Revista Letrónica de Ventoquipa 14

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Revista Letrónica de Ventoquipa Catorce Febrero 2015

Editores

Alex Hernández

Paco Olvera Pedro Flores

Roberto Torres

Bernardo Marcellín

Contacto

revistaletronicaventoquipa@yahoo.com.mx

Diseño de Portada

Bassie


Contenido 6

Editorial De pinta en Ventoquipa Los Héroes Nacionales vistos desde la escuela. Algo más que historia. (Bernardo Marcellín)

8

Kitty (Pedro Flores)

16

Oswald (Pedro Flores)

17

La Vitrina A qué se va a la escuela (Paco Olvera)

26

Anécdotas universitarias (Paco Olvera)

36

Compló nudista (Bernardo Marcellín)

43

Héroes deportivos universitarios (Paco Olvera)

44

Haciéndole al Cuento 62

Liberen a Wi y Lee (Felipe Kadick)

64

La falsa formación (Alex Hernández)

65 RLV 14

Víctima del Bullying (Felipe Kadick)


La Sociedad de los Poetas Nonatos La despedida (Ricardo Malvรกes)

77

Mi Magui (Salvador Hernรกndez)

80

Harmonia circensis (Alex Hernรกndez)

82

Al Valle de las Calacas 85

Goood Bye Vietnam! (Paco Olvera)

88

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Corrido de Joe Cocker (Paco Olvera)


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Editorial la arenga que Napoleón lanzó a sus tropas en la batalla de la Pirámides, para enfrentarse en inferioridad numérica a los mamelucos. Pues en la Letrónica de Ventoquipa no queremos ser mamelucos, pero desde “la humilde planicie de este editorial, 4 años de historia os contemplan”, pues en un mes de febrero, pero de 2010, el primer número de la RLV vio la luz. Y para conmemorar este feliz acontecimiento, convenimos que la temática principal de este número sería la escuela, y no es que no lo hubiésemos tratado en otros números, pero nos sedujo la idea de hablar de nuestras remembranzas y pensamientos durante nuestra vida escolar. Muchas cosas hemos oído respecto a esta etapa de nuestras vidas: que si más que aprender maduramos, que si era un infierno, que si era el paraíso, que le coartaban a uno la capacidad de ser o de pensar, que si los buenos maestros nos abrían al entendimiento, o que si no sé cuántas cosas. Lo cierto es que para muchos de nosotros fue un periodo que en la juventud, ocupaba casi la totalidad de nuestra existencia, baste tan sólo como ejemplo que cuando cumplí 26 años y comencé a tener planes de matrimonio, había pasado 23 años consecutivos en aulas de diversos planteles y niveles educativos. Con esta carga emocional, social y de costumbres a cuestas, en el número 14 de la Letrónica abordamos diversas facetas de la escuela y /o la educación (que como bien descubrimos no siempre van apareadas). Bernardo Marcellín hace una reflexión de como las arengas del señor Bonaparte eran más cercanas a sus enseñanzas de historia en liceo Francés que las andanzas de Benito Juárez. Bernardo también nos trae un recorte de nostalgia, de la juventud, libertad y rebeldía, y de cómo se manifiesta en forma diferente a través

A veces no tenemos certeza a que vamos a la escuela, y es la meditación que hace Paco Olvera cuando ordena algunos de sus recuerdos de enseñanzas recibidas en aquel tiempo pero no necesariamente en las aulas o en el programa escolar. En un tenor inspirado Alex Hernández desarrolla hermosas y fantásticas historias clasificadas de acuerdo a diversas disciplinas de instrucción escolar, incluyendo la música, la historia y la geografía. Paco retoma los recuerdos escolares confinados a los temas de hazañas deportivas y también recupero viejos escritos inéditos de sus recuerdos universitarios. Regresa a nuestras páginas nuestro buen amigo Ricardo Malváes con una enigmática despedida. Del baúl de los recuerdos, Don Salvador Hernández nos permite la publicación de un amoroso escrito de juventud. Por su lado Alex describe una hermosa metáfora de la vida del hombre común como una atracción del fantástico circo de la vida diaria. Don Peter nos describe dos andanzas: una lo lleva a un ligue infructuoso y la otra es un descenso a los ambientes más sórdidos de la Ciudad de México para encontrar una serie de inquietantes pistas y coincidencias del asesino de JFK. Aunque se nos han “apilado” algunos muertitos muy queridos que recordaremos en otros números, dimos espacio para recordar a uno de los más celebrado “padre del desmadre” don Robin Williams y un homenaje en forma de corrido para Joe Cocker, que ya estará animando las pachangas entre las huesudas. RLV 14

“Desde la cima de estas pirámides, 40 siglos os contemplan”. Está fue

de los años (nuestros lectores más jóvenes tal vez deberán recurrir a la historia para averiguar de la época de oro de los “streakers”). Con su inusual estilo de juegos de palabras y situaciones desconcertantes, Felipe Kadik nos cuenta del maltrato juvenil infringido por una pareja de abusadores orientales o la liberación de los tormentos del remordimiento de los fantasmas del pasado.


Va pues el número 14, para celebrar cuatro años de su paciente lectura. Como promesa para el inicio de otro lustro, prometemos recuperar el ritmo de publicación. Nos vemos en el número 15, para el que hemos propuesto como tema el contraste entre lo permanente y lo efímero.

También saludamos a Don Raymundo Ramos, quien relató con lucidez estremecedora un pasaje por los infiernos humanos de Hiroshima y Nagasaki, para después nombrar a los responsables que siguen ladrando impunemente entre nosotros. Le deseamos plena recuperación.

Los editores de la RLV.

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Aprovechamos este espacio editorial para enviar una calurosa felicitación a Ricardo Malváes, quien aunque en este número publica “La despedida”, está viviendo “La bienvenida”, gracias a la culminación del máximo acto creativo que es la llegada de su bebé.


De pinta en Ventoquipa Los Héroes Nacionales vistos desde la escuela. Algo más que historia. Bernardo Marcellín

Los mexicanos que prestaron atención a las clases de historia en la escuela no deberían tener mayores dificultades para identificar de quiénes se trata cuando el Presidente de la República da el Grito en la noche del 15 de septiembre. Y lo mismo sucedería con los líderes de la Revolución de 1910. Ya sean Hidalgo, Morelos, Allende, o bien Madero, Zapata o Venustiano Carranza, nos encontramos ante figuras muy conocidas y cuyos nombres se han utilizado hasta la saciedad en la nomenclatura de las calles de México. Pero para quienes estudiaron en el Liceo Franco Mexicano, los héroes de la historia más familiares son personajes como Clodoveo, Carlomagno, San Luis Rey, Enrique IV o Luis XIV. De igual manera, los acontecimientos correspondientes a la Guerra de los Cien Años o a la Revolución francesa resultan más conocidos que la Guerra de Independencia, la Reforma o la Revolución de 1910. Los esfuerzos de Richelieu por establecer una monarquía absoluta o la reorganización

del reino bajo Felipe Augusto ocupan en el desarrollo histórico una posición más definida que la Guerra de los Cristeros o las andanzas y desventuras de Santa Anna. Sin embargo, más allá de los hechos y los personajes, lo que más diferencia a los héroes mexicanos de los franceses es la visión que se les brinda. Lo más sorprendente para quien proviene de una cultura extranjera al tener los primeros contactos con los próceres mexicanos es el enfoque perdedor que les da. Del héroe mexicano se recalcan sus derrotas y sus hazañas principales quedan opacadas por su fracaso final. Cuauhtémoc o los Niños Héroes son prototipos del héroe mexicano, vencidos pese a una tenaz lucha. En El laberinto de la Soledad Octavio Paz señala precisamente esta característica: el mexicano es sufrido y prefiere las derrotas gloriosas a la victoria. Un hombre como Carlomagno jamás hubiera podido ser un héroe en México, puesto que nunca conoció el fracaso. En cambio, en Francia es uno de los modelos principales que se dan a los estudiantes, así como el Napoleón del que se guarda memoria es el triunfador de la batalla de Austerlitz, no el guerrero vencido en Waterloo y prisionero en Santa Elena. RLV 14

“¡Vivan los héroes que nos dieron Patria y Libertad!”


Las mujeres notables de la historia tampoco escapan a este enfoque. Lo que más se conoce de la Corregidora y de Leona Vicario es su detención, el sufrimiento que padecieron por haber defendido la causa de la independencia. En Francia, Juana de Arco tuvo un final trágico, pero lo que se recalca es cómo lideró la toma de la ciudad de Orleans, que estaba en manos de los ingleses, y cómo logró llevar al rey Carlos VII a ser consagrado en la catedral de Reims después de cruzar un territorio que estaba en poder de los enemigos. Su estatua en París la muestra a caballo, con armadura y actitud combativa. De haber sido mexicana, nos enfocaríamos en su martirio y sus representaciones nos la mostrarían derrotada, al momento de morir en la hoguera. Cerca de mil años antes de Juana de Arco, hubo otra mujer que destacó en la historia de Francia: santa Genoveva, también adolescente, quien organizó la defensa de París ante el avance de los hunos. Pese al temor de la gente, ella insistía en que si se preparaban para repeler el ataque, Atila no se atrevería a sitiar la ciudad. La historia le dio la razón. A diferencia de Juana de Arco, santa

Genoveva, convertida en monja, vivió hasta una edad avanzada, para ser declarada más tarde patrona de la ciudad de París. Y pese a que en Francia también prevalece una cultura anticlerical muy desarrollada, nadie ha planteado que su ingreso al convento se realizó en contra de sus convicciones personales, como sucede en México con Sor Juana (de quien también frecuentemente se prefiere recordar su derrota ante el obispo Aguiar y Seijas más que su obra literaria, que es la que la hizo famosa). Tanto las heroínas mexicanas como las francesas fueron mujeres valientes, que rompieron con los roles de género de sus épocas respectivas. Aunque no fueron exclusivas en sus derrotas, en México, una vez más, recalcamos esta faceta de sus vidas y no su fortaleza para enfrentar los retos y los peligros. Por supuesto que toda regla tiene excepciones. En Francia es posible encontrar héroes que cayeron tras una lucha épica, como Roldán, o bien Vercingetórix, el líder de los galos que pretendían oponerse a la conquista romana. En estos dos casos, el arrojo no les alcanzó para obtener la victoria y su memoria se limita precisamente a su caída gloriosa e irreparable. En México, una excepción la encontramos con Benito Juárez, el vencedor de la invasión extranjera, el líder del movimiento de Reforma, quien por medio de la República Restaurada estableció lo que fue el primer período de democracia auténtica en México. Pero en realidad, el Juárez del discurso oficial es una figura muy alejada de la verdad histórica. Por medio de omisiones, se le ha dado una dimensión sobrehumana, olvidando voluntariamente que abolió la propiedad comunal de la tierra. Aunque fue él quien dio inicio al régimen económico y social que terminó por provocar la Revolución, se le ha cargado toda la culpa a Porfirio Díaz. RLV 14

Esto nos lleva a considerar que la forma en que se enseña la historia y en que se presenta a los personajes más significativos en el desarrollo de una nación no se limita a proporcionar datos biográficos, sino que forman parte esencial de la visión general que los alumnos van a adquirir sobre su país en su conjunto. Los héroes mexicanos, franceses o norteamericanos lucharon por la libertad de su patria, fueron valientes y se preocuparon por el bienestar de su pueblo. Algunos tuvieron éxito, otros enfrentaron la derrota. La diferencia principal estriba en que en algunos países se subrayan sus logros y en otros, como en México, sus fracasos.


Así, la mayoría de los norteamericanos ignoran –y negarían vehementemente si se les mencionara- que la ciudad de Washington D.C. fue tomada e incendiada por las tropas inglesas durante la Guerra de 1812, hecho que se opone a la supuesta invencibilidad de su ejército. En México, ya mencionamos cómo se borró de los libros escolares la política agraria de Benito Juárez, con lo que el máximo propulsor del capitalismo liberal de su época se ha convertido en la actualidad en bandera de los políticos de izquierda. Estas omisiones convierten a los hombres en estatuas despojadas de su auténtica dimensión. Lo que hace más admirable a un individuo es la forma en que supera sus defectos y sus limitaciones, no el poseer una naturaleza infalible, superior a la de los demás seres humanos. Con tal de no dañar la reputación de Miguel Hidalgo se evita señalar que fue el primero en utilizar el título de Alteza Serenísima, que sirve precisamente para denigrar a Santa Anna. Se prescinde de notar que Vicente Guerrero, líder de la Independencia y segundo presidente de México, llegó al poder por medio de un golpe de Estado, en el que también participó el propio Santa Anna, impidiendo que asumiera el poder Manuel Gómez Pedraza, el mandatario legalmente electo. Y no

se insiste demasiado en el involucramiento que tuvo Álvaro Obregón –héroe positivo- en la muerte de Venustiano Carranza – otro héroe positivo-, esto además del hecho que, años antes, había además derrotado en batalla a Pancho Villa –un tercer héroe positivo-. Y tampoco se deben recordar las desavenencias entre Madero, Villa y Zapata, porque estropearíamos la imagen de la familia revolucionaria. A final de cuentas, el único villano de la Revolución parece ser Victoriano Huerta. En una absoluta falta de generosidad con respecto el partido vencido, todos los miembros de la corriente conservadora en México son o bien vilipendiados –Santa Anna-, o bien borrados del mapa –Iturbide-, como si sólo los liberales hubieran aportado algo valioso a México. Y siendo liberal, se le pueden perdonar a uno todas las faltas, como el tratado McLain-Ocampo, que entregaba en la práctica México al control estadounidense, hecho que no impidió que una de las avenidas más importantes de la Ciudad de México recibiera el nombre del autor del tratado, Melchor Ocampo. Se denuncia con razón que los conservadores querían entregar el país a los europeos, pero se calla que los liberales querían hacer lo propio con Estados Unidos. Por cierto, esta falta de generosidad con el enemigo vencido es una de las características menos relucientes de la cultura anglosajona, donde se acostumbra ir a escupir sobre la tumba del derrotado. A su vez Francia no está exenta de estas deformaciones, pero resulta menos extrema. En su caso, las omisiones residen en el nivel de detalle que se proporciona. Se reconocen, por ejemplo, los excesos cometidos durante la Revolución Francesa, pero sin precisar que en un año el régimen del Terror guillotinó, a nombre de la libertad y la RLV 14

En todos los países, el discurso oficial, llevado asimismo a la escuela, tiende a deformar los hechos para crear una visión particular del pasado, idealizando a los héroes e identificando enemigos que acechan a la Patria. Aunque la forma de alterar la realidad histórica varía de un país a otro, existe un punto en común: más que inventar hechos o falsearlos, la técnica consiste en omitir datos que menoscabarían la imagen impecable del personaje, en el caso de los héroes, que mostrarían una faceta positiva de su persona, en el caso de los enemigos, o bien que presentarían un retrato menos contundente de la historia nacional.


