volvamos al orden, siga con el relato, por favor. -Me acuerdo tanto que en una de esas veces, cuando tocó dar hartos millones, su tío se ofreció a quedarse en el monte mientras yo bajaba y conseguía la plata. Yo le dije: no sea pendejo, jamás, cómo cree que lo voy a dejar aquí, para que lo maten y lo boten al río. Nos vamos juntos. Tendremos que hipotecar, prestar o hacer cualquier cosa para conseguir la plata para esta gente. Estos hombres no creen ni en la mamá, estamos tratando con personas armadas. Eso era como si uno estuviera haciendo un negocio, como el que compra una finca, por ejemplo.

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Por esos días ya la plata escaseaba, mi papá había hecho su capital como agricultor de habichuela y tomate, inicialmente; luego, cuando sus hijos crecimos, consideró que era el momento para vivir en el pueblo, dejar la vereda y combinar su actividad agrícola con el almacén. La situación económica se complicó al punto de no tener suficiente para pagar la universidad de su hija menor, algo que lo hacía muy infeliz. Para ayudar, mis hermanos y yo, nos encargamos de la educación de nuestra hermana, algo que no lo hacía menos infeliz pues él es un convencido de que la educación de los hijos es responsabilidad de los padres. Para seguir con su relato, hice de “tripas corazón” y pregunté: ¿cómo fue la siguiente vez?

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-Eso fue cuando me llevaron a la escuela y allá fuimos con su tío, por eso es que hay que cuidar a su tío. -Yo ya había entendido el mensaje entre líneas: mi papá se preocupa por su hermano menor dado que está separado y teme que no haya quien lo cuide en su vejez, por lo que, como muestra de nuestro agradecimiento, deberíamos hacerlo nosotros. Moví la cabeza en señal de aceptación, cada vez que lo insinuó. Creo que en estos momentos es cuando uno se puede comprometer a lo impensable. -Ese día, la guerrilla entera había pernoctado en la escuela. Las mesas, hasta la de la profesora, estaban inundadas de botellas de aguardiente, vasos desechables y colillas de cigarrillo, porque habían tenido un parrandón… El Ejército estaba como a medio kilómetro, ellos veían cómo subían carros de personas del pueblo y a ninguno nos preguntaron algo, eran compinches, todos sabíamos que la guerrilla y algunos del Ejército eran la misma cosa. En un cultivo de arveja que había cerquita habían 25 soldados, que pude contar. Y prosiguió: -Esa fue la vez que llevé pollos- ¿pollos?, pregunté.

-Sí, me pidieron que llevara cuatro pollos asados. Luego de llegar al sitio, me bajé y le dije al Pedro que le había traído el encargo, mandó a un guerrillero a que los bajara del carro; se le ocurrió que podían ser buenos con un trago, dirigió su mirada hacia un rincón de la casa donde tenían un mercado enorme que le habían pedido a un señor, que estaba ahí, asustado, con cara de terror. Los guerrilleros no quisieron comer, tal vez pensaron que estaban envenenados; yo no iba a perder los pollitos entonces los repartí entre todos los que estaban allá: el que ahora es nuestro inquilino, un hijo de don Godoy, el señor del mercado; habían botellas de vino, whiskey, galletas, enlatados, de todo; el único que no quiso comer fue el “mechudo”, el del almacén de aceites, que estaba muy bravo, yo le aconsejé que arreglara con esos hombres, que yo lo esperaba y nos devolvíamos juntos. Yo les dije: ya que el comandante no quiere, comamos nosotros. Le ofrecí a un señor que tenía un negocio de maquinaria pesada, que acababan de llevar y que estaba muy asustado; también estaba don Isaac, el señor que vendía plátanos en la plaza de mercado, él comió, como eran cuatro pollos, alcanzó para todos. Ese día terminé siendo amigo del Pedro, de vez en cuando venía y me saludaba. -¿Y qué pasó con él?, pregunté. -Dicen que se lo llevaron a la Modelo y que allá lo mataron. -¿Y cómo era él? -Un “chino”, joven, como de 30 años. -Ese día también le ofrecí cerveza al chófer que nos trajo. ¿Cerveza?, pregunté, me miró y nos reímos… Luego, se quedó callado, haciendo las cuentas de lo que había tenido que conseguir


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para “colaborarle” a la guerrilla, casi 30 millones que hasta este año, 2014, terminó de pagar al banco y que, al sumar los intereses causados, puede triplicar la cuenta ¡Ay Dios! Este sistema financiero nuestro lucrándose de desdichas y, de alguna manera, beneficiado por la guerra. -Bueno, y, ¿qué pasó, por qué no molestaron más?

recordé algo que alguna vez él me dijo: “lo bonito de la vida es olvidarse de las cosas malas que a uno le pasan” y en ese momento quise devolverle ese sentimiento, pero nuestro silencio compartido fue interrumpido por los nietos, hermanos, primos y demás familia que llegaron, con su algarabía, para celebrar el cumpleaños número seis de mi sobrino menor, Juan Camilo.

-Porque el presidente Uribe los sacó, montó un cuartel en un picacho donde la guerrilla había abierto carreteras que llevaban a la Uribe y otros pueblos más abajo de Granada, Meta. El gobierno mandó aviones para que les bombardearan las carreteras y puso otro cuartel en el Páramo del Sumapaz.

Durante la celebración, mi papá habló poco, tenía la mirada perdida, la había dejado en el monte, en la cara del Pedro, en la escuela, en los fusiles, en los millones de pesos, en las cervezas que compartía con sus verdugos para disfrazar el miedo, en el frío que le calaba los huesos cuando caminaba hacia su paredón… Yo intentaba llamar su atención invitándolo a que se integrara a las fotos del cumpleañero, pero no lo lograba.

Al fin hice la pregunta tonta: -Papito, cuénteme, sumercé, ¿qué sentía? -Pues miedo, un miedo tremendo de que me dejaran secuestrado, de que les hicieran algo malo a ustedes -mis hijos- o a su mamá; o que yo les dijera una mala palabra, algo que no les gustara y me mataran, y con ese montón de fusiles… Una vez, cuando nos emborrachamos, me dejaron tocar una Mini Uzi… Pero apenas negociaba y arreglaba con ellos, sentía un alivio, un descanso… Hoy todavía siento rabia, ya muy poco pienso en eso, pero hay días de días… Y yo, tratando de reparar el daño, empecé a decir bobadas: -Yo creo que lo mejor es olvidar del todo, no hay que quedarse viviendo en esas cosas feas- mi papá no musitó palabra, el silencio entre nosotros se prolongó, Rafael Zabaleta, “Campesino andaluz”

Entonces, de repente, me encontré como hace casi 20 años, en la ventana de su cuarto, viendo hacia la montaña y con lágrimas en los ojos, como si al compartir su tristeza ayudara a mermar un poco esos malos recuerdos. Mientras tanto, los demás celebraban su legado, su tenacidad, su fortaleza; al fin y al cabo Juan Camilo es, por ahora, el último de la prole de mi padre y un testimonio de su propia vida.

¡LA GUERRA ES UNA PESADILLA!

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a guerra en Colombia ha dejado huellas visibles en mí diariamente al caminar en las calles, al ver la televisión y al escuchar las noticias en la radio. Es normal ver en la ciudad de Bogotá -e incluso en los pueblos- familias campesinas e indígenas desplazadas por la violencia irracional prolongada durante más de 50 años. Mujeres, hombres, adolescentes, ancianos y niños sentados en las aceras de las calles y en los puentes esperando recibir unas cuantas monedas de transeúntes que parecen indiferentes ante las víctimas del conflicto interno

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CRÓNICAS

del país. Sin embargo, es imposible conocer la historia de vida de estas personas, de hecho -como ciudadanos- no nos importa, pero tendríamos que preguntarnos, ¿Por qué llegaron a la ciudad?, ¿Por qué no han recibido ayuda?, ¿Por qué están en las calles? Las respuestas a estas preguntas son casi imposibles de resolver sin oír y entender al menos una de las tantas historias que deben existir en este país, contadas por las víctimas del conflicto, esta es la historia de Emerson.

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En Sibaté, un pequeño pueblo ubicado al sur de la ciudad de Bogotá, a aproximadamente dos horas de distancia, se ven a lo lejos sobre la montaña, pequeños ranchos, casitas construidas con latas, habitadas por familias desplazadas por la violencia. Estas familias llegaron allí hace más o menos 5 años. Allí vivió Emerson Paredes, su esposa y sus dos pequeñas hijas. Increíblemente, aunque Emerson se desplazó hace más de 30 de años del Cesar, aún se ve en su mirada la expresión de miedo, una emoción paralizante que le impide hablar, salir, caminar, en fin, el miedo parece haber limitado su vida. Conozco a Emerson porque hace tres meses trabaja con mis padres en el cultivo de fresa. Emerson, hombre de estatura media y de contextura gruesa, vivió durante dos años y medio en las tierras de la Beneficencia de Cundinamarca donde actualmente habitan más de treinta familias desplazadas de procedencia indígena –Embera- y otros campesinos del Bolívar. Emerson trabaja actualmente como cuidandero de la finca de mi familia con compañía de su esposa e hijos y vive en una pequeña casita con 10 perros (cosa que le agrada). Siempre, cuando hay algún tiempito para conversar después de la jornada de trabajo nos cuenta su historia de vida. Emerson siempre inicia sus relatos con humildad y esperanza de un mundo mejor. Sus primeras palabras indican que trata

de dar poca importancia a lo sucedido. Al recordar su vida deja entrever un pasado lleno de ilusiones y sueños, aunque también permite ver las semillas de la violenta crisis en los pueblos del sur del Cesar, departamento donde vivió su infancia y juventud. Una tarde sentada, con Emerson y mis padres, sobre unas banquitas de madera cerca a la casa y rodeados por el humo del fogón, Emerson nos cuenta su historia. Nací en 1970 en La Paz, municipio del departamento del Cesar, allí viví hasta los 15 años, año en el que se produce una incursión de la guerrilla en el pueblo. En mi casa, mi madre acababa de servir el almuerzo. Inmediatamente arriban al pueblo, los guerrilleros convocan a los habitantes a una reunión en la plaza central muy cerca a la iglesia. Al ver los platos servidos sobre la mesa, mi padre nos dice: primero terminen de comer, que después asistirán. Sin embargo, el comandante insiste que la reunión debe hacerse inmediatamente. Mi familia se levanta de la mesa y los platos quedan servidos. En la reunión la guerrilla informa al pueblo en forma amenazante sus reglas y dice a voz alta: “el que no le guste que se vaya, pero ya sabe lo que le pasa, aquí mandamos nosotros”. “Las reglas” eran realmente una: “todos los hombres mayores de 10 años se despiden de sus papitos y se van con nosotros”. Esa noticia, nos quitó la libertad, nos separó, ¿Por qué?, porque mis padres tuvieron que correr a la casa a empacar nuestras maletas para ayudarnos a huir. Una vez en la casa, mi mamá tomó una caja de pollos y metió mi ropa y la de mi hermanita Aleida. Tomó un papelito y escribió la dirección de mi primo José que vivía en la ciudad de Bogotá. En ese momento me dijo, ¡tienen que irse!, espérennos unas semanitas que luego los alcanzamos mientras reunimos la plata para mantenernos en la ciudad, porque eso es duro. Yo, con tan solo 15 años recibí de mi mamá y papá un papelito con la dirección de la casa de mi primo y unos 100.000


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pesos (ahorros de un año de trabajo en la tierra y de la venta de unas vaquitas) con los cuales podía pagar un bus directo a la ciudad. Recuerdo que mi hermana solo tenía 2 añitos, la tome de la mano y corrí hacia el monte sin saber que esa sería la última vez que vería a mis papás, mi perro se fue detrás y también como otra víctima, -dice Emerson- huyo con nosotros (risas). Logré tomar el bus y llegar sanos y salvos a la ciudad, excepto por algunos inconvenientes que me trajo el perro, pues se vomitó en el bus y el ayudante nos regañó (risas). Sin embargo, cuando llegamos a la ciudad y tuvimos que buscar la dirección y nos perdimos y tuvimos que quedarnos en la calle una noche -afortunadamente no nos pasó nada-. Pero gracias a Dios, una mujer que nos vio nos ayudó y nos llevó a la dirección que señalaba el papelito que mi mamá me dio, ¡la conservaba intacta! Cuando llegué a la casa de mi primo José, nos recibieron muy mal, ese fue el inicio de un tormento que duró por más de 8 de años. En esa casa nos maltrataron y pasamos por el abuso por parte de la mujer de mi primo que puso a trabajar a mi hermanita limpiando la casa y botó al perrito que traje de la finca a la calle, cosa que para mí fue igual de doloroso que salir de mi hogar, pues eso era parte de mis recuerdos, de mi mamá y mi papá. Como no existía el celular, nunca pude llamar a preguntar por mis papás. Sólo después de algunos años, pensando que hacer de la vida de mi hermanita, viaje de nuevo a mi tierra a buscar a Pedro Ruíz, “Mangos de Corazón”

mis padres y me contaron que la guerrilla los había matado. Pero no todo fue tristeza, allí encontré al amor de mi vida, mi actual mujer. Ese fue un golpe duro para mí, ¡muy duro!, pero lo único que me dio fuerzas fue pensar en mi hermanita, por eso me devolví y la saque de esa casa. En el bus en el que venía, conocí a un señor que vivía en Sibaté y me dijo que me fuera para allá y que podía trabajar en los cultivos de papa. Me quedo sonando. Llegué a la casa, y mientras mi primo trabajaba cogí mis chiros, a mi hermana y me fui para Sibaté. Pero cuando llegué, fue terrible. Hubo una semana que tuve que dormir en un establo con vacas, fue lo único que encontré. Pasamos hambre y muchas necesidades con mi hermana. Una semana después me enteré de las casitas de lata, allá en la montaña. Allá me fui, hasta que conocí a doña Rosalba, la patrona, mi ángel de la guardia. Hasta el día de hoy vivo mejor, contento, aunque sufrimos mucho. Ahora tengo a mi mujer y mis hijos, tengo que responder por ellos y sólo pienso en que no pasen por lo mismo que me tocó vivir porque ¡la guerra es una pesadilla muy dura! Por eso trabajo duro y respondo e intento no pensar en eso, pero tengo que decir, que es imposible, la guerra siempre está aquí, en mi cabeza. La historia de Emerson permite entrever que la guerra es el reflejo de un conflicto que genera impactos complejos, de

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CRÓNICAS

diversa naturaleza y magnitud, esto debido -pienso yo- a que en la configuración de esta guerra inciden la diversidad de los eventos de violencia, el carácter imprevisto de los sucesos en diferentes zonas del país, la diferencia entre las víctimas – victimarios y los demás actores que entran a ser parte del conflicto: el Estado, la policía y la misma sociedad-. Posiblemente muchos de estos eventos de desplazamiento forzado terminen en la impunidad y en la falta de una atención integral a las víctimas, sin embargo, más allá del sufrimiento que muchas víctimas tienen en su interior al dejar su tierra y su vida, está la falta de justicia e indolencia social y familiar.

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Esta dolorosa historia, se enmarca en una memoria a través de la añoranza y la nostalgia de una manera de vivir en familia y pensar en el pueblo y el campo. Marcas del recuerdo, pero también de la renuncia o el sacrificio de un sueño personal ante las situaciones adversas generadas por el conflicto armado.

