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EDITORIAL Si algo marca hoy nuestro campo de estudios y de acción es que el proceso de globalización de las economías ubica probablemente como nunca antes a la información y a la comunicación social como dimensiones fundamentales de la actividad y humana.

La comunicación adquiere -en ese marco- una transversalidad que se irradia a múltiples esferas y actividades, desbordando en mucho su ubicación tradicional en los medios masivos y deviniendo también en una actividad sistemática de creación, de producción de nuevos sentidos en ámbitos diversos como los procesos, las estrategias, los discrusos, los productos. Vale decir, la comunicación social se constituye en práctica por excelencia de la nueva etapa que nos toca vivir. Si elo es así, corresponde a las Facultades de Comunicación asumir este hecho como una realidad que les atañe profundamente. La globalización a la que, de diversos modos ya asistimos, con sus homogenidades y diversidades, con sus resistencias y adecuaciones, se constituye en el contexto inevitable de nuevas miradas que se imponen como requisito para repensar cabalmente la pertinencia de los proyectos académicos y profesionales en los que estamos comprometidos las Universidades y el creciente número de instituciones que requieren -cada vez más- de los soportes de la comunicación. En este propósito -qúe duda cabe- la investigación tiene que ser reforzada. He querido utilizar esta afirmación porque -como punto de partida de este Seminario- resulta justo reconocer los valiosos esfuerzos que muchas instituciones y los investigadores aquí reunidos han realizado para interpretar los diversos momentos, para acercarse a las distintas operaciones con las cuales y desde las cuales se ha hecho la comunicación en nuestros países. Pero los esfuerzos que nos precedieron no estarían cabalmente registrados si no partiéramos también del reconocimiento de que la investigación de la comunicación que hoy se desarrolla en laregión es insuficiente y débil. Las investigaciones que realizamos no sólo son insuficientes por los pocos recursos de los que disponen en nuestras instituciones sino por los modos como nos hemos relacionado (o no relacionado) con la sociedad civil, es decir, con el conjunto de instituciones con las que nuestras universidades tendrían que compartir las diversas exigencias y beneficios de la investigación. Una asignatura pendiente es precisamente aquella que tiene que ver con el reconocimiento de las demandas sociales y, por tanto, con los criterios que hemos utilizado para establecer prioridades en la investigación de la comunicación. Una asignatura que tiene que ver con los escasos márgenes que nos hemos dado para las alianzas en materia de investigación, márgenes que han derivado en propuestas pensadas y desarrolladas básicamente desde las universidades unilateralmente, dejando muy poco espacio para el estudio conjunto de las necesidades, las estrategias, los diseños y otros aspectos de la posible cooperación en el ámbito de la investigación.


En consecuencia con lo anterior, la propia búsqueda de financiamiento -cuando se ha efectuado- ha estado marcada por ese sesgo que situaba, y aún sitúa a los posibles socios sólo como auspiciadores de una tarea mayor para la que no alcanzarían a ser calificados. Los resultados hablan por sí solos: presupuestos insuficientes y apoyos marginales. Pero hemos hecho referencia también a la debilidad que existe en nuestros estudios. Con ello hemos querido aludir principalmente a otra dimensión: aquella que atañe a los modos como enfrentamos la investigación dentro de nuestras universidades. Ninguno de los procesos de comunicación puede llegar a ser completamente interpretado desde sí mismo, sin las aproximaciones indispensables a los universos sociales y culturales que les sirven de contexto. El estudio de nuestras complejas realidades desborda la pertinencia de ciencias sociales aisladas y demanda de acercamiento cada vez más integrales. El análisis de la comunicación nos convoca así en una perspectiva interdisciplinaria que estamos llamados a explorar y a profundizar en más de una dirección. La cooperación horizontal y la integración se reafirman entonces como instrumentos que hacen posible compartir el conocimiento acumulado que América Latina puede y debe utilizar para acortar las distancias que nos separan del desarrollo económico y social, y ésta es, ciertamente una tarea que no escapa a los comunicadores. En FELAFACS estamos convencidos de que no es posible imaginar o pensar un proyecto sólido y competente de formación de profesionales, un proyecto relevante de servicio a las sociedades en que nos ha tocado vivir, que no esté sostenido por el conocimiento que deriva de los estudios que deben ser asumidos en cada momento y lugar. Walter Neira Bronttis Director


condiciones y perspectivas para el siglo XXI

R. Fuentes

Raúl Fuentes Navarro

La investigación de la comunicación en América Latina:

Profesor investigador del Departamento de Estudios de la Comunicación Social de la Universidad de Guadalajara y del Departamento de Estudios Socioculturales del ITESO. Dirección: Periférico Sur 8585, 45 Tlaquepaque, Jalisco, México. Teléfono: (523) 6693458 Fax: (523) 6693460 E-mail:raulfn@prodigy.net.mx

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Raúl Fuentes Navarro

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En setiembre de 1974 Luis Ramiro Beltrán presentó en Leipzig su célebre recuento sobre «La investigación de la comunicación en América Latina ¿indagación con anteojeras?» Con base sobre todo en la documentación compilada por CIESPAL, Beltrán enumeraba las principales áreas de concentración temática, subrayaba las tendencias en cuanto a tópicos investigados y a resultados obtenidos en los últimos quince años, y constataba que: «es obvio que la investigación de la comunicación en América Latina ha seguido las orientaciones conceptuales y metodológicas establecidas por los investigadores en Europa y los Estados Unidos. El efecto de esto, en esencia, ha significado que algunos estudios han enfatizado la com-

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prensión conceptual por encima de la producción de evidencias empíricas, mientras que otros estudios han hecho exactamente lo opuesto»1. La influencia predominante y más duradera era la que Beltrán llamaba «orientación europea clásica» (caracterizada como histórica, intuitiva, filosófica, especulativa y escolástica), presente sobre todo en los estudios de historia del periodismo y legislación de la comunicación. En segundo lugar quedaba la influencia de la «orientación norteamericana» (positivista, empirista, sistemática y funcionalista), especialmente en los trabajos de difusión de innovaciones agrícolas, estructura y funciones de los medios y comunicación educativa, es decir, televisión, radio y audiovisuales grupales. Finalmente, la influencia de la «orientación europea moderna» (semiótica, estructuralista) era la más reciente y menos fuerte, concentrada en los análisis de contenido. Se detectaban «influencias mixtas» en las áreas de análisis de contenido y efectos de la programación televisiva, y acerca del flujo de noticias y las influencias extrarregionales sobre los sistemas de medios. En cuanto a los enfoques metodológicos, Beltrán observaba que «si los estudios existentes se clasificaran en descriptivos, explicativos y predictivos, probablemente la mayoría quedaría dentro de la primera categoría, algunos en la segunda y los menos en la tercera» (op.cit. p.24-

25). Aunque las «áreas temáticas» han variado sustancialmente, no puede decirse que en su estructura fundamental el campo haya cambiado demasiado, sobre todo en sus alcances teóricometodológicos. Pero la investigación de la comunicación como práctica social se explica también en otras dimensiones. Aquel documento de Beltrán termina significativamente con comentarios sobre la «mitología de una ciencia exenta de valores» y sobre el «riesgo del dogmatismo». La oposición, en muchos sentidos maniquea, entre el rigor de la ciencia y el compromiso político con la transformación social, referida directamente a la polémica entablada poco tiempo antes entre los grupos de investigadores encabezados por Eliseo Verón en Argentina y Armand Mattelart en Chile, da lugar a una pregunta crucial, con la que Beltrán remata su recuento: «¿Podrá esto significar que la investigación latinoamericana de la comunicación estará algún día en riesgo de sustituir el funcionalismo ideológicamente conservador y metodológicamente riguroso por un radicalismo no riguroso? Sea tan amable el paciente lector de responder a esa pregunta. Y ojalá esa respuesta nos dé lúcidas claves sobre si la investigación latinoamericana de la comunicación dejará de ser la búsqueda con anteojeras que a veces parece haber sido... independien-


En homenaje a Luis Ramiro Beltrán, veinticinco años después, y ante una evidente multiplicación de los colores, modelos, tamaños y orígenes de las anteojeras en uso, propongo en este trabajo algunas interpretaciones personales acerca de las inercias e iniciativas predominantes en la investigación latinoamericana de la comunicación en los años noventa, y las consecuentes propuestas de reformulación estratégica de sus prácticas, en tres planos articulados: el de la historia del campo, en que sugiero relecturas y reescrituras que orienten la renovación de las utopías fundantes; el plano propiamente científico, en que enfatizo la pertinencia de una metodología comunicacional como eje para articular la teoría y la práctica de la investigación en búsqueda de una mayor consistencia epistemológica y una mayor pertinencia ética; y finalmente, en el plano de la construcción comunitaria del futuro, en donde ofrezco una argumentación sobre las tendencias de disolución o consolidación disciplinaria de los estudios de comunicación.

UNA PROPUESTA PARA RELEER Y REESCRIBIR LA HISTORIA DEL CAMPO: LA RENOVACIÓN DE LA UTOPÍA En 1992 FELAFACS publicó un libro titulado Un campo cargado de futuro. El estudio de

la comunicación en América Latina en el que, bajo la forma de un texto de apoyo para la docencia, intenté trazar los fundamentos para una historia de la investigación latinoamericana de la comunicación. Partía entonces, y lo reafirmo ahora, del supuesto fundamental de que «la construcción de mapas orientadores ante la creciente complejidad del campo es un prerrequisito importante para la generación de opciones profesionales (y académicas) más claras y para el reconocimiento de los antecedentes, fundamentos y necesidades de desarrollo del pensamiento y la acción latinoamericanos sobre la comunicación en la última década del siglo XX»2. En esos principios de la década logré, sin gran dificultad, reconstruir la «problemática» latinoamericana de la comunicación y los acercamientos a su investigación y práctica predominantes en los años sesenta a partir del eje de tensión (teóricometodológico) entre el desarrollo y la dependencia, así como su desplazamiento, en los años setenta, hacia el eje de tensión (epistemológicopolítico) entre los criterios de cientificidad y la contribución al cambio social. Pero ningún esquema de este tipo me permitió entonces organizar las tensiones del campo en los años ochenta, por lo que opté por «abrir el horizonte futuro revisando no sólo las temáticas o los aportes principales, sino algunas

de las dimensiones del campo, en cuyas contradicciones, crisis y desarticulaciones radica la síntesis actual de la historia y las posibilidades de trabajo creativo que son el reto que habrá que enfrentar en los noventa para construir y realizar el futuro imaginado» (op.cit. p.9-10). En aquel momento que, como lo formuló Jesús Marín Barbero en 1987, seguía exigiendo «aceptar que los tiempos no están para la síntesis» y que teníamos que «avanzar a tientas, sin mapa o con sólo un mapa nocturno... un mapa no para la fuga sino para el reconocimiento de la situación desde las mediaciones y los sujetos»3, proliferaron las revisiones autocríticas del pasado y las prefiguraciones del futuro del campo, escritas por varios de los más importantes investigadores latinoamericanos. Muy pocos de esos textos son optimistas o inspiradores de acciones entusiastas a pesar del evidente crecimiento en tamaño y relevancia social del campo, en casi todos los países latinoamericanos. Se habló de los ochenta como una «década perdida», como si el diagnóstico de la economía latinoamericana le fuera aplicable automáticamente a la investigación de la comunicación. Sin embargo, la tensión predominante en los años noventa pareció establecerse sobre el eje del abandono de las premisas críticas, sea ante la adopción de la «inevitable vigencia» de las leyes

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temente del color de las anteojeras (op.cit. p.40)).

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del mercado también en el ámbito de la investigación, sea ante la dispersión de enfoques sobre las múltiples «mediaciones» culturales de las prácticas sociales, sea en otras direcciones. Por un lado, entonces, las temáticas asociadas a la «globalización» y las tecnologías digitales y, por el otro, las asociadas a las «identidades» microsociales, exigieron la ruptura (o provocaron el «desvanecimiento») de casi todos los supuestos teóricometodológicos, epistemológicos y, sobre todo ideológicos, que habían sostenido la investigación de la comunicación en las décadas previas. Desde mediados de los años ochenta, parece tener cada vez menos sentido investigar las relaciones de los medios de difusión con la dependencia o con el desarrollo nacionales, formular e impulsar alternativas a las políticas y prácticas de la «manipulación» informativa o el entretenimiento comercial, o discutir los fundamentos conceptuales que permiten llamar «comunicación» no sólo a tantos fenómenos distintos, sino enfocados desde perspectivas fragmentarias y hasta opuestas entre sí, a lo largo de distintos ejes. Es decir, sin que hayan desaparecido el maniqueismo o el dualismo que en otras épocas «organizaban» el pensamiento, el discurso y la acción sobre la comunicación, desde mediados de los años ochenta parecen haberse

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multiplicado en tal medida las «posturas» y las «posiciones» desde las cuales se puede investigar la comunicación, que el debate es cada vez más difícil, al haber menos referentes comunes. Lo mismo, o algo parecido, sucedía en otros ámbitos de las ciencias sociales4 y en los estudios sobre la comunicación en todo el mundo5. Pero en América Latina, más que nada, parece haberse perdido la profundidad ideológica, el poder de las creencias que orienten las búsquedas del sentido de la comunicación. Hace veinticinco años, cuando Beltrán acuñó la fórmula de la «indagación con anteojeras» para cuestionar el futuro de la investigación de la comunicación en América Latina en función del riesgo de «sustituir el funcionalismo ideológicamente conservador y metodológicamente riguroso por un radicalismo no riguroso», difícilmente era pensable el riesgo de abandonar todo intento de elaborar un pensamiento crítico riguroso y sustituirlo por un pragmatismo ideológicamente liberal no riguroso. Cuando, pocos años después, el mismo Beltrán proponía que «no renunciemos jamás a la utopía» 6, tenía sin duda en mente que la investigación en comunicación podía y debía contribuir, en sus términos generales, a la «democratización» de las sociedades latinoamericanas, a la defensa de su soberanía económica, política y cultural, y al «desarrollo» en su acepción más am-

plia. En función de esos fines, de ese compromiso con el futuro de la sociedad, la investigación debía ser rigurosa, no voluntarista o dogmática. Pero en un mundo que ha entrado decididamente en una transición de un sistema histórico a otro, de características inciertas 7, es necesario replantear los términos del compromiso, y por lo tanto el sentido de la utopía. En la América Latina de los años noventa, la relación entre investigación y mercado, en el contexto de la modernidad, pareció formular el núcleo de las reflexiones más pertinentes en términos de sus articulaciones políticas y culturales. Jesús Martín Barbero planteaba recientemente esta «tensión» en la siguiente forma: «La combinación de optimismo tecnológico con escepticismo político ha fortalecido un realismo de nuevo cuño que se atribuye a sí mismo el derecho a cuestionar todo tipo de estudio o de investigación que no responda a unas demandas sociales confundidas con las del mercado o al menos mediadas por éste. Se acusa entonces al trabajo académico e investigativo de la década de los ochenta de improductivo, de haberse divorciado de los requerimientos profesionales que hace la nueva sociedad. Desde otro ángulo, esa posición representa una muestra de la sofisticada legitimación académica que ha logrado el neoliberalismo en nuestros


Aunque mediante argumentos muy distintos y un afán polémico mucho mayor, un artículo de Héctor Schmucler publicado en la misma revista evidencia la misma tensión, si bien enfatiza el predominio del conformismo político-social entre los investigadores latinoamericanos, a pesar de que haya «numerosas excepciones»9. El objeto de la crítica de Schmucler son aquellos enfoques de la comunicación que, centrados en los procesos de recepción y en sus mediaciones culturales, abandonaron la denuncia de los mecanismos de poder que hasta enctonces parecía haber caracterizado a la investigación latinoamericana sobre los medios. La postura de Schmucler en este texto se opone explícitamente a la de José Joaquín Brunner, pero al subrayar la «similitud» y la «cercanía» de los «espacios» conceptuales trazados por éste, implica también a los autores de dos libros que «ejercieron una influencia destacada entre académicos e investigadores de América Latina, Jesús Martín Barbero y Néstor García Canclini10. Más allá de una polémica que parece enfrentar entre sí a personajes que argumentan

en favor de la recuperación crítica de las condiciones ideológicas que la «modernidad» ha impuesto a la investigación latinoamericana de la comunicación, y que utilizan para ello marcos axiológicos muy parecidos, en los discursos de Martín Barbero y de Schmucler se deja ver la urgencia de una reafirmación ética, antes que de una reformulación epistemológica de los estudios sobre la comunicación, «... pues las gentes pueden con cierta facilidad asimilar los instrumentos tecnológicos y las imágenes de modernización, pero sólo muy lenta y dolorosamente pueden recomponer su sistema de valores, de normas éticas y virtudes cívicas. El cambio de época está en nuestra sensibilidad pero ‘a la crisis de mapas ideológicos se agrega una erosión de los mapas cognitivos’ (Lechner). No disponemos de categorías de interpretación capaces de captar el rumbo de las vertiginosas transformaciones que vivimos. Sólo alcanzamos a vislumbrar que en la crisis de los modelos de desarrollo y los estilos de modernización hay un fuerte cuestionamiento de las jerarquías centradas en la razón universal, que al trastornar el orden secuencial libera nuestra relación con el pasado, con nuestros diferentes pasados, permitiéndonos recombinar las memorias y reapropiarnos creativamente de una descentrada modernidad» (op.cit. p.59).

A mi juicio, Immanuel Wallersterin aporta una perspectiva útil en este sentido, la de la utopística, que implica replantear las estructuras de conocimiento y «de lo que en realidad sabemos sobre cómo funciona el mundo social», en vez de confiar en una «utopía» o lugar inexistente como modelo futuro de sociedad. «Utopística», en cambio, «es la evaluación seria de las alternativas históricas, el ejercicio de nuestro juicio en cuanto a la racionalidad material de los posibles sistemas históricos alternativos. Es la evaluación sobria, racional y realista de los sistemas sociales humanos y sus limitaciones, así como de los ámbitos abiertos a la creatividad humana. No es el rostro de un futuro perfecto (e inevitable), sino el de un futuro alternativo, relativamente mejor y plausible (pero incierto) desde el punto de vista histórico. Es, por lo tanto, un ejercicio simultáneo en los ámbitos de la ciencia, la política y la moralidad»11. Si, a partir de esta propuesta, re-leyéramos y re-discutiéramos los textos fundamentales de la investigación latinoamericana de la comunicación, y reinterpre-táramos su orientación ético-ideológica, es decir, política y moral, en el sentido de una prefiguración de la comunicación en la sociedad, para re-escribir su historia como «utopística» y no como utopía o como denuncia, quizá podríamos reestructurar y renovar el im-

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países: el mercado, fagocitando las demandas sociales y las dinámicas culturales, deslegitima cualquier cuestionamiento de un orden social que sólo puede darse su «propia forma» cuando el mercado y la tecnología liberan sus fuerzas y sus mecanismos8.

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pulso de futuro que se ha producido pero no acumulado en nuestro campo. Un proyecto así, en una época de transición como la actual, no puede basarse sino en una decisión individual o de grupo, debido al «factor del aumento del libre albedrío» que señala Wallerstein, quien concluye: «Si deseamos aprovechar nuestra oportunidad, lo que me parece una obligación moral y política, primero debemos reconocer la oportunidad por lo que es y lo que consiste. Esto exige reconstruir la estructura del conocimiento de modo que podamos entender la naturaleza de nuestra crisis estructural y, por lo tanto, nuestras opciones históricas para el siglo XXI. Una vez que entendamos nuestras opciones, debemos estar listos para participar en la batalla sin ninguna garantía de ganarla. Esto es crucial, ya que las ilusiones sólo engendran desilusiones, con lo que se vuelven despolitizantes» (op.cit. p.89). Hay que recordar que el autor de tal propuesta, al mismo tiempo y en el mismo sentido, ha argumentado la urgencia de Impensar 12 y de Abrir las ciencias sociales13, y que la polémica político-científica que ha alentado Wallerstein en todo el mundo ha sido atendida con interés por muchos científicos sociales latinoamericanos, que la reinterpretan en función de la ubicación cognoscitiva, ideológica y geográfica propia, porque «el in-

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forme [Gulbenkian] es sugerente y cultiva una actitud abierta en relación con los desafíos contemporáneos»14.

PARA REARTICULAR TEORÍA Y PRÁCTICA DE LA INVESTIGACIÓN: UNA METODOLOGÍA COMUNICACIONAL Renato Ortíz propone la que a mi juicio es la postura crítica más productiva y racional ante el movimiento de repensar las ciencias sociales. Señala que es necesario evitar dos actitudes: la conservadora, que «consiste en tomar a los clásicos como fundadores de un saber acabado, lo que nos conduciría por necesidad a una mineralización del pensamiento», y la opuesta, representada por el «creer que todo ha cambiado, que los tiempos actuales, flexibles, demandarían una ciencia social radicalmente distinta e incompatible con lo que hasta entonces se ha practicado» (op.cit. p.20). Ortiz rechaza la idea de que estemos ante una «revolución epistemológica» pues, como Bourdieu, reconoce para las ciencias sociales únicamente «el momento de la revolución inaugural, acto fundador del propio campo de conocimiento». «Cualquier balance que se realice sobre las ciencias sociales debe tomar en consideración la existencia de una tradición intelectual que se incorpora en las diversas instituciones académicas. El pasado es el presente que se

manifiesta en el arsenal de conceptos con los que operamos, en los tipos de investigaciones que realizamos, en la bibliografía que seleccionamos, en las técnicas que empleamos, etc. No obstante, las transformaciones ocurridas han sido profundas. Hacer un fetiche del saber tradicional equivaldría a confinarnos en una posición conformista y a dejar de percibir aspectos que exigen un tratamiento nuevo y diferenciado. El arte consiste en entender la tradición como punto de partida, en la cual sólo enraizamos nuestra identidad, sin que por ello quedemos prisioneros de su rigidez. Comprender la tradición es, pues, superarla; dar continuidad a la construcción de un saber que no es estático ni definitivo (op.cit. p.21). En la investigación sobre la comunicación hay diversas tradiciones teórico-metodológicas, que al igual que en las ciencias sociales en escala más amplia, han sido puestas en revisión en los últimos años15. Desde muy distintas posiciones intelectuales, ideológicas y geográficas, la multiplicación de propuestas de reformulación teórica y práctica de los estudios de comunicación manifiesta una insatisfacción generalizada con el estado actual del campo, y la urgencia de repensar sus fundamentos y de reorientar su ejercicio. Puede aceptarse como muy representativa la justificación en que basa Dan Schiller su obra más reciente:


Este propósito general supone, entre otras cosas, sustituir el concepto predominante que identifica a la comunicación con la transmisión y circulación social de «mensajes» por un marco conceptual más complejo, alrededor de la comunicación considerada como proceso socio-cultural básico, es decir, como producción de sentido. En términos de Klaus Krippendorff, la perspectiva tradicional, fundante, de los estudios sobre la comunicación, está siendo «lentamente desafiada por lo que podrían llamarse explicaciones reflexivas». Los sesgos conceptuales hacia los mensajes

se pueden caracterizar en tres postulados objetivistas e implícitamente normativos: primero, los mensajes se pueden describir objetivamente, trasladar físicamente de un contexto a otro o reproducirse; tienen una existencia real, objetiva e independiente de alguien que los reciba. Segundo, los mensajes afectan, persuaden, informan, estimulan; cualquier efecto que causen es función de sus propiedades objetivas. Tercero, la exposición a los mismos mensajes crea comunalidad entre emisores y receptores y, en el caso de los medios masivos, entre los miembros de la audiencia 17. Supuestos como estos han sido la base de las tradiciones teóricas que, diferencias aparte en otros aspectos, han constituido el núcleo dominante de la investigación de la comunicación en todo el mundo desde los años cincuenta. El debate actual tiende a cuestionar precisamente lo que, en el contexto más amplio de la teoría social, Anthony Giddens llama «el consenso ortodoxo» (naturalista, causal y funcional)18. Como lo han señalado Jensen y Jankowski, en el campo de la comunicación de masas se han dado, en este sentido, dos desarrollos interrelacionados: la emergencia de enfoques metodológicos cualitativos y la convergencia, en torno a este «giro cualitativo», de disciplinas de las humanidades y de las ciencias sociales. Aunque estos autores reconocen el predominio histó-

rico (social y políticamente determinado) de lo cuantitativo y la fragmentación de los referentes, resumen la oposición de los objetos de estudio «comúnmente asociados» a las metodologías cuantitativa y cualitativa en la producción (objetiva) de información, por un lado, y los procesos (subjetivos) de significación por el otro19. El estudio de la comunicación debería integrar estos procesos objetivos y subjetivos, y eso sólo puede hacerse mediante modelos teórico-metodológicos multidimensionales y complejos, que por una parte superen el aislamiento conceptual de la comunicación como fenómeno trascendental» y por otro abandonen, hasta donde es posible, el afán de disciplinarizar su estudio20. La búsqueda prioritaria, el trabajo más urgente, entonces, parece apuntar hacia un marco de interpretación que, por una parte, reintegre conceptual y metodológicamente la diversidad política, cultural y existencial de los agentes de la comunicación, y por otra permita imaginar las dimensiones de la acción comunicativa en términos constitutivos y no sólo instrumentales de las prácticas sociales. Una de las propuestas de síntesis de la teoría social contemporánea que puede facilitar esta reformulación es la teoría de la estructuración de Giddens, que recupera la noción de que el agente humano es capaz de dar cuenta de su acción y de las causas de su ac-

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«Hoy la extensión y el significado de la comunicación se han vuelto virtualmente incontenibles. Estudiar comunicación, como se evidencia cada vez más ampliamente, no es sólo ocuparse de los aportes de un conjunto restringido de medios, sea a la socialización de los niños o los jóvenes, sea a las decisiones de compra o de votación. Ni es sólo involucrarse con las legitimaciones ideológicas del Estado moderno. Estudiar comunicación consiste, más bien, en elaborar argumentos sobre las formas y determinaciones del desarrollo sociocultural como tal. El potencial del estudio de la comunicación, en suma, converge directamente, y en muchos puntos, con los análisis y la crítica de la sociedad existente en todas sus modalidades»16.