práctica en primer lugar por los militares franceses en lucha por conservar Argelia. Estados Unidos también presenta a héroes impolutos, como Washington o Jefferson, sin insistir demasiado en que poseían esclavos y que la referencia a la igualdad de todos los hombres que aparece en la Declaración de Independencia se limitaba tácitamente a los blancos. La invasión de Canadá que desató la Guerra de 1812, los poco generosos comentarios de Lincoln sobre los negros antes de llegar a la presidencia, la muy cuestionada elección presidencial de 1876, la apología que Woodrow Wilson –el de los famosos Catorce Puntos para llevar la paz a Europa- realizó del Ku Klux Klan, la corrupción del régimen de Warren Harding, son temas ajenos a la historia porque mostrarían a los niños que su país no es perfecto y es también capaz de iniciar conflictos armados con otros países. Mucho menos se recordaría que las armas químicas y biológicas que se decía que aún poseía Saddam Hussein le fueron proporcionadas en los años ’80 por el gobierno de Ronald Reagan –a quien se tiene por uno de los mejores presidentes de su país- en la persona de Donald Rumsfeld, quien lustros más tarde fue el encargado de hacer las denuncias y de planear la invasión. Otro caso destacado se refiere al atleta Jessie Owens. Siempre se ha dicho que después de ganar cuatro medallas de oro en los Juegos Olímpicos de Berlín en 1936, Adolfo Hitler se rehusó a saludarlo. Esto no es del todo exacto. Por cuestiones de índole práctica, Hitler no congratuló a ninguno de los atletas ganadores, ni siquiera a los arios, lo que le hubiera obligado a pasar dos semanas enteras en la pista estrechando la mano a los deportistas. En cambio el presidente que sí se rehusó a recibir a Owens fue Franklin D. Roosevelt, mientras que aceptó entrevistarse con los demás medallistas olímpicos del equipo norteamericano, que eran blancos: RLV 14

democracia, a más personas que las que fueron ejecutadas por la Inquisición en España en trescientos años, lo que complicaría explicarle a los alumnos que el gran movimiento revolucionario, inspirado en la Filosofía de las Luces, se consideraba a sí mismo como una lucha contra el fanatismo. Se callan asimismo los detalles del juicio que se siguió a la reina María Antonieta, que no se enfocó a cuestiones políticas, sino que se dedicó, basándose en mentiras, a desprestigiar su dignidad como mujer, presentándola como una ninfomaníaca que hasta tuvo relaciones sexuales con su hijo. Para esta última acusación, algunos de los principales líderes de la Revolución, capitaneados por Hébert y Chaumette, fueron hasta la celda de Luis XVII, de entonces ocho años, para obligarlo a firmar un documento en el que acusaba a su madre de haber abusado de él, documento que fue después leído ante el tribunal sin dar aviso previo a María Antonieta. En los libros escolares, sólo se menciona que fue ejecutada, sin mayores precisiones. Dar más información sería desagradable para la imagen positiva de la Revolución que dio origen a la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano. La descripción de las gloriosas campañas militares de Napoleón no deja mucho espacio para hablar de los abusos que cometió en los territorios conquistados. De la misma forma, se habla del proceso de descolonización posterior a la Segunda Guerra Mundial y los errores que se cometieron en ese período, pero sin ahondar demasiado en lo que sucedió cuando la independencia de Indochina y, sobre todo, de Argelia. Cabe recordar que muchas de las técnicas utilizadas en Latinoamérica durante la Guerra Sucia, en especial durante la Operación Cóndor, fueron resultado de la asesoría de personal del ejército de la democrática Francia. De forma muy destacada, la idea de arrojar a los opositores al mar desde un avión fue puesta en


Esto nos lleva a comprender que las clases de historia no sólo sirven para conocer los orígenes de los pueblos, sino para reforzar la imagen de la nación que se quiere dar a los alumnos. Sin mencionar abiertamente el Destino Manifiesto, la mayoría de los americanos creen en la pureza esencial de su país y de las intenciones de sus políticos, en su responsabilidad por llevar el orden y la justicia a todo el mundo, por lo que en 2003 fue fácil convencerlos de que los iraquíes los recibirían como héroes si los invadían para librarlos de Saddam Hussein. Por ello también atosigan al mundo con películas sobre la Guerra de Vietnam, extraño conflicto que perdieron pese a que ganaron todas las batallas, omitiendo páginas poco confesables como el uso del napalm o el agente naranja contra la población civil. Como un capítulo adicional de la novela 1984 de George Orwell, hay que convencer a los norteamericanos que Vietnam fue una victoria más de su poderoso ejército, en lucha por la democracia. Francia se complace en presentarse como la nación más civilizada del mundo, la más culta, el punto de origen de la democracia moderna y de los derechos humanos. Le gusta la armonía y por ello presenta a sus reyes, en especial a los de la dinastía de los Capetos, como gobernantes preclaros que desde hace siglos tuvieron la visión de ir conformando a la nación que ahora es Francia. Es posible hablar de errores, pero nunca de una desviación grave con respecto al plan original de forjar un gran país. Sin seguir justificando la colonización por medio del argumento de que llevaban a los africanos y a los

polinesios los beneficios de la civilización, optan por cerrar los ojos sobre los abusos cometidos contra pueblos que jamás les pidieron que los civilizaran, dando a entender que la expansión a otros continentes no fue tan mala después de todo y que el apoyo que se sigue brindando actualmente a regímenes africanos tiránicos se justifica con vistas a un futuro mejor. La perspectiva que se inculca a los niños mexicanos se inscribe dentro de la ideología general que se maneja en la mayoría de los países latinoamericanos: la de víctimas, la de hombres buenos que son explotados por extranjeros animados por las peores intenciones, con lo que cualquier autocrítica se vuelve imposible. A final de cuentas, todos nuestros problemas son culpa de los otros: los norteamericanos, los españoles, Hernán Cortés, la Iglesia católica, las trasnacionales, el modelo neoliberal. Pero nosotros nunca tenemos culpa alguna. Y testimonio de ello son los próceres mexicanos, generosos, dispuestos a dar la vida por el pueblo, que fueron todos muertos por el enemigo implacable. Esto nos lleva a unirnos al coro de lo que podríamos llamar el sempiterno lloriqueo latinoamericano, a ese gusto por rascarnos las heridas en vez de mirar hacia adelante para resolver nuestros problemas sin buscar una agresión externa para explicar por qué vamos a fracasar en el próximo intento que realicemos. En ese sentido, el título mismo del libro de Eduardo Galeano, Las venas abiertas de América Latina, es el epítome de nuestra visión del mundo; pese a un análisis acertado en muchos de los puntos, olvidó mencionar que muchas veces somos los propios latinoamericanos quienes nos cortamos las venas y que, además, nos regodeamos con la hemorragia que nos provocamos.

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consideraba que era inapropiado que un negro fuera recibido oficialmente en la Casa Blanca. Pero esto no hay que decirlo en voz alta, porque dañaríamos la imagen del único hombre que ganó cuatro elecciones presidenciales en Estados Unidos.


romanos. Francia puede así enorgullecerse de sus orígenes celtas, latinos y germánicos, sin buscar imponer una sanción moral o justiciera a luchas e invasiones ocurridas milenios atrás. Lo mismo con sus reyes. Aunque sólo un grupo muy reducido de personas quisiera ver el retorno de la monarquía, se reconoce en general la labor realizada por los soberanos del pasado, en el entendido de que se trataba de un régimen apropiado a las circunstancias que prevalecían en otras épocas. La exaltación de los logros de los héroes nacionales no debe llevarnos a omitir o querer justificar los errores o las arbitrariedades del pasado. Es bueno que los franceses recalquen los éxitos de San Luis Rey o de Napoleón, pero deberían también recordar que las cruzadas o la ocupación de la mayor parte de Europa se realizaron a un alto costo humano y permitiendo el saqueo de grandes territorios, y que los descendientes de quienes las padecieron no guardan un buen recuerdo de esas acciones. Es bueno que los norteamericanos se enorgullezcan de sus logros como nación en el ámbito político, económico y militar, pero no deben cegarse y ver el derrocamiento de regímenes como el de Jacobo Arbenz o de Salvador Allende como tareas épicas para promover la democracia. Es importante que los héroes inspiren a la gente a luchar por una vida mejor, pero no a costa de dañar al prójimo. Y en México debemos dejar de ver a nuestros héroes como dignos perdedores para ponerlos como ejemplos y aprender a confiar en nosotros mismos, pero sin perder el espíritu crítico, sin convertirlos en estatuas carentes de vida, sin querer justificar la masacre de españoles permitida por Hidalgo, sin aplaudir todas las medidas económicas de Benito Juárez, sin RLV 14

Lo que tenemos que aprender de hombres como Hidalgo, Morelos o Madero no es a morir dignamente, sino a luchar por nuestros ideales, a creer en nosotros mismos sin hablar de la derrota antes de que ésta suceda, sin buscar de antemano al enemigo que nos va a impedir alcanzar nuestros objetivos. Napoleón admiraba el genio estratégico de Morelos, no su muerte; el Álvaro Obregón de la Batalla de Celaya fue uno de los mejores generales de su época, no sólo de México, sino de todo el mundo, en unos años en que grandes estrategas destacaban en la Primera Guerra Mundial. Fueron las acciones de estos hombres y de estas mujeres las que los hicieron grandes, no su manera de morir. Y también debemos aprender de quienes piensan diferente, de aquellos que formaron parte del partido que salió finalmente derrotado. Lucas Alamán proponía que México se industrializara para que no se convirtiera en una economía dependiente de otros países, la emperatriz Carlota fue quien promulgó las primeras leyes para proteger a los indígenas de la explotación de los hacendados. Este maniqueísmo nos lleva a rechazar la mitad de nuestras raíces, al convertir a Hernán Cortés en un villano y a todo el régimen colonial en una intolerable tiranía que hay que olvidar –borrando así de un plumazo trescientos años de nuestra historia-. Esto es como si en la India despreciaran el Taj Mahal porque fue construido bajo el régimen de los Mogoles. Para que una visión semejante resultara coherente, deberíamos además olvidar que los aztecas fueron odiados por los otros pueblos precortesianos y aceptar la visión idílica que nos presentan nuestros grandes muralistas del siglo XX. Sin menoscabar la valentía de Vercingetórix, los franceses también reconocen a su enemigo, Julio César, como uno de los hombres que contribuyó a forjar su nacionalidad, y lo mismo sucede con Clodoveo, quien conquistó siglos más tarde a los galo-


Si los mexicanos persistimos en nuestra visión del mundo, seguiremos celebrando nuestros fracasos y nuestras derrotas. Y para ejemplos recientes, allí tenemos a la Selección Nacional de Futbol, encallada como siempre en octavos de final, pero a la que vitoreamos como si

hubiera resultado campeona; héroes que sólo son capaces de brindar derrotas en los partidos importantes, pero que pueden afirmar que cayeron, una vez más, de cara al sol.

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encubrir el nepotismo de Madero o la creación del clientelismo político de Lázaro Cárdenas.


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Kitty Pedro Flores

Cuando era adolescente acostumbraba ir a ver los juegos de básquetbol locales. Era una experiencia emocionante, no sólo porque me daba la sensación de entrar a un mundo de adulto, que me hacía sentir más asimilado a la sociedad, sino también porque la entrega como fan de un equipo, o más aun, como seguidor de un jugador, era una especie de juego donde la seducción iba en ambas sentidos. Esa nueva costumbre, además, se veía reforzada por una experiencia extraña, la complicidad de mi madre, que también se entregaba con pasión a las porras y al seguimiento de los atletas, ídolos de un pequeño universo, de nuestra calurosa ciudad. Allí fue donde vi por primera vez a Kitty, aunque en ese momento yo no sabía su nombre, y quedé asombrado, o más bien dicho, me enamoré de esa imagen que coincidía con el modelo de mujer que yo tenía en mi cabeza.

Con esa desinhibición que te da el alcohol me acerqué a Kitty sin importar que ella estuviera acompañada de una amiga con la que platicaba de manera muy íntima. Con cualquier pretexto le solté que ella era mi jugadora de básquetbol predilecta, que yo era su fan, que la consideraba muy talentosa, que… Ella se me quedó mirando como si de repente su perro le hubiera comentado a qué olía el trasero de la mascota canina de los vecinos. Cuando ya empezaba yo a emplear palabras como admiración, amor y deseo, su amiga se acercó con un aire de ¿te está molestando este cabrón? Retrocedí un poco y fui a preguntarle a mi amigo por qué ese comportamiento extraño de Kitty y su amiga. Me contestó, son pareja, lesbianas, no te metas. Con este relato he exorcizado al demonio de la historia de Kitty. No volverá a aparecer en mis pláticas ni en mis recuerdos.

En las páginas de la sección de deportes del diario que llegaba a casa un día encontré la foto del equipo de basquetbol de la universidad del estado. Y a un lado del centro estaba Kitty, con esa expresión que me había cautivado.

Le pregunté a mi amigo el anfitrión quién era ella y él me confirmó que era la jugadora y me dijo que se llamaba Kitty.

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Unos tres años después, en una fiesta en casa de un amigo con muchas más relaciones sociales de las que mi familia podría ni siquiera desear, descubrí a Kitty entre los asistentes a la reunión.


Oswald Pedro Flores

El otro día, iniciando un periodo de vacaciones del trabajo, abrí los ojos despertado por el zumbido del teléfono colocado al lado de mi cama. Tomé los lentes y me los puse para leer el mensaje que acababa de llegar. Era una cita que un amigo envió por Whatsapp. La noche anterior yo me había desvelado paseando por sitios de internet, acostado en la cama, con el teléfono en la mano. Una nota de periódico me había atrapado por horas; era el viejo tema que siempre me ha enganchado: el asesinato de Kennedy. El artículo trataba sobre la estancia en México del asesino, dos meses antes de cometer el magnicidio. Lee Harvey Oswald, supuesto verdugo solitario del presidente John F. Kennedy es un personaje que siempre me ha intrigado; de niño, cuando ocurrió la tragedia el 22 de noviembre de 1963, en mi mente maniquea Oswald era el demonio; más tarde, consideré que había sido un títere manipulado por quién sabe qué mafias o agencias de espionaje; pero su estancia en México lo colocaban en un sitio oscuro que me fascinó. No soy muy dado a creer en las coincidencias pero hay ocasiones en las que un tema aparece una y otra vez sugerido por pequeños

La nota de Whatsapp que mi amigo Chava había enviado decía: “Cuanto más brillante y original sea una mente, más se inclinará hacia la soledad”. El autor es Aldous Huxley. Yo recordé que un libro de Huxley había inspirado a Jim Morrison para poner nombre a su grupo de rock “The Doors”. La cita es “There are things known and there are things unknown, and in between are the doors of perception”. The doors of perception es el título del libro; Huxley lo había escrito después de haber tenido una experiencia alucinógena con mescalina. Él a su vez se había inspirado en un poema de William Blake, The Marriage of Heaven and Hell: “If the doors of perception were cleansed everything would appear to man as it is, Infinite. For man has closed himself up, till he sees all things thro' narrow chinks of his cavern”. Como a esa hora y metido en la cama no recordaba bien los detalles, me puse a buscar en internet sobre Huxley. Encontré una pequeña biografía de este hombre extraordinario que había experimentado con todo tipo de drogas, especialmente las psicodélicas. Al final de su vida, sufrió terribles dolores por su cuerpo enfermo. En su lecho de muerte, incapaz de articular palabra debido a un avanzado cáncer de laringe, Huxley le RLV 14

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sucesos, notas, comentarios, programas de televisión, recuerdos. Tal vez mi mente está alerta para atrapar todos esos indicios y los filtra y agrupa dando la impresión de una sincronía en la que coinciden y uno piensa que es una señal.


pidió en una nota escrita a su mujer Laura “LSD, 100 µg, intramuscular “. De acuerdo con ella, después de esta inyección, le administró una segunda dosis unas horas más tarde. Huxley moría a los 69 años de edad, a las 5:20 de la tarde del 22 de noviembre de 1963. Al leer la fecha di un respingo; hay una novela titulada “Entre el cielo y el infierno: un diálogo en algún lugar más allá de la muerte con John F. Kennedy, C. S. Lewis, y Aldous Huxley”. Esta novela, escrita por Peter Kreeft, junta en el purgatorio a los tres personajes (C. S. Lewis es el autor de Crónicas de Narnia) en una discusión filosófica acerca de la fe. Coincidentemente, los tres hombres murieron el 22 de noviembre de 1963. Una vez más, empecé a sentir la sincronía de señales. De inmediato me puse a buscar más información sobre Lee Harvey Oswald, especialmente sobre su visita a México.

de Fray Bernardino de Sahagún, refugio en aquella época para cubanos anticastristas. De inmediato sentí la necesidad de visitar ese lugar para atender un llamado interior de conocer más sobre el misterioso personaje. Después de tomar un café y un desayuno ligero salí a recorrer los pasos de Oswald. El hotel Comercio se encuentra muy cerca de la estación del metro Revolución así que decidí tomar ese medio de transporte. Transbordé en la estación Hidalgo y tomé la línea 2 hacia Cuatro Caminos. Revolución está a sólo una estación de distancia. Cuando el tren avanzó sentí que el trayecto era demasiado grande; pasamos de largo una estación y nos detuvimos en San Cosme. Bajé del tren y le pregunté a un guardia si no había servicio en Revolución. Me respondió que estaba en mantenimiento y no podía bajar ahí. Salí y caminé de regreso. Las calles están invadidas por vendedores ambulantes y personas de todos los oficios que tratan sacarte algo de dinero.