CAMINO

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a guerra nos toca -no de las mima manera o intensidad a todos- pero toca, porque toca. Porque así se dio en esta tierra, es el espacio, es la temporalidad. Es la cadena que nos tocó del pasado y del presente, que creo se va desencadenando poco a poco. Tal vez iniciando por algunos, que en este caso aunque pocos, fuimos la primera generación con la posibilidad de sobrevivir y vivir a la vez (de a poquitos pero con la dulce miel del sabor que da este último verbo). Pero también de arraigar, de retornar, de materializar y de formar en la siguiente generación una semilla de claridad, de valor no económico. Dar una mano solidaria (o las dos) a los que más les toca, para que no les toque tanto.

Hablemos entonces de cómo les tocó la guerra a los míos, empezando por Eustorgio Aguilera, un agüelo que nunca conocí y del cual me enseñaron a respetar su memoria como un llanero recio y liberal de cuando la palabra valía. Supe después que no era llanero, era de Gacheta-Cundinamarca y que remontando en bestia la cordillera central y oriental en 1935 llegó a los llanos a repartir cartas por el río Meta, donde conoció a mi ágüela Inés Valderrama (Valderrama solo Valderrama). Una mujer mestiza, sacada de las comunidades indígenas del Meta (en su silencio, nunca nos contó cual cuál era su dolor, su desarraigo). Según dicen, fue llevada a San Martín (Meta) a trabajar de empleada del servicio a los doce años, salvándose al parecer de las matanzas indígenas. Esclavitud infantil y muerte, la guerra tiene muchas caras para todos. Eustorgio e Inés tuvieron ocho hijos, y vivieron su vida hasta 1955 en Restrepo Meta, donde la lucha partidista los desplazó a Villavicencio inicialmente, en una noche fría se hizo más concreta la amenaza a mi ágüelo liberal: -Don Eustorgio, ahora sí lo van a matar, los escuché de cómo será -le advirtió una vecina. Cuenta mi mamá que entonces mi agüelo salió a Villavicencio. Mi madre tal vez tendría diez años y la menor de mis, tías meses; pero todos los 8 y mi ágüela para Villao. En Villavicencio los conservadores amenazaron de nuevo a la familia y se desplazaron de nuevo para Bogotá, los mayores a trabajar a la guerra del desplazamiento, de la lucha, de la sobrevivencia, de empezar de nuevo. Como el destino es paradójico y la guerra es absurda, en Machetá –Cundinamarca (no Gacheta como mi otro agüelo), mi


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agüelo Rafael murió de gangrena encarcelado por defenderse con un puñal del ataque de unos liberales. Por lo que fue preso y adquirió allí la enfermedad. Ya a mis viejos les tocó una guerra diferente, una guerra más cercana a mí, más vivencial. Pero como la de mis agüelos también nos tocó, pues definió lo que somos hoy. Esta guerra está relacionada con la discriminación, la lástima y el desprecio que se enfrentó con voluntad, con lucha para la inclusión laboral, el derecho ser individuo, el derecho a ser persona. Hoy mis viejos ya les toca poco la guerra, ya les tocó duro. Fueron pioneros, nos enseñaron desde su “cómo les toco la guerra” a respetar al discapacitado, a su valía, “a que NO es el que pide limosna en una esquina, ni está para eso” (palabras de mis padres). Nos enseñaron que igualito que como todas las personas, hombres y mujeres, discapacitados o no, estamos para dar una mano, desde la lógica de la imperfección humana. Ya a mí me tocó poco la guerra. En la infancia realmente no me tocó directamente. Entendía aún mucho menos la vida y la muerte en esos años. Ya en la adolescencia, me toca la misma guerra que a la mayoría de los muchachos que crecen en barrios estrato dos: la del narcomenudeo de la vecina (la olla), la del asesinato esporádico, la del desperdicio de las juventudes de la cual hacia parte, la del serrucho pa’ la botella. Igual creo que me tocó pero no me tragó. Ya hoy me toca poco y gracias a la vida no me ha tocado de frente. Alguna vez, en 2011, en Caquetá, me dejó el taxi de los rojos que a las 5 am salía de Florencia para Cartagena del Chairá; después supe que el conductor murió por un cilindro bomba.

En mi trabajo de extensión y apoyo con comunidades se encuentra uno siempre gente que se cae por la guerra, se levanta, lucha, se cae, se levanta, se cae, pero no para, tal vez no hay como, hay que sobre vivir y sobre todo ser felices, no hay de otra. La guerra a todos nos toca -y desde las voces entre ángeles y demonios de cada alma- la gente lucha por los suyos, por su propósito de vida cualquiera que sea, creen en el trabajo, en el progreso y es en esta medida que la labor de todos los que hacemos parte del mundo de lo rural y de donde nos toque es el fomento del progreso campesino y comunitario y el nuestro propio como parte de los mismos, con el respeto a la tierra, al camino. El trabajo es hacer que nos toque cada vez menos la guerra. Urrao Una de las grandes ventajas que he tenido al trabajar con el Estado, es poder caminar lugares del país a los que normalmente no se va de vacaciones, ya sea porque son muy alejados, con vías de comunicación deficientes, o porque tienen problemas de orden público; pero el trabajo hace necesario ir allí, por avión, por tierra, por lancha… o como se pueda. Lo cierto es que entre más alejado sea el lugar, más hermosos se tornan los paisajes: las montañas, los ríos, la selva; paisajes inolvidables que debiéramos todos tener la oportunidad de conocer. En una ocasión, en el año 2005, cinco personas fuimos a Urrao, Antioquia, a realizar el levantamiento topográfico y arquitectónico del aeródromo y a obtener la información que la Alcaldía pudiera tener de ese aeródromo, tal como del plan de ordenamiento territorial. Llegamos en avión a Medellín en horas de la tarde, por lo que nos quedamos esa noche en esa ciudad. A la mañana siguiente cuando nos alistábamos para salir me puse unos zapatos con algo de tacón y la arquitecta compañera de viaje me dijo: es mejor que usemos tenis; uno no sabe cuándo lo bajan a caminar.

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CRÓNICAS

Urrao era un municipio muy marcado por la violencia en ese entonces. Ya estaba disminuyendo un poco; sin embargo, la ruta era muy montañosa y podía presentarse inconvenientes. Si eso sucedía, tendríamos que caminar mucho por las montañas. Me llamó la atención la tranquilidad con que lo dijo, siendo madre de dos hijas muy pequeñas aún. Nos pusimos los tenis y nos fuimos. Compramos los tiquetes y al subirnos a la camioneta de servicio público llamaron lista antes de salir; lo hacían por seguridad. El camino fue largo, cinco horas aproximadamente, pero sin contratiempos.

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Llegamos al aeródromo. Unos fuimos al casco urbano para comenzar labores que llamamos “de oficina” y otros se fueron a comenzar las labores de campo. Por la tarde nos reunimos todos en el aeródromo y continuamos trabajando en campo. Alguien nos sugirió el hotel a donde más tarde llegamos a descansar. Era muy cómodo y nos alojaron en cuartos seguidos al fondo de un pasillo. Algunas personas -que no sabíamos bien quiénes erannos habían acompañado y de pronto alguno de ellos desconocido para nosotros, se quedó. La visita se comenzó a alargar al punto de llamarnos la atención el hecho de que no se fuera. Bien entrada la noche esta persona seguía allí, ni siquiera había más de qué hablar. Cuando subimos a las habitaciones, él también subió, pero se quedó y entró en la primera del corredor que nos habían alquilado; ninguno de

nosotros podía salir de allí o moverse sin que él se diera cuenta y preguntara con amabilidad lo que íbamos a hacer o los que se nos ofrecía. Al día siguiente continuamos trabajando. Hacíamos recorridos por el pueblo, en el aeródromo, al aire libre y pero en la tarde cuando llegamos al hotel a descansar, él llegó y fue la misma historia. Había algo que ya no nos estaba gustando, por lo que comenzamos a pagar por anticipado cada día de hotel, para controlar cuánto dinero nos iba quedando día a día. Así pasaron otros tres días. En las tardes y noches esa persona siempre estaba al lado nuestro hasta que nos acostábamos. El día en que terminamos el trabajo, no le dijimos a nadie, simplemente, luego de apagar las luces de las habitaciones para ir a dormir y sentir que esa persona ya había salido del hotel, nos levantamos y empacamos todo. Habíamos averiguado que todos los días, la primera camioneta de servicio público salía del municipio faltando veinte minutos para las dos de la mañana. Nos acostamos a dormir y a la 1:15 de la mañana, aproximadamente se levantaron mis compañeros; a la arquitecta y a mí nos costó más trabajo, pero al rato lo logramos. Nos arreglamos y salimos corriendo con maletas y equipos para alcanzar la camioneta. Apenas nos subimos, el conductor arrancó velozmente. El camino es muy montañoso. Sobre las cuatro, casi cinco de la mañana, nos encontramos


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con un derrumbe que taponaba la vía. Fue necesario esperar casi hasta las 6:30 de la mañana cuando quitaron un poco de tierra para pasar por un ladito y continuar. Hacia las 7 de la mañana, faltando ya muy poco camino para llegar a Medellín, el conductor paró en un restaurante para desayunar. Cuando subimos a la camioneta, un desconocido preguntó a mi compañera de viaje -la arquitecta- si ella era la contratista o cuál de las dos era. Cuatro de nosotros eran empleados públicos, yo era contratista, pero este detalle no lo habíamos comentado a nadie. ¿Por qué? le respondió ella sin darle respuesta. El señor le manifestó que en el pueblo siguiente, saliendo de Urrao, venía un grupo de personas preguntando dónde estábamos y necesitaban a la contratista. Pero ya nosotros estábamos muy lejos y no nos pudieron alcanzar. Llegamos por fin a Medellín y de allí volvimos a Bogotá. Al día siguiente, un grupo armado, tal vez la guerrilla, incursionó en Urrao secuestrando personas. Hoy solo recordamos que salimos a tiempo de allí. De una u otra forma, la guerra nos ha tocado a todos.

ENTRE LA ESPADA Y LA PARED

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omo líder comunal de un municipio del Caquetá, sabía de las necesidades de las familias rurales más necesitadas y olvidadas por el Estado. Conocedora de que los recursos deben llegar a las comunidades y es el deber de los mandatarios locales gestionar proyectos que vayan en beneficio de sus habitantes, para mejorar la calidad de vida y el desarrollo de la región, y teniendo en cuenta en las comunidades el gran espíritu de colaboración, me prometí liderar el trabajo comunitario, logrando conseguir recursos de orden local, departamental y nacional, como materiales de construcción y,

obras como puentes, escuelas, vías, electrificación etc. Esas obras nos permitían a nosotros como beneficiarios, participar en la ejecución de los recursos. Debido al trabajo solidario y sin ningún interés personal me propusieron en una reunión, aspirar como candidata al concejo municipal de la localidad; los campesinos estaban molestos porque la administración nunca nos daba a conocer el presupuesto. Dudé un poco y después de llegar a un acuerdo con mi esposo e hijos acepté aspirar al concejo. Las comunidades eligieron una mujer concejal para el período 2000-2003, con el aval del partido liberal, en una lista de dos personas, encabezada por mí y otro amigo. De 36 listas, saqué la segunda votación. Esto conllevó a que los enemigos políticos sintieran celos ya que jamás en la historia una líder comunal había llegado a ocupar un cargo público y con una muy buena votación. Un día salí al mercado. Por circunstancias de la vida, cambié de ruta, me demoré más de lo previsto y el sacerdote del pueblo me llevó hasta la finca. En horas de la tarde, a eso de la seis, llegó la esposa del presidente de la junta de acción comunal con otras personas y me dijeron: “Ay! yo pensé que la habían matado, porque ese era el comentario en el pueblo”. Entonces la comunidad se alertó y dijo que si me pasaba algo, que no respondían. Un hijo que estudiaba en el Tolima, para evitar que se viera involucrado con grupos al margen de la ley, revisó el lugar y encontró un pisoteo bastante notorio que nos permitió entender que me habían seguido. Entonces la comunidad se propuso estar pendiente y cuando sabían que los guerrilleros llegaban a la vereda me lo comunicaban y yo inmediatamente me desplazaba para la capital. A la hora que fuera, salía con mis hijos. La finca donde vivíamos queda empezando la parte alta del pueblo hacia la montaña. Pasando el pueblo, hacia el otro lado

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CRÓNICAS

están las vegas, mesones donde las AUC se habían posesionado, quedando mi familia entre la espada y la pared. Sin embargo, me mantuve tratando de ser lo más imparcial posible, sin involucrarme con nadie que estuviera fuera de las leyes constitucionales de Colombia, pues ese era el juramento que yo había hecho y que Dios me ayudó a cumplir. Seguí con mi trabajo defendiendo las comunidades y alcanzando grandes logros. Todo era normal hasta que se empezó a notar el desfalco del presupuesto municipal; me he caracterizado por ser persona honesta y de pocas palabras, estudiosa y muy responsable.

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Cuando revisé el presupuesto ejecutado encontré que el informe no coincidía con la realidad, pues la administración informaba de obras ejecutadas cuando no se había realizado nada. Entonces citamos a los empleados, incluyendo la alcaldesa y comunidades de todo el municipio. Hubo cabildo abierto y el personal de la administración quedó supremamente mal pues nada era verdad; en el cara a cara con las comunidades, estas rechazaron unánimemente los malos manejos de la administración municipal. Para mí fue muy satisfactorio, pues había quedado todo claro ante mis amigos y ante un pueblo. Pero tan pronto salimos del recinto donde se llevó a cabo la reunión, se me acercó una compañera y me dijo que ella había escuchado que “la que había protagonizado esa reunión y la persona que no estuviera con la alcaldesa que la iban a amarrar”. Para mí fue muy sorprendente escuchar eso. Le pregunté quién lo había dicho. Ella, un poco reservada, me nombró a un empleado de la alcaldesa. Me fui a mi casa, mis hijos me notaron muy preocupada dialogando con mi esposo, pero traté de no preocuparlos. Al día siguiente me llegó una nota donde el presidente del consejo me convocaba a presentarme al otro día en el casco urbano. Al llegar, ya me esperaban en el parque y pregunte hacia dónde

nos dirigíamos. Me contestaron que para una vereda donde se encontraban la AUC. A mí me dio mucho, pero mucho temor por mi vida y por la de los otros compañeros. Sólo me encomendé en manos de Dios y le pedí al Espíritu Santo que me protegiera. Llegamos a un lugar donde estaban haciendo reten un grupo de hombres armados. Como estaba haciendo mucho sol y el conductor corrió el auto bajo un árbol de mango y nos gritaron, nos trataron mal y lo obligaron a regresar al lugar donde le correspondía estacionar. Fue horrible y humillante. Luego nos hicieron bajar del auto y subir por una loma donde se encontraba una escuelita. Éramos nueve concejales en total, pues es un municipio de sexta categoría. Al llegar nos hicieron seguir y nos facilitaron sillas de los niños. Enseguida, llamaron por teléfono a alguien. A los 15 minutos aproximadamente llegaron más hombres fuertemente armados. Uno de ellos se identificó como comandante de las AUC diciendo que algunas personas tenían que renunciar o irse lo antes posible, porque se habían comprometido a arreglar vías y otras obras y no habían cumplido. Y que por eso y otros asuntos si no queríamos morir teníamos que abandonar el departamento. Ahí sentí la presencia del Espíritu Santo y pensé: yo no he venido por estos sectores y tampoco me he comprometido con nadie para lograr mi curul. Entonces me llené de mucho valor y pedí la palabra, me presenté y manifesté que nos dijeran quiénes se habían comprometido con las obras, pues nosotros no éramos ordenadores del gasto y por querer ayudar a solucionar los problemas que aquejaban a las comunidades estábamos siendo víctimas, rindiendo informes a quien no debíamos, pues el informe constitucional era para los entes de control y las comunidades que nos habían elegido y no a ellos. A pesar de que mis piernas no las sentía me aferré a Dios para mantenerme de pie para que otros compañeros también pudieran decir lo que pensaban.


