Número 6

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Nº 6 —  Julio 2015

Ejemplar gratuito

P uma

¡Número 6! Feliz Aniversario

Terror, Poesía, Ciencia ficción, Romance, Fantasía... @RevVuelaPluma www.revistavuelapluma.com


¿Escribes? ¿Dibujas? ¿Te gusta el arte, la fotografía, el diseño...?

Con nosotros puedes publicar todo lo que quieras, siempre que sea original No nos importa que seas principiante, amateur o todo un experto

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Revista Vuelapluma Número 6. Revista bimensual Julio 2015

Quienes somos Dirección: Noemí C. Castillo (@CapitanaBocazas) Colaboración: Tanis Barca (@Tanis_Barca) Adrián Moreno (@CaballeroPifias)

Miriam C. Castillo (@MiriCC_21)

Corrección: Tanis Barca, Miriam C.C. y Adrián Moreno Maquetación: Noemí C. Castillo Páginas colaboradoras: La Era de las Mariposas http://mipropiahistoria92.blogspot.com.es/ Fotografía de la portada: Tao (@QueenAntiope_)

Los principios de VuelaPluma Este es un ejemplar gratuito, realizado con fines culturales y divulgativos. Queda prohibida su venta o comercialización, o difusión que pueda tener fines comerciales. Revista VuelaPluma pretende publicar los trabajos escritos, plásticos o fotográficos de artistas tanto principiantes como experimentados, sin dejar fuera ningún estilo ni género. En esta revista no se publicarán trabajos con derechos de autor registrados, derivados de otras obras ya comercializadas. Es decir, no se publicará ni fanart ni fanfiction. Todos los trabajos publicados en cualquier número de VuelaPluma pertenecen a sus respectivos autores, cuyos nombres o alias aparecerán junto a él. Dichos autores no nos ceden sus derechos de autor en ningún momento, si no que nos otorgan el derecho a publicar la obra de forma íntegra y gratuita, en uno o varios números de la revista.

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Introducción

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La Silla del Director ¡UN AÑO! Increible que haya pasado un año desde que publicamos el número uno. Por un lado tengo la sensación de que pasó hace muchísimo más tiempo, pero por otra me parece que no llevamos publicado apenas nada. Bueno, en realidad no llevamos apenas nada, sólo seis números, aunque cada uno está lleno de ilusión y trabajo duro. Este último sí que ha sido difícil de sacar. Empecé a trabajar a la vez que tuve algún problema personal que retrasó el tema de la maquetación y se juntó un poco todo, pero al final aquí estamos, espero que seáis capaces de perdonar el retraso. En este número quería hablar de algo que últimamente está siendo muy discutido por internet. Es el tema de los artistas y de pagarles o no por su trabajo. Yo apoyo, por supuesto, que un artista sea pagado para utilizar su obra en una publicación; entonces ¿por qué en Vuelapluma no pagamos? Nosotros no ganamos nada de dinero, ni un sólo céntimo con esta publicación. Es una revista hecha por gente amateur, para gente amateur.

¿Qué quiere decir amateur? Aficionados. No profesionales. Una persona que por hobbie escriba o dibuje, que en principio no pretenda sacar dinero con ello, pero que le apetezca compartirlo con los demás y verlo publicado en esta revista. Pedimos colaboraciones de forma voluntaria, si eres amateur y te apetece colaborar, para nosotros perfecto. Si eres profesional y quieres que tus trabajos artísticos aparezcan en uno de nuestros números (o más), ¿cómo lo vamos a rechazar? Con esto quiero decir que, por favor, que nadie se ofenda. No ofrecemos ‘‘difusión’’ a cambio de vuestras obras para no pagaros. No queremos venderos la moto. Ofrecemos compartir nuestro arte, siempre y cuando os apetezca, sin pediros nada más a cambio. De momento no hemos tenido ningún problema con este tema, pero prefiero decirlo claro antes de nada. Y, por supuesto, no podía faltar agradeceros a todos el haber hecho posible que este número también salga adelante. Espero que lo disfrutéis. Noe C.C.

La Taza de Café Ten, toma una taza de café con hielo. Así, sí, ¿con leche?, ¿azúcar? Ten. Aquí estamos, en el número 6, el número del aniversario. Sé que se ha tardado más de lo que debería en sacarlo (dificultades personales, nada de lo que los lectores deban preocuparse), pero ya está... La verdad sea dicha, no creí que llegaríamos tan lejos, que aguantaríamos un año. Si no hubiéramos tenido tanta acogida y recibido tanto material en cada número, la revista habría caído. Es verdad, suele pasar. En este tipo de cosas es muy importante el feedback y si algo como una revista online no lo recibiera, se marchitaría como una planta sin agua. Este año de relatos, poemas y fotografías os lo debemos a vosotros, los colaboradores y lectores por estar ahí ayudando a seguir. Pretendemos seguir hasta que no podamos más, hasta que vosotros mismos os canséis, así que estaremos dando guerra cada dos meses para conseguir vuestras historias e imágenes. Os agradecemos de todo corazón el estar ahí, con nosotros, y el que vayáis a estar en el futuro. Gracias, ¡y feliz verano! Tanis Barca

#LaWeb Más tarde de lo previsto, pero aquí estamos, como siempre, al pie del cañón. Poco a poco vais siendo más los que os animáis a enviar colaboraciones y nosotras estamos cada vez más contentas de que este proyecto siga creciendo como el primer día, sabemos que ahora en verano es más difícil pero aun así este número hemos tenido muchas colaboraciones de personas nuevas. Gracias a todos, sobre todo por hacer que hayamos podido llegar hasta nuestro número de aniversario y que sean muchos más. ¡Nos vemos por las redes sociales!


Los colaboradores durante este primer año

Irina García Carpena Eduardo “Korvinian” Corral Adrián Moreno Miriam Cambronero Tanis Barca Bou Suzume Mizuno Ironette Daniela Castro Jesús Campos “Nerkin” Demiurgo 17 MJ Clemente Alejandro Fernández Márquez Antonio Ríos Ramírez Lady Turbalina

Vanesa Domínguez Germán Poggetti Martín J. Zubia Mercedes Sacedo Noelia Fernández Pablo Fraile Andrea “Rengadre” Obregón Sol Linda Ravstar Ana Isabel Maara Wynter Niar Pyx Belén Pérez Marín Noemí Cambronero

¡Gracias a todos!


Poesía

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Autora: Sarai Portilla Salgado Twitter: @SaraiPizarnik

Cafuné Ella monta en bicicleta Porque las rodillas heridas Son algo incalculablemente humano Y los moratones no son más Que galaxias atrapadas en la piel. Es de esas que disparan antes de preguntar Y que sonríen mientras curan la herida. De las que se cosen los cortes Con hilo dental Para que las cicatrices huelan a menta. Ella está enamorada de la lucha y la risa, De nubes grises y del pero, De un poeta que escribe sobre poesía, De la inseguridad de Kafka Y quizá de él también. Odia recogerse el pelo, pero rara vez lo deja suelto, Por si escapa. Odia todo lo que lleva su nombre Pero no a sí misma Porque ambas cargan un mismo peso. Se despierta cada día tres minutos antes De que suene “Everyday” de Buddy Holly, Y por tararear “Goin’ faster than a roller coaster” Olvida atrapar el primer rayo.


Poesía

Su mejor amigo es un cactus Porque su sauce murió de pena, Y pasa las tardes junto a un avispero Porque cree que los aguijones Lastiman menos que las palabras.

Sueña con caminar descalza Por los cables de la luz Mientras él duerme Soñando que ella sueña Con él.

Cuando llora, si te fijas bien, Puedes ver como se abre una brecha En algún lugar de su cuerpo, Y como la grieta se ensancha. Ahora está en ruinas.

Se esconde Entre el arsenal de libros Que ha coleccionado en su armario Desde que aprendió a pasar páginas Pero no página.

Cuando pasea, Imagina que cruza los pasos de cebra Con el semáforo en llamas Para comprobar Si a los coches les da tiempo a frenar. O no.

Cafuné, Sigue encerrada Y no la conoces Porque cuando lo intentes Se lanzará al vacío.

Puede escuchar “Copenhague” Setenta veces seguidas Y después otras setenta y siete más Sin romperse del todo, Pero su canción preferida es la que hace llorar a un poeta. No tiene pecas, pero sí lunares, Setecientos lunares de una constelación congelada, Septentrional, al norte y perdida Como Apis, pequeña y débil junto a Perseus, Pero con Bharani alumbrando como ninguna.

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Poesía

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Autor: Eduardo “Korvinian” Luz Tu pelo, dorado y etéreo. Tu sonrisa, suavidad carmesí trazando heridas que abrasan mi piel. Tu cuerpo, eterno refugio de un alma maldita, un alma sin dueño, un alma sin reposo ni sustento, un alma quebrada, un alma que agoniza... Acaricio tus níveas manos, protectoras de mi corazón. Busco tu mirada, mi fuente de inspiración. Tus ojos, amantes de mis ojos. Mis labios, susurrando un “te amo”. El amanecer, borrando el pasado...

Asincronía Llegó la hora. Dijiste que era el momento. Te acercaste lentamente. Cada paso, la sombra de una tímida duda. Tomaste mi mano y acariciaste mi cabello, tan delicado como siempre. Posaste tu mirada en mis ojos, rozando mi rostro con tus dedos. Detuviste el mundo en mis labios. Fui a susurrar un “te quiero”... me besaste con un adiós.

Abismo Es abismo entre mis manos, es ausencia en tu mirada, es amarga la distancia que separa nuestras almas Es vacío y es olvido. Es un sueño, un suspiro. Es la duda y es camino.


Poesía Autor: Alejando Fernández Márquez Haikus Sombras de miedo sin apenas claridad. Duro despertar Falsa traición, siempre les fue fiel, perdón no tendrá Bajo estrellas en la cumbre la luna. Es firmamento Oscuro pozo sin agua que sacar un desierto Rayo divino, imparte tu justicia con las tinieblas Pequeño me veo por gigantes versados. Me enseñarán Suenan susurros lejos de mi soledad Esperándome Serpiente negra, pesadilla sin final mata la bondad Lágrimas tristes añoran la amistad que no volverá

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Fotograf铆a

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Enya Fot贸grafa: Tao


FotografĂ­a

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Poesía

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Autora: Maara Wynter

Catástrofe astrífera Siempre he tenido un poco de melodía desafinada,

Valiente y cobarde a partes iguales,

esa nota malsonante en medio de una sinfonía,

vivo en una montaña rusa,

el descompás de todos los compases,

extremos que nunca se cruzan,

el silencio que decidió sonar a destiempo,

polos opuestos que se reclaman.

la nota que enmudeció ocultándose.

Soy la tormenta a la que nunca precede la calma,

Podría describirme de muchas maneras,

la pacifista que siempre está en guerra,

todos los finales inacabados de las historias que nunca escribí,

en misión suicida

los pasos en falso que me hicieron creer que llegaría a algún lugar,

Y luego está la maldita manía

o las revoluciones que sigo luchando en el pasado. Debería hablar también del complejo de sol de mis ojos, que te iluminan con la misma facilidad con la que podrían quemarte. Y es que si te cuelas entre mis pestañas y mis sueños seguiré tus huellas, cubriré tus huecos. Y cuando te vayas, seguiré persiguiéndote, por culpa de mi obsesión de no abandonar a nadie. Porque es cierto que he dejado atrás muchos más sueños de los que ahora tengo, que los miedos se me agolpan a la altura de la garganta y que por las noches los fantasmas se cuelan entre mis sábanas.

consigo misma. que tiene mi corazón de desangrarse aun cuando ya no tiene heridas. Siempre tiendo a envolverme con balas desorientadas, con causas perdidas, con revolucionarios que pretenden cambiar el mundo caminando hacia un callejón sin salida. Llena de despedidas que me guían, de caminos paralelos que se cruzan solo para volver a separarse, una brújula perdida que a veces, lucha por encontrarse. Quizá sino funciono bien, es porque estoy tan rota que ya no hay forma de arreglarme.


Poesía Autora: Irina García Carpena

Quiero llover contigo Necesito buscarte y que me encuentres.

Vaciar la noche en la habitación, sudar juntas estrellas. Pintarte el beso de la luna encima de ese lunar que me hace temblar. Darte el calor del sol, cuando el invierno intimida.

Necesito que necesites mi necesidad.

Y no buscar cerillas cuando te estoy entregando mi hoguera.

Ahuyentar fantasmas, sanar tu ceguera. Hacer guirnaldas con las telarañas que se balancean por mi habitación.

Quiero llover contigo en primavera.

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Poesía

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Autora: Irina García Carpena

Qué vale una rosa

Para ser libre

¿Qué vale una rosa? Un cigarro y sus espinas. El humo persiguiendo el adiós que recorre tus costillas. Te debo una canción, me dices. Y tú me debes mis desvelos. Las noches en el paredón, el insomnio y sus duelos.

Para ser afortunado en el amor, primero te tienes que ver en ruinas. Quemarte las manos con el sol, pintar de luz las esquinas. Hundir barcos en el colchón, hablar con tu alma mientras dormías. Colgar deseos por la habitación, bucear en lo oscuro de la agonía. Mirarte a los ojos y pedir perdón, dejar el pasado con su ironía.

Hoy lleva mi sueño tu rubor, la marca de tus labios es un dilema. No sé si se llama corazón, la cicatriz que lleva tu lengua. Me besas y me pides perdón, hay palabras que no pesan. El diccionario de tu voz, es un eco que se aleja. Cuando ríes, todo es lluvia. Cuando lloras, sólo es niebla. Y tiembla el mar con tus abrazos. Nunca digas beso, si en tu boca todo arde.

Busca en el cajón tu corazón, viste de gracia sus heridas. Aprende la lengua de la emoción, no mates en silencio tu risa. Que la luna se viste de luto, cuando ve una batalla perdida. Cuando cae una estrella y se muere, cuando dices adiós y crees que no puedes. Hay caminos que son de tiempo, y el tiempo te abre demasiados caminos. La experiencia te enseña a caminar, con dos piedras bailando en tus bolsillos. Una que te recuerde por qué te vas, y otra que no olvide de dónde has venido.


Poesía Autora: Niar Pyx

Ahora o Nunca Si es ahora o nunca prefiero el nunca, porque el ahora a veces pasa tan rápido que antes de que nos demos cuenta lo hemos vivido, nos lo hemos arrebatado, nos ha consumido, tan fugazmente, que parece que nos hemos fundido la eternidad en un sólo segundo. Porque nunca puede ser: nunca más te vayas o nunca más me dejes. Como el nunca de las aceras, que se encuentra con mensajes de botella de un mar tan salado como amargo fue al derramarlo. Como el nunca de tus lágrimas, con siempres encriptados, con memorias tan celosas y besos tan desgastados. Como el nunca que nunca salió de nuestros labios y se consumió en nuestros ojos de todas las veces que nos faltó mirarnos.

El nunca de los "para toda la vida" que fluyen sin descanso, malviviendo, entre idas y venidas de balas que sólo buscan hacernos sin sentir, sin encontrarnos. El nunca de las noches con el amanecer arrastras, tan débil, tan humano, tan irresistible, que vivirlo es un desafío al que nunca nos atrevemos a decir "ahora si", y lo dejamos pasar pensando "Nunca ahora, pero nunca, no". El sí, pero nunca fuiste suficiente, o necesario o necesariamente suficiente para no marcharte, cuando lo único que hacía falta para quedarte era ese: "nunca me faltes" porque el ahora nos pertenece, sólo ahora seré tuya y nunca más de nadie.

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Romance

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Tortura Eterna ’SENTARÔ KYU’

La mitad del tiempo pensaba "no le mires, no le mires, no le mires". Él nada tenía que ver con mi vida y eso, en parte, me alegraba. Pero ver que él tampoco pensaba en mí, de ninguna de las maneras, me producía un sentimiento menos agradable de lo que quería admitir. Pensar que nos conocíamos desde hace años, que había sido alguien tan cercano y que de repente no era nada para él...Me chocaba. Eso pensaba al principio. Tras años, sus motivos, opiniones, conversaciones, pensamientos y actitudes me resultaban indiferentes. ¡Había aprendido a vivir sin él de una vez por todas! Ahora ya era capaz de mirarle por un segundo, sin preguntarme al momento siguiente qué estaría pensando.

Y aquí estábamos. Por casualidades del destino, él tumbado y yo mirando su rostro tranquilo, apacible, relajado. De manera obvia, yo no quería encontrarme con él de 'esa forma', pero así lo había querido el azar. Porque poner en su testamento a la persona que odiaba era, al parecer, necesario. Y todas esas preguntas de tiempo atrás habían vuelto de manera definitiva para torturarme el resto de mis días.