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Lee Harvey Oswald abordó un autobús en Houston, Texas, el 26 de septiembre de 1963 con rumbo a la frontera con México. Después subió al autobús Flecha Roja número 516, de Nuevo Laredo a la Ciudad de México. Hay registros de que le comentó a un pasajero que planeaba viajar a Cuba. El viernes 27 de septiembre arribó muy temprano a la Ciudad de México y de inmediato se hospedó en el hotel Comercio, en la colonia Buenavista, en el número 9 de la calle


Avancé media cuadra hasta encontrar el hotel Comercio. Me sorprendió el estado tan deplorable del edificio. Parece una más de las construcciones horribles de departamentos que invaden la ciudad. Sobre la calle varias prostitutas tienen su territorio dominado. En voz alta ofrecen su mercancía de servicio por hora.

Me di cuenta que todos eran hombres vestidos de mujer; transexuales o travestis. Por alguna razón pensé que no me permitirían alojarme en el hotel si no iba acompañado así que regresé por la mujer que se vendía bara, bara. Trescientos pesos la hora sí que era un servicio barato. Le sugerí que nos dirigiéramos al hotel Comercio y ella me pidió que le invitara unas cervezas. Compré un six de Modelo en una vinatería y una botella de tequila Antiguo. Entramos al hotel.

Apenas al abrir la puerta donde empieza un pasillo oscuro recibí un tufo pestilente a humedad, meados, humo de cigarro y alcohol. Casi me arrepentí de estar en ese lugar pero mi curiosidad por conocer la habitación 18, donde se hospedó Oswald, era mucho mayor que mi asco. El encargado puso cara de molestia cuando le pedí ese cuarto. Una buena propina resolvió sus dudas. Al entrar en la RLV 14

Me fui acercando por Puente de Alvarado a la calle Bernardino de Sahagún esquivando obstáculos de basura y puestos ambulantes. Me llamó la atención que todos los pequeños negocios estaban visitados por una clientela peculiar: jóvenes que asisten a las decenas de escuelas de computación o inglés que hay por ahí y putas de edad madura, algunas con su cliente. Al pasar por una papelería con servicio de fotocopiado una mujer de unos sesenta y tantos años me sonrió con coquetería y, al tiempo que mascaba un chicle, me ofreció sus servicios, “bara, bara”. Seguí unos metros hasta que di con la calle.


3. Sin embargo, apenas se registró Oswald en la habitación número 18, así mismo salió del hotel para dirigirse a la embajada cubana. A las 11 de la mañana, una hora más tarde de su llegada, comenzaba la primera de tres visitas a esa sede diplomática. En 1963, en plena guerra fría, la Ciudad de México era escenario de actividades de espionaje entre agentes de Estados Unidos, la Unión Soviética y Cuba. La Secretaría de Gobernación sabía perfectamente de estas actividades y las toleraba haciéndose de la vista gorda, tratando de sacar algún provecho de la información. Las visitas de Oswald a la embajada cubana fueron registradas por agentes norteamericanos ocultos en edificios vecinos. En la sede diplomática cubana lo recibió Silvia Tirado de Bazán, secretaria del cónsul Ascué. Oswald le explicó que necesitaba una visa para viajar a Cuba. Al parecer, el objetivo último de Oswald era llegar a la Unión Soviética y llevarse a su esposa Marina, de nacionalidad rusa, y su hijo para establecerse

en esa república. En ese tiempo las relaciones entre Estados Unidos y la Unión Soviética eran tan tensas que no era posible viajar directamente entre esos países. El camino más viable era llegar a Cuba y de ahí viajar a la URSS; y para llegar a Cuba, México era el país más adecuado. Silvia Tirado le contestó que no se otorgaban visas con facilidad, que debía hacer su solicitud y esperar de tres a cuatro meses. Oswald se enfureció y comenzó a gritar que él era comunista y que quería unirse a Cuba en actividades anti norteamericanas, que le urgía llegar cuanto antes a la isla. Fue tal el escándalo que armó que salió el cónsul Ascué a ver qué sucedía. Por más que Oswald explicó y rogó se le dijo que no era posible acceder a su solicitud. Silvia le sugirió ir la embajada soviética para conseguir una recomendación que agilizara su trámite. Hay registros de los espías norteamericanos de que Oswald se presentó en la casona que se encuentra en el número 2014 de la avenida Maestro José Vasconcelos, en la colonia Hipódromo Condesa. Allí tampoco tuvo éxito y regresó a la embajada cubana para salir frustrado de nuevo.

4. Abrí los ojos y la mujer estaba acostada sobre la cama inmunda de la habitación 18 del hotel Comercio. Se había tomado tres cervezas y los botes vacíos estaban en un buró al lado de la cama. Abrí la botella de tequila y le di un largo trago directo de la botella. RLV 14

habitación de nuevo me desilusioné por lo abandonada en que estaba. Una cama matrimonial con unas cobijas sucias. Una mesa de madera despintada y con muchas quemaduras de cigarro. Letreros con lápiz y pluma dejando constancia de los visitantes, dibujos soeces como los que había en los baños de mi antigua escuela primaria: vaginas como ojos con pestañas, penes exagerados. Cerré los ojos tratando de imaginar a Lee Harvey cincuenta y un años antes en ese lugar.


— ¿Qué tanto piensas? –preguntó ella. —Sentí una presencia extraña en este lugar. Como si ya hubiera estado aquí antes. — ¿Y sí, has venido otras veces?

mucha labia, y muchos “amigos”. Todo el día me la pasaba cogiendo. Pobre Juan, así se llamaba, se metió en un pleito por dominar un territorio y en una cantina lo mataron. Él nunca lo supo, yo estaba embarazada. Aborté y me seguí por este camino.

—No, es la primera vez. ¿Y tú, ya conocías este hotel?

—Oye, y cuando empezaste ¿visitaste alguna vez este hotel? ¿Cómo era aquí?

—En casi cincuenta años de chambear de puta conozco todos los hoteles de aquí.

—No, este hotel no era el putero que es ahora. Los hoteles de paso estaban más lejos.

— ¿Tantos años?

Mientras me contaba su historia se había tomado otras dos cervezas. Estaba un poco borracha y se había acomodado en la cama y quitado los zapatos.

— ¿Y él te quería? —Me quería coger, todo el día. Era un tigre en la cama. Pero eso duró menos de un mes. Un día me dijo que necesitábamos dinero, que esperaba encontrar trabajo pronto y que luego nos casaríamos. Yo lo quería mucho. Le pregunté que cómo podía ayudarlo. Me dijo que podía trabajar acompañando a sus amigos. Que ellos pagarían por no sentirse solos. Y ahí va la pendeja, a hacer todo lo que él me pedía. — ¿Te puso a trabajar de prostituta? — Sí, en ese tiempo yo no lo veía de ese modo, aunque me molestaba acostarme con otros hombres. Pero el cabrón tenía

—Oye, ¿y qué, me vas a coger o nomás me trajiste a platicar?

5. Oswald volvió a visitar la embajada de Cuba el día siguiente, sábado. De nuevo la respuesta fue una negativa. Visitó otra vez la embajada soviética y pudo hablar con uno de los empleados consulares. La plática fue en ruso e inglés y la respuesta fue que no era posible recomendar su visado a los cubanos. El norteamericano se puso furioso. Se dirigió de nuevo con los cubanos pero no tuvo éxito. Al parecer, le simpatizó a la secretaria de la embajada cubana y ese día ella lo llevó a comer al restaurante El caballo bayo; más tarde, él la llevó al hotel. RLV 14

—Sí, empecé desde chamaca. Un hombre me trajo de Sonora. Me engañó prometiéndome una vida hermosa. Yo quería conocer otros lugares y le creí, no quería saber de otra cosa. Me enamoré de él, me sentía feliz.


Esta relación sentimental fue negada por Silvia ante los interrogatorios a que fue sometida, por petición de la CIA estadounidense el 23 de noviembre de ese año, un día después del asesinato de Kennedy, por el entonces capitán Fernando Gutiérrez Barrios, de la Dirección Federal de Seguridad. Gutiérrez Barrios fue un personaje del mundo subterráneo de la política sucia de México; talentoso policía del espionaje, había ayudado a Fidel Castro y sus compañeros a conseguir un lugar en Veracruz para que se entrenaran militarmente y les apoyó en la adquisición del bote Granma, con el que los guerrilleros iniciaron la aventura que culminaría con el triunfo de la revolución cubana. Más tarde, Gutiérrez Barrios fue Secretario de Gobernación. El domingo 29 Oswald fue a ver los toros en la plaza México y deambuló por el centro de la ciudad. Aconsejado por Silvia, el lunes visitó Ciudad Universitaria para entrevistarse con Oscar Contreras, estudiante de derecho de la Universidad Nacional Autónoma de México, involucrado en actividades comunistas clandestinas. Oswald platicó con él en el cineclub de la facultad de filosofía y letras de la UNAM para pedirle ayuda para conseguir la visa cubana. Tampoco prosperó su plan. La noche de ese día asistió a una fiesta de twist, invitado por Silvia, donde convivió con, entre otros personajes del mundo intelectual, Elena Garro, ex esposa del poeta Octavio Paz.

6. Habían pasado más de dos horas desde que entramos al hotel Comercio. Las cervezas se habían terminado y de la botella de tequila quedaba menos de la mitad. Le di mil pesos a la mujer y antes de retirarnos le pregunté su nombre. —Todos me conocen como la Yaqui. — ¿Jacqueline? –pregunté, esperando haber cerrado con honores el ciclo de la obsesión sexual que había adquirido la ex primera dama del país del norte, Jackie Kennedy, al quedar viuda de manera trágica cuando Oswald le arrebató la vida de dos disparos a su marido. Sentí una erección al pensar que las coincidencias hacían su aparición una vez más. —No, Yaqui.

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Muy temprano, el martes, Oswald tomó un autobús de regreso a los Estados Unidos, vía Nuevo Laredo. Siete semanas después se convertiría en el asesino de Kennedy y dos días más tarde moriría baleado antes de rendir su declaración.


de pasto había un aparato televisor antiguo, en blanco y negro. En la pantalla se sucedían imágenes de la visita del presidente John F. Kennedy y su esposa Jaqueline a nuestro país, en el año de 1962. Sobre un inmenso vitral se podía ver una gigantesca fotografía del entonces presidente de los Estados Unidos caminando por los jardines de la Casa Blanca, con su hijo John– John.

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Nos despedimos. Ya en la calle quise despejarme del ambiente pesado del cuarto de hotel, del tequila y de la plática y los recuerdos. Se me antojó visitar el Museo Universitario del Chopo, a unas cuadras de ahí. Entrando, a mano derecha, había una exposición sobre el largo pasillo; se llamaba El jardín nuclear y me llamó la atención porque simulaba un hangar de aeropuerto: la pista muy estrecha era el pasillo y se repetía sin fin el sonido de un jet aterrizando; sobre una pequeña porción


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La vitrina A qué se va a la escuela Paco Olvera

maestros era: a estudiar. Cuando entré a la preparatoria, tuve una acre discusión con el profe de Etimologías, cuando cuestionó a su flamante audiencia “díganme si aquí alguien no viene a estudiar”, a lo que yo respondí, “pues yo”. El profesor en tono casi triunfal replicó ¿a, sí, entonces díganos usted a que viene?”, lo que me dio oportunidad a responder en forma impertinente, “pues a aprender, si lo pudiera lograr, sin estudiar, sería magnífico, si tengo que estudiar para conseguirlo, pues ya ni modo”. Me sacaron del salón, con un aura de héroe ante mis nuevos compañeros y me daba la oportunidad a abandonar en una buena medida, el aura de “matadito” desarrollada durante mis años previos de estudios. La verdad es que mis recuerdos escolares están muy poco relacionados con los temas de los programas de estudios, y en realidad están ligados a experiencias que daban un saber práctico que seguiría siendo aplicable el resto de nuestra vida. Los recuerdos son muy variados, desde aquellos generados en la restrictiva vida “cuasi monacal” de la escuela de religiosas donde cursé la primaria, pasando por las anécdotas campiranas de mi educación en el pueblo en plena pubertad, hasta llegar a las vivencias universitarias que contribuyeron a mi formación (o deformación) adulta. Muchos de cada

Echen confites y canelones Pocas cosas alegraban tanto como el recreo en la primaria, pero una variante muy mexicana que superaba al recreo era un supra recreo, una versión especial de lo ya de por sí especial, y esto consistía en partir la piñata en las posadas de la escuela. El goce era múltiple, pues aunque todos en casa celebrábamos posadas, donde cada uno teníamos o bien nos inventábamos episodios de heroicidad, era en estas fiestas comunales de la escuela donde uno se convertía en una celebridad verdadera dentro de la escuela, que en aquel momento, era gran parte de todo nuestro mundo. El canto de la letanía sustituía al acto cívico, y reunía a toda la escuela. Una procesión de alumnos cargaba los peregrinos cantando las estrofas de petición de morada (que yo me imaginaba como una habitación de tal color), y otros quedaban dentro RLV 14

Supongo que la respuesta que se antojaba obvia a nuestros padres y

uno de ellos, ya han sido vertidos en otros cuentos y relatos, por lo que me dedicaré a platicar algunos que, por su menor extensión, son buenos candidatos para una recopilación. La cronología será la que dicte la nostalgia, no el calendario, o dicho de otra forma, el calendario del corazón y no el del cerebro.


Al llegar al patio que nos correspondía, se podía ver a las empleadas de limpieza y algunas religiosas barriendo con escobas, los despojos de piñatas anteriores, con contrastantes caras de hartazgo y aburrición, ante la desmedida felicidad de todos nosotros. Se veía a don Leonel, el chofer de las monjitas, descolgando la coronilla de la piñata anterior. En esos tiempos, todas las piñatas eran de estrella, adornadas con papel de china, pegado en una olla de barro si cocer, con un fondo más delgado que aquellas destinadas a asentarse en un brasero para cocer los frijoles y con dos perforaciones en el cuello, donde se pasaría el mecate para colgarlas y cumplir su destino, con fatalidad para la piñata, pero brindándonos enorme gozo, como un guerrero derrotado en el circo romano. Las estrellas variaban en el número de picos, los ejes de simetría en la que se estos se colocaban y las combinaciones de colores, que siempre buscaban un contraste, pero en esencia, todas eran variantes de un mismo diseño primigenio. Nos habían contado databa de tiempos de la colonia, que representaba la lucha del bien luchando a ciegas contra el RLV 14

de los salones, para cantar las plegarias de negación de refugio a los incansables caminantes de Nazaret exceptuando, como todos sabíamos, en la última estación de esta representación de la jornada de los santos peregrinos, donde al fin eran recibidos. Luego de este ritual, íbamos a los salones de clase, y no puedo recordar, ni si quiera entre bruma, si teníamos alguna lección, o algún fingido atisbo de trabajo académico. Sólo recuerdo que era una espera con mucha mayor emoción y ansiedad del momento del recreo. Y cuando este llegaba, salíamos emocionados, en tropel, imaginando como nos iría en la partida de la piñata, unos con temor al ridículo, otros con la idea de romperla y ser el personaje del día o del año escolar entero. Al ir por los pasillos, conseguíamos ver a los compañeros que habían ya partido su piñata, cargados con fruta en el regazo, en una especie de bolsa de canguro que se moldeaba al doblar la parte inferior del suéter hacia arriba. En aquel entonces, las piñatas sólo tenían fruta, lo de los dulces vino años después. La medición de la ganancia dependía de la cantidad y el tipo de fruta que componían el botín. Toda era fruta de la temporada, las mandarinas eran muy apreciadas, así como las cañas y los cacahuates. En contraparte, las jícamas, naranjas y lo eran menos, y por último las papas rojas, que eran consideradas una ganancia ínfima. Supongo que las primeras eran más sabrosas y fáciles de consumir que las últimas, con todo y que la caña había que irla “pelando” con los dientes, pero su dulzura compensaba el esfuerzo. En particular recuerdo que durante varios años probé las papas rojas, si hallarles sabor alguno, además de su dureza. Los tejocotes ocupaban un lugar intermedio en mi escala personal, a veces apreciados, y a veces colocados junto a las papas. Esta escala de calificación de la ganancia “piñatera” es documentada en una canción de “Lalo Guerrero y sus ardillitas”, donde Pánfilo, el rebelde y desmadroso personaje que todos queríamos ser, decía con desencanto: “a mí me tocaron puras jícamas otra vez”.