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Las AUC optaron por reunir a todas las juntas de acción comunal y a la administración municipal en otra vereda y teníamos que ir a la reunión, pero fue horrible porque los campesinos les tenían terror a esas personas armadas. Hubo una discusión muy grande preguntando por qué nos habían reunido, la alcaldesa no se hizo presente y algunos campesinos lloraban porque no se sabía que podía ocurrir. Se me acercó alguien y me dijo: “lo mejor es renunciar”. Lógico, yo ya lo había escrito, solo me faltaba pasar mi renuncia pues ya hacía cinco días de la primera asamblea que yo había promovido. En esa misma época la guerrilla tenía la orden de asesinar a servidores públicos y ya habían asesinado a otros colegas en otros municipios. A mí me estaban siguiendo; ya no frecuentaba la finca y ellos llegaban a mi casa con frecuencia. Los empleados y mi esposo me contaron que un día llegaron 4 guerrilleros, dos ingresaron a la vivienda y uno prestaba vigilancia al lado retirado y el otro al lado costado de la casa. Lo más seguro era que habían ido por mí, pero ellos le dijeron que estaban solos, que yo ya me había ido. En los días siguientes cuando mis hijos se encontraban haciendo trabajos se escucharon unos tiros muy fuertes y detonaciones, había mucha candela y humo y comenzó una balacera muy fuerte. Llegaron avionetas y aviones fantasmas. Vimos que había mucha gente por el camino hacia la montaña. Luego supimos que había sido la guerrilla que se había tomado el pueblo, habían asesinado personas y derribado la casas con explosivos. Al llegar el día, se incrementó la balacera y hubo más muertos del ejército y la guerrilla. Los aviones bombarderos pasaban por encima de la casa pues quedamos en medio del fuego cruzado. Como pudimos, salimos corriendo para la capital a refugiarnos.

Duré varios años con mi familia en Florencia dejando abandonada la finca con todo lo que habíamos construido por más de 30 años. Me realizaron estudios de seguridad y me salió el asilo político en Canadá. Hablé con mi familia y acordamos no salir del país porque Dios nos había regalado una finca hermosísima. Allí había criado a mis siete hijos. Esperamos que se desmovilizaran las AUC y regresamos nuevamente a nuestra finca. Me alejé de todo el tema político y estoy dedicada cien por ciento a mi adorada familia.

EPISODIOS DE LA GUERRA QUE HAN TOCADO LO MÁS PROFUNDO DE MI CORAZÓN

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n el año de 1996 -por razones estrictamente de educaciónllegué al municipio de Campoalegre (Huila) a realizar un curso de Técnico Profesional en Administración de Empresas Agropecuarias en el Centro de Agropecuario la Angostura –(CALA) hoy Centro de Formación Agroindustrial (CEFA)-, que hace parte del Servicio Nacional de Aprendizaje, SENA, Regional Huila. El centro de formación queda localizado en el kilómetro siete de la vía que del municipio de Campoalegre conduce al municipio del Hobo. Debido a que en este no existía el servicio de alojamiento, nos residenciamos junto con varios de los compañeros de estudio de diferentes municipios del Norte del Huila -entre ellos el municipio de Campoalegre- y poco a poco fuimos conociendo personas que nos brindaron su amistad y apoyo, lo que hizo que nos enamoráramos de este bello municipio. Allí conocí a una hermosa mujer, que hoy es mi esposa y madre de mis dos preciosos hijos, su familia es ampliamente conocida y goza de la amistad de todos sus pobladores.

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CRÓNICAS

Campoalegre se encuentra ubicado en la zona Nororiente del departamento del Huila donde hace presencia la Columna Móvil Teófilo Forero de las FARC y por obvias razones, el periodo comprendido de 1996 a 2007, fue una época en la cual ocurrieron diferentes actos delictivos como extorsiones, hostigamientos, asesinatos y masacres, todos crímenes de lesa humanidad.

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El 15 de octubre de 1998, el presidente Andrés Pastrana, oficializó el despeje militar de 42 mil kilómetros cuadrados en el sur del país. Los cinco municipios otorgados al comienzo del proceso de negociación con la guerrilla, fueron: La Macarena, Mesetas, Uribe y Vista Hermosa (Meta), así como San Vicente del Caguán (Caquetá). Las negociaciones con las FARC no llegaron a ningún acuerdo, pero sí transgredieron los límites de la zona de distensión y ocuparon un territorio adicional de 54.302 kilómetros cuadrados en los municipios de Cunday, Villarica, Prado y Dolores, en el Tolima (2.083 kilómetros cuadrados); Colombia y Baraya, en el Huila (2.375 kilómetros cuadrados); Puerto Rico y Cartagena del Chairá, en el Caquetá, (15.952 kilómetros cuadrados); Lejanías, Castillo, Puerto Lleras y Puerto Rico, en el Meta, (7.258 kilómetros cuadrados); y Retorno y Calamar, en el Guaviare (26.634 kilómetros cuadrados)1. Todo esto hizo que los municipios del Nororiente del Huila (Algeciras, Campoalegre, Rivera y Hobo) se convirtieran en corredores de la guerrilla, con una amplia y marcada presencia de milicianos en los cascos urbanos y uniformados en las zonas rurales, lo que hizo posible que realizaran todo tipo de actos criminales.

1. Vásquez, Claudia Rocío. 2000. eltiempo.com, Sección Otros, Mayo 14.

En el trascurso de los años 1998 a 2001, en Campoalegre se vivía a diario la zozobra. En cualquier momento de la mañana o de la noche el casco urbano podía ser atacado por un grupo armado de las FARC; en varias ocasiones se ordenó por intermedio de las autoridades locales, de Policía y del Ejército el cierre de los establecimientos comerciales y se dieron indicaciones precisas a la población de refugiarse en las casas porque por cualquiera de los puntos cardinales del municipio podrían aparecer los subversivos disparando y lanzando cilindros bomba a la infraestructura de la Policía, Alcaldía y entidades bancarias. Gracias a Dios esto nunca sucedió, pero sí ocurrieron hostigamientos, asesinatos de uniformados en el llamado “Plan Pistola”2 y masacres que han tocado las fibras de lo más profundo de mi corazón. Fueron tres los hostigamientos que recuerdo, de los varios que ocurrieron en el municipio. El primero sucedió un domingo en la noche; después de asistir a la misa de las siete. El parque principal estaba lleno de gente que departía con familiares y amigos, en las ventas populares (raspado, limonada, chupetes y helados), cuando de pronto escuchamos una fuerte explosión. Todos quedamos atónicos y en silencio en espera de lo que pudiera suceder; posteriormente se escucharon disparos dos cuadras más abajo y de inmediato el pánico se apoderó de todos y fue así como salimos corriendo. Algunos tratando de refugiarnos y salvar nuestras vidas. Pasaron diez minutos de suspenso y luego escuchamos la noticia de que habían atentado contra el edificio del Palacio de Justicia Municipal y habían asesinado al celador y a dos policías que patrullaban el lugar. El segundo se dio cuando departía con un amigo a una cuadra 2. Asesinato de uniformados de las fuerzas militares y de policía a manos de milicianos de las guerrillas.


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cerca del parque principal. De pronto fuimos sorprendidos por varios disparos que provenían de diferentes partes. Salimos corriendo huyendo del lugar con el temor de que la policía nos confundiera con los milicianos que perpetraban el hostigamiento, pues a tan solo una cuadra se encontraba el puesto de policía donde se refugiaban los uniformados y respondían al ataque. Fueron momentos de mucho pánico hasta que llegamos a la casa desde donde escuchamos los disparos que se prolongaron por más de treinta minutos; esa noche asesinaron a tres policías y dos más resultaron heridos por el ataque.

patrullando; otros, cuando la población civil departía en lugares populares y hasta en sus propias casas.

El que más recuerdo ocurrió una noche entre semana. Yo salí a dar una vuelta con mi hija en la motocicleta por las diferentes calles del municipio, pasé por un parque llamado “El parque del arroz”, el cual queda ubicado al frente del hospital en la vía al municipio de Neiva; vi sentadas a unas personas en una de las bancas, no recuerdo sus rostros ni cuántos eran, al frente un vehículo particular, yo pasé por el lado y seguí mi recorrido habitual; al otro lado de la población, en la vía que conduce al municipio del Hobo, me encontré con una patrulla de policía, saludé a quienes la conformaban, allí Alex Stevenson Díaz habían uniformados conocidos. Cinco minutos El tercero sucedió una noche. Ya me encontraba descansando más tarde, llegando a mi residencia, escuché fuertes disparos cuando fuimos sorprendidos por una fuerte explosión, sentimos provenientes del hospital, entré en pánico pues mi esposa que el mundo se nos iba a acabar, todo se estremeció, caían laboraba allí. Los disparos duraron alrededor de cinco minutos. arenas y piedrillas en los techos, ocasionados por la onda Luego nos informaron que habían dado de baja a los cuatro explosiva que se sintió en todo el casco urbano del municipio. policías que patrullaban y que hacía diez minutos yo había Las sirenas de las ambulancias, policía y cuerpos de socorro saludado. aumentaron el pánico. No sabíamos que había sucedido y nos Pero el episodio de guerra que más me ha marcado y que hoy imaginábamos lo peor. Más tarde nos enteramos que habían recuerdo como si fuera ayer es el asesinato de Luis Antonio Motta colocado un artefacto al lado de la vía en la salida del pueblo, el Falla, Q.E.P.D, era un médico carismático, sencillo y muy querido cual fue activado al paso de una patrulla de la policía y que en por sus coterráneos; de una familia campesina muy humilde el ataque murieron seis policías, que fueron rematados por los que con dedicación y esfuerzos pudo realizar sus estudios de guerrilleros que huyeron posteriormente del sector. pregrado en la Universidad del Cauca y posteriormente regresó a su pueblo natal, donde se desempeñó como médico en las En el llamado plan pistola fueron más de cinco los hostigamientos diferentes entidades de la salud y fue elegido Alcalde para el que se presentaron, cegando la vida de catorce uniformados período comprendido de los años 2001-2003. en diferentes lugares y escenarios: al paso de los uniformados

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CRÓNICAS

Realizaba una labor impecable como alcalde, seguía siendo el mismo de siempre, sencillo y amigo de todo el mundo. Gozábamos de una amistad muy cercana entre familias y en varias ocasiones compartimos momentos muy amenos en diferentes escenarios y lugares, reuniones, paseos de olla y festejos de fechas importantes.

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El viernes 18 de octubre de 2002 a las seis y media de la mañana pasé frente a su casa. Allí estaba él frente a la puerta atendiendo a una señora y nos saludamos. Fue la última vez que lo vi con vida. Yo viajaba para el municipio de Gigante a trabajar como era costumbre en el Banco Agrario; desconocía que ese día él junto con una comitiva de la Alcaldía, el Obispo de la Diócesis de Neiva y demás autoridades se desplazaría para la vereda el Esmero -de donde era oriundo- a realizar la inauguración de la electrificación de dicha comunidad. Yo regresé al municipio a las siete de la noche. Cuando iba llegando a mi casa vi que todo el mundo estaba consternado, lloraban, gritaban y corrían de una casa a la otra. Ignoraba todo lo que había pasado, hasta que me enteré de lo ocurrido: habían asesinado al Alcalde, junto a dos concejales y un sobrino que lo acompañaban. Un familiar muy cercano me comentó todo lo que había sucedido. Luis Antonio Motta estaba feliz porque le había llevado la luz a su comunidad, a la gente que lo vio crecer. Por esta razón luego de asistir a todos los actos que se realizaron durante las primeras horas del día hasta el atardecer, decidió quedarse junto a sus amigos compartiendo ese momento: ver la escuela y la casa de las fincas iluminadas en las noche sin saber qué más tarde le quitarían la vida.

-Como a eso de las ocho de la noche emprendimos el regreso al casco urbano en una chiva- comentó uno de los testigos de los hechos. -Todo transcurría en la normalidad y en armonía. Llevábamos treinta minutos de recorrido cuando de pronto, unos hombres armados interrumpieron el paso del vehículo, se subieron, hicieron encender las luces internas del mismo y preguntaron por el Alcalde y los Concejales que en éste viajaban. El Alcalde sin mediar palabras descendió y dejó a su hijo de siete años que lo acompañaba, lo mismo hicieron los Concejales. Los hombres dieron la orden al conductor de que avanzara, que iban a hablar con el alcalde y los concejales, que los esperaran más abajo; así ocurrió. Habíamos avanzado unos cincuenta metros cuando escuchamos unos disparos, un sobrino del alcalde que también viajaba se lanzó del vehículo para ver lo que le había ocurrido a su tío…escuchamos dos disparos más, quedamos en suspenso y luego corrimos a indagar lo que había sucedido; encontramos los cuatro cuerpos sin vida, asesinados a sangre fría, cada uno con un tiro de gracia y rematados con impactos en diferentes partes de cuerpo. Nos llenamos de valor y subimos los cuerpos al vehículo y los llevamos hasta el hospital del municipio. Fueron momentos eternos, amargos, de incertidumbre, dolor desilusión, rabia y miedo- Cuentan las personas que presenciaron los hechos. Sin lugar a dudas, estos son los hechos de guerra más cercanos que me han hecho reflexionar y preguntarme cuántos mártires de la guerra más tenemos que colocar los colombianos para poder vivir en paz. Si vale la pena seguir permitiendo que estos episodios ocasionados por políticas desafortunadas, mal adoptadas, nos sigan enfrentando unos con otros y sin ningún sentido. La paz no se logra con la firma de unos acuerdos y compromisos entre los actores del conflicto. La paz se logra con verdaderas políticas de equidad social, de igualdad y de inclusión entre los diferentes sectores de la sociedad.


¿Cómo nos toca la guerra? No. 14

¿ME TOCA LA GUERRA?