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ción. La teoría de Giddens reconoce que los esquemas interpretativos incluyen esquemas ya interpretados por los actores sociales, y relaciona tres grandes estructuras institucionales de la sociedad: las de significación, dominación y legitimación, con tres modelos de interacción: la comunicación, el poder y la sanción respectivamente, a través de las «modalidades» y «mediaciones» de los esquemas interpretativos, los medios y las normas21. En este marco, lo que los sujetos saben sobre su propia actividad es constitutivo de su práctica, pero esta capacidad de conocer está siempre delimitada institucionalmente. De ahí la importancia del concepto de «conciencia práctica», es decir, «todo lo que sabemos como actores sociales que hace que suceda la vida social, pero a lo que no necesariamente le damos forma discursiva». Por ello la ciencia social, para Giddens y sus seguidores, tiene tareas etnográficas fundamentales, pues puede dar forma discursiva a aspectos del «conocimiento mutuo» que los actores emplean de una manera no discursiva en su conducta. De este «conocimiento mutuo» entre los sujetos depende, nada menos, que las actividades sociales tengan sentido en la práctica. Y la comunicación, esencialmente, consiste en esa producción en común de sentido. Su investigación y teorización no pueden entonces limitarse al estudio de los medios (tecno-

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lógicos o no, «nuevos» o no) que los sujetos sociales usan para generar el sentido de su actividad y, necesariamente por ello, de su propia identidad. Desde esta perspectiva, plenamente sociocultural, rearticular los procesos subjetivos e intersubjetivos de significación, a través de los esquemas perceptuales e interpretativos que en cada sector cultural median las relaciones posibles con las estructuras y los sistemas objetivos de procesamiento y difusión de la información, es una clave que, además de restituir la complejidad de los procesos socio-culturales en los modelos de comunicación, puede servir para enfatizar la agencia o acción transformadora implícita en las prácticas de comunicación, es decir, en la interacción material y simbólica entre sujetos concretamente situados, que supone la recurrencia por parte de ellos tanto a sistemas informacionales como a sistemas de significación, cuya competente mediación determina la producción y reproducción del sentido: el de las prácticas socioculturales de referencia y el de la comunicación misma. Propuestas teóricas como las publicadas en los años noventa por el danés Klaus Bruhn Jensen22 o el británico John B. Thompson23, pueden considerarse como los ejemplos más sistemáticos y prometedores de un avance en este plano. Pero la formulación de sistemas teórico-metodológicos

es, a su vez, una práctica sociocultural, cuyas características y condiciones no pueden separarse de las características y condiciones de la práctica de la investigación. En ese sentido conviene tener presentes en el debate, antes que nada, a los sujetos comunitarios e institucionales cuya agencia se configura con base en esquemas explicables bajo la misma lógica. En el ya citado informe de la Comisión Gulbenkian para la reestructuración de las ciencias sociales, presidida por Immanuel Wallerstein, se señala que los tres «problemas teórico-metodológicos centrales en torno a los cuales es necesario construir nuevos consensos heurísticos a fin de permitir avances fructíferos en el conocimiento» son la relación entre el investigador y la investigación, la reinserción del tiempo y el espacio como variables constitutivas internas en el análisis, y la superación de las separaciones artificiales entre lo político, lo económico y lo sociocultural24. Una «metodología comunicacional» desarrollada para articular la teoría y la práctica de la comunicación, no puede eludir ninguno de estos tres problemas. Wallerstein formula la relación entre el investigador y la investigación en función de un «reencantamiento del mundo» que reconozca la imposibilidad de la «neutralidad» del científico:


Seguramente esta propuesta no parecerá ajena a ningún investigador latinoamericano de la comunicación, como no lo es tampoco la integración espacio-temporal o la articulación de las diversas dimensiones de la existencia social. Las «tradiciones intelectuales» más ricas de nuestro campo en América Latina se han fundamentado, precisamente, en postulados como estos, que son las bases de sustentación tanto axiológica como teórica de la metodología comunicacional que proponemos para impulsar sistemáticamente unas prácticas socioculturales que, como ha sugerido Jesús Martín Barbero, contribuyan a disminuir las desigualdades y a incrementar las diferencias entre los seres humanos25.

Sobre esta línea, hemos apuntado algunos «goznes» o articulaciones metodológicas que se perfilan en ciertas prácticas concretas de investigación de la comunicación como constitutivos de una perspectiva sociocultural emergente26. El primero de estos «goznes» conceptuales, que aparece como esencial para relacionar en la investigación los postulados teóricos con la generación de datos empíricos (observables) sobre los procesos de comunicación, es el de la cotidianidad, cuyo «itinerario» intelectual se remonta a la fenomenología y que ha sido relacionado por Habermas, a través del término «mundo de la vida», con la acción comunicativa. «La acción comunicativa se basa en un proceso cooperativo de interpretación en que los participantes se refieren simultáneamente a algo en el mundo objetivo, en el mundo social y en el mundo subjetivo aun cuando en su manifestación sólo subrayen temáticamente uno de esos tres componentes. Hablantes y oyentes emplean el sistema de referencia que constituyen los tres mundos como marco de interpretación dentro del cual elaboran las definiciones comunes de su situación de acción 27 (Habermas, 1989: 171). La densidad significativa de la vida cotidiana y los procesos por los cuales los sujetos «construyen socialmente la realidad» y le dan sentido tan-

to a lo que hacen como a lo que perciben, ha sido largamente reconocida y elaborada por las diversas tradiciones antropológicas y sociológicas interpretativas que confluyen con estudios del lenguaje y la comunicación en el análisis de las prácticas sociales y sus relaciones con los sistemas culturales o de significación. Estas confluencias, una vez reconocidas y asimiladas, pueden ser la base para la superación de la concepción única o predominantemente instrumental y no constitutiva de la comunicación en la vida social. El diseño metodológico para investigar la comunicación en la vida cotidiana en tanto relación constitutiva del ser (al menos social), representa un reto mayor, al que no obstante ha habido acercamientos altamente rigurosos y promisorios, como el ya mencionado de Giddens en la teoría de la estructuración. El énfasis en este acercamiento está puesto en un sujeto competente, que mediante su «conciencia práctica» posee un gran conocimiento acerca de las condiciones y las consecuencias de sus acciones en la vida cotidiana. Esta conciencia práctica es extraordinariamente compleja, «complejidad que con frecuencia permanece inexplorada en los acercamientos sociológicos ortodoxos»28, y en cuyo estudio sistemático reside una rica posibilidad de desarrollo para una metodología comunicacional.

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«Ningún científico puede ser separado de su contexto físico y social. Toda medición modifica la realidad en el intento de registrarla. Toda conceptualización se basa en compromisos filosóficos. Con el tiempo, la creencia generalizada en una neutralidad ficticia ha pasado a ser un obstáculo importante al aumento del valor de verdad de nuestros descubrimientos, y si eso plantea un gran problema a los científicos naturales, representa un problema aún mayor a los científicos sociales. Traducir el reencantamiento del mundo en una práctica de trabajo razonable no será fácil, pero para los científicos sociales parece ser una tarea urgente (op.cit. p.82).

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A partir del mismo ámbito conceptual puede formularse, articuladamente, un segundo «gozne» metodológico para la investigación sociocultural de la comunicación, que a su vez puede fomentar la incorporación de aportes provenientes de la semiótica y la lingüística como el modelo de las competencias discursivas. En términos comunicativos, este eje atraviesa la categoría de usos, no sólo como relación de «lectura» de un mensaje por un sujeto, sino como una capacidad de apropiación, aprovechamiento y transformación de los sistemas de comunicación, a su vez constituidos por sistemas de transmisión y procesamiento de información y por sistemas de significación, convencionalmente (es decir, socio-culturalmente) articulados29. En la terminología de Giddens, los esquemas interpretativos «son los modos de tipificación incorporados en los repertorios de conocimiento de los actores, aplicados reflexivamente en el sostenimiento de la comunicación» y son inseparables, como «modalidades» de la estructuración significativa de los medios o recursos de dominación y de las normas de la legitimación. De esta manera, la comunicación, el poder y la sanción (moral), dimensiones constitutivas de la interacción social, confluyen en la estructuración de los sistemas sociales a través de la institucionalización discursiva, políticoeconómica y legal30.

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La agencia es, en la teoría de la estructuración, la capacidad del actor «para interpretar y movilizar un repertorio de recursos en términos de esquemas culturales distintos a los que constituyeron originalmente el repertorio», pues los recursos nunca están homogéneamente distribuidos entre los sujetos sociales (individuales o colectivos). «Ser un agente significa ser capaz de ejercer algún grado de control sobre las relaciones sociales en que uno está inmiscuido, lo que a su vez implica la capacidad de transformar esas relaciones sociales en alguna medida»31. El concepto de agencia y las competencias que pueden postularse y analizarse como sus constitutivos en la práctica comunicativa permiten sustentar un concepto de usos que articule las relaciones de los sujetos con los sistemas de comunicación sin aislar estas relaciones de las estructuras y prácticas de dominación y de legitimación, porque «las transposiciones de esquemas y las removilizaciones de recursos que constituyen la agencia son siempre actos de comunicación con otros. La agencia conlleva una capacidad para coordinar las acciones propias con otros y contra otros, para formar proyectos colectivos, para persuadir, para coercionar, y para monitorear los efectos simultáneos de las acciones propias y las de otros. Más aún, el alcance de la agencia ejer-

cida por personas individuales depende profundamente de sus posiciones en las organizaciones colectivas» (op.cit. p.21). Con esto puede resultar suficientemente expuesta la necesidad de una tercera articulación o «gozne» metodológico en la investigación de la comunicación: la constitución de las identidades sociales de los sujetos, en cuanto participantes (agentes) en distintos grados y modalidades, de la estructuración social mediante prácticas (interacciones) comunicativas. Con los aportes de las numerosas disciplinas y corrientes de pensamiento que han contribuido a formular el concepto de identidad en el contexto teórico de la subjetividad y, por necesidad, de la intersubjetividad, es posible integrar nuevos modelos de comunicación que aborden las prácticas de interacción social, articuladamente, desde sus constitutivos sistémicos o estructurales (objetivos) y desde la intersubjetividad en la producción social de sentido. Mediante el desarrollo de modelos metodológicos que reconceptualicen la comunicación a partir de «goznes» como los indicados, será posible, en la práctica de la investigación, integrar sistemáticamente las herramientas de producción de conocimiento que avancen en la superación de dicotomías como las que oponen el objetivismo y el subjetivismo, lo macro-


«Los objetos de estudio de las ciencias sociales no pueden ser identidades separadas ni culturas relativamente desconectadas ni campos por completo autónomos. Las evidentes relaciones entre ellos no pueden entenderse si las concebimos como simple yuxtaposición. En un tiempo de globalización, el objeto de estudio más revelador, más cuestionador de las pseudocertezas etnocéntricas o disciplinarias es la interculturalidad. El científico social puede, mediante la investigación empírica de relaciones interculturales y la crítica autorreflexiva de las fortalezas disciplinarias, intentar pensar ahora desde el exilio. Estudiar la cultura requiere, entonces, convertirse en un especialista de las intersecciones32.» Si la comunicación se asume como práctica sociocultural definida por la producción de sentido, tal como parece irse imponiendo, sus estudiosos seremos, con mayor razón que los de la cultura, «especialistas de las intersecciones», para lo cual las nociones de «interdisciplinarie-

dad» o incluso de «transdisciplinariedad», parecen quedar cortas.

EL PROYECTO: ¿IMPULSAR LA IMAGINACIÓN SOCIOCULTURAL O EL PARADIGMA DE LA COMUNICOLOGÍA? El estatuto disciplinario de los estudios sobre la comunicación es, quizá, el tema crucial de debate sobre el pasado, el presente y, sobre todo, el futuro de nuestro campo académico. En él confluyen los múltiples y complejos factores históricos que determinan su institucionalización, tanto en el plano cognoscitivo (saberes teóricometodológicos) como en el social (haceres institucionalizados). En la última década algunos investigadores de la comunicación hemos orientado nuestros mejores esfuerzos para analizar y formular sistemática, crítica y autorreflexivamente los procesos de constitución de ese campo, en mi caso, específicamente en la escala del contexto mexicano33. Otros contextos latinoamericanos tienen otras particularidades, y varios trabajos recientes para interpretarlas y sentar con ello las bases del desarrollo futuro del campo, contribuyen de una manera fundamentalmente importante al debate comunitario. En ese sentido, recupero como ejemplo la experiencia de haber participado, hace escasos tres meses, en el X Encuentro

Nacional de Investigadores de la Comunicación, organizado por la Asociación Mexicana (AMIC) donde José Marques de Melo fue invitado como conferencista inaugural. Con su reconocida brillantez, Marques de Melo expuso ante los investigadores mexicanos un trabajo titulado «La comunidad académica de las ciencias de la comunicación: revisión crítica de la experiencia brasileña como paradigma para el fortalecimiento de la comunidad latinoamericana», en el que, en su propio resumen, documentó históricamente el trayecto a partir del cual «Hoy Brasil posee una dinámica y expresiva comunidad académica en el área, reconocida y respaldada por el sistema nacional de ciencia y tecnología. Su agenda pública mantiene sintonía con las tendencias hegemónicas en la comunidad internacional respectiva, y se intensifica ahora el proceso de su legitimación interna por la comunidad profesional/empresarial con la que interactúa críticamente. La experiencia brasileña puede servir como referencia para la consolidación de la comunidad latinoamericana del campo, tarea a la que se han dedicado con ahínco la ALAIC y sus congéneres nacionales, como es el caso de la Asociación Mexicana de Investigadores de la Comunicación34. Además del interés que tiene por sí mismo el caso brasileño, sin duda el mayor y el más

R. Fuentes

estructural y lo microsocial, lo económico-político y lo simbólico-cultural, o lo cuantitativo y lo cualitativo. También, deseablemente, diluir poco a poco las fronteras que separan aún a los estudios de la comunicación de otras «disciplinas» de las ciencias sociales y las humanidades. En palabras de Néstor García Canclini,

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La investigación de la comunicación

avanzado de América Latina en cuanto a institucionalización de la práctica de la investigación en comunicación, y de la indudable competencia y rigor documental e interpretativo del autor, la propuesta a los investigadores mexicanos se expresa muy claramente en el párrafo final del texto de Marques de Melo, bajo la forma de una descripción del proyecto brasileño. Para él «se trata, ahora, de transformar la cantidad en calidad y de motivar no sólo a los investigadores jóvenes, sino también a los comunicólogos dotados de madurez académica, para que se lancen a la arena internacional y diseminen los resultados de la investigación realizada en nuestro país» (op.cit. p.29). Tal como les pareció a muchos miembros de la AMIC, considero que la propuesta es consistente y atractiva, no ignorable, sino al contrario, discutible. A pesar de que ahora, como novedad en su larga y reconocida trayectoria, Marques de Melo apoya su argumentación en autores como Kuhn y Bourdieu para reconocer el anclaje sociopolítico y la dinámica de tensiones y contradicciones de las estrategias de legitimación en el campo académico, su propuesta se asimila mucho más como una ruptura en el plano ideológico que en cualquier otro. El modelo de práctica social en que Marques de Melo ubica el presente y el futuro de la investigación brasileña y latinoamericana de la comunica-

diálogos de la

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comunicación

ción no es el que él mismo reconstruye como eje de la que llama la «Escuela Latinoamericana de Investigación de la Comunicación», y que probablemente haya sido formulado y asumido más como «utópico» que como utopístico. Si la ruptura es, efectivamente, ideológica, el debate por el estatuto disciplinario de los estudios de la comunicación tendrá que seguir siendo arduo y complicado, porque, como han observado Dogan y Pahre, «Las disciplinas y subdisciplinas se dividen de acuerdo con criterios epistemológicos, metodológicos, teóricos e ideológicos. A veces, las divisiones ideológicas pueden revelarse irreductibles. Las de carácter teórico son susceptibles de superación. Las de naturaleza conceptual o metodológica pueden ser fácilmente conciliadas»35. El modelo que subyace en los análisis y las propuestas de Marques de Melo -y en las acciones colectivas que se ha encargado de liderar- a mi manera de ver es exactamente análogo al que subyacía en la agencia de Wilbur Schramm en los años cincuenta y sesenta en Estados Unidos, cuando se constituyó bajo su liderazgo y autoridad el campo académico de la investigación de la comunicación, según lo ha evidenciado históricamente Everett Rogers36. La estrategia fundadora, y por lo tanto, paradigmática de

Schramm incluyó la creación de institutos especializados en investigación de la comunicación, la redacción de los libros de texto que definieron el campo en los años cincuenta, la formación de docenas de los primeros doctores en comunicación, la fundación o dirección de asociaciones y la difusión internacional de la disciplina o ciencia de la comunicación37. El proceso de institucionalización del campo impulsado así por Schramm en Estados Unidos tiene el mérito de haber superado el conservadurismo del sistema universitario norteamericano, que resiste tradicionalmente la creación de departamentos o campos «nuevos», mediante el recurso de introducir las actividades de investigación a los departamentos ya existentes de las universidades -de periodismo y, más adelante, de Speech- e irlos transformando paulatinamente en departamentos de comunicación. Este proceso de conversión, a más de cuarenta años de iniciado, no está concluido y ha generado la más notable desarticulación norteamericana del campo académico de la comunicación: la escisión entre investigación de la mass communication [comunicación masiva], y la investigación de la speech communication [comunicación interpersonal]38. Si al mismo tiempo el campo así desarticulado crece y se expande notablemente, y se enfrenta a un conjunto creciente de fenómenos sociales de rápida evolución como es el caso del de


Pero el análisis de este paradigma norteamericano, más allá del reconocimiento de la dependencia asumida con respecto a él en casi todo el resto del mundo para la institucionalización y constitución del campo académico de la comunicación, tiene para América Latina una implicación particularmente relevante. Muchos analistas norteamericanos comparten una preocupación creciente por la relación entre el crecimiento institucional y el desarrollo teórico, pues son evidentes en la actualidad la fragmentación y desnivelación del campo39. En un artículo titulado, significativamente, Fuentes institucionales de la pobreza intelectual en la investigación de la comunicación, John Durham Peters observaba hace más de una década que, aunque «la autoreflexión es clave en una ciencia social saludable, las circunstancias en la formación del campo han generado obstáculos graves para hacerlo de una manera fructífera. Específicamente, exploraré el fracaso del campo en la definición de una manera coherente de su misión, su objeto y su relación con la sociedad»40. Peters señalaba tres principales «fuentes de la pobreza intelectual» del campo: la primera es la institucionalización, impulsada por Wilbur Schramm al crear los

Institutos de/para la Investigación de la Comunicación en las universidades de Illinois en 1948 y Stanford en 1955, en los cuales se privilegió, por una parte el campo mismo sobre su productividad intelectual, y por otra la definición de políticas y aplicaciones sobre la reflexión y la teorización crítica. La síntesis de Peters es despiadada: «El afán del campo por sobrevivir ha sido el encarnizado enemigo del desarrollo teórico. Lo que sobrevive es un fruto de la ambición más que del sentido» (op.cit. p.538). En otro sentido, Everett Rogers ha señalado que la tarea principal del naciente campo de la investigación de la comunicación fue «gastar los millones de dólares generados por la producción petrolera» que Rockefeller donó para financiarla.41 La segunda «fuente» está en los usos de la teoría de la información, que otra vez Wilbur Schramm identificó con los estudios de comunicación, siendo una innovación de la ingeniería eléctrica que, desde su publicación en 1948, fue diseminada a prácticamente todas las ciencias (físicas, biológicas y sociales), las artes, las humanidades y la filosofía. «La pandisciplinaria teoría de la información y la investigación de la comunicación institucionalizada tiraban en direcciones opuestas: la una, interesada en la teoría universal, la otra, en el territorio particular. Sin embargo, el jo-

ven campo no pudo sino aprovecharse del interés en la «comunicación» que despertó la teoría de la información. De pronto se encontró a sí mismo hablando en el mismo vocabulario informacional que todos los demás (...) Nadie cree más en emisores y receptores, canales y mensajes, ruido y redundancia, pero esos términos han llegado a ser parte de la estructura básica del campo, en libros de texto, programas de cursos y revisiones de literatura» (op.cit. p.540). La auto-reflexión como apologética institucional es la tercera «fuente de pobreza intelectual» del campo de la comunicación señalada por Peters, por la cual la conservación del campo para estudiar fenómenos que la sociología, la psicología social o la antropología habían ya adoptado como propios y los habían abordado con sus propios métodos, tomó el lugar de la teoría, imposible de construir en términos de «comunicación masiva». De manera que «el campo que Schramm construyó consistió en las sobras de la investigación previa, apareadas con campos desposeídos como el periodismo académico, el drama o el habla [speech] (dependiendo de la universidad específica)» (op.cit. p.544). La inusitada crítica de Peters a Wilbur Schramm y su «herencia» (el campo de la investigación de la comunicación) apunta, más allá de la virulen-

R. Fuentes

la comunicación en Estados Unidos, es inevitable postergar la definición disciplinaria.

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La investigación de la comunicación

cia contra el «padre fundador», fallecido en 1988, a un factor centralmente importante, la constitución teórica, que reafirma en una respuesta a un crítico de su artículo: «En suma, la teoría se usó casi exclusivamente para propósitos de legitimación y sus ‘ideas interesantes’ fueron ignoradas. El destino de la teoría de la información es una lección sobre los compromisos que se hallan en el período formativo del campo: negociar alcance teórico por territorio académico. Durante el tiempo en que hubo amplia teorización interdisciplinaria sobre la comunicación, el campo se distinguió de esa teorización y se otorgó a sí mismo una designación institucional. El único uso que tuvo la teoría de la información en el campo fue el de un escudo de armas académico»42. La propuesta final de Peters es «dar sustancia, vía la teoría, a los conceptos centrales del campo», definir «lo comunicativo» y «propiciar una anarquía en los conceptos centrales, libre de toda intromisión institucional, e insistir en la vitalidad intelectual de tal anarquía. Todo vale, se diría, con tal de que sea de alta calidad» (op.cit. p.316). Esta alusión a Feyerabend43, que advertía que «la proliferación de teorías es beneficiosa para la ciencia, mientras que la uniformidad debilita su poder crítico», merece un análisis más detallado, especialmente en relación con la tensión entre la orientación

diálogos de la

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comunicación

ideológica y la «cientificidad» implícita en la «comunicología» propugnada por Marques de Melo. Un esquema de análisis semiótico aplicado también muy recientemente en México por Rafael Reséndiz para reflexionar sobre «la comunicación: una in-disciplina intelectual»44, puede ayudar a precisar los ejes del complejo debate sobre la teoría y la práctica de la investigación de la comunicación en América Latina y su futuro: «El fenómeno contemporáneo de la comunicación ha generado el desarrollo de varias topologías: una topología multirreferencial, una más multidimensional y otra multifuncional, las que conforman los ejes donde convergen el saber, el ser y el hacer comunicacional. Esta triaxialidad se ve coronada por un último eje, que es el de la ética comunicacional, quizá pervertida, que debería definir los parámetros del saber, del ser y del hacer comunicacionales.» Esta propuesta opera sobre el supuesto de que las «ciencias de la comunicación» son un proyecto científico con pocas posibilidades de concretarse, dada la amplitud de dimensiones del saber y del saberhacer que pretende englobar» (op.cit. p.1). La clave está en el poder social de los agentes (o actores en los términos usados por Reséndiz) que controlan las dimensiones gnoseológica, teleológica y

praxeológica de la comunicación, que pudieran acordar los términos de una ética fundante de la comunicación en la sociedad. A manera de síntesis, que no de conclusión, de esta suscinta relación de algunos de los problemas que, desde diversas perspectivas, han ido definiendo los términos de un debate insuficientemente desarrollado por los investigadores latinoamericanos de la comunicación en los años noventa, propongo un esfuerzo comunitario centrado en la formulación de un proyecto que, a partir de una definición ética (es decir, ideológica, político-moral) de las funciones sociales que puede desempeñar la investigación de la comunicación en el sistema-mundo de transición histórica en que habremos de vivir al menos por las siguientes dos décadas, establezca los espacios de discusión y de construcción colectiva, sistemática y rigurosa, de las opciones que en el terreno teórico-metodológico y epistemológico por una parte, y en la organización de las prácticas de investigación por la otra, podrían adoptarse como utopística comunicacional, como producción social de sentido sobre la producción social de sentido.


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diálogos de la

comunicación

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cuestiones epistemológicas, teóricas y metodológicas

M.I. Vasallo de Lopes

Maria Immacolata Vasallo de Lopes

La investigación de la comunicación:

Coordinadora del Posgrado en Comunicación de la Escuela de Comunicaciones y Artes de la Universidad de São Paulo. Past-presidente y directora de Relaciones Internacionales de INTERCOM Sociedad Brasileña de Estudios Interdisciplinarios de la Comunicación. Dirección: Av. Prof. Lúcio Martins Rodrigues, 443 Ciudad Universitaria Armando Salles Oliveira Bl. A - Sl.01 05508-900 São Paulo, SP Caixa postal 11052-3 05422-970 São Paulo, SP, Brasil Teléfono: (5511) 8184088 Fax: (5511) 8184088 E-mail: immaco@usp.br

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diálogos de la

comunicación

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Maria Immacolata Va s a l l o d e L o p e s

Cuestiones epistemológicas, teóricas y metodológicas

A manera de subtítulo: La investigación de la comunicación en América Latina frente a dos entradas: 1) las condiciones sociales de su producción y 2) el proceso de su producción; y una sola salida: producción de conocimiento legitimada por su relevancia social y por su rigor teórico y metodológico

1. ACLARACIONES SOBRE EL PUNTO DE PARTIDA El tema es por demás complejo. Por eso, menos que querer abarcar el tema de forma exhaustiva -lo que no comporta la organización en artículo- pretendo apuntar las cuestiones de orden epistemológico, teórico y metodológico tal como las concibo a partir de donde ellas se en-

diálogos de la

comunicación

cuentran, esto es, en la propia práctica de la investigación que es en esencia una práctica metodológica. Veo la metodología de la investigación como un proceso de toma de decisiones y opciones que estructuran la investigación en niveles y en fases que se realizan en un espacio determinado que es el espacio epistémico. Quiero decir que el punto de vista que rige estas consideraciones es metodológico strictu sensu, esto es, interno al quehacer científico y donde él se confunde con la reflexión epistemológica. Dos puntos deben ser destacados de antemano en este enfoque. El primero es que la epistemología será tratada en el nivel operatorio, en la tradición bachelardiana, esto es, como nivel de la práctica metodológica entendiendo que la reflexión epistemológica opera internamente a la práctica de investigación. En otros términos, esto garantiza que los principios de cientificidad operan internamente a la práctica científica, o sea, la crítica epistemológica rige los criterios de validación interna del discurso científico. El segundo punto es que esta perspectiva epistemológica no es suficiente si no es combinada con los criterios de validación externa apoyados en la crítica hecha por la sociología del conocimiento. Según Bourdieu (1975:99), «es en la sociología del conocimiento que se encuentran los instrumentos para dar fuerza y forma a la crítica epistemológi-

ca, revelando los supuestos inconscientes y las peticiones de principio de una tradición teórica». De esta forma, mis consideraciones no pueden ser entendidas como un discurso cientificista, genérico y abstracto, por el contrario, entiendo la práctica de la investigación como práctica sobre-determinada por condiciones sociales de producción e igualmente como práctica que posee una autonomía relativa. Esta es dada por una lógica interna de desarrollo y de autocontrol, lo que impide que se convierta en una mera caja de resonancia de normas externas y, por tanto, en discurso totalmente ideológico. Al final, la práctica de la investigación es concebida como un campo de fuerzas, sometida a determinados flujos y exigencias internas y externas.

2. LAS CONDICIONES DE PRODUCCIÓN DE LA INVESTIGACIÓN DE LA COMUNICACIÓN Como recurso de crítica epistemológica a la investigación de la comunicación voy a retomar algunas concepciones de la sociología de la ciencia. Aquí la ciencia es vista como un sistema empírico de actividad social que se define por un tipo de discurso consecuente de las condiciones concretas de elaboración, difusión y desarrollo. Son las condiciones de producción las que definen el horizonte dentro del cual se mueven las decisiones que permiten ha-


Con estas breves consideraciones hechas por la óptica de la sociología de la ciencia, quiero subrayar que el conocimiento científico es siempre el resultado de esos múltiples factores, de orden cien-

tífico, institucional y social, los cuales constituyen las condiciones concretas de producción de una ciencia. ¿Cómo se ha traducido en el campo de la comunicación la preocupación por esos diversos contextos de producción de su discurso científico? A mi modo de ver, a través de un enorme interés por el contexto social o macrosocial de la producción científica, un raro interés por el contexto institucional y un creciente interés por el contexto discursivo. Explico rápidamente este diagnóstico. 1. La globalización, en sus más variados aspectos, se volvió tema hegemónico en los actuales estudios y reflexiones en el campo de la Comunicación. Sin dejar de apuntar los maleficios simplificadores acarreados por la reedición del viejo debate frente a la cultura de masas, que Moragas (1997) identifica ahora entre «neoapocalípticos» y «neo-integrados» frente al actual modelo de sociedad, a mí me gustaría retener los estudios serios que abordan cuestiones cruciales sobre la nueva fase de desarrollo del capitalismo neoliberal, traduciéndolas a la imperiosa necesidad de comprender la globalización en su densidad y ambigüedades, proponiendo tematizarla a través de pistas conceptuales, tales como «cultura-mundo» (Martín Barbero, 1998), «comunicación-mundo» (Mattelart, 1994), «sociedad de la comunicación» (Vattimo, 1992), «para-

digma de la globalización» (Ianni, 1994). Lo que estas pistas hacen es llamar la atención sobre la centralidad de la comunicación en el propio modo organizativo de la sociedad contemporánea, esto es, que la comunicación pasa a operar al nivel de las lógicas internas de funcionamiento del sistema social. Lo que hay de nuevo en esto es que el campo de la Comunicación se complejiza enormemente, haciendo explícito el error epistemológico de seguir tratando a la comunicación como objeto de estudio en una perspectiva meramente instrumental, sea a través de la crítica meramente ideológica, sea a través de la afirmación funcionalista. Así, considero que el enorme interés por el tema de la globalización ha generado aportes renovadores en los estudios de comunicación, en el sentido de realizar encuentros disciplinarios, proponer nuevas categorías de análisis y de propiciar un trabajo conceptual más complejo. 2. Al considerar la reflexión sobre el contexto institucional de la producción científica que se hace en el campo de la Comunicación, el escenario es pobre. Se trata de constatar, en primer lugar, el reducido interés sobre cómo se institucionalizan los estudios de comunicación en nuestros países1. Pero también verificar la ausencia de reflexión sobre mecanismos y procesos institucionales den-

M.I. Vasallo de Lopes

blar de una cierta manera sobre un cierto objeto. En otro texto (Lopes, 1997) indiqué que esas condiciones de producción de una ciencia pueden ser resumidas en tres grandes contextos. El primero es el contexto discursivo, en el cual pueden ser identificados paradigmas, modelos, instrumentos, temáticas que circulan en determinado campo científico. Se trata propiamente de la historia de un campo científico, los recursos por los cuales él se va constituyendo, afirmando sus tradiciones y tendencias de investigación. El segundo factor es el contexto institucional, que envuelve los mecanismos que median la relación entre las variables sociológicas globales y el discurso científico, y que se constituyen en mecanismos organizativos de distribución de recursos y poder dentro de una comunidad científica. Corresponde a lo que Bourdieu (1983) llama el campo científico. Y el tercer factor es el contexto social o histórico-cultural donde residen las variables sociológicas que inciden sobre la producción científica, con particular interés por los modos de inserción de la ciencia y de la comunidad científica dentro de un país o en el ámbito internacional.

