Mi tío pepe

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Marzo 2016

Equipo de trabajo: Carolina Ramírez Chica. Estudiante de Archivística Directora encargada Editora Sección académica Programadora y diseñarora

Solangy Carrillo Pineda.

Estudiante de Bibliotecología Directora encargada Editora Sección Cultural Programadora y diseñarora

Colaboradores externos: Mariana Jiménez Álzate Bibliotecóloga

Martín L. Rocha Rincón Bibliotecólogo

Juliana Sepulveda Hurtado Estudiante de Bibliotecología

David Carazo Parra

Estudiante de derecho

Oscar Alberto Rivera

Estudiante de bibliotecología

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Mi tío pepe Anibal Jesús Santillana Era el inicio del verano de 1980 cuando mi padre nos dio a mis hermanos y a mí una de las mejores noticias que pude recibir en toda mi pequeña existencia -digo pequeña pues en aquel año contaba con tan sólo seis años- : “Nos vamos de pesca con el chinchorro (el chinchorro es una red para pesca de arrastre, muy utilizada por los pescadores artesanales en el norte del Perú). En mi mente no cabía el concepto de pesca y mucho menos de “chinchorro”, pero sí la intuición de lo que era un paseo emocionante, una gran aventura, diera la impresión que mi corazón de niño estaba sediento de aventuras. Mi padre siempre tuvo la sana inquietud que todos sus hijos tuviéramos un contacto directo con la realidad geográfica del Perú, en especial con el mar y todo lo que él representaba, pues como buen Arequipeño de la provincia de Islay, distrito de Mollendo, amaba el mar con todo su corazón. En la casa se volvió a escuchar la voz de mi padre: “Nos vamos de pesca con el chinchorro”, solo que en esta ocasión mencionó un nombre y quedaría gravado en mi mente, en el corazón para toda la vida: “Con mi amigo Pepe.”, pero para ustedes será el tío Pepe. -¿Mi tío Pepe? – pregunté como el curioso hermano menor. - Sí, tío Pepe – contestó mi padre. Es un gran amigo y hermano, ya lo conocerás. Hasta ese entonces me era desconocida la existencia del tío Pepe y pasados varios años me percaté, que tío Pepe no tenía lazos sanguíneos con mi padre. Éramos en aquella época tres hermanos: Eduardo, Mario y Aníbal (luego de muchos años nacería mi hermana Claudia) Era un viernes por la tarde cuando empezamos a preparar todo lo necesario para el gran fin de semana para pescar con el chinchorro, salimos


a la 4:30 p.m. del distrito de Santiago de Surco en dirección al distrito de Maranga para encontrarnos con los demás compañeros y amigos que nos acompañarían en esta aventura. Partimos de la casa del tío Pepe a las 9:30 p.m. en caravana, esta caravana estaba constituida por dos camionetas Dodge, una Toyota y varios automóviles, algunos nos darían el alcance en la playa. Nos dirigíamos hacia el km. 136 de la carretera panamericana norte, al sur de la ciudad de Huacho, pasando por los balnearios de Ancón y Santa Rosa, subíamos por el serpentín de Pasamayo (tramo del camino muy peligroso debido a los deslizamientos de arena y neblina excesiva) la playa se llamaba Punta Salinas. Punta Salinas era una playa hermosa y de oleaje sereno con abundantes recursos marinos, que como su nombre lo indica se adentraba de la costa peruana hacia el mar. La caravana llegó de noche al km.136 y empezamos a internarnos en el desierto por una trocha de asfalto hasta la entrada de las salinas de Huacho para luego desviarnos hacia la derecha por una trocha de tierra marcada por piedras verdes cada cierto tramo del camino, que se dirigía por en medio de los cerros. Cuando estábamos por llegar a la playa nos encontramos con el campamento de Pesca Perú de la época de la explotación del guano. Este campamento estaba rodeado por muros de cementos que debido al paso de los años, el inclemente sol del desierto, así como altos niveles de salinidad existentes en la región, los muros habían sucumbido y se podía ver con claridad como la arena de algunas dunas ingresaba con libertad por unos boquerones causados por la erosión del viento en las paredes. Los amigos de mi padre habían gestionado un permiso especial para hospedarnos en las instalaciones del campamento, el cual contaba con cuartos, baños, un grupo electrógeno que funcionaba con petróleo, así como una cocina adecuada para preparar nuestros alimentos. Prácticamente éramos los únicos a muchos kilómetros a la redonda. El grupo estaba conformado por treinta pescadores curtidos y nosotros que no éramos curtidos en estos menesteres. Luego de instalarnos nos dirigimos por una pequeña puerta de madera