N

ací en Bogotá en abril de 1980; sin embargo, mi crianza transcurrió en el municipio de Neira (Caldas), ubicado a unos 40 Kilómetros de Manizales, por la vía que conduce por el norte hacia Medellín. Neira es el primer pueblo que aparece por esta carretera. Hasta la edad de 10 años viví en la zona rural, en la vereda de Pan de Azúcar, un asentamiento bastante pintoresco, donde dos cantinas eran las protagonistas del transcurrir diario, junto a un billar, la tienda y la escuela. Normalmente los días pasaban sin mayor prisa; esto cambiaba para la época de cosecha de café, no la de mitaca si no la principal, en octubre, cuando llegaban los willys cargados de recolectores que venían buscando trabajo en alguna de las muchas fincas que contaban con cuarteles de guadua para albergar hasta 100 hombres, volviendo todo activo y despierto. Durante el día, mujeres corriendo con comida y en la tarde el ambiente de fiesta dominaba hasta entrada la medianoche. La historia era la misma año tras año, hasta inicios de los 90, cuando se presentó la crisis mundial por la caída del pacto cafetero y al interior del país se presentaban sucesos violentos. La región cafetera no fue la excepción. En primer lugar la caída internacional del precio del café fue desastrosa para los productores de la región, quienes si bien no tenían vidas ostentosas, sí habían contado siempre con una vida acomodada, holgada en alguna medida gracias al cultivo del café, dejando de lado cualquier otro cultivo o actividad que representara una alternativa ante la crisis. A ello se sumó a la aparición en la zona de personajes ajenos a la comunidad, a los cuales llamaban “los muchachos”. Estos se abastecían de víveres y seguían

por las montañas hacia la tierra fría, al norte, con destino a Pácora y Aguadas, donde decían que sí acampaban y hacían de las suyas, secuestrando y extorsionando. Inclusive, dicen que llegaron a llevarse a los pelados de las veredas. Entre tanto, hacia la tierra caliente, por los lados de lo que se conocía como “el 41”, en la ribera del río Cauca, se concentraban otros personajes, cuidanderos de terratenientes, que andaban en caballos de paso y hablaban de patrones que no eran conocidos en el pueblo. Con ellos empezaron a ubicarse los recolectores que no encontraban puesto en las fincas, ya que se prefería dejar perder las cosechas porque el precio por la carga de café no daba ni para pagar los jornales. De la mano de tanto desocupado vinieron muchos problemas a los cuales la gente no estaba acostumbrada: peleas, robos, venta y consumo de droga. Era tanto, que la llamada “zona de tolerancia” llegó a ser casi la mitad del pueblo. Las consecuencias que todo esto trajo a mi vida y a mi familia fueron determinantes para lo que somos actualmente. Primero, ante la imposibilidad de seguir manteniendo la finca, mis padres se vieron en la necesidad de vender la mitad, con lo que se compraron una casa con local en el área urbana del pueblo, a donde nos trasladamos mi madre y mis hermanos, dejando a mi padre en la finca con los agregados. En el local montamos una tienda de víveres que atendíamos con mi madre; a la finca volvíamos al principio cada fin de semana, luego cada quince días y así, hasta que solo volvíamos en fechas como navidad y año nuevo. Mi papá sí iba cada ocho días a la casa en el pueblo. Así duramos como tres años, hasta 1993, cuando yo iniciaba el sexto grado y mis hermanos mayores décimo de bachillerato. El cambio negativo del pueblo era evidente, por ello mi hermana fue a parar a un internado y mi hermano a Bogotá donde una tía, hermana de mi mamá.

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CRÓNICAS

Ya para 1996 la situación del pueblo empeoró esta vez por la presencia de cultivos ilícitos hacia la parte baja donde estaban los cuidanderos de los terratenientes. Según dicen, no eran más que paramilitares filiales del frente Cacique Pipintá. Esto puso el ambiente del pueblo muy pesado, ya que era allí donde se cruzaban los muchachos de la tierra caliente, los del Cacique Pipintá, con los muchachos de tierra fría, miembros del frente 47 de las FARC y hasta del ELN. En los fines de semana eran habituales los ajustes de cuentas y entre semana las noticias de las peleas en el “barrio” eran el pan de cada día. Pese a esto, nunca se vivieron enfrentamientos ni cruce de fuego, pero se sentía una zozobra y temor permanente ante no saber a quién se tenía al lado y de qué bando era.

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Ante lo incierto de la situación mis padres decidieron trasladarse a Bogotá, donde volvimos a estar juntos por aproximadamente un año. La vida de ciudad desesperó a mi padre que volvió a la finca y se dedicó al campo; allí se encuentra actualmente. A finales de los años 90 e inicios de la primera década del 2.000, la presencia militar en el pueblo fue evidente. Según cuentan, transitaban batallones día y noche. La actividad de los muchachos de la guerrilla fue la primera en mermar; los otros, aún hoy en día, siguen presentes aunque más relajados, sin dejar de mostrar su poder de vez en cuando. De esta manera me doy cuenta que en realidad toda mi vida ha estado marcada y, en cierta manera, definida por un conflicto ante el cual la ciudad ha servido de refugio, aunque esto sea solo en apariencia, ya que muchas de las historias que se entretejen aquí, son como la mía, resultado de todo lo que pasa en nuestro país. Pero equivocadamente pensamos que solo quienes hacen frente a la situación, quienes reciben las balas, son víctimas.

Sin embargo, pensando en la afectación de la guerra podemos decir que todos somos víctimas pero no nos enteramos de ello, porque creemos que la víctima es aquella personas despojada de su dignidad, pero no relacionamos que la red necesaria para el desarrollo se da en ausencia de la guerra.

TIEMPO CIRCULAR Y EL REGRESO DE LA VIOLENCIA

U

na tarde del 2 de noviembre de 2011 me llama un amigo a decirme que están buscando alguien que viaje con dos investigadores para grabar y editar todo el recorrido por varios pueblos del caribe. Primero viajaríamos al sur de Bolívar; la idea era visitar cinco experiencias de comunidades con trabajos de autosuficiencia económica y alimentaria, mediante la combinación de la minería y la agricultura. Los lugares a visitar quedaban ubicados en los pueblos de Arenal, Santa Rosa del Sur, Puerto Rico y Micohaumado. El viaje me generaba una especial atracción, así como un inexplicable temor. Las razones por las cuales tenía esta sensación, en su momento no las había podido ubicar con claridad. Parecía más una expresión ansiosa y casi paranoica, sobre lo que significaba este viaje para el reconocimiento de la guerra y sus formas de retornar, de


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refinarse, de reinventarse. Después pude racionalizar con mayor precisión, el porqué de estas sensaciones. Pude entender que tenían que ver con que dos personas de una misma familia, en distinto momento pero en la misma región, coincidían a través de la conversación con personas que habían sido víctimas directas de la guerra. Y como por un error de cálculo, más de desorganización de las agendas y cronogramas de viaje, tal vez por la misma fortuna, no estuvimos en momento y lugar indicado, para terminar siendo víctimas directas de la guerra. Antes de relatar algunas situaciones del caso quisiera reflexionar sobre dos escenarios que a mi parecer conectan el sentido de esta experiencia vital y que resultan centrales a la hora de responder la pregunta ¿cómo nos toca la guerra? El primero tiene que ver con los efectos psicosociales de la guerra y como ésta para el caso de nuestra identidad como colombianos está cargada de un sin número de ficciones y prejuicios acerca de los territorios y pobladores de determinadas región. Carlos Castaño, jefe paramilitar, escribió un libro donde decía que “en el sur de Bolívar, detrás de cada árbol hay una delincuente o hay un guerrillero”. El discurso negado del ex director del DAS, Miguel Narváez, justifica por qué es legítimo asesinar comunistas en Colombia. Todo esto hace parte de lo que podría llamarse las “consecuencias distorsionadas de la realidad”. La guerra siempre ofrece encontrarse

con la propia des-humanidad. La paradoja consiste en que la guerra está llena de equivocadas buenas ideas, es decir, para cada actor existen las justificaciones de su modo de actuar frente ella. Según Baró (1990: 6)3, la deshumanidad exige la emergencia de una gran cantidad de valoraciones y prejuicios sobre lo que significa la guerra, y dice: Son representaciones distorsionadas de la realidad que se constituyen con anterioridad a la experiencia o por generalización injustificada de experiencias muy particulares. Los prejuicios cumplen una función defensiva contra temores y reflejan la incapacidad mental y/o emocional para lidiar con las complejidades y contradicciones de la realidad, o con aquello que amenace un sentido de seguridad asentado sobre valores que se consideran absolutos e inmutables. Una vez instalados, los prejuicios funcionan como filtros en la percepción de la realidad, de forma que se tiende a ignorar o distorsionar todo lo que no encaja en los esquemas mentales preconcebidos. Los prejuicios se van reforzando a sí mismos y tienden a dominar la percepción, el pensamiento, las actitudes, la conducta y, consiguientemente, la vida social. De esta manera, el prejuicio del que habla Baró, se conecta con el segundo eje de reflexión sobre el cual gira la pregunta ¿cómo nos toca la guerra?, la cual pasa por la concepción de tiempo circular. En este sentido, las orillas desde la cual vivimos y experimentamos los seres humanos la guerra, es muy amplia. Para Gómez Buendía, podría decirse que no existe ningún colombiano que en algún momento de su historia personal o familiar no haya tenido que ver con la historia de violencia y de guerra. Más inquietante resulta que, desde el año 1810 al año 3. Martín-Baró, Ignacio. 1990. Una psicología social de la guerra: trauma y terapia
UCA, editores
San Salvador, El Salvador.

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CRÓNICAS

2004, se calcula que en Colombia han muerto sumando todos los conflictos 535 mil 79 personas y que el mayor número de muertos lo ha puesto la guerra de independencia con 200 mil muertes, frente a las 137.310 mil muertes puestas por la guerra de liberales y conservadores y 89.099 muertes puestas por el conflicto guerrilla – estado (Velandia, 2011).4 Cuando hablo del tiempo circular y que la guerra siempre retorna, tiene que ver con una concepción de que el tiempo funciona de tres maneras. 1) Es circular, elíptica, en espiral y no lineal y eso depende de la fracción de tiempo que miremos, pero a una mayor escala, se le ven los patrones, las secuencias, las coincidencias. 2) Que avanzamos de espaldas al futuro y de cara al pasado. 3) Luego, lo que estamos viendo en nuestro pasado, desde el punto de vista de nuestro ojo, es el futuro.

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Así la guerra que un día se vivió, vuelve a suceder en otro momento, con otras personas, en los mismos territorios, pero con experiencias y argumentos diferentes, pero ésta siempre ha regresado. Si bien aceptar esta concepción puede resultar algo trágico en el sentido de que parecería que estuviéramos condenados a repetir las historias de la violencia, también permite tener un versión más preventiva sobre lo que nos puede seguir sucediendo si no actuamos sobre el presente. Es decir, si el futuro es el pasado, tendríamos la oportunidad de, en el presente, modificar el futuro. Después de haber planteado estas dos reflexiones, regreso a mi historia sobre ¿cómo nos toca la guerra? 4. Velandia, Carlos Arturo. 2011. Costos y efectos de la guerra en Colombia. Asamblea Permanente de la Sociedad Civil por la Paz. Bogotá, Diciembre.

Recuerdo que en la familia se dio una fuerte conmoción. Mi madre lloraba, todos los familiares llamaban, cada quien tratando de saber si entre las personas que cayeron durante una masacre en Cimitarra (sur de Bolívar), el 26 de febrero de 1990, se encontraba mi padre. Tiempo después pude entender las razones del silencio sobre esta terrible historia. Para esta época, 1989, las formas siniestras en las que se presentaba la violencia, se mostraban con mayor frecuencia. La región había experimentado distintos momentos en cuanto a la instalación de estructuras militares. Desde 1970 por la represión contrainsurgente y, a partir del 1983, por la conformación de grupos paramilitares asociados al narcotráfico, aunque en ese entonces eran más conocidos como los MASETOS, los cuales se presentaban como la cara amable de los ganaderos del Magdalena Medio. El sentido del viaje de mi padre a esta región, obedecía a un petición expresa por parte de la Asociación de Campesinos de Trabajadores de Carare a la Universidad Nacional de Colombia, para que los acompañara en la formulación de dos interesantes proyectos. Uno era la creación de un museo paleontológico, a raíz de que en la zona existían guacas y artefactos que hacían parte de las culturas indígenas que poblaron estas tierras antes de la colonización española. El segundo proyecto en el que se estaba trabajando, consistía en la creación de un pueblo que pudiera tener dos énfasis de subsistencia, asegurar la producción alimentaria y la explotación artesanal del oro. Todo esto ocurría en la vertiente del río Minero, el cual nace en las montañas de la serranía de San Lucas y, por efectos de aluvión, va dejando el oro en los playones que en su recorrido se arman hasta llegar a su desembocadura en el río Magdalena. Por mi parte, el viaje que me habían propuesto realizar a esta región, duraba cerca de 11 días y había que hacer entrevistas a


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diferentes personas que tenían conocimientos sobre la historia de poblamiento de la región. Por más de cuatro décadas estas personas se caracterizaban por ser hombres y mujeres dedicados a la producción agropecuaria y por fuerza a organizarse socialmente para protegerse de conflicto armado entre guerrilla, ejército y ahora los paramilitares. Una de las experiencias a visitar era la de un trapiche de panela en la comunidad de Santo Domingo (Sur de Bolívar), donde reside un viejo líder de la Asociación de Usuarios Campesinos. En su relato aparecían anécdotas sobre cómo hacían para recuperar personas retenidas por el ejército bajo la excusa de estar adelantando una lucha anticomunista; los grupo paramilitares se ensañaron con la población civil que desde el prejuicio la consideraba aliada de la guerrilla.

ejército, ni con los paramilitares y que de aquí del pueblo nos íbamos a mover- Nos contó.

También relataba cómo se organizaron en más de una ocasión para desarrollar movilizaciones con el fin de exigir la presencia institucional a través de desarrollo de vías, colegios, puestos de salud, formas de comercialización de sus alimentos. Uno de los eventos que con más frecuencia resaltaban las personas que entrevistábamos, tenía que ver con la “Segunda caravana internacional por la vida y contra el despojo en el Sur de Bolívar”; la primera ocurrió en el año 2001 y su objetivo era traspasar el cerco militar en el que se tenía a las poblaciones del sur de Bolívar. También relataron cómo durante la entrada de grupos paramilitares a la región, buscando quiénes eran los aliados de la guerrilla, les tocó sacar el valor que rompiera la parálisis que generaba el miedo y atreverse a hablar con los comandantes de los grupos.

Por su parte, mi padre -en la época en la que estuvo trabajando en la región, en el tema de la construcción de un museo paleontológico y el levantamiento de un pueblo autosuficientefrecuentemente, antes o después de llegar en comisión de trabajo, se reunía en una cafetería en Cimitarra con los líderes de la ATCC. Hablaban de su recorrido y de la información que levantarían como mapas, niveles, barrenas. Durante el recorrido veían y escuchaban cosas, tránsito, subida de tropas. El equipo había regresado para presentar un informe de avances sobre el levantamiento topográfico y el proceso de parcelación que la Asociación proponía. Ellos quedaron de regresar a los 15 días. Sin embargo, algunos líderes estarían trabajando en otro compromiso con una periodista en un documental de denuncia sobre la movida de grupos paramilitares y su cercanía con la ley.

-A uno eso le daba miedo hablar con un tipo de esos, que andaban con el machete y ya sabíamos lo que hacían. Lo que les dijimos, es que nosotros nos habíamos declarado en resistencia civil, que no estábamos ni con la guerrilla, ni con el

De esta manera y bajo este tipo de testimonios, seguíamos nuestro recorrido por los distintos pueblos. Ya habíamos pasado por el pueblo de Puerto Rico y habíamos documentado la forma de trabajo asociativo que estaban logrando sostener para la producción de la panela, de plátano, de la yuca, del arroz, de proteína animal, un proyecto de la Federación Agrominera del sur de Bolívar. Sin embargo, como nos faltó entrevistar a uno de los líderes que podía llevarnos a hacer un recorrido por una de las fincas, decidimos seguir con los recorridos y al regreso pasar de nuevo por el trapiche y terminar esa parte de la documentación.