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Cuestiones epistemológicas, teóricas y metodológicas

tro de los proyectos de investigación, comenzando por la reflexión sobre la propia elección de un objeto de estudio que, como bien sabemos, también está condicionada a los no poco visibles mecanismos de fomento a «la investigacion inducida». Aquí también se coloca la cuestión del prestigio de determinados grupos de investigación o del poder de ciertos circuitos intelectuales principalmente vinculados a las asociaciones científicas, a la administración universitaria o a los procesos de selección y evaluación de la producción intelectual. Creo que estas cuestiones de la institucionalización científica y académica de la investigación de la comunicación deberían ser objeto más asiduo de papers y de seminarios y tomar como enfoque central la cuestión de la formación del investigador de la comunicación, comenzando por el lugar de la investigación en nuestros cursos de grado, hasta la comparación de la investigación dentro de políticas de pos-grado (maestría, doctorado y las experiencias brasileñas con el maestrado profesionalizante, maestrado y doctorado interinstitucional). 3. Por otro lado, el interés por lo que llamé el contexto discursivo de la ciencia y, más específicamente, de la historia del campo, ha crecido y se ha generalizado por toda América Latina. Una de las cuestiones centrales ha girado en torno de la condi-

diálogos de la

comunicación

ción disciplinar de la comunicación, que ha sido objeto especial de preocupación en esta década de los 902. La historia del campo de la Comunicación ha sido marcada por la diversidad teórica y por la historicidad de su objeto, las cuales son marcas distintivas de la identidad del campo de las Ciencias Sociales y Humanas, de que ella forma parte. Como traté en otro lugar (Lopes, 1998), el origen de los campos de estudios interdisciplinarios como la Comunicación, remite a movimientos de convergencia y de superposición de contenidos y metodologías que se hacen notar de forma creciente en el desarrollo histórico reciente de esas ciencias. Los principales desafíos epistemológicos, teóricos y metodológicos parecen provenir de la confluencia del paradigma histórico de la globalización (Ianni, 1994), del paradigma epistemológico de la complejidad (Morin, 1995) y de un nuevo paradigma institucional (Wallerstein, 1996). Lo que llamo aquí «paradigma institucional» es resultado de una reflexión multidisciplinaria, coordinada por este último autor sobre la reestructuración de las Ciencias Sociales, que concluye que las delimitaciones de las disciplinas sociales son más el resultado de movimientos de institucionalización de esas ciencias, que imperativos provenientes de sus objetos de estudio, o sea de exigencias de naturaleza propiamente epistemológica. El problema es que esa distribución

disciplinaria llevó a un saber especializado en disciplinas institucionalizadas cuando hoy cualquier análisis requiere necesariamente varias disciplinas. Se pone en duda si aún hay algún criterio que pueda ser usado para asegurar, con relativa claridad y consistencia, las fronteras entre las disciplinas sociales. A lo que Wallerstein (1990:402) responde: «Todos los criterios presumibles -niveles de análisis, objetos, métodos, enfoques teóricoso ya no son verdaderos en la práctica, o, si se mantienen, son obstáculos a conocimientos posteriores, antes que estímulos para su creación». Es claro que, a no ser por un mal entendido, mi posición no debe ser vista como una defensa ingenua de un eclecticismo estéril, mucho menos como una tendencia autofágica de eliminación de las fronteras entre las disciplinas tradicionales, lo que inhibe o bloquea la institucionalización de los nuevos campos del saber, como la Comunicación.

3. EL PROCESO DE PRODUCCIÓN DE LA INVESTIGACIÓN EN COMUNICACIÓN Hablar de metodología implica siempre un hablar pedagógico, pues se parte de un determinado concepto de investigación, o más propiamente, de una determinada teoría de la investigación, que es concretada en la práctica de la investigación. El efecto de ese hablar remite in-


He desarrollado, a lo largo de esa práctica, un modelo metodológico para la investigación empírica de la Comunicación, y voy a usarlo como referencia para las observaciones que siguen sobre la práctica de la investigación en Comunicación. Dos son los principios básicos que rigen ese modelo:

1) la reflexión metodológica no se hace de modo abstracto porque el saber de una disciplina no es destacable de su implementación en la investigación. Por tanto, el método no es susceptible de ser estudiado separadamente de las investigaciones en que es empleado; 2) la reflexión metodológica no sólo es importante como necesaria para crear una actitud consciente y crítica por parte del investigador en cuanto a las operaciones que realiza a lo largo de la investigación. De este modo, es posibe internalizar un sistema de hábitos intelectuales, que es el objetivo esencial de la Metodología. Me apoyo en el sistema de la lingüística (Jakobson) para abordar la ciencia como lenguaje y, como tal, constituida por dos mecanismos básicos, de selección y de combinación de signos, aquel operan-

do en el eje vertical, paradigmático o de la lengua, y éste en el eje horizontal, sintagmático o del habla. Las decisiones y opciones en la ciencia, que son del eje del paradigma, son hechas dentro del conjunto de las posibilidades teóricas, metodológicas y técnicas que constituyen el «reservorio disponible» de una ciencia en un momento dado de su desarrollo en un determinado ambiente social. Esas opciones son actualizadas a través de una cadena de movimientos de combinación, que son del eje del sintagma, y que resultan en la práctica de la investigación. Así, el campo de la investigación es al mismo tiempo estructura, en tanto se organiza como discurso científico, y proceso, en tanto se realiza como práctica científica. Eso es lo que se visualiza en el gráfico 1. De esta manera, la presente concepción metodológica re-

GRÁFICO 1

Niveles

DISCURSO

PARADIGMA

CAMPO DE INVESTIGACIÓN

Fases PR Á CTI CA

SINTAGMA

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variablemente a un «cómo hacer investigación». Así, quiero subrayar que las presentes ponderaciones derivan de mi práctica en la enseñanza de metodología, de la evaluación institucional de proyectos de investigación de maestría y doctorado en la ECA-USP3, además, es claro, de mis propias experiencias de investigación. Eso me ha dado la posibilidad de basar mi concepción en la crítica a la práctica concreta de la investigación, básicamente la brasileña.

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Quiero resaltar que un punto central de esa concepción de investigación es la noción de modelo que ella implica. Su postulado es la autonomía relativa de la metodología, esto es, un dominio específico de saber y de hacer y el consecuente trabajo metodológico reflexivo y creativo.

¿Pero por qué construir un modelo metodológico para la investigación de la Comunicación? Como recuerda Granger (1960), la tarea de la ciencia es la construcción de modelos que objetiven la experiencia, aunque su realización sea siempre aproximativa, toda vez que el trabajo científico se asienta sobre una inadecuación, una tensión siempre presente entre el pensamiento formal y la experiencia humana que pretende conceptualizar. Tal vez sea en la presencia misma de esa tensión entre el discurso científico y el real que se asienta el ideal de comprensión de la ciencia. El modelo metodológico que presento articula el campo de la investigación en niveles y fases metodológicas que se interpenetran dialécticamente, de lo que resulta una concepción simultáneamente topológica y cronológica de investigación. La visión es la

de un modelo metodológico que opera en red. El eje paradigmático o vertical es constituido por cuatro niveles o instancias: epistemológica, teórica, metódica y técnica; el eje sintagmático y horizontal es organizado en cuatro fases: definición del objeto, observación, descripción e interpretación. Cada fase es atravesada por cada uno de los niveles y cada nivel opera en función de cada una de las fases. Además de eso, los niveles mantienen relaciones entre sí y esas fases también se remiten mutuamente, en movimientos verticales de ascenso y descenso, (inducción/deducción, grados de abstracción/concreción) y de movimientos horizontales, de vaivén, de progresión y de retroceso (construir el objeto, observarlo, analizarlo, retomándolo de diferentes maneras). Es lo que se representa en el Gráfico 2.

GRÁFICO 2

MODELO METODOLÓGICO DE INVESTIGACIÓN ➔

PARADIGMA

NIVEL EPISTEMOLÓGICO

NIVEL TEÓRICO DISCURSO

NIVELES DE LA INVESTIGACIÓN

Cuestiones epistemológicas, teóricas y metodológicas

salta que la investigación no es reductible a una secuencia de operaciones, de procedimientos necesarios e inmutables, de normas rígidamente codificadas, que convierte a la metodología en una tecnología, en un recetario de «cómo hacer» investigación con base en una visión «burocrática» de proyecto el cual, fijado en el inicio de la investigación, es convertido en una verdadera camisa de fuerza que transforma el proceso de investigación en un ritual de operaciones rutinizadas.

NIVEL METÓDICO

NIVEL TÉCNICO ➔

DEFINICIÓN OBSERVACIÓN DESCRIPCIÓN INTERPRE- CONCLUSIONES BIBLIOGRAFIA DEL OBJETO TACIÓN

ETAPAS DE LA INVESTIGACIÓN PRÁCTICA

diálogos de la

comunicación

SINTAGMA


usos del modelo en las investigaciones académicas de la Comunicación. Ese uso también se ha dado como modelo de lectura metodológica o de reconstrucción metodológica de investigaciones ya realizadas y como modelo de práctica metodológica o de construcción metodológica de investigaciones. Como se nota, el modelo incide no en la superficie del discurso, sino en el nivel de su estructura, donde se dan las operaciones de construcción del discurso científico. Y la piedra de toque es que ese discurso es hecho de opciones y decisiones que implican la responsabilidad intransferible del autor por el montaje de una estrategia metodológica de su investigación, lo que impone

que las opciones sean tomadas con conciencia y explicitadas en cuanto tales: una opción específica para una particular investigación en ejecución. Construir metodológicamente una investigación es operar, practicar sus niveles y sus fases. Por tanto en el modelo, cada nivel y cada fase se realizan a través de operaciones metodológicas. Es lo que se presenta en los gráficos 3 y 4. No cabe aquí hacer una exposición del modelo, ya hecha en otro lugar (Lopes, 1990). Mas bien me gustaría presentar algunas cuestiones críticas relativas a la investigación de la Comunicación reveladas por el uso de ese modelo. Ellas están reflejadas en el gráfico 5.

GRÁFICO 3

NIVELES DE LA INVESTIGACIÓN

DISCURSO

COMPONENTES PARADIGMÁTICOS DEL MODELO METODOLÓGICO NIVEL EPISTEMOLÓGICO RUPTURA EPISTEMOLÓGICA CONSTRUCCIÓN DEL OBJETO CIENTÍFICO NIVEL TEÓRICO FORMULACIÓN TEÓRICA DEL OBJETO EXPLICITACIÓN CONCEPTUAL NIVEL METÓDICO EXPOSICIÓN CAUSACIÓN NIVEL TÉCNICO OBSERVACIÓN SELECCIÓN OPERACIONALIZACIÓN ➔

M.I. Vasallo de Lopes

Ese modelo metodológico pretende ser crítico y operativo al mismo tiempo. En ciencia, todo modelo es una representación o un simulacro construido que permite representar un conjunto de fenómenos y que es capaz de servir de objeto de orientación (Greimas y Courtés, s/d). En ese caso, es construido conscientemente con fines de descripción, explicación y de aplicación concreta. Esta aplicación viene siendo probada hace por lo menos diez años en proyectos de investigación en Comunicación en cursos de grado, aunque su aplicación se ha dado fundamentalmente en los de posgrado. Debido al lugar «estratégico» que vengo ocupando, he tenido la especial posibilidad de analizar proyectos de investigación y acompañar los

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COMPONENTES SINTAGMÁTICOS DEL MODELO METODOLÓGICO

BIBLIOGRAFÍA

CONCLUSIONES

ANÁLISIS INTERPRETATIVO

ANÁLISIS DESCRIPTIVO

TÉCNICAS DE RECOLECCIÓN

EXPOSICIÓN

HIPÓTESIS

MARCO TEÓRICO DE REFERENCIA

PROBLEMA DE INVESTIGACIÓN

Cuestiones epistemológicas, teóricas y metodológicas

GRÁFICO 4

DEFINICIÓN DEL OBJETO OBSERVACIÓN DESCRIP- INTERPRECIÓN TACIÓN

GRÁFICO 5

PRINCIPALES OBSTÁCULOS METODOLÓGICOS EN LAS INVESTIGACIONES DE COMUNICACIÓN

1. Ausencia de reflexión epistemológica - historia del Campo - campo interdisciplinar: concepción objeto-método - reflexividad y crítica de las operaciones de investigación 2. Debilidad teórica - insuficiente dominio de teorías - imprecisión conceptual - problemática teórica x problema empírico 3. Falta de visión metodológica integrada - niveles/etapas - nivel teórico x nivel técnico - objeto x observación x análisis 4. Deficiente combinación métodos/técnicas

- exigencia de estrategia multimediática

5. Investigación descriptiva - levantamiento x investigación social 6. Dicotomía investigación cuantitavia x investigación cualitativa

OBJETO MULTIDISCIPLINAR PARA UN PARADIGMA DE LA COMPLEJIDAD MULTIMEDIOLOGÍA

diálogos de la

comunicación


El nivel epistemológico de la investigación es el espacio donde se decide el ajuste entre el sujeto y el objeto de conocimiento. Es dado por el ejercicio permanente de la vigilancia, de la crítica y de la reflexión sobre todos los actos de la investigación. El concepto de epistemología adoptado aquí es marcadamente bachelardiano (Bachelard, 1949, 1972, 1974). La operación de r uptura epistemológica es de fundamental importancia, pues marca la conciencia de la distancia entre el objeto real y el objeto de ciencia. Aunque sin entrar en la espinosa cuestión de la relación entre la ciencia y el conocimiento común y el tratamiento dado al sentido común en las investigaciones empíricas, o sea, bien se trate sólo de una o más rupturas (Sousa Santos) o de la necesidad de zambullirse en el «saber local» (Geertz, 1997), a pesar de toda la polémica epistemológica, creo que por sobre todo, es preciso criticar la «ciencia espontánea» parafraseando a Bourdieu (1995). La predisposición de tomar, como datos, objetos preconstruidos por la lengua común, es un obstáculo epistemológico ampliamente notado en las investigaciones de comunicación. De ahí el efecto de obviedad que se tiene frente a muchas investigaciones de comunicación. La reflexión epistemológica alerta sobre

la ilusión de transparencia de lo real, fija el plano de la ciencia como plano conceptual (que exige el trabajo de y con los conceptos) y, principalmente, revela que el objeto no se deja aprehender fácilmente, toda vez que es regido por una complejidad que se torna opaca y exige operaciones intelectuales propiamente teóricas para su explicación. Otra operación de carácter epistemológico es la construcción del objeto científico. El objeto es un sistema de relaciones expresamente construido. Es construido a lo largo de un proceso de objetivación que se da a través de la elección, del recorte y estructuración de los hechos hasta los procedimientos de recolección de los datos. La objetivación es el conjunto de los métodos y de las técnicas que elaboran el objeto de conocimiento al cual se refiere la investigación. Tenemos ahí la base epistemológica de elaboración de la problemática de la investigación. Es la problemática de la investigación, o en términos más precisos, el objeto teórico, el que permite someter a una interrogación sistemática los aspectos de la realidad puestos en relación por un conjunto de cuestiones teóricas y prácticas, que le son colocadas. Las respuestas anticipadas a esas cuestiones integran la fase de elaboración de las hipótesis que deben estar presas conceptualmente a la problemática. Toda vez que los aspectos o hechos de la reali-

dad no son datos, estos, cuando son obtenidos a través de las técnicas de investigación, ya implican supuestos teóricos. La crítica epistemológica de las técnicas debe ser hecha en la propia elaboración de la problemática de la investigación, rompiendo con la tradicional visión de la «neutralidad axiológica» de las técnicas por la concepción de técnicas como «teorías en ejecución». Como se ve, el nivel o la dimensión epistemológica en investigación no es algo abstracto pues es traducida concretamente como una operación de vigilancia permanente sobre todas las etapas de la investigación. En las investigaciones de Comunicación la ausencia o precariedad de reflexión epistemológica puede ser grandemente reflejada en una falta de visión del campo de la Comunicación como campo de conocimiento que tiene una historia, o sea, de un desconocimiento de la historia del campo. Infelizmente, una crítica epistemológica de ese conocimiento es algo raro entre nosotros. Casi siempre aparece en colecciones, «readers» o manuales, en donde un conjunto de autores (¿por qué los seleccionados y no nosotros?) son presentados a través de fragmentos de sus escritos, a los cuales siguen otros, esperándose tal vez que los nexos entre ellos sean hechos en la cabeza del lector que pasará entonces a tener una «visión del campo». Sabemos que eso no se da así. Nuestro campo ya tie-

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1. Ausencia de reflexión epistemológica

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Cuestiones epistemológicas, teóricas y metodológicas

ne historia suficiente que prohibe que ella sea reducida a una secuencia linear de teorías del tipo «funcionalismo-marxismo-estructuralismo-informacionismo-posmodernismo». La impresión que queda es la de un collage, y lo que resulta son sólo informaciones sobre las teorías. Cuando digo «historia del campo» me refiero a la necesidad de abordaje en el nivel de la construcción del conocimiento, de los conceptos creados. Hay falta de investigación sobre las teorías o teóricos de la comunicación, al nivel de su construcción teórica y metodológica (toda teoría implica una metodología), a fin de elucidar sobre lo que hicimos y lo que estamos haciendo. Me estoy refiriendo a la necesidad de la investigación metateórica o específicamente epistemológica en el campo de la Comunicación. Vuelvo a la cuestión de la construcción de la problemática dentro del proyecto de investigación que implica conocer el campo teórico de la Comunicación para ahí colocar la cuestión de la adecuación entre el problema con que se inicia la investigación y su problemática teórica, entre el objeto empírico y el objeto teórico. Aquí se instala la cuestión sobre la ya mencionada relevancia social del objeto de estudio. ¿Qué problemas necesitan ser investigados, cuáles son las preguntas importantes que deben ser hechas en nuestros países latinoamericanos? Aquí entran

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comunicación

opciones que, a mi modo de ver, deben ser de lo más conscientes, explícitamente asumidas pero que no pueden ser respondidas por la ciencia porque son opciones valorativas, esto es, políticas, dependientes de una Weltanschauung, de una concepción del mundo del investigador. Es aquí tal vez que tendríamos que explicitar hasta qué punto están siendo renovadas las «utopías fundantes» de los estudios de Comunicación en América Latina, en el decir de Fuentes (1999), de intelectuales comprometidos con la transformación de nuestro contexto renovadamente contradictorio, ambivalente, desigual, que ya nos valió las denominaciones de tercer mundo, países dependientes, periféricos, hoy, mercados emergentes, contexto del cual toda investigación debe comenzar y mantener relación de comprensión y de superación. Aquí cabe la crítica al modo exógeno de pensar, atravesado por temas y cuestiones desviantes, por nuevas «ideas fuera de lugar». No se trata de ningún provincianismo intelectual, por el contrario, las razones de la globalización deben incitarnos cada vez más a hacer aquellas preguntas problema que tienen relación vital con nuestra existencia social, que son las que tienen más capacidad de presentar también relevancia y pertinencia teórica, o sea de hacer avanzar el conocimiento a través de la investigación.

2. Debilidad teórica Es en primer lugar, en el manejo de la interdisciplinaridad, que la debilidad teórica en la investigación de Comunicación se hace más evidente. Para que la interdisciplinaridad no sea sólo una petición de principios, practicarla exige el dominio de teorías disciplinarias diversas integradas a partir de un objeto-problema. Así, es importante destacar que no se trata de «dominar todo» sino de un «uso útil» de teorías y conceptos de diversas procedencias, un uso que sea sobre todo bien fundamentado y pertinente a la construcción del objeto teórico. Hoy los problemas de comunicación aparecen como importantes en los más diferentes dominios -economía, política, estética, educación, cultura, etc., en que la investigación no puede quedar confinada a una única dimensión. Además de eso, se debe distinguir entre teorías globales, parciales, disciplinares y temáticas para que puedan ser trabajadas o usadas en función de un problema de estudio. No hay cómo resolver el dominio de teorías a no ser zambulléndose en y transitar entre pistas teóricas fértiles para hacerlas germinar a través de una contribución individual que todo investigador debe traer al problema investigado. Pero, la cuestión de la interdisciplinaridad hoy parece remitir fundamentalmente al pensamiento complejo y a un renovado modo de produc-


3. Falta de visión metodológica integrada La teoría debe ser concebida en función de la investigación que se está realizando, esto es, dirigida a la experiencia de lo real en la cual ella se confronta con los hechos que ella misma suscitó con sus hipótesis. Desde este punto de vista la teoría es siempre una propuesta de explicación, una eterna hipótesis, permanentemente probada por la realidad del mundo. Quiero entonces señalar el lugar de una teoría integrada en la investigación y criticar con eso toda visión dicotómica que disocia el nivel teórico de la investigación, del nivel metódico-téc-

nico y la etapa de la definición del objeto, de la etapa de la observación o del trabajo de campo 4 . Primero, porque la teoría continúa actuando en el campo pues hay siempre una teoría de la observación, a pesar de no estar explicitada, que se expresa a través del dominio teórico de las técnicas (teoría de la presentación, del cuestionario, de la entrevista, de la historia de vida) y del dominio teórico de los métodos (etnográfico, sondeo, historiográfico, análisis del discurso, etc.). Como indica el modelo, la teoría es uno de los niveles de la investigación y atraviesa todas sus fases. Sin embargo, uno de los errores metodológicos más graves que se notan en las investigaciones de Comunicación son las sucesivas rupturas entre la etapa del objeto, de la observación y del análisis. Esa ruptura se da en el momento de la construcción del objeto (que generalmente toma el capítulo inicial de la investigación) cuando es montado un cuadro teórico de referencia (por lo menos a través de un gran número de citas bibliográficas), que en poco o nada remite al momento de la investigación de campo (cuyas técnicas sabemos instrumentalizan los datos y los conforman), ruptura que suele mantenerse en el momento del análisis, cuando difícilmente se vuelve a la problemática teórica del primer capítulo. Esta cuestión es grave, pues parafraseando a

Kaplan (1975) el prólogo teórico sirve más como «título honorífico» a fin de asegurar un adecuado status «científico» a lo que sigue, más que para marcar el nivel teórico que se imprimirá al conjunto de la investigación. 4. Deficiente combinación de métodos y de técnicas La deficiente combinación entre métodos y técnicas es consecuencia casi siempre de un marco teórico ambicioso que no se realiza en una estrategia metodológica del mismo porte. Es lo que sucede hoy, por ejemplo, con las investigaciones realizadas dentro del marco de la perspectiva teórica de las mediaciones. A mi modo de ver, eso sucede menos por tratarse de una teoría cuya metodología está en construcción, y más por una concepción de metodología arraigada en el repetir y en el copiar, en el comodismo provocado por la visión de que la metodología proporciona el «cómo hacer». Sin embargo, toda investigación es una verdadera «aventura metodológica»5, donde hay necesidad de exploración, de creatividad y de rigor. Me parece que el término estrategia metodológica resume bien este concepto de investigación. Organizar una estrategia que sea multimediológica para corresponder a la complejidad del objeto de la Comunicación y a su interdisciplinaridad es inmovilizar un dominio de metodología que re-

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ción de conocimiento. Me refiero a la investigación integrada, realizada por un equipo multidisciplinar de investigadores, que pueda abarcar el trabajo interdisciplinar en Comunicación de una manera más satisfactoria que la investigación individual. Situada la cuestión de esta manera, hay que revisar inclusive la organización institucional de la investigación en los cursos de posgrado, hoy fragmentada entre departamentos y líneas de investigación que no funcionan. La coorientación y la integración de orientandos en proyectos de investigación integrados de los investigadoresorientadores son experiencias que prometen alterar el aislamiento disciplinar y la dificultad del tránsito interdisciplinar.