Romance El hijo predilecto LADY TURBALINA Capítulo 3 Llevaba casi media hora buscando el regalo adecuado para la que sería mi sobrina. Natalia, con un embarazo ya de ocho meses, se acercaba al esperado y tan temido momento: el nacimiento. Lucas me había confesado que estaba bastante nerviosa, preguntándose continuamente si sería buena madre. Yo le dije a Lucas que no había nada de lo que preocuparse y que ambos serían unos padres maravillosos, aunque no pareció tranquilizarse. Él también estaba preocupado. —¿Necesita ayuda, señor? La dependienta me miró inquisitiva, salí de mi ensimismamiento y le contesté apurado. —Estaba mirando, es que verás —cogí un oso de peluche rosado y se lo mostré a la mujer—, todo me gusta y no me puedo decidir. —Niña, por lo que veo —añadió ella—, ¿qué tal un peluche y un pijamita? Se los están llevando mucho, hay algunos muy monos… Me dejé llevar por su consejo y compré más bien lo que ella me indicó que lo que yo hubiera comprado, estando mucho más conforme así después de todo. No es que yo tuviera un buen criterio a la hora de elegir regalos, y menos para bebés. Al día siguiente, debido a mi propia impaciencia, me presenté en el domicilio de la feliz pareja para entregarles mi regalo. Llamé al timbre y en unos segundos escuché al otro lado que venían a abrir, Natalia fue la que apareció tras la puerta frotándose la ya enorme barriga. —¡Pero bueno! ¿Vienes tú a abrir? Dile a Lucas que te cuide un poco —bromeé. Mi cuñada puso los ojos en blanco con un gesto divertido, fingiendo exasperación. —Está enfrascado en una interesantísima conversación —hizo los gestos de las comillas con los dedos al decir “interesantísima”—. Cuando se pone a hablar de historia, no para. —¿Llego en mal momento, entonces? Le mostré sonriente mi regalo envuelto con papel dorado, y mi sonrisa se le contagió también a ella.

—Pasa, por supuesto. Me condujo hasta el salón, donde Lucas tomaba un café con un hombre al que no conocía. Estaban en medio de una excitante conversación, porque no paraban de hablar, sobre todo Lucas. Natalia carraspeó y ambos cesaron el importante debate sobre la sociedad romana que se traían entre manos. Por fin Lucas se percató de nuestra presencia y se levantó de un salto. —¡Vaya, perdona! –mi hermano pareció avergonzado por su falta de atención—. Ya estoy contigo, Rafa. Éste es Miguel, también trabaja en la facultad. El que hasta ese momento había sido un desconocido se acercó para estrecharme la mano en un gesto agradable. Me sorprendió lo alto que era y el rubio de su cabello, era casi platino, y pocas personas por no decir ninguna de las que conocía lucían un pelo así. No sé por qué, me pareció una persona muy tranquila y elegante; desde su ropa sencilla consistente en un vaquero y una camisa blanca, sus gestos, e incluso el color grisáceo de sus ojos, todo me transmitía una extraña tranquilidad. —Encantado, el hermano de Lucas, ¿no? —Así es. —Te acabo de conocer y lo primero que me ha llamado la atención es que no os parecéis en nada —puntualizó—. No te lo tomes a mal, sois muy distintos. —Tranquilo, no me molesta —aclaré mientras todos tomábamos asiento—. Llevan diciéndonos lo mismo durante toda la vida. Entonces me percaté de lo que había encima de la mesa: un oso de peluche idéntico al que yo había comprado. Lucas me arrebató con rapidez el paquete de las manos mientras yo me maldecía a mí mismo por no haber elegido otro peluche con todos los modelos diferentes que había. Sentí como me abochornaba al tiempo que Lucas rompía el envoltorio. —Muchas gracias por el detalle, Rafa —agradeció Natalia mirando con el ceño fruncido a su pareja, sin duda molesta por la impaciencia de éste. Por fin Lucas terminó de pelearse con el envoltorio y apareció en contenido, el gracioso peluche y el pijama,

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Romance

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los dos rosas. El silencio de perplejidad tan sólo duro unos segundos, después todos estallamos en una carcajada espontánea. —¡Ahora tiene un hermano! –se rió Miguel cogiendo los dos peluches y colocándolos juntos sobre la mesa. —Si no fuera por ese color tan chillón, diría que son como Rafa y yo —añadió Lucas mirándolos enternecido. Natalia miraba ensimismada el pijama, estaba encantada con el regalo, y eso me hacía estar más tranquilo. A partir de ahí la conversación se fue de un tema a otro. Primero hablamos sobre los regalos que habían recibido, luego del nombre de la niña y de la facilidad de Lucas para cambiar de opinión cuando apenas quedaba tiempo, de a quién se parecería la niña, y de ahí, a quién nos parecíamos nosotros. Me percaté de que Miguel era una persona que hablaba poco, prefería escuchar, y sin embargo cada vez que hablaba lo hacía con el comentario adecuado. Al cabo de un rato, Miguel se despidió de nosotros y se marchó, más tarde lo hice yo. Natalia se quedó sentada disculpándose por no acompañarme a la puerta, quejándose de los dolores de espalda, y fue Lucas quien me acompañó. —¿Estás bien? La pregunta me cogió un poco por sorpresa, parecía llevar algo implícito en tan pocas palabras. —Claro… —se produjo un silencio y Lucas me escudriñó con la mirada, quizás así pensaba averiguar si decía la verdad—. ¿Y tú? —Muy nervioso pero contento. —Lo harás bien —le animé—. Ningún bebé puede tener unos padres mejores que vosotros. Él asintió, emocionado, y me dio un inesperado abrazo. Lo estreché todo lo fuerte que pude, y le escuché susurrar un “gracias”. Y por fin el momento llegó, mi hermano me avisó un lunes de madrugada, habían acudido al hospital a toda prisa ya que Natalia había roto aguas y tenía unas fuertes contracciones. Me trasladé hasta allí en mi co-

che, dejándolo aparcado un poco lejos por no encontrar aparcamiento, y llegué a toda prisa a la sala de espera, donde Lucas sudaba a mares. —Papá y mamá estarán a punto de llegar, ya los he avisado —anunció sin yo preguntarle, estaba de los nervios y evidentemente aliviado de mi llegada. En efecto, poco tardaron en llegar nuestros padres, seguidos por los de Natalia. Todos compartíamos el mismo sentimiento de impaciencia. Tras una larga espera de ocho horas una enfermera se acercó a nosotros y preguntando quién era el padre, a lo que Lucas casi no atinó a responder. Se le veía tan feliz que sentí cierta envidia, ¿yo sería padre algún día? Poco a poco, nos fueron llegando los turnos para conocer al nuevo integrante de la familia, Natalia. —¿Natalia como su madre? Miré a esa cosita rosada que dormía plácidamente en su cuna, se la veía tan pequeña e indefensa que solo sentía ganas de protegerla. —Tu hermano se encabezonó —respondió Natalia, resplandeciente mirando desde la cama a su hija—, decía que sólo se podía llamar de una manera, como yo. —Estoy de acuerdo con él. Pasados unos minutos decidí retirarme para dejar a los dos disfrutar de un poco de descanso, la noche había sido muy larga para todos. Caminé por los pasillos del hospital casi en una nube, sintiéndome muy dichoso, quería que la niña creciera ya y poder jugar con ella. Escuché la intensa lluvia del exterior, de la cual no me había percatado hasta ahora, ¿Cuando creciera, le gustaría a la pequeña Natalia chapotear bajo la lluvia con sus botas de agua? Salí a la calle, percatándome de que no había llevado paraguas, y es que horas antes el tiempo no parecía ir a empeorar tanto. Caía una buena tromba de agua, con lo que pensé que no iba a parar en breve y mi mejor opción sería ir a toda prisa hasta donde tenía el coche. —Un… dos… ¡tres! Como si de una carrera se tratase, yo mismo me di el pistoletazo de salida y corrí bajo la lluvia. Las frías gotas me golpeaban el rostro, pero no me molestaban, es más, me estaba divirtiendo. —¡Rafael, espera! –alguien me llamó. Me detuve en seco y miré hacia atrás, de donde provenía la voz. Miguel caminaba apresurado hacia mí, bajo


Romance un enorme paraguas verde. Me alcanzó y colocó el paraguas sobre ambos, para compartirlo. —Hola —saludé sorprendido por lo oportuno que había sido—, qué casualidad. —Te he visto a lo lejos corriendo, y claro, no te iba a dejar así, ¿cómo ibas sin paraguas? ¡Con la que está cayendo! —Bueno, ni me molesté en mirar el tiempo y salí de casa a toda prisa, el coche lo tengo aparcado unas calles más adelante —sonreí ante la idea de anunciarle la gran notica—. Vengo del hospital, ya soy tío. —¡Vaya, por eso se te veía tan contento! Tengo que ir luego yo también a hacerles una visita al hospital ¿Cómo sienta ser tío? No tengo hermanos, y soy además el pequeño de mis primos, con lo que no he tenido la oportunidad de vivir este tipo de acontecimientos. El nacimiento de un bebé en la familia… debe de ser, no sé, ¿emocionante? Pensé en cómo describir lo que estaba sintiendo exactamente, porque yo mismo estaba confuso acerca de mis sentimientos. —Sí, sin duda es emocionante. Pero también me da un poco de miedo, y eso que no es mi hija. —Los cambios dan miedo, pero también reportan cierto tipo de alegría. Siendo para bien, claro. Le indiqué dónde tenía aparcado el coche y me llevó hasta allí, yo ya iba empapado pero aún así ir con él bajo el paraguas era reconfortante. Saqué las llaves del coche y lo abrí. —¿A dónde ibas? Si quieres te acerco en un momento. —Gracias, pero no hace falta, vivo aquí al lado –aclaró Miguel—. Bueno, te dejo ya aquí. Otro día nos vemos, ¿vale? Te podré localizar fácilmente por tu hermano, podríamos ir a tomar algo. Pensé que lo decía por quedar bien, pero luego vi en su expresión que lo decía sinceramente, quería que nos volviéramos a ver. Asentí correspondiendo, y entré en el coche. Desde fuera se despidió con la mano y yo hice lo mismo, aunque no arranqué y me quedé sentado observándolo alejarse mientras me preguntaba qué era exactamente lo que tenía aquella persona que hacía que me sintiera tan bien a su lado. Más adelante mi vida volvió a cambiar, y como dijo él, todos fueron cambios que al principio me aterrorizaron pero luego me alegré de que hubieran sucedido.

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Ciencia Ficción

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Soldados de Acero. Capítulo 6 Suzume Mizuno

El puente de hierro

—No vamos a poder cruzar. Joder. Río se asomó por encima de una roca y lanzó miradas de desconfianza a su alrededor. La luz apenas sí conseguía atravesar las densas nubes, pero era suficiente para que los raptores ya no anduvieran cerca. Sin embargo, lo que le preocupaba era que las alcanzaran los humanos. E iban a hacerlo muy pronto: el paso por el Puente de Hierro estaba cortado. Se trataba de una vieja construcción de más de trescientos metros de largo que en su día había estado unida a los arcos que ahora lo sobrepasaban por cientos de gruesos cables de metal. Carcomidos por el tiempo, apenas sí se mantenían rectos y el puente aguantaba en pie sólo gracias a sus grandes pilares, lamidos por el Río Contaminado. La corriente no era fuerte, pero la acidez corroía todo lo que tocaba y a ella se le ponían los pelos de punta sólo con ver la sucia oscuridad de las aguas. Y justo en la orilla donde se encontraban Noel y Río, una patrulla de bandidos controlaba el puente, apostados en un viejo búnker. —¿Piden un peaje? —Seguramente.

Noel se quedó acuclillada, pensando. Río escuchó el graznido de un ave a lo lejos. —El río es demasiado ácido incluso para mí, así que… Necesitamos cogerles desprevenidos. —¿Piensas ir dejando inconsciente a todo bicho viviente que te encuentres? ¿Te recuerdo que gracias a eso nos persigue un clan de bandidos? —Si te molesta, imagina que son Soldados. Río se ruborizó, pero no pudo protestar: sabía tan bien como Noel que no le habría importado si hubieran tenido que noquear Soldados. —¿Y cómo los sorprendemos? Noel la miró de arriba abajo. —Fingiré que te he capturado y amenazaré con matarte si no me dejan pasar. Se le secó la boca. —¿Es que quieres empeorar la imagen de los…? —Calló. Ya era mala de por sí y los bandidos no tenían ningún contacto con la justicia, por lo que poco iban a poder hacer incluso si protestaban por la actuación de un Soldado—. ¿Y si se niegan? Ha pasado un día entero. Les habrán informado de quiénes somos y lo que has hecho — añadió acusadoramente. —Entonces les dispararás a las piernas y yo me encargaré de ellos. Río se removió en su sitio y echó una ojeada hacia atrás, a

las murallas de Erinna, que se perfilaban en la distancia, tras unas colinas. No quería encontrarse bajo ningún concepto con los bandidos a los que Noel había dejado fuera de combate. —De acuerdo. Más te vale no cagarla. —No lo haré —aseguró Noel con firmeza. **** A Noel le sorprendió lo pequeña que era Río cuando le rodeó el cuello con un brazo. Noel nunca había cogido en brazos a un niño, no sabía lo que era sostener a alguien que no tuviera su misma constitución, y la única vez que había levantado a Río fue para sacarla deprisa y corriendo de una tienda, por lo que no tuvo tiempo para percatarse de lo ligera que era. ¿Cómo se le había pasado por la cabeza usarla de cebo? Alguien como ella colapsaría con un único disparo y prácticamente la estaba usando de escudo… —¡Quién va! Noel se obligó desterrar sus preocupaciones. El presente reclamaba toda su atención. Cuatro bandidos. Estaban alejados del búnker, en medio del paso al Puente. Les apuntaban con los cañones de sus armas. Noel apoyó la pistola contra la sien de Río. Aquel gesto provocó que los humanos vacilaran y se


Ciencia Ficción

sintió un poco más segura. Jamás lo habría reconocido en voz alta, pero no confiaba en su plan: sólo lo había escogido porque no se le ocurría otro modo. Ahora se arrepentía. Tendría que haber dejado a Río atrás y haberse adelantado para matarlos a todos. Habría sido más seguro para ambas. Comenzaba a comprender por qué no la habían nombrado líder de grupo. No tenía la capacidad de decisión de Eva… Ahora no es el momento. Concéntrate. —¡Es la puta Soldado! Mierda. Era de esperar que se les hubieran adelantado. Después de todo, habían estado un día escondidas bajo tierra, esperando a que dejaran de buscarlas por los alrededores. Pero entonces debían estar al tanto de que había dejado fuera de combate a cinco de sus compañeros. A menos que estos hubieran alterado el relato de los hechos por orgullo, cosa que también era bastante probable. —Prepárate —susurró. Río gruñó, intentando estirarse un poco más para que no le cortara la respiración. —Dejadnos pasar y no la mataré. Es una de vosotros, ¿no? Los bandidos intercambiaron miradas entre ellos, sin perder su aplomo. Noel consideraba que su actuación habría sido más creíble si Río llorara o suplicara, pero dudaba que la muchacha estuviera dispuesta a hacer algo así. Apretó el abrazo en torno a su cuello, arrancándole un resoplido de sorpresa.

—No lo repetiré. Noel agudizó sus sentidos hasta el punto de que pudo notar los músculos del cuello de Río tensarse contra su brazo. Los humanos se habían quedado callados. Piernas separadas. Hombros tensos. Las armas casi levantadas. Van a atacar. Uno de ellos alzó su cañón. Noel disparó y le arrancó el arma. Río, que había mantenido las manos cruzadas a la espalda, como si estuviera maniatada, detonó su fusil contra las piernas de otro bandido. Noel la soltó y descargó tres veces la pistola para desarmarlos antes de precipitarse al frente. Se las apañó para alcanzar las cervicales de un bandido con la culata antes de que Río acertara al brazo de la mujer que trataba de atacarla por la espalda. La Soldado respondió aferrando a la mujer por un hombro y lanzándola contra sus dos compañeros. Todo se sucedió rápido y en silencio a excepción de un grito ahogado y varios golpes secos. Cuando terminó, Noel se apresuró a inmovilizar y amordazar a los bandidos; sin duda había más en el búnker y no quería que ninguno diera la alarma antes de que hubieran alcanzado el Puente. Levantó la vista mientras trabajaba; la ciudad de Nehea no estaba muy lejos, a una hora y media aproximadamente. Quería creer que les daría tiempo. Río se arrodilló a su lado y susurró: —¡Tienen un jeep!