El equipo de profesores decidió entonces continuar con su recorrido, ya sabían para donde iban y no pararían en Cimitarra. Según las investigaciones, la organización estaba infiltrada y

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CRÓNICAS

el 26 de febrero de 1990, en la cafetería donde se reunían, fueron asesinados tres grandes líderes junto con la periodista. Los asesinos deambularon como si nada por el pueblo. La sensación de temor por el viaje que estaba a punto de realizar, podría explicarse desde los párrafos mencionados inicialmente. En muchas situaciones, la percepción que tenemos sobre la realidad está asociada a lo que hemos vivido en un lugar y también a lo que nos han contado del lugar. En este sentido, los prejuicios que circulan en muchas de las narraciones cotidianas alrededor de ciertos territorios, tiene tanto de realidad como de la ficción instalada por los prejuicios.

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Sin embargo, algo que he aprendido a reconocer a partir de mi trabajo como profesional de las ciencias sociales y vinculado en distintos momentos a procesos de acompañamiento psicosocial a comunidad afectadas por el conflicto, es que yo no soy ajeno, ni me encuentro blindado a experimentar sus efectos. La sensación de temor, no era más que la propia intuición que mi cuerpo me expresaba. Nunca pude ver mejor como en esta ocasión, cómo la memoria corporal y emotiva está pendiente de avisarnos sobre los riesgos que circulan en el ambiente. Era mi propia memoria la que estaba intentando avisar que la región que estaba visitando, ya la había conocido a través de la experiencia de mi padre y que el riesgo que vivió él en su momento, era una forma desde la cual mi propio inconsciente quería protegerme y avisarme que también podía estar en riesgo. Rumbo al pueblo donde quedaba el trapiche que visitaríamos de regreso, nos avisaron por teléfono que el proyecto había sido incendiado y se habían visto dos hombres de civil en la entrada del pueblo pidiendo documentos. Los nuevos grafitis que manchaban el lugar de los hechos decían: AGC, Autodefensas Gaitanistas de Colombia. Se trataba entonces de un retorno más, de un reinvento más la de violencia…

¿HAY RAZONES PARA LA ESPERANZA?

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n estos momentos me encuentro en el avión con destino a la ciudad de México. Justamente esta semana se cumple un año de vivir en Colombia. Antes de partir con destino a la ciudad de Bogotá para iniciar una nueva etapa profesional en mi vida, pues me iría a trabajar para la Organización de las Naciones Unidas para Alimentación y la Agricultura, mi madre con la angustia que caracteriza a las mamás me decía: “¿A qué te vas allá? Ese país es muy peligroso allá hay guerra y están los narcos”. Obviamente yo le decía a mi madre que las cosas en Colombia ya están muy tranquilas, las noticias no hablan ya de un conflicto y que la situación en México no era tan distinta. Y así partí hacia Bogotá. En mi primera semana estuve en un curso y uno de los temas impartido me impacto muchísimo, se trataba del panorama del conflicto en Colombia. El expositor mostraba información que realmente me dejó atónito. Se trataba de una realidad que yo desconocía; en esos momentos pensé que tal vez mi madre tenía


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razón. Las cifras del conflicto, lo confieso, me escandalizaron: más de 4.7 millones de personas desplazadas entre 1996 y 2012, 220 mil víctimas y se estima que poco más de 25 mil personas han desaparecido entre 1985 y 2012, hechos provocados por los grupo de paramilitares, guerrillas, fuerza pública y grupos armados no identificados. En el período de 2002-2013 algunas de las características de mayor relevancia del conflicto son: profundización de la guerra de guerrillas, uso de explosivos, campos minados y francotiradores, amenazas y homicidios. Así mismo, se

presenta el surgimiento de nuevos grupos armados ilegales post-desmovilización de las autodefensas, caracterizados por una fragmentación e invisibilidad y la realización de homicidios sistemáticos. Es decir, este periodo -según el especialista en seguridad decía- se caracteriza por ser amorfo e invisible, con violencia psicológica a través de amenazas, violencia localizada contra sectores poblacionales, no cambia de regiones e incorpora el narcotráfico. Además, en el entendido de que mi trabajo en Colombia sería el de coordinar los proyectos en operación, nuevamente dudé de mi decisión, pues las zonas (en donde están los proyectos

coinciden con las zonas/regiones de incidencia del conflicto (Antioquia, Nariño, Putumayo Meta, Cauca, Chocó). Como le decía a mi madre, la situación en México no es tan distinta de lo que pasó en Colombia en los años 90. Hoy en día, al cabo de ocho años de declarada la guerra contra el narcotráfico por el entonces Presidente de México, Felipe Calderón, se contabilizan aproximadamente 80 mil personas asesinados por motivos relacionados al tráfico de drogas y armas, eso supone que ésta declarada guerra acumula más muertos que la guerra de Estados Unidos contra Vietnam (58 mil soldados estadounidenses murieron allí). Estas cifras evidencian y no dejan duda de que en México existe una guerra real, que incluso el actual presidente Enrique Peña Nieto no ha querido visualizar, ocultándola y manipulando los principales medios de comunicación. Hoy, desde Colombia, me es imposible no estar al tanto de las noticias y comparaciones que se hacen de las llamadas autodefensas en el estado de Michoacán con los grupos o milicias urbanas, las Convivir, organizadas en el período presidencial de Ernesto Samper pero promovidas por Álvaro Uribe, entonces Gobernador del Departamento de Antioquia, conformadas por una alianza entre el estado (ejército) para combatir la guerrilla. La sociedad y el gobierno mexicano siguen el camino colombiano; como se dice en medios alternativos de comunicación “las autodefensas mexicanas se están colombianizando”. Regreso a México pensando en que mediante el compromiso y trabajo honesto, cada quien desde su trinchera de trabajo puede hacer que las cosas cambien. Hoy estoy plenamente convencido de que tomé la mejor decisión al venir a Colombia. Sé que tanto para México como para Colombia hay un futuro mejor y posible, pues a través de los aprendizajes y vivencias del día a día me doy cuenta de que sí hay razones para la esperanza.

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CRÓNICAS

UNA VIDA ITINERANTE CONOCIENDO LOS IMPACTOS DE LA GUERRA.

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ios me puso en Sucre. Entre los años del 2000 al 2005, ocurrieron innumerables hechos de violencia en todo el departamento, especialmente en Montes de María, San Onofre, Tolú, Los Palmitos y Rincón del Mar. Las fuerzas operantes del terror fueron los paramilitares, que estaban infiltrados en la política, las administraciones y hasta en la universidad pública.

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En estas épocas tenía entre 19 a 22 años de edad y estudiaba en la universidad, pero por extrañas razones todos los problemas de violencia que ocurrieron fueron ajenos a mí. Es raro decirlo pero ¡nunca me enteré!, no lo escuché por las noticias, no lo vi en la televisión, nunca escuché que lo comentaran en la universidad. Considero que me faltó sentido de la realidad de la tierra en la que vivía, me avergüenzo de esta etapa de mi vida, debí haber sido más consciente de esto. Pero Dios tenía ya preparada la parte que tendría que asumir en la guerra que sufría mi país, solo que empezó mucho después. Al salir de mis estudios de pregrado tenía la firme intención de conocer el país, pero conocerlo trabajando, conocer las realidades que hasta ese momento desconocía. Emprendí mi vida laboral y entonces vino mi parte, atender víctimas en la emergencia o en el conflicto y hoy en la reparación o en el postconflicto. Todo empezó en La Paz y San Alberto en el Cesar, tierra donde los grupos paramilitares reinaban, los paramilitares y la gente pregonaba, como dice la canción de los Hermanos Zuleta, “que viva la tierra paramilitar”. En un segundo momento me fui a Bojayá y Riosucio en el Chocó y ahí sí ¿tierra de quién?: guerrilla o paramilitares. Recuerdo

entre las víctimas que me tocó atender, a los indígenas Embera afectados en tal grado, que sus jóvenes se suicidaban por causas inciertas; muchos expertos atribuyeron las causas a la violencia que sufrieron estas comunidades. Posteriormente estuve en Calamar, El Retorno y San José en el departamento del Guaviare. En El Retorno, fue donde estuvo secuestrado el hijo de la Clara Rojas, formula vicepresidencial de Íngrid Betancourt. Las víctimas, mestizos colonos, indígenas, ancianos, adultos y jóvenes, afectados por variados tipos de actores, encerrados en el casco urbano del municipio, sobreviviendo con los apoyos de Acción Social, estaban moralmente destruidos, primero por sus familiares asesinados o desaparecidos, pero también porque todos extrañaban esa economía próspera que estaba vinculada de alguna manera a los cultivos ilícitos. Era curioso poder hablar con gente de muchas partes del país, hasta costeños, en el Guaviare. Todos contaban que llegaban buscando oportunidades económicas para montar un negocio. Decían que la gente que trabaja con la coca pagaba a buen precio sus productos y en zonas tan alejadas pagaban lo que fuera necesario hasta para obtener una gaseosa. No puedo dejar de mencionar El Tambo y El Bordo en el Cauca, afros, indígenas y mestizos. En La Paz, vereda del Tambo en Cauca, conocí por primera y única vez en mi vida una “cocina” donde procesaban la coca; nunca antes había visto una, pero inmediatamente entendí de qué se trataba. En el mismo momento conocí a una mujer, ingeniera química, de mi edad y costeña, con su rostro y manos quemadas por ácido para elaboración de la pasta. En Antioquia, municipio de San Carlos, el 90% de la población de este municipio se desplazó del área rural al casco urbano del municipio y a Medellín. En respuesta a esta situación, el municipio de Medellín implementó un plan de retorno y un


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programa para atención en el municipio de San Carlos; la huella de lo sucedido estaba aún latente cuando llegamos. La oficina del proyecto donde trabajaba la conocían como “la casita del terror”; en este lugar los paramilitares que operaban en esa zona cometían crímenes y hasta fosas comunes encontraron allí; en las oficinas del segundo piso aún se sentía el frio y el terror impregnado en sus paredes. Las víctimas, mestizos campesinos. Los actores, guerrilla, paramilitares y Estado. Qué decir de Medellín, ciudad de la innovación, pero también una de las ciudades de mayor recepción de víctimas de conflicto del país, adonde llegó gente proveniente de todos lados, principalmente de la Costa y el Chocó. Las víctimas llegaban buscando refugio y se insertaban en la periferia de la ciudad y en la violencia urbana, que no es menos cruel que la violencia rural. Aquí conocí mujeres negras muy valiosas, inteligentes y trabajadoras, aterrorizadas por la violencia de la ciudad y con la esperanza de recuperar su tierra y poder reencontrarse con su familia. Considero hoy, que el tiempo de la inocencia y falta de la realidad de la que sufrí ya pasó. Ahora conozco la verdad, verdad que me confunde y me ha trastornado. Quisiera poder entender por qué otros países superaron sus épocas de conflicto armado y nosotros seguimos sumergidos en el más profundo desconcierto. Según los nuevos mandatos estamos en post-conflicto. ¿Será una realidad lo de la paz o será una nueva desesperanza? Agradezco a Dios por todas las oportunidades que me ha dado en estos años de recorrido. En este tiempo no sólo conocí la violencia contada por las voces de las víctimas, sino también conocí lugares, modos de vida, amigos, paisajes, ríos, como el Atrato desde su nacimiento en El Carmen de Atrato, desde donde hoy escribo este recuento, hasta sus 13 desembocaduras sobre el golfo de Urabá. No muchas personas pueden conocerlo y escuchar las historias entorno a él.

CUANDO SE APRENDE A SENTIR COMO COLOMBIANO

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uando uno habita en una región en donde no hay presencia de grupos armados, piensa en la guerra como en algo lejano, que nunca lo afectará y no logra dimensionar el sentir de las personas que viven rodeadas o inmersas en el conflicto. Este es mi caso. El municipio donde nací cuenta con la fortuna de estar aislado de los grupos armados y crecí viendo la guerra como algo ajeno, de la que sólo me enteraba a través de los medios, con las distorsiones que esto implica. Sin embargo, en 1995 mi vida cambió y por razones de trabajo, tuve la oportunidad de recorrer buena parte del territorio nacional, lo que me permitió conocer de primera mano la cruel realidad del hermoso país que habitamos. Por primera vez sentí lo que significa vivir con la incertidumbre de saber que el ciclo natural de la vida puede ser interrumpido bruscamente por las decisiones que puedan tomar los grupos armados según el peligro que puedas representar para ellos o, simplemente, porque les da la gana. Entre 1995 y 2003 visité más de 5000 familias campesinas que habitan zonas muy diversas del país, con características socioeconómicas completamente diferentes: familias que residen muy cerca de las ciudades, en fincas acaudaladas con viviendas ostentosas; o familias que residen en veredas, para cuyo acceso es necesario caminar más de 12 horas antes de llegar a la primera vivienda y en las que, como es de esperarse, sólo se cuenta con los bienes básicos para subsistir. Todas estas familias, independientemente de su condición económica, me acogieron como a un miembro más. Allí aprendí, que no es necesario ser adinerado para compartir y que no

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sólo se comparte lo material. Se comparte también el afecto, la amistad, la confianza, el sentimiento. Fue en esta época en la que en el mes de julio de 2003 conocí a don Hermídez, un campesino de mirada franca; por él se sentía un gran afecto al primer trato. Don Hermídez prestaba sus servicios como transportador en su vehículo particular, en un corregimiento aislado de un municipio del Cesar, en donde para ingresar era necesario pedir permiso al ejército, no sin antes “comprometerse” a informarles sobre la presencia de grupos armados (en qué veredas, en qué viviendas, etc.) En este corregimiento imperaba la guerrilla; no obstante, a cinco horas de camino en carro, en el mismo municipio, eran los paramilitares quienes tenían el control de la zona.

Las dos semanas que compartimos con don Hermídez nos permitieron ratificar nuestra primera impresión; nuestro conductor era un gran ser humano, tenía una familia hermosa, una esposa con la que había compartido 10 años de su vida y 3 hijos pequeños, a los que aspiraba convertir en personas de bien, que estudiaran, pero que no por ello abandonaran este territorio tan violento, pero con el que soñaba, según sus propias palabras:

Don Hermídez había logrado, a fuerza de servir y ser una persona ejemplar por su honestidad y buen corazón, ganar la confianza no sólo de todos los habitantes del corregimiento, sino también de los grupos guerrilleros y se convirtió en la única persona que podía acceder a las zonas más restringidas del mismo. Era él quien llevaba los víveres a toda la comunidad, transportaba los enfermos, atendía las situaciones urgentes. Fue esta la razón por la cual se convirtió en la persona que nos transportó durante dos semanas, en el desarrollo de nuestro trabajo.

Ese era el sueño de don Hermídez, aunque nos confesó que su familia temía por su vida, ser el único que podía acceder a ciertos lugares era muy peligroso, porque “en zona de guerra, si tienes la confianza de unos, automáticamente granjeas la desconfianza de otros”.

Se volvió un compañero más del grupo conformado por cinco mujeres; no se limitaba sólo a llevarnos en su carro, nos ayudaba a cargar los equipos de trabajo, nos servía de guía, su presencia generaba confianza en los habitantes del sector y nos abría las puertas en una zona, en la que se percibía el temor y la desconfianza ante los desconocidos, pues casi todas las familias habían padecido la muerte de alguno de sus integrantes en una guerra a la que eran ajenos, pero que los involucraba sin consultarles.

“Ver convertido en un lugar en donde todas las personas pudieran caminar hombro a hombro, sin distinción de credos, colores o ideales; en donde el ser humano significara más que el dinero o las conveniencias; en donde Dios estuviera por encima de todo y por tanto cada ser humano se valorara como a un hermano más”.