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Cuestiones epistemológicas, teóricas y metodológicas

mite a la distinción que Kaplan (1975) hace entre metodología de la investigación y metodología en la investigación, reservando la primera designación para el estudio de los métodos o la teorización de la práctica de la investigación y la segunda para indicar el trabajo de aplicación de los métodos. Lo que el autor quiere decir es que un método para ser aplicado debe ser estudiado, lo que parece una obviedad. Una perspectiva científica es siempre una perspectiva teórico-metodológica y una problemática teórica trae siempre acoplada una problemática metodológica, que son las estrategias elaboradas a lo largo del proceso de construcción/investigación de un objeto. No obstante, no es lo que sucede en nuestras investigaciones. Raramente se encuentran reflexiones metodológicas explícitas. Un ejemplo: es difícil encontrar una digresión explicativa sobre lo que se entiende por hipótesis antes de enunciarla; ni cómo ella se construyó teóricamente ni cuándo ni cómo se organizó como hipótesis de trabajo; cómo forma parte de un sistema (porque difícilmente la hipótesis no es derivada en varias -centrales y secundarias-), si es una hipótesis organizada estadísticamente o no, de qué manera va a ser verificada, a través de qué relaciones (de causalidad, múltiple, significativa, asociativa); si está estructurada en variables observables o en variables dependientes e independientes, etc.

diálogos de la

comunicación

Podría detenerme en muchos otros ejemplos, pero creo que el indicador más adecuado para demostrar lo que estoy afirmando está en la rara presencia o incluso la ausencia de textos de metodología en la bibliografía usada en las investigaciones. La bibliografía de una investigación es el itinerario o ruta intelectual recorrida por el investigador. Expresa el tipo de preocupación con que se enfrentó o que lo acompañó a lo largo de la investigación. Pues bien, analizando las bibliografías se percibe que casi la totalidad de citas, o son teóricas o son temáticas, yendo desde autores clásicos hasta investigaciones de maestría o de doctorado, las cuales, muchas veces, sólo están en la biblioteca, esto es, nunca fueron publicadas (técnicamente se le llama «literatura cenicienta»). Eso contrasta enormemente con el reducido número de textos metodológicos citados, dando a entender que el transcurso de la investigación las «cuestiones de método» no han sido preocupación de los investigadores de Comunicación, al punto de no sentir necesidad de su estudio. 5. Dicotomía entre investigación descriptiva e investigación interpretativa Desde el punto de vista metodológico considero deficientes las investigaciones descriptivas en Comunicación. Podemos verificar que en el modelo, el análisis es la etapa de la investigación que

sigue a la de observación o recolección de datos y conlleva procesos de descripción y de interpretación de los datos. Estas son dos fases metodológicas que no se confunden. El análisis descriptivo envuelve operaciones analíticas de la formación de evidencias empíricas representativas en aquello que se denomina «proceso de reconstrucción de la realidad del objeto». Es hecho a través de métodos descriptivos que son «métodos técnicos» como el estadístico, el etnográfico, el historiográfico, el análisis de contenido, para citar los más usados en las investigaciones de comunicación. De manera complementaria y sucesiva, el análisis inter pretativo envuelve operaciones de síntesis que llevan a la formación de las inferencias teóricas y de la explicación del objeto, utilizando «métodos lógicos» que son métodos de interpretación6. En cada una de esas etapas se da la opción, la selección y la combinación de métodos y sus criterios siempre discurren en función del objeto de investigación. Generalmente cada método acarrea el uso de determinadas técnicas que es la parte manejable del método. Con base en esas consideraciones deseo sustentar que la descripción constituye la primera etapa del análisis de los datos y que es la interpretación, como su segunda etapa, la que confiere a la investigación la condición de cientificidad. La cuestión es el alcance y validez científica de


Hay varias nomenclaturas para designar esa distinción, principalmente en cuanto al sentido del término «interpretación», también entendida como explicación, explanación, teorización, etc. pero todas remiten a un determinado nivel de análisis que es el nivel teórico indicado por el modelo. El levantamiento es un estudio descriptivo, con énfasis en la recolección y sistematización de los datos empíricos para utilización práctica, en tanto la investigación social parte de la fundamentación empírica de los datos para contribuir al cuerpo del conocimiento teórico y metodológico de un determinado campo de estudios, independientemente de su utilización inmediata. Esta es, a mi modo de ver la condición que debe regir la investigacion académica de Comunicación, pues solamente a través de la elaboración interpretativa de los datos se puede lograr un patrón de trabajo científico en el campo de la Comunicación. Sólo ese patrón es capaz de coordinar orgánicamente teo-

ría e investigación, operaciones técnicas, metodológicas, teóricas y epistemológicas en una única experiencia de investigación. En tanto eso no ocurra, nuestra investigación estará más o menos disociada de uno de los objetivos fundamentales del trabajo científico que es la construcción de teorías capaces de corresponder y responder a los problemas sustantivos que le son colocados por nuestra realidad comunicacional. Aún hoy cabe la lúcida observación hecha por Martín Barbero (1982:100) sobre el trabajo teórico en América Latina, considerado por él como un «tema-artificio» porque es «visto bajo sospecha», cuando la «teoría es uno de los espacios clave de la dependencia. Así, la dependencia no consiste en asumir teorías producidas ‘fuera’, lo dependiente es la concepción misma de la ciencia, del trabajo científico y su función en la sociedad. Como en otros campos, también aquí lo grave es que sean exógenos no los productos sino las propias estructuras de producción.» 6. Dicotomía entre investigación cuantitativa e investigación cualitativa Se trata de una falsa dicotomía, por lo menos hoy en día. Tal vez se haya originado a partir de la importancia que los métodos cuantitativos tienen en la tradición funcionalista norteamericana y por eso han provocado también una identificación de lo cuan-

titativo a las investigaciones descriptivas y de lo cualitativo a las investigaciones interpretativas. Hay en eso varias confusiones. La primera es la del límite preciso entre investigación cuantitativa y cualitativa. La primera es la del límite preciso entre investigación cuantitativa y cualitativa. A pesar de la lógica de la mediación que rige la primera, no se puede olvidar que operaciones cuantitativas se apoyan en datos cualitativos originalmente recogidos y transformados en seguida. En segundo lugar, puede haber combinación de métodos cuantitativos y cualitativos en una misma investigación, dependiendo de la estrategia metodológica que se adopte. Por ejemplo, se puede llegar a una muestra cualitativa a través de una cuantitativa, cuantificar preguntas abiertas, etc.8 En fin, el uso del número no es exclusivo de la investigación cuantitativa y el recurso numérico o estadístico no es incompatible con el análisis cualitativo. En tercer lugar, la mayoría de los estudiosos reconoce actualmente la complementariedad entre la cuantificación y la cualificación de los datos, señalando como un error la opción metodológica a priori entre hacer una investigación cualitativa o cuantitativa. Antes hay necesidad de reflexionar sobre la elección y la aplicación de uno u otro método de análisis a determinado problema, lo que implica reconocer metodológicamente las ventajas y desventajas de un método sobre otro en fun-

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las investigaciones descriptivas que no atañen a la etapa interpretativa. Independientemente del punto de vista de que no se puede subestimar ese tipo de investigación y que siempre es posible su elaboración teórica posterior, no hay cómo dejar de reconocer la diferencia entre levantamiento o sondeo (survey) e investigación social (social research).7

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OBSERVACIONES FINALES Para finalizar, reuno esquemáticamente los principales puntos del modelo metodológico propuesto: 1. La incorporación de las condiciones de producción de la investigación al trabajo metodológico en ejecución. 2. La investigación como campo relativamente autónomo y estructurado en niveles y etapas metodológicas. 3. El carácter abierto de la metodología, practicada a través de una serie de decisiones y opciones tomadas a lo largo de la investigación. 4. La concepción notecnicista y no-dogmática de la metodología como trabajo que prohibe la comodidad de una aplicación automática de procedimientos aprobados y exige que toda operación dentro de la investigación deba cuestionar a la misma. 5. El objetivo de servir como instrumento de creación y desarrollo de disposiciones intelectuales en el investigador. 6. El énfasis en la responsabilidad científica del investigador ecuacionada en términos de la legitimidad intelectual y la relevancia social de su trabajo. (Traducido por Ana María Cano C.)

diálogos de la

comunicación

ficada sólo con operaciones técnicas y el trabajo de campo. Es como apare1. También en países en que

ce en la mayoría de los manuales de

más se desarrolla la estruc-

métodos y técnicas, como un con-

tura institucional de los estu-

junto de procedimientos rutinizados

dios de comunicación, como

que difícilmente son problemati-

es el caso de Brasil y México,

zados teóricamente, quedando

su tematización es reducida, consti-

presos del dominio del «cómo hacer».

NOTAS

Cuestiones epistemológicas, teóricas y metodológicas

ción de un objeto de estudio o hasta de un aspecto de él.

tuyendo interés permanente de pocos autores como Melo (1997), Lopes

5. Un buen libro de metodología tiene

(1997) y Fuentes (1998).

por título «A aventura sociológicaobjetividade, paixão, improviso e

2. Por ejemplo, en seminarios como

método na pesquisa social» (Nunes,

el de INTERCOM/98, FELAFACS/99 y

1978).

en números de publicaciones especializadas: Journal of Commu-

6. Es precario el conocimiento sobre

nication 1993 («The future of the

los métodos interpretativos en las

field», diez años despúes el número

investigaciones de comunicación. En

monográfico «Ferment in the field»),

las Ciencias Sociales los principios de

Telos, 1989, 1996; Comunicaçao e

los métodos funcional, dialéctico y

Sociedade, 1996; Comunicación y

comprensivo fueron inicialmente

Sociedad, 1997.

sistematizados en textos propiamente metodológicos por Durkheim

3. El posgrado de la Escola de

en «As regras do método socio-

Comunicaçoes e Artes da Universi-

lógico», por Marx en «Constribuçao

dade de São Paulo está constituido

à crítica da economia política» y por

por dos programas, uno es el de

Weber en «Sobre a teoria das ciências

Ciencias de la Comunicación y otro de

sociais», respectivamente.

Artes. Es el mayor curso de posgrado del país, actualmente con 830 alumnos

7. Por lo que parece, en los estudios

en nivel de maestría y de doctorado.

de comunicación esa distinción fue

El programa de Ciencias de la

primeramente problematizada por

Comunicación tiene 500 alumnos

Adorno y Lazarsfeld quienes intro-

distribuidos en cinco áreas de

dujeron las designaciones de «admi-

concentración: Comunicación, Perio-

nistrative research» y «critical

dismo, Cine, radio y televisión, Rela-

research» para indicar la marca al

ciones públicas, Publicidad y turismo,

mismo tiempo distintiva y comple-

y Ciencias de la Información. A pesar

mentaria, entre el sentido norteame-

de la descentralización regional que

ricano de metodología como «técni-

se verifica actualmente en el posgrado

cas prácticas de investigación» y el

en comunicación en Brasil, la ECA aún

sentido europeo de «crítica del cono-

recibe un enorme contingente de

cimiento». Ver Lazarsfeld (1941) y

alumnos de las más variadas regiones

Adorno (1973).

del país, principalmente docentes, lo que le confiere una gran represen-

8. En una reciente investigación

tatividad de la investigación acadé-

cualitativa sobre recepción de tele-

mica brasileña.

novela, tuve oportunidad de aplicar a una gran masa de datos recolectados

4. Nótese la brutal reducción a que

por instrumentos cuantitativos y

fue sometida la investigación, identi-

cualitativos, un programa de compu-


tación para análisis cualitativo, que

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Discurso inaugural

S. Lerner

Salomón Lerner

La persona como esencia de la comunicación

Rector de la Pontificia Universidad Católica del Perú

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diálogos de la

comunicación

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Salomón Lerner

La persona como esencia de la comunicación

A menudo se oye decir que la sociedad contemporánea no sería posible sin el poder de las comunicaciones. Y en efecto ello es así; innegable que el mundo, que de algún modo hemos configurado, se sustenta en la capacidad técnica de transmitir e intercambiar información abundantísima en tiempos mínimos; mas este fenómeno, ciertamente impactante, cualitativamente no es sino la expresión más sofisticada de la naturaleza intrínsecamente comunicativa de los hombres y por tanto de los grupos sociales. No debe olvidarse, entonces, que reflexionar en torno a las comunicaciones no se reduce a un repaso sobre las cuestiones técnicas que se ofrecen como novedad dentro de una profesión; an-

diálogos de la

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comunicación

tes de ello es más bien dirigir la atención hacia un asunto de carácter esencial, metafísico y ético y que es imprescindible para la comprensión del hombre en su irrenunciable carácter de ser, a la vez personal e histórico. En efecto, el acto comunicante mismo nos habla de un fundamento comunitario por el cual el hombre construye su identidad. A través del lenguaje, cuya materia no es únicamente el hecho verbal, la dimensión íntima de las personas entra en relación y propicia una puesta en forma de la realidad generando aquello que solemos llamar mundo. El hombre que habla es también el hombre que es hablado por el lenguaje, pues éste, como afirmaba Heidegger, es casa del ser y abrigo de la esencia de lo humano. Así pues, la comunicación, hecho actual e histórico, es dimensión constitutiva de nuestra más íntima naturaleza y camino que conduce a una ajustada comprehensión tanto de lo ya acaecido como de los proyectos que sustentan y dan sentido al porvenir. Dicho lo anterior, y reflexionando sobre la hora presente, surge una cuestión crucial que ha de ser discutida por las disciplinas humanísticas y más específicamente por las que trabajan en el ámbito de las comunicaciones: ¿Cuál es el signo particular de la comunicación en nuestros tiempos? Si bien la comunicación ha acompañado a la humani-

dad a lo largo de su devenir, gestando así la historia, ¿qué características tiene este fenómeno hoy, al punto de atraer de modo irresistible la atención sobre él? La respuesta podemos hallarla sin duda en la manera en que la comunicación, gracias a los prodigios tecnológicos, pareciera haberse vaciado de sus raíces esenciales para ofrecerse como instrumento ágil y brillante que buscando sólo informar deslumbra por la inconmensurabilidad de los datos que transmite y la reducción de la textura del tiempo a los límites del instante. Expresado de otro modo, el fenómeno comunicativo pareciera haber sucumbido a los instrumentos que utiliza y ello de tal modo que este giro, justamemte por su radicalidad, se ofrece inaparente. Resulta así que la instrumentalización implica no sólo una amplitud cuantitativa (referida, por ejemplo, a la velocidad y calidad de la información, al número mayor de emisores y receptores), sino también una gran transformación cualitativa, que puede cambiar la imagen que el hombre se hace de sí mismo y generar la constitución de nuevas formas de interacción social. La masificación de los medios poseería entonces consecuencias que van mucho más allá de la mera posibilidad de alcanzar a un alto número de personas; resulta también en modos inéditos de construir nuestra relación con nuestro entorno. Así, por ejemplo, los


Si en los albores de la modernidad la élite culturalmente privilegiada estaba vinculada con la escritura, hoy la cultura se inclina a privilegiar los llamados lenguajes multimediáticos, en los cuales muchas veces no hay espacio para la reflexión y el paciente raciocinio. Como consecuencia de ello, la formación de la persona de nuestro tiempo, especialmente en los centros urbanos, no puede comprenderse ya sin este amplio entorno en el que, de modo inevitable, un lado del circuito se encuentra en situación privilegiada. Se configura así un estilo de relación por el cual el sujeto es comprendido desde las categorías de un ethos del consumo extendido aun al terreno de los valores culturales. Nunca como antes se ha sentido tan próximo el riesgo de que pequeños grupos corporativos se encuentren en capacidad de influir en nuestras percepciones y nuestros juicios sobre el mundo. Por eso mismo expresiones como las «armas» de la comunicación y la «guerra» informativa han de-

jado en cierto modo de ser metáforas. Y la lucha ideológica -que alguien decretó finalizada- siempre vigente, se instaura en el terreno de lo cotidiano y así disfrazada busca introducirse en la conciencia y en los actos de todos los hombres. No considero necesario abundar, mucho menos ante un auditorio de expertos, en torno a la enorme influencia que sobre la información de la cultura han cumplido medios como la radio y la televisión a lo largo de este siglo. Sin embargo, pienso que esta ocasión me da la oportunidad de hablar en nombre de quienes observamos con expectativa crítica las consecuencias de la revolución informática. A los ojos de quien no se halle prevenido, pareciera que hoy vivimos, gracias a los procesos cibernéticos, y específicamente al Internet, un momento superior de las comunicaciones. En efecto, frente a la actitud pasiva y la comunicación unidireccional que la televisión propicia -y la UNESCO nos habla de 1,350 millones de televisores en el mundo- la informática nos conduciría por los caminos de la interactividad en el que las opciones se multiplican y la equidad se impone. La verdad es que tendríamos que reflexionar sobre tales opciones. Bien sabido es que información no es necesariamente conocimiento; que la interactividad no supone una relación de simetría entre quienes comunican pues cada persona halla los límites

de su lenguaje en las determinaciones colocadas por la máquina; que la equidad puede ser sólo una apariencia detrás de la cual se agazapan los intereses más diversos que buscan afirmar la dependencia necesaria para la consolidación del poder. Son éstas, posibilidades que por supuesto bien pueden y deber ser contrapesadas. Ello será posible si no confundimos medios con fines, datos con saber, el instante con la larga duración, la opinión con la reflexión, el capricho con la libertad. Si resituamos la técnica en su lugar natural como prolongación de la ciencia y entendemos a ésta -no importa de qué ciencia se trate- como nacida del hombre y al servicio del hombre, si la neutralidad axiológica de los medios en su dimensión operativa la contagiamos de una mirada superior que nazca de una ética solidaria y responsable; entonces, sin una renuncia miope a los logros alcanzados, podremos, a través de su recto uso, no sólo soñar sino comenzar efectivamente a plasmar una humanidad mejor y un mundo realmente unido. Quizá porque uno de los rasgos propios de la tecnología sea su inevitable semejanza con Jano, el dios de los dos rostros, los debates sobre el papel de las comunicaciones para la sociedad presente y futura se resumen a la larga en mostrarnos los detalles de cada uno de los caminos de esta encrucijada. Es claro pues que hoy carece de sen-

S. Lerner

mensajes dirigidos a una gran masa de público no sólo presuponen, sino que fomentan una imagen homogénea de sus espectadores, sobre quienes se proyecta un flujo de valores que ponen en crisis las viejas fronteras de lo local y de lo familiar. Pero además, el mismo concepto de alta cultura, que se creía alejado de la influencia de la masificación, se halla resentido.

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La persona como esencia de la comunicación

tido rechazar los aportes de la tecnología informática, pero ello no hace sino invitarnos a una meditación más profunda: cómo dirigir su uso, de qué modo hacer de ella un medio comunicante por el cual la persona recupere un papel activo y reflexivo en la configuración de sus valores y su identidad como miembro de una comunidad. La sociedad de la información se encuentra ante la posibilidad de convertirse en una sociedad de consumo, pero ello sólo será posible en tanto se fomente un uso inteligente y crítico de los instrumentos tecnológicos. Por ahora, la revolución informática, habiendo ya producido un impacto significativo en la sociedad contemporánea, está todavía muy lejos de haberse convertido en la gran red democratizadora de la información y la opinión mundial. Sin embargo, no constituye ninguna falsa ilusión la expectativa de hacer de los medios un verdadero espacio público que represente de un modo más justo los intereses de los diversos grupos sociales, que permite a todos y a cada uno de los hombres una mayor y mejor comprensión de su singular naturaleza, que revierta las tendencias homogeneizantes y que brinde nuevos terrenos para la afirmación de las culturas regionales. Los ámbitos para la reflexión son, pues, sumamente vastos. De allí el papel esencial de la Universidad y dentro de

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comunicación

ella el de la investigación. A través de ésta no sólo se examinan hechos e ideas, sino que la conciencia se cuestiona y así, vuelta sobre ella misma, se autodetermina. Por eso investigar implica finalmente interrogarse sobre el mismo hombre y su conducta, preguntarse por su fundamento y sentido últimos y así colocarse de modo honesto en los terrenos de la eticidad. Estoy seguro de que las conclusiones que nos alcancen los expertos que participan en este encuentro orientarán convenientemente las actividades que las universidades latinoamericanas están llamadas a cumplir en el tema de las comunicaciones a inicios de un nuevo milenio. Con tal convicción y en nombre de la Pontificia Universidad Católica del Perú, que se complace en su papel de anfitriona, me es grato declarar inaugurado el Seminario Internacional sobre Tendencias de la Investigación en la Comunicación en América Latina.


J.Protzel

Javier Protzel

Los cines de AméricaLatina frente a los rigores del cinema único

Profesor principal e investigador en la Facultad de Comunicación de la Universidad de Lima, Perú. Presidente del Consejo Nacional de Cinematografía del Perú E-mail: jprotzel@correo.ulima.edu.pe

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diálogos de la

comunicación

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Protzel Javier

Los cines de América Latina

INTRODUCCIÓN

CINE AMERICANO Y MODERNIDAD

Llamar al cine el arte del siglo XX no es ponerlo por encima de la música, la pintura o la novela, pues comparaciones de ese tipo son un despropósito. En cambio, sí puede decirse que tipifica bien al siglo pasado, pues antes no existía, y no sabemos a ciencia cierta que ocurrirá en unas dos décadas con los dispositivos de espectáculo a medida que se perfeccionen las tecnologías de interfaz. Pero aquí y ahora, el cine sigue siendo una invención que como ninguna antes ha permitido circular cantidades inmensas de relatos dirigidos a públicos aún más innumerables y diversos en toda la vastedad del planeta. Para nuestro propósito de ubicar al cine latinoamericano en los flujos cinematográficos mundializados, deben resaltarse inicialmente algunos

La preponderancia indiscutible del cine norteamericano lleva casi obligatoriamente a preguntarse si estamos viviendo en materia cultural un proceso de americanización antes bien que de globalización. La magnitud de los recursos financieros, técnológicos y comerciales de esta cinematografía lo mantienen en el primer lugar en ingresos y difusión mundial, y resulta obvio que la densificación de las redes de la sociedad de información, aumenta su cuota en los mercados, explicándose además por el fuerte peso del box-office extranjero en los ingresos de las grandes empresas de la Motion Pictures Association. Como botón de muestra, Titanic (1997) que recaudó más de 600 millones de dólares en Estados Unidos y Canadá, logró 1.234 millones en el

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de los rasgos que provocaron su explosiva expansión: el efecto icónico casi mágico de la imagen fotográfica en movimiento, de una inimaginable similitud con lo real en sus tiempos de aparición, incluso la generada con los antiguos materiales de impresión; la popularización y multiplicación de temas y géneros narrativos, equivalente a un encuentro masivo de la historicidad con la intimidad, conectando aconteceres colectivos y vidas privadas; el desanclaje acelerado de la imaginación con respecto a sus referentes simbólicos locales o nativos, atraida por lo diferente; y la rápida construcción de industrias, entre las cuales la más poderosa sigue siendo, hoy como nunca, la manifestación de la hegemonía planetaria de los Estados Unidos. Es lo último lo que nos interesa.

comunicación

resto del mundo. Puede estimarse que Estados Unidos controla un poco menos de la mitad del mercado mundial, que en 1999 pasaba los 210 billones de dólares, lo que se ilustra en el número de sus espectadores, equivalente al 73% del total de boletos vendidos en Europa en el 2000, y al 61% en el Japón. Los títulos americanos estrenados en Italia pasó del 51 al 67% del total de 1970 a 1994; en Francia del 32 al 77% de 1980 a 1995, mientras en la mayor parte de América Latina supera el 80%.1 Pero es sobre todo el magnetismo conjunto de los tratamientos temáticos, divas y divos del star system y efectos especiales de las grandes producciones los que hacen patente su supremacía: mientras los críticos hablan de la identidad cultural, el gran público prefiere ver Harry Potter. Aunque esto se explique por el virtual oligopolio de la distribución de las empresas de la MPA en muchos países, por las millonarias campañas de lanzamiento y el negocio de productos derivados (cross selling) que las acompaña, así como por la sinergia con otros soportes y formas de exhibición (vídeo, DVD, televisión por cable), queda en suspenso por qué seducen tanto. Probablemente el cine americano ha fundado su propia tradición más allá de sus fronteras tempranamente, hace casi un siglo, lo cual le dio una vocación muy diferente de aquellos otros que, pese a sus prometedores inicios, no lograron consolidar esa expansión. Éstas y las cinematografías menores tuvieron que construirse ya sea tomando a la americana como referencia, ya sea compitiendo contra ella, o bien aislándose, pero siempre de acuerdo a decursos históricos y culturales particulares. No


Un vasto público internacional ya idolatraba a Mary Pickford y a Rodolfo Valentino o se reía con Chaplin al mismo tiempo que otras cinematografías se dedicaban a fortalecer el orgullo nacional, ilustrando en la pantalla sus respectivas tradiciones y en cierto modo reinventándolas. Se establecía una diferencia cualitativa entre el cine americano y los otros, consistente, por un lado, en su capacidad de universalizar géneros, estilos y estrellas a partir de sus referentes particulares, como la épica de los cowboys (el mito del vaquero de Tejas o Arizona es más conocido para muchos peruanos o brasileños que el de Puno o Rio Grande do Sul), y por otro, tematizar cualquier lugar y época en sus narraciones (cualquier Moisés de Cecil B. de Mille, cualquier asalto naval de piratas ingleses a un bajel español, Richard Burton o Marlon Brando como Marco Antonio en la antigüedad romana, o más recientemente, Russell Crowe en Gladiator). La vocación transnacional del cine americano es innegable, pero no precisamente por la capacidad de sus empresas o el poderío de Washington, sino por la singular y temprana relación que en ese país se estableció entre industria cultural, nación y modernidad. Debe repararse en que la voluminosa migración ultramarina que llegaba hace un siglo a ese país en busca de mejores oportunidades aceptaba fácilmente innovaciones poco o nada relacionadas con tradicio-

nes que además podían serle ajenas. Más aún, la productividad de su agricultura extensiva y las altas tasas de formación de capital en las ciudades permitían que estos nuevos actores sociales alcanzasen en lapsos cortos niveles de vida comparativamente cómodos. Hubo dos elementos inéditos en ello. Un frecuente desfase entre niveles educativos e ingreso (mayor, sobre todo distinto al de la Europa clasista que dejaban), lo cual aflojaba los términos de la relación élite-masas,3 y consecuentemente, la débil irradiación del capital simbólico, de la «alta cultura» ultratlántica. Además, esa libertad frente a la tradición formaba parte también de una mentalidad que privilegiaba lo funcional y accesible a todos; tanto más si la economía debía satisfacer una demanda multicultural al menor costo. De ahí que los principios de gestión capitalista eficaz que rigieron la producción seriada, bien llamada fordista, se orientasen simultánea y democráticamente4 a todo un universo de bienes materiales y simbólicos cuyo atractivo radicaba en su simplicidad, sus connotaciones de igualitarismo e independencia personal, así como sus escasas referencias al pasado: por ejemplo, vestimenta (blue jeans), alimentación (hamburguesas, gaseosas), vivienda (artefactos electrodomésticos.

HOLLYWOOD Y LOS OTROS Dentro de ese marco, este cine se construyó menos por afirmar una identidad nacional preexistente que por inventarse a sí mismo como relato identitario, dirigido a públicos tan variados como lo era el melting pot (crisol) étnico-cultural norteamericano. Por ello, el proyecto y los

héroes modernos, claramente individuados, que lo fueron caracterizando no se derivaban sólo de afinidades temáticas con los públicos. Más bien, la naciente industria debió adoptar los principios de la funcionalidad y de la producción a gran escala para facilitar el acceso igualitario y a bajo costo, de modo que los guiones satisfacieran los gustos de un gran público genérico. Lo cual conducía a esquematizar, a homogeneizar y a buscar fórmulas comercialmente seguras, teniendo como resultado la rigidez estilística de los géneros y la clara diferenciación de cada uno respecto a los otros. Lejos de ser un defecto, esto venía a ser la condición que le daba personalidad artística a un cine nacional ajeno al afán etnográfico de documentar un referente «auténtico», pero sí -al contrario- capaz de elaborar mitos que no remitían a lo «real» exterior sino a sí mismos como géneros fílmicos que expresaban ensoña-ciones y conflictos. Por lo tanto, ubicaban al espectador dentro de un universo simbólico nuevo, poco nutrido de raíces históricas, haciendo de la frecuentación de las salas un ritual de pertenencia colectiva, si seguimos el razonamiento de Douglas e Isherwood sobre el consumo.5 De ello se desprenden dos consecuencias. Primero, que las mismas características que popularizaron al cine americano dentro de sus fronteras fueron las que le permitieron trascenderlas. Al perder el gigantesco imperio francés Pathé-Frères su condición de productor dominante6 durante la Primera Guerra Mundial, Hollywood se afianzó en los mercados exteriores. En segundo lugar, incursionó más adelante en temáticas ajenas a las americanas. No se trata del antecedente de una película como

J.Protzel

obstante, el cine americano ocupó prácticamente desde la segunda década del siglo el lugar central en la naciente memoria internacional popular, tomando prestada la expresión de Renato Ortiz2.