Cada una de estas partidas de piñata tenía algún detalle chusco o algún accidente memorable: algún chamaco muy desorientado le daba un palo a otro, cortadas con algún tepalcate de las ollas rotas, los consabidos golpes en la cabeza al dejar que la piñata bajara repentinamente, algún otro perdido que se cansaba de caminar erráticamente sin darle un solo golpe al elusivo enemigo, así como decenas de pantalones rotos y rodillas raspadas. Hay que admitir que con la natural crueldad infantil ante la desgracia ajena, entre más aparatosa fuera la lesión o mayor la pena pasada, mayor diversión generaba la situación en cuestión. La anécdota que más recuerdo es una dónde solo me tocó ser testigo desde una posición privilegiada. Esa ocasión, los diferentes grados iban partiendo su piñata uno a uno, en un patio interior cuyo perímetro estaba formado por los salones de clases, y no recuerdo porqué, los niños de los demás grados estábamos viendo las acciones desde las afueras de nuestro respectivo salón. Yo estaba en el primer piso, recargado en el barandal, lo cual me proporcionaba un ángulo muy

interesante. Cuando llegó el turno de los de sexto año, todos sabíamos que la barbarie y el atrevimiento serían los mayores de la jornada. Las acciones no nos estaban decepcionando, eran los que más saltaban, los que más fuerte golpeaban la piñata y los que se veían más amenazantes cuando formaban el perímetro desde el cual se lanzarían por el contenido de la piñata una vez rota, pero nada de esto se compararía a lo que venía. No recuerdo quién era el “bateador designado”, pero luego del “crack” de la olla rota, si puedo recordar como el “Locovich” (ver como referencia “Los Autos Locos”), se lanzó con inusitada violencia y prácticamente se llevó la piñata completa “de aire”. La sujetó firmemente y salió como receptor de futbol americano, al tiempo que los demás lo perseguían para derribarlo. Era tal la euforia del “Locovich”, que no se dio cuenta que frente a él se había interpuesto la monjita encargada de arbitrar la partida de piñata: la madre María Esther, que por su rechoncha figura, y su cabeza totalmente de canas, era apodada “La monstruo de las Nieves”. El perseguido bajó la cabeza instintivamente, y aunque no la golpeó de lleno, sino más bien con el hombro bastó para tirarla de sentón. En el proceso, “Locovich” perdió el equilibrio y trastrabillando dio un par de pasos laterales, cosa que permitió a sus perseguidores propinarle una verdadera tacleada, que lo proyectó a donde la monjita trataba de reincorporarse. La inercia hizo su trabajo, y una avalancha de muchachos hizo que la madre rodara por el patio. Por supuesto, nuestro comportamiento fue de lo más reprochable, pues todos prorrumpimos en carcajadas, nadie fue al auxilio de la vapuleada monjita y para el colmo recuerdo que algunos cuantos gritaban “se le vieron hasta los blumers”. Mi hermano Nacho, que estaba entre los de sexto, me contó que a “Locovich” le dieron un castigo que debía ser ejemplar, pero eso no evitó que su hazaña perdurase entre una de la joyas del humor involuntario en la historia de las piñatas de la escuela. Sobrevivir al complejo ritual de las piñatas (como solían ser), fue algo que aprendimos en la escuela, pero no dentro de las aulas. RLV 14

mal, y que cada pico era uno de los pecados capitales. Para nosotros era un ritual divertido, de inicio a fin, siempre y cuando no nos tocara a nosotros hacer alguna escena considerada ridícula por los demás. Primero la preparación, vendar los ojos al encargado en turno de golpear la piñata, hacerle la señal de “cruz o cuernos” para comprobar si estaba viendo a través de la venda (yo mentía cuando alcanzaba a ver y aprovechar la ventaja, supongo que los demás también) y marearlo dándole tantas vueltas como sus años de edad, usando como eje el palo que se le entregaba para intentar romper la piñata. Luego, cuando el encargado del proceso inicial, lo llevaba a golpear algún poste u otro objeto sólido, haciéndole creer que allí estaba la piñata. A partir de este momento, el ritual de mis tiempos es el mismo que ahora: la piñata sube y baja para provocar y esquivar a su atacante accionada por quién jala la cuerda, el público grita “arriba, abajo, izquierda derecha”, unos tratando de orientar, otros de desorientar.


El primer año del kindergarten no lo hice en la escuela de religiosas, sino en una pequeña escuela de barrio, llamada “Jardín de niños Cámara de Comercio”. Tengo muy pocos recuerdos de esa época, como cuando nos llevaron a una “larguísima” excursión (de 3 cuadras) hasta la paletería “Regia”, donde nos mostraron como se preparaban los helados, nieves y por su puesto las paletas. Pero mi recuerdo más claro involucra mi primer bochorno público, con el descubrimiento de la bondad y la práctica de la honestidad a carta cabal. Yo tenía ya cuatro años y para ese entonces ya no tenía problemas para contener en forma efectiva “las ganas de ir al baño”. Pero en esa ocasión, recuerdo que yo intentaba llamar la atención de la maestra para pedir permiso de ir a los baños, pero para mí desesperación, ella no entendía mi solicitud, es más, me pidió quedarme sentado en mi sillita. Los procesos digestivos siguieron su marcha, y no pude evitar sus resultados. Comencé a sollozar en mi sillita y la maestra se acercó y me preguntó que me pasaba. Cuando le expliqué mi penosa situación, me tomó de la mano y dijo a mis compañeritos: “ahora vuelvo, voy a llevar a Paco al baño”. Me sacó a toda velocidad, me llevó al baño e hizo una labor múltiple, conteniendo mis lágrimas, limpiándome y sustituyendo mis calzoncillos por unos que no sé de dónde sacó (supongo que no era yo el primero que atravesaba esa complicada situación y ya estaban preparadas). Yo estaba muy apenado, y recuerdo que de regreso al salón me dijo algo así como “no te preocupes, no le voy a decir a tus compañeros”. Cuando entramos, todos voltearon a la entrada, y un niño preguntó “¿qué le pasó a Paco?” a lo que la maestra respondió “lo llevé al baño porqué se cayó”. No recuerdo que hubiese más preguntas ni suspicacias, y el resto del día transcurrió sin más incidentes. Cuando mi mamá llegó por mí, la maestra la llamó para hablar con ella, y aunque no alcancé a escuchar lo que le decía, pero veía las cara de ternura de la maestra (en aquel entonces no era la

Experimentos fuera del laboratorio Nuestras prácticas de laboratorio iniciaron en la secundaria, pero fueron muy pocas Lo más que recuerdo es que cuando nos presentaron los implementos básicos, mi amigo el “Moco”, infló la mochila de nylon de el “Chacas” con el recién conocido mechero de Bunsen, dejándola apestosa por varias semanas. Fue en la prepa donde las prácticas fueron más frecuentes, más complejas y dieron oportunidad para el aprendizaje informal de las ciencias naturales. Algunas de estas eran crueles travesuras, como derramar “accidentalmente” blanqueador en el banco de una compañera, lo que produjo una mancha blanca y circular en pleno trasero, o bien amarrar el cinturón de la bata a un compañero al banco donde estaba sentado, lo cual le ocasión o una tremenda caída. La curiosidad, las ganas de dejar de “ser niños” y la imprudencia, todas propias de la adolescencia, nos llevaron a hacer algunas barbaridades dentro y fuera del laboratorio. Ni siquiera recuerdo para qué experimento nos pidieron llevar alcohol de 70 grados. Nos indicaron que debíamos comprarlo en una ferretería o en RLV 14

Aprendiendo valores

“miss”) y de mortificación de mi mamá. Recuerdo que mi mamá me llevaba de la mano, no me regañó, de hecho no me dijo nada. Íbamos cruzando el patio, cuando un niño, señalándome con el índice le dijo a su mamá, “mira mamá, allí está el niño que se cayó”, a lo cual repliqué en forma intempestiva, “no me caí, me cagué”. Sólo recuerdo que aceleramos el paso, sin que mi mamá me dijera nada, hasta llegar a la casa. Supongo unir la prudencia a la honestidad para evitar tales vergüenzas, fue algo que perfeccioné al paso de los años.


con amplios ventanales formaban los laterales, muros de carga del edificio cubiertos por un aplanado rugoso de cemento y techos de los que colgaban lámparas que cuando menos tenían la instalación eléctrica oculta. Los gritos no nos detuvieron y rociamos toda la plataforma por completo, y sin dudarlo, saqué mi encendedor y a pesar del riesgo que representaba acercarlo tanto a una buena cantidad de combustible, inicié el fuego. Las compañeras aunque gritaban no se salieron. Las llamas azuladas producidas por la combustión del alcohol, se podían percibir más por el gran calor que producían, por carecer de las tonalidades amarillas y rojas producidas por otros comburentes. Chucho salió a asomarse, ¡apenas viene cruzando el patrio de enfrente! Nuestros compañeros soltaban risas nerviosas mientras entraban al salón y se iban sentando en sus bancas. Ahora que lo recuerdo, me sorprende que no tuviéramos miedo de que el fuego se propagara, no puedo asegurar que este temor se hubiese disminuido por nuestros amplios conocimientos de química o de física de materiales, pero si me queda claro que esta falta de temor fuera tan sólo por la típica inconciencia propia de la adolescencia. La verdad es que no teníamos “plan B” para extinguir el fuego, esperar a que el alcohol se consumiera por sí solo. Me senté en mi banca, mientras agachaba y levantaba la cabeza buscando por contraste distinguir si aún se estaban produciendo llamas. Chucho entró corriendo, la profesora ya había comenzado a subir la escalera. Al tiempo que alcanzó su banca, que estaba junto a la mía, de manera providencial, el fuego se extinguió. Recuerdo que tan sólo escuchaba un murmullo, con risas, voces y algunos sonidos de bancas que se arrastraban cuando sus ocupantes se revolvían en sus lugares. La profesora cruzó por el marco de la puerta. “Buenos días”, dijo mientras a paso firme caminó rumbo a la plataforma. No creo que a nadie le diera tiempo en realidad de decir nada en absoluto. La profesora, llevaba un vestido ligero que le cubría debajo de las rodillas, de unas piernas bonitas que eran rematadas por un calzado RLV 14

una alcoholera o bien en una cantina, e indicar que era para uso en el laboratorio. Parte del conocimiento adquirido, era que el alcohol que se vendía para el botiquín familiar, tenía una muy baja concentración, por lo cual no debíamos caer en la tentación de no cumplir las instrucciones, pues la práctica no resultaría. El hecho es que la cantidad mínima que nos vendieron en la cantina fue un litro y cual sería nuestra sorpresa que para la práctica, empleamos apenas unos cuantos mililitros. Al finalizar la clase en el laboratorio, salimos con nuestra botella de un litro, sin saber qué hacer con ella y con su contenido. Estaba sentado con mi amigo Chucho sentados en un escalón que formaba el remate de los cimientos del edificio donde estaban los baños y los laboratorios de física. Bromeábamos proponiendo teorías descabelladas de qué hacer con el alcohol, que iban desde ponerlo en el tanque de gasolina de un coche hasta usarlo para iniciar algún incendio en los zacatales que rodeaban los terrenos de la preparatoria. En eso estábamos cuando vimos como salía desde la dirección la maestra de filosofía rumbo a nuestro salón, contoneándose sacudiendo sus amplias y llamativas caderas con parsimonia y lentitud. Prácticamente en forma telepática nos transmitimos la idea de que es lo que haríamos con nuestro volátil remanente del laboratorio. Salimos a todo correr rumbo al salón, que estaba en el primer piso e inmediatamente a la derecha de las escalera de escalones “volados” de concreto sobre una estructura metálica de la que sobresalían los barrotes que daban forma a un pasamanos metálico. Había un par de compañeras dentro del salón, de esas que siempre llegaban antes de la clase o bien, ni siquiera salían luego que finalizaba alguna de las clases. Las ignoramos por completo y comenzamos a verter el contenido de la botella sobre la plataforma. ¡¿Qué hacen!?, o algo por el estilo comenzaron a gritar con una voz chillona las compañeras que allí estaban, lo que llamó la atención de algunos otros compañeros que estaban en el barandal y que ahora se asomaban por las ventanas. La plataforma era de cemento pulido, que iba acorde con la sencillez de toda la construcción del salón: muros bajos de tabiques sin cubrir que


Las carcajadas y risas que produjo esta escena fueron terminadas de golpe por un grito de autoridad y enojo de la profesora: ¡Cállense!, ¡esto no es para reírse!, ¡seguro que quién hizo esto es un cobarde que no tiene los pantalones para decirlo! Con la misma valentía y la falta adicional de conciencia que produce el reto a un adolecente que quiere afirmar su hombría aunque se trate de un reto de iniciación si sentido,

me levanté de la banca, y a tiempo que miraba a Chuco con una expresión que intentaba decir “¡Dejadme sólo!”, hablé con voz firme: “profesora, yo fui”. Ella se levantó de su lugar, con una cara de “pocos amigos”, pero sorprendentemente dijo: “¡ya sé que tú estás tratando de ser tapadera de alguien, y piensa que es muy gracioso y que todos se van a salir con la suya!, así que quiero que el verdadero culpable se ponga de pie!” Yo me sentía desconcertado, pues a pesar que las “matadas” que me vieron junto con Chucho ejecutar la travesura le decían con sus voces chillonas: “¡si fue él, profesora, fue él!”, no parecía tomarlas en cuenta, cosa que por un lado me parecía gracioso, pero por otro, me ofendía por no ser considerado suficientemente audaz (o idiota) como para atreverme a tanto. Yo insistí con fervor en declarar mi culpabilidad, al tiempo que Chucho se levantó e igualmente declaró: “yo también fui profesora”. La reacción fue aún más sorprendente y providencial, pues al tiempo que varias voces acusaban, “¡si profesora, fueron ellos dos!” La profesora se enojó aún más pero dijo, “¡no se hagan los graciosos, si insisten en este jueguito y que los causantes de esto no se pongan de pie, les voy a quitar un punto a del examen final a todos los hombres del salón!” El salón pasó de las risas y la algarabía al enojo, era un reto a la hombría, el cual todos los ofendidos varones dispuestos a aceptar. Algunos nos hicieron indicaciones que nos sentáramos, y sin mediar más comunicación que la de la expresión de nuestros ojos y algunas señas con las manos, todos decidimos ahora guardar un empecinado silencio, mientras que la profesora continuaba con su sermón y sus amenazas. Ni las amenazas, ni las consecuencias lograron amedrentar ni aún a los más “estudiositos”, todos habíamos sido agraviados, y ahora teníamos un motivo por el cual resistir, además que el espectáculo que brindó la profe fue de los mejor, con todo bataclán incluido. Pues todos los hombres del salón perdimos un punto, pero todos fuimos participes de una gran travesura. Chucho y yo nos convertimos en celebridades, que en mi caso particular, enterraba al fin mi fama de “matadito”. Gran aprendizaje de RLV 14

abierto. Siempre nos había parecido muy guapa, y recuerdo qué, desde el curso anterior en que también nos había dado la clase de filosofía, le mirábamos las piernas cruzadas debajo de la mesa que fungía como escritorio, sin que esto pareciera molestarle, más bien parecía divertirle, sobre todo cuando nos sorprendía con alguna pregunta que nos sacaba de nuestro sopor voyerista, produciendo risas de los demás compañeros mientras poníamos cara de tonto, más por sentirnos sorprendidos que por no saber la respuesta. Cuando colocó el primer pie sobre la plataforma, no parecía que fuera a pasar nada fuera de lo común, pero en cuanto comenzó a transferir todo el peso de su cuerpo en ese pie, para ascender y continuar avanzando, la energía calorífica excesiva almacenada por el concreto sobrecalentado, logro vencer el efecto aislante de la suela de su zapato. El resultado fue, que lo que en principio era un paso, se convirtió en un salto, que acompañado de un grito, más bien ahogado, dio inicio a una serie de varios saltos bajos, o pasos largos con el compás muy abierto, produciendo una secuencia parecida a los participantes del salto triple, que se detuvieron cuando, en un final prácticamente circense, la profesora cayó de sentón sobre la silla, luego de un último saltito que corto, al tiempo que levantaba las piernas sin pudor o estilo alguno, para evitar que la quemante superficie le siguiera castigando las plantas de sus pies. No recuerdo con precisión, pero estoy casi seguro que profirió varias maldiciones y groserías durante el salto y mientras acomodaba el vestido para evitar que siguiéramos disfrutando del espectáculo que constituían sus torneadas piernas rematadas por redondas nalgas cubiertas por unas pantaletas blancas.