Desde nuestra ignorancia le aconsejamos tener mucho cuidado. Aquél día en que nos despedimos después de terminar nuestro trabajo, nos fuimos con la promesa de regresar un año después a visitar nuevamente los mismos hogares,

Pedro Ruíz, “Guacamayas”


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encargándole que por ningún motivo nos abandonara pues se había convertido en alguien muy especial en nuestras vidas y sólo con él nos sentiríamos seguras en nuestra próxima visita. No olvido la sonrisa franca y tranquilizadora con que nos despidió, tampoco olvido sus palabras, que se grabaron en mi mente, como si supiera que serían las últimas que le oiría pronunciar: “Tranquilas, para cuando regresen esta zona estará en paz y ya podrá transportarlas cualquier persona… claro que para entonces seré yo quien no los deje, pues este trabajo es mío, ¿no ven que ya somos como una familia?”. Salimos de allí, sintiendo que dejábamos a un gran amigo; sí, a un familiar más. Estábamos felices de volver a verlo un año después, pero no fue así… Al año siguiente, tal como estaba programado, se visitó nuevamente la zona, sólo que en ésta ocasión ya no viajé y tomó mi lugar -como supervisora- una de mis anteriores compañeras de grupo. Cuando me despedí de ella en Bogotá, en junio de 2004, le entregué los datos para contactar a don Hermídez, rogándole encarecidamente darle mis saludos y agradecerle nuevamente todo su apoyo y amistad, además de decirle

que estaba muy triste por no poder ir a visitar su territorio, que ya imaginaba en paz, tal como él lo esperaba. Lejos estaba de imaginar la cruda realidad. Dos días después, el 25 de junio a las 10:30 de la noche, recibí una llamada que no hubiera querido recibir nunca. “A don Hermídez lo mataron” expresó presa del llanto mi compañera. Quedé sin aliento, mil cosas pasaron por mi mente, la tristeza y la rabia se apoderaron de mí y mil preguntas me asaltaron. ¿Con qué derecho un ser humano acaba con otro?, ¿Alguna razón es tan importante como para valer una vida? ¿Quién le da la potestad a una persona para asesinar a otra, sea cual sea su ideología? Tras un silencio eterno de ambas, me contó cómo sucedió. El sueño de don Hermídez nunca se cumplió. Tras muchas jornadas de enfrentamientos y después de muchas muertes, incluso entre la población civil y ajena al conflicto, en febrero de 2004, los paramilitares derrotaron a la guerrilla y se “apoderaron” de la zona. Su entrada triunfal al corregimiento tuvo lugar el 18 de febrero; lo primero que hicieron fue convocar a asamblea general a todos sus habitantes, el día 19 de febrero a las 8:00 de la mañana. El temor invadió a los habitantes del lugar, quienes sin embargo acudieron puntualmente a la cita, don Hermídez, entre ellos. “Era uno de los más tranquilos, incluso nos decía que estuviéramos tranquilos, que nosotros nunca le habíamos hecho daño a nadie y que por tanto nadie tenía porqué hacernos daño a nosotros”, comentan algunas de las personas que acudieron con él a la asamblea. A las 8:00 en punto empezó la reunión. Los paramilitares explicaron a los habitantes las nuevas “reglas”, los nuevos “impuestos”, los servicios que debían prestarles a ellos y les

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indicaron que a partir de ese momento se regirían por nuevas normas de urbanidad, que de cumplirse juiciosamente por parte de todos, les garantizaban que la paz llegaría y nunca más abandonaría el corregimiento. Ya no habría más enfrentamientos, la guerrilla había sido vencida y curiosamente el ejército ya no estaba haciendo guardia a la entrada del caserío.

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“La reunión se extendió casi hasta las 12:00 del mediodía, se sentía un ambiente tenso y pesado”, comentaba la gente. Y cuando parecía que todo había terminado y dieron la orden de salir ante el suspiro de alivio de todos, se escuchó una voz: “¿Quién es Hermídez Chacón?”. Cuentan que “don Hermídez levantó la mano y se acercó a quién lo llamaba” y fue ahí, en ese momento, en donde sin mediar palabra, sin dar ningún tipo de explicación, ni permitirle decir nada, en donde a las 12:05 del día 19 de febrero de 2004, cuando acababan de anunciar que la PAZ había llegado al territorio, de un disparo fue asesinado don Hermídez, ante la mirada aterrorizada de sus vecinos, amigos y familiares. ¿Sus verdugos? los mismos que anunciaron la PAZ tan anhelada por él había llegado. Hoy, al escribir esta crónica, imagino a aquél hombre de corazón sincero y sonrisa franca, caminar con el gesto de amistad que lo caracterizaba hacia el hombre que sin emoción alguna acabó con su vida, con la vida de un hombre que vivió para servir, que siempre respetó a los demás, que brindó su amistad a todos. El hombre que dejó los más bellos recuerdos en todas las personas que tuvimos la fortuna de conocerlo y que, en un país como el nuestro, representa a los miles de hombres y mujeres que han sido masacrados por el único pecado de vivir en la zona de conflicto y que sin tener nada que ver con ninguno de los grupos armados, terminan inmersos en la guerra sólo por haber nacido o por habitar allí.

¿Realmente hay en Colombia alguna persona adulta que pueda decir que no ha sido tocada por la guerra? No lo creo, tal vez lo que hay, es falta de conciencia, de sentir patrio, de sentir al otro como hermano.

EL ECLIPSE DE UNA MISIÓN HECHA RESISTENCIA

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as comunidades afrodescendientes e indígenas en el Medio Atrato han padecido una guerra difícil de reseñar por su fundamento anacrónico, sus secuelas irreparables y la resistencia de sus habitantes -oriundos y adoptados-, que renacen incasablemente para no olvidar lo vivido y reconstruir lo soñado. Es la historia de un misionero vallecaucano, entregado a la defensa de estas comunidades indígenas y afros, la que quisiera tomar con el respeto del amigo quien me permitió acércame a ella, para mostrar la contracara de esta guerra: una resistencia cristiana en defensa de la vida y la cultura. En 1995 llegó al departamento del Chocó, un misionero Claretiano de la Diócesis de Quibdó, nacido en Cali, de 25 años de edad, séptimo hijo de ocho hermanos, con el firme propósito de entregarse a las causas que consideró justas: el respeto a la vida y la defensa del territorio de las comunidades indígenas y afros de la región del Atrato. Desde su llegada hasta el día de su partida, el misionero Rafa como cariñosamente lo llamaban, tuvo que vivir las secuelas de los enfrentamientos entre paramilitares y guerrilla, donde el protagonista terminaba siendo la muerte de inocentes y la desolación de los sobrevivientes, quienes jamás entenderán el hecho de estar en una guerra incomprendida donde las victimas las ponen ellos y las armas los “otros”. Uno de los sucesos más crueles que marcó la guerra de esta región fue la masacre de Bojayá. El cruento enfrentamiento que


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entre el 20 de abril y el 7 de mayo de 2002 sostuvieron la guerrilla de las FARC y un comando paramilitar en la cabecera municipal de Bojayá, con el hecho trágico de la detonación de 4 cilindros bombas dentro de la iglesia del pueblo, dejó 79 personas fallecidas, 48 de ellos menores de edad y 13 personas más asesinadas durante los enfrentamientos de esos largos 18 días (Centro de Memoria Histórica, 2010)5. No obstante, previo y posterior a este suceso, hubo dos episodios en la vida de Rafa que hicieron manifiesta la crueldad humana guiada por el poder efímero que entrega un arma en el vacío de una guerra infundada. El primer hecho puede titularse ‘El ocaso de una misión’. La noche del jueves 18 de noviembre de 1999, defensores de derechos humanos que realizaban trabajo con la comunidad en Murindó en el marco del programa Paz y Tercer Mundo (PTM), se dirigían a Quibdó en un bote de madera, con el fin de conseguir insumos para la tienda comunitaria, ya que estos fueron limitados por los paramilitares que ejercían control sobre la zona. A bordo de la barcaza se encontraban el sacerdote Jorge Luis Mazo, el misionero español Iñigo Eguiluz, el misionero Rafa, Oscar Correa, Medardo Rivas, Onofre Valencia y otros defensores. Ellos tenían clara su misión: romper el bloque económico al que las AUC condenaron al Atrato, conociendo el riesgo de sus acciones. “Estamos empezando a molestarles [a las AUC] porque se les acaba el negocio de las comisiones y los intermediarios. Veremos cómo reaccionan, pero es que, además de denunciar las matanzas, estamos tocándoles el bolsillo…” son palabras de Iñigo en “Los muertos no hablan” (Paco Gómez, 2012). 5. Informe Bojayá La Guerra sin límites. Centro de Memoria Histórica (CMH). 2010. www.memoriahistorica-cnrr.org.co y www. cnrr.org.co

El riesgo no tardó en volverse realidad. Esa noche de noviembre, trescientos metros antes de llegar a su destino, el bote fue embestido por una lancha rápida de alto cilindraje con luces apagadas conducida por paramilitares. El impacto silenció inmediatamente la voz del padre Jorge Luis. El misionero Iñigo se aferró a la vida hasta el último momento como Rafa se lo pedía: “¡Aguanta, Iñigo, Aguanta!”, pero el cuerpo de Iñigo fue desapareciendo en el fondo del río y a Rafa solo le quedaba tratar de salvar a los dos menores que estaban con él. El cuerpo de Iñigo y del padre Jorge fueron encontrados dos días después (Paco Gómez, 2012). Su funeral fue un encuentro masivo de chocoanos que con la tristeza y miedo de mantenerse en su territorio, expresaban la más fuerte resistencia a la no violencia. Este crimen, como pocos, fue atendido por la Justicia penal Ordinaria profiriendo sentencia condenatoria contra el paramilitar Yimmy Matute Palma (uno de los ocupantes de la lancha) por homicidio intencional; no obstante, no ha habido sentencia alguna contra los demás autores materiales e intelectuales del crimen (CMH, 2010). Para Rafa este suceso trágico e imborrable, dejó al descubierto el silencio que embarga a la justicia de un país sumido en la violencia. La Diócesis de Quibdó a la que pertenecía y a nombre propio, habían denunciado reiteradamente la violación de derechos humanos por el accionar de los paramilitares de la región; pero su voz tan solo fue escuchada en un tono ligero tras la pérdida de dos vidas entregadas al servicio de la comunidad chocoana. El segundo hecho puede llamarse “Desarraigo y desolación”. Dos años después de la masacre de Bojayá, durante los años 2004 y 2005, Rafa narró lo ocurrido. “Se produjeron diversos desplazamientos forzados masivos en la región del río Bojayá provocados por el avance de los paramilitares del Bloque Élmer

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Cárdenas en los ríos Opogadó, Napipí y Bojayá. Primero fueron algunas comunidades indígenas, después más de mil afrodescendientes de Pogue, Piedra Candela, La Loma de Bojayá y Cuia” (Rafael Gómez, 2006). Alrededor de 3100 campesinos afro-colombianos se vieron obligados a abandonar sus aldeas y cerca de 125 indígenas Embera procedentes del río Bojayá (Medio Atrato) solicitaron asilo en la Provincia del Darién Panameño (ACNUR en CMH, 2010). En la región sólo predominaba un ambiente de desconcierto e inseguridad para quienes, como Rafa, trabajan por los pueblos indígenas y las comunidades afro en su derecho a la libre autodeterminación frente a los actores armados.

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La vivencia de estos sucesos en un sentir justo, solidario, diáfano, misional y cristiano, crearon en Rafa una capacidad de servicio noble que se materializó en un acompañamiento incondicional a las comunidades, en un apoyo fraternal desde la fe que infundía y en explorar el mundo de las artes y letras como instrumento de resistencia pacífica y colectiva. En 1998, Rafa fundó en Quibdó el Centro Cultural Mamaú, dirigiéndolo hasta su partida en 2007. Mamaú recoge la herencia dejada por los Claretianos a lo largo de 100 años acompañando a la comunidad chocoana, con la misión de construir espacios de trabajo juvenil y artístico en barrios marginados de Quibdó (Mamaú, 20133)6. Otros espacios de cultura construidos y fortalecidos con el legado de Rafa son el Centro Pastoral Indígena, la Comisión Diocesana de Vida Justicia y Paz, el Proceso de Mujeres por una Vida Digna y Solidaria, y la Corporación Siempre Viva. La vida del misionero Rafa se apagó el 27 de septiembre de 6. Centro Cultural wordpress.com/

Mamaú.

http://centroculturalmamau.

Foto: Jesús Abad Colorado

2007 en medio de la realidad que cotidianamente vivía y que lo inspiró a escribir más de una historia memorable como se recopila en su libro El Eclipse y El Tesoro. Su muerte se reporta en los archivos recopilados por Centro de Memoria Histórica como ejecución extrajudicial sin condenatoria directa. Su legado se mantiene en su lucha y amor a la justa causa expresado en la más excelsa sencillez de la palabra escrita. Gracias Rafa, que aún sin conocerte en vida, el relato de un amigo y hermano tuyo permite que la labor incansable de quienes viven la guerra se extienda en la sensibilidad suprema a quienes la sentimos a la distancia.


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VIVENCIAS DEL SOCIALISMO EN ALEMANIA ORIENTAL Un poco de historia: la génesis de los dos estados alemanes

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espués de la Segunda Guerra Mundial, Alemania fue dividida en cuatro sectores: soviético, estadounidense, inglés y francés. La República Democrática Alemana (RDA) fue fundada el 7 de Octubre de 1949 y tuvo la ocupación soviética. La República Federal de Alemania (RFA), fue fundada el 23 de mayo de 1949 y allí se situaron las tres zonas de ocupación estadounidense, francesa e inglesa. A causa de esta división, el desarrollo de los dos Estados Alemanes era muy diferente. La Unión Soviética saqueó a la RDA por las prestaciones de reparación por causa de las pérdidas de la Segunda Guerra Mundial. Las empresas privadas existentes fueron expropiadas y nacionalizadas según el modelo soviético. Las empresas eran propiedad nacional y pertenecían legalmente a la dirección del Estado y del partido de la RDA. El desarrollo económico fue negativo y se basaba en las normas del “Gran Hermano” de la Unión Soviética. Por su parte en la RFA, Estados Unidos aportó una gran cantidad de dinero (préstamos) y máquinas, lo que resultó en un auge económico. Allí se dio un régimen federalista. Hasta 1960 se podía visitar, ir a trabajar y viajar a ambas partes de Alemania. Pero en 1960 se dio la orden de disparar para los soldados fronterizos de la RDA en casos de “cruces ilegales de la frontera”. Como símbolo de la “Guerra Fría”, se construyó el 13 de agosto de 1961 el Muro de Berlín, un muro de 1.378 kilómetros de frontera interior alemana entre la RDA y la RFA, que 9 años antes fue “fortificado” para parar el flujo de refugiados al Oeste. El muro también fue construido por la fuerte migración de ingenieros y otros profesionales de la RDA hacia la RFA, lo que amenazaba la existencia de la RDA.