que permitía el acceso a una pendiente pequeña de arena por la cual podíamos acceder a la playa desde el campamento y realizar la primera cala nocturna para tener pescado fresco para comer. Uno de los pescadores –llamado por todos con el apodo de “lobo”empezó a quitarse la ropa en la orilla de la playa junto al “zapato” (el “zapato” es un bote con la proa más elevada de lo habitual, la cual sirve para romper la resistencia de las olas al ingresar por la orilla.) en plena oscuridad de la noche bajo la luna llena y un cielo estrellado como nunca antes habían contemplado mis ojos y a primera vista parecían perlas brillantes que se habían desparramado por el cielo nocturno. Le decían lobo por la cantidad impresionante de pelos que cubrían todo su cuerpo, a tal punto que daba la impresión de haber nacido con una generosa porción de ropa incluida. Lobo estaba decidido a ingresar al mar remando a bordo del “zapato” para colocar el tramayo (el tramayo es una red más pequeña, similar a una atarraya) en una de las peñas con el objetivo de pescar pescado fresco y recoger después de unas horas la pequeña red. Ante el asombro de mi familia, ingresó al mar alumbrado por los faros de los carros y mi padre al salir del mar, pasada media hora de su ingreso, le preguntó: - - - -

¿Por qué ingresas al mar remando el zapato desnudo? El mar es una esposa celosa – dijo el Lobo. ¿Celosa? -preguntó mi padre con extrañeza. ¡Sí! Hay que entregarnos a ella cual marido a su esposa.

Lobo y muchos pescadores consideran que al momento de ingresar al mar, este es como una mujer a la cual se le hace una ofrenda para que no niegue sus preciosos frutos y regrese con bien, al seno de sus seres queridos a salvo. Después de haber obtenido el pescado necesario para nuestra comida, nos dirigimos hacia el campamento para dormir ya que tendríamos que levantarnos a las cuatro de la mañana para la primera cala. Al día siguiente nos levantamos todos a las cuatro de la mañana, sin


tomar desayuno (tomaríamos desayuno después de la primera cala) y nos dirigimos a la playa, unos se encargaban de llevar el chinchorrro hacia la playa, mientras que otro grupo tenía que llevar el “zapato” hacia la orilla del mar. Paralelamente al ir saliendo el sol y contemplar como los primeros rayos, la orilla de la playa que brillaba debido a las conchas de nácar así como oleaje del mar se presentaban majestuosos e enigmáticos debido al silencio que imperaba en la atmósfera del paisaje marino, el agua del mar tenía un color verdoso intenso debido a la abundancia del fitoplancton y zooplancton de nuestro rico mar. El tío Pepe se quedó en la orilla y me pidió que me quedara junto a él, pues ya le había pedido permiso a mi padre para que lo acompañara. La pesca con el chinchorro comenzaba y para tal efecto, el tío Pepe tenía que sostener un cabo de color verde con las manos, el cual iban soltando poco a poco al irse alejando de la orilla bordo del “zapato”. Pero mientras que Lobo remaba, Chacón (hermano del tío Pepe) tenía que ir fondeando el chinchorro con equilibrio de manera que la plomada no se enredara con las boyas de corcho por la parte más profunda de la playa y formar una pared infranqueable para todos aquellos peces que cayeran en la bolsa de la red. Lobo y Chacón al terminar de fondear el chinchorro, salían por el extremo derecho de la orilla hacia el sur con otro cabo. Teníamos que jalar de ambos extremos de la red (quince personas por cada extremo) e ir aproximándonos hacia un punto central de la playa en forma coordinada bajo la mirada vigilante de un experimentado pescador que marcaba los tiempos al grupo para jalar la red de manera uniforme. Los cabos y la red no podían ser jalados de cualquier manera, sino que había de colocar el cabo por la espalda a la altura de la cintura y utilizar los brazos y el cuerpo, así como las manos para realizar una buena faena. Mi tío Pepe me decía:


- ¡Sobrino, tú jalas conmigo! –me decía con emoción en los ojos. - ¡Ya tío! Jalo contigo. Jalábamos con fuerza, teniendo en cuenta no solo el peso de la red que había disminuido en el mar, sino también la fuerza de la resistencia del mar. Tío Pepe con voz fuerte y firme exclamó: -¡¡Así sobrino....jala…. jala!! Falta poco, lo estamos logrando –me decía con sudor en el rostro y las manos enrojecidas por la fricción de las manos con el cabo. La realidad era otra, yo no jalaba casi nada y quien jalaba por los dos era él, los demás pescadores no me consideraban de gran ayuda; pero al tío Pepe le interesaba más que tuviera una experiencia real del trabajo de un pescador con el chinchorro, le interesaba el esfuerzo que ponía en la faena, así como el explicarme las cosas que no entendía de la pesca con el chinchorro, al igual que mi padre lo hacía. La red se iba aproximando a la orilla y los bastones de madera ubicados en los extremos, a los cuales estaban amarrados los cabos con nudos especiales, empezaban a surgir de la profundidad del mar. Los pescadores corrían para apuntalar el trabajo de los demás, cada cual sabía estar en su lugar y cumplían a cabalidad, perseverancia y fidelidad el trabajo encomendado. Jalaban con fuerza de los bastones. Al aproximarse cada vez más la parte central de la red donde se encontraba la bolsa – cómo así la llamaban-, todos gritaban a todo pulmón: -¡¡¡Vamos con fuerza!!! -¡¡¡Miren cuantos pescados!!! – decían los niños, jóvenes y ancianos al ver como “hervía” el mar ante la gran cantidad de peces concentrada en la bolsa. Las aves guaneras y los pelícanos se lanzaban en picada para obtener una porción del festín marino, cual pirata de ultramar avezado en busca del preciado botín.