Respuestas sabias y respuestas legendarias El arte del desmadre, como ya lo hemos ejemplificado, es muchas veces involuntario, y una de sus manifestaciones más graciosas es cuando, al ser interrogados en la escuela por el profesor y sin saber la respuesta correcta, decidimos que el silencio es humillante y respondemos cualquier cosa, sin saber que de “Guatemala iremos a Guate-peor”. Muchas de estas me han sido referidas, por lo que sin dudar de su veracidad, tan sólo quiero dar el crédito a quién me las hizo llegar. La primera nos la contó Avedis, un compañero de mi hermano Nacho y fue protagonizada por su sobrinito, en el jardín de niños, cuando en su primer examen oral, fue interrogado “¿para qué sirve el esqueleto?”, a lo que él respondió con naturalidad: “pues para espantar”. Menciono a mi amigo el “Chino”, que en la prepa sorprendido en pleno desmadre por el profe y le preguntó: “¿cuál es la valencia del oxígeno?”. El “Chino” recorría el salón mirando con desesperación por una respuesta, misma que no le era comunicada, por ignorancia o tan sólo por lo gracioso que nos resultaba verlo con su cara de tonto a medio salón. Luego de algunos segundos de incomodo silencio dijo “profe, lo tengo en la mente, pero no puedo expresarlo”. Hasta el profesor se carcajeó, visualizando a alguien que desesperadamente estuviera pensando en el número 2, sin poder explicarlo al resto de la humanidad. Mi hermano Víctor nos relataba como, en plena clase de electrónica (física de semiconductores), luego de finalizar un larguísimo desarrollo de la ecuación de Poisson, que ocupaba en letra compacta los dos

pizarrones del salón de clase, el profesor preguntó “alguien podría indicarme ¿qué es lo que permanece constante?”, en clara referencia a los términos del complejo resultado, tan sólo para escuchar una voz anónima que provino de entre su audiencia “nuestra ignorancia profesor”. En la universidad, nuestro compañero Dante era especialmente conocido por decir barrabasadas en plena clase, a tal grado, que llegamos a afirmar que debía prepararlas antes de la clase, no podían ser espontáneas. De todas ellas, al que más recuerdo fue en una clase de electrónica, donde estábamos aprendiendo a diseñar filtros de frecuencias empleando polinomios de Tchevichev. Al momento de escribir este escenario, parecería que debíamos saber de esta sofisticada técnica, lo cual sólo realza la oximirónica genialidad de la tontería del buen Dante, pues luego que la profesora desarrollo un ejemplo con un polinomio de orden par, preguntó a su audiencia “vamos a desarrollar un polinomio de orden impar, ¿qué número utilizamos?”, y antes que nadie pudiera replicar, Dante sugirió con firmeza, “pues con el mismo para comparar, ¿no?”.

Héroes de las aulas Cuando menos en mis tiempos de educación elemental, era sabido que los profes eran casi que intocables, una especie superior que en lo general descendían del Olimpo del conocimiento a ungir con él a algunos pocos mortales, tratándolos justamente como eso, como mortales, o como diría mi abuelita “con la punta del zapato”. Frases como la de “el 10 es para Dios, el 9 para que el que escribió el libro, el 8 es mío y ustedes aspiran del 7 hacia abajo”, marcaban la pauta con la que algunos profesores dejaban saber su particular visión de la “educación”. Así como RLV 14

unidad y de que, en ocasiones, la verdad no siempre es apreciada o identificada.


Una cucharada de su propia medicina. La maestra Amparo, había sido la directora de un par de escuelas primarias, la última de ellas, cuando menos, era de su propiedad. Considerando este entorno, ponerse al brinco a la directora y propietaria, era más allá que impensable, incluso para la mayoría de los padres de familia. Pero si Hércules pudo lograr algunas labores que sólo podrían considerarse de la talla de los dioses, eso mismo hizo el mayor de los hermanos Mendoza. Cuando Hugo entró en el salón de clases de primero de secundaria, un rumor recorrió las bancas. Por su puesto llamó mi atención el murmullo, que contenía diferentes expresiones: “¿cómo le hizo para entrar?”, “pues ¿no que no le iban a dar su certificado?”, “¡no sé por qué lo admitieron!”, “¡ese wey si está grueso!”. Se trataba de un muchacho alto y fuerte, mucho más alto que la mayoría de los que estábamos en el salón, con el genotipo de “güero de rancho”, que a pesar de su imponente aspecto físico, tenía más bien gestos bondadosos e irradiaba más timidez que ferocidad. La descripción que acabo de hacer de él, contrasta con la historia que le dio fama: enfrentó a la maestra Amparo. Luego del estupor que produjo su entrada en el salón de clases, mi curiosidad y la de todos los que no habíamos estado en la escuela de la maestra Amparo fue mayúscula, por lo que a fuerza de preguntar y chismear, averiguamos la historia que les cuento a continuación. Hugo, aunque siempre fue más fuerte que el resto que sus compañeros, era en efecto bondadoso y tímido. Ciertamente no era considerado una “lumbrera”, para la escuela, pero se comportaba bien y obedecía. Por estar en el sexto y último año de la primaria, la profesora de este grupo era ni más ni menos que la directora, la maestra Amparo. Una ocasión

que la maestra salió a cumplir con los deberes adicionales que le imponía ser la directora y propietaria, dejó el salón sólo, haciendo una lectura de comprensión (como se llamaba en mis tiempos al ejercicio de leer y para luego ser interrogado sobre el sentido de dicha lectura). Cuando regresó, el salón estaba sumido en un tremendo griterío, los muchachos estaban fuera de su lugar y había una banca con la paleta rota. No hay que hacer un gran ejercicio de inferencia para imaginar el enojo que esto causó en la maestra. Luego de un interrogatorio sumario, los “rajones” del salón señalaron a este “gigante amigable” como el causante de tal desgracia. Pese a los intentos de Hugo por defenderse, la maestra lo encontró culpable y dictó su sentencia, pegarle en las palmas de las manos con una vara de membrillo que tenía dispuesta para infligir este tipo de castigos. Sólo como una meditación adicional, mencionó que no se si la vara sería de membrillo o sólo se le denominaba así por sus características de dureza y elasticidad, y por otro lado, que por tratarse de un muchacho alto y fuerte, a la maestra le pareció que esta fortaleza lo haría un candidato factible a la destrucción de la dichosa banca. Pese a las súplicas de Hugo, la maestra lo pasó al frente, hizo que extendiera las palmas de las manos y comenzó a golpearlas, que a imitación a los que se infringen con un fuete a los caballos, se repitieron varias veces. Quienes fueron testigos oculares, nos decían que Hugo le pedía a la maestra que se detuviera, y esta, sin mediar palabra alguna, continuaba con su terrible labor. Nadie pudo describir como, ni siquiera el mismo Hugo, que por su timidez y tal vez instruido por sus papás, nunca quiso hablar del tema, pero consiguió arrebatar el instrumento de castigo de su verdugo. La cosa no quedó allí, pues en lo que supongo que sería un arranque de furia contenida o instinto de supervivencia, comenzó él a darle de varazos a la maestra. Ninguno de los demás allí presentes intentó detener el castigo, aún más, cuando llegaron otros maestros y maestras de otros salones, la mayoría alentaba la paliza, con gritos de “¡dale, dale!, ¡para que se le quite!”. Para cuando lo detuvieron, tenía a la maestra “atrinchilada” en una esquina, ante el regocijo generado por la RLV 14

en la arena de los dioses grecorromanos, algunos mortales desafiaban a los divinos pobladores del Olimpo, algunos jovenzuelos se atrevieron a desafiar e incluso a derrotar a esta estirpe de profesores. Me permito referir la historia de algunos de estos héroes injustamente “arrumbados” en el desván de la historia.


Pos si se trata de escoger. Al entrar a la preparatoria, la ya mencionada necesidad de afirmar el paso de la infancia a la adolescencia, se manifestaba en hacer algunos retos imprudentes que lindaban en la estupidez. Pero también era un hecho que muchos de los profesores eran más experimentados y rudos, diría yo que casi intimidantes. Recuerdo en particular a mi profesor de matemáticas en el segundo semestre, que durante las primeras semanas del curso demostró tener una forma muy efectiva de mantener “a raya” a los alumnos. Era claro que tenía muchos años allí, y que realmente no era fácil intentar “verle la cara”, pero también lo era el hecho que también abusaba en la presión a la que nos sometía (hoy en día dirían que nos hacía “bulling”). Nadie parecía se enfrentaría al profesor, ni aún los compañeros de mayor edad que habían retomado sus estudios y ya no eran “tan chiquitos”. Curiosamente, quién se consolidó en el adalid de esta hazaña, fue ni más ni menos que mi cuate el “Pluto”, que era, para no perder la costumbre de estos héroes, tímido y medio dejado, pero como reza la conseja “el valiente vive, hasta que el cobarde quiere”. Claramente su apodo, aunque a semejanza del famoso perrito de Disney, era por su puesto una malsana deformación de las palabras que implicando que era “marica” (que en una cultura eminentemente machista, era una gran ofensa). Para cuando llegó el primer examen, el profe ya había demostrado con suficiencia que nos “llevaba de calle” en eso de ser cábula, y que no habría forma de “darle la vuelta”, y esta confianza resultó ser excesiva,

ya que justamente antes de iniciar este examen, hizo una demostración que a la postre, ocasionó que perdiera esa ventaja. Estábamos todos con cara de espantados y mientras repartía las hojas con las preguntas del examen, comenzó a hacer una perorata, destinada a amedrentarnos (una vez más): -Quiero que sepan, que tengo muchos años de dar clases, y que todos los trucos que se sepan, yo me los sé -Si tratan de copiar, me voy a dar cuenta, y si tratan de ayudar a sus compañeros, los voy a reprobar a los dos -Además, quiero decirles también, que estoy preparado para todo, pues hasta tengo dos madres, la mía y la que traigo a los exámenes, entonces miéntenmela las veces que quieran Parecíamos que nos había quitado hasta el último consuelo, pero entonces, de forma inesperado, el “Pluto” le peguntó al profe: -Entonces, ¿tiene a su mamá y otra que trae a los exámenes? -Así es -Pos entonces ¡chingue la suya! Luego de unos segundos de incredulidad, todos estallamos en carcajadas. El profe sacó al “Pluto”, pero de allí en adelante, perdió el control que había logrado de nuestro salón. Terminó odiándonos, y en particular, el buen “Pluto” no aprobó el curso, ni en esa ocasión, ni en las subsecuentes en que lo intentó, dejando clara que la venganza del profe fue completa con el respaldo de sus colegas. Luego de un año de intentos, el “Pluto” dejó la escuela y le perdí el rastro por varios años, hasta que cuando estaba a punto de finalizar la universidad, me lo RLV 14

sed de venganza de muchos otros de los compañeros de Hugo, que se vieron redimidos en este tal vez brutal, pero para ellos merecido castigo. En aquel tiempo, luego de conocer más a Hugo y de escuchar más terribles historias de la temible profesora, considero que se trató de un acto de heroicidad infantil y le rindo ahora este breve homenaje, a nombre de muchos alumnos indefensos y maltratados de aquellas épocas.


-Oye, ¿y acabaste la prepa? -¡No que va!, pos no pude pasar “mate dos” -¡Chin mano!, que mala onda, ¿y no te arrepientes? -¡Pos la verdá no, pa’ que se le quite lo sabroso al wey! Aún ahora, luego de más de veinte años, me sigue arrancando una sonrisa esta respuesta del “Pluto”, que en mucho lo igualó al personaje de “Burt Reynolds” en “Golpe Bajo” (“The longest Yard” en inglés), que ante el dilema de salir en libertad o chingarse al malvado de la película, le pregunta a un viejillo, que tiene veinte años en la cárcel por romperle el hocico a un guardia que luego llegó a director del penal, si ese “gustito”,

había valido la pena. Se imaginarán que la respuesta fue, “¡claro que la valió la pena!”. En la siguiente escena, le mete tremendo balonazo a “medios huevos” al malvado de la película, y luego gana el partido de la honra a los guardias de la prisión. Pues humildemente, así le hizo el “Pluto”, y por eso también recibe un merecido homenaje, para demostrar que la humildad nunca sobra, aún en los más experimentados. ¿A qué se va a la escuela?, pues yo diría que a madurar, para saber en qué casos podemos aplicar lo que aprendemos, dentro y fuera de la escuela, pero sobre todo, a ejecutar un ensayo de cómo vivir en un entorno más amplio que el que constituyen nuestras familias.

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encontré en el mercado, en su negocio de venta de pantalones, luego de los abrazos y preguntas de rigor, no pude resistir a peguntarle del tema


Anécdotas universitarias Paco Olvera la actualidad, la matrícula de alumnos que ingresan a una

Universidad en México tienen edades que oscilan entre los 17 y 19 años, es decir, que el promedio de edad de los aspirantes ha disminuido con respecto a las décadas anteriores. A esta edad el carácter del estudiante está en plena formación y aunque existe un interés real hacia la ciencia y las actividades docentes, también otros aspectos (que podemos pensar como propios de su edad) atraen la atención de un alumno de nuevo ingreso: la dificultad y lo novedoso del medio al que van a ingresar.

Esta atracción por la novedad y la necesidad de enfrentarse a retos para superarlos, ha encontrado una manifestación muy interesante en la descripción que los ya iniciados hacen a los novatos de lo difícil y exótico del medio que ahora habitan. Cuando estaba por ingresar a la Universidad algo que ejercía una enorme atracción para mí eran las narraciones de mi hermano y sus amigos acerca de sus peripecias; no era lo más interesante una plática que tratara sobre alguien que obtuvo una nota máxima en un examen, o de los logros en un complicado experimento de laboratorio, de todo esto los relatos los que me resultaban realmente invitantes eran aquellos que tenían que ver con el folklore y el extraño comportamiento de algunos profesores, que los hacía parecer una mezcla de científicos locos de Hollywood con Albert Einstein y a la Universidad como un Shangri-La aún sin explorar. De mis experiencias personales y de otros compañeros presento a continuación algunos relatos del Nuevo Mundo universitario que nos tocó descubrir.