Noel abrió los ojos. Luego apretó las mandíbulas. Eso lo cambiaba todo… Se quitó la mochila y se la entregó a Río. —Corre y cuida de las bombas. —¿Qué vas a hacer? —Lo que pueda. ¡Ahora, corre! Río le lanzó una mirada irritada, pero obedeció y se desplazó lo más rápido que le permitió su carga extra. Se había alejado unos metros cuando se detuvo y se volvió: —Ten cuidado. Noel la observó con sorpresa. Después asintió con la cabeza. —Lo tendré. No te preocupes por mí. La chica resopló, como si se le antojara indignante que asumiera que se preocupaba por ella, y continuó su camino. Noel saltó por encima de los cuerpos para deslizarse hacia el búnker. Sentía una cierta calidez en el pecho. Era agradable que se preocuparan por uno. Le gustaba empezar a experimentar cierto… sentimiento de equipo. ¿O todavía no podía considerarse como tal? ¡Concéntrate! Todos los búnkers tenían una estructura básica similar, de modo que podía imaginarse que el jeep estaba cerca de la entrada, sobre todo si Río lo había

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visto sin acercarse demasiado. Lo ideal sería poder robarlo, pero, si no era posible, destrozaría las ruedas y escaparía. Se pegó a la pared exterior y la fue rodeando lentamente, dirigiéndose a la entrada con la pistola recargada. Le pareció escuchar voces y se concentró. Sí. Era difícil distinguirlas por las máscaras y el eco, pero al menos podía contar a cinco personas distintas. Justo cuando estaba a punto de alcanzar la entrada escuchó a un bandido que, riendo, se aproximaba: —…¡ya voy! ¡Ni que fuera a venir nadie! Coño, esto es una mierda. Se apoyó contra la jamba de la puerta con una larga escopeta al hombro y aguantó la respiración. Aguardó un largo minuto, pero no dio la impresión de que el humano fuera a salir. Aun así, no podía arriesgarse. Tras mirar a su alrededor. se agachó sin despegar la espalda de la pared hasta que fue capaz de coger unas piedras. Retrocedió hasta que pudo situarse tras una pilastra. Allí lanzó una y se escondió. Esperó tanto que creyó que el humano no había escuchado nada, o que era demasiado vago para ir a comprobar el origen del sonido. Ya estaba preparando una piedra más grande cuando escuchó sus pasos. Sin hacer ruido. Lo importante es no hacer ruido. Las botas del humano hacían crujir la tierra bajo sus suelas a medida que se acercaba más y más. Pronto pudo escuchar la respiración estertórea de su máscara. En el instante en que su sombra se proyectó sobre el suelo, Noel saltó. No le dio tiempo a gritar. Antes de que se derrumbara lo cogió en brazos

y lo dejó a salvo de las miradas de sus compañeros. De paso comprobó la munición que llevaba; Río tenía un arma parecida, quizás le sirviera. Se guardó un par de cartuchos y regresó a su puesto con aplomo. Esta vez se asomó, cuidándose para que no la vieran. Tal y como había imaginado, el jeep no estaba muy lejos. Era un modelo bastante antiguo en comparación a los que se usaban en Athal y parecía que le habían tenido que añadir unas cuantas piezas. Pero podía servir. Otro vistazo y registró las posiciones de los siete bandidos. Tendría que limitarse a romper las ruedas, ¿verdad? Su suerte no iba a durar siempre… **** Río jadeaba por el esfuerzo. Nunca había imaginado que la mochila de Noel pesaría tanto: siempre caminaba tan rápido, dejándola atrás, que parecía que tuviera alas en los pies. Todavía no había recorrido ni un cuarto del puente. ¿Cómo era posible que…? Escuchó unos disparos. Se giró con los nervios a flor de piel. ¡Estúpida! ¡Cómo dejas que te coj…! Antes de que pudiera terminar la frase, un jeep salió dispa-

rado marcha atrás del búnker. Vio varias figuras se asomaron a las puertas y dispararon mientras el coche derrapaba y se dirigía hacia el puente. ¡Lo ha conseguido! El jeep derrapó unos metros y, por un momento, Río temió que le hubieran pinchado una rueda. Pero Noel consiguió enfilar. Justo entonces, Río escuchó otro motor. Desde el otro lado del puente se acercaba otro jeep. ¡Maldita sea, tenían otro puesto de vigilancia! Noel frenó a su lado y abrió la puerta de una patada. —¡Sube! Río metió las bombas y luego saltó al interior. El acelerón de Noel estuvo a punto de lanzarla a los asientos posteriores. Casi no tuvo tiempo de cerrar la puerta. —¿Qué hacemos? —tosió, sin aliento. —¡Dispara a las ruedas! Al principio Río no comprendió a qué se refería, pero, por suerte, reaccionó rápido y abrió una ventanilla agujereada por las balas. Fusil en mano, asomó la parte superior de su cuerpo. El viento la empujó hacia atrás y tuvo que emplear toda la fuerza de sus abdominales para mantenerse recta, rechinando los dientes por el esfuerzo. —¡Vamos, vamos, vamos! — siseó. El otro jeep se acercaba a toda velocidad y, justo cuando comenzaba a conseguir enfocar las ruedas, otro tirador se asomó por una ventana. Una bala le rozó un hombro. Aferró el fusil y volvió a apuntar. Disparó y falló—. ¡Joder! ¡VAMOS! Una nueva bala le acertó en el borde de la máscara y de pronto Noel dio un volantazo hacia


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la derecha, tan fuerte que creyó que saldría volando. Cuando consiguió recolocarse, el coche enemigo estaba a menos de veinte metros. No se lo pensó y apretó el gatillo. La una de las ruedas delanteras del jeep explotó. El conductor perdió el control y derrapó. Noel se lanzó hacia la izquierda. Río notó una mano que la cogía por el cinturón y la metió dentro del jeep, con tanta brusquedad que se golpeó la cabeza. El coche contrario pasó a pocos centímetros de distancia. Si Noel no la hubiera arrastrado al interior, la habría partido en dos. Noel miró por el retrovisor; los enemigos habían frenado. Sonrió de lado. —Bien hecho. Todavía viendo las estrellas por culpa del golpe, no pudo menos que devolverle el gesto. Consiguió sentarse y se pasó una mano por el hombro donde le había acertado la bala. Los guantes se le tiñeron de sangre. Le ardía el brazo pero, al menos, no parecía ser una herida muy profunda. —Estás loca —comentó al final—. ¿Cómo se te ocurrió robar el coche? Aunque bueno, lo habríamos necesitado ya que… —Río —interrumpió Noel. La chica pegó un respingo. Nunca se habían llamado mutuamente por el nombre—. Vas a tener que seguir conduciendo tú.

—¿Qué…? Noel estaba pálida. Bajó los ojos y vio el agujero de bala en el costado. —¡Oh, mierda! Pegaron un bote cuando el jeep dejó atrás el Puente de Hierro. Los bandidos que montaban guardia al final del mismo estaban levantando una apresurada barricada, pero tuvieron que arrojarse a los lados para no ser arrollados. Río masculló todo tipo de maldiciones cuando Noel frenó y la dejó pasar por encima para cambiarle el sitio. La Soldado no emitió ni una queja, pero se le marcaron los músculos del cuello. Le fue explicando paso por paso lo que tenía que hacer con paciencia y no protestó cuando Río dio marcha atrás en vez de arrancar. Por suerte para ella, no resultó muy difícil conducir, aunque se llevó por delante un par de arbustos quebradizos. —Oh, joder. ¿Por qué tuviste que arriesgarte tanto? ¡Vamos a parar! —No. —Noel la sujetó con sorprendente firmeza para que no apartara las manos del volante. Estaba intentando detener la hemorragia del costado, pero también tenía un balazo en el omóplato y todo el respaldo del asiento estaba empapado en sangre oscura—. Hay que alejarse, hay que llegar… a la ciudad. —¡Pero te estás desangrando!

—Tengo dos balas dentro del cuerpo. Necesito que me las saquen. —¡¿Y tú eres una Soldado?! ¡Coño, creía que teníais un cuerpo de acero! —chilló Río, acelerando. Noel sonrió con cansancio. —Sí, pero no estaba preparada para que tuvieran balas como las que nosotros usamos contra los raptores… Ha sido un… grave error de cálculo por mi parte. Río se quedó de piedra: las balas para raptores estallaban en el interior del cuerpo. —¡Ni se te ocurra morirte, eh! ¿Me oyes? ¡Ah, joder! —chilló cuando la carretera realizó un enmarcado meandro—. ¡Coño, qué mal funciona esto! Noel, coge mi mochila y… y ponte algo de anestesia. ¡No, espera, no lo hagas, porque entonces te desmayarás! —De reojo vio que Noel parecía un fantasma y el corazón se le encogió. En especial cuando la joven Soldado comenzó a cabecear—. ¡No, no, no! ¡No te duermas! ¡No pienso cargar con tu estúpida muerte! —No me voy a morir… Es sólo… que he perdido sangre… —Su voz se escuchaba cada vez más baja. —¡Y una mierda, te estás muriendo! ¡No, ni de coña! Pisó tan fuerte el acelerador que temió romper la palanca. ¡No voy a dejar que otra persona muera frente a mis narices! ¡Ni en broma! Trató de secarse las lágrimas, pero no fue capaz, por lo que

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apretó los dientes y derrapó con violencia, subiendo por la colina que llevaba a los muros de la ciudad. **** Sabía que la estaban apuntando con rifles desde las torres, pero no se preocupó por recibir un tiro cuando frenó y salió del jeep, gritando socorro. Rodeó el coche y sacó a rastras a Noel. Las rodillas se doblaron bajo su peso y estuvo a punto de caer varias veces. No supo cómo se las apañó para pasarse uno de sus brazos por los hombros y levantarla unos centímetros del suelo, resoplando de puro esfuerzo. Ignorando el sordo dolor del hombro, la arrastró hacia la puerta, que comenzaba a entreabrirse. Varios guardias armados salieron y la apuntaron con las armas. —¡Por favor! —exclamó—. ¡Se está muriendo! ¡Necesito ayuda! Tras mirarse entre sí, dos personas se adelantaron. Río ya estaba suspirando de alivio cuando una de ellas, una mujer, frenó en seco y espetó: —¡Es una Soldado! Su compañero también se detuvo. Río gimió y trató de recolocarla mejor, pero simplemente no podía con ella. Era demasiado. Aun así, se negó a soltarla. —¡Da igual que sea una Soldado! ¡Yo no lo soy y os pido ayuda! ¡Por favor! Nadie más iba a morir frente a ella. Nadie. La pareja intercambió una mirada. Cuando sus compañeros preguntaron qué sucedía, la mujer respondió:

—¡Trae a una Soldado herida! ¡No te muevas! —le ordenó cuando Río trató de avanzar hacia ella—. ¿Tú has visto la cantidad de sangre que ha perdido? ¡Esa tía está muerta! —¡Lo estará a menos que me dejéis llevarla a un médico! —¿Un médico? —resopló el hombre—. ¡Nadie en su sano juicio atendería a una Soldado!—escupió—. ¿Qué estás haciendo con esta, eh? Río experimentó un golpe de vértigo. Ella habría hecho lo mismo. Ella habría reaccionado igual. La rabia la sacudió de los pies a la cabeza. No. No podía ser que por unos imbéciles como aquellos Noel fuera a morir. —¡¡Los Soldados os mandan comida y agua!! —chilló—. ¡¿Creéis que no se enterarán si dejáis morir a una de los suyos aquí?! Debió haber imaginado que sólo conseguiría herir su orgullo, pero no estaba pensando con claridad. Lo único que tenía claro era que a cada segundo que pasaba, Noel se acercaba un paso más a la muerte. Y que esos hijos de puta no le permitían salvarla. —No queremos Soldados aquí. —No vamos a gastar medicinas en ella. Y yo soy así. Yo soy así. —¡Es una persona y se está muriendo! —chilló Río, con la voz quebrada y al borde de las lágrimas. ¡Estaban luchando por aca-

bar con los raptores! ¡Habían estado a punto de morir dos veces y ni siquiera habían rozado la Frontera! ¿Y todo para que Noel ni siquiera pudiera activar las bombas? ¿Todo por esos cabrones? ¡No! —¡Haré lo que sea! —suplicó Río, avanzando. Los guardias habían retrocedido, pero no parecían completamente convencidos sobre si debían o no volver al interior de la ciudad—. ¡Por favor! ¡Por favor, por favor! ¡Tengo armas! ¡Tengo munición! ¡Puedo venderla! ¡Llamad a un médico y decidle que le pagaré lo que quiera! ¡El jeep! ¡Venderé el jeep! —rugió, desesperada. Tropezó y cayó de rodillas, tosiendo con fuerza. —Por favor… No la dejéis morir. No soportaría otra muerte. —De acuerdo.—Río levantó la cabeza con el corazón encogido en un puño—. Pero tendrás que buscar tú un médico. Apretó las mandíbulas. Querían quedarse con el jeep. Si lo vendía, no le quedaría nada con lo que regatear con los médicos. Pero al menos le permitirían entrar. De modo que consintió, pero se negó a entregarlo hasta que hubiera encontrado un lugar donde dejar a Noel. A gritos y tras prometer varias municiones, consiguió que la ayudaran a subir a Noel de nuevo al coche y uno de los guardias se puso en el asiento del conductor e introdujo el jeep en la ciudad. Abrazándola con fuerza y con la mano cerrada sobre la mochila en la que habían guardado las bombas, Río rezaba para que la Soldado aguantara. Le había dejado caer una y otra vez que


Ciencia Ficción sería ella la que llegaría al Nido, que Río no sobreviviría. No podía ser que ahora cayera por una tontería así. No podía ser que la mataran unos humanos. No, no. No. —Ni se te ocurra palmarla —siseó, bajando los ojos hacia Noel. Jamás pensó que la chica parecía tan joven, tan… delicada. No era así como debía ser. La imagen que tenía de ella era de una mujer odiosa, fuerte, que se volvía para darle la mano, humillándola al recordarle lo débil que era. Los ojos comenzaron a arderle—. No te mueras. No te mueras. »No te mueras. **** Noel abrió los parpados. Había muy poca luz. Respiró con timidez, titubeante. Olía a cerrado. Al llenarse el pecho de aire, pequeños latigazos de dolor subieron por su costado y su espalda. En seguida acusó la sensación de estar sucia. Tosió. Luego procedió a probar a mover los dedos de manos y pies, sintiéndose aliviada al comprobar que respondían sin problemas. Estaba tumbada en una cama, cubierta por un par de mantas, en una habitación pequeña y limpia. Un conducto de respiración se abría en el techo y bombeaba suaves corrientes de aire. Con un pie todavía en el mundo de los sueños, se llevó una mano a la frente, ignorando una punzada de dolor: no tenía fiebre. Poco a poco, comenzó a recordar. Había entrado al búnker y había comprobado que las puertas del jeep estaban

abiertas. Había sido demasiada tentación. Y entonces la vieron. La sacaron del jeep y tuvo que pelear con saña para liberarse. Después dispararon y… —¿Río? —preguntó con la voz ronca. ¿Cuántos días han pasado? Los bandidos la habrían matado, al menos a ella, si las hubieran alcanzado. Eso significaba que la chica se las había apañado para trasladarla a un lugar seguro, a territorio de los homo sapiens… Pero, ¿dónde estaba? Escuchó unos pasos y la única puerta de la habitación se abrió. —¡Vaya! Qué bien que hayas despertado, ¿cómo te encuentras? —Una mujer entrada en años, a la que las ropas le quedaban ridículamente anchas, se acercó a ella con una sonrisa. Llevaba unas vendas en las manos huesudas. Noel se quedó mirándola con el ceño fruncido. No fue hasta que ella se agachó y pudo oler su aliento que cayó en la cuenta de que era la primera vez que veía a un humano sin máscara. —Me duelen las heridas — respondió—. Y me siento pesada. —Eso es normal. Nos costó varias horas sacarte todos los fragmentos de metralla y te hemos cosido de arriba abajo; siento que te duela todavía, pero no sabíamos la cantidad de calmantes que podíamos suministrarte siendo una Soldado. Ahora te aumentaré la dosis. Noel asintió con la cabeza. —Gracias. Disculpe, ¿dónde está mi compañera?

—¿La chiquita? —La mujer sonrió—. La he mandado a comer. No se separaba de ti y decía que si te habíamos tocado algún circuito nos mataría. —Arqueó las cejas con diversión e indignación a partes iguales; Noel no supo si se debía a la sorpresa de que alguien se preocupara por un Soldado, a que Río creyera que podían hacer mal su trabajo o a que asumiera que estaba compuesta por circuitos como si se tratara de un robot. La mujer no dejó de parlotear mientras le tomaba la temperatura, comprobaba sus constantes y le explicaba detalles de la operación. Parecía que había costado reunir a médicos capaces y dispuestos a salvar la vida de un Soldado. Algunos afirmaron que si un bandido le había disparado, sus motivos tendría. Pero a Noel no le importaron esas minucias, sino saber que Río se había plantado a las puertas de la ciudad y que había gritado hasta quedarse ronca para que la dejaran pasar con la Soldado a cuestas. —Por lo que me han contado, era una imagen digna de verse: casi no podía levantarte del suelo. La doctora le hizo unas cuantas preguntas acerca de la fibra de sus músculos, que tanto trabajo les habían dado para abrirse paso y sacar la bala. Noel respondió con serenidad a sus preguntas, aunque sin explayarse, reprimiendo la impaciencia. Quería levantarse e ir a ver cómo se encontraba Río. Y preguntar por las bombas. Pero se mordió los labios; no quería llamar la atención sobre su equipaje. Tuvo que aguantar casi una hora hasta que la puerta se abrió de nuevo.