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Los cines de América Latina

Intolerance de D.W. Griffith (1916), superproducción que fracasó por su carga de denuncia, sino de diversos géneros de «reconstrucción» histórica o cultural que en realidad fueron (son) elaboraciones míticas a la medida del público, sobre todo el americano. El magnetismo de las historias de gangsters, viajeros interplanetarios o príncipes medievales se ha debido sobre todo a la agilidad de los géneros y a la fuerte tipificación de los personajes más que al referente mismo. El ritmo de la acción dado por el montaje de espacios y tiempos discontinuos en rápida sucesión y la conversión de rostros y cuerpos en arquetipos le confirieron a los géneros californianos unas cualidades mitogénicas -usando el neologismo de Román Gubern7- que estimularon la imaginación de buena parte del planeta. Si cada cinematografía nacional o regional ha correspondido a rasgos económicos y culturales específicos, la americana sería sin duda abierta y expansiva, en contraste con otras que configuran «modelos» distintos. La clausura puede responder simplemente a razones lingüístico-culturales como lo fue en parte en el Japón, cuya producción data también de hace casi cien años, superando las 800 películas anuales durante los años 20, descendiendo a alrededor de 300 en los 80, lo que se prolonga hasta la actualidad con los 281 largometrajes de 2001.8 La ajenidad con respecto a los cines occidentales es también el caso de la India. Su topografía y gran diversidad lingüística impidieron el desarrollo de una televisión nacional, favoreciéndose en cambio industrias fílmicas en Bombay, Calcuta y Madrás. En 1965 la producción hindú supe-

diálogos de la

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comunicación

raba los 320 títulos, casi el doble de la americana de ese entonces. Actualmente es el primer productor mundial con un promedio de 839 largometrajes entre 1989 y 1999.9 A Rusia habría que ubicarla en otro «modelo», pues desde tiempos de Lenin sostuvo un proyecto de cine socialista y nacional, si cabe el término, dado el dominio imperial de ese país sobre los otros de la entonces Unión Soviética. Subrayemos que la industria no fue una innovación del comunismo, pues se calcula que entre 1914 y 1917 se estrenaron más de 1,000 películas rusas en un estimado de 3,000 salas.10 El bloqueo comercial a la URSS, la devastación de su infraestructura durante la Segunda guerra mundial, pero sobre todo el carácter doctrinario y didáctico de esta cinematografía la singularizan por su aislamiento de los flujos de distribución, pese a su parentesco artístico con Europa occidental, y a las influencias aportadas por cineastas soviéticos geniales como Eisenstein y Kozintsev, y las recibidas de Estados Unidos e Italia. Después del desmoronamiento de la URSS, la producción rusa ha disminuido considerablemente. La UNESCO consigna un promedio anual de apenas 46 filmes durante la última década.11 Qué duda cabe sobre qué cine reemplaza al del antiguo régimen. Los escaparates de Moscú y San Petersburgo no dejan de anunciar los últimos éxitos de Stallone, Sandra Bullock o Brad Pitt. Ansiosa americanización que, iniciado ya el nuevo siglo, muestra la hegemonía comercial de Hollywood como un hecho incontrovertible. Frente a ello, la ilusión de su universalidad plantea una discusión que no puede

ser estrechada en América Latina limitándola a la vieja teoría del imperialismo cultural. La evolución del audiovisual durante los últimos veinte años, sobre todo merced a los cambios tecnológicos, ha desplazado los términos de aquello que muchos asumieron ideológicamente como lucha identitaria. En muchos países la defensa y la creación de cines nacionales se había sostenido en la esperanza de alcanzar una producción estable de largometrajes para abastecer por lo menos una porción importante de cada mercado interno, desplazando a una parte de los importados. Tanto las cinematografías europeas occidentales como las latinoamericanas, cuyos mercados habían sido protegidos por barreras culturales hasta los años 50, debieron tarde o temprano adoptar políticas de fomento y subsidio para resistir frente a las distribuidoras del Film Board, alineándose con las de Europa central y recibiendo a menudo el beneplácito de la URSS. Trátese de la nouvelle vague francesa o del cinema novo brasileño, las vanguardias fílmicas de postguerra apostaron por una expresión al mismo tiempo autoral, de lenguaje innovador, pero siempre con mirada y sabor propios. En esa medida, las industrias europeas y latinoamericanas padecen dificultades semejantes, pese a historias, recursos y públicos diferentes. Si hablásemos de «modelos» distintos en una y otra región, se aproximarían por contar ambos con públicos sensibles por distintas razones- a los encantos del Tío Sam, y en muchos casos por el obstáculo que genera la pequeñez de sus mercados internos, a diferencia de los mencionados anteriormente. Pero cuando analizamos la posi-


LAS DIFICULTADES DE LOS CINES DE AMÉRICA LATINA En primer lugar, y a diferencia de los europeos, la significación de los «cines nacionales» del continente ha sido muy distinta a la del otro lado del Atlántico. Campos cinematográficos como el italiano o el francés se han caracterizado por su autonomía, su continuidad y su alcance nacional. No se discute la representatividad de un Renoir o de un Fellini, precisamente personajes nacionales. En cambio, las inmensas distancias sociales que aislaron a buena parte de las élites intelectuales, principalmente a principios del siglo XX, configuraron de un modo distinto los campos cinematográficos. Pese a los inicios tempranos del cine continental y a una nutrida producción muda en Rio, México y Buenos Aires12 que frecuentemente imitaba la producción del hemisferio norte, no fue hasta los años 30 y más adelante, según el país, que el campo cinematográfico alcanzó el grado de autonomía de otros, como el literario o el pictórico. En la modernidad periférica latinoamericana, tomando prestado el título de Beatriz Sarlo, lo que era factible en el caso de la literatura o la música de cenáculo cosmopolita, se complicaba en el del cine. Bajo distintas versiones, las experiencias brasileña y argentina, estudiadas por Renato Ortiz y Beatriz Sarlo13 se repitieron en los casos de otros países del continente, salvo en el México de cier-

tos momentos, y más adelante, Cuba. Cara a la oferta americana, producir cine significaba salir del círculo elitista e invertir mucho dinero e intentar acortar unas brechas culturales más amplias que las existentes en otras regiones, recogiendo el acervo popular al mismo tiempo que construyendo una estética propia. Esto llevó muchas veces a substituir la producción californiana con mediocres imitaciones locales, a transladar éxitos musicales radiales, o bien a quedarse en un folklorismo intrascendente. Pese a las dificultades que los cines latinoamericanos han tenido para legitimarse como bienes culturales, es innegable que los movimientos culturales desencadenados al calor de los Estados populistas le dieron sedimento a las industrias que afirmaban una identidad nacional acaso reinventada pero percibida como propia. 14 En tal sentido, cabe referirse brevemente a México, Brasil y Argentina. Durante y con el apoyo de la presidencia de Lázaro Cárdenas se lanzó una gran industria, que aún antes del éxito notable de Allá en el Rancho Grande (1937) afirmaba un fuerte sentimiento nacionalista. Películas de orientación agrarista como Vámonos con Pancho Villa, o nostálgicas como En tiempos de Don Porfirio, realizadores como Emilio Fernández, y actores como Cantinflas y Pedro Infante gestaron imaginarios populares que se convertirían en identificadores continentales.15 No obstante, no puede dejar de tomarse en cuenta que ese periodo de crecimiento, llamado de «los años de oro» (los 40) se debió también a la vigorosa protección estatal al cine, así como a la liberación de las pantallas mexica-

nas, por el recorte de la producción americana debido a la guerra. Lo que debe destacarse aquí es el carácter eminentemente popular y la fuerte tipificación localista de los géneros producidos, aunque pese a ello, la industria guardase cierta simetría con la de Hollywood (star system, estudios, géneros estereotipados). Esto dejaba además poco margen a la producción vanguardista, obligaba a subsumirse en el melodrama masivo o a sublimar el género hasta sus extremos, como en los filmes de Emilio Fernández. En los años 50 la producción mexicana aumentó: más de 1,000 largometrajes, contra 587 españoles, 352 argentinos, y 281 brasileños.16 Pero con esa prosperidad de la postguerra vendría también la massmediación americana, no sólo cinematográfica, sino musical y televisiva, con la mutación de gustos consiguiente, el desvanecimiento de la emblemática de «los años de oro» y una pérdida de calidad. Al acentuarse la crisis -de la que habría que excluir fogonazos como los de Gavaldón, Buñuel en su periodo mexicano, Velo (español también) o Alcoriza- la industria quedó virtualmente desmantelada. Desde los 70 el cine mexicano se propuso resurgir con obras de corte crítico, con referentes y públicos nuevos, y a contrapelo del cine americano. Las películas postpopulistas de Ripstein o Hermosillo son el precedente inmediato de realizadores como Springall o Gonzales Iñárritu. De modo equivalente, la generación brasileña del cinema novo de Pereira dos Santos, Glauber Rocha y Diegues es posterior al periodo de las parodias populares o chanchadas y del cine na-

J.Protzel

ción de los cines de América Latina hay tres asuntos que por serle característicos es insoslayable abordar: la autonomía del campo cinematográfico, la relación con la televisión y el descentramiento del sujeto cultural.

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cionalista de cangaçeiros. El Brasil ilustra cómo el apoyo estatal es necesario, pero no suficiente. Pese a que la cuota de pantalla se instituyó en este país tempranamente (1932) no se logró hasta los años 50 un cine de mayor calidad, pese a la mentalidad industrialista de los productores paulistas, a la «reserva de mercado» y a la voluntad de expresar la realidad nacional. 17 En cambio, sin «edad de oro» comercial, el cinema novo es una piedra angular de la historia del cine latinoamericano. Los cineastas de este movimiento no contaron con ayuda pública (años de dictadura), pero tampoco atrajeron públicos numerosos, limitándose a plateas de clase media intelectualizada. Posteriormente, la intervención pública a través de la poderosa Embrafilme favoreció el relanzamiento de la producción con resultados muy desiguales, desde pornochanchadas e imitaciones del terror americano, hasta Doña Flor e seus dois maridos de Bruno Barreto. De los 32 largometrajes de 1963, se pasó a 101 en 1978,18 con un promedio de 86 entre 1988 y 1999 según la UNESCO. La industria argentina es comparable, aunque ésta despegó en los años 30 impulsada por capitales privados acumulados en un proceso de industrialización comparativamente temprano. Sin duda la sostuvo el atractivo que ejercía sobre el inmenso público nacional su propio reflejo en la pantalla, como señala Getino19, y aunque compitió casi de igual a igual con la mexicana durante los años 40, sólo contó con protección estatal durante el régimen de Juan Domingo Perón, pero sin resultados notables. Muerto Perón, la producción tomó mucho tiempo en recuperarse, perdiendo el lugar que ha-

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bía ocupado en épocas anteriores, ocupado por México. Figuras importantes como Torre Nilsson, Lautaro Murúa, Bemberg y Solanas jalonaron un periodo de restricción de casi 20 años, hasta que la conjunción de bonanza económica, libertad y ayuda estatal permitieron un relanzamiento. A partir de los 90 los nuevos realizadores que se dan a conocer como Subiela, Bielinski y Campanella,20 junto a brasileños como Walter Salles Jr. o José Araújo, y muchos otros, deben trabajar ahora en un cine que ya no corresponde a los referentes nacionales de sus predecesores ni de sus públicos.

TELEVISIÓN Y NARRACIÓN La legitimidad de los campos cinematográficos se ha replanteado a partir del auge de la televisión. Las crisis de las industrias mexicana y argentina guardaron paralelismo con el aumento de las audiencias televisivas, en particular con el consumo de los géneros de mayor demanda: la telenovela y la comedia popular, convirténdose en características del paisaje audiovisual del continente. Por ejemplo, actualmente México produce sólo unos 10 largometrajes anuales, mientras el gigante Televisa exporta sus telenovelas a 89 países, un equivalente a más de 1,000 horas anuales de ficción, por un valor aproximado de 100 millones de dólares, según estima Daniel Mato para 1997.21 En el Brasil, donde la producción fílmica mantuvo su nivel, la chanchada (género cómico) emigró a la televisión hace 30 años, mientras el melodrama se fortalece por las telenovelas, cuyo «modelo Globo de calidad», le sigue aportando mucho público a las cintas protagonizadas por sus

actores y actrices más populares22. Además, estas películas recaudan una parte considerable de su ingreso por su emisión televisiva, cuyo número de espectadores puede superar al de las salas (cita Getino, Fadul, Sodre). La disminución de públicos y salas ha sido muy clara hasta mediados de la década pasada: de 1970 a 1995 los públicos mexicanos disminuyeron de 253 a 63 millones; en Argentina, de casi 60 a menos de 8 millones de 1970 a 1992; en Venezuela la caída es de 45 a 18 de 1980 a 1993, y en Chile de 57 a 8 entre 1970 y 1993. Sin embargo es mejor no generalizar, pues en realidades tan disímiles como las de Cuba y de Estados Unidos el boletaje cinematográfico ha aumentado. Esto forma parte de una recomposición de relaciones entre los medios audiovisuales, cuyo proceso es ahora de una diferenciación prácticamente continua de formatos y de combinaciones entre géneros, en un marco de mercados desrregulados e intensa competitividad.23 Al respecto es útil la comparación con la telenovela, por ser el género de mayor consumo. Por un lado, la fragmentación del discurso inherente a la recepción televisiva24 (interrupciones del espectador, zapping, publicidad) se contrapone al aislamiento del espectáculo en sala. Además debe prestarse atención al contraste de sus estructuras narrativas y condiciones de producción con las del cine. Es cierto que la exportación de telenovelas no conduce necesariamente a la homogeneización de las narraciones en función de los múltiples países a los que se le destina. Pero es igualmente innegable que la estereotipia de los


La vocación del cine ha variado con estos modos de ver distintos, configurados más por el marco social de uso de la tecnología que por la tecnología misma. Para las mayorías populares, la televisión, en particular la de señal abierta, tomó a su cargo la creación de referentes simbólicos de pertenencia y el modelaje de conductas modernas, incluyendo telenovelas, talk shows y programas cómicos. Esto ha significado el relevo de los antiguos cines nacionales populistas y sus sucedáneos en ese rol, desempeñado en otras épocas en espacios audiovisuales más ralos y más ligados al territorio (las salas), vale decir a unas culturas urbanas con menos imágenes y más comunicación en las calles. Pero por otro lado, esa sensibilidad lacrimosa del melodrama latino migró hace décadas del cine a la televisión, donde acaso encontró un dispositivo de recepción más adecuado a la carga de oralidad de los receptores, como si hubiese sobrevivido cierto destiempo constitutivo entre las condiciones de producción del relato audiovisual en las industrias hegmónicas y las de recepción en la mayoría de las audiencias de América Latina.

Jesús Martín Barbero relaciona la abundancia de formatos con cierto menoscabo contemporáneo de la narración.25 La narrativa puede asociarse con la importancia de la temporalidad en tanto dimensión de la experiencia humana, que textualiza su profundidad y la expresa como trayecto recorrido por un mismo sujeto. En esa medida, la crisis de la narración implica una pérdida de esa profundidad (o metafóricamente, de esa tridimensionalidad) a favor de un achatamiento de la experiencia, limitada al aquí y ahora. Pero el predominio de los microrrelatos resultante, su permanente reciclamiento, el reemplazo de lo velozmente obsoleto por lo efímeramente nuevo, no es algo nuevo en la industria cultural, salvo quizá la duración de los ciclos.26 Lo que sí es inédito es su proliferación bajo múltiples soportes y formatos y su circulación en flujos desterritorializados, así como la incalculable variedad de gramáticas de producción audiovisual inventadas, usadas y luego desechadas, cuyo sentido muchas veces se agota en el mero juego operativo y efectista. En cambio, la cinematografía de largo metraje todavía es, dentro del complicado universo de la circulación de imágenes, lo que mejor se adecua a la narración; es capaz de despertar al sujeto a su memoria, abrirlo a sus mitos y ubicarlo en su tiempo. La vocación del cine ya no estriba por lo tanto en la incorporación del sujeto a la modernidad, sino en su potencial de estetizar algo particular, si por la raiz griega de ese término entendemos provocar la contemplación en el espectador, inducirle como vivencia sensible lo que la mirada fílmica ha descubierto de extraordinario en aquello que, fuera del arte, se hallaba escondido en lo banal.

AMÉRICA LATINA EN LA GLOBALIZACIÓN Lo planteado significaría desplazar la visión de un cine de la cantidad hacia uno de la calidad, lo que, como bien sabemos, es sumamente difícil, un desafío a la débil producción del continente. Frente al cine americano, cuyos modos de contar, su lengua y sus mitos tienden más que nunca a universalizarse -y al margen de la admiración por las películas que siempre ofreciólos cines latinoamericanos podrían basar su legitimidad en producciones que articulen la diversidad cultural y los modos de narrar propios con el espacio audiovisual global. Con la crisis de la producción de largometrajes, que también hace estragos en las cinematografías europeas, resulta ilusorio creer que la producción latinoamericana atraiga al público en base a imitaciones pobres del cine norteamericano, salvo excepción, ni menos, recurriendo al nativismo o al miserabilismo. Lo cual no implica no trabajar en pos del éxito comercial. Una investigación dirigida por Néstor García Canclini en México hace varios años mostró cómo efectivamente hay nuevos públicos interesados en una cinematografía local que trascienda estereotipos, pudiendo encontrarse lo mismo en otros lugares. Lo que igualmente se contrapone a las imágenes deformadas del continente frecuentemente producida en las grandes empresas televisivas latinoamericanas.27 Pero ello requiere pensar a los cines de América Latina con amplitud, reparando en dos elementos: por un lado, cómo es hoy el sujeto cultural, y por otro, dónde estamos ubicados frente al «cine único».

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personajes, la sobreabundancia y reiteración en las conversaciones, las ocurrencias para mantener el ritmo, y otras convenciones dramatúrgicas son elementos comunes subyacentes a las diferencias entre la producción de uno y otro país. Más aún, las referencias a la cotidianeidad familiar, al conflicto por el reconocimiento y al consumo mismo (el merchandising,), por permear relaciones sociales reales no dejan de ser estandardizadoras en el plano de la creación.

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Con respecto a lo primero, Déborah Holtz señaló en la investigación referida más arriba que «debido al vacío de referentes propios tanto actuales como históricos, la posibilidad de identificación la otorga el cine norteamericano» al público mexicano; el mismo resultado que el de una investigación nuestra sobre los espectadores de Lima.28 Sin embargo esto no es tan simple. Al sujeto contemporáneo le queda mucho sitio en su habitus para consumir ficción, pero eso es algo estructurado. El largometraje y la telenovela ocupan lugares que tienden a ser recubiertos por la oposición global/ local, lo cual también compartimenta tramas argumentales y divos admirados. Se trata además de la dualidad pantalla grande/pantalla chica, con ésta última como depositaria de los referentes locales, con las salvedades de los largometrajes dominicales en algunos canales de señal abierta, cuyos ratings son altísimos,29 y la popularización del mercado de locación de vídeos. Dualidad estratificada, pues los estudios muestran una recurrente segmentación por edad, niveles de instrucción e ingreso que ubica a la mayoría de asistentes a salas entre la gente con estudios superiores y menor de 35 años, algo semejante a la sintonía de canales de cable especializados en largometrajes como HBO o Film & Arts. Designa no sólo los distintos «estilos de vida» percibidos por las técnicas de marketing, sino una pluralidad de preferencias -acaso contradictorias, jerarquizadas, y en permanente reciclamiento- que coexisten dentro de un mismo sujeto. En otros términos, la fruición de la ficción audiovisual implica un elemento socialmente común de subjetividades lábiles e identificaciones

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móviles y volátiles que se adoptan el uso de distintos medios, al mismo tiempo que el pluralismo del sujeto permanece estratificado por sus posibilidades materiales de acceso y las competencias para la lectura de las que dispone. El dégradé que lleva desde las salas con proyección de alta luminosidad y sonido Dolby digital o el DVD hasta el mismo filme doblado y visto en televisor blanco y negro de 14 pulgadas describe desigualdades atroces que cuestionan cierta retórica de la globalización. En todo caso obligan a distinguir entre, de un lado, los mercados emergentes de consumo segmentado, corolarios de la desaparición de la memoria del relato audiovisual popular, y de otro, la utopía transcultural mediante acceso generalizado a la última tecnología. Más que equivocado, sería demagógico pretender que el adelgazamiento de los referentes simbólicos nacionales en nuestras sociedades nos esté haciendo ciudadanos del mundo. Al contrario, son precisamente las trabas resultantes de la globalización financiera y comercial las que empobrecen regiones íntegras en ciertos países, estratificando aún más el consumo audiovisual. Actualmente el 25% de los hogares norteamericanos dispone de un equipo DVD y cerca del 90% de una videograbadora. El abismo que separa a las audiencias con acceso a la oferta mediática múltiple (salas bien equipadas, abundante vídeo de alquiler, televisión de cable o satelital, DVD, información en línea, etcétera), y las que se limitan a la televisión hertziana y al repertorio limitado y desgastado de videocassettes piratas se equipara con la oposición entre cosmopolitas y locales establecida

por el antropólogo sueco Ulf Hannerz.30 Las tradiciones de lo nacional efectivamente se evaporan, pero el sentido de lo local permanece. Y la necesidad existencial de estetizarlo para ubicarlo en el horizonte personal requiere de la invención de referentes, o de la relectura creativa de los que se disipan. Esto permite al espectador reconocerse en el presente y atar cabos con el pasado. Función del relato tanto más evidente en cuanto el clima mismo de contingencia que acompaña al descentramiento cultural lo exige. Películas recientes como El hijo de la novia de Juan José Campanella (2001), Nueve reinas de Fabio Bielinski (1999), Chacotero sentimental de Cristián Galaz o Amores perros de Gonzales Iñárritu, lejos de ser «difíciles», son todas éxitos comerciales logrados por su filo crítico y su actitud anti- star system, que lleva a comprender el aquí y ahora con una densidad que las narraciones televisivas, absorbidas por el narcisismo y el estereotipo, no tienen por vocación producir. En suma, decir que los cines latinoamericanos sirven para afirmar una identidad es lo opuesto a una defensa del folklore o de una esencia cultural, aún así traten acerca del pasado. Tener acceso a una oferta de narración audiovisual más variada, de mejor calidad y en mejores condiciones técnicas, incluyendo pantallas chicas, es una aspiración mayoritaria insatisfecha debido a la falta de poder adquisitivo. Si bien esto no es explícito, la demanda explosiva de televisores grandes con pantalla plana, así como de video-grabadoras de última generación, es de por sí ilustrativa del sueño del cine propio en casa. Y el hecho


El segundo asunto por abordar es el vínculo con el cine americano, singular, qué duda cabe, por razones de proximidad histórica y desigualdad económica. Como antecedente, la oralidad primaria prevaleciente en Hispanoamérica a inicios del cine sonoro fue una barrera para la producción del país del norte, dado

el rechazo al subtitulado y la ajenidad del inglés. Esto condujo en el Hollywood de 1930 a producir 40 largometrajes en español, totalizándose 85 hasta 1940, destinados al público del continente.31 Tradición «latina» de la que nacieron figuras como Dolores del Río y Ramón Novarro, con orígenes aún más antiguos, dada la presencia mexicana en California, que hacia 1918 ya iba a 5 cines en el centro de Los Angeles a ver películas de su país.32 A la inversa, el magnetismo de los géneros americanos se asentó en el continente hace algo como noventa años, a lo que se añadió, a falta de potencial económico, el culto al american way of life, lo que objetivamente ha hecho oscilar los imaginarios latinoamericanos entre la ensoñación ilimitada del cine hegemónico y el deseo de reconocimiento, hasta convertirse casi en una ambivalencia constitutiva de la modernidad cultural latinoamericana. El resto de la historia es conocido. Es útil confrontar esto con otros modelos de campo cinematográfico. Los países grandes de Europa han contado con alto potencial productivo desde hace casi 100 años, con géneros variados y adaptados a la talla de los mercados, más una legitimidad cultural enlazada con la de las artes y letras y unos acentos identitarios que hacen del cine un asunto de Estado. El apelativo de «cines nacionales» no resulta entonces inapropiado, no obstante un fomento a la coproducción que es moneda corriente hace más de 30 años y le sigue dando vigor a la industria. Todo ello no hace retroceder a la abrumadora competencia de Estados Unidos, que ocupa un promedio del 73% de las pantallas, (aunque en España descendió del

77 a 62% entre 1992 y 2001). Esta supremacía es aleccionadora e invita al realismo si comparamos con nuestro continente, donde las perspectivas de integración están en pañales y el intercambio cinematográfico no llega al gran público. Por ello no es prudente afirmar que lo nacional desapareció. Pese al proceso de integración regional, los países europeos casi no se miran entre sí; por ejemplo, la programación de películas francesas en Alemania no llega ni al 1% de los estrenos y en España apenas alcanza el 3.6%. A pesar de todo ello, el cine de la Unión Europea ha incrementado su presencia en las pantallas de la región del 17 al 23% entre 1991 y el 2000, con unos 250 millones de espectadores más.33 Destino semejante tiene el exmodelo estatal de Europa oriental, cuya actividad se mantiene pese a la apertura comercial y las privatizaciones. La Rusia postcomunista produjo más de 400 largometrajes hasta 1999, Polonia más de 200. Otro término de comparación es el de las cinematografías que fueron ajenas a la hegemónica, como las de China, Egipto o la India. Por encontrarse geográfica y culturalmente lejos de Hollywood, cuentan con una producción independiente y sostenida de larga data, generalmente de baja calidad y protegida por sus Estados. En estos países pobladísimos los procesos de modernización fueron acompañados por una demanda de ingentes cantidades de narración, abastecida localmente a causa de diferencias lingüísticas y pruritos ideológicos. Aunque ya ingresaron al baile de la globalización, su producción no ha sido mellada; la ha incluso potenciado. Titanic logró en China la bicoca

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de que la afición a «ir al cine» esté reducida a ciertos segmentos no impide considerar que se trata efectivamente de algo inquietante. Es cierto que la crisis de las salas, que para algunos era la muerte del cine, ya es una página volteada en muchos países desde el afianzamiento hace varios años de las salas de los multiplex, que por el contrario atraen nuevos públicos. Ahora bien, como este fenómeno es posterior a la consolidación territorial de las audiencias televisivas en América Latina, su difusión es limitada, además del alto costo de inversión. Por ejemplo, mientras en Lima el número de salas de exhibición ya alcanza una cifra comparable a la de hace 25 años con la aparición de multiplex gigantes de hasta 16 pantallas, en el interior del Perú la extinción de los cines es prácticamente total, en contraste con un parque de exhibición que en su conjunto superaba hace igual número de años al de la capital. Curiosa yuxtaposición de centralismo en versión neoliberal con apetitos cinematográficos frustrados cuyo resultado son pésimas proyecciónes públicas y en pantalla grande de vídeos piratas de dudosa calidad. Déficits como estos tipifican los infortunios de un Cuarto mundo cinematográfico a cuyo sujeto, sin narraciones para re-conocerse en lo local y lo nacional, no le queda más que migrar o quedarse en su confín mirando lo peor de la globalización.

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de unos 40 millones de espectadores, monumental éxito de taquilla que no ha impedido expresarse a la nueva hornada de cineastas chinos que como Chen Kaigé y Zhang Yimu figuran en las ligas mayores del buen cine. Sin embargo, el mayor conocimiento de obras de cinematografías poco conocidas o emergentes -Corea, Irán, Israel, Finlandiason golondrinas que no hacen el verano. Si comparamos, las capacidades productivas latinoamericanas son menores, salvo en Brasil y México. La talla de los mercados nacionales ya es otro tema, pues no es insuficiente de por sí. Su exigüedad proviene en algunos casos de la migración de los géneros narrativos hacia la televisión -lo melodramático a la telenovela principalmente-, que si bien existe en otras regiones, en nuestro continente llevó a los exhibidores a extremos de crisis entre los años 80 y 90, por algo llamados de la «década perdida». El aumento explosivo de las videorreproductoras es otro indicador del efecto de las transformaciones de las culturas urbanas. Pero la preferencia por ver cine de alquiler en casa depende entre otros factores, del poder adquisitivo. El 88% de los hogares australianos cuentan con una videorrperoductora; 86 de los candienses y americanos; 87 de los franceses y holandeses; pero sólo 38% en el Brasil y 15% en el Perú.34 A su vez, el peso de la televisión ha subordinado al cine, fijándole parámetros. Le ha prestado su star system y reducido a definirse frente a ella por diferencias comerciales como la de mostrar y decir todo aquello de escabroso que se excluye de la pequeña pantalla, para conveniencia de la inversión de poco

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riesgo. La alternativa de un cine original pero accesible y legitimado culturalmente se ha hecho más difícil con la tendencia de las majors de Hollywood a copar las salas. Así, de 1970 a 1995 la importación de películas americanas en México aumentó del 40 al 60%, en Ecuador superó el 90%, en Venezuela ha llegado a duplicar entre 1975 y 1993, del 40 a 80%, etcétera.35 Pero más allá de los números, la posición culturalmente fronteriza de América Latina frente a la industria norteamericana es complicada. Acaso lo suficientemente cerca de ella para sucumbir a su magnetismo y compartir nombres y temas, renovando la vieja tradición de los hispanos, pero siempre lejos por el abismo de matrices culturales.