Matemáticos singulares La mañana de ingreso a la Universidad puede considerarse tan normal como aquella en la que las tropas aliadas desembarcaron en Normandía. Me encontraba junto con otra buena cantidad de novatos arremolinado alrededor de los lugares donde se encontraban los horarios, para allí confirmar el salón donde se impartiría el curso y los nombres de los profesores. A pesar de que la primera clase que recibí fue de química, el verdadero recibimiento se nos había reservado para después, en la clase de matemáticas. Cuando llegamos al salón todos los allí presentes nos encontrábamos emocionados y felices de haber comenzado el trance exitosamente, repentinamente se hizo un silencio comparable tan sólo al momento en que algún virtuoso solista ejecuta en la sala de conciertos: apareció un tipo de complexión robusta y buena estatura, tenía el ceño fruncido lo que resaltaba el hecho de que sus anteojos estaban unidos por el centro con cinta adhesiva, recorrió el frente del salón a grandes pasos y comenzó una alocución que hasta este momento no se me olvida:

-"Jóvenes, han entrado a un coladero... de todos los aquí presentes, sólo pasaran la materia humm, tres o cuatro. No estamos en la Universidad X donde les envían una cartita .. “es usted muy bueno y lo queremos en nuestra escuela”, no, aquí no hacemos esto, en esta escuela hay sobrepoblación y he venido a resolver este problema" RLV 14

En


En ese momento volví el rostro para observar la reacción del resto de mis compañeros, aproximadamente nos encontrábamos noventa o cien personas, que no atinábamos a creer lo que escuchábamos. Esto fue el inicio de una serie de situaciones curiosas que se suscitaron durante el curso. Continuó haciendo indicaciones acerca de la forma de calificar que presagiaban un curso bastante difícil, aclaró que bajaría un punto de la calificación del examen departamental por cada tarea no entregada, y que sólo la pediría a unos cuantos alumnos elegidos al azar; cuando llegó el primer día de entrega, la fue solicitando a los alumnos que tenía cerca, pues no llevaba una lista, cuando alguno no la tenía se notaba un claro regocijo en su expresión, pero uno de ellos dio una respuesta que para todos aquellos que no tenían la tarea representaba una tablita de salvación: - "Soy oyente". Esta simple frase le liberó de todo mal y nadie estuvo dispuesto a desaprovechar tan magnífica oportunidad. Así uno por uno, excepto algunos cumplidos, se ponían de pie y con mucha firmeza decían Soy oyente, cuando el número de oyentes comenzó a superar cualquier límite imaginado, su rostro se fue transfigurando como un preámbulo al estallido:

-"¡Pues si todos son oyentes, no se que demonios estoy haciendo aquí,... entonces yo no soy el profesor!"

Después de lo cual partió muy molesto con algunos alumnos temerosos de su ira tras de él, intentando entregar la tarea.

No toleraba indisciplina en sus filas, cuando el disponía algo todos debíamos acatarlo. Fué una ocasión singular cuando propuso el texto que seguiríamos en el curso

-"Vamos a emplear el libro de Earl W. Swokowsky", creo que mencionó el nombre completo del autor para impresionarnos, lo cual logró con los que éramos novatos, pero una compañera que tenía ya la gran experiencia de un curso reprobado, se puso de pie y le replicó -"Pero profesor, la mayor parte de los profesores pide el Leithold, y la mayoría de nosotros tiene el Leithold" -"Muy bien señorita, si usted tiene el Leithold, no lo compre, pero yo pido el Swokowsky" -"Pero maestro, es que nosotros ... ", fue interrumpida por una exclamación y una danza en la plataforma, que consistía en levantar los brazos y luego tomarse la cintura -"Pero claro, si la compañera tiene el libro Mis Primeras Letras vamos a emplear Mis Primeras Letras, para el curso de cálculo. ¡Pues si no quiere, no lo compre pero ya deje de importunarme!

Una táctica que le gustaba emplear consistía en lo siguiente, después de finalizar una larga demostración en el pizarrón, se quedaba mirando por la ventana en tanto que nosotros terminábamos de copiar, de repente se volvía hacia nosotros y señalaba a alguna víctima:

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Él era Mario Rosales .


-"A ver usted, explíqueme que dice el teorema del valor medio, si usted... ", pasaban algunos instantes desde el momento en que alguien era elegido hasta que se resignaba y se ponía de pie, -"El teorema del valor medio, pues... er, no lo sé profesor", con un tono sarcástico contestaba: -"¡El compañero no sabe, claro, no es su obligación! Y cuando en el curso siguiente le pregunten ¿Quién le impartió el curso anterior de matemáticas?, va a responder, pues fulano y le van a decir ¡pues fulano es un imbécil!, y a mí no me gusta que me digan imbécil, ¡está usted reprobado!".

Alguna vez empleó frases como van a aprender mas matemáticas el día de hoy que en toda su cochina vida, o bien tratándose la clase anterior al examen, pues si quieren pasar, se preparan una jarrota de café y se la tragan, y estudian toda la noche, quien les dijo que la noche era para dormir. Pero una de las cosas mas curiosas sucedió fue cuando por nésima ocasión (en una sola clase) intervino Sergio para aclarar sus dudas, con su marcado acento norteño dijo:

Algo que le encantaba hacer realmente, era dar respuestas que dejaran al oponente sin defensa, además claro, de una generosa dotación de sarcasmo. Un día al entregar exámenes se acercó un alumno, se le notaba francamente sorprendido, cuando le tocó su turno aclaró:

-"Profesor, disculpe, pero esta calificación no demuestra todo lo que yo sé" -"¡Ahh!, pero demuestra lo que no sabes y eso es lo que a mí me interesa"

Al finalizar el curso, todos nos acercábamos a su cubículo con el corazón en la garganta, al llegar el espectáculo era realmente estremecedor: una pequeña hoja blanca tenía escrito con letra grande "Alumnos aprobados", y a continuación con letra pequeña una lista muy reducida, compuesta cuando más por diez nombres. Cuando me acerqué, coloqué mi dedo índice en el primer nombre y comencé a recorrer la lista muy lentamente, sólo para comprobar que el mío no estaba, en esto se asomó y me dijo:

-"¿Acaso no te encuentras?". -"Oiga profesor, es que no le entiendo", el profesor se volvió lentamente y mirándolo con cara de ya estoy harto le ordenó

-"Oiga profesor, yo no me llamo Juan" -"Pues aquí te llamas Juan y punto".

Pero Mario Rosales no fue el único de los matemáticos que se caracterizaba por ser un gran inspirador de anécdotas, para un Babe Ruth siempre hay un Roger Maris y esta vez en la persona de Arturo Andrade. Este era de gran tamaño y su aspecto bien correspondía al de un carcelero nazi: de piel muy clara, una barriga prominente, el poco pelo que le quedaba era blanco, una nariz grande y mentón salido, cuando lo vi por vez primera esperé escuchar un Achtung!. Al hacer su aparición en el RLV 14

-"A ver tu Juan, pasa al pizarrón"


salón de clase, de los presentes se esfumó la mitad sin esperar nada más (los viejos zorros huían de la escena), los restantes fueron desertando al correr de las semanas.

Era característica de Andrade, la insistencia de pasar a un determinado alumno al pizarrón; cuando un alumno era seleccionado, era sometido a tan tremenda prueba por espacio de semanas, de tal forma que al finalizar el curso tan sólo unos cuantos alumnos habían sido los elegidos para tal tarea, y además resultaban ser los únicos aprobados. Recuerdo la ocasión en que pasó al pizarrón a una compañera que se ufanaba de venir de otra escuela , y por tanto ser dominadora de los temas tratados en el curso; al entregarle el gis dijo:

viejos maestros de la Grecia clásica. Para la siguiente clase eligió otra víctima para su clase a un sólo alumno: yo. Cuando pasaba al pizarrón me entregaba su libro, abierto en la página del ejercicio a resolver y enroscado como un pergamino, casi no había teoría en clase, la teoría debía ser comprendida en el momento de resolver el ejercicio, tras lo cual me preguntaba entendió como si nadie más estuviese en el salón. Cuando no lograba resolver un ejercicio, al finalizar la clase me quedaba de tarea, por lo que, si bien no preguntaba a los demás si habían comprendido, tampoco tenían tarea. Una de esas ocasiones, llegué y no había nadie en el salón, únicamente estaba él.

-“¿Hago la demostración completa?” pregunté, a lo cual él respondió: -“Como gustes, hoy no tienes público”

-“Vamos a ver que tanto saben los de tu escuela”

Tras lo cual se dedicó a molestarla en el salón durante 20 minutos, después de eso jamás se presentó en el salón de clase. Era común que cuando invitaba a alguien a pasar al pizarrón y este se negaba, dijera en un tono sarcástico

Cuando entraba al salón arrojaba sus llaves a la mesa desde la puerta, miraba a los miembros del salón como si buscara quien pasaría al pizarrón en esa ocasión, pero invariablemente escogía a su victima en turno, como si fuese la primera vez que lo veía

-“A ver, ahora tú, pasa al pizarrón” -“Ja, tiene miedo”

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Claramente Andrade impartía clase para una sola persona, si los demás aprovechaban esto por estar presentes en el salón, era algo adicional, y que además parecía no tener importancia para él; de alguna forma muy en su interior, a él le gustaba sentir que tenía un discípulo, tal como los

La mayor parte de sus anécdotas se desarrollaban en los exámenes, cuando presentamos examen por vez primera, nos obligó a dejar todo cuanto traíamos en las manos en la mesa asignada al maestro, después escribió el examen en el pizarrón y se dedicó a deambular en el salón


mientras intentábamos resolverlo. Reinaba el silencio en el salón, cuando de repente se pudo oír su voz diciendo

-“Tiene usted media hora queriéndole sacar raíz cuadrada a uno... eso es a lo que llamo tener pereza mental”

Para el segundo examen había gran expectativa pues ahora conocíamos su modus operandi.

-“Esto lo demostró Gauss a los 13 años”, a lo cual nuestra respuesta (internamente, claro) era:

Durante el mismo examen se le oyó exclamar:

-“Pues esto lo demostré con Andrade a los 19 años, ¡cual es el problema!”

-“Pero ¿qué está haciendo?, piensa que estoy loco o que, se puede adivinar que uno puede ser raíz, pero usted quiere adivinar la raíz 8345 de la ecuación”

En esa ocasión el show corrió a cargo de un estudiante Chileno, el cual tuvo que disertar con Andrade acerca de la guerra Chile-Bolivia-Perú, y a ratos, muy cortos, resolvía su examen,

En la clase siguiente, como ya era una tradición, me pasó al pizarrón, y uno a uno me fue dictando los ejercicios del examen. Resolví con soltura algunos de ellos, pero otros que quedaban inconclusos, era auxiliado por él para completarlos. Al finalizar, luego de ver que algunas de las respuestas que propuse eran correctas, me preguntó:

-“Ah, así es que la guerra tenía motivos políticos..”

-“Como un ocho, espero”, a lo que respondió: -“Pues efectivamente, tiene usted ocho”

Al mismo tiempo que observaba mi examen. Tiempo después me entré que nunca calificó uno sólo de los exámenes.

-“Pero le quitaron la salida al mar a Bolivia...” -“Claro, pero....” -“Humm.. que mal, bueno así es la vida. Entregue todo mundo su examen por favor...” Tiempo después, nos enteramos que este muchacho era hijo de un diplomático, al igual que la persona que se quedó con la beca de Andrade en Europa, pesando más esta situación que los méritos académicos y dejándolo a él a sus propias expensas para terminar su doctorado. A veces pagan justos por pecadores. RLV 14

-“¿Qué calificación piensa sacar?”

-“Bueno eh, si... pero es que Inglaterra”


Sentía una gran pasión por la historia, y en general por todo aquello que se relacionara con las matemáticas, desde puntos de vista técnicos, poéticos y filosóficos, esto hacía que ante mí, apareciera como el general George S. Patton: como un viejo guerrero peleando batallas por las matemáticas de todos los tiempos. Recuerdo la ocasión que comenzó a hablar de números infinitos, a la postre mencionó el Aleph, me preguntó:

-“Te sientes muy bueno o que...” -“No profesor, es que tengo otro examen a esta misma hora y...” -“Bueno a trabajar”

Después de un rato se acercó a mi lugar y dijo -“¿Sabe usted que es un Aleph?” -“No, no lo sé profesor”

-“Deme un cigarro”

-“Bueno, pero ¿ha leído el Aleph de Borges?”

-“Profesor, pero yo no fumo...”

-“No... realmente no...”

-“Y a mi que, consiga un cigarro y punto”

-“Caramba, ¡Usted no lee, no estudia, ¿entonces que hace?!”

Un buen día, después del segundo examen, me dijo

Tras de intentar conseguirlo entre los demás alumnos de la clase, salí en una carrera despavorida, por el pasillo, ¡increíblemente, nadie parecía fumar en esta escuela!, bajé así al segundo y al primer piso, hasta que al fin conseguí uno. Al llegar al salón y entregárselo, me miró y luego

-“¡Que feo escribes!, siéntate y que otro pase al pizarrón” -“Y los cerillos...”

Con lo cual inició mi segunda excursión, aunque esta vez los conseguí en el mismo tercer piso. Parecía que me estaba poniendo ante una serie de pruebas como a Jason y los Argonautas. Después de eso, se acerco nuevamente dijo: RLV 14

Y tan sólo de esta forma me pude librar de ese predicamento. Pero me reservaba una sorpresa para el último examen. Tenía dos exámenes a la misma hora, tuve que abandonar mi primer examen una hora antes de finalizar, para así tener oportunidad de resolver el examen de Andrade, cuando llegué dijo:


-“Si profesor” -“Bueno pues ¡Lárguese a resolverlo! que espera” -“Pero profesor... yo aún no . . .” -“Lárguese antes de que me arrepienta y lo repruebe”

Y esa fue la forma más extraña en la que algún profesor me exentara de presentar un examen.

Nota del autor, Octubre de 2014. El escrito anterior tiene fue respetado tal y como se escribió en noviembre de 1986. Fue mi primer intento de escribir algo para preservar mis recuerdos. Se le agregaron tan sólo algunas pocas comas y algunas notas al pie de página. Aunque el escrito original pretendía ser una recopilación de muchas más anécdotas universitarias, sólo contiene una primera sección dedicada a los profesores de matemáticas y quedó inconcluso. Les brindo esta primera parte para respetar el estilo con el que fue escrito, así como los pensamientos y recuerdos de aquel entonces. Espero hacer un complemento de él, a 18 años de distancia, para contrastar la forma en la que ahora escribo y la inevitable erosión de mis recuerdos.

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-“¿En realidad tiene otro examen?”


Compló nudista Bernardo Marcellín

en la historia del Liceo Franco Mexicano ocurrió alrededor de 1980. Era costumbre que el último día de clases se hiciera una reunión de despedida para los alumnos de tercero de preparatoria, quienes dejarían la escuela tras los exámenes finales. Ese día, las clases en la preparatoria se suspendían a las doce para que los estudiantes pudieran escuchar a los mariachis y todos juraran que permanecerían unidos hasta la muerte, sin importar a dónde iban a estudiar. Pero ese año, a mitad de la celebración, se escucharon repentinamente unos gritos. De entre la multitud salieron corriendo dos jóvenes completamente desnudos a no ser por los zapatos y un suéter que les cubría el rostro. Atravesaron corriendo el patio, para escándalo o regocijo de todos los testigos antes de ir a refugiarse al edificio de los laboratorios de física, a donde sólo se podía acceder a través de una larga y estrecha escalera.