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La reconoció por su fisonomía. Y por los ojos marrones, llenos de vida. Fue una visión muy fugaz porque, al ver que estaba despierta, la chica pegó un brinco y se escondió tras la puerta. —¿Qué haces, chiqui? —rió la mujer. La otra tardó en responder. Cuando lo hizo abrió la puerta de golpe, sonrojada y con los labios muy apretados, y entró dando largas zancadas. Río no era atractiva. Tenía una nariz demasiado curva, la piel pálida y cubierta de manchas. Carecía de mandíbula firme y se le marcaban demasiado los pómulos, dándole un aire enfermizo. Noel se dio cuenta de que se había acostumbrado a darle una cara que no le pertenecía, similar a los de los Soldados, y la realidad le resultó impactante. Río rehuyó su mirada. —¿Estás bien? Pero la voz seguía siendo la misma. Noel alzó las comisuras de los labios. —Gracias a ti. Tras un silencio, la médico recogió sus cosas, le dio una palmada a Río en el hombro y comentó que volvería en un rato con la comida. Las dos se quedaron escuchando cómo sus pasos desaparecían en la distancia. Una vez Noel estuvo segura de que no había nadie en los alrededores, bajó la voz y preguntó: —¿Y las bom…? —Están a salvo. Las he guardado en mi cuarto. Voy cada

poco tiempo a ver que todo sigue en su sitio y he cerrado con llave. Noel se relajó y se dejó hundir en las almohadas. Le resultaban incómodamente mullidas en comparación a la dureza a las que siempre había estado acostumbrada. Y no olían demasiado bien. Pero no se quejó. En vez de ello miró a Río, hasta que la chica, nerviosa, se apartó el pajizo pelo de la cara y se sentó a su lado. —¿Cómo estás? —Duele, pero no es un malestar constante. En unos pocos días deberíamos poder marcharnos. Río sonrió. —Menos mal, creía que pondrías por delante de todo la misión y te querrías ir tal cual ahora mismo. —No soy estúpida. —Arqueó una ceja—. Hasta yo me doy cuenta de que en este estado no puedo hacer demasiado. —Fantástico. —¿Y tú como te encuentras? Río se encogió de hombros. —A mí no me pasó nada y sólo he estado esperando todo este tiempo. —Noel se fijó en las orejas que le rodeaban los ojos, pero decidió no comentar nada—. Tardaron un día entero en operarte. Estaba convencida de que para entonces ya estarías cadáver. Además, no pudieron hacerte una transfusión de sangre porque no sabían cómo te afectaría. ¿Qué piensan que somos? ¿Una especie diferente? Como si le hubiera leído el pensamiento, Río torció la boca y dijo: —Creo que sólo era una excusa. Más de una persona me

ha preguntado porqué viajo contigo y que porqué no había dejado que te murieras. Noel no se sintió herida, sólo asombrada por lo insidiosos que podían ser los humanos contra alguien a quien ni siquiera conocían. —¿Y qué respondiste? —Que se metieran sus preguntas por el culo y me dejaran en paz. Noel sonrió. Por algún motivo, el malhumor de Río le resultaba refrescante. Cuando le rugió el estómago, la chica se fue sin decir nada y regresó poco después con una bandeja, un plato de guiso de patatas y algo de carne, agua y un par de pastillas, comentando que esa médico estaba obsesionada con hacerle preguntas sobre los Soldados. —Siento la mala calidad de esto —dijo mientras le ponía la bandeja sobre las piernas—. La desinfección del agua quita mucho el sabor a las cosas. —Y nosotros hacemos comida artificial. No me importa el sabor de las cosas —aseveró Noel, irguiéndose para poder dar cuenta de la comida que, para empezar, se le antojó escasa. Sin embargo, no pidió más; sólo había que echar un vistazo a Río, o a la médico, para imaginar su insuficiencia alimentaria. Estaba claro que en las ciudades humanas no es que sobrara comida—. ¿Qué fue del jeep? —Lo tuve que… Lo tuve que vender —reconoció Río, avergonzada. —¿Para que me atendieran? —dedujo.


Ciencia Ficción La chica meneó la cabeza y masculló: —Para que nos dejaran entrar. Para que te atendieran les di la gasolina. —Esbozó una sonrisa satisfecha—. Nunca dije a esos cabrones que les daría el jeep con combustible. —Se regodeó unos instantes y luego la miró de reojo. Se le hundieron los hombros de nuevo—. Decían que costaría mucho material y que… bueno… Es que te estabas muriendo… —Te lo agradezco. Te debo la vida. —Ya me lo devolverás. Aunque no creas que voy a acabar agujereada como tú. —Le dedicó una sonrisa agresiva. Luego se incorporó con un bostezo—. Bueno, me alegra que estés entera. Ahora, con tu permiso, voy a echar una cabezada. Vendré a verte en cuanto me despierte. En el umbral de la puerta, Río se volvió. —¿Quieres que pida que te traigan algo? —No hace falta. —Vale. Y… oye, Noel. —¿Sí? —Estuvo guay. Pero no vuelvas a hacer algo así. Las cosas no merecen la pena si te mueres por el camino. Fue como si le hubieran dado una puñalada en el pecho. Noel parpadeó varias veces en un intento de controlar sus emociones. —De acuerdo —dijo con un hilillo de voz. Río sonrió con tristeza y se marchó. Noel se recostó en las almohadas y se contempló una mano. Le quedaban algunas heridas de la pelea, que ya estaban cicatrizando. Pero si Río hubiera decidido no cargar con ella,

todo se habría acabado ahí. Ni siquiera recordaba haberse quedado inconsciente. Contuvo a duras penas un estremecimiento de angustia. Había sido una estúpida. Por su culpa casi morían las dos. Por no haber sabido calcular bien, por haber sido demasiado ambiciosa, por haber creído que podría enfrentarse a los humanos y salir indemne. Pero estaba viva gracias a Río. Y Río, que debería estar irritada por su ineptitud, que debería haber reaccionado a gritos, abandonándola de acuerdo al sentido común… De pronto la visión se le emborronó y, avergonzada, se secó las lágrimas. Nunca nadie le había dicho que su vida venía primero. **** Abel se incorporó sobre los cadáveres sin dedicarles ni una mirada. Había perdido el rastro de sus objetivos cuando entraron en Erinna, si bien no le había costado deducir que intentarían atravesar el río. Sin embargo, cuando lo cruzó, esquivando las patrullas de bandidos, no encontró huellas de ningún tipo. De modo que regresó a Erinna y escuchó a escondidas las conversaciones de los bandidos, que buscaban sin cesar a las dos muchachas. Sorprendentemente, la Soldado se había dejado encontrar y había tenido que dejar fuera de combate a varios homo sapiens, sin llegado a matarlos. Abel consi-

deró aquello un fallo garrafal: debería haberlos eliminado y, después, escondido sus cuerpos. Sin embargo, tuvo que reconocer que quizás había actuado con cierta inteligencia cuando le llegó el rumor de que habían cruzado el Puente. Probablemente habían dejado creer a los bandidos que habían escapado para ganar tiempo… Pero Abel necesitaba pruebas. De modo que se encaminó al Puente de Hierro. Cuando lo recibieron con disparos, decidió que sólo necesitaba un homo sapiens para responder a sus preguntas. No le costó más de diez minutos sonsacarle cómo las habían perdido en el último segundo. Después lo degolló para acabar con su sufrimiento. Abel no sentía rencor contra los bandidos. Habían actuado con lógica, de acuerdo a sus propias leyes. Si hubieran acabado con Noel, le habrían ahorrado trabajo. Ahora, en cambio, tendría que vigilar Nehea de cerca. Salió del búnker y echó un vistazo hacia el noreste, donde una barrera oscura interrumpía el horizonte. La Frontera Negra aguardaba en la distancia. Se preguntó si la Soldado conseguiría llegar. Continuará...

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Lo siento, todo fue mi culpa MANUELA GUISANTES ‘Es preciosa’ fueron las primeras palabras que me dijiste cuando nos conocimos. Realmente, no me las dijiste a la cara, te vi murmurarlas cuando nuestras miradas se cruzaron. A partir de aquí, sentí que algo bueno se aproximaba, mi corazón palpitaba, las mariposas aparecían y el aroma a amor invadió todo a nuestro alrededor… Te acercaste a mí, te presentaste muy amablemente. Recuerdo que me preguntaste qué estaba leyendo y resultó ser el mismo libro que llevabas encima, porque también ibas a sentarte a leer en el mismo parque, en el mismo banco en el que estaba yo sentada, escuchando las risas de los niños mientras jugaban, la brisa acariciando las páginas y nuestras sonrisas se cruzaban, al igual que las miradas y las palabras. Empezamos a hablar y, sorprendentemente, tenías los mismos gustos que yo y todo se volvía color rosa a nuestras espaldas, una música alegre hacía un crescendo, cada vez más y más y más fuerte, con la misma fuerza con la que mi cariño hacia ti nos embarcaba en un viaje utópico rumbo a las estrellas. ¿Demasiado perfecto, verdad? Lo fue más aún cuando te vi en la puerta de mi casa para recogerme para ir a cenar… Nuestra primera cita. Estabas tan guapo, bien vestido, dulce, coqueto, atrayente… Ah, cómo olvidar aquel restaurante tan bonito, con música en directo y una deliciosa cena a la luz de las velas… Los días pasaron, seguimos quedando, todos los días, hasta que a los meses me pediste que fuese oficial. Empezamos a vivir juntos, cada día era distinto al anterior, todo era felicidad plena, y como era de esperar, ocurrió lo que tenía que pasar: me pediste matrimonio. A partir de aquí, llegaron todas las cosas que me decía mamá cuando era pequeña y soñaba con casarme con ‘mi príncipe azul’, sobre cómo debería comportarse una princesa, cuidando de mis seres queridos, siendo un ejemplo a seguir, además de más cosas que no sabía que ocurrirían. Recuerdo que me decías que pasaba demasiado tiempo pegada al móvil y que pasaba de ti, que querías que estuviese más atenta a ti. Quiero pedirte perdón por ello, sabes perfectamente que soy muy despistada y que no me doy cuenta.

También quiero disculparme por todas esas cosas que te disgustan de mí. Pedirte perdón por no contestar a la mayoría de tus llamadas, aunque por más que te diga que no me doy cuenta porque tengo el móvil en silencio o estoy ocupada, que no te responda no significa que esté haciendo cosas que no son, ¿vale? Que siempre mal piensas todo. Quiero pedirte perdón por mi forma de vestir; que sí, que para ti mis pantalones son muy cortos, pero para mí no lo son, son de un largo apropiado, igual que mi maquillaje, que no me pinto como una furcia. Esas paranoias de que voy enseñando demasiado y que busco provocar a tus amigos… eso es lo último que haría en mi vida. Esos celos irracionales… Me matan por dentro, porque no tienen causa de existir. Odio tener que discutir contigo por estas cosas tan estúpidas, principalmente por la forma en la que acabamos. Esto no era así antes, sé que he tenido que fallar en algo, y creo que sé a qué vino todo esto. En realidad es culpa de ambos, aún así, no quiero perder lo que tanto he cuidado por ambos. Sé que no te gusta que te conteste, pero peor eres tú cuando no me contestas, principalmente porque no lo haces como debe ser. Sé que me lo busco, soy imbécil, una niñata como bien me dices cuando te enfadas, que no estoy acostumbrada a que me quieran. Lo siento, todo fue mi culpa. No es tu culpa. Eso no era amor.


Reflexión ¡Corre! MANUELA GUISANTES ¡Corre, corre! ¡No mires atrás! Solo escuchaba una voz gritándole que debía huir, que no debía pensar en el pasado, solo tener ojos para el futuro, porque el presente se marchitaba cada vez más según avanzaba cada paso. Sudores fríos, náuseas, respiración agitada, latidos martilleándole las sienes, la adrenalina ascendía, la euforia la abarcaba, una risa floja estallando desde su pecho, la cálida roja resbalándose entre sus dedos, la cual provenía de una fuente inerte. Había pasado mucho tiempo pensándolo, ansiándolo; tantos años de sufrimiento no podían continuar, necesitaba liberarse de una maldita vez.

Miradas, burlas, complejos. Ella no quería ser así. Llevaba mucho tiempo huyendo de sí misma, por ello, decidió cortar de raíz. La energía se escapaba, el arrepentimiento llegaba, los buenos momentos acaparaban su mente; recordó aquel día en que jugaba al pilla-pilla y alguien le decía: ‘¡Corre, corre! ¡No mires atrás!’. Yaciendo sobre el césped, un cuchillo se resbalaba de su mano, al igual que su cálida roja por la muñeca. Había cometido un error. Ya no había marcha atrás.

¡Visítame! Manuela es una futura guionista, que nos envía varios relatos para colaborar en VuelaPluma. Dos de ellos son estos que podéis leer aquí: ¡Corre! y Lo siento, todo fue mi culpa. Este último es un guión literario de un cortometraje que realizó este año y que ella califica como "denuncia social". Si queréis ver el resultado, podéis visitar este enlace: https://www.youtube.com/watch?v=ZlHOi9KuNZk Además, en su canal también podéis ver otros de sus vídeos como cortometrajes o resúmenes de excursiones por España o el extranjero: https://www.youtube.com/user/PinkyLittleH Otro sitio donde podéis visitarla es en su blog (https://lasidasdefreedrefly.wordpress.com/), donde publica textos literarios, críticas, fotografías, etc. En el apartado de Fantasía también encontraréis el preámbulo y capítulo primero de su historia Mariposas de Arena, que seguiremos publicando en los próximos números junto con otros de sus relatos.

¡Esperamos que os guste su trabajo!

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Barras y estrellas Tanis Barca


Fantasía Baile de máscarasJA SEGUNDA PARTE MAARA WYNTER

Había hecho todo lo posible por no ir al baile de máscaras que se celebraba aquella noche, pero ninguna de esas cosas había resultado una excusa válida para su padre. Su padre. Tan duro, tan poco permisivo, tan poco cariñoso, tan exigente. Su padre. Al que sólo le importaban las apariencias. Su padre. Del que sólo conocía voces y mano dura. Desde que su madre había muerto varios años atrás, Nate no conocía una palabra amable o un gesto de cariño. Se le había olvidado como era sentir la calidez de un abrazo o, incluso, como formar una sonrisa en su cara. Ya no se permitía a sí mismo sentir. Por nada ni por nadie. Después de muchas lágrimas quemándole la cara y el corazón se prometió a sí mismo que no dejaría a nadie entrar en su vida. Y así lo había hecho hasta entonces. Manejaba su vida, controlándola a su antojo. Guiándose por decenas de ojos de distintos colores y al compás de otros tantos labios pintados de carmín. Haciendo todo suyo, pero sin pertenecer a nadie. Pocas veces pensaba en esto, por si acaso el pequeño rasgo de humanidad que quedaba en él se enfadaba y le abandonaba. Pero de camino al baile sus pensamientos no dejaban de vagar entre culpas y chicas sin nombre. Entre caricias vacías que no llegaban a ninguna parte. En besos robados mucho después de medianoche. En todo aquello que nunca quiso pero que acabó siendo... Menos mal que por una vez su padre le interrumpió en el momento justo para no acabar de volverse loco. Habían llegado. Sólo serían unas horas rodeado de miles de personas cubiertas por un antifaz, para disfrazarse de quienes querían ser y serlo, aunque solo fuese por una noche del año. Nada más entrar en aquella sala inmensa, Nate se dirigió a unas sillas perdidas de la multitud. No quería bailar. No quería hablar con nadie. No esa noche.

Intentó buscar algo que llamase su atención, pero no encontró nada. Paseó su mirada azul por todos los rostros escondidos, pero ninguno captó su mirada más de un segundo. Las horas le parecían eternas. El cuerpo empezaba a dolerle de estar en la misma posición durante unos pocos minutos. Y no había nada que le hiciese mantenerse despierto. Fijó sus ojos en un punto alejado del gran salón. Intentó parar la primera cabezada, contra la segunda no pudo hacer nada... ... Y se encontró bailando. En la misma sala. Con las mismas personas con el rostro cubierto. En lo primero que se fijó fue en la música. No era la misma música burlesca que había estado escuchando momentos antes. Los violines que sonaban ahora parecía que los tocaba el mismísimo diablo, hasta tal punto que sería capaz de venderle su alma por sólo oír sonar una nota más. La gente. Bailaban con tanta gracia que parecía que iban a echar a volar de un momento a otro. Parecían maniquíes perfectos que estaban diseñados sólo para eso. Nate empezó a sentirse desconcertado. Pero entonces la música se acabó. Eso significaba cambiar de pareja por lo que tenía entendido. Asique se dispuso a hacerlo, pero en el último segundo decidió mirar lo que aún no se había detenido a mirar. A la chica con la que estaba bailando. Parecía sacada de un cuento de esos que su madre le leía cuando era pequeño. Se había quedado muy quieta cuando él la había mirado y parecía que sus ojos verdes iban a convertirse en mil pequeños cristales de un momento a otro. Le miraba fijamente, asustada, frágil. Había algo en ella que le impulsaba a protegerla, a abrazarla. Había algo en ella que hacía que no pudiese dejarla de mirar. Pero tenía que hacerlo, la música había parado. Se obligó a separar sus manos del cuerpo de la chica, y sus ojos, de aquel verde esperanza que había acaparado toda su atención. Y se dio media vuelta para seguir el

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baile con cualquier otra pareja, aun dándose cuenta de que la chica, se había quedado allí, parada, sin poder moverse. Lo siguiente que pudo ver, después de varias vueltas absurdas al compás de esa melodía, que era mucho peor que la anterior, fue el vestido ondeando al viento de la noche mientras aquella chica se perdía en medio de la oscuridad. Tuvo el impulso de salir corriendo, de ir con ella allá donde se estuviese dirigiendo, pero se resultó demasiado absurdo a sí mismo. "¿Quién es ella?" Era lo único que podía pensar Nate, mientras cambiaba de pareja sin darse cuenta y escuchaba los sonidos alejados de las canciones que sus pies seguían obedeciendo el ritmo de las notas. Mientras no dejaba de mirar en la dirección en la que ella había desaparecido. Y justo después de uno de los giros inesperados que dio una melodía, la volvió a ver. Estaba a punto de volver a entrar. Sin pensarlo Nate empezó a cruzar el gran salón para poder volver a bailar con ella. Para volver a ver esos ojos de nuevo. Pero… espera. ¿Estaba llorando? Nate sintió un nudo que le quemaba la garganta y sin casi darse cuenta apresuró el paso aún más. Sólo quería llegar hasta ella, y le faltaba muy poco, muy poco... ... Un puntapié mal disimulado a la altura del empeine le despertó, encontrándose de frente con la mueca enfadada de su padre. "¡Maldita sea!" pensó, y se levantó para al menos, demostrarle a su padre que enmendaría su error. Aún estaba adormilado, por lo que decidió que sería mejor pasear a lo largo del salón mientras intentaba dejar de pensar en ese sueño que tan real le había parecido. Intentó centrarse en la música, en el baile, en esas personas, en todo lo que le rodeaba. Y de pronto se dio cuenta de que la pared centrar de la habitación estaba pintada, como si de un cuadro se tratase. Se acercó por curiosidad para contemplarlo hasta que la cabeza le dejase de dar vueltas.