LA NECESIDAD DE POLÍTICAS No se trata de argumentar en contra o a favor de Hollywood per se. La crítica va más bien al desfase entre, de un lado, los flujos culturales activados por la globalización, que incluyen complejas dinámicas nacionales y regionales, y por otro, este predominio americano, constitutivamente incapaz de traducir las tensiones y la riqueza simbólica de esos flujos. Ello se debe sencillamente a que la globalización carece de un centro, lo que hace imposible a un solo sujeto narrador apropiársela para dar una sola visión de conjunto. En otros términos, este invasivo copamiento de las pantallas y americanización de la ficción cinematográfica objetivamente impide la circulación de otros tantos relatos que expresan otras experiencias del descentramiento cultural, lo que lleva a confundir americanización con globalización. Al contrario, con la intensa circulación

planetaria de personas, bienes materiales y simbólicos se configuran escenarios de diversidad que deberían invitar a la curiosidad y a la mutua tolerancia. Ese desequilibrio provocado por un «cine único» sería entonces una metáfora benigna del odio y la violencia generadas por la intolerancia y de las que el propio pueblo americano fue víctima con la tragedia del World Trade Center de Nueva York. Ahora bien, puede observarse que esta cinematografía también ha ido cambiando desde dentro. Los «independientes» se abren paso tematizando lo que las majors no abordan, innovando en los géneros y reduciendo la costosa participación de las superestrellas.36 ¿Y cómo se enrumba América Latina? No puede verse para el mediano plazo una producción caracterizada por su algo volumen, pero sí puede y debe asumirse que el futuro está en la integración regional, por razones de costo y mercado, pero sobre todo de problemas comunes de afirmación cultural. Problema fundamental quizá sea la falta de claridad en las políticas culturales. Con justa razón critica García Canclini el anacronismo del que hacen gala los Estados ignorando a las industrias culturales al mismo tiempo que celebran a pianistas clásicos y pintores, y protegen los monumentos históricos,37 cuando el drama de las identidades se está jugando en aquéllas. Un indicio es la admiración mundial profesada hacia escritores como Borges, Paz, Vargas Llosa o García Márquez, en contraste con el insuficiente reconocimiento a algunos cineastas latinoamericanos destacados incluso en sus propios países. Sin menoscabo de la novela y el cuento, las políticas culturales deben primera-


El primero de estos tres asuntos es el más grave. La progresiva supresión de barreras aduaneras y la restricción a la asistencia estatal harán aún mayores el predominio audiovisual anglosajón y el recorte de la producción latinoamericanas. Como se sabe, la cláusula de la «excepción cultural», resultante de una iniciativa europea en el debate sobre el comercio mundial de 1993 de excluir los bienes culturales audiovisuales de los acuerdos del GATT es de una duración limitada.38 La protección a la producción de imágenes en regiones íntegras conseguida mediante esa cláusula tiene vigencia hasta al año 2003, a menos que entonces se apruebe una prórroga de tres años. Las protestas antiglobalización que suscitan las reuniones de la Organización Mundial de Comercio sin duda aumentarían si, de levantarse esa «excepción cultural», se añadiesen las quiebras de más de un cine nacional a la fragmentación económica inducida por la ortodoxia neoliberal. En el plano de las cinematografías latinoamericanas, las inquietudes van por el lado de la creación del ALCA (Area de Libre Comercio Americana), frente al cual es necesario dar respuestas articuladas regionalmente si el reto es el de la competitividad. Por lo tanto, el segundo asunto consiste en unir esfuerzos en proyectos durables y de envergadura, como los que promueve el Programa IBERMEDIA. Este fue aprobado en la Cumbre Iberoamericana de Jefes de Estado de

1997, y constituye seguramente el intento más serio de crear un espacio regional audiovisual, con la ventaja de las participaciones de España y Portugal. La toma de consciencia al nivel más alto de la necesidad de afirmar las culturas de esta región ampliada mediante el cine, integrando procesos de producción y distribución, pero manteniendo la diversidad, es de por sí un logro, aunque todavía esté dando sus primeros pasos. En Agosto de 2002, IBERMEDIA tenía en cartera solicitudes de ayuda financiera para coproducir 52 largometrajes de once países (se requiere de un mínimo de tres países para la coproducción), y para desarrollar 56 proyectos.39 Además de ser una posibilidad de recuperar costos en mercados ampliados, el intercambio de películas a escala continental favorece el conocimiento mutuo, suponiéndose que, a la inversa de la telenovela, las escrituras cinematográficas tienen una densidad que despierta otro interés que el consumo de estreotipos. No menos importante es el tema de las innovaciones tecnológicas. Históricamente, la narración ha ido cambiando según los soportes con que ha contado. Recordemos que las cámaras portátiles con toma de sonido directo facilitaron en los años 60 la renovación del realismo cinematográfico y la personalización de la expresión, de donde se afirmó el «cine de autor». En la última década las nuevas tecnologías introdujeron una mutación cualitativa que ha originado nuevas formas de narrar y de ubicar al receptor frente a lo narrado. Su importancia no reside en la multiplicación de los soportes; se deriva del cambio cualitativo suscitado por el avance de la informática y la digitalización de las

imágenes, que instauran un nuevo régimen de lo visible. La interactividad le da a la simulación en la computadora una operatividad particular, la de hacer visible lo abstracto. Como ha planteado Alain Renaud, «la Imagen contiene y despliega plenamente una cuota de Saber; inversamente, la visibilidad, asumida por la imagen, incorpora, materializa iconológicamente el concepto, al cual aporta la dimensión de una información estética, sensible».40 Esta mutua implicación entre visibilidad y discursividad es también una nueva relación entre el sujeto y la pantalla, cuyo ejemplo más simple es el Nintendo. El paso de la imagen-espectáculo al simulacro interactivo, equivalente al del texto lineal e irreversible al hipertexto arborescente y reversible, ya está creando nuevos imaginarios y distintas formas de leer, lo cual en un futuro no muy lejano transformará la industria. En cambio, el flujo de narraciones audiovisuales por Internet ya es una realidad, para la cual IBERMEDIA está creando CIBERMEDIA, un segundo programa de cooperación, cuyo objetivo es precisamente preparar al cine de Iberoamérica a incorporarse a los flujos audiovisuales ofrecidos globalmente en línea. Además, la ficción audiovisual quizá esté en la víspera de un vuelco, gracias también a la digitalización. La reducción de costos de rodaje y la facilidad de la edición no lineal brindadas por el vídeo digital perfeccionado están dándole un acceso previamente insospechado a realizadores que por límites presupuestales permanecían inactivos. Es cierto que la calidad de esta

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mente prestar especial atención a los debates sobre el futuro del comercio mundial y luego ubicarse en las perspectivas de la competitividad y la innovación tecnológica.

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Bangkok- y no la inmensa diversidad que se ve en las calles. Kymlicka ha deconstruido la tradición liberal norteamericana que pintaba idílicamente a los Estados Unidos como una tierra de integración cultural, para proponer la idea más realista de múltiples identidades rotando en torno a una cultura societal.42 En suma, la exigencia del multiculturalismo en una época de intenso movimiento migratorio efectivamente denominadores comunes y se convierte en una razón de más para asumir que la causa de los cines del continente debe subordinar el interés económico a los valores de la diversidad. Alain Touraine sostiene que la aspiración al multiculturalismo y a la conservación de la memoria histórica son en esta época equivalentes a lo que hace dos siglos fueron los movimientos por la soberanía popular y más adelante por el salario justo.43 Tal como estos actuaron y aún actúan en las calles, el teatro de aquéllas está en el espacio público de los flujos de imagen, texto y sonido. Cuánto recojan los políticos de esta constatación ya es otro cantar.

1. Datos tomados de http:// uis. unesco.org; http:// www.cnc.fr/; de la agencia Nielsen EDI (http://www. edidata.com); y de CRETON Laurent. Cinéma et marché. Paris, Armand Colin, 1997. pp. 106-107.

NOTAS

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imagen electrónica es inferior a la de la fotografía cinematográfica, pero la idea de producir sin la constricción de los distribuidores y la libertad de crear sin someterse a la estandarización comercial es una ventaja comparativa interesante para la producción independiente. El derecho de los cines latinoamericanos a algo más que sobrevivir es un principio compartido por muchos, incluso dentro de los Estados Unidos mismos, pues lo que está en cuestión es una lógica oligopólica y no la, por demás admirable, cinematografía de ese país. La multiplicación de producciones independientes de gran originalidad, ajenas a las majors de Hollywood es una ilustración.41 Pero en contrapartida, la gran industria luce también su capacidad de seleccionar y apropiarse de algunas para renovarse, dejando a la mayor parte en la orfandad. A fin de cuentas, la «americanización» del cine no tiene por referente a la realidad americana, ni es un hecho estrictamente territorial. La proyección colonialista del modelo de vida americano al resto del mundo es por lo tanto una falsa hipótesis, pues la diversidad y los conflictos culturales y étnicos nacidos en ella son algo que pocas veces figura, o no encuentra un significante fílmico que le haga justicia. Esa fragmentación característica de la globalización es también una línea gruesa que marca el lomo de la sociedad americana. En otros términos, hay que distinguir entre la realidad de los flujos y conflictos interculturales de esta época, de los que también forma parte la sociedad americana, y los referentes de la americanización, que son otra cosa, son imaginarios. Los imaginarios fílmicos más rentables -los que triunfan en Chicago y Denver, pero también en Sevilla, Caracas y

2. ORTIZ, Renato. A moderna tradi-çao brasileira. Cultura brasileira e industria cultural. Sao Paulo, Ed. Brasiliense. 1988. 3. Véase el capítulo dedicado a la ciudad de San Francisco de CASTELLS, Manuel. La ciudad y las masas. Sociología de los movimientos sociales urbanos. Madrid, Alianza Universidad, 1986, así como PORTES, A. and RUMBAUT, R.Immigrant America. A portrait. Berkeley & Los Angeles, University of California Press, 1990. 4. El juicio de algunos intelectuales americanos sobre la historia social del siglo XX separa lo que acontece en las últimas cuatro décadas de lo anterior. Se subraya cómo durante los periodos de migración intensa a Estados Unidos y de crecimiento de las grandes ciudades el ideal democrático jeffersoniano es percibido como la aspiración a una sociedad sin clases, en la cual aparece este modo de producción industrial seriado y accesible. Véase LASCH, Christopher. The Revolt of the Elites and the Betrayal of Democracy. New York, W.W. Norton, 1996. p. 64. 5. DOUGLAS, Mary e ISHERWOOD, Baron. The World of Goods. Towards an Anthropology of Consumption. Routledge, Londres y New York, 2001. pp. 43-47. 6. Hollywood no se impuso desde un inicio. El grupo empresarial PathéFrères fue la primera potencia en


7. Román GUBERN es sin ninguna duda quien mejor ha estudiado la relación entre el cine y los mitos contemporáneos. Son referencia obligatoria en la materia Mensajes icónicos de la cultura de masas. Barcleona, Lumen, 1974; y Espejo de fantasmas. De John Travolta a Indiana Jones. Madrid, Espasa Calpe, 1993. 8. Datos obtenidos de GUBERN, Román. Historia del Cine. Tomo I. Barcelona, Lumen, 1973. pp. 370-71, del World Culture Report de UNESCO, Paris, UNESCO, 1998, p. 352, y de http://www.cnc.fr/cncinfo/283/ panorama.htm 9. Fuente: http://firewall.unesco.org/ culture/industries/cinema/html eng/prod.htm 10. Datos de BILBATUA, M. (comp.) Cine soviético de vanguardia. Madrid, Alberto Corazón, 1971. p. 20. 11. http://firewall.unesco.org/ culture/industries/cinema/html eng/prod.htm 12. Las vistas panorámicas y documentales remontan a los últimos cinco años del siglo XIX. La ficción lle-

ga un poco después. El filme brasileño Rocca, Carletto e Pegatto na casa de detençao data de 1908, el mismo año de El Fusilamiento de Dorrego, el primero en Argentina, aunque el primer éxito comercial vino en 1915 con Nobleza gaucha. La primera película mexicana de ficción fue rodada en 1916. 13. Véase SARLO, Beatriz. Una modernidad periférica. Buenos Aires, 1988; y de Renato ORTIZ, op. cit. 14. Al respecto, véanse especialmente en HENNEBELLE, Guy y GUMUCIO DAGRÓN, Alfonso Les cinémas de l’Amérique latine, Paris, Lherminier, 1981, los capítulos sobre Argentina, Brasil y México de Octavio GETINO, Paulo A. Paranagua y Emilio GARCÍA RIERA sobre Argentina, Brasil y México respectivamente. 15. México ya era el primer productor en lengua española desde 1933. 16. GARCÍA RIERA, Emilio, op. cit., p. 379; PARANAGUA, Paulo A., op. cit, p. 166. En Internet puede consultarse un buen portal en el que figura una buena cantidad de sitios web latinoamericanos: http:// lanic.utexas.edu/la/region/cinema 17. El Estado populista dió un nuevo impulsó en 1949. Los grandes estudios construidos por la empresa Vera Cruz en Sao Bernardo do Campo y el propósito de difundir interna-cionalmente un cine de gran calidad terminaron en un fracasao económico. Salvo por O Cangaçeiro de Lima Barreto (1953), no quedó mucho más. En muchos otros casos, la cuota de pantalla era usada para colocar películas de mala calidad. 18. PARANAGUA, Paulo A., op. cit, p. 166. Puede encontrarse una buena reseña del cine brasileño contemporáneo en http://cinemabrasil.org. br/indexpo.html

19. GETINO, Octavio. op. cit., p. 3031. 20. Pueden consultarse http:// www.surdelsur.com/cine/, o http:/ /www.cineargentino.com 21. MATO, Daniel. Telenovelas: transnacionalización de la industria y transformaciones del géneros. En GARCÍA CANCLINI, N. y MONETA, J.C. (coordinadores) Las industrias culturales en la integración latinoamericana. México, UNESCO / Grijalbo, 1999. pp. 257-58. 22. Ver sobre todo los trabajos de Nora MAZZIOTTI La industria de la telenovela. La producción de ficción en América Latina. Buenos Aires, Paidós, 1996, y los contenidos en FADUL, Anamaria (ed.). Serial Fiction in Television. The Latin American Telenovelas. Sao Paulo, ECA-USP, 1993. Con respecto a los géneros cómicos véase SODRÉ, Muniz. A comunicaçao do grotesco. Introduçao à cultura de massas brasileira. Petrópolis, Ed. Vozes, 1971 y PEIRANO, Luis y SÁNCHEZ LEÓN, Abelardo. Risa y cultura en la televisión. Lima, DESCO, 1984. 23. Véase en http://www.uis. unesco.org/en/statistics/tables/ Cines: número de establecimientos, número de asientos, frecuentación anual y reacudación de taquilla. 24. SLUYTER-BELTRAO, Marilia. Interpreting Brazilian Telenovelas. En FADUL, Anamaria, op. cit. pp. 63-76. 25. MARTÍN BARBERO, Jesús y REY, Germán. Los ejercicios del ver. Hegemonía audiovisual y ficción televisiva. Barcelona, Gedisa, 1999. pp. 89-94. 26. Una ilustración de ello es el «presente sin memoria» de la relación de los videófilos mexicanos con las películas que alquilan. Asimismo, en esta investigación dirigida por

J.Protzel

la historia del cine, pues asoció la producción con la distribuión y la construcción de inmensas salas (llamadas palaces), así como con la fabricación de cámaras y proyectores. El desbastecimiento de película virgen negativa y las dificultades derivadas de la guerra le quitaron a Francia ese primer lugar. No obstante, muchos aspectos de la producción fílmica industrial creados por Pathé-Frères fueron determinantes en Estados Unidos, como también en Italia y posteriormente en la Unión Soviética. ABEL, Richard. In the belly of the beast: the early years of Pathé-Frères. En Film History, vol. 3, n.4, Londres, John Libbey, Diciembre 1993. pp. 363-385.

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Los cines de América Latina

Néstor GARCÍA CANCLINI destaca el desinterés de estos vidéofilos por qué películas alquilan, siempre y cuando sean de acción-aventura. En Consumidores y ciudadanos. Conflictos multiculturales de la globalización. México, Grijalbo, 1995. pp. 140141.

33. Información detallada en http:/ /www.cnc.fr/cncinfo/

27. GARCÍA CANCLINI, Néstor. (coordinador) Los nuevos espectadores. México, IMCINE, 1994. p. 142154. Como comenta MARTÍN BARBERO, la amplia convocatoria de la telenovela no la exime de su esquematismo ni de la baja calidad, debida al apetito de lucro de las grandes empresas. op. cit., pp. 9394.

35. Véase http://www.uis.unesco. org

28. HOLTZ, Déborah. Los públicos de vídeo. En GARCÍA CANCLINI, Néstor. (coordinador). op. cit., pp. 215-221. PROTZEL, Javier. Grandeza y decadencia del espectáculo cinematográfico. En Contratexto, 9. Lima, Universidad de Lima, 1995. 29. La agencia IBOPE-TIME de Lima informa por ejemplo que en Agosto de 2002, la telenovela de mayor rating, Como en el cine, lograba 18.8 puntos, mientras que la película Jumanji, con Robin Williams, la superaba casi en 50%, con 26.9. 30. HANNERZ, Ulf. Transnational Connections. Culture, People, Places. London, Routledge, 1996. 31. Sombras habaneras del cubano René Cardona fue la primera de esta serie de filmes, algunos de los cuales fueron rodados en los estudios de Joinville, en Francia. GARCÍA RIERA, Emilio. op. cit., pp. 369-70. 32. BEN AMOR, Leila. Les médias latinos aux Etats-Unis. En Problèmes d’Amérique latine. n. 43, nouvelle série, octobre-décembre 2001. Paris, La documentation Française. p. 87.

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comunicación

34. Datos del World Communications Report, publicado por de UNESCO. Paris, 1997, de http://www. recordingmedia.org, y para el Perú, de http://www.inei. gob.pe.

36. Para un buen análisis de las reacciones defensivas de la industria americana puede verse la obra citada de Laurent CRETON. 37. GARCÍA CANCLINI, Néstor. La globalización imaginada. Buenos Aires, Paidós, 1999. pp. 186-87. 38. Una buena reseña del debate sobre la excepción cultural en Iberoamérica más Italia y Francia es el dossier de prensa que entonces elaboró la Unión Latina. HULLEBROECK, Joelle. (ed.) Las negociaciones del GATT en materia audiovisual. Lima, Unión Latina, 1994. 39. http://www.programaibermedia. com 40. RENAUD, A. Comprender la imagen hoy. Nuevas Imágenes, nuevo régimen de lo Visible, nuevo Imaginario. En VV.AA. Videoculturas de fin de siglo. Madrid, Cátedra, 1996. p. 12. 41. No entendamos que la producción «independiente» es no comercial. AFMA, asociación de marketing para cine que los agrupa factura anualmente 4 billones de dólares (http://www.afma.org). 42. KYMLICKA, Will. Ciudadanía multicultural. Paidós, Barcelona, 1996. 43. TOURAINE, Alain. Pourrons-nous vivre ensemble? Égaux et différents. Paris, Fayard, 1997. pp. 208-209.


Profesora titular de la Carrera de Comunicación Social de la Universidad Autónoma-Xochimilco. Asesora de la Comisión de Radio, Televisión y Cinematografía de la Cámara de Diputados de la República Mexicana. Dirección: Cordobanes Nº 24, Col. San José Insurgentes Delegación Benito Juárez, 03900 México, D.F. Teléfono: (525) 6512371 Fax: (525) 5935194 E-mail: solb@cueyatl.uam.mx

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Nuevos parámetros en la investigación de las políticas nacionales de comunicación

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Beatriz Solis Leree

Investigación de las políticas nacionales

Si entendemos por político el ámbito del mundo en que los hombres son primariamente activos y dan a los asuntos humanos una durabilidad que de otro modo no tendrían, entonces la esperanza no es en absoluto utópica. Hanna Arendt

Siendo uno de los objetivos de este Seminario poner en juego nuestra capacidad de autocrítica para identificar los retos del trabajo de investigación en comunicación para la próxima década y en particular después de haber escuchado valiosos aportes en torno a la trayectoria y las cuestiones epistemológicas y teóricas de la investigación en el campo de la comunicación, corresponde apuntar ahora algunas consideraciones que nos permitan estable-

diálogos de la

comunicación

cer el rol de la investigación en este campo frente a las instituciones académicas y sociales. Las alianzas y agenda común entre las instituciones académicas y las instituciones sociales, no sólo son un eje fundamental propuesto en el programa planteado por los organizadores, es, fundamentalmente, uno de los parámetros que he de proponer para la ubicación de la investigación y la acción concreta de las nuevas formas de abordar las Políticas de Comunicación. La investigación de la comunicación en esta dimensión obliga necesariamente a pensar en lo que hacemos, en el sentido en el que Hanna Arendt propone, al ubicar la realidad no como un objeto del pensamiento, sino como aquello que lo activa. Es la realidad la que debe activar el pensamiento, promoviendo la investigación en términos de experiencia. Plantear una revisión de los postulados originales para una mejor articulación entre sus premisas teóricas y su concreción práctica es un reto fundamental. Si tomamos como pretexto y punto de partida la definición de Políticas de Comunicación que durante años marcó la pauta para el desarrollo de una importante línea de investigación sobre los medios de comunicación dominantes en nuestros países, y que las

ubican como una serie de principios y normas establecidas para orientar el comportamiento de los sistemas de comunicación, encontramos la necesidad de actualizar permanentemente el escenario al que refiere ubicando el espacio de la política como punto de encuentro de los diversos diagnósticos y sobre todo el rol que los Estados han cumplido y están llamados a cumplir mañana. Siguiendo esta lógica, la necesidad de enfocar el análisis de las Políticas de Comunicación debe, hoy más que nunca, vincularse necesariamente con la armonización de tres niveles complementarios e interrelacionados de todo sistema democrático y a los que deberá enfocarse la reflexión. (Ver cuadro de la página siguiente) En este esquema, el papel del Estado deberá ser replanteado frente a su responsabilidad como garante del cumplimiento de una función social de interés público como lo es la comunicación masiva, una nueva óptica debe ser incorporada para evaluar, entre otros puntos, aquellos espacios donde aún es posible impulsar el surgimiento de una nueva relación entre Medios, Estado y Sociedad. El plantearse un estudio sistemático de este nuevo escenario es particularmente pertinente como panorama al cual deberán enfrentarse de inmediato los profesionales de la comunicación. Los pe-


Estructura y régimen de las instituciones especializadas en el manejo del proceso de la comunicación Medios e Instituciones

Congruencia

Principios y normas Legislación e Instituciones

LO POLÍTICO. UN ESCENARIO QUE REBASA AL GOBIERNO En la última década han sido muchos los estudios que se han ocupado de conocer y a veces retratar las políticas

públicas en materia de comunicación, sin embargo en ese retrato nos hemos enfocado particularmente a diagnosticar las políticas gubernamentales, dejando de lado el análisis y la integración de asuntos fundamentales como: a) Las formas de relación entre la estructura de las instituciones y los actores fundamentales del proceso de la comunicación y de los niveles de determinación de las Políticas. b) El sistema político articulado en términos de Estado de derecho como un sistema más entre varios sistemas de acción1. c) La institucionalización de procedimientos y presupuestos comunicativos que posibilitan la producción de normas y reglas. d) El espacio público-político como poder comunicativo. e) Las repercusiones y formas de vinculación con las prácticas sociales y formas de vida, el fin último de las políticas de comunicación.

Hemos restringido, en muchos casos, la investigación de las Políticas de Comunicación al diagnóstico de los proyectos y acciones, o la ausencia de ellos, documentando las tendencias de concentración, la desnacionalización en el ejercicio de la función de los medios o las agencias informativas internacionales o las formas de administración de las instituciones mediáticas, etc. Hemos realizado, sin duda, aportes para el conocimiento de cada uno de esos niveles, incluso orientado algunas ideas hacia los gobiernos en el terreno de la acción de los medios. La particularidad de los trabajos en este campo se ubica mucho más en el nivel de los ensayos que de investigaciones acabadas. En el estudio riguroso que Raúl Fuentes2 ha realizado acerca del campo académico de la investigación de la comunicación en México, reporta datos que reflejan este escenario. El 13%

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riodistas, los comunicadores, actores fundamentales de las Políticas de Comunicación deben, con plena conciencia, asumir el conocimiento y la acción acerca del sustento político de su actividad. El análisis de la precisión axiológica, el grado de integración y congruencia de los sistemas de comunicación de acuerdo a las circunstancias vigentes en cada país en el marco de las tendencias internacionales serán las bases fundamentales para la reflexión y búsqueda de soluciones técnicas y políticas a la actividad de la comunicación social y serán los puntos fundamentales a desarrollar en este trabajo.