Las autoridades escolares reaccionaron con toda celeridad, pero no contaban con que los alumnos se iban a solidarizar con los infractores. Todos los participantes de la fiesta de fin de año, sumados a los estudiantes de secundaria que se hallaban en el patio, corrieron detrás de los revoltosos e invadieron la escalera de los laboratorios, de manera que cuando llegaron los prefectos, profesores y directores para detener a los culpables, se toparon con una barrera humana que les impidió penetrar en el refugio. Mientras tanto, los infractores se vistieron rápidamente y bajaron en medio de todos los demás, de forma que no hubo forma de identificarlos, con lo que se consumó la impunidad. Más de treinta años después, todavía se recuerda el acontecimiento y sólo un pequeño grupo de iniciados sabe quiénes fueron aquellos dos que corrieron desnudos a través de la escuela.

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Uno de los hechos más bochornosos –y por lo mismo más recordados-


Héroes deportivos escolares Paco Olvera

conocer atreves de las películas y las series de televisión que veía en mi juventud. Recuerdo por ejemplo los jugadores de basquetbol del “Profesor Voligoma” (en su versión en blanco y negro no se llamaba “Flubber”, como la más reciente que nos regaló Robin Williams), los jugadores se veían muy grandotes, no se me ocurría que en principio retrataban a estudiantes de secundaria, o cuando John Travolta se “volvía bueno” para llamar la atención de Olivia Newton-John practicando atletismo, lo hacía en unas instalaciones impecables, de esas que nosotros sólo veíamos en las transmisiones de los Juegos Olímpicos.

Iniciándose en la realidad virtual Nuestra realidad era muy, pero muy distinta. En primer lugar las únicas instalaciones con que contábamos para la práctica atlético – deportiva, era el patio de la escuela, motivo por el cual, los únicos deportes practicados en forma masiva eran el futbol y el basquetbol. En el caso del básquet, las canchas tenían medidas

oficiales, incluidos los postes, cosa que no era posible en el futbol. Las porterías no tenían redes, lo mismo que en el básquet, por lo cual con mucha naturalidad nos referíamos al “aro”, no a la “canasta”. En la primaria había un poste donde jugábamos “espiro”, que consistía en una pera de boxeo atada a una cuerda en la parte alta de un poste, el cual era golpeada alternativamente por dos contendientes, buscando que se enredara del lado del rival. En el caso de la secundaria, a media cancha, había unas perforaciones en el suelo, para colocar los postes que sostenían una red de volibol, pero se instalaban muy pocas ocasiones. Por otro lado, la práctica de los deportes resultaba sui generis en virtud de las limitaciones de la cancha, pero también al número de candidatos a practicarlos. En la primaria jugábamos futbol formando dos escuadras con prácticamente todos los miembros del salón, que por mucho rebasaban los 11 integrantes que demanda la práctica regulada de este deporte. En algún otro relato ya he descrito como había dos patios, el de los “chicos” y el de los “grandes”, que permitía salidas a un recreo de 30 minutos a dos grupos al mismo tiempo: uno de chicos (primero, segundo y tercero) y uno de grandes (cuarto, quinto y sexto). De las pocas reglas que se respetaban es que sólo había un portero por bando, pero el resto de las posiciones eran ubicuas, constituyendo un enjambre de chamacos persiguiendo la pelota, siguiendo la famosa formación “T en B”: todos en bola. Sólo en las ocasiones en que se prepararía la RLV 14

Los deportes en las escuelas en los Estados Unidos los comencé a


el diagnóstico nos llegó a través de un primo de Martín: la paleta le había rasgado el paladar. No podía o no quería imaginarme el aspecto de su lesión, pero era complicado abstraerme por completo, pues por alguna extraña razón algo que recuerdo con gran claridad, es que la paleta que estaba chupando Martín, le fue retirada de la boca mientras yacía retorciéndose de dolor bajo los postes, y era una de esas paletas de chile, con forma esférica, que era lisa y estaba envuelta por una pieza de celofán que era difícil de despegar, y conforme la ibas deshaciendo, la superficie se hacía rugosa por los pedacitos de chile seco que estaban mezclados con el caramelo color rojo. No sé porque a mí se me figuraba que esta superficie rugosa, era lo que había ocasionado mayor daño en el paladar de este osado pero irresponsable guardameta.

Expandiendo horizontes, reduciendo la cancha En la secundaria, lo que había era una única cancha de básquet, y todos los grupos salíamos al mismo tiempo, eran dos o tres grupos por año, lo que ponía simultáneamente entre 6 y 9 grupos de unos cuarenta alumnos cada uno, lo que representaba unos 250 almas. Aunque algunos preferían deambular a los costados de la cancha y en las gradas, una muy buena parte jugaba básquet. En este caso, casi siempre se respetaba el número máximo de 5 jugadores por bando, pero se organizaban más de una docena de encuentros RLV 14

selección, se enfrentaban 11 contra 11, y fue en esas ocasiones en las que fui sometido por vez primera al ignominioso proceso dónde los capitanes iban eligiendo a los miembros de su equipo, proceso en el cual nunca fui considerado, excepto una ocasión en que este juego se hizo en la tarde, y por falta de quorum formé parte de uno de los equipos, sólo ser regañado por el capitán, pues en ese momento no conocía el concepto del “off side”: ¡ya se me hacía que eran muy tontos todos los demás por no quedarse cerca del portero rival! No había saques de banda, la pelota rebotaba contra los muros que flanqueaban la cancha y el juego continuaba. Las líneas de fondo si estaban determinadas, por lo que si había tiros de esquina o “cornel” como los denominábamos en nuestra rústica pronunciación del inglés (por cierto que en aquel entonces “chutábamos”, como “shot”, no “disparábamos”). De esos encuentros, las más épicas acciones estaban relacionadas con rodillas o codos raspados en fuertes barridas, pero la que recuerdo con una mayor impresión, fue cuando Martín, estando de portero, tenía una paleta en la boca.Se podrán imaginar que tal temeridad no lo llevaría a nada bueno. En un lance para detener un fuerte tiro a gol, la pelota le dobló las manos y le impactó en pleno rostro, empujando la plata dentro de boca. Martín se revolcaba por el dolor, todos hacíamos una bola entorno a él, pero no sabíamos que hacer. Admito que había una extraña mezcla de preocupación y de morbo. Para cuando lo ayudaron a levantarse del suelo, ya había llegado la madre que nos daba clase, se podía ver que sus labios estaban amoratados y corría un hilo de sangre de una de las comisuras de su boca. Su dolorida situación, no impidió que la madre lo regañara: cuantas veces había dicho que no jugásemos con dulces en la boca. Al otro día,


Iniciaré con el frontón, el cual se practicaba contra un alto muro y por supuesto sin raquetas (mucho menos un cesto de jai alai), en

lugar de ello, se utilizaban directamente las manos, las cuales se cerraban en un puño y con el brazo se abanicaba para golpear una pelota de esponja, que no era tan dura como aquellas destinadas al verdadero frontón. Digamos que la pelota Vasca se juega a mano, por lo cual no estábamos tan lejos de la práctica real del deporte. Las reglas eran simples, alguien daba el saque golpeando con el puño la pelota para que impactara contra el muro frontal (no era válido lanzarla con la mano abierta), se permitía que rebotase una única vez en el suelo, y antes que tocara el piso una segunda vez, a quién correspondía el siguiente turno, debía golpear la pelota de nuevo y hacer que llegara al muro o perdía su turno. El “frontis” tenía como límites una línea pintada como a unos 50 centímetros del piso, y la altura del muro frontal (que serían como unos 6 o 7 metros). Si rebotaba en el muro de la izquierda, la bola seguía en juego, pero si por la derecha el bote permitido invadía la cancha de básquet, el tirador perdía su turno. Con maña, podía suplirse mucha de la fuerza necesaria para golpear la bola, y con cierta velocidad se compensaba la estatura. Permitía jugar un buen rato sin equivocarse de forma terrible, pero por otro lado tampoco había gran espacio para jugadas espectaculares. También se practicaba nuestra imitación de béisbol, o para ser preciso, se jugaba a “los quemados”. Para mí era muy frustrante, pues para cuando ingresé a la secundaria, ya había visto las series mundiales del 74, 75 y 76, además de haber escuchado las narraciones de “el Rápido” Esquivel en la radio a los partidos de los Diablos Rojos del México, y por lo tanto, ya entendía los rudimentos y las reglas del “Rey de los deportes”, y el hecho de que las reglas de “los quemados” permitieran un sinfín de bases, y de que cuando la base “se quemaba” tan solo porque uno de los rivales la tocaba RLV 14

simultáneos, produciendo un enjambre de chamacos corriendo, lanzando pases y tirando a los aros, generando una dificultad adicional a cada uno de los encuentros. Algunos optaban por jugar “tres y tres” o “dos y dos” en sólo la mitad de la cancha, y cabe mencionar que, quién quería jugar, llevaba su propio balón. Los balones eran identificados por los vistosos letreros con que se marcaban, utilizando letras que y diseños que cubrían un gajo completo, que incluían los apellidos del dueño, algún apodo o bien alguna caricatura. Yo jugué pocas veces básquet (al menos durante la secundaria), y casi siempre que lo hacía era en la modalidad de sólo media cancha. Es importante en este momento destacar, que aunque había ejercicio físico que cultivaba nuestros cuerpos, es más adecuado decir que jugábamos a decir que practicábamos deportes: las canchas no eran reglamentarias, la aplicación de las reglas era discrecional por la falta de un árbitro, no teníamos entrenadores que nos enseñaran las técnicas más básicas de los deportes en cuestión, mucho menos tácticas o técnicas, y como remate a todo esto, la oferta televisiva en el ámbito deportivo era casi exclusiva del futbol de la liga mexicana, a excepción de los juegos olímpicos de verano e invierno. Sabida mi poca aptitud atlética y habilidad para los deportes, elegí unirme a algunos grupos de snobs que practicábamos algunos juegos “raros”, que tenían por inspiración la imitación de esos deportes que sólo podíamos ver por televisión. Así pues, además de todos los duelos simultáneos de basquetbol, se mezclaba la práctica de algunas mutaciones que diseñamos de estos llamativos deportes, que practicábamos todos aquellos que no teníamos grandes aptitudes físico-atléticas.


Tlaqueado En el tercer año de secundaria, llegó el futbol americano. Yo había tenido ya oportunidad ya de comenzar a adentrarme en este exótico deporte en la misma época que el béisbol, también gracias a la televisión. El primer partido que vi fue ni más ni menos que el Super Tazón IX, que enfrentaba a los Acereros de Pittsburgh contra los Vikingos de Minnesota. En la transmisión participaba Fernando Von Rossum (que se convirtió en mi sensei de este deporte) y Jorge Berry, y ellos comentaban que los favoritos eran los Vikingos, lo cual bastó para que, como cualquier principiante o villa melón, inclinara mis afectos por el equipo que se señalaba como desfavorecido. Resultó que los Acereros ganaron su primer Super Tazón y se volvieron mis favoritos. Pude ver en la siguiente temporada, que ya la seguí completa, como se coronaban campeones de nueva cuenta, esta vez sobre los “niños bonitos”, los Vaqueros de Dallas. La cobertura del futbol americano consistía en dos partidos dominicales, un partido de la conferencia americana que transmitía Televisa, en el canal 5 si no recuerdo mal y otro en el canal 13 (aún no se llamaba TV Azteca), además de una página en la sección de deportes en el Heraldo de México. Ese año Nacho se compró un balón de futbol americano marca Palomares, era de piel color blanco y pronto descubrimos que no tenía las dimensiones o la forma de un balón profesional. En primer término resultaba muy difícil de tomarlo por el centro para lanzarlo, cosa que en principio achacamos a nuestra falta de virtudes físicas, pero pronto, al compararlo con las escasa fotos que nos presentaba el Heraldo, nos dimos cuenta que estaba “muy gordito”, no sólo porque en efecto era más ancho en el centro, sino porque sus puntas tampoco eran RLV 14

con la pelota en la mano sin seguir las estrictas normas de la “bola ocupada” beisbolera, me hacía sentir que estaba jugando con una pandilla de ignorantes y ellos por su lado, pensaban que yo no era sino un presuntuoso intelectual que quería modificar las reglas de un juego que ellos habían practicado por años en el rancho o en las calles de sus casas. Cuando menos en este aspecto, si logré coincidir con otros “puristas”, que sin prestar atención al hecho que las bases estaban situadas en las cuatro esquina del rectángulo de la cancha de básquet en lugar de en un cuadrado, o que el pitcher lanzaba la bola por debajo del brazo (como softbol), o que no había bases por bolas (sin umpiere esto era complicado), o que los strikes sólo eran los abanicados o los “foules”, por lo menos coincidíamos en que si no había hombre en la base anterior, había que tocar al corredor con la bola en la mano para hacerlo out, que sólo eran 3 bases y el home, que golpear a un jugador lanzándole la pelota no lo ponía fuera de combate (costumbre un tanto barbárica que en muchas ocasiones dejaba una marca colorado a medio “lomo”), que eran 3 outs por entrada, pero lo principal (y tal vez lo más tonto), es que todos decíamos “la base”, no “la bas”, como era común entre los jugadores de “quemados”, y por consiguiente, no se “quemaba la bas”, sino que se ponía out al jugador. Recuerdo que mi amigo Hugo “bateaba” muy bien, y mi amigo Roberto, que comenzaba a seguir el beis en la tele, y se autonombraba “Ronnie” (Riggie) Jackson, gracias a las épicas series Dodgers vs Yankees de esa época.


En el primer año de la secundaria, toda mi “sabiduría” del deporte de las tackeladas resultaba inútil, pues nadie me “seguía la

corriente”. Ya en segundo, cuando menos mi amigo el “Moco” veía algunos juegos, y fue hasta tercero que, el Heraldo comenzó a poner fotos a color, e incluso a poner hasta dos páginas dedicas al “Americano”, como lo llamábamos para distinguirlo del futbol soccer (el futbol verdadero) y para economizar saliva en las pláticas. Esto atrajo a más compañeros de clase y con esto comenzamos a incluir nuestra versión de este deporte en el recreo. En ese momento, además de Acereros y Vaqueros, un equipo que se había puesto de moda eran los Petroleros de Houston, con la llegada del corredor Earl Campell, el receptor “doble cero” Ken Borrough y su mariscal de campo Dan Pastorini (“Dante Domingo Pastorini”, como lo referían en la televisión). Esto hizo que muchos incluidos el “Moco” y mi amigo Roberto, se hicieran fanáticos de los ahora odiados rivales de los Acereros; de hecho, en esa época que mi amigo Roberto se auto impuso el mote de “Pastorini” y dejó de ser “Ronni” Jackson. Compartíamos una banda de la cancha de basket, cruzándonos con los jugadores de frontón, y muchos que iban hacia los baños, que estaban en ese lado del patio. Yo había tenido contacto con los primos de mi primo en ciudad Satélite, que ellos si jugaban futbol americano en la secundaria, con utilería y todo, por eso es que conocí el concepto del Americano “tocado” y el apocope de “Tochito” para referirse a una versión callejera del juego, equivalente cultural a la “cascarita del futbol”. Por su puesto que el balón blanco fue y vino muchas veces conmigo y era el que utilizábamos para jugar. Roberto “Pastorini” era el mariscal de campo de una de las escuadras, yo casi siempre jugaba en la otra, más en posiciones en las líneas ofensivas o defensivas. El “Moco” era nuestro jugador estrella, buen corredor, buen receptor y buen mariscal. En ocasiones yo le daba el balón, cuando nadie más RLV 14

tan agudas como los balones Wilson que salían en las fotos (bueno los señores de Palomares eran buenos para las pelotas y los guantes de beis, más hacían fabricando balones, cuando menos eso pensamos). Eso nunca disminuyó el cariño que teníamos por nuestro balón, que para variar, nos colocaba en una posición de snobs deportivos, igual que en el beis lo habían logrado las viejas manoplas que tenía mi padre. Recuerdo que la primera labor documental que me fijé en lo referente al futbol americano, fue la de saber el nombre de todos los corebaks (quarter backs como averiguamos después), de todos los equipos. Esto lo logré expurgando la sección deportiva del Heraldo por varias semanas. El propósito era adornar nuestro balón, pues en uno de los gajos Nacho había escrito en letras de una gran tipografía “Acereros”, en otro gajo escribió “Pittsburgh” (cuyo deletreo habíamos verificado en el periódico y en el diccionario), en el tercer gajo estaban escritos los nombres de todos los Acereros que conocíamos, incluidos Terry Bradshaw, Franco Harris, Lynn Swan, John Stalworth, Rocky Bleier, Jack Lambert, Jack Ham, Joe Green y L.C. Greenwood, entre otros. El cuarto gajo tenía escrita la marca “Palomares” del balón, pero en los espacios en blanco (literalmente), habíamos pensado que sería bueno poner los binomios del nombre del equipo y su quarter back. Por eso es que, hasta la fecha, me es más fácil recodar que Matt Hart era el mariscal de campo de Cardenales, Frank Tarkenton de los Vikingos, Steve Grogan de los Patriotas o Craig Morton de los Broncos (y que antes de Staubach, había estado en Dallas), que la mayoría de los mariscales actuales.