Era un cuadro que representaba un baile de máscaras como en el que estaba él, y en la misma sala. Un cuadro en el que la gente le resultaba sospechosamente familiar. Fue recorriendo la larga pared hasta llegar a una esquina. "No puede ser..." se repitió así mismo una y otra vez mientras mantenía la mirada fija en aquella chica apoyada en la ventana. Aquella chica de la que sólo conocía sus ojos y su boca. Aquella chica que no podría olvidar jamás. Esa, que parecía estar pidiéndole ayuda, mirándole desde ese pequeño rincón que cualquier pintor le había dedicado. La dueña de cada uno de sus sueños. La única que tendría algo de él eternamente.


Fantasía Sueño de medianoche CAPÍTULO 5 LADY TURBALINA

El anciano búho respiraba con dificultad y pese a estar durmiendo no descansaba, sino que realizaba un esfuerzo tremendo para recibir el aire en sus pulmones. Midnight se inclinó sobre su padre y lo llamó dulcemente para que despertara. —Papá, soy yo… estoy aquí. Los grandes y amarillentos ojos se abrieron lentamente, mostrando alivio al reencontrarse con su hijo. —¡Midnight, has vuelto! –repentinamente le sobrevino una enfermiza tos, pero se forzó a continuar hablando—. ¡Cof, cof…! No estoy enfadado contigo, hijo, al contrario, soy tan feliz de verte otra vez… Sabía que volverías, que era sólo una estupidez… Ahora que lo recordaba todo con más tranquilidad, sí que le parecía una temeridad la aventura que había emprendido él sólo, la discusión que mantuvieron él y su padre fue el detonante de la decisión repentina. No soportaba ver a su progenitor consumido día tras día por la enfermedad y mirando el horizonte anhelando ese “algo” tan lejano, mirando la brújula que apuntaba al sur y deseando ir a buscar lo que él llamaba su destino pero sin mover ni un dedo para ir tras él. No importaba cuántas veces le preguntara qué era lo que había en aquella ciudad que fuera de tan suma importancia para él, nunca le respondía, ¿para qué había elaborado la brújula si no era para buscarlo? ¿Para torturarse?

Así que aquel día no lo resistió más y decidió que sería la última vez que volvería a hacer la pregunta de siempre, “¿qué es lo que tanto añoras, papá?” y tras el mismo silencio desquiciante como respuesta, robó la brújula y él mismo fue a buscarlo. Él deseaba encontrar aquello que su padre mismo le ocultaba, así que comprobó con gran entusiasmo que la brújula le indicaba el camino hacia Kernel Bhanu que le había mostrado anteriormente a su padre cuando la sostenía entre sus manos. Poco después de emprender su escapada, otros búhos salieron en su busca para recuperar el tan preciado tesoro de su pueblo, obligándolo a acelerar el vuelo hacia la ciudad y provocando su inevitable aterrizaje en el balcón de aquel chico enfermizo, Edgar. Midnight creía en el destino, y por tanto, nada de lo sucedido era casualidad. —He estado con los humanos, papá. Un muchacho me dio cobijo, no son como creen los demás… No todos –añadió, sabía perfectamente lo que la dichosa criada opinaba de ellos—. He encontrado lo que buscabas, papá. El rostro del anciano se iluminó, ¿acaso sería cierto? —¿Estaba allí…?¿La encontraste? El joven apenas escuchó a su padre y entusiasmado empezó a hablar sin parar.

—He conocido a Edgar, es hijo de un respetado médico, él te curará. La tecnología que tienen es impresionante, hay muchas máquinas — en realidad no sabía explicar cómo eran todos los aparatos tan útiles que había visto sin resumirlos en “máquinas”—. Edgar es un humano bondadoso, si le explico tu situación y le pedimos ayuda, él lo entenderá y hablará con el médico ¡Él tiene la cura! Dawn, el padre de Midnight, bajó la mirada. Si había albergado un poco de esperanza, la había perdido en ese momento. Le quedaba poco tiempo de vida pero a su parecer no tenía nada de lo que arrepentirse, la había vivido dignamente y había tenido una vida plena, si tan sólo pudiera volver a verla antes de morir… ... El viento azotaba su rostro mientras dejaba tras de sí Kernel Bhanu. Más de un curioso le había observado extrañado durante su larga caminata por el distrito norte ya que no era muy normal ver a un muchacho de su edad caminando sólo hacia las murallas exteriores. Nadie iba allí, ¿quién iba a estar interesado en dejar su seguro hogar y adentrarse en el bosque? Los oficiales que encontró en la muralla le hicieron varias

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advertencias y trataron de convencerle para no abandonar la ciudad e incluso se ofrecieron a llevarlo de nuevo a casa. Les dio las gracias por su amabilidad y les explicó que había algo que tenía que hacer en el norte, y tras un intercambio de miradas dudosas entre ambos oficiales decidieron dejarle pasar. Poco a poco se adentró en el bosque, y el viento pasó de embestirle con fuerza a apenas acariciarle las mejillas. En cambio, las ramas de los árboles que había sobre Edgar resonaban y crujían balanceadas por el temporal, esperaba que no lloviera porque mientras no lo hiciera al menos del viento estaría resguardado entre la frondosidad del entorno. Brújula en mano, seguía el camino que le indicaba esta. Se paró en seco al oír algo moviéndose en las copas de los árboles, miró hacia arriba pero no vio nada aunque estaba seguro de no haberlo imaginado. Conforme más se adentraba, más observado se sentía, algo o alguien cada vez estaba más cerca y lo percibía; aceleró la marcha y tropezó con una enorme raíz, por suerte recuperó el equilibrio, pero la brújula cayó al suelo. —¡Mierda! —se dijo rezando para que no estuviera rota. Se agachó para recogerla y justo escuchó un aleteo y una sombra pasó sobre él, una pluma marrón con destellos carmesí descendió al suelo junto a él. Por puro instinto alzó la mirada lentamente y se encontró a una hermosa búho que lo observaba desde las ramas más altas, sus ojos le miraban fijamente, y sin duda lo que más llamaba su atención era la brújula. Su gesto era de claro disgusto, y antes de desaparecer de nuevo entre las ramas dijo algo que obviamente el muchacho no pudo entender.

... Dos días habían transcurrido desde su llegada y ya estaba irritado, era consciente de que tenía un carácter fuerte pero la actitud de los que le rodeaban no ayudaba precisamente. Sky le indicó el lugar de la nueva aldea, que estaba en plena construcción, y fue hasta allí ayudando a avanzar en algunos tramos a su padre. Desde el primer momento todo fueron miradas suspicaces y cuchicheos, al joven búho le entristeció comprobar que nadie se alegraba de su llegada ni le había echado de menos. O eso pensaba, hasta que Wood, el búho real, se presentó en su cabaña con la alegría dibujada en el rostro. —Creí que se burlaban de mí cuando me contaron que habías vuelto —los ambarinos ojos de ambos se cruzaron, y Wood se abalanzó en un efusivo abrazo—. ¡No vuelvas a hacerlo nunca más, jamás! Como búho real que era, Wood era considerablemente más alto que Midnight y más fornido. Era curioso que aunque aparentaban la misma edad, Wood se la doblaba, era una de las características de los búhos reales que los hacía tan diferentes al resto: una larga longevidad y una sorprendente resistencia contra en envejecimiento.

—Es agradable comprobar que al menos me queda un buen amigo — comentó Midnight casi en un susurro, sintiendo aún el calor del abrazo fraternal—, siento no haberte avisado de mi llegada, ha sido todo un poco… precipitado. —Hablando de amigos —prosiguió Wood, ésta vez con preocupación—, tu padre me ha dicho lo de ese amigo tuyo… el humano, ¿crees que es una buena idea? Quiero decir, ¿piensas pedirle las medicinas, llevar a tu padre a esa ciudad? El más joven se apartó del otro nuevamente irritado, ojalá todos dejasen de ser tan desconfiados. —Se llama Edgar, y creo que es la mejor idea que he podido tener. —¿Te has molestado? —se contestó a sí mismo —es obvio que sí. Déjame que te diga que, pese a que suene a tópico, poco se puede pedir de los humanos, te engañará. Ellos son así. —¿Cómo? —espetó Midnigh, ahora más indignado—. ¡Sólo voy a pedirle unas medicinas o un tratamiento, algo! ¿Y engañarme Edgar para hacerme daño? Déjame que te diga que ese niño es inofensivo, puedo hacerle perfectamente yo más daño a él que él a mí. Y no considero estar haciendo algo erróneo, si socorrer a mi padre significa pedirle un favor a un humano, lo haré sin dudarlo.


Fantasía —Puedes pedirle ayuda al humano —objetó—, otra cosa muy distinta es que te la pueda dar. A tu padre no le queda mucho tiempo… Era la cruda realidad, Midnight abrió la boca con intención de protestar pero calló, ya que sabía perfectamente que Wood llevaba razón. Escuchó pasos tras de sí, Wood había dejado la puerta abierta y alguien había entrado sin importarle mucho si interrumpía una conversación ajena y obviando que esa no era su vivienda. —¡Eres un mentiroso! ¿Eso lo has aprendido de los humanos o ya se te daba bien mentir antes de vivir con uno de ellos? La expresión de Sky no era difícil de interpretar, estaba totalmente furiosa. —¿Qué? —preguntó Wood ignorante de a qué se refería la mujer—. ¿Mentiroso por qué? —He visto al humano en el bosque, llevaba la brújula, ¿cómo has podido dársela? ¿Acaso te has vuelto loco? —Estoy seguro de que Midnight tendría sus motivos —el propio Midnight se sorprendió de la rápida defensa de su amigo—, déjalo en paz, Sky. Siempre tienes una excusa para atacarle. Después de todo, Wood podría no ser tan cerrado como los demás. Se percató de que antes él mismo era como los demás, recelando de los humanos continuamente y pensando que no podía haber nada bueno en ellos, ahora se avergonzaba. —¿Edgar está en el bosque? Como de costumbre, Sky le respondió malhumorada, con un breve “sí” cargado de antipatía. —Será mejor que vayas a buscarle —sugirió Wood—, este lugar no es seguro para un humano. Y menos aún lo era para un humano enfermizo, así que verdaderamente no hacía falta que Wood se lo

dijera, Midnight sabía que tenía que ir al encuentro de Edgar inmediatamente. Sin esperar un segundo más, salió de la cabaña y se puso en camino rumbo al sur, por donde debería estar Edgar. Sin decir nada, Wood le acompañó. Su serena presencia le hacía sentirse más tranquilo y nuevamente pensó que en el pasado se había equivocado en muchas cosas, en realidad nunca había estado del todo solo. ... Se desplazaba lentamente entre los árboles, empezaba a estar fatigado y necesitaba descansar. Pronto encontró el lugar adecuado: un luminoso claro en medio del bosque. El paisaje le parecía idílico, sacado de un sueño. Se aproximó al viejo tocón de un árbol, que se encontraba en el lugar perfecto entre sol y sombra, y se dejó caer abatido. Aprovechó para tomar algo de comer y de beber, unas galletas que llevaba y un poco de agua, y poco a poco calló dormido. En el sueño volvía a ver un cadáver recostado sobre una cama, y tapado con las mismas sábanas grises con las que había soñado. El sueño era casi idéntico excepto porque a su lado Edgar sentía otra presencia, era la presencia de alguien que, como él, contemplaba horrorizado a la persona que yacía inerte. Algo cambió de repente, fue extraño pero dejó de sentir miedo y tristeza, su acompañante le tomó de la mano y la escena cambió; Ya no estaba allí el espantoso cuerpo, ahora contemplaba a lo lejos a dos niños jugando con el que

pensó que debía de ser su padre. —No pensé que volvería a verte tan pronto. La voz no procedía del sueño, lo llamaba desde el otro lado y lo devolvió a la realidad. Abrió los ojos y lo encontró ante sí. El ángel que había creído ver cuando se conocieron no tenía nada que ver con el ángel que contemplaba ahora. El sol brillaba a su espalda, y sus haces luminosos le otorgaban un aura etérea. Sólo que no era un ser celestial, perfecto; Era un búho con muchas imperfecciones que aún así había llegado a ser un buen amigo. —Te estaba buscando, Midnight.

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Enya 2 Fotógrafa: Tao ¡Saludad todos a Enya, propietaria del culete de nuestra portada de este número! Sus dueños son Tao y Xexu, y a pesar de tener sólo tres meses ya es enorme, un adorable terremoto lleno de energía. ¡Esperamos más fotos suyas para poder ver cómo va creciendo!


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Olvenemory CAPÍTULO 1: TIERRA DE HADAS - PARTE 2 ALEJANDO FERNÁNDEZ MÁRQUEZ

Aymara no le dio tiempo a Lulurel para reaccionar. La recién nacida se metió entre el gentío que rodeaba el trayecto de la Reina Inaria hacia los comercios de ropa, siguiendo a ésta. Algo la impulsaba a seguir a la monarca, como una especie de encanto. Lulurel pocos segundos después la imitó y siguió a su protegida. No le entusiasmaba la idea de encontrarse con la reina, pero debía estar en todo momento con Aymara y asegurarse de que no dijera nada que pudiera ponerlas en un aprieto a causa de su desconocimiento sobre Olvenemory. Aymara entró inmediatamente después que la reina y observó atentamente la escena. Al igual que había sucedido en el exterior de la tienda, en su interior, los duendes y hadas abrían paso a Inaria, dejando de forma tajante lo que estuvieran haciendo. Todos realizaban una elegante reverencia, al paso de la majestad, agachando la cabeza y el torso levemente. La monarca se acercó al regente de aquel comercio y comenzó a charlar sobre un encargo que quería hacer, cuando Aymara notó que alguien tiraba de ella hacia atrás en dirección al exterior de la tienda. Lulurel luchaba para encontrar un camino entre la multitud congregada y, a la vez, arrastrar a Aymara hacia fuera, lo más lejos de la reina. Cerca de la puerta, Aymara se percató de que era Lulurel quien tiraba de ella, agitó el brazo para zafarse de su madrina. —¡Para, Lulurel! ¡¿Qué haces?! — preguntó atónita Aymara— ¡Me estás haciendo daño! —exclamó mientras se frotaba el brazo. La joven hada había levantado tanto la voz que toda la atención de los presentes allí pasó de la monarca a ellas. —Aymara, te dije que iríamos primero a la zona central este. Ya habrá tiempo luego para esto… —según iba pronunciando cada palabra, Lulurel

bajaba más el tono de su voz, sobre todo de cara al final, donde se calló de seco al observar que la Reina Inaria se aproximaba a ellas. Aymara dio cuenta de que Lulurel observaba algo y se dio media vuelta para encontrarse de cara con la reina. Tan de cerca la monarca parecía una hermosa escultura, con una piel brillante, clara y lisa como el mármol. La joven hada estaba maravillada con aquella visión. —Buenos días, Lulurel. Esta joven tan encantadora debe ser Aymara, tu protegida, ¿no es así? —preguntó Inaria. Su voz era igual de majestuosa que ella, de tono altivo, que provocaba una extraña sensación de admiración y verdadero respeto. Lulurel asintió bajando la mirada, avergonzada por la escena que acaba de provocar y atraer la atención de la reina. —Estuve preocupada, ya que se me informó de un nacimiento un tanto… especial —añadió, mirando de reojo a Aymara—. Por suerte no veo nada por lo que tenga que preocuparme, ¿verdad, Lulurel? Es decir, no hay contratiempos, ni nada que deba saber. ¿Estoy en lo cierto? —Sí, majestad, todo está en orden —respondió inmediatamente—. Únicamente fue mi excesiva preocupación lo que convirtió un hecho ordinario en algo que no era —dijo totalmente arrepentida—. No volverá a suceder, lo prometo. —Claro que no va a volver a pasar —dijo Inaria, pasando su atención a Aymara—. Por lo que tengo entendido, eres un hada de luz —la reina estudiaba de arriba a abajo a la joven—. ¿Sabes lo que eso significa?