Sistema de Vida Cultura

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de las investigaciones realizadas tienen al Estado/gobierno como sujeto de investigación y sólo el 4.2% se ubican en el marco disciplinario económico/político que son las categorías donde se encuentran los trabajos que nos interesan ahora. Estas investigaciones, desarrolladas fundamentalmente desde las universidades3, reflejan el ejercicio académico de evaluar y juzgar, ubicado en el espacio de la razón, perdiendo, en muchas ocasiones no sólo su continuidad, que permitiera impulsar el abordaje histórico, sino su eficacia política al no materializar sus resultados en la acción o consecución de salidas concretas a los estudios realizados. En la investigación de las políticas, como en muchos otros campos, las prioridades de nuestras tareas suelen estar determinadas por «La trivia más que la academia, las ganas de sentirnos contemporáneos más que el diagnóstico científico de las necesidades nacionales. Y así posiblemente no son el desarrollo de los medios, ni mucho menos del país, sino las modas académicas lo que establece nuestros temas para tesis, coloquios y conferencias e investigaciones4». Hoy el reto que debemos asumir para profundizar el análisis de las Políticas de Comunicación es el de preguntarnos por los actores y los escenarios de la comunicación;

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comunicación

la gente y los espacios. Plantearnos la pregunta acerca de los escenarios de la acción es preguntarnos sobre las formas de organización social y su relación con las instituciones. Fijar nuevos parámetros para la investigación de las políticas de comunicación desde varios niveles, necesariamente interrelacionales: lo político y lo público; lo tecnológico y lo internacional, no como fines en sí mismos sino como espacios donde descubrir las relaciones que los hombres establecen con ellos, donde se ponen en común. La constante transformación y deslizamiento de los escenarios convencionales de la política, que salió de los recintos tradicionales del poder y empieza a expresarse desde la calle y desde los medios ha permitido que los grandes medios de comunicación disputen a las instituciones tradicionales el papel protagónico en los procesos de socialización y construcción de espacios claves de la política. Se hace indispensable entonces, la orientación del trabajo que permite la interacción entre el campo de la política y el campo académico sin desconocer que la distinción tradicional entre ambos se construye en torno a la oposición entre pensamiento y acción. De acuerdo con Arendt entre pensamiento y acción cabe una primera distinción, el pensamiento es un

trabajo reflexivo e implica diálogo interno, por el contrario, la acción es siempre concertada con los demás. Si bien es cierto, el ejercicio de la investigación en el campo de las Políticas de Comunicación requiere la facultad de pensamiento que busque sentido a las cosas, sometiendo a examen la experiencia, también es cierto que es necesario un examen crítico de las opiniones a fin de descongelar lo que el lenguaje ha congelado en «clichés, frases hechas, adhesiones a lo convencional, códigos estandarizados que cumplen la función socialmente reconocida de protegernos frente a la realidad, es decir, frente a los requerimientos que sobre nuestra actividad pensante ejercen los acontecimientos y hechos en virtud de su misma experiencia...»5 El hecho de que la actividad política se defina por la acción no significa que quien se ubica en ese escenario no se encuentre obligado a pensar, aunque muchas experiencias parecieran probar lo contrario; tampoco implica que quien se dedique a la vida académica esté impedido de actuar políticamente; muchos ejemplos tenemos de que la acción política del intelectual es indispensable y valiosa. El paradigma que debemos asumir es el de establecer una relación entre pensamiento y acción para que, mediante el uso de la facultad


También el análisis de algunos paradigmas jurídicos que posibilitan diagnósticos capaces de orientar la acción permitirá empezar a despejar algunas líneas de trabajo para este tema. Brevemente expondré acerca de la experiencia reciente en México, donde la llamada Reforma del Estado se ha convertido en un proceso largo y complejo, particularmente en el que refiere a la incorporación de una reforma de los principios y normas que orientan la acción de los medios y del Estado en su relación con ellos y su adecuación a los requerimientos actuales de las condiciones políticas, pero sobre todo sociales, encontrando barreras fundadas básicamente en sus casi ochenta años de vacíos e impunidades, pero en donde radica también su potencial dinamizador. Desde 1998, cuando el Poder Legislativo se constituye de manera más representativa, reflejando la modificación de la dinámica social, el Partido Revolucionario Institucional,

el PRI, quedó sin mayoría absoluta en el Congreso, y en esta relación de fuerzas se posibilita que, frente a la Comisión Parlamentaria de Radio, Televisión y Cinematografía quede un representante de un partido de oposición, el Partido de Acción Nacional, quien asume el trabajo retomando un par de iniciativas de ley que habían sido turnadas por la legistatura anterior (asunto poco común cuando el Congreso era un bloque homogéneo al servicio del Poder Ejecutivo). Una de estas iniciativas es la reglamentaria de los Artículos Constitucionales 6 y 7, en donde se expresan los derechos de expresión e información, cuyo antecedente normativo inmediato y vigente data de la Ley de Imprenta de 1917. No detallaré el contenido ni el viacrucis que en sólo un año y medio esta iniciativa ha debido enfrentar. Lo relevante, para ubicar su importancia, es la propuesta de replantear, desde una nueva concepción jurídica, asuntos tan fundamentales como los derechos de los periodistas, la responsabilidad de la administración pública de proporcionar información de interés público y transparentar sus relaciones con los medios, el derecho de réplica en todos los medios y, sobre todo, una instancia plural, con autonomía y representación ciudadana para dirimir los conflictos que el ejercicio de esos derechos fundamentales genere. La Comisión de Radio,

Televisión y Cinematografía, encargada de revisar, y en su caso dictaminar las iniciativas, inició un trabajo de acercamiento a sectores, como el académico, que tradicionalmente se habían mantenido al margen de esta instancia, convocando a un Seminario Interno para acercar a los legisladores a la reflexión del campo específico de la legislación de la comunicación y sus formas de inserción en el modelo mediático e institucional, posteriormente convocando a dos conferencias7 para analizar las experiencias internacionales sobre el Derecho a la Información y los modelos asumidos por el régimen de Servicio Público de los Medios. Esto realizado con la colaboración de instituciones académicas y organismos internacionales8 generando un espacio de interacción donde los profesionales de los medios, funcionarios de medios públicos y privados, legisladores de todos los partidos, organizaciones civiles y académicos e investigadores analizaron juntos temas fundamentales para la definición de un nuevo modelo de comunicación en el marco de la Reforma del Estado en México. A este trabajo se sumó el resultado de múltiples foros de consulta pública realizados en diversos momentos (1979, 1983, 1995) sin embargo, a pesar de numerosos esfuerzos por consolidar un marco jurídico e institucional claro y congruente con la realidad, los intereses políticos y eco-

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de juicio críticio, podamos ofrecer a la sociedad, a los actores directamente vinculados a la acción, una reflexión crítica sobre el rol de la comunicación en el mundo. Tomar distancia, sí, pero para «devolver la imagen sobre el sentido de las tareas que cumplen las distintas instituciones del Estado, los poderes (incluidos los medios) y su impacto sobre los distintos sujetos y colectividades que integran la sociedad»6.

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nómicos, tanto de grupos particulares claramente identificados con las organizaciones empresariales de los grandes medios como con las estructuras de poder del aparato burocrático del Estado, han coartado fácilmente las aspiraciones democráticas de la sociedad. Este intento, acusado de «ley mordaza» ha debido esperar mejores tiempos para materializarse. Lo que pretendo destacar es que hoy se nos presentan nuevos retos. Sin duda es un tema que no podrá dar marcha atrás porque los escenarios desde los que hoy se plantea muestran señales claras. Los protagonistas de la acción ya no están solos, han logrado establecer vínculos con los que tienen a su cargo la reflexión. Por primera vez estamos viendo a legisladores visitar las universidades para exponer su trabajo y los académicos, tal y como fueron cuestionados por algunos empresarios de los medios, han tomado el poder legislativo para su acción reflexiva. A ellos se encuentran estrechamente vinculados los ciudadanos que, a manera particular o a través de sus organizaciones, también se han acercado al poder legislativo para plantear la necesaria defensa de sus derechos a la comunicación y representación en los medios. Los vínculos establecidos en la búsqueda de una reforma jurídica de la comunicación en México también nos ha dejado, a quienes de manera

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comunicación

directa hemos estado involucrados, enormes lecciones acerca de la fertilidad del trabajo que integra y vincula. Nos ha forzado a sumar esfuerzos y articular los capitales y valores específicos necesariamente complementarios de cada uno de los sectores involucrados, que insisten y apuestan a la necesidad de hacer valer sus convicciones. Han respondido a la campaña de linchamiento y amedrentamiento con la propuesta de seguir peleando, ahora desde el escenario no institucionalizado del poder (sea éste el ejecutivo, legislativo o el partidario) y han constituido una Red (primero de hecho y próximamente formalizada), entendiéndola como una organización con diferentes ramificaciones enlazadas ente sí, como si fueran diversas calles afluentes a un mismo punto. Ese punto en común es la promoción de la conciencia sobre los derechos y responsabilidades de los diversos actores del proceso comunicativo9. Esta red incluye legisladores, académicos y profesionales de los medios, organizaciones civiles y ciudadanos que, aprovechando las posibilidades tecnológicas, se mantienen vinculados, «amarrando los nudos de la red» y vinculándose con la Red más amplia de iguales características que existe en América Latina la Red Latinoamericana de Derecho a la Información. Así, frente a los retos que hoy enfrentan las sociedades con-

temporáneas hay que insistir en un campo de investigación que apuntale la construcción de nuevos espacios que permitan que los hombres se acerquen a los hombres. Ese lugar de encuentro es el espacio de lo público. Detectar y cultivar espacios públicos autónomos, investigar sus formas de relación y su potencialidad política como forma de resistencia a la distorsión que los espacios de poder han filtrado será sin duda una enriquecedora tarea para una nueva forma de afrontar las Políticas de Comunicación necesarias.

EL DESLIZAMIENTO DE LO NACIONAL AL ESCENARIO INTERNACIONAL La disolución de la soberanía del estado nacional a consecuencia del espacio público mundial nos señala la necesidad de un enfoque distinto para plantearnos preguntas acerca de ¿Cómo establecer parámetros de análisis (en la reflexión) o reglas nacionales (en la acción) para la interrelación Sociedad/Medios o Comunicación/Política si éstas entran y salen permanentemente de las fronteras cediendo su control a los límites técnicos del medio utilizado? Cuestiones como la soberanía de los Estados, la protección de lo privado, el derecho de expresión, el acceso irrestricto a todos los bienes esenciales, incluida la información, son cuestiones que deben estar presentes en la definición de las polí-


En el orden jurídico, los esquemas nacionales ya no responden a las nuevas formas de relación y a las nuevas configuraciones políticas y económicas que aparecen con mayor rapidez que la capacidad resolutiva de las instituciones administrativas. Las recomposiciones políticas de los Estados Nacionales deberán recurrir, cada vez con mayor frecuencia, a los ámbitos internacionales y la normatividad mundial12, no sólo para el control económico del mercado sino para la defensa de las soberanías, sin afectar la agilización de la información circulante. En el contexto internacional existen experiencias valiosas. Revisar sus características, evaluar su repercusión nacional es un ejercicio de gran valor, particularmente en los momentos actuales donde la globalización y el desarrollo tecnológico nos obligan a equilibrar las políticas que en materia de información y comunicación se asumen en cada país. En ese marco no puede ser ignorado el valor de la información como punta de lanza de la internacionalización de la economía mundial y también como base

para el desarrollo democrático de los países y fundamento necesario para la incorporación de nuestra reflexión, no como objeto, sino como aquello que la activa. La generación de políticas públicas y su necesaria reflexión no debe ser asunto de unos cuantos, como hasta ahora ha sido, particularmente si de ellas dependerá la definición de formas de interrelación de los seres humanos en una sociedad. No son las instituciones en sí mismas, ni las tecnologías en su especificidad, ni el orden jurídico de las normas, ni lo político en su materialidad, lo que nos permitirá avanzar en la reflexión útil acerca de la relación Política/comunicación y la posibilidad de promover acciones concretas encaminadas a la definición de nuevos órdenes en lo que se denomina Políticas de Comunicación. Será, sí, la reflexión sobre el espacio y las formas en donde se hace posible la relación de los hombres con cada uno de ellos, pero no sólo para la autocomprensión de la mirada experta, sino para la de todos los involucrados. Tarea ambiciosa pero absolutamente indispensable para comprender las relaciones ente sociedad y comunicación.

ALGUNAS POLÍTICAS PARA LA INVESTIGACIÓN DE LAS POLIÍTICAS No quisiera terminar sin an-

tes aprovechar la oportunidad de apuntar algunas ideas que, aunque en otro orden, más pragmático tal vez, podrían contribuir al desarrollo del necesario trabajo de reflexión que como campo académico específico nos corresponde. A) La interrelación y reconocimiento del campo Hemos hablado del espacio público como lugar donde se materializan las relaciones que se establecen entre los diversos órdenes, donde la sociedad se refleja y se reconoce. Será necesario desentrañar también las dinámicas de reconocimiento que nos permitan una puesta en común que haga visible nuestra comunidad. Hasta hoy sólo se ha avanzado organizando asociaciones académicas. El obligado balance de fin de milenio también nos alcanza: ¿Qué significado tiene hoy la organización académica? ¿Cuál es la evaluación que podemos hacer acerca de la productividad de la asociación entre pares? Si se tiene claro el punto en común, la complejidad podrá estar, tal vez, en la búsqueda de formas de interacción entre los actores que conforman una organización y en la materialización muy concreta de salidas enriquecedoras del trabajo que la asociación promueve, y no como sustituto de otros espacios institucionales que existen para el trabajo de reflexión académica. Se debe concebir las aso-

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ticas y los principios normativos. La nueva función social de los medios deberá ser precisamente esa, hacer que prevalezcan estos principios fundamentales del respeto a la identidad propia y la identidad del otro independientemente del cúmulo y avance de tecnologías que nos depare el próximo milenio11.

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ciaciones como espacios para el reconocimiento y la interrelación de sus asociados, pero asumiendo la importancia de establecer vínculos y relaciones de alianza y concertación con distintos grupos que se relacionan con la acción, objeto de la reflexión. Hoy los investigadores tendríamos que resistir la tentación de sentirnos un grupo ajeno a la sociedad (referente necesario de nuestro análisis) y enfrentar el reto que significa intervenir, desde nuestro trabajo de reflexión y juicio crítico, en la comprensión y definición de formas de relación con las estructuras institucionales que enmarcan las relaciones entre los medios, el estado y la sociedad. La organización para compartir experiencias y proyectos entre quienes están interesados en avanzar en el conocimiento pero también en el desarrollo democrático de todos los niveles que involucran a las Políticas de Comunicación. Un paradigma de organización verdaderamente crítico no puede asumir de hecho la apariencia de esferas separadas, mas bien debe investigar las formas de integración, alianza y puenteo entre quienes reflexionan sobre la realidad y entre quienes la materializan en los hechos, sin dejar de lado, por supuesto a quienes la viven cotidianamente. Para ello se requiere una gran dosis de fuerza de

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comunicación

voluntad para enfrentar la amenaza del fracaso práctico y en este nivel la respuesta es fundamentalmente ética. «Asumir la reponsabilidad de escuchar con atención, usar la imaginación lingüística, cognitiva y emocional para captar lo que es expresado por el otro»13, abrirse al diálogo comunicativo. La necesidad de la interacción horizontal, particularmente en momentos como el actual, ya no es suficiente. En términos nacionales la interrelación entre los pares difícilmente tiene fronteras, las tecnologías nos permiten la puesta en común, la potencialidad del trabajo interinstitucional y regional es una necesidad urgente. B) Publicación y distribución de saberes La investigacion debe enfrentar las lógicas del mercado académico que busca -y logra, en muchos casos- el trabajo aislado y solitario en aras de un puntaje burocrático que en muchos países se convierte en una carrera contra el reloj para incrementar el salario. Los capitales que se invierten en investigación de este campo cada vez más se encaminan a la satisfación de intereses inmediatistas, tanto de los político-profesionales como de los empresarios, puestos ambos en plena competencia mercadológica. Todo esto sin duda forma parte de nuestro contexto, pero con esto y contra esto debemos trabajar buscando solu-

ciones específicas. La puesta en común tiene que ver también con la necesaria circulación de los saberes que han debido someterse a las lógicas mercantiles de la rentabilidad. La publicación de los trabajos, cuando se logra, muchas veces debe restringirse a la autorreferencialidad o a la circulación restringida, los esfuerzos de edición son absolutamente paralizados por la falta de mecanismos de distribución y libre circulación impidiendo la suma e incorporación de los avances. C) Intercambio formativo La falta de información confiable y suficiente de datos básicos para el análisis de los modelos de comunicación representa uno de los primeros obstáculos para la investigación en comunicación a lo que se suma la imposibilidad de acceder a los datos necesarios, especialmente en lo que se refiere a las Políticas Públicas, y cuando uno logra acceder se encuentra con discrepancias entre las distintas fuentes. Coincido con lo planteado ya acerca de la necesidad de información de resultados de investigación empírica como fundamento para y objeto mismo de la reflexión conceptual. Una tarea que en la región tenemos pendiente es la de buscar mecanismos que nos permitan incorporar toda la información disponible en una base de datos de fácil acceso (libro, CD, página web) y que


Para finalizar, quiero referirme a la propuesta de Richard Sennet a la pregunta acerca de cómo lograr un pensa-

blica en 1998. 4. Trejo Delarbre, Raúl. La sociedad televidente. La Jornada Semanal. México. 25 de mayo de 1986. 5. Arendt, H. de la Historia a la acción. Paidós, 1995:110. 6. De la Peza, Carmen. La interrelación entre los campos político y académico de comunicación. mimeo. México 1999. 7. En el mes de mayo de 1998 y en el mismo mes durante 1999. 8. UNESCO, Fundación Konrad Adenauer, CONEICC, FELAFACS, Universidad Iberoamericana, Universidad Autónoma Metropolitana, Red de Radiodifusoras Culturales y Educativas, AC. 9. Entre otros objetivos también se contemplan: pugnar por la aplicación de las normas, la utilización de las instancias y herramientas del sistema nacional e internacional de pro-

1. Aquí hubo la necesidad de

tección de la libertad de expresión,

incorporar al derecho de la

de la libertad de información, de los

comunicación como campo

derechos de los trabajadores de la

fundamental para los análisis

comunicación social y de los dere-

de la investigación de la co-

chos humanos en general. Impulsar

municación y, por supuesto, de lo

la discusión pública de los derechos

planteado en los planes y programas

que garanticen las libertades de ex-

de estudio de las facultades.

presión e información y el derecho a la información.

2. Fuentes Navarro, Raúl. La emergencia de un camp académico: continui-

10. Mediante el uso del correo elec-

dad utópica y estructura científica de

trónico y próximamente tendrá una

la investigación de la comunicación

página interactiva en la Web.

en México. ITESO-Universidad de Guadalajara, Jal., México, 1998.

11. Casas Pérez, María de la Luz. Desafíos del nuevo milenio. Una revisión

3. Salvo contadas pero relevantes in-

a los principios fundamentales de la

vestigaciones hechas desde algunas

comunicación. XX Encuentro Nacio-

áreas de la administración pública,

nal de Investigadores de la Comuni-

señaladamente las elaboradas desde

cación. México 23, 25 de abril de 1999.

la Coordinación de Comunicación Social de la Presidencia de la Repú-

B.Solis

Tengo la certeza de que el avance en la investigación y conocimiento acerca de las características de la producción social de la comunicación nos permitirá, algún día, ser más eficientes en el desarrollo de políticas encaminadas a la transformación histórica de las sociedades y plantear estrategias comunicativas apoyadas en el conocimiento suficiente de lo que se está haciendo y de sus repercusiones.

miento social justo. No puede ser (sólo) a través de una política de toma de posiciones, ni (sólo) a través de la universidad. La neutralización (parcialización) de los problemas, que sucede al sacarlos de la acción, no es tan solo un problema para la sociedad, sino también para los intelectuales. La (búsqueda de un pensamiento social justo) nos da la sensación de estar en una especie de suspensión social de la que hay que salir para reencontrar una idea (...) y no sólo se trata de reencontrar algo perdido, sino de inventar una manera de trabajar que produzca, en efecto la «carne de lo social».14

NOTAS

ilustre sobre el estado de la comunicación en los puntos más elementales. ¿Cuántas frecuencias de radio y de televisión existen en cada país? ¿Cuántos diarios y revistas? ¿Cuál es el grado de avance de las telecomunicaciones? ¿Cuál es el sustento jurídico de cada medio y de los derechos fundamentales? ¿A cuánto ascienden las tarifas por los servicios de transmisión publicitaria en cada país? Y un largo etcétera seguiría en esta lista de datos que desconocemos y cuya información sistematizada puede constituir un apoyo fundamental no sólo para la investigación comparada sino para dar cuenta de la infraestructura mediática sobre la que se sustenta el desarrollo de las Políticas de Comunicación y que sin duda nos permitiría avanzar en el análisis de la significación de esos modelos.

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12. Si se hubiera avanzado en la in-

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Investigación de las políticas nacionales

corporación de la normatividad internacional en materia de, por ejemplo, garantía a los derechos fundamentales de información y libertad de expresión, sólo bastaría haber incorporado al trabajo de investigación y al trabajo de la acción política algunos de los múltiples preceptos que sobre la definición de derechos fundamentales, en el marco de las Políticas de Comunicación, se encuentran en Convenios Interncionales, la Declaración Universal de los Derechos del Hombre aprobada por la Organización de las Naciones Unidas en 1948; el Pacto Internacional de los Derechos Civiles y Políticos del 19 de diciembre de 1966; la Declaración Americana de Derechos y Deberes del Hombre de 1948 o la Convención Americana sobre Derechos Humanos de 1969. 13. Palti, Elías. Ética y Política. Bernstein, Rotty, MacIntyre y las aporías de la (post) filosofía en Norteamérica, Revista Internacional de Filosofía Política Nº 8 Madrid 1996. UAM/UNED. 14. Roman Jóel. Una mirada a la ciudad. Entrevista con Richard Sennet, Revista Versión Nº 5. Universidad Autónoma Metropolitana, Xochimilco, México. Abril 1995: 108.

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L. Gallegos

Luis Gallegos

Reflexiones sobre comunicación global y local e identidad cultural en Chile

Periodista, docente de la Escuela de Periodismo de la Universidad de Santo Tomás, en Chile. Dirección: Av. Ejército 146, Santiago, Chile Teléfono: (562) 3624746 Fax: (562) 3624805 E-mail: gallegos@rdc.cl

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Luis Gallegos

Comunicación global y local

DE LA COMUNICACIÓN GLOBAL ... Interesa, para fines de esta reflexión, que intentemos aproximarnos a la definición de la comunicación global, que se resume en el concepto de la cultura de masas, definida como la cultura que nace con las comunicaciones de masas que hacen posible la entrega casi simultánea de mensajes idénticos mediante mecanismos de reproducción y distribución rápidos a un número de personas relativamente grande e indiferenciado en una relación anónima.1 Como toda comunicación, la global tiene sus defectos y virtudes. Entre los primeros, podemos señalar que tiene

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una visión generalizante de la cultura. Cada cultura se sustenta en una tradición, lenguaje, códigos y memoria específicos. La globalización de las comunicaciones, en una era de reestructuración de la producción de mercancías culturales, tiende a la estandarización cultural y a la recreación de estereotipos. La comunicación global, al homogeneizar los mensajes, puede derivar en la privación de las culturas. Como diría León Gieco, en esta globalización todos los globos se revientan. Sin embargo, la comunicación global tiene sus virtudes. La principal es disponer de un soporte tecnológico sin precedentes en las comunicaciones. La aspiración de toda cultura es a su universalización. Es su vocación ontológica, su razón de ser. La globalización resulta ser un dispositivo brillante a esta vocación. ¡Cómo hubieran deseado los griegos y otras culturas de la antigüedad disponer de satélites y de Internet! Su expansión y hegemonismo hubiera sido cosa de minutos. Por ello, no es extraño que pueblos indígenas avasallados -como los de Chiapas y mapuches-, hoy acudan a Internet como un instrumento para difundir sus derechos. El aporte de la globalización comunicacional es obvia para estos menesteres. En el fondo, la cuestión reside en qué cultura está detrás del control de los grandes medios de comunicación globales y cuáles son sus intereses.

La era de la revolución y mundialización de las comunicaciones ha creado situaciones de desavenencias culturales en otras latitudes. El vertiginoso cambio suscitado en la tecnología de las comunicaciones a través de la televisión abierta, por cable y el satélite obligó hace años a países como, por ejemplo, Canadá o Bélgica a proteger mediante programaciones locales, sus propias identidades culturales frente a la intromisión tecnológica y cultural proveniente de países con el mismo idioma. Desde la década de los setenta, Europa -y especialmente Franciavio reaparecer nuevas formas de nacionalismo cultural de intelectuales artistas, editores y trabajadores de la prensa, ante la amenaza de la invasión cultural de potencias internacionales2. La hegemonía que imponen los Estados Unidos en las comunicaciones globales no sólo se expresa en el control del 70% del mercado de las exportaciones de información por computadora y casi el monopolio de la información científica y técnica, sino en la presencia del inglés como el idioma internacional de las redes de información. Las comunicaciones que han incidido en este proceso son principalmente la televisión, la radio y el Internet. En distintos grados y formas, cada uno de estos medios de comunicación ha moldeado el tránsito cultural, acelerándolo en ciertas tendencias o retardándolo en otras. Las co-


Llama la atención en todo caso, el que la globalización de las comunicaciones con sus correspondientes impactos en las identidades culturales de localidades, etnias y naciones, salvo excepciones, no haya generado o incrementado un sostenido movimiento de resistencia que, de algún modo, se pronosticó como inevitable. Más bien ha habido una suerte de adaptación, integración o complementariedad cultural cuyos efectos aún no se pueden identificar claramente. En América Latina y en Chile, el tránsito acelerado a una globalización de las distintas esferas de la vida económica, política y comunicacional ha sido de manera aparentemente «natural» para sus actores. Sin aparente oposición, sin la suficiente irrupción del nacionalismo cultural. Es más, pareciera que se necesitaba de un fenómeno de esta naturaleza, sea para expansión de los mercados, sea para disputar liderazgos regionales, sea para reproducir estereotipos o por la necesidad de nuevos paradigmas y mitos. La globalización también ha tenido un efecto disolvente en

el antiimperialismo de antaño. En rigor, las actuales son circunstancias donde los Estados Unidos ejercen un omnímodo hegemonismo en todas las esferas, incluida la cultural. Mas bien son las tendencias liberales las que han dado muestras de disconformidad con esta suerte de sofocación e incluso etnocidio cultural a que la globalización somete a las culturas nacionales de diversas latitudes.

A LA COMUNICACIÓN LOCAL ... En este sentido, es relevante la presencia de actores que, al decir de cierto pensador del siglo pasado, han actuado como el topo de la historia: las clases, razas y géneros subordinados, marginados y desposeídos. Ellos son los que, desde distintas ópticas y guardando sus diferencias, han dado su voz de alerta y han organizado una incipiente resistencia expresada con diversidad. En otras palabras, es la ciudadanía, la que de manera dispersa, inorgánica y aún sin proyecciones estratégicas ha optado por disputar palmo a palmo territorios culturales a las transnacionales de las comunicaciones. Una de esas expresiones es la comunicación local que, apropiándose de la tecnología moderna o potenciando los recursos propios, ha intentado revertir parcialmente en espacios focalizados la transnacionalización del pen-

samiento y el espíritu y ha buscado recuperar la identidad propia de sus orígenes. Experiencias son múltiples: radio, cine y televisión comunitaria, prensa barrial y temática, video popular, teatro callejero, grafittis contestatario, arte popular, redes de intercambio, cantores de la calle, peñas folklóricas, religiosidad popular, entre otras. Podemos admitir que en los estertores del viejo milenio y en la alborada del próximo la confrontación con el neoliberalismo y la mundialización de las comunicaciones va a estar situada particularmente en la escena cultural -especialmente desde la esfera local- con un vigor inusitado y resurgido desde las entrañas más profundas del ser mismo de los actores involucrados. Dada la dimensión de segmentos sociales involucrados en estas experiencias, pareciera que la expresión comunicación local quedara corta. Porque ello induce a pensar en lo micro, en lo pequeño, en lo minimizado, en lo focal, cuando en realidad estamos ante una gigantesca multitud de personajes y ante una multifocalidad impresionante. Propondría más bien el concepto de comunicación ciudadana como la expresión que más se ajusta a la realidad de este fenómeno. Además, porque de todas las experiencias indicadas hay medios para todos los gustos. ¿Cómo definir a una radio comunitaria de 50 kilowatts como medio local? Imposible. La potencia y cobertura no

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municaciones globales tienen el efecto de una interculturalización en nivel planetario, que puede generar diversas lecturas, impredecibles opciones y múltiples impactos. El intercambio de mercancías, llevado al intercambio de mensajes globales, ha universalizado culturas, aunque también ha subordinado otras.