Algunos niños corrían por la orilla de la playa y cogían con sus manos algunas lizas y anchovetas diminutas enredadas en los cocos del chinchorro, los pescadores comentaban entre risas al ver los pescados más grandes: -¡¡Qué rico pescau….Ja,ja,ja…je,je!! -¡¡Fresquito pe!! Aquella mañana jalamos la red como si hubiéramos sido un solo hombre, un solo corazón, la unión había hecho la fuerza. Las manos de muchos terminaron ampolladas, con heridas en algunos casos, espaldas adoloridas; pero con una amplia sonrisa en el alma. En la orilla se separaban los peces grandes y los pequeños eran devueltos al mar para que puedan crecer y no depredar el ecosistema marino de Punta Salinas. La variedad era impresionante y el espectáculo inolvidable, ya que podíamos encontrar peces tales como: lenguados, lizas, tollos de leche, lornas gordas, peces voladores -que como aves surcaban la superficie del mar con vuelos cortos antes de sumergirse una y otra vez-, peces globos, chitas, peces picudos, cabinzas, pulpos, estrellas de mar de diversos tamaños, erizos de mar, babosas, cangrejos morados de poderosas tenazas y caballitos de mar de gracioso porte. La pesca del día era colocada en carcales y canastas de caña tejida de diversos tamaños y colores para entregarlos a “zapatón”- cocinero experimentado de bolicheras y de prominente abdomen-, quien cocinaría abundantes y substanciosos chupes de pescado de exquisito sabor, así como pescado frito en la sartén con abundante aceite hirviendo, sazonados con sal, pimienta y pedacitos de ajo en los cortes de la piel, servidos en pedazos en forma de gruesos medallones cuya piel crocante no olvidaré jamás. Otro grupo se quedaba en la playa estirando el chinchorro en la orilla lejos del oleaje marino y retirando los residuos de yuyo o pequeños pescados o conchas o cangrejos para que no se descomponen al guardar la red en el “zapato”.


Se ejecutaban un promedio de tres calas por día durante el sábado y domingo, en los momentos libres nos bañábamos en la playa de suave oleaje y el agua a la altura del pecho, luego caminaba por los límites del campamento para contemplar como las arenas de las dunas eran arrastradas por los vientos del desierto, por instantes me daba la impresión de poder encontrar entre las dunas del desierto algún chasqui comiendo pescado o alguna sirena descansando en los peñascos ocultos en los extremos de la playa. El día terminaba contemplando como se ocultaba el sol con un hermoso color rojizo. Antes de culminar la última cala y marcharnos de Punta salinas, el tío Pepe tenía un regalo muy especial, me llamó para comunicarme lo siguiente: -Cinco pescados son para ti, fruto de tu esfuerzo y trabajo. -¿Son para mí? – respondí emocionado y lo abracé. -¡Sí!...¡¡Son para ti!! – respondió el tío con alegría en los ojos. Nos despedimos aquella tarde con un fuerte abrazo, aquellos pescados fueron como un tesoro, a pesar de habernos llevado varios kilos de pescado como para varias semanas, separé aquellos de manera muy especial para comerlos con emoción, eran los pescados que mi tío Pepe había escogido para mi. Nunca llegamos a conversar acerca de mi futuro profesional o problemas de la vida personal; pero me ayudó a vivir una experiencia única, a tomar conciencia de todo el trabajo, sacrificio, emoción, fraternidad, problemas, dificultades, tristezas y sacrificios que se encuentran detrás de cada pescado que mi familia compraba en el mercado para luego comerlo en nuestra casa durante la semana. Después de aquel fin de semana hubo algunos más, y tiempo después, el tío Pepe me regaló un barco de madera a tamaño escala con mástiles con un sinnúmero de detalles de color rojo, negro y mostaza que hasta la actualidad conservo, El barco se llama Andy Paita.


El tío Pepe murió cuando tenía doce años, partió a la casa del Padre; pero algún día me encontraré con él y nos daremos otra vez un gran abrazo….¡¡¡Gracias tío!!! Por ser para mí… ¡¡Mi tío Pepe!!

Anibal Jesús Santillana Arias. Licenciado en Bibliotecología. Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Lima-Perú.




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