—No, majestad —respondió sinceramente Aymara—. Me dijeron que brillo a veces, pero no comprendo lo que es. —Por lo que veo Lulurel aún no te ha explicado lo que eres —su tono altivo mostró decepción por momentos—. Las hadas de luz sois un misterio a día de hoy, realmente no sabemos mucho de lo que podéis llegar a hacer, pero, además de brillar a voluntad, teneis una capacidad de percepción sobre la naturaleza muy intensa. —Percepción sobre la naturaleza… —repitió Aymara. —Majestad, pensaba explicárselo cuando llegase la caída del sol a los valles de flores. Pensé que cuando hiciera germinar su hogar sería más sencillo que lo entendiese —dijo Lulurel, excusándose. —Ya veo...—contestó la reina—. Aún así sabes lo importante que es que a las hadas de luz se les explique pronto lo que pueden hacer. Pueden volverse inestables al no comprender su percepción —Inaria ser percató de que sus palabras asustaban a Aymara—. Tranquila, querida. Tu ya sabes lo que puedes hacer, solo tienes que aprender a canalizar este poder tan maravilloso. Además, por suerte, no eres la única hada de luz que hay en Olvenemory. Mañana convocaré a dos de ellas para que te visiten y te ayuden a comprender cómo eres. —Os lo agradezco, majestad —dijo Aymara, mucho más tranquila. —Majestad, sois realmente generosa —añadió Lulurel. —Es lo de menos, teniendo en cuenta que tu no puedes ayudarla con ello


Fantasía —respondió Inaria, abriéndose paso entre las dos hadas hacia la salida de la tienda. Se giró levemente hacia ellas—. Bien, con esto hemos acabado aquí —dijo, emprendiendo de nuevo la marcha, cuando de nuevo se volvió hacia Lulurel—. Lulurel, espero que la próxima vez no te pongas tan nerviosa cuando me veas, no me como a nadie —añadió, mientras se alejaba riéndose. Lulurel se quedó momentáneamente pálida, pero volvió en sí cuando notó la mano de Aymara en su hombro. La joven parecía realmente feliz tras el encuentro con la reina. Lulurel se percató de que el brazo de su protegida estaba aún rojo. —Aymara… Siento lo de antes, no quería hacerte daño —dijo mientras le cogía el brazo—. Volvamos al Árbol Celeste. —No pasa nada, Lulurel, estoy bien —dijo, apartando el brazo—. Aunque no entiendo por qué te comportaste así. ¿Te da miedo la reina? —No es que me de miedo, es que... —Lulurel alzó la vista para comprobar que la reina ya se había marchado de la zona— Hace años metí la pata con la realeza, sobre todo con la reina. Desde entonces siempre intento evitarlos para no tener que vivir una situación embarazosa —dijo en un tono triste y arrepentido. —¿Qué fue lo pasó? —No quiero hablar de ello, Aymara, nunca más. De hecho la situación de hoy no debería haber ocurrido, los reyes me pidieron que hiciéramos como si nunca hubiera pasado lo que sucedió —Lulurel miró a Aymara a los ojos—. No vuelvas a preguntarme jamás por esto, ¿de acuerdo? —Está bien, Lulurel. Yo también haré como que nunca ha sucedido nada de esto —respondió Aymara, algo incómoda por la situación. Por segundos se hizo un silencio embarazoso entre las dos hadas—. ¿Continuamos con el trayecto por Olvenemory? —dijo Aymara al fin.

—Sí, deberíamos seguir —dijo alzando el vuelo—. Vayamos a la zona central este. Allí se encuentra el tercer árbol gigante de Olvenemory, el Árbol Amarillo. —¿Qué hay allí, Lulurel? —Bueno, la zona del Árbol Amarillo es distinta a las demás. La del Árbol Celeste podría decirse que es la zona de trabajo, la del Árbol Rojo la de comercios y la del Árbol Amarillo es la zona de ocio —concretó Lulurel. —¿Y qué se hace aquí? —preguntó confusa Aymara, que nunca había participado en ningún tipo de ocio. —Pues es la zona que tenemos en Olvenemory para relajarnos y disfrutar entre el bullicio de otros duendes y hadas —explicó Lulurel mientras recorrían la zona y le señalaba cada lugar—. Aquí se encuentra la biblioteca, la cual sería buena idea que visitaras más adelante, aprenderás muchas cosas de Olvenemory. Allí, en la base el Árbol Amarillo se encuentra el taller de pintura y ascendiendo en su interior, en cada planta, hay diferentes grupos de artistas. Mis favoritos son los grupos teatrales. —¿Y se dedican a ello? —Claro, de hecho la plaza de esta zona se utiliza para representaciones, espectáculos de todo tipo y festejos — dijo Lulurel animada. El disgusto del encuentro con Inaria se había ido pasando poco a poco—. Dentro de poco terminará la segunda etapa de la estación del Sol y se celebrará un festival por todo lo alto. Habrá todo tipo de juegos y funciones. —Entonces… ¿también son vocaciones de las hadas? —preguntó Aymara—. Me refiero a ser artistas, como los que están de esta zona — aclaró viendo que Lulurel no entendía a qué se refería. —Oh, por supuesto que sí, aunque muchos de los duendes y hadas que actúan y preparan espectáculos solo se dedican a ello en estaciones concretas para los festivales —dijo Lulurel—. El resto del tiempo se dedican a su voca-

ción auténtica, otros en cambio descubren su vocación en algún tipo de arte. —Supongo que mañana también veremos esta zona de nuevo para que descubra cuál será mi vocación, ¿verdad? —Sí, pero no tengas prisa, las cosas llegan en su momento —dijo Lulurel, acariciándole el pelo a Aymara de forma maternal—. Puede que te tires días o semanas hasta que descubras lo que verdaderamente se te da bien. Hay algunos habitantes en Olvenemory que han llegado a estar un año entero probando varios trabajos distintos hasta dar con el suyo —añadió restándole peso al asunto que tanto le preocupaba a la joven hada—. Yo misma estuve tres meses dando palos de ciego de un lado a otro de Olvenemory intentando encontrar mi lugar. —Creo que debería tomármelo con calma… —suspiró Aymara. —No te preocupes, ya lo descubrirás. —Lulurel, ¿podemos descansar un poco? Me siento agotada. —Claro, querida —respondió Lulurel, dándose cuenta que no había reparado en que Aymara apenas acaba de recuperarse de su nacimiento y aún no estaba acostumbrada a volar tanto tiempo de seguido—. Vamos a sentarnos en una hoja hasta que recuperes el aliento. —Gracias, Lulurel. —Podrías empezar a llamarme Lulu, mis amigos me llaman así. —Está bien, Lulu —dijo Aymara sonriendo. —Mejor así —Lulurel se tumbó sobre la hoja en la que se habían sentado—. Yo también descansaré un poco, no me vendrá mal. Pero en cuanto estemos listas, seguiremos hacia los valles. Aún queda mucha Olvenemory por conocer. —Estoy deseándolo —dijo Aymara, imitando a su amiga y tumbandose sobre la hoja, disfrutando de una agradable brisa de la estación del Sol.

Continuará...

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Mariposas de Arena MANUELA GUISANTES

Preámbulo Estudiar. Eso era lo que había hecho Daniela toda la tarde y toda la noche del domingo. Repasar y mirar lo que ya se había estudiado, aprendiendo y memorizando las páginas de aquel dichoso libro gastado por las manos de una adolescente vergonzosa que se dedicaba a subrayar casi todas las líneas del temario. La mañana siguiente sería el día del examen, en el que debería demostrar que había gastado su tiempo en adquirir conocimientos que tal vez sí, tal vez no, le fuesen útiles en el futuro; además de entregar cinco trabajos de investigación, traducción y desarrollo de otras asignaturas. El estrés típico que le ataca a uno al final de cualquier evaluación, eso era lo que sentían ella y sus compañeros de clase, o mejor dicho, aquellos que realmente trabajan en sacar el curso adelante. El único día que pudo escapar de este agobio semanal fue el viernes, cuando vieron una película en la casa de Ángel. Estaba agotada y somnolienta. Ya eran las doce menos cuarto de la noche y necesitaba una ducha de esas que te ayudan a despejar la mente. Cerró el libro suavemente y se levantó de la cama vecina a la suya, bueno, en realidad, lo que ella solía llamar habitación. Al ser la casa un poco pequeña, decidió independizarse de la habitación de su hermano pequeño, trasladándose así al ático, el cual adaptó como una especie de habitación, repleto de LED y pósters, dos camas individuales por si alguna amiga se quedaba a dormir, además de un pequeño balcón en la otra punta del ático, por donde entraba un agradable olor a dehesa de primavera. Recogió los apuntes que andaban desordenados por la cama y el suelo, el

libro recién cerrado y el gran desorden de subrayadores que invadía la mesilla más cercana a la cama. Abrió la puerta del suelo y bajó por la pequeña pero segura escalera, atravesó el pasillo de la segunda planta con sumo cuidado, evitando provocar ruido con sus pequeños pasos, hasta llegar al cuarto de baño. Se duchó, dejando que el agua templada resbalara por su cuerpo, liberando espacio en su mente, para empezar con las típicas reflexiones bajo el agua; se colocó un pijama limpio azul cielo y regresó a su curiosa habitación. Apagó las pequeñas luces una a una, se tumbó en su cama, se arropó, cerró los ojos y empezó a soñar durante mucho tiempo.

Capítulo 1 Abrió los ojos sobresaltada al escuchar la alarma del móvil, colocado debajo de su almohada. Estaba tumbada de lado, mirando hacia la pared, y empezó a percibir cómo sus ojos se adaptaban a una tenue luz roja en la penumbra. Se giró para ver de dónde procedía aquella luz y permaneció petrificada por unos segundos al observar aquello. Había una pared, pero no una cualquiera: era transparente, pero de color de un rojo eléctrico, con luz propia. Acercó su mano para tocar este elemento desconocido que acababa de aparecer de manera inesperada en un día cotidiano de su vida. Al tocarlo, se produjeron ondas en su superficie, y se extrañó porque esperaba algo más duro que resultó ser blando; era un muro fino de gelatina y, por el color, de fresa. Sin pensárselo dos veces, introdujo su mano, percibiendo una textura blanda, y fría y siguió avanzando con

el brazo y el resto del cuerpo. Cuando lo atravesó, se encontró en una pecera de refresco de fresa. Menciono pecera, porque su habitación parecía eso, cuando de la nada, emergieron peces de gominola de las paredes. No se asustó al ver a estos seres nadando por el ático, y nadó con ellos. Era extraño nadar en refresco; se sentía húmeda y a la vez pegajosa, y efervescente por las burbujas de gas que ascendían desde el suelo y estallaban ligeramente al tocar el techo. Se acercó a uno de los coloridos peces para averiguar su curiosa textura y se le escapó un grito insonoro. El pez le había sonreído. Esto no sería malo si no le hubiera mostrado miles de dientes como agujas y una evidente intención de atacarla. Daniela nadó lo más rápido que pudo hasta llegar al balcón, donde saltó sin pensarlo fuera de este, cayendo al vacío. Tras haber pasado cinco segundos cayendo por una estancia oscura y sin final, con el corazón en la boca, aterrizó sobre una especie de nube que amortiguó su caída. Esta se desvaneció en cuanto puso un pie fuera de ella. No sabía qué hacer, porque si se daba la vuelta, iba a ser devorada por las pirañas de gominola, pero allí, realmente no había nada. Con los pies temblorosos, empezó a andar hacia delante, con miedo de caer de nuevo al vacío. Después de haberle perdido el miedo a esta idea, escuchó cómo algo se acercaba a gran velocidad por detrás. Se dio la vuelta rápidamente y las pirañas nadaban hacia ella, abriendo sus fauces carnívoras. Daniela se horrorizó al ver aquello y corrió, ya sin temor a caer, en dirección contraria. Una luz de esperanza iluminó su rostro cuando avistó una puerta a lo lejos. Corrió con todas sus ganas hasta llegar a esta, abriéndola y entrando al nuevo escenario de aquel


Fantasía día donde todo era totalmente irreal. Se recostó en la puerta sobre su espalda, escuchando y sintiendo las pirañas que se estampaban contra ella al otro lado. Cuando esto cesó, resbaló poco a poco hasta sentarse en el suelo, hecho de losetas de mármol blanco, tan frío como los restos de nieve que se quedan pegados en la cara cuando te lanzan una bola de nieve; se abrazó a sus rodillas y empezó a llorar a lágrima viva. No podía creer lo que acababa de ocurrir. Aquello no podía ser real, posiblemente era un juego de su mente. Permaneció así durante un tiempo, hasta que logró calmarse y pudo recuperar la compostura. Sentada aún en el suelo, levantó la vista para saber qué era lo siguiente que le esperaba. Se extrañó al ver un lugar tan tranquilo e iluminado, un poco desconcertante después de la persecución de animales dulces con dientes puntiagudos y después de huir a través del vacío espacio. En aquel momento se hallaba en un cuarto de baño. No mediría más de nueve metros cuadrados. A su izquierda se encontraba el lavabo, con un gran espejo; al frente de este, la taza del váter; al fondo, una ducha de mamparas transparentes; las paredes no resplandecían tanto como el suelo, ya que sus baldosas eran de un tono ocre, parecido a la arena de las dunas del desierto del Sáhara. Junto al lavabo, sobre la encimera, había una toalla roja y, por lo que parecía, prendas de vestir. Daniela se incorporó del suelo y se colocó frente al espejo. Allí observó su pijama, mojado por el refresco, teñido de color morado donde antes había un precioso azul cielo gastado. Aquel pijama era su preferido, a pesar de que ya le estaba un poco ajustado porque había pasado tiempo desde que lo tenía. Empezó a desnudarse y dejó el pijama dentro del lavabo. Como solía hacer de rutina, examinó su físico en busca de alguna peca, lunar o grano de la adolescencia. Tenía un aspecto desaliñado y nervioso, o mejor dicho, tembloroso. Se quitó el coletero que había

usado antes para ducharse en casa, dejando suelto su pelo castaño claro alborotado, con mechones pegados a su sien y frente. Se ajustó el coletero en la muñeca a modo de pulsera. Se apartó el cabello de la cara y se tropezó con aquellos ojos almendrados que había heredado de su abuela, que eran de un azul grisáceo, de los cuales ya quedaba poco azul, como los de ella. Se frotó el ojo derecho con su dedo índice y sintió sus frondosas pestañas. Después, pasó este dedo por sus finas cejas, iguales al tono de su cabello. Acarició su nariz pequeña y fina, acabando la caricia en sus labios carnosos. Enjugó las lágrimas que caían por capricho de sus ojos y resbalaban en sus mejillas pobladas de pecas. Observó su constitución, atlética pero a la vez delicada y delgada, que le confería un aspecto levemente frágil. Se colocó de perfil y contempló su marca de nacimiento en el torso, al nivel de su ombligo; se trataba de un triángulo vacío, sin rellenar por el color más oscuro de la marca. Recogió su pelo entre las manos y lo exprimió, mientras veía caer chorritos de refresco rojo. Se giró y entró a la ducha donde permaneció debajo del agua caliente, relajándose y pensando que aquello era un sueño, que pronto se despertaría y se prepararía para acudir al instituto. Se enjabonó el cuerpo y se lavó el cabello con el champú que encontró allí. Salió de la ducha y se secó el cuerpo con la toalla roja que la esperaba sobre la encimera del lavabo. Procedió a vestirse con la ropa que tenía ahí: unos vaqueros pitillo azul oscuro, una camiseta sin mangas gris y una sudadera verde militar. Bajó la vista a sus

pies, vestidos con unos calcetines negros que encontró junto a la ropa interior. Como si fuera un instinto, miró detrás de la puerta y se topó con unas botas militares negras. Recordó que ella tenía la costumbre de dejar los zapatos tras la puerta siempre que se iba a duchar. Se los colocó en sus pequeños pies y ató los cordones. Volvió a mirarse en el espejo para ver su nueva indumentaria. Le agradó lo que veía, hasta que se percató de su cabello limpio y mojado. Sorprendida, apareció un viento procedente del techo que le secó el pelo y lo dejó peinado como solía llevarlo normalmente, suelto y con el flequillo que le caía de lado. Sonrió y alzó la vista para descubrir de dónde procedía aquella brisa secadora, pero su sonrisa se desmoronó y exhaló un nuevo grito de terror al ver aquello: una enorme boca pegada al techo, con los labios pintados de rojo. Imaginó que eran pertenecientes a una mujer. El grito ensordecedor se cortó porque la boca la había succionado.

Continuará...