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determina el carácter del medio. La definición de comunicación ciudadana, además rescata el sello de lo que ha venido a llamarse el tercer sector de la sociedad. Lo ciudadano, como uno de los roles del individuo en su inserción social, en su asunción como ser en relación a, situado y conectado, referenciado por sus nexos con los demás. Lo ciudadano, no sólo en su sentido tardíamente liberal de los derechos y deberes, sino lo ciudadano como el espacio donde se dirime el futuro de la sociedad y, en definitiva, de la humanidad. Intentemos explorar y entender el por qué la comunicación local ha sido de modo natural y sin tránsito la que le ha salido, como dicen los comunicadores centroamericanos, como David frente a Goliat, a las transnacionales de la globalización. Un primer acercamiento nos induce a admitir que la globalización tiene grandes vacíos y carencias en su propuesta comunicacional que probablemente sean su sino existencial ineluctable. Una de ellas, la fundamental es salvo excepciones- la débil participación ciudadana, el acceso al medio del receptor, la recreación permanente de la dualidad emisor-receptor/ receptor-emisor, lo que, obviamente, el medio globalizado no lo puede hacer a plenitud por su propio carácter. En cambio, la comunicación local o ciudadana tiene la virtud de ser mucho más

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permeable y flexible a la participación social, de modo tal que se adapta a la realidad de los auditores y receptores. Esto hace que la gente asuma al medio como suyo, lo incorpore a su identidad, se apropie del mismo. No obstante, ello no significa que los medios globales no logran acceder en cierta medida a este tipo de apropiación por parte del receptor. Se pueden presentar situaciones donde algunos de estos medios globalizados efectivamente lo logran, particularmente en la radiodifusión donde la identificación con programas, personajes o con estilos es mucho más frecuente que con la televisión o la prensa. Pueden crearse situaciones de co-existencia entre ambos tipos de medios. En sondeos de sintonía se han dado casos donde radio-oyentes dan sus preferencias a radioemisoras satelitales, pero también a la radio local de su comuna, localidad o región. La diferencia radica en el grado de proximidad que se establece entre el medio y el receptor. Proximidad que está cifrada por códigos, lenguaje, memoria, complicidad, sentimiento, en otras palabras, por identificación cultural. Como parte de este empoderamiento que el receptor-emisor obtiene del medio local o ciudadano mediante su participación de mil diversas formas, podemos señalar que un aspecto crucial siempre presente es el de las expectativas de cambio que se desprende de ese tipo de relación medio-

receptor. Sean éstos cambios de carácter prosaico -servicios de utilidad pública o doméstica- o de carácter estratégico -desarrollo local, calidad de vida, medio ambiente, relaciones de fuerza, acumulación de poder-. El tipo de expectativa que se establezcan, naturalmente, siempre dependerán del grado y tipo de conciencia para sí del receptor. El medio local o ciudadano tiene -a diferencia del medio global que se percibe lejano y parte componente de las estructuras de poder- la virtud de constituirse potencial o efectivamente en el instrumento de transformación de la situación en que se encuentra la ciudadanía. El medio como posibilidad de ser instrumento de poder. Este es el quid del asunto. El empoderamiento que el receptor-emisor adquiere en el medio local también tiene una particularidad muy importante: la construcción de espacios democráticos locales o regionales. El acceso de la ciudadanía al ejercicio de la democratización de la sociedad y sus estructuras tiene más relevancia y fluidez desde lo local, desde lo propio y lo próximo. Por ello los medios locales tienen la excelencia para esta expresión de lo político y lo cultural. Y también en lo económico, cuando se trate de crear la gestión productiva en la población. Sin embargo, esta faceta no se verá satisfecha desde el medio global, excepto cuando la ciudadanía irrumpa en la conflagración de hechos políti-


Y LA GESTACIÓN DEL MITO CULTURAL NEOLIBERAL En Chile la identidad cultural ha tenido un proceso de transformación paulatina aunque creciente en dos esferas: en los paradigmas o modelos arquetípicos y en las relaciones sociales o en el sentido de pertenencia a un colectivo. Históricamente en este país estamos ante la típica expresión cultural de una nación creada a imagen y semejanza de valores propios gestados a costa de mucho ensayo y error. Expresión cultural con definidos rasgos enraizados a un terruño que, aunque apartado geográficamente de los centros de poder mundial, perfiló el carácter y personalidad propios del chileno. Sin embargo, este perfil fue paulatina, ineluctablemente y al compás del emergente modelo neoliberal- abriéndose al mercado internacional, a las culturas foráneas y a la fascinación del poder propio. Crecientemente el arquetipo cultural nativo fue trastocándose en otro con mucho exitismo, consumismo y autocomplacencia. Incluso en algunos casos de prepotencia. Los medios alimentaron un modelo de individuo

autosuficiente y autorreferencial. Este nuevo sentido del ser nacional se extendió rápidamente no sólo en la clase dominante, sino en las clases subordinadas que instantánea y mediáticamente adquirieron para sí los nuevos modelos y estereotipos, y los reproducían en sus esferas cotidianas de existencia. Uno de los arquetipos culturales emanados del modelo neoliberal es el del ciudadano-consumidor. La ciudadanía está determinada por la capacidad de consumo que disponga. La participación del ciudadano se ejerce en este caso en su accesibilidad al mercado. Las decisiones extra-económicas son delegadas a la clase política en cuanto tal. Al sistema no le interesa fomentar la participación política activa del ciudadano, le interesa mantenerlo cautivo en el consumismo y mitologizado en una autoimagen de bienestar y prosperidad. Aparentemente, el consumidor resulta ser el dueño de sus propias decisiones económicas; en esta dimensión es donde realiza su ser ciudadano. En las actuales circunstancias de crisis económica el bien disciplinado y obediente consumidor resguarda su ahorro sin «encalillarse»3 masivamente en el mercado y la banca y es persuadido a esperar para hacerlo cuando vuelvan los buenos tiempos que, se espera, sea el año 2000. Un rasgo cultural notable de este tipo de ciudadano despo-

litizado creado por el sistema es su individualismo. Se resta de la orgánica colectiva laboral porque puede atentar contra su estabilidad en el trabajo. Se resta de las expresiones orgánicas socio-políticas, sea porque no tiene motivaciones para ello, sea porque no satisfacen sus expectativas o simplemente porque no existen. Su acercamiento, participación, acceso o utilización de la orgánica social ocurre sólo cuando se ve amenazada su integridad personal, familiar, su entorno y su seguridad ciudadana. Teóricamente, todo individuo tiene, fundidos en sí mismo, tres roles en la sociedad moderna: productor, consumidor y ciudadano. Como productor es creador de bienes materiales o de servicios y, en cuanto tal, imprime su sello en el producto final o mercancía, como factor componente del capital variable y la plusvalía. Como consumidor es generador de la demanda del mercado y, por tanto, estimulador de oferta. Y como ciudadano es constructor de decisiones que, aunque él no las dirija o ejecute directamente, es mediado por el Estado, los partidos o las organizaciones sociales. Sin embargo, esta contextualización ideal del rol del individuo está mediatizada por los poderes que se entrelazan en las sociedades contemporáneas, donde los medios de comunicación globales y locales juegan un rol de distribuidor y catalizador de dichos roles.

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cos de envergadura o simplemente cuando se convierta efectivamente en poder local, regional o, en definitiva, cuando se instale como el nuevo poder del Estado.

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Comunicación global y local

Podríamos añadirle a ese individuo estructurado un rol también existente aunque insuficientemente recogido y valorado por las ciencias sociales, políticas, económicas o de la comunicación. Es el rol holístico, del arquitecto de utopías, constructor de sueños, diseñador del arte y las cosmovisiones que nutren y dan sentido escatológico y ontológico a su quehacer en las tres dimensiones estructuradas. Mientras que el ciudadanoconsumidor-de-mercancías se deleita con una autoimagen re-creada mediáticamente, en la esfera política la clase en el poder inventa e inaugura nuevos mitos sociológicos para suplir la ausencia de interlocutores o para crearlos de modo funcional a sus fines: el consenso. Este nuevo concepto resulta útil a la clase dominante para rehuir cuentas pendientes con pasados períodos nefastos y generar un nuevo tipo de sistema político-no-participativo. Mientras este denominado o supuesto consenso de las mayorías actúa como una forzada homogeneización de las diferencias, en la esfera social y política la globalización hace lo propio sofocando o estandarizando las identidades culturales -y hasta lenguajespropias de las diversidades. El tránsito a la democracia ha requerido en Chile no sólo ratificar un discurso ideológico de la fortaleza de su consenso político, sino paticularmente un laborioso marke-

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ting de su moderno y exitoso modelo económico. Ello, no sólo con el fin de atraer a inversionistas extranjeros y de tener una imagen competitiva y exitista en el exterior, sino también para el consumo del mercado interno, con vista a que la ciudadanía genere una identificación con el modelo, lo reproduzca y le dé soporte de largo plazo. Ello, obviamente, supone la generación de un estereotipo de individuo moderno, eficiente, audaz y exitoso. No importan en este caso las incoherencias que puedan haber en la macroeconomía en materia de pobreza, cesantía y reivindicaciones no resueltas; tampoco viene al caso el desfase entre una autoimagen creada en aras del mercado global, con las características culturales privincianas subsistentes. Lo importante es que la imagen externa del país venda. Lo realmente válido, desde esta perspectiva, es que la apariencia exterior del individuo denote competitividad y éxito. No obstante, vale la pena contrastar esta imagen del país, así como la identidad que se construye de los consumidores, con la implacable realidad de las cifras económicas. Según estudios de especialistas 4, la distribución del ingreso o la repartición de los beneficios del crecimiento económico en Chile se hace cada vez más injusta. Según la VII Encuesta de CASEN, del Ministerio de Planificación (MIDEPLAN), las cifras indican que la reduc-

ción de la pobreza se frenó y que pobres e indigentes suman actualmente casi cuatro millones, es decir, una tercera parte de los chilenos. Mientras en 1990 el 20% más pobre captaba el 4.1% de las remuneraciones, en 1996 la porción del ingreso de ese sector cae al 3.9% y para el año 1998 hay una nueva caída al 3.7%. En cambio la situación del quintil más rico se ha mantenido prácticamente inalterable. La encuesta CASEN indicó que dicho segmento recibía en 1990 el 57.4% de las remuneraciones, y en 1998 recibía el 57.3%. Es decir, el ingreso de los más ricos en 1990 es catorce veces mayor al que percibe el 20% más pobre, en tanto que en 1998 es dieciséis veces mayor. Esto obviamente sin considerar los ingresos del capital, es decir, aquí sólo se incluye los ingresos del trabajo y no los excedentes ni las utilidades de las empresas. Tómese en cuenta que estamos hablando del período democrático y no de la dictadura de Pinochet, que ya había castigado severamente la capacidad de los sectores más pobres para capturar mayores niveles de ingreso. Estamos hablando de un período denominado crecimiento con equidad y no cualquier crecimiento, sino de uno de los más espectaculares de América Latina. ¡Cuánto les gustaría a los países europeos e incluso los Estados Unidos mostrar un 7% de crecimiento promedio anual durante esta última década!


En cambio, en el período histórico precedente, vale decir, desde 1965 hasta 1973, lo que motorizaba al país eran otras motivaciones. El leit motiv para la acción ciudadana eran proyectos revolucionarios que irrumpieron a la escena político-cultural debido a la incapacidad de la clase dominante de entonces para enca-

bezar un programa modernizador, de cambios o reformas. Por cierto, esos proyectos revolucionarios al plasmarse en la Unidad Popular (UP) mostraron su sino: su carácter retórico. La UP no pudo plasmarse en poder real porque detrás de la retórica del discurso político, de la semántica revolucionaria, no existía sino el viento, el deseo, las puras ganas6. En el ámbito propiamente comunicacional, la UP debilitó su propuesta al segmentar su mensaje a la clase obrera -a la que consideraba la protagonista central del proceso-, sin involucrar a las otras clases con mensajes más comunes y universales. Sin embargo, aun así, fue una praxis colectiva barnizada por el paradigma revolucionario de acceso de las clases subordinadas al poder. No eran mitos. El mito es la interpretación enmascarada de la realidad y no conduce necesariamente a proyecto alguno de futuro. Es conservador. El paradigma, en cambio, brota desde la esencia y las leyes de la realidad, se abre paso en la historia y en la conciencia individual y colectiva con vocación de realización y de futuro. Es transformador. La política, la cultura y las comunicaciones de Chile desde mediados de la década de los 60 hasta el 73 tenían el sello de los paradigmas de entonces,en sus diversas manifestaciones. Fue una época epopéyica, inédita y prototípica. Desde 1973 a la actuali-

dad, en cambio, la cultura imperante y actuante es la del mito recreado a imagen y semejanza del autoritarismo y del neoliberalismo. Las grandes interrogantes son, ¿cuándo se cerrará este ciclo mítico?, ¿de qué modo advendrá el siguiente?, ¿qué características tendrá? y ¿con qué actores intervendrá? Para el sistema neoliberal chileno, la globalización de la comunicación resulta consustancial a sus fines. Le cae como anillo al dedo. La clase dominante con aspiraciones a extender su modelo exportador requiere de instrumentos comunicacionales funcionales a tal pretensión. La globalización de la producción y comercializción de las mercancías necesita de una herramienta comunicacional ad hoc que le permita, simultáneamente, disponer de mecanismos comunicacionales eficaces e instantáneos en la distribución de mensajes alrededor del planeta. Por cierto, antes de la globalización comunicacional está la globalización de las mercancías y la globalización de la política. Y aquí no está en cuestión si son mercancías para la paz o para la guerra. Son simplemente mercancías en circulación planetaria que requieren de comunicación planetaria. Una reciente encuesta en Chile indica que, aunque existen cuatro millones de pobres e indigentes, la gran mayoría de la población dispone de televisor y teléfono. El mercado de la televisión por cable,

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Es decir, si escarbamos bajo la superficie del sistema imperante y detrás de la máscara y del discurso con que se recubre el neoliberalismo, encontramos incoherencia. La esencia no concuerda con el fenómeno. Pero si el sistema requiere de ese enmascaramiento colectivo e individual, es porque el marketing así lo requiere. En la vitrina del mercado global hay que mostrar lo que encandila y brilla, lo exitoso y despampanante, no las hilachas, como se diría en Chile, es decir, las debilidades. En otra palabras, el sistema cultural y comunicacional ha girado en Chile en gran medida en torno a mitos. La cultura y las comunicaciones no se han nutrido de paradigmas o proyectos históricos, sino de una concepción mistificada de la realidad compuesta por una mezcla de nacionalismo, liderazgo, competitividad, exitismo y modernidad. El sistema socioeconómico cultural creado por la dictadura militar y continuado por los regímenes democráticos ha vendido la ingenua pomada5 del autodenominado jaguarismo, que sintetiza la metáfora del ganador.

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Comunicación global y local

el de la telefonía móvil y el acceso a Internet crecen a un ritmo sin precedentes, al punto que empresas nacionales son rápidamente fagocitadas por grandes transnacionales de las comunicaciones7. La población puede asumir racionamientos en su dieta o canasta famliar, pero el acceso a las comunicaciones es un rubro sagrado. Su desarrollo contraviene las tendencias recesivas o de austeridad. Esto tiene su explicación. El acceso a las comunicaciones modernas es fuente de nuevos tipos de códigos universales a los cuales es indispensable acceder para no ser excluido del tejido social, del consumo y del ámbito laboral. La única forma de no parecer un extraterrestre o de disponer de ventajas computarizadas en la profesión o cualquier rubro de actividad, es estar on-line, con lo último que haya sido lanzado al mercado. Además, estar conectado es símbolo de status y de aceptación social. En un sistema implacable, la competitividad, la innovación y el status son claves. Esta potencialidad de consumo comunicacional en crecimiento debe ser, como corresponde a un mercado que se precia de moderno, capitalizado por las empresas más competitivas. Una característica de la globalización de las comunicaciones será, por tanto, su tendencia a la concentración y monopolización de los medios. En Chile ello es perceptible en el caso de las radioemisoras nacionales, donde el silenciamiento de varias de

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ellas de larga trayectoria en la historia cultural del país, ha sido en aras a buenos negocios que sus titulares han hecho mediante la venta o el arriendo de su frecuencia a grandes consorcios transnacionales. La solidaridad de clase no conoce fronteras...

¿ALTERNATIVAS? La globalización de las comunicaciones, a través de la radio, la prensa o la televisión, tiende a fagocitar las particularidades en pro de la instauración de códigos universales. No obstante los códigos de la diversidad tratan de permanecer intactos, a veces los anhelos de expresar los sueños propios suelen soportar el tiempo y el olvido, manifestándose en ocasiones a través de eventuales eclosiones sociales o culturales. En América Latina y en Chile el arquetipo cultural instalado es principalmente norteamericano. Ello es expresión, por cierto, de su hegemonía económica y militar, que se ha visto reforzada unívocamente luego de la caída del muro de Berlín. Una investigación pendiente es conocer y explorar de qué modo se manifiesta esa hegemonía cultural mundializada en el contexto de nuestras naciones latinoamericanas y específicamente en Chile. Los países de esta parte del continente no se pueden sustraer a esa dependencia. El nacionalismo cultural resulta hoy difícil de sostener.

Por cierto, las culturas locales para sobrevivir dependen de sus nexos con el exterior. Una cultura nacional debe crear vasos comunicantes con las culturas co-existentes en la escena internacional. La creación cultural de un pueblo puede convertirse en patrimonio del mundo entero. De ahí la vocación universal de toda cultura. Lo que obviamente resulta indispensable es conocer en qué términos se da ese intercambio, si es en términos de beneficio mutuo o de enriquecimiento o empobrecimiento unilateral. Asimismo, es preciso determinar si la defensa de una cultura nacional es efectivamente tal o es simplemente un chauvinismo ocasional o incluso una xenofobia canalla. Dentro de Chile existe una multiplicidad de culturas aunque no tanto como en Colombia o Perú-, en donde también se reproduce una suerte de subordinación entre unas y otras. Culturas dominantes y dominadas según su ubicación en la estructura de poder del Estado, de la economía y de las comunicaciones. Una postura existente que se sitúa como alternativa a la globalización creciente es la localización de las comunicaciones. Localización expresada en el diseño y ejecución de estrategias culturales que accedan a la gestión local de las comunicaciones; en la generación de alianzas ciudadanas y culturales amplias que rescate lo propio y sustancial


Sin embargo, para otros un concepto más riguroso -con el que nos identificamos másno es la localización sino la democratización de las comunicaciones. Localizar puede entenderse como reducirse, jibarizarse, auto-limitarse. Democratizar, en cambio, adquiere la connotación del ejercicio del derecho a la libertad de expresión consagrada en la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Democratizar significa, en esta perspectiva, no sólo el ejercicio de este derecho en lo local, sino también en lo global, el acceso de la ciudadanía a la gestión y a la emisión de su propia palabra. La disyuntiva no es entre lo global y lo local. Esta es una falacia, una manera enmascarada de entender y resolver esta contradicción. La disyuntiva real es entre el monopolio global-autoritario y la democratización global y local de las comunicaciones. Hoy no es una sola voz la que puede atribuirse la unívoca representación de Chile. Son muchas voces y culturas. Y todas quieren y deben hablar. Este es un país multilingüe y multicultural, cuyas especificidades no están representadas adecuadamente en los medios globalizados, a pesar

que se han ganado el derecho de hacerlo por el sólo hecho de existir, de alzar su voz y de ser escuchados. Si esto no es catalizado por el poder del Estado o los poderes actuantes en las comunicaciones, estas culturas, más tarde o más temprano, se abrirán paso en la escena cultural y comunicacional del país. La generación de nuevos marcos democráticos -no oligárquicos, no liberales-, requiere de un concepto y praxis nuevos de la interlocución ciudadana. La clase política percibe que la única manera de no repetir los mismos errores y horrores históricos de las décadas de los sesenta y setenta en América Latina, es generando un nuevo tipo de interlocutor que contribuya a generar un nuevo diseño y cuadro democrático en los países latinoamericanos. No que contribuyan a retocar lo viejo, el añejo estilo del reformismo corporativo, sino a transformarlo en el fondo de sus paradigmas. Y esa contribución requiere de lo mediático. Los medios de comunicación -globales y locales- tienen un rol de primera magnitud en hacer salir de las penumbras y las soledades a ese interlocutor que puede convertirse en el actor y soporte de ese nuevo contexto democrático. Es más, la construcción o re-construcción de las democracias requiere hacerlo desde su recreación en lo local, desde los espacios territoriales y temáticos ciudadanos. Pero también desde lo global. Entre la intencio-

nalidad histórica democrática y los medios de comunicación globales y locales existe una interacción inevitable y necesaria. Ambos se necesitan, ambos se modelan mutuamente -política, económica y jurídicamente-. Evidentemente, las sociedades modernas apuntan, antes que a su balcanización, a un proceso creciente de alianzas, asociaciones y movimientos unitarios centralizadores por doquier. En Asia, Europa y América Latina fluyen iniciativas para la conformación de conglomerados económicos entre empresas o entre países. Del mismo modo, se generan instrumentos políticos concertacionistas que podrían hacer contrapeso internacional al neohegemonismo norteamericano. Por cierto, en la infraestructura la comunicación global es un poderoso animador de este proceso re-aglutinador. Se percibe que las tendencias de las comunicaciones para la próxima década es al desarrollo de un proceso complejo y contradictorio de estas concertaciones. Lo que ha marcado a Chile en la última década en materia de identidad cultural desde las comunicaciones, ha sido el surgimiento de un nuevo tipo de radioemisoras: las comunitarias. Su consistencia reposa en que desde el boom de su aparición a fines de 1989 ha transformado radicalmente el dial y la escena cultural de diversas comunidades y regiones del país. Ha-

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del país en materia de creación intelectual y espiritual; y en la generación de sus propios proyectos programáticos de expansión exógena contraponiéndose a las globalizaciones sofocantes y al etnocidio cultural.

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Comunicación global y local

blar de radios comunitarias en América Latina y en Chile es, en definitiva, hablar del proceso de democratización de las comunicaciones. Los logros en esta materia -avanzados como en Colombia o limitados como en Chile8- demuestran que los monopolios de las comunicaciones no son omnipotentes. Considerando la sensibilidad latinoamericana por democratizar sus Estados y sociedades, es posible obtener más avances. A la globalización monopólica de las comunicaciones, es plausible oponerle una globalización democrática. La legalidad radiofónica comunitaria -cual fuere la denominación en cada país- es importante porque legitima el derecho a la libre expresión y a conquistar un espacio democratico. Hay que reclamarla e interpelarla permanentemente. Es natural que las expectativas de todo medio comunitario al buscar legalizarse sea que la institucionalidad vigente la proteja. Sin embargo, ello no siempre es así. A veces, aunque no se atente a la censura, la censura atenta con uno. Y la censura adquiere muchas formas: política, económica, social, de género, étnica, jurídica, técnica. Por más que se promulguen y apliquen modernas leyes liberales, los medios locales no tienen garantía de invulnerabilidad. Estas leyes no necesariamente constituyen la meta óptima de democratización del espectro radiofónico, porque se requerían Estados de otro carácter. Se trata más bien de leyes neoliberales.

diálogos de la

comunicación

Pero aún así, pueden ser útiles. Lo jurídico es lo fenoménico. Lo esencialmente importante es contribuir a que nuestros pueblos se expresen, se organicen y participen como protagonistas de sus propias historias. Con ley o sin ley esa es la vocación de los comunicadores comunitarios. Los radialistas de Haití han mostrado al mundo una de las más brillantes y hermosas historias de esta vocación. Sólo cuando se democraticen los contextos político-sociales en América Latina podemos imaginarnos la posibilidad de leyes de comunicación plenamente democráticas. Es decir, sólo tendremos medios de comunicación locales y globales en libertad amplia, en un régimen democrático amplio. Los actuales medios comunitarios pueden y deben ser, a su vez, eficaces instrumentos para acelerar este proceso. Ambas tendencias se nutren. Argentina, Bolivia, Ecuador y Perú son ilustrativos al respecto. Mientras ello no se logre, sólo podremos reformar las leyes existentes. La razón de existir de todo medio comunitario es, en el fondo, ser parte de las esperanzas de un pueblo por cambiarlo todo. No sólo sus leyes: cambiar sus condiciones de vida, ser dueños de su destino, realizar sus sueños, de amar en libertad. Ese es el cordón umbilical que alimenta a este tipo de medios. No sólo para tener leyes de comunicación más democráticas y que todos puedan acceder a la propiedad y gestión de medios de

comunicación, sino para cambiar las leyes de esta vida donde la pobreza y la muerte prematura son los signos imperantes. Estos necesarios cambios en el rol de los medios de comunicación globales y locales se hacen más urgentes en el momento del cambio de folio milenario de la historia de la humanidad. Más urgentes porque el paso al 2000 no es un simple cambio de folio en el calendario, es un cambio donde están en juego multitudinarias energías míticas cuya incidencia en el orden establecido es aún impredecible. Vivimos en un momento de estructuración no sólo de proyectos históricos, sino también del cumplimiento de profecías9. La era moderna abre paso a otra post-moderna. La racionalidad da cabida a lo holístico. Me explico. Cuando hablamos de interlocutores ciudadanos y actores de medios locales y globales hablamos de lo colectivo como constructor de nuevos espacios de interacción, de redes, de entrelazamiento a un nivel nunca antes visto en nuestra historia moderna donde ya no basta hablar de UNO, sino del TODOS, o también, si se quiere, del TODOS, en el UNO. Un colectivo -y también un ser individualdotado no sólo de inteligencia y paradigmas coherentes y brillantes, sino también portador de una fe nueva, de una potencialidad y energía capaz de creaciones inéditas en este recodo de la historia humana. Estamos a puertas de un


milenio donde no sólo se están cristalizando las predicciones que los profetas anunciaban desde las ciencias y la tecnología, sino también donde pueden realizarse las esperanzas, los sueños y anhelos de una humanidad doliente por largos siglos. Hoy se nos muestra la posibilidad de que el género humano pueda, por fin, redimirse y avanzar un peldaño más en su humanización y en su divinización. Es hora de que hagamos de la comunicación global y local, un instrumento eficaz y vital de esta posibilidad.

se debilita o abdica». (Manifiesto de

transmisor y la que se irradia por

la Televisión). Op.cit.

antena no podrá exceder de un 1 watt de cobertura, como resultado de ello,

3. Chilenismo que significa endeudar-

no deberá sobrepasar los límites te-

se, adquirir bienes a crédito.

rritoriales de la reespectiva Comuna. Excepcionalmente y sólo tratándose

4. «Injusticia social, injusticia ambien-

de localidades fronterizas o aparta-

tal», Marcel Claude, artículo en dia-

das y con población dispersa, lo que

rio La Nación, Santiago, 18 de junio

será calificado por la Subsecretaría,

de 1999.

la potencia radiada podrá ser hata 20 watts.» Asímismo, este tipo de emi-

5. Parafraseo del chilenismo «vender

soras sólo podrán perseguir finalida-

la pomada» que significa convencer,

des culturales o comunitarias, o am-

persuadir, hacer bien un negocio;

bas a la vez. La Ley define como titu-

aunque también puede tener cierta

lares de la concesión de frecuencia a

connotación de embaucar.

personas jurídicas. Se entiende por persona jurídica a todo tipo de insti-

6. Anatomía de un mito, Tomás

tución, que disponga de autorización

Moulian, Ediciones LOM, Santiago,

expresa del Estado para existir y fun-

1997.

cionar como tales. Por ejemplo: so-

1. Los medios de comunica-

responsabilidad limitada, corporacio-

últimos meses, el servidor local RDC

nes, sindicatos, partidos, cooperati-

Internet fue adquirido por la First

vas, asociaciones gremiales, organi-

Com Corporation y ChileSatPCS lo fue

zaciones comunitarias, etc. Las con-

por Leap Wireless International, am-

cesiones para los titulares de emiso-

bas norteamericanas.

ras de mínima cobertura es de TRES

ción en tiempos de crisis.

AÑOS, pudiendo renovarse previa

Armand y Michele Mattelart,

8. La Ley General de Telecomunica-

solicitud del interesado 180 días an-

Tercera Edición, Siglo XXI

ciones de Chile ha ido incorporando

tes del fin del respectivo período.

Editores, Madrid, 1985.

sustanciales modificaciones en ámbi-

Para las emisoras de mínima cober-

tos que se refieren a las comunicacio-

tura rigen las mismas disposiciones

2. S. Nora y A. Minc, señalan que «De-

nes satelitales, internet, radiotelefo-

generales, por ello tienen las mismas

jar a otros, o sea a bancos norteame-

nía móvil, y multimedia, así como

facultades legales que las radios co-

ricanos el cuidado de organizar esta

también en la normativa de televi-

merciales. Pero, según el artículo

‘memoria colectiva’ y contentarse

soras regionales y radioemisoras lo-

13B, letra a), a las emisoras de míni-

con tomar de ella equivale a aceptar

cales, denominadas de mínima cober-

ma cobertura «les queda prohibido

una enajenación cultural. La creación

tura. Pero estos cambios son aun in-

radiodifundir avisos comerciales o

de bancos de datos es, pues, un im-

suficientes e incluso son menos avan-

propaganda de cualquier especie. No

perativo de soberanía» (L’infortisa-

zados que los producidos en las le-

se considera propaganda la difusión

tion de la société», enero 1978).

gislaciones de otros países latinoame-

de credos religiosos».

Asímismo, cien autores y artistas

ricanos. La definición jurídica preci-

franceses señalan: «No desconoce-

sa sobre las radios comunitarias se

9. Predicciones del fin del milenio.

mos la contribución de cada cultura

denomina SERVICIOS DE RADIODIFU-

Juan Guillermo Prado, Editorial

al patrimonio universal, y nos rego-

SION DE MINIMA COBERTURA. Es

Grijalbo, Santiago, 1991.

cijamos cada vez que la televisión nos

decir, los «constituídos por una esta-

presenta grandes obras llegadas de

ción de radiodifusión cuya potencia

otras partes. Pero pensamos también

radiada no exceda de 1 watt como

que la cultura universal se empobre-

máximo dentro de la banda de los 88

ce cada vez que una cultura nacional

a 108 MHz. Esto es, la potencia del

L. Gallegos

NOTAS

ciedades anónimas, sociedades de 7. Para citar dos casos: sólo en los

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