Lo difícil era el campo Tanto el beis como el Americano, transcendieron fuera del patio de la escuela, para ser practicados en otros foros, agregando algunos elementos que aproximaban a la forma correcta de jugarlos, pero nunca llegando a ser una práctica adecuada de acuerdo a sus reglas, en parte por la falta de medios, pero principalmente, como ya mencioné, para permitirnos ser héroes deportivos sin las capacidades atléticas que requeriría su práctica formal. El primer foro al que me recuerdo es el “Redondel”. Este era un espacio a las afueras del estadio “1 de Mayo”, algún tiempo casa de “Los Satélites” de Tulancingo, y fue elegido como lugar de práctica, luego que los “terrenos del ferrocarril” (donde comenzamos a practicar desde pequeños), fueran destinados a construir casas. Este era un espacio cubierto de tierra, circunscrito a un cuadrado,

que por dos de sus costados estaba limitado por estructuras de concreto techadas con lámina destinadas a albergar una vez al año a los especímenes de la exposición anual de ganado que se llevaba a cabo en coincidencia con la feria de la Virgen de los Ángeles, Santa patrona del pueblo. Estas estructuras eran una serie de encierros con comederos, que fuera de esta temporada, quedaban en desuso. El “Redondel”, estaba destinado a los paseos de los ejemplares hípicos de esta exposición, para lo cual lo cual, inscrito en este cuadrado, había un circulo formado por postes metálicos, cada uno con 3 o 4 pares de aros metálicos soldados a diferentes alturas, a través de los cuales se pasaban cuerdas que formaban un encierro temporal donde se paseaban a los caballos en exhibición. A su vez, nosotros inscribíamos el diamante en el “Redondel”, lo cual generaba un campo interesante, pues los postes se constituían en obstáculos inherentes al campo que hacían las labores de fildeo dentro del cuadro, aún más interesantes. Cuando jugábamos en el “Redondel”, ya lo hacíamos con cierto equipamiento, aunque no siempre completo o adecuado. La vieja manopla Newman de mi papá fungía como segunda base (por su puesto no estaba anclada al piso), el pentágono del home y los cuadros de la primera y tercera base habían sido recortadas de tapetes de hule usados. Por su puesto no había loma para el pitcher y para el cátcher sólo teníamos una careta de fierro colado, con acojinamientos de vinyl, que hacía que al utilizarla, la cabeza pesara horrores, además que la piel de la cara al contacto con el material sintético, produjera un sudor muy copioso. No teníamos una “mascota” (manopla especial de cátcher), ni peto o rodilleras. “El Moco”, siempre valeroso, se ofrecía a jugar esta posición, y nos dejaba a los chaparritos hacer de pitcher. Su hermano Oswaldo, aun siendo zurdo, jugaba con una RLV 14

accedía a ser mariscal. Supongo que yo querría ser de los “rudos”, lo cual no maquillaba ni tantito que era yo de los chaparritos que no destacaba en las actividades físicas, pero en fin, eso me confortaba. Pero cuando nos retaban de otro salón, el mariscal era “Pastorini”, yo en la línea y el “Moco” como receptor / corredor. Las reglas del juego eran básicamente las del “tocado”, pero eso no impedía que hubiera contacto en la línea o que para detener a algún contrario se le tacleara (o como decían algunos que eran más rancheros “te voy a tlaquear”). Los tres éramos estrellas, y mientras los más grandes no se interesaran en este deporte, pudimos disfrutar de un estatus de celebridad en nuestro micro mundo.


La primera es breve, y es representante de muchas ocasiones chuscas y divertidas de aquellos días. Uno de nuestros cuates (que no mencionaré ni por apodo por respeto a su honra), había trepado a uno de los postes del “Redondel” a la altura del short stop, poniendo los pies en los aros donde debían pasar las cuerdas, en un precario equilibrio. Comenzó a gritar: “batea por aquí, si viene una línea, salto y la atrapo, si es rola, me bajo y la levanto”. Se imaginarán que el resultado fue algo completamente diferente a estos cursos de acción. Cuando el sonoro impacto del bate con la bola anunció el inicio de una jugada, el osado infielder se distrajo, uno de sus pies patinó de sus incómodos puntos de apoyo, en veloz sucesión el otro pie perdió igualmente su apoyo, de tal forma que no perdió la vertical, pero la gravedad y la inercia hicieron su trabajo. Dentro del infortunio que pudo haber generado la aceleración en tan sólo 50 cm de caída libre, pero en una zona muy desprotegida de la anatomía, el golpe fue en la región del coxis, sin someter a nuestro amigo a los efectos de algo similar a una ceremonia de empalamiento, y si golpear directamente los

genitales (lo cual podría en cierto ángulo, ¡casi separarlos del cuerpo!), pego “en medio” de estos dos muy expuestos puntos. Para culminar esta desafortunada acrobacia, el susodicho llevó ambas manos a la zona de sus genitales (con el guante de besibol puesto, por supuesto), hizo una mueca en la que sus ojos parecías salir de sus órbitas y su boca quedó desmesuradamente abierta, se fue hacia el frente sin que nada amortiguara su caída, que se repartió entre su hombro derecho y la parte lateral de su rostro. Levantó una polvareda, parte por el impacto directo y parte porque comenzó a contorsionarse, por el dolor intenso que sentía. Confieso que aunque en los primeros instantes estábamos asustados, del susto pasamos a la risa, cuando dentro de su dolor, comenzó a lanzar maldiciones y ofensas, no sólo contra el inanimado objeto de su desgracia, sino contra todos nosotros, como si fuésemos cómplices de su bochornosa maroma. Por cierto, que el batazo había salido rumbo a la primera base, lo que contribuyó a que el vacilón fuera aún mayor.

Aprendiendo a compartir El origen del siguiente episodio, es el hecho de lo improvisada que resultaba nuestra cancha, pues podrán imaginar que si allí se podía jugar beisbol, también podía adecuarse para jugar otros deportes, como futbol o futbol americano. Es casi menester aclarar que había muchos más seguidores a cualquiera de los otros deportes, lo cual ocasionaba que en varias ocasiones, encontrásemos al “Redondel” ocupado por practicantes de otras disciplinas deportivas. La forma RLV 14

manopla de jugador derecho, que le obligaba a ejecutar una maniobra acrobática: luego de recoger la bola con la manopla, sacaba la pelota con su inhábil mano derecha, luego aprisionaba el guante bajo su axila derecha, que le permitía liberar con rapidez su mano izquierda, con la que lanzaba con gran fuerza buscando completar la jugada (recuerdo que, cuando al fin pudo comprarse un guante “zurdo”, se había acostumbrado a maniobrar con los guantes derechos, que nunca pudo habituarse a utilizarlo, regresando a los guantes derechos y sus complicadas maniobras). De todas las “hazañas” deportivas y extra deportivas de esa época, voy a relatar tres, que fueron especialmente memorables.


gritería. “¡Pinche Miguel!”, grite varias veces, mientras veía que mis dedos salían llenos de sangre de entre el pelo. La verdad es que luego de unos minutos, nos dimos cuenta que la herida era más sangrienta que profunda, y del enojo pasamos a las carcajadas, y a decir que nadie se nos enfrentaría, pues si entre nosotros nos hacíamos eso, se imaginarían como podría irles a ellos. Pero esto sólo fue el preámbulo de un episodio de mayor confrontación. Ese día, tenía ya un par de entradas que había comenzado el juego, cuando se nos aproximó otro grupo de belicosos futbolistas. Esta ocasión, iban comandados por un individuo que conocíamos bien, por asistir a nuestra secundaria: el “Vitrinas”. Su apodo venía desde la primaria, por usar unos anteojos con una elevada graduación, de fondo de botella. Él era un año menor que nosotros, y era la época en la que algunos adolecentes se transformaban de la noche a la mañana, que el caso del “Vitrinas”, lo había llevado de ser un chavo gordito y miope, a un troglodita con unos lentes con armazón de pasta que lo hacían ver temible. Intentamos conversar pero el “Vitrinas” comenzó una ofensiva en forma verbal, en particular directamente contra nuestro querido cátcher: “¡Pinche Moco baboso, váyanse de aquí o les ponemos en la madre!”, Miguel se veía molesto, pero comenzó, con su voz grave y pronunciación lenta, más bien con una advertencia que con una amenaza: “¡Bájale pinche escuinclito pendejo, o no te vas a aguantar!”. Un hecho a mencionar es que, el “Moco” era sargento de tambores de la banda de guerra de la secundaria y con mucho uno de los mejores ejecutantes en su historia, el “Vitrinas” venía de la banda de guerra de la primaria y no lo hacía mal, pero lejos de las habilidades de nuestro amigo, claramente, lo estaba retando en más de un terreno. El “Vitrinas” continuó con su retahíla de insultos, mientras RLV 14

en la que buscábamos resolver esta situación era llegar temprano. También es un hecho que, a diferencia de la práctica de otros deportes, nosotros no podíamos “compartir” el terreno, pues que una pelota de futbol pasara de una sección a otra del “Redondel”, no era gran problema, pero que una línea que saliera por tercera tuviese que ser “fildeada” por el portero, era algo bastante complejo. Tuvimos varias situaciones en las que esta dificultad de compartir el terreno generó tensión con los practicantes de futbol. Como preámbulo, les cuento el primer contacto cercano (¿o conato?), fue cuando un grupo de futbolistas, que aunque de menor edad que la nuestra por unos dos años, nos triplicaban en número, trataron de tomar el campo por la fuerza. Iban comandados por un cuate que estimábamos sería alumno de la Prepa (nosotros íbamos en tercero de secundaria). En principio pensaron que nos iban a amedrentar, pero sin pensarlo mucho, no sólo no retrocedimos, sino que nos armamos de bates y pelotas y les fuimos a hacer frente. Ante esta respuesta, el líder alegaba que dejásemos a un lado nuestros implementos, a lo que increpamos que ellos se llevasen a la mitad de sus efectivos, para que fuera una pelea justa. Luego de dialogar, decidieron retirarse, y fue cuando regresábamos al campo cuando se dio la única baja de ese encuentro, cuando el “Moco” iba diciendo, “y si se hubieran puesto al brinco, ¡les hubiera dado con la careta!”. Al tiempo que decía esto, hizo un gesto con el brazo en el que blandía la careta de cátcher como una cachiporra, tomando vuelo hacia atrás, pero en un error de cálculo, el elástico de se elongó más de la cuenta, y al regresar el brazo hacia el frente, mi cráneo quedó en el camino de la careta. Afortunadamente fue sólo un rozón, pero la mezcla de susto, coraje y dolor, hizo que por unos instantes se hiciera una


juego. Un solo golpe había bastado para terminar el duelo, además con gran categoría, sin ofender, sin hacer nada más que defender la honra de su equipo y de su posición como sargento en la banda de guerra. Como epílogo, al día siguiente, el disfrute fue mayor cuando el “Vitirnas” llegó con ambos ojos amoratados, con unos vendoletes en la nariz y las gafas unidas por una gran cantidad de cinta blanca en el centro. Por un tiempo tuvimos temor que los padres del humillado rival, fueran a exigir justicia para su vástago, o aún peor, ser resarcidos económicamente por los lentes averiados, pero eso nunca paso. Un par de semanas después, el “Vitirnas” andaba vociferando que lo “habían agarrado descuidado”. Esto fue zanjado con rapidez, cuando en el recreo el “Moco” lo fue a encarar y le dijo, “¿ya estás prevenido?, ¿te quieres echar otra sopita?”, a lo que el derrotado aspirante a gladiador, sólo respondió agachando la cabeza y retirándose del lugar. Comenzamos por el futbol y terminamos en una fulgurante exhibición de pugilismo.

Heroísmo instantáneo (y efímero) La última (que estoy seguro ya haber contado en alguna otra ocasión) es una clásica historia de cómo se puede lograr un triunfo cuando todo apunta a la derrota y el espíritu humano logra lo que el cuerpo no consigue. Durante el tercer año de secundaria, alternábamos nuestra versión “de salón” del béisbol con nuestra versión más real en el “Redondel”. Esto había hecho que incluso RLV 14

el “Moco” lo miraba con gran determinación, y se quitaba los arreos de cátcher; si el “Vitrinas” hubiese conocido esa mirada como nosotros, hubiese desistido en ese momento. Los contrincantes se pusieron uno frente al otro. El “Moco” no se movía mucho, tan sólo levantaba la guardia y lanzaba una mirada muy intensa a su rival. El “Vitirnas” hacía movimientos frenéticos, como un perro loco tratando de intimidar (conmigo lo hubiera logrado), y comenzó a tirar patadas, y algunos golpes. Miguel detuvo un par de patadas con los pies, y en una de esas incursiones, el “Vitirnas”, le acertó una cachetada en el rostro, cosa que hizo que junto con el encabronamiento natural de la batalla, se le viera aún más rojo. Miguel se movía con lentitud, y “tanteaba” a su rival, que se seguía agitando como si tuviera espasmos, y riendo en forma histérica por el golpe asestado. Poco le duro el gusto. Contrastando con la calma con la que se había movido hasta entonces, el “Moco” en un movimiento relampagueante, dio un paso al frente que coincidió con una de las frenéticas sacudidas hacia el frete del “Vitirnas”, sacó un golpe recto a puño cerrado, que se estrelló directamente a la mitad de los lentes y de la cara del rival. Se escuchó un crujido, mientras los pies del “Vitirnas” se levantaban del piso, haciendo que su humanidad golpeara el piso como un pesado costal. Se escuchó un chillido, y el sacudido rival se levantó entre lágrimas, sangrando en la parte exterior de la nariz y también por las fosas nasales, con la mitad de sus lentes en cada una de sus manos. “¡Mis lentes, mis lentes, me los tienes que pagar!”. Prorrumpimos en un alarido de triunfo y carcajadas, que hacían que la humillación para el derrotado rival fuese aún mayor. “¡Te dije que te estuvieras en paz, pinche escuincle!”. Miguel, le dio la espalda y comenzó a ponerse los arreos e invitándonos tácitamente a reanudar nuestro,


conectó de jonrón a Fito, nuestro mejor lanzador. No podría reseñar el resto del juego con detalle, pues de lo único que recuerdo, es un continuo de impotencia y enojo. Logramos enbasar a un par de hombres, y con más riñones que con potencia, logