Seis indicios

Page 1


Equipo de trabajo Directora Juliana Sepúlveda Hurtado juliana.268@hotmail.com

Revistapergamo@gmail.com

Programadoras Carolina Ramírez Chica karochica22@gmail.com Solangy Carrillo Pineda. Solangy.145@gmail.com Comité editorial Solangy Carrillo Pineda. Solangy.145@gmail.com Carolina Ramírez Chica karochica22@gmail.com Colaboradores Martín L. Rocha Rincón. martinleon71@gmail.com José Pablo Arana Duque. aranaduque@gmail.com

Esta obra se encuentra bajo una licencia Creative commons Atribución- No Comercial- Compartir Igual 4.0 Internacional, la cual permite que otros puedan descargar la obra, compartirla con otras personas y crear obras derivadas a partir de ella de manera no comercial, siempre y cuando se reconozca la autoría original y licencien sus nuevas creaciones bajo las mismas condiciones.


Seis indicios Los padres de Manuel preocupados por la permanente e incansable compañera de su hijo, la soledad, lo animaban a visitar lugares donde es menos probable encontrar lo que para ellos eran personas con las que era utópico mantener una conversación decente y productiva. Lo instaban entonces, a que fuera a museos, teatros, bibliotecas, esperando que conociera alguien de su agrado. Sin embargo, Manuel absorto en sus libros, sentía que ese vacío que sus padres mencionaban, no era algo que la lectura no pudiera subsanar. No obstante, una tarde en la que el viento silbaba, casi como un cántico de hadas, en la que las nubes parecían lienzos en blanco en las que artistas dibujaban brillantes ideas; Manuel estaba sentado en una silla vieja y oxidada del parque de su pueblo natal, de repente alzó su mirada, un poco agotado por el esfuerzo que hacían sus ojos para leer, de repente vio una joven que estaba sentada a su lado en la misma banca del parque que él. Ella, observaba con aparente alegría a las palomas que comían del pan que un viejo les tiraba desde el otro extremo, mientras él se preguntaba ¿De dónde había salido ella? ¿Cómo había hecho para sentarse junto a él, sin que lo notara? ¿Por qué no la había visto antes si ese era un pueblo tan pequeño? Después de pensar un rato, concluyó que nunca había visto a esta joven y mientras simulaba seguir leyendo, la miraba de reojo. Él se sentía impotente por no saber cómo hablarle a aquella chica de ojos verde esmeralda, tez blanca, cabello tan rubio que parecía alumbrar con el reflejo de la luz del sol y unos labios carnosos, que le provocaba morder. Manuel mirando con mucha atención cada movimiento de la chica, meditó por unos minutos y al ver que la joven se disponía a partir del lugar, le dijo lo más absurdo que se le ocurrió. -¿Podrías decirme la hora?- preguntó, temeroso. Lamentablemente la joven lo ignoró pensando que aquellos chirridos habían sido su imaginación. Por eso Manuel insistió.


-¿Podrías decirme la hora?- preguntó, temeroso. Lamentablemente la joven lo ignoró pensando que aquellos chirridos habían sido su imaginación. Por eso Manuel insistió. -¿ME PODRÍA DECIR LA HORA?-. Repitió tan fuerte que pareció un regaño. La joven asustada por tal manera de dirigirse a alguien, respondió de inmediato.-Lo siento, no tengo reloj-. Y se puso en pie para salir despavorida del lugar. Manuel sumamente decepcionado ante tal fracaso regresó a su casa pensando que a pesar de que vivía en ese pequeño pueblo desde su nacimiento, nunca había visto a esta joven hermosa y misteriosa que salió huyendo de él como si fuera un fantasma. Recostado en su cama, se pasó cavilando la manera como podría hallarla nuevamente, por eso, al día siguiente salió a recorrer el pueblo desde muy temprano y así lo hizo cada vez que el estudio y sus obligaciones se lo permitían. Durante varios días tomó rutas diferentes, salió a distintas horas del día y le preguntó a las chismosas del pueblo, pero no hubo respuestas. Inclusive una ocasión persiguió por cinco cuadras a una joven que tenía un cabello y una contextura de cuerpo parecido al de ella, pero cuando al fin la alcanzó y pudo verla de cerca, se dio cuenta que era un travesti con una peluca muy real. Con el trascurrir de los días, sus esperanzas poco a poco se iban desvaneciendo, cada vez era menos probable volver a verla. Una tarde iba caminando desprevenidamente, observando cada objeto a su alrededor, cuando la vio pasar frente a sus ojos, y entrar en una cafetería. Él aceleró el paso para alcanzarla; sin embargo, prefirió no entrar, se inclinó un poco para mirar tras el vidrio sucio y opaco de la ventana que estaba en la fachada de la cafetería y la buscó entre las mesas. Después de observar cada mesa, la vio sentada en la parte de atrás; para su fortuna estaba sola, con el rostro mirando al techo.