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Cien años después SUZUME MIZUNO

Emitió un gemido de dolor y todo su cuerpo se estremeció al comenzar a despertar. La sangre se abrió paso por sus venas con lentitud, arrancándole un débil quejido. Trató de aspirar una bocanada de aire, pero se dio cuenta de que el pecho le pesaba, que sus pulmones parecían atrofiados y no conseguía llenarlos. Luchó contra la sensación de ahogo, trató de manotear, de llevarse las manos al cuello, pero ni siquiera fue capaz de mover los dedos. La cabeza le latía al ritmo de su pulso, lento y pesado. Su respiración se atrancaba, era temblorosa, sibilante. Abrió los ojos. La luz le hizo daño y gimió una vez más. Escuchó una maldición con una tonalidad demasiado grave para ser su propia voz. Su visión comenzó a definirse y encontró que, sobre ella, había un hombre joven, atractivo, de rasgos equilibrados, que tenía los labios rojos como si se los hubiera estado mordiendo. No le gustaron sus ojos. Le miraban con miedo y rechazo. Abrió la boca e intentó pedir agua, porque la garganta se había convertido en puro esparto, pero sólo se le escapó un graznido. Mareada, resistió las arcadas. Un latigazo de dolor le ascendió por la columna y se arqueó con un sollozo silencioso. Con la visión anegada por las lágrimas, miró a su alrededor. ¿Dónde estaba? Era un lugar horrible, grande, de piedra, lleno de polvo y agujeros. La única ventana parecía medio derruida y… El joven se movió y ella lo siguió con la mirada. Se quedó desconcertada al ver que se estaba subiendo, muy apurado, los pantalones. Cuando intentó levantarse sobre los codos, se dio cuenta de que el desconocido no era el único que se encontraba medio desnudo. Reconoció aquel traje blanco, uno de sus favoritos, a pesar estar cubierto de polvo y desgarrado por la zona del pecho. La falda estaba subida hasta la cintura. La sangre se le subió a la cabeza. El joven comenzó a farfullar algo, pero ella no le escuchó. Le zumbaban los oídos, todo le daba vueltas. Sus padres jamás habrían permitido que alguien así entrara en su cuarto. Sus padres nunca la habrían dejado en un sitio así, ruinoso y destruido. Y a ella nunca podría haberle pasado algo así. Nunca. ¡Nunca! «¡¿Quién eres?! ¡Qué haces aquí, por qué me has hecho esto!»

Intentó gritar, pero le sobrevino un ataque de tos. El chico terminó de vestirse, se ató la espada al cinto y pareció recobrar la compostura. —No te asustes, no te voy a hacer daño. Dime, ¿eres de verdad la princesa? Abrió y cerró la boca. Su último recuerdo, antes de esa negrura eterna, la asaltó. Se quedó sin aire. Luego comenzó a chillar. **** Desde pequeña supo que estaba maldita. Sus padres decidieron contárselo a los cinco años, si bien no fue hasta que cumplió los catorce cuando le confesaron que le aguardaba un sueño de cien años. Así pues, casi desde que tuvo uso de conciencia, comprendió que debía mantenerse alejada de los desconocidos y, sobre todo, de los husos. Nunca aprendió a tejer y su madre siempre encargaba los mejores vestidos de ciudades alejadas de la capital, para no arriesgarse a que se cruzara alguna vez con una rueca. No le importó demasiado. Tenía muchas otras cosas que hacer y con las que ocupar su tiempo, ya que le dieron todo lo que podía desear. Jamás la regañaron por sus travesuras, como faltar a clases privadas o no obedecer las órdenes de sus tutores. La gente decía que era una niña encantadora y se le perdonaba todo. En parte, tenía que dar las gracias a sus hadas madrinas. Inteligencia, modestia, humildad, gracia, belleza, una bonita voz… Por suerte, nadie le había pedido que no tuviera un chispazo de maldad infantil o que no aprovechara sus dones. Entonces no habría sido inteligente, ¿no? Todos aquellos regalos mágicos, así como el conocimiento público de que estaba maldita, le regalaron una vida fácil aunque, a veces, era muy aburrida. Al menos hasta que cumplió los catorce años y conoció la versión completa de su nacimiento. Su madre se sentó a su lado y tomó una de sus pequeñas manos. La acariciaba, sin duda recordando el tamaño que tenía cuando era un bebé, y a la princesa le sorprendió ver que se le escapaba una lágrima. —No te hemos contado toda la verdad, cariño. ¿Recuerdas la maldición?


Fantasía

—Claro, madre, pero, ¿por qué lloráis? Me mantengo alejada de cualquier instrumento de hilado. ¡No hay nada que temer! —Ay… Me gustaría tanto no decírtelo pero… No habrá día en que no me arrepienta de haber sido tan estúpida. Deberíamos haber invitado a todas las hadas…—Su madre suspiró—. El hada que te maldijo, mi amor, no sólo profetizó que te pincharías el dedo con un huso y que dormirías cien años. Dijo que… que te sucedería cuando cumplieras los quince. Su madre nunca se lo había dicho porque quería que tuviera una vida normal, la princesa no necesitaba que se lo dijeran para saberlo. Esa noche, sin embargo, sintió que la habían golpeado con un mazo. Le quedaba un único año. Al principio dio por sentado que era estúpido dejarse llevar por el pánico. Se suponía que no había husos cerca y, además, sus padres pretendían encerrarla el día de su cumpleaños para que no pudiera hacerse daño. Después tuvo que reconocer que era difícil confiar en un argumento tan simple. Al fin y al cabo, estaban hablando de magia, y era demasiado inteligente como para imaginar que no iba a sucederle tal desgracia sólo porque hubiera unos cuantos guardias en su puerta. De repente se volvió mucho más consciente del mundo que le rodeaba, del cantar de los pájaros, del olor que la despertaba poco antes de que le trajeran el desayuno, del frufrú de sus trajes favoritos, de las risas de sus doncellas cuando comentaban los últimos cotilleos, del agradable calor que desprendían sus padres cuando la abrazaban. Todo, absolutamente todo, comenzó a corromperse, a perderse, a volverse falso porque, no importaba cuánto se esforzara por fingir que las cosas estaban bien, las miradas de reojo, los gestos de compasión o de miedo, las risas secas, los largos silencios la perseguían allá a donde fuera. Hasta sus padres dejaron de suponer un consuelo, pues estaban demasiado desesperados como para conseguir apoyarla como merecía. Poco antes del día de su cumpleaños, se sentó en la cámara de su padre y preguntó: —Si ocurre… ¿Qué será de mí? ¿De vosotros?

Había hablado con otras hadas y sabía que su cuerpo no envejecería, que quedaría aislado durante cien años protegido por el hechizo. Lo cual significaba que despertaría sin más, como si nada hubiera ocurrido, pero, ah, nada volvería a ser igual. —Haremos lo imposible para que estén preparados para recibirte, mi niña. Será nuestro legado. No estarás sola, te lo prometo —dijo el rey con la voz tomada. Jamás se sintió tan aislada, tan al borde de un precipicio insalvable... Aquel día se despertó mareada. Algo latía en sus venas, alejaba los sonidos, los olores y las sensaciones. Se sentía hinchada, enferma, y sin fuerzas. A pesar de ello, poco antes de que llegara el amanecer, salió de su cama, se puso unos zapatos de franela para no hacer ruido, y trató de salir de la habitación sin despertar a sus doncellas. Esa pulsación le indicaba que tenía que irse, ya, cuanto antes, sin falta. Cuando se encontró que la puerta estaba cerrada, apoyó la oreja con suavidad contra la madera y escuchó las respiraciones de los soldados al otro lado. Sonrió sin pensarlo. Sólo tenía que ir por otro lado. Trabajó con sus sábanas con ahínco, abotargada, mientras una parte de su conciencia se sorprendía porque sus doncellas no se despertaran. Pronto cantarían los primeros gallos. Debía darse prisa. Su parte racional le susurró al oído que era una locura descolgarse con unas cuantas sábanas por la ventana pero, aun así, lo hizo, y algo impidió que estas se rajaran. Sus piernas, poco acostumbradas al ejercicio físico, le permitieron bajar sin demasiados contratiempos y aunque se hirió las palmas al soportar su peso, apenas sí experimentó un chispazo de dolor. «Así que esto es la magia». Sabía a dónde tenía que dirigirse y lo que pasaría cuando encontrara lo que buscara, pero no le importaba. No en ese estado. Lo único que debía hacer era encontrar el huso y una parte de ella, esa que la impulsaba a moverse pasara lo que pasara, sabía dónde estaba. El castillo comenzaba a despertar, sí, pero nadie había imaginado que la princesa se pasearía por los pasillos en camisón, de modo que no le prestaron atención. Sólo tuvo que evitar sus aposentos y a los guardias que hacían fila frente al mismo, para alcanzar la vieja torre.

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Allí le estaba esperando el huso, afilado a la luz del amanecer. La mujer que aguardaba, sentada en un taburete. Jamás había visto a alguien tan digno, tan hermoso. —Te estaba esperando, querida. Recordaba haber pensado que tendría que haberse despedido de sus padres, pero no importaba porque ya estaba extendiendo la mano y… **** La punta de la espada arrancaba chillidos a las piedras. Arañaba su superficie una y otra vez, con pequeños y temblorosos impulsos. A su paso dejaba un rastro de sangre oscura cada vez más débil. Su risa resonó en los pasillos vacíos, en las habitaciones derruidas e hizo escapar a alguna que otra rata, cuyas patitas repicaban con fuerza contra el suelo. No había más que polvo, ventanales rotos, por los que se colaban pálidos rayos de sol, y piedra fría. Un hipido. La risa volvió a resonar con más fuerza, tanto que era difícil distinguirla de un llanto. Todavía sentía la resistencia de la carne en las manos y el chasquido del hueso resonando en sus oídos. Revivió el gorgoteo de la garganta de aquel hombre mientras la miraba con ojos ciegos, abiertos como platos. Vio una vez más el hilo de sangre que se le escapó por la comisura de los labios, escuchó el golpe sordo de su cuerpo al derrumbarse y quedar cubierto de polvo. Todo, todo se repetía una y otra vez en su cabeza y le producía un indescriptible placer. El suficiente, al menos, para ignorar el dolor que sentía al caminar, el desgarro que creía notar por medio de horribles punzadas, la sangre resbalando por sus muslos. Para ella había sido como dormir un poco de más. Todavía recordaba el olor del pan del desayuno, los suspiros de sus doncellas mientras remoloneaban en la cama. La hierba bajo sus pies cuando descendió de la torre. Su rostro se desencajó y la princesa emitió un alarido mudo. No quedaba nada, nada, nada. Nada excepto polvo, rocas y recuerdos. Tragó aire. —¿Por qué yo? ¿Por qué a mí? ¡QUE ALGUIEN ME CONTESTE! —rugió, apoyándose contra el arco de una puerta cuya madera prácticamente había desaparecido. No tenía fuerzas para seguir caminando. No tenía ni idea de qué había sucedido para que abandonaran el Castillo, para que la dejaran atrás. No sabía nada. Excepto que todo era culpa del Hada.

Recordaba su sonrisa, la satisfacción que brilló en sus ojos cuando abrió la puerta de la torre. «Te estaba esperando, querida». Se mordió el labio inferior hasta hacerse sangre y el dolor, el rencor, la espolearon. Se obligó a levantarse y a caminar. Rumió para sus adentros mientras arrastraba la espada del violador detrás de sí y pensó en que quería hacer daño al Hada. Quería hacerla chillar. Destriparla, cortarle los dedos de los pies y las manos, sacarle los ojos y obligarla a comérselos. Entonces recordó que las Hadas odiaban el hierro. Miró la espada y dejó de caminar. Su vida ya no tenía sentido. Su reino había desaparecido, el tiempo se había llevado a sus padres, a sus familiares, a sus amigos, a sus sirvientes. Pensó, con rencor, en que sus padres le habían prometido que habría gente esperándola. Sí, quedaba una persona... No, un ser. La princesa pensó y pensó. Entre medias dormitó, aferrada a la espada, en un rincón polvoriento. Se despertó tosiendo, atosigada por las pesadillas, cuando ya era de noche y descubrió que estaba famélica. Buscó por el castillo, pero no encontró nada para comer y ni se le pasó por la cabeza intentar cazar a una rata. Se le revolvía todo de solo pensarlo. Se dijo que si había aguantado cien años sin comer, un día más no supondría ninguna diferencia y regresó a sus viejos aposentos. Allí encontró el cuerpo del joven desconocido. Sin pudor, sin pensar que era un hombre, sino solo un trozo de carne, le arrancó la ropa y se la puso. También indagó por los alrededores y, satisfecha, encontró la que debía de ser su armadura. Amanecía cuando, por fin, tras muchos esfuerzos, había conseguido ponérsela. Sudaba y tenía las delicadas manos destrozadas, pero no le importaba. Sólo podía pensar en una cosa. Se incorporó, tropezó y cayó al suelo. El estrépito fue ensordecedor. Conteniendo las lágrimas, se incorporó. Al menos ya había dejado de sangrar. La armadura pesaba un quintal, si bien sabía que terminaría por acostumbrarse y que debía aprender cuanto antes a moverse con ella. La iba a necesitar. Empezó a bajar una vez más las escaleras, esta vez con la conciencia de que no iba a regresar. También de que no pensaba dejarse matar hasta que hubiera atravesado el corazón de ese monstruo con su espada. Con la mirada fija en el frente, los labios blancos y el rostro ardiendo de rabia, siseó: —Vas a arrepentirte de haberme dejado viva. Sus pasos se perdieron en la oscuridad de la torre, acompañados de una risa oscura, hueca, desesperada.


Fantas铆a

Paisaje embarrado Fot贸grafa: Miriam C.C.

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La Corte de las Hadas Escritor sin Pluma

Desde pequeños tenemos miedo a la oscuridad, a una habitación sin luz, a sombras extrañas, a dormir solos. Vamos creciendo, hasta que sólo nos parecen tonterías infantiles. Sin embargo, ese recuerdo de desamparo nunca se olvida del todo. En lo que pocas veces pensamos es en que la oscuridad, la verdadera oscuridad, se encuentra dentro de nosotros y no hay luz artificial capaz de iluminarla. La historia que me dispongo a contaros tiene que ver con ese tipo de oscuridad y la forma en la que la protagonista consiguió deshacerse de ella. Sucedió hace no mucho tiempo, en uno de esos pueblos que no aparecen en los mapas. Allí, vivía Eva, una niña que como tantos antes, temía a la oscuridad. Pero no era una más, su caso era especial. En palabras de sus padres: “Ya era mayor para tener miedo de esas tonterías” y la verdad era que ya contaba con doce años. Sus padres, comprensivos al principio, dejaban una luz encendida, pero eso no podía ser así siempre. Por eso, cuando faltaban solo unas semanas para que cumpliera trece años, decidieron que no podía continuar así y se negaron a dejar la luz encendida. Ellos estaban seguros de que tras unos días sin luz, comprendería que no había nada malo y dejaría de tener miedo. Por desgracia, no fue así. Eva pasó las primeras noches de ese verano llorando. En silencio, por supuesto. No quería molestar a sus padres ni preocuparlos con “tonterías de niños”. Al día siguiente, poco después de que anocheciera, se encontraba en el jardín trasero de su casa: había decidido que la mejor manera de superarlo era ponerse a prueba. Pero por mucho que lo intentaba, no conseguía alejarse más allá del haz de luz que proyectaba la ventana del salón. Esa noche, escuchó un ruido entre los arbustos que la rodeaban. Ya era tarde, y la luz del salón solo alumbraba una pequeña parte del césped. Eva, se acercó hasta el límite de la luz e hizo un esfuerzo para ver qué sucedía… No había nada, solo hojas. “Habrá sido el viento” se dijo, y más

tranquila volvió al centro de la luz. Allí decidió que ya era hora de irse a la cama y que había sido muy valiente acercándose a ese ruido. Volvió al salón y anunció a sus padres que se iba a la cama, que estaba cansada. Le dieron un beso de buenas noches y la vieron subir a su cuarto, orgullosos de que finalmente su hija hubiera superado ese miedo. Eva se puso el pijama y se recostó en la cama, apagando poco después la luz. Cerró los ojos con fuerza e intentó dormir. Un suave crujido de madera le hizo abrir los ojos de par en par, los cerró rápidamente. “Es sólo la madera, la madera de los muebles. Tranquila” se dijo a sí misma. “Aunque el suelo también es de madera…Y si alguien o algo estuviera…” El corazón le comenzó a latir más deprisa y volvió a abrir los ojos buscando alguna luz tranquilizadora. Con mano temblorosa buscó en la cabecera de la cama y de inmediato brilló la lámpara mostrando que la habitación estaba ocupada por un tremendo… vacío. No había nada ni nadie que pudiera turbar su sueño. ¿Qué se esperaba? Es más, si encendía la luz y había algo ahí ¿Qué le diría? ¿Le lanzaría un peligroso peluche? Eva suspiró, apagó la luz, molesta y cerró de nuevo los ojos. Cuando ya casi estaba dormida, un nuevo crujido la puso alerta. “Tranquila, no hay nada.” Y apretó con fuerza sus ojos envolviéndose en la manta de su cama. “Tranquila, no hay nada” se volvió a repetir”. Aunque esta vez había sonado muy cerca…”No, NO y ¡NO! No hay nada. Nada” Continuaba repitiéndose una y otra vez, incluso continuó después de que unas pequeñas y delicadas lágrimas resbalaran por su suave piel y acabaran en su pelo negro, como la oscuridad. Y así pasaba los días, uno tras otro, temiendo que llegara la hora de irse a dormir. De nuevo, en una de esas noches que se sentaba en el jardín, volvió a escuchar un ruido tras los arbustos. Esta vez ya estaba preparada, se colocó al final de la luz y dijo con fuerza ante el insistente arbusto que se movía. “¿Quién anda ahí? Sal o llamaré a mis padres” El arbusto se quedó