Berlín Occidental se mantuvo como un Estado Insular en la RDA, es decir, un muro en el centro de la ciudad de Berlín. Ahora la libertad de viajar era restringida. A los ciudadanos de la RDA no se les permitía visitar a sus familiares en la RFA y Berlín Occidental. A los ciudadanos de la RFA se les permitía visitar a sus familiares en la RDA pagando una multa coercitiva. En los años 70, la prohibición fue parcialmente aflojada por el gobierno de la RDA. Ciudadanos de la RDA podían visitar a sus familiares en ocasiones especiales. Esta ley fue válida hasta la disolución de la RDA. Las manifestaciones pacíficas en varias ciudades de la RDA y un nuevo concepto del gobierno de la Unión Soviética bajo Gorbaschov, ocasionaron un cambio político. El muro cayó el 9 de noviembre de 1989. La RDA se adhirió el 03 de octubre de 1990 a la RFA. Alemania fue reunificada después de 40 años. La unificación alemana se celebra desde entonces cada 3 de octubre como fiesta nacional. Las fuerzas de ocupación soviéticas tuvieron que retirarse de Alemania. La vida cotidiana en el socialismo de la RDA El trabajo colectivo y la vida colectiva eran el centro de la vida cotidiana socialista. Todos fueron obligados y posteriormente educados a aportar “toda su fuerza para fortalecer el socialismo”. El individualismo y el pluralismo no se consideraban como valores; aquellos que formaban parte “del servicio socialista” eran reconocidos y premiados. Quienes aceptaban las reglas y los objetivos que imponía el partido político SED del gobierno socialista, podían llevar una vida relativamente normal bajo las condiciones en la RDA. Normalidad era el derecho al trabajo, la igualdad entre hombres y mujeres, una prosperidad modesta, sinceridad y solidaridad en el círculo de amistades. Esta normalidad se compraba con la adaptación política en una

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sociedad altamente ideológica y con una vida que era guiada desde la cuna hasta la muerte. El precio para esta “seguridad” en el “Estado Tutelar” que pagaron los ciudadanos de la RDA era la restricción de las libertades personales y los derechos humanos, válidos internacionalmente. Quienes se oponían al Estado y a sus reglas, eran la piedra en el zapato y eran observados por el Servicio de Seguridad del Estado (Stasi) y a menudo eran criminalizados y colocados como presos políticos en las cárceles de la Stasi. El mundo laboral y la actividad profesional de las mujeres

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El trabajo era el centro de la vida en la RDA. Las empresas socialistas también eran el centro de vida social y comunitaria. Desde muy temprano el partido político SED no definió a la familia, sino a los grupos de trabajo socialistas en la industria, en la agricultura y en la administración como “células básicas de la sociedad”. El “derecho al trabajo de acuerdo a las necesidades de la sociedad” incluyó, al mismo tiempo, la obligación de trabajar. Quienes no cumplían con la obligación de trabajar, ponían en riesgo el orden público por el comportamiento asocial y podían ser castigados con una multa o una pena de prisión de hasta cinco años. La razón de esto era la permanente escasez de mano de obra en la RDA, debido al bajo crecimiento de productividad y falta de fondos necesarios que eran inevitables para la modernización. La mayoría de los trabajadores se encargaban del mantenimiento de los equipos obsoletos y desgastados. Por eso, la producción se detenía muchas veces. Para no fallar por completo en la competencia con la RFA movilizaban a más trabajadores. Los pensionados trabajaban mucho más allá de la edad de jubilación. Se dio pleno empleo para todas las mujeres y en las empresas

se hacía un trabajo continuo con dos o tres turnos. La semana laboral era comparativamente muy alta, con 43,5 horas para un empleo normal. El empleo de las mujeres en la RDA era normal. La mayoría de las mujeres trabajaba jornada completa. Sólo una pequeña porción de ellas recibió, después de largas discusiones en la empresa, el permiso de trabajar a tiempo parcial. Para asegurar la operatividad laboral de las mujeres, se ampliaron en los años 70, una serie de políticas sociales para el apoyo de mujeres y familias. Por lo tanto, había el año pago de maternidad, la ausencia paga por enfermedad de los hijos, la prohibición de despido de las madres solteras y la legalización del aborto. Esto permitió a las mujeres una vida relativamente independiente dentro del sistema; pero, al mismo tiempo, el desarrollo laboral se complicaba por la doble carga, el trabajo y la familia. Por lo tanto, las mujeres tenían pocas posibilidades de ascender a cargos directivos. La familia, el círculo de amigos y la ayuda entre vecinos La familia tradicional representaba la única forma estatal legal de convivencia. Fue una forma más anticuada que las relaciones flexibles en los países industriales occidentales, pero a la vez más moderna debido al apoyo familiar más fuerte y una ley de divorcio cómoda. Pero la familia, el círculo de amigos y la ayuda de vecinos cumplían al mismo tiempo una función de nicho. Las parejas casadas con hijos recibieron desde los años 70 una financiación especial del gobierno. Incentivos principales para elegir tener hijos, eran la asignación preferente de un apartamento y un “préstamo de matrimonio” sin intereses, por un monto de 5.000 marcos. Después del nacimiento del primer y segundo hijo, la devolución del préstamo era proporcional y con el tercer hijo eliminaba por completo. Era común casarse


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joven y tener su primer hijo a temprana edad. Sólo así se tenía derecho a su propio apartamento. Cada bebé a la edad de los tres meses hasta los tres años tenía derecho a un puesto en la guardería infantil y los niños de tres años hasta la escolarización tenían derecho a un puesto en el jardín infantil. Estas instalaciones infantiles eran estatales y pagas por el Estado. Con eso, las mujeres tenían su empleo asegurado. La madre joven y trabajadora era promocionada como una mujer ideal socialista. La situación general de escasez intensificó las relaciones amistosas y el apoyo al prójimo. La escasez convirtió a los ciudadanos de la RDA en trabajadores manuales lo que les unió de una manera solidaria. Se sentían orgullosos de los pequeños lujos como el primer televisor, comprado con mucho esfuerzo y más tarde el primer televisor a color. La alegría, así como los problemas, se compartían con los vecinos y amigos. Los vecinos se ayudaban entre sí en casi todas las situaciones, ya que había escasez por todos lados. Así, por ejemplo, en el trasteo, en la renovación y en la construcción de la propia casa, se ayudaban con cemento y tablones, con herramientas y habilidades manuales. Lo que faltaba era intercambiado de alguna manera. Formas de pago para los diversos servicios de artesanía eran el dinero de la RFA, anguila ahumada o salami húngaro. Quiénes no contaban con relaciones, mala suerte. La vida cotidiana organizada y organización de masas De muy alta prioridad era la promoción de la “vida social organizada”. Dondequiera había un organizador, los ciudadanos de la RDA formaban -por lo menos por apariencia- comunidades de viviendas socialistas en los bloques de viviendas y

urbanizaciones o comunidades de aldeas socialistas. En los empleos de mano de obra voluntarios no remunerado (sábados comunistas o Subbótniki), las familias limpiaban, generalmente dos veces al año, el entorno de su vivienda. Se celebraban festivales de “comunidades de vivienda” y fiestas para niños. Afiches anunciaban los concursos socialistas en las zonas residenciales. El objetivo declarado del Estado era formar una “personalidad socialista” con reflexión y actuación colectiva. Este proceso se iniciaba en el jardín infantil con el plan educativo uniforme “vida social” y seguía en el colegio hasta la misión de educación socialista en las empresas. Una herramienta omnipresente en el trabajo cotidiano para fortalecer el espíritu colectivo era la “competencia de brigada socialista”. Se trataba de una competencia para el cumplimiento del plan, también en turnos extras y turnos de trabajo no remunerados. Estos esfuerzos adicionales fueron documentados en los diarios de la brigada. Los premios eran bonos colectivos o el título de “Brigada Socialista”. Obligatoriamente, el primero de mayo y el siete de octubre tenían lugar las “manifestaciones de lucha de los trabajadores”. Con las orquestas de chirimía y tambores se aclamaba el socialismo pasando por las tribunas de honor de los funcionarios del partido. Con el fin de tener influencia directa en la planificación del tiempo libre y de las vacaciones, el partido político SED contaba con una amplia red de organización de masas. Todos, desde niños de primer grado que formaba parte en la organización pionera, hasta los jubilados que formaban parte en la solidaridad del pueblo, estaban obligados a ser miembros por lo menos en una organización. Así pues, uno estaba expuesto a la influencia y el control ideológico. Una membresía del casi 100% registraron:

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La Organización de Pioneros “Ernst Thälmann” con tardes pioneras y campamentos pioneros (grados 1 a 8). La Juventud Libre Alemana (FDJ) como “reserva de personal del partido” (desde grado 8). La Federación de Sindicatos Libres de Alemania (FDGB) es responsable, en primer lugar, de la adjudicación de lugares para vacacionar.

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Las empresas se vieron obligadas a promover las actividades de ocio culturales socialistas y la cooperación con todas las organizaciones de masas. Por su propia cuenta, tuvieron que construir y administrar casas culturales empresariales, bibliotecas empresariales e instalaciones deportivas empresariales. Detrás de todo esto, estaba la idea de crear un tipo socialista de “hombre nuevo”, quien debe encontrar su lugar en el grupo de trabajo y las actividades de ocio colectivas. Ingresos y compras, consumo y situación de abastecimiento Típico para el sector del comercio minorista en la RDA era, por un lado, la coexistencia de productos básicos altamente subsidiados y, por el otro lado, los “bienes de lujo” demasiado caros. Un humilde abastecimiento básico fue asegurado. La oferta fuera de este rango, especialmente de bienes de “alta calidad”, satisfacía la demanda cada vez menos. Imágenes típicas de la RDA eran colas frente a las tiendas. Veinte a treinta personas haciendo cola el sábado por la mañana para comprar pancitos, eran tan normales como el hecho de que estos se agotaban muchas veces a la media hora. “Colas socialistas” aparecían desde las 6 de la mañana enfrente del suministro de materiales de construcción cuando se abastecía el cemento o enfrente de las tiendas de televisión o de las tiendas de moda juvenil, cuando había rumores de que se suministrarían

televisores o artículos de moda juvenil. Durante la temporada de navidad había largas colas de 50 metros, cuando se vendían naranjas y bananos. A pesar de todo, el comportamiento era muy disciplinado. La oferta en la “provincia” era significativamente peor que en Berlín. Por eso se iba, cuando se presentaba la oportunidad, a la capital y se compraba lo que no había en la “provincia”. También las colas en los restaurantes, especialmente en regiones turísticas, eran normales. Alquiler, energía, agua y alimentos básicos eran fuertemente subsidiados. La regulación de la oferta y la demanda sobre los precios contradecía del principio socialista de los precios al consumo uniforme. Y así, durante décadas se aplicaba un precio fijo para pan y pancitos, sin importar si venían de la producción industrial o de la panadería. Bienes y diseño La gama de productos se vio severamente limitada en todos los ámbitos y fue reducida temporalmente por atascamientos. Según los principios del mercado, los productos de competencia no existían en el comercio socialista. Como resultado, el diseño y la moda se quedaban por lo general cinco o más años atrás de la tendencia occidental. Sistema de la salud y esperanza de vida El sistema de la salud con sus policlínicas y la obligación al chequeo eran reconocidos internacionalmente como ejemplar. Pero la escasez creciente de fondos para equipos modernos, métodos de análisis y drogas tenía en la práctica consecuencias


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notablemente negativas, hasta una reducción de la esperanza de vida. El sector de la salud fue casi completamente nacionalizado. El número de médicos privados era muy bajo. Un aspecto positivo del sistema fue la amplia gama de chequeos. Estos incluían chequeos durante el embarazo, revisiones regulares de los centros de cuidado infantil, y ambulancia de rayos X para pacientes ambulatorios para ciudades pequeñas y pueblos. Un logro importante eran las policlínicas para la atención médica ambulatoria. Había médicos generales y especialistas de oftalmología, cirujano, ginecólogos, ortopedistas, dentista y además laboratorios necesarios bajo un mismo techo. Esto permitió un tratamiento de control médico muy eficiente en el contexto de las opciones dadas. La vida de mis padres en la RDA Mis padres nacieron a mediados de los 60. La RDA existía hace ya 15 años. Ellos vivían en el campo y tuvieron una infancia feliz, despreocupada y protegida. Mi padre sólo tiene un hermano mayor. En cambio, mi madre se crió en una familia numerosa. Ella tenía siete hermanos menores. Familias numerosas eran muy bienvenidas en la antigua RDA; eran especialmente patrocinadas. A partir de 1970, los padres recibían regalos para el recién nacido por parte del Estado a partir del cuarto hijo. Erich Honecker se encargaba del patrocinio para el niño. Desde el cuarto hijo una familia contaba como familia numerosa. Estas recibían, a pesar de la falta de viviendas, más rápido un apartamento grande o podían arrendar casas de la empresa. También se otorgaban beneficios financieros a estas familias. Los niños de familias numerosas recibían por ejemplo los libros del colegio gratuitos, las comidas escolares también las pagaba el Estado.

Para que el padre y la madre pudieran ir a trabajar, dejaban los niños en el jardin infantil hasta que cumplieran la edad para entrar al colegio. Eso era común en la RDA. Los lugares de guardería infantiles eran gratis. En cada grupo había por lo menos de 15 a 20 niños que eran supervisados ​​por dos educadores. Se cantaba, se hacían trabajos manuales y se jugaba. Los niños en los jardines infantiles eran ocupados razonablemente y estaban muy bien protegidos. Ellos se quedaban hasta por la tarde en el jardín infantil, hasta que los padres los recogían después del trabajo. A comienzos de los 70, ellos entraron al colegio. Con un gran cucurucho escolar, por lo general lleno de un montón de caramelos, se celebraba el comienzo del colegio. Eso era típico de la RDA. Todavía existe esta tradición. Ya en el primer grado, fueron recibidos festivamente por ocasión del cumpleaños pionero el 13 de diciembre en la organización

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de pioneros “Ernst Thälmann”. Cada pionero recibía el libro de miembro y un estatuto en el que se encontraban las leyes. Ellos fueron pioneros que tenían que ponerse la ropa pionera, en ciertas ocasiones políticas y en la convocatoria de bandera, regulares en el colegio. La ropa consistía en una blusa blanca de pioneros, una falda o un pantalón azul para los chicos, una gorra y un pañuelo azul o rojo. Al comienzo de cada clase, el profesor saludaba a los estudiantes con el saludo pionero. Aunque esto representaba una educación política, nadie lo percibía como una molestia. Las actividades se realizaban en organización colectiva y eran diseñadas generalmente de manera muy interesantes. Cada uno formaba parte en ellas. En colectividad siempre se divertía más. Aunque no se pensaba en política en su infancia.