Manuel paciente decidió aguardar allí y mirar si alguna persona se le acercaba o si ella salía del lugar. Trascurridos quince minutos, las personas que ocupaban las mesas que daban a la ventana de la calle, comenzaban a incomodarse por la presencia de aquel extraño que casi ni espabilaba y que observaba fijamente un lugar. Luego ella se puso de pie y se dirigió hacia la salida. En esta oportunidad él pudo apreciar que ella llevaba puesto un reloj, oportunidad que no quiso desaprovechar, pues no se le ocurría otra manera de empezar una conversación. Por ello, cuando terminó de bajar el último escalón de la cafetería, muy ansiosamente le exclamo: -Disculpa, ¿hoy si me puedes decir la hora?-. Esta vez un poco más seguro y afable. La joven sorprendida miró quien era la persona que la abordaba y cuando pudo reparar mejor, recordó a este mozalbete de ojos grises, cabello castaño, de contextura rolliza y piel blanca que le había preguntado días anteriores en el parque. A lo que ella respondió – ¿A caso no se te ocurre algo más ingenioso para dirigirle la palabra a una dama?- y se rió. -Lo siento, pero mi falta de práctica con las mujeres, me hace decir cosas verdaderamente absurdas. Por esto quiero reivindicarme y admitirle que desde el primer momento que se alejó de mí aquella tarde, mi corazón y mi mente se perdieron junto con usted, los minutos ya no trascurren de manera habitual; en definitiva, es usted hermosa y ha sabido desvelar mis nochesElla sonrojada ante tal halago le dijo -Disculpe mi descortesía caballero, por cierto son las diez en punto-. -Mucho gusto, mi nombre es Manuel- Dijo guardando espacio entre la joven y él para no espantarla.


-Un placer, mi nombre es Shade-. -Señorita Shade ¿podría atreverme a invitarla a comer algo en el restaurante de la esquina?-. Dijo Manuel con tono suplicante. -Disculpa, pero no se me antoja nada de comer-. Dijo ella con tono cortante. -Entonces ¿podríamos ir a tomar algún refresco?, o ¿un helado quizá?- un poco temeroso inquirió él. -No, la tarde está muy fría, no me provoca nada que terminé de congelarme-. -Permítame que insista, entonces quisiera invitarla al parque donde nos conocimos y allí tener una simple plática, ¿le parece?Ante la insistencia del joven la muchacha aceptó un poco dudosa, pues no conocía a este personaje; sin embargo, era demasiado buen mozo para rechazarlo, por eso ella, aunque no solía salir con extraños y mucho menos sentarse a charlar con uno, decidió hacer una excepción. No obstante, le puso una condición. -Está bien acepto, pero prométame que no se acercará mucho a mí, pues soy una mujer decente y prefiero mantenerme así-. Manuel un poco extrañado por semejante condición, no tuvo que pensar mucho para decidir que aunque esto le sonaba extraño, aceptaría. Además eso hablaba bien de ella, demostraba que de verdad era una dama pulcra y diferente a las demás mujeres del pueblo, justo lo que necesitaba para tener una buena relación. De camino al parque, Manuel decidió contarle a Shade una anécdota divertida para romper el hielo. Por ello, le contó aquella ocasión que se dirigía a su primera clase


de inglés. Ese día puso su reloj a despertar dos horas antes; sin embargo, salió tarde. Cuando halló el salón 506, ingresó rápidamente para que no se notara mucho su presencia, pues este ya estaba casi lleno. Se puso cómodo en su pupitre, mientras su clase iniciaba. De repente tuvo un pequeño presentimiento, decidió confirmar si estaba en el salón correcto, cuando miró hacia abajo para buscar su bolso, se dio cuenta que llevaba la camiseta al revés y tras de eso vio que tenía que llegar al salón 506, pero del bloque del lado. Shade se rio tanto de Manuel, que este comenzaba a sentirse enfadado; sin embargo, no podía quejarse, pues fue él quien decidió contar semejante suceso. Cuando arribaron al parque y para desgracia de Manuel, todas las bancas estaban ocupadas, inclusive aquellos trozos de hormigón viejo que una vez trataron de ser una fuente. Por esto Manuel con la cara extremadamente sonrojada, le preguntó a Shade si era mucho pedir que se sentaran en el césped del parque, bajo un árbol con amplio follaje que les brindaría un poco de sombra. -No tengo ningún problema, es más podríamos sentarnos bajo aquel árbol de allá, que está más retirado de la multitud-. Dijo Shade sin vacilar, pero con un tono misterioso-. Allí la gente no podrá vernos y mucho menos escuchar lo que dialogamos-. Agregó preocupada de que su intención fuera mal vista. A Manuel le daba la impresión de que ese toque subrepticio que les daría sentarse en un lugar tan alejado y solo, se podría deber a algo grave, como que ella era casada y que no podía ser vista por ahí con otro hombre, o quizá, se debía a que sus padres podrían regañarla por haber salido con un perfecto desconocido, o que él era feo y que ella no quería que la vieran con él. A Manuel se le alcanzó a nublar la mente por unos instantes; sin embargo, no podía desaprovechar su oportunidad junto a esta dama. Por eso decidió complacerla con su petición; tomó asiento frente a ella para poder verla en todo su esplendor, sin correr el riesgo e siquiera rozarla e incomodarla. La tarde transcurrió entre charlas, de risas y preguntas que tenían a Manuel extasiado.