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inmóvil unos segundos y tras una sacudida no volvió a moverse. Eva estaba segura de que aquello que había estado ahí, hacía solo unos instantes, ya no estaba. Contuvo el impulso de asegurarse. Decepcionada consigo misma, subió a su dormitorio sabiendo la noche que le esperaba. Volvía a ser de noche. Estaba en el jardín jugando, cuando su pelota resbaló y se alejó cayendo a los pies de un arbusto. Se acercó cautelosa, cogió la pelota y temblando volvió a la luz, que se apagó. Sorprendida, ahogó un grito y salió corriendo hacia la puerta. Agarró el pomo y girándolo intentó entrar en casa, pero la puerta no se habría. ¿Estaba cerrada? No podía ser. Cerca suya pudo escuchar como la pelota comenzaba a votar ella sola. “Plaf, plaf, plaf” Giró sobre sí misma atemorizada. No podía ver nada, pero sí oír como unas sombras se deslizaban lentamente por el suelo. Una le rozó la rodilla. Se apartó inmediatamente. Eva comenzó a correr, pero ¿A dónde iría? La puerta de casa estaba cerrada y la de la calle normalmente también ¿La habría cerrado su padre después de cenar? Esa era su única oportunidad. Salió corriendo sin reparar en las sombras que se enganchaban en su pelo y en sus piernas, hasta que llegó a la puerta y tiró de ella. ¡Estaba abierta! Estaría a salvo en sólo unos segundos. Fuera, a la luz de las farolas. Atravesó la puerta, pero se chocó de bruces con una sombra. Una sombra negra y espesa. Gritó. Y se despertó sana y salva en su cama. Solo un segundo tardó en darse cuenta de que su cuarto seguía a oscuras, solo un segundo más tardó en llegar su madre, preocupada, a consolarla. Pasó una semana en la que volvieron a ponerle una luz, para que durmiera tranquila. Eva se lo agradeció pero se prometió a sí misma, que antes de cumplir los trece ya no temería a la oscuridad. Le quedaba menos de una semana. Su madre, preocupada, por el malestar de su hija habló con la madre de una de sus amigas que le invitó a comer a su casa. Fue una tarde maravillosa, que le subió mucho el ánimo. Como su amiga sólo vivía a un par de calles, su madre le había dado permiso para volver andando, con la condición de que tuviera mucho cuidado y no se retrasase. Pero el tiempo vuela cuando te los pasas bien ¿verdad? No se dio cuenta de que se hacía tarde y no fue hasta que vio que empezaba a oscurecer cuando se marchó precipitadamente. El camino se hacía largo a sus pequeños pies. “¿Estaba tan lejos cuando le llevó su madre esa mañana?” No le sonaba a ver tardado más de diez minutos, ni siquiera le sonaban las casas que la miraban desde los lados de las calles, que por cierto, cada vez se encontraban más espaciadas. Al fin vio una señal que sí le sonaba, recordaba verla siempre

que iba al colegio. Era una señal azul con una especie de faro. Así que solo tenía que seguir andando hacia adelante. Hacia la oscuridad. ¿Qué pasaba en este tramo? ¿Por qué no había luz? Sin duda esa señal tenía algo que ver. De haberlo sabido, no habría pedido a su madre que la dejara volver sola. Ya era tarde para arrepentirse, tenía que atravesarla. Un paso, dos, tres… No parecía tan dificil… Según avanzaba, cada vez le era más complicado ver sus propios zapatos. Temblando, siguió andando cada vez más despacio hasta que se quedó quieta y se sentó sollozando, en el suelo. No podía ser… Estaba tan cerca… Ya casi veía la primera farola de su calle. Intentó levantarse, lo consiguió. Dio un paso. La luz del fondo parpadeó. Algo se acercaba. Volvió a caer al suelo. —No…no… —se repetía a sí misma. —¡Eh! ¿Te pasa algo? ¿Estás bien? — le preguntó una voz —Odio la—a oscu—ridad— Le respondió ella balbuceando. —¿La oscuridad? pero la oscuridad no puede hacerte daño— se extrañó el chico. —Cuando ella reina eres libre y puedes ver cosas que de otra forma no podrías ni imaginar.—le aseguró él.— ¿Cómo puedes odiar eso? —Pero… No hay luz… Está todo oscuro —le insistió ella —¿Cómo que está todo oscuro? ¿Y qué pasa con las hadas? Llenan la noche con su luz y nos protegen. –afirmó totalmente convencido —¿Hadas? ¿No eres ya mayor para creer en esas cosas? —le reprendió ella. —Y me lo dice alguien con miedo a la oscuridad… —se rió él—. Nunca has visto un hada ¿verdad? Las niñitas miedosas no se atreven a buscarlas en la noche, por eso ninguna disfruta de sus maravillosos bailes bajo la luna.—Ven, te acompañaré a casa —le propuso ofreciéndole una mano. —Mi madre siempre dice que no vaya con desconocidos. —¿La misma madre que deja que su querida hija vaya sola en la oscuridad? —le preguntó jocoso—. No soy un desconocido, Eva. Soy Luis. Veo que no me has reconocido—dijo un poco molesto. Lo conocía. Era uno de los chicos del campamento de Verano. Creía recordar que era uno o dos años mayor, a lo mejor incluso tres. En la oscuridad casi no distinguía su

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cara, pero la tenía nítidamente grabada en la retina. Sobre todo su mirada. Luis suspiró: — Te… Te propongo un trato —le dijo titubeante—. Yo te enseño donde realizan las hadas su corte y tú… Harás algo a cambio. —¿El qué? –preguntó desconfiada. —Tranquila, será algo muy sencillo —aseguró. —Me estás asustando –le confesó la chica. —Vaya, parece que todo te da miedo. —Eso no es cierto —aseguró enfadada. —Pues demuéstramelo y ven conmigo. Eva se levantó poco a poco buscando la figura de su interlocutor en la penumbra. —Ven —dijo Luis ofreciéndole la mano. Ella la extendió con desconfianza pero cuando el chico la agarró con fuerza, se tranquilizó. Su mano estaba caliente y era reconfortante. Así, los dos juntos, se adentraron en la oscuridad del bosque. —Aquí es —dijo el chico cuando llegaron a un claro con un pequeño riachuelo—. Seguro que no falta mucho para que aparezcan. Siéntate aquí conmigo. La muchacha obedeció, pero no dejaba de pensar en que la oscuridad les rodeaba y encima tenía frío. Cansada, soltó la mano del chico e intentó darse calor frotándose los brazos. —¿Tienes frío? —le preguntó preocupado. Sin esperar respuesta se colocó a su espalda y la abrazó. Eva dio un respingo sorprendida. —Tranquila, ya queda poco. El miedo había casi desaparecido, sustituido por el nerviosismo que le producía la cercanía de Luis. El claro se estaba llenando rápidamente de lucecitas titilantes que revoloteaban. —Ahí están –le susurró al oído—. Ves, yo tenía razón. —No puede ser… ¿Son hadas de verdad? —le preguntó incrédula.

—Claro, ellas te protegerán de la oscuridad si tú proteges su secreto. Siempre estarán ocultas, pero si prestas atención podrás verlas. Aunque creas que no están ahí. Si hay oscuridad, ellas estarán para que no tengas miedo. Eva estaba sorprendida, en su vida habría pensado que las hadas realmente existieran, de hecho, aun viéndolas claramente le costaba creérselo. —Gracias, Luis. —De nada… Eva, pero ahora me debes algo —le recordó deshaciendo su abrazo — Dime, pero no sé si… —Tranquila —le cortó—. ¿Crees que podrás volver a casa sola? —Sí, creo recordar el camino. —Bien, sólo quiero que cierres los ojos, cuentes hasta quince mentalmente y luego los abras. No lo hagas antes, pase lo que pase. O las hadas no te protegerán. Promételo. La chica accedió, sorprendida por lo sencillo de la petición. Era lo mínimo que podía hacer después de todo. Cerró los ojos y notó cómo el chico se ponía de pie. Volvía a sentir el frío. “1,2…” Oía su respiración, entrecortada ahora, cada vez más cerca. ”…4, 5...” Tras escuchar una inspiración un poco más fuerte que el resto notó como el chico le sujetaba la cabeza con delicadeza y la besaba suavemente “…7…8…9… 10…” El chico se separó y quedó todo en silencio. “15.” La chica abrió los ojos y lo buscó. Había desaparecido. Sólo quedaban las hadas. Una de ellas se posó en su mano. Eva la miró detenidamente. Era una luciérnaga. Agitó la mano y se fue revoloteando, pero ya no le importaba. Luis le había hecho ver su estupidez ¿No creía en hadas pero sí tenía miedo a la oscuridad? Regresó al camino y regresó a casa, pero no volvió a tener miedo. A partir de esa noche dejaría de soñar con sombras que la agarraban y lo haría con el primer día de campamento, en el que volvería a ver a Luis.

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Ilustraci贸n

Ho毛 y Chuletas Noe C.C.


Terror

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El poema de Tomino Adrián Moreno Castro

Lisa llevaba escondida en el descansillo del sótano cerca de diez minutos, intentando deshacerse de su hermana mayor, Jane, quien la buscaba a gritos por la casa. Llevaban solas tres días, ya que los padres de ambas se habían ido de viaje y habían dejado a Jane al cargo. “Ya eres suficientemente mayor para responsabilizarte de tu hermana pequeña”, había oído Lisa decir a su madre. A sus casi diez años ella no se sentía niña, sino una chica muy mayor para su corta estatura. Sin embargo, el resto del mundo parecía estar en desacuerdo con ella. Así pues no había nadie a quien recurrir cuando a Jane se le ocurría una nueva manera de convertir la vida de Lisa en un infierno, cosa que ocurría muy a menudo. No era una persona cruel, no en un sentido de brutalidad, pero nunca veía donde estaba el límite de las bromas y eso había tenido consecuencias otras veces. Y más tratándose de su hermana pequeña, que podía ser muy impresionable. —¡Lisa! ¡Vamos, sal! ¡Si seguro que no pasa nada! A través de las franjas de madera de la puerta, Lisa podía ver a su hermana enarbolando una hoja de papel recién impresa. En ella estaba escrito un poema japonés que Jane había encontrado en internet titulado “El infierno de Tomino”. Se trataba, al parecer, de un antiguo texto que des-

cribía la muerte y caída al infierno de una chica. No sería para tanto si todas las páginas que su herma na le había enseñado entusiasmada no subrayaran que el texto nunca debía leerse en voz alta, y menos aún en japonés, ya que sobre el poema pesaba una terrible maldición que provocaría, si no la muerte del lector, la de un ser querido cercano. Jane quería que lo leyeran juntas, claro. Y no aceptaba un “no” por respuesta. Ante la expectativa de tener que escuchar el poema, Lisa había echado a correr. No quería estar cerca si a su hermana se le ocurría leerlo en voz alta, no fuera a ser que la maldición le cayera también a ella. Pero Jane no veía aquello divertido. No tenía nada de gracioso hacerlo sola. —¿Es qué no vas a protegerme si pasa algo? “¿Y quién me protege de ti?”, dijo para sí misma Lisa quien, apoyada en la pared de piedra, esperaba a que su hermana se alejara de allí. Quizá si esperaba un rato allí terminaría por aburrirse… —¡LISA! ¡Ahí estás! El rostro regordete de Jane la observaba con una sonrisa maliciosa. Lisa dio un respingo, asustada. No esperaba que la encontrara tan rápido. Cuando su hermana empezó a forcejear la puerta, la niña no pensó en ello. Bajó las escaleras y se refugió en la oscuridad del sótano, junto a unas cajas, donde se quedó muy quieta. Era cuestión de tiempo que Jane la encontrara, aunque a ella nunca le había hecho mucha gracia

entrar allí. ¿Y si la dejaba en paz? Eso no iba a pasar. Jane abrió la puerta y, desde el descansillo, observó. La luz de la bombilla colgando sobre su cabeza caía en cono sobre su cabello, aunque apenas iluminaba escaleras abajo. Sujetaba el folio del poema con la mano derecha. —¿Prefieres oírlo ahí? Pues tú misma. Y empezó a leer. ane wa chi wo haku, imoto wa hihaku [Su hermana mayor vomitó sangre, su hermana menor vomitó fuego], kawaii tomino wa tama wo haku [y la bella Tomino vomitó esquirlas de vidrio]. Lisa se tapó los oídos. No sabía por qué, pero había algo en aquellas palabras que la hacía estremecerse, como si una cosa fina y afilada la pinchara por dentro. La voz de Jane comenzó a volverse ronca según avanzaba. La chica se llevó la mano al cuello y empezó a frotarse. Lisa observó sus gestos y se dio cuenta de que le dolía. Sin embargo, no paraba de leer. nakeyo, uguisu, hayashi no ame ni [Llora, ruiseñor, por el bosque lluvioso] imouto koishi to koe ga giri [él grita que extraña a su hermana pequeña]. Hecha un ovillo, Lisa se apretaba contra las cajas, paralizada. Por más que apretaba las manos contra las orejas, las palabras de Jane pa-


Terror Dado que es el número de aniversario, el texto va acompañado del tema que utilicé en mi primer relato, “Meeting Charlotte” de la película Frágiles. El compositor es Roque Baños. Recomiendo el uso de cascos (a todo volumen) para un mejor efecto. Enlace: https://www.youtube.com/watch?v=G7N1_-01R-g&feature=youtu.be

recían escurrirse por sus oídos hasta su cerebro. No comprendía nada del japonés pero, ya fuera por sugestión o porque realmente el poema tuviera un poder oscuro, sentía un intenso calor a su alrededor, como si la temperatura hubiera subido varios grados en pocos segundos. El ambiente resultaba denso y asfixiante, y a Lisa le costaba respirar. Observó a su hermana, cuya voz se enrarecía cada vez más. Sin embargo, lo que más llamó la atención de la pequeña es que los ojos de su hermana, fijos en el papel, estaban extraordinariamente abiertos, parecía que iban a salirse de sus órbitas. Daba la impresión de que Jane quería mirar a otro lado, pero le resultaba imposible. Tenía que parar. Debía parar ahora mismo. Algo estaba pasando, algo aterrador. —¡Jane, basta! ¡Para, por favor! akai tomehari date niwa sasanu [no voy a perforarlas con la aguja roja], kawaii tomino no mejirushini [en el hito de la bella Tomino]. Y acabó. Jane levantó la mirada del papel, como ida. Tenía los labios resecos y agrietados, y sus ojos se perdían en la oscuridad, buscando a su hermana. Aquella sonrisa maliciosa había desaparecido de su rostro, remplazada por un gesto de… ¿súplica? Desde su escondite, Lisa miraba a Jane cuando una figura surgió detrás de ella, una especie de sombra con forma humana. La chica mayor no se dio cuenta de aquello hasta que sintió una mano fría y fina que se

posaba sobre su hombro, asiéndola con fuerza. Jane, al girarse, no pudo siquiera gritar. Su mente se quedó en blanco al ver aquel ser, algo que quizá en algún momento fue una mujer, de una delgadez extrema y pelo largo oscuro. Sus manos y pies parecían anormalmente largos en contraste con el resto de su cuerpo. Y lo que más llamaba la atención era sus ojos, enormes y ovalados, que parecían ocupar buena parte de su rostro. Cuando Jane y aquella aparición cruzaron sus miradas, la joven sintió como algo desconectaba dentro de ella y cayó al suelo, inconsciente. Lisa, tras las cajas, podía ver toda la escena. Quería gritar, gritar como no había gritado en su vida, pero no podía. Parecía haber perdido el control sobre su propio cuerpo. Solo podía quedarse ahí, paralizada, rezando por que la aparición no percibiera su presencia. Ni siquiera pensó en la seguridad de Jane, o en que el poema fuera real, o en nada que pudiera asemejarse a un pensamiento racional. Lo único que en lo que pensaba era “no quiero morir”. La mujer pasó sobre el cuerpo de Jane y observó la oscuridad. Lisa podía ver aquellos gigantescos ojos buscando, sintiéndola en aquel espacio. La criatura sabía que había alguien más allí. Podía verla. Esos horribles ojos la estaban mirando directamente. Movida por un estado cercano a la locura, Lisa habló: —¿Tomino?

El ser miró directamente hacia ella y esbozó una sonrisa escalofriante. Lisa comenzó a verlo todo borroso. El ambiente era asfixiante y cada respiración resultaba todo un logro. La pequeña se apoyó en una caja. No quería desmayarse. No como Jane. Lo último que vio antes de caer fue a la criatura dirigir la mano al interruptor. Y apagar la luz del sótano.

Si alguien está interesado en la traducción al castellano o en leer el poema entero, encontrará mil traducciones por internet (como esta: http://enteringtheotherside. blogspot.com.es/2013/02/elinfierno-de-tomino.html). Por supuesto, no me hago responsable de lo que pueda pasar al desdichado lector =) ¿Un vistazo a la aparición? Entra aquí: http://i.ytimg.com/ vi/9LfgHHCwGts/hqdefault.jpg

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¡Aquí termina nuestro Número 6! Esperamos que te haya gustado.

Y recuerda puedes publicar todo lo que quieras, siempre que sea original ¿No te gustaría ver tu trabajo en los próximos números?

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