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En el octavo grado tenían que, como todo estudiante de la RDA, entrar a la Juventud Libre Alemana (FDJ). Esta era una organización política que guiaba a los jóvenes desde temprano, lo más temprano posible y con plena convicción de convertirse en un miembro del partido. Pero sobre eso casi nadie se preocupaba, ya que no tenían esta intención. Suena extraño, pero uno al formar parte de la FDJ se sentía de alguna manera más adulto, ya no era el pionero joven. Otro clímax en el octavo grado fue la “Jugendweihe”7. Con la “Jugendweihe” eran recibidos en el “círculo de los adultos.” La RDA creó explícitamente las “Jugendweihen”, ya que las fiestas religiosas como la confirmación, no era del afecto del Estado y por eso no se podían celebrar oficialmente. Había una gran fiesta para todos los jóvenes. Ellos tenían que jurar la promesa 7. Es una iniciación festiva, que marca la transición de la juventud a la edad adulta. Se lleva a cabo con regularidad a la edad de 14 años.

de que se iban a dedicar toda su vida a la protección y al fortalecimiento del socialismo. Fue dictado por el gobierno y todos los estudiantes lo tenían que jurar. A pesar del marco político que también estaba presente en esta fiesta, mis padres se sentían orgullosos de formar por fin parte de los adultos. Los profesores tenían que tratar a los estudiantes después de la “Jugendweihe” de usted. Eso fue una sensación extraña, porque en los deportes o asociaciones culturales todavía se trataba de tu y tampoco causaba ninguna molestia. En el noveno grado seguía otro clímax. Era voluntario, pero casi todo el mundo quería participar. Era organizado por alguien responsable del colegio: el baile de danzas. Durante un período de tres meses, se aprendían formas fáciles del baile estándar y bailes latinos. Esto fue presentado a los padres en un baile de danzas hermoso. Cada vez se sentían más adultos. Al comienzo del décimo grado, tenían que decidir si querían hacer una formación de aprendizaje o estudiar en la universidad. Quienes querían estudiar, iban después del décimo grado a una escuela avanzada para hacer el “Abitur”8. Los otros tenían que enviar su hoja de vida con las notas del primer semestre del décimo grado para recibir un puesto de aprendizaje. Los jóvenes de una familia religiosa casi no tenían perspectivas de un lugar en la universidad. Todos recibían un puesto de aprendizaje después del décimo grado. No siempre fue el trabajo de sus sueños. Después de la formación, cada aprendiz fue solicitado por la empresa y recibió un empleo fijo. Mis padres hacían una formación de aprendizaje. Mi padre hizo más tarde su “Abitur” y empezó en otoño de 1988 con su carrera universitaria. Por la 8. Título de enseñanza media que permite acceder a la educación superior.


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caída del muro en 1989, lamentablemente no pudo finalizar sus estudios. Las vacaciones de verano siempre comenzaban el 1 de julio y finalizaban el 1 de septiembre. La mayoría de los niños iban con sus familias a las casas de vacaciones de las empresas para escaparse durante 2 semanas de la rutina laboral diaria. La mayoría de los lugares vacacionales estaban en la RDA. Había pocos lugares de vacaciones en países “amigos”, como Hungría y República Checa y solamente los miembros del grupo privilegiado los obtenían. Los que podían permitírselo viajaban por su propia iniciativa a los países socialistas. Bulgaria era un destino turístico muy popular, ya que se podía broncear en el mar negro, más que en el mar báltico. También se viajaba a Polonia y la Unión Soviética. Mi padre iba con sus padres a menudo a acampar por el mar Báltico. Había un camping, que pertenecía a la empresa, en la cual trabajaban sus padres. Pero también, pasaba sus vacaciones con sus padres y su hermano en otras casas vacacionales en la RDA. Mi madre nunca fue a vacaciones con sus padres porque era de una familia numerosa. Ella aprovechaba la oportunidad e iba a campamentos vacacionales de la empresa de su madre o de su padre. Mis padres iban casi siempre en sus vacaciones de verano a un campamento vacacional para niños o jóvenes durante 2 semanas. Se pasaba una parte de las vacaciones junto a otros niños y jóvenes. Cada día en el campamento vacacional comenzaba a las 7 de la mañana con el ejercicio colectivo y los lunes se hacia la convocatoria de bandera. La convocatoria de banderas servía para reunir a la comunidad y comprometerse con el objetivo común. Era molesto, pero formaba parte.

Siempre fue una gran aventura viajar al campamento vacacional. Se alegraba cada vez que podían tomar la mochila y el pañuelo pionero e irse al campamento vacacional. Siempre era hermoso. Ellos conocieron nuevos amigos. Los supervisores organizaban excursiones interesantes a los alrededores. A ellos les gusta recordar este momento porque siempre había mucho que hacer. Podían ir a nadar, había noches de cine, muchas actividades en la naturaleza, juegos de pelota, entre otras cosas. A ellos también les gusta acordarse de la primera discoteca en el campamento vacacional. A veces había ya algún pequeño romance. La despedida siempre fue lo peor. En el campamento vacacional, a pesar del ritual de la convocatoria de bandera con el pañuelo pionero y de tatarear una canción pionera, no se observaba una influencia ideológica. Los jefes del campamento y los tutores siempre se esmeraban por dar una “vida feliz a los jóvenes”. Además del colegio, mis padres formaban parte de una colectividad en su tiempo libre. Mi madre comenzó a bailar en el elenco de la empresa. El elenco se formaba por muchos grupos artísticos diferentes, como danza, canto, acrobacia y con su propia banda. El entrenamiento era dos veces por semana, cada uno de 3 horas. Todos los grupos desarrollaban actuaciones, que luego se combinaban en un programa variado. Con estos programas viajaban a varios lugares por la RDA. El trabajo en el elenco era muy profesional y exigía mucha disciplina. El elenco se acabó con la reunificación en 1990. Mi madre hasta hoy en día no ha dejado la danza. Mi padre jugó desde la infancia en el equipo de fútbol de la empresa. Él era arquero. Todos los días después del colegio, iba al entrenamiento y los domingos, los sábados, tenía partidos. Con el equipo de fútbol participó en campeonatos de la RDA. Las promociones deportivas se consideraban muy importantes

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CRÓNICAS

en la RDA. Con el equipo entrenaban muchas veces con sus compañeros de futbol coetáneos de Dynamo Dresden (con Ralf Sammer). Dynamo Dresden juega hoy en día en la segunda Bundesliga. Cuando tenía 18 años de edad, él jugaba en la segunda liga de la RDA. Aparte del colegio se exigía también mucho a los jóvenes en el deporte. Siempre se exigía plena dedicación y disciplina. Los que eran lo suficientemente buenos, se les enviaba a una de las muchas escuelas deportivas que existían en la RDA. Muchos talentos se descubrieron y se volvieron conocidos y famosos. Una vida sin fútbol y sin la colectividad en el equipo de fútbol era inconcebible para mi padre. El fútbol es su pasión.

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En la RDA el servicio militar era obligatorio. Cada muchacho joven era llamado a la inspección del ejército poco antes de cumplir los 18 años. En esta inspección, se averiguaba la aptitud para el servicio militar en el Ejército Nacional del Pueblo (NVA). Los que eran valorados como apropiados, fueron reclutados para el servicio militar básico de la NVA, después de finalizar la formación de aprendizaje. Mi padre fue reclutado en noviembre de 1986 por un año y medio para el servicio militar básico. Durante este tiempo, mis padres se veían muy pocas veces. Los soldados tenían que permanecer en los cuarteles y no podían ir a sus casas por meses. A intervalos se les daban unas vacaciones cortas para ir a sus casas por 2 o 3 días. Mi madre estaba embarazada de mí al comienzo del llamamiento al servicio militar básico de mi padre. Yo nací en diciembre de 1987. Cuando mi madre dio a luz, mi padre solamente podía ir a la casa el fin de semana a visitar a mi madre y a mí en el hospital. En mayo de 1988, mi padre finalmente terminó el servicio militar básico del ejército. La época del ejército fue el peor tiempo para ambos. La larga separación y no poderse ver como crecía yo en este momento, era lo peor para ambos.

En agosto de 1988 se casaron. Ellos ampliaron la casa de mis abuelos paternos. Recibieron del Estado, como todos los esposos, un préstamo sin intereses de 5.000 marcos que podían invertirlo en la remodelación. En la RDA era la costumbre de movilizar amigos, vecinos o compañeros de trabajo para ayudar con la construcción. Las empresas de construcción casi no existían. Mi padre ayudó mucho en la construcción de la casa de su hermano. Cuando mis padres entonces remodelaron su casa, su hermano, mi abuelo y muchos otros también les ayudaron. Siempre fue una gran unión, todos ayudaban a todos y después del trabajo se hacían asados y se tomaban muchas cervezas. Y todos estaban felices del trabajo realizado. Envidia y celos no existían. Como vivían en el campo, no sentían el atascamiento que había a menudo en los alimentos. Todos los que vivían en una casa en el campo tenían un jardín. Se cultivaban frutas y verduras para el autoconsumo. Frutas tropicales, como mango o piña no había. Se hacían reservas para el invierno, como compotas o verduras cocidas. Muchos tenían pollos o conejos, que era suficiente para el autoabastecimiento. Mis bisabuelos vivían en un área de estanques. Había criaderos de peces. También tenían gansos, pollos, ovejas y abejas. Siempre había para comer mucho y diverso. A menudo, el pescado ahumado casero se intercambiaba con cemento


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u otros materiales de construcción. Era muy difícil conseguir materiales de construcción, o solamente mediante la asignación por los comercios de materiales de construcción. Mercados de materiales de construcción, como los conocemos hoy, no existían. Los televisores eran artículos de lujo y un televisor a color costaba 6.000 marcos. Eso no estaba en proporción a las ganancias. Un sueldo promedio bruto era aproximado de 500 o 550 marcos. Para eso había que ahorrar mucho tiempo y cuando se tenía el dinero ahorrado, había que esperar hasta tener suerte para poder comprar uno. Las largas colas frente a las tiendas eran normales. En ese momento, mi madre trabajaba en el comercio al por menor. Entonces ella conocía los colegas de otras tiendas y tuvo la suerte de enterarse cuando se suministraban los televisores a color. Dado que la mercancía sólo así llegaba a los clientes, estos artículos escasos se llamaban en el lenguaje popular “mercancía-agáchate”. Ellos se enteraron por la televisión de las manifestaciones pacíficas en muchas ciudades grandes de la RDA. Por ese mismo medio supieron que muchos ciudadanos de la RDA no regresaban de sus vacaciones del extranjero o de que muchos buscaban refugio en la embajada de Alemania. Por supuesto, había colegas o conocidos de su entorno que abandonaron la RDA. Para mis padres, eso nunca fue un tema. En el campo, la vida siempre era tranquila y manejable. Uno en la provincia no lo notaba tan horrible como la gente de las ciudades de la RDA. La gente del campo fue capaz de ayudarse a sí mismo. Ellos tenían más habilidad, porque cada vez que algo faltaba o no funcionaba, hacían trabajos manuales. Muchas personas en la ciudad no tenían estas habilidades o a veces simplemente no se les daba esa oportunidad. Pues en un apartamento arrendado no se podía reparar un carro o algo similar.

El tema del Servicio de Seguridad del Estado (Stasi) y el enfrentamiento con ello tenían más importancia en la ciudad. Cuando la frontera hacia la RFA se abrió el 9 de noviembre de 1989, mis padres estaban visitando a sus abuelos en la RFA. Ellos viajaron con una visa de entrada a la RFA. Ellos no pensaron en la apertura de la frontera. Cuando regresaron a la RDA, la frontera estaba repentinamente abierta. No había controles aduaneros molestos y tampoco tiempos de espera innecesarios en la frontera. Eso realmente fue una sensación muy agradable. Se sabía que ahora se podían visitar a sus familiares con facilidad. En 1990 llegó la reunificación. El 1 de julio de 1990, la RDA adoptó el sistema económico de la RFA ya que las reformas en la RDA ya no eran posibles. A partir de ese momento, para todos los ciudadanos se aplicaban las leyes de la RFA. Muchos ciudadanos de la RDA anhelaban la reunificación, pero al mismo tiempo tenían que darse cuenta que no todo lo que brilla es oro. El Occidente simplemente arrolló el Oriente de un día para otro. Los estantes de las tiendas se llenaban rápidamente con los productos procedentes del Occidente. Todo se veía colorido y la oferta era inmensa. Productos de la RDA desaparecieron casi por completo de los mercados. El resultado fue que muchas empresas tenían que cerrar sus negocios porque ya no tenían más ventas. Muchos inversionistas llegaron a la RDA, incluyendo un gran número de inversionistas sin escrúpulos. Ellos compraron empresas por poco dinero para beneficiarse. Había muchos supermercados con sobreofertas. En vez de contratar a profesionales en los supermercados, se contrataban por ejemplo, profesores de jardines infantiles no calificados para ser gerentes de supermercados. Muchos ciudadanos estaban sobrecargados y estaban cada vez más insatisfechos. No se lo habían imaginado así.

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CRÓNICAS

Muchas empresas cerraron y la gente perdió sus empleos. Más tarde, se pusieron en marcha los planes de creación de empleo. Estos planes de creación de empleo daban a la gente durante un cierto período una ganancia a cambio de traer a lo largo de este camino a la gente de vuelta al mercado laboral. Desafortunadamente, las personas no volvieron a trabajar. Lo peor fue que la gente en estas medidas tenía que demoler sus viejas empresas o sus antiguos puestos de trabajo. Eso fue una experiencia muy amarga para muchos.

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Ahora tocaba reorientarse. Muchos tenían que tomar un camino completamente nuevo. A mis padres también les tocó así. Es por eso que mi madre después del cierre de su empresa se esforzó para una readaptación profesional. Después de dos años de estudio, ella se graduó en su nueva profesión. Ella tuvo suerte y de una vez fue contratada de una empresa en la cual hoy todavía trabaja. Mi padre trabajaba inicialmente en varias pequeñas empresas y desarrolló la idea de formar su propia empresa. Para eso, él tenía que hacer su diploma de maestro. En menos de un año recibió el título y fundó en marzo de 1999 su propia empresa de electricidad, que hasta hoy en día funciona exitosamente. No fue nada fácil, estudiar, tener familia y cumplir con las tareas domésticas. Pero ellos tomaron el riesgo y lo lograron. Había muchas personas que no aceptaron su suerte. En primer lugar, porque no tenían el coraje o porque estaban esperando la ayuda del Estado. Pero quienes no se ayudaron a sí mismos en estos días y se rindieron, se quedaron en el camino. En el transcurso del tiempo, se desarrolló un verdadero conflicto entre Alemania Oriente y Occidente. Si, por ejemplo, había ajustes salariales en los diferentes sectores, un ciudadano de la antigua Alemania Occidental siempre ganaba mucho más que un ciudadano de los nuevos estados federados. Cuando se hacían

los ajustes de pensiones, las pensiones eran mucho más bajas que en el oeste. En la generación de ahora ya casi no existe este conflicto. Si mis padres dejan pasar revista al tiempo, llegan a la conclusión de que ellos no quieren volver al socialismo. Pero ellos son lo suficientemente realistas como para saber que este sistema, tampoco es de todo bueno y correcto. A pesar de los muchos logros de la RDA es una lástima que simplemente se hayan borrado. Como por ejemplo, lugares de jardines infantiles se quitaron en parte. La República Federal los ha traído de vuelta a la vida, pero a menudo son muy caros. El sistema escolar uniforme en el país también se quitó. Cada estado federal tiene su propio sistema escolar, que no es necesariamente una ventaja. La vida en estos días es mucho más cara. Hay que trabajar mucho y ganar lo más posible para tener un buen estándar de vida. Desafortunadamente, muchas personas reciben muy poco dinero por mucho trabajo. La pobreza en Alemania también ha aumentado. Especialmente la pobreza infantil. Por desgracia, hay gente que gana con la pobreza de la gente humilde demasiado dinero.


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Mis padres encuentran muy positivo en la reunificación que muchas ciudades y sus edificios históricos y culturales fueron desmoronados bajo el régimen de la RDA y parcialmente inaccesibles. Afortunadamente, este desmedro fue llevado a su fin. Las ciudades han sido restauradas y atraen a turistas de todo el mundo. Mis padres viven cerca de Dresde. A ellos les encanta ir a visitar esta ciudad. Cuando hay visitas, ellos muestran con orgullo la bella Dresde. Ellos también están muy contentos de que ahora pueden viajar a cualquier lugar que deseen. Ellos han viajado a muchos países y descubrieron su pasión por Colombia. Si no hubiera existido la posibilidad de viajar, nunca hubieran conocido Colombia y hoy no me estarían contando sus experiencias acerca del socialismo.

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