Al notar que se hacía tarde, Shade dijo exaltada. –Debo irme, fue un placer conocerte y pasar una tarde contigo Manuel. Disculpa que me marché así, pero en casa me espera alguien, que puede incomodarse con mi larga ausencia-. -El gusto fue mío, yo puedo acompañarla-. Dijo Manuel mientras se ponía en pie. -Créeme, no es necesario, vivo cerca-. -Para mí no es problema llevarte-. Insistió Manuel. Ella que no quería responder de mala manera, prefirió negar con la cabeza para no sonar muy tosca. -Quisiera volver a verla- Dijo Manuel, poniendo cara de cordero degollado. – ¿Sería una molestia tener su número telefónico?, prometo no ser intenso. Con cada palabra se le hacía más tarde a Shade, por eso salió del paso con lo primero que se le ocurrió. –Está bien hagamos un trato, nos veremos en este mismo lugar mañana a las 4:00 p.m. –.y salió con bastante celeridad en dirección a su casa. Y así, de una manera singular concluyó lo que para Manuel era el mejor día de su vida. Llegó a casa contando lo maravillosa que había sido esa tarde y describió a la joven centímetro a centímetro pues para él, ella era perfecta. Al día siguiente, Manuel salió de su casa una hora antes del encuentro, pues no quería hacer esperar la mujer que llenó de viento sus alas. Luego de las 4:15 p.m. Manuel se empezó a sentir como un fracasado, no creía que ella llegaría. A las 4:30 p.m., con expresión de no estar muy feliz, llegó Shade, ella no estaba muy


convencida de porque había asistido y no sabía bien por qué a pesar de que tenía muy claro que lo que estaba haciendo estaba mal, había acudido a su cita. Lo único que la consolaba era que esta era la primera vez que le ocurría algo así, era la primera ocasión que faltaba a sus actividades normales, dejaba sus deberes tirados, salía sin pedir permiso y no informaba con quién estaría. Avanzó unos pasos más, y su expresión de angustia cambió totalmente cuando lo tuvo en frente, este hombre sumamente apuesto y eso la hizo creer que su esfuerzo valdría la pena. Le advirtió nuevamente que aún no se sentía muy cómoda con su compañía y que prefería que él mantuviera su distancia para que no fueran vistos como novios. Ese día hablaron de arte, comida, deportes, literatura, fantasías, música, de todo menos del extraño comportamiento de la joven y porque evadía los temas que trataban su vida privada. El parque como siempre era un lugar muy concurrido; en el lado derecho, estaba la típica pareja de enamorados que se besaban apasionadamente; en el otro extremo habían cinco colegialas que coqueteaban con el grupo de jóvenes que estaban sentados bajo uno de los árboles junto a ellas; y al frente de Manuel y Shade habían tres ancianos que jugaban parqués en la misma mesa de todos los días. Ellos acostumbrados de ver a Manuel leyendo, estaban admirados, pues ese día él estaba teniendo un comportamiento sumamente extraño. Lo observaron por varios minutos muy detenidamente, notaron que él se reía, en ocasiones se sonrojaba y otras notaban que le brillaban los ojos, cosa que les alegraba, pues nunca lo habían visto comportarse así. El problema es que junto a él en la banca, no había nadie. A pesar de su edad y poca visión estaban seguros de que él estaba hablando solo.


Por su parte Shade junto a Manuel, no sabía cómo explicarle que ella en realidad ya no hacía parte de este mundo y que no entendía por qué él, era la única persona en ese pueblo que podía verla.

Juliana Sepúlveda Hurtado. Estudiante bibliotecología. E.I.B. juliana.268@hotmail.com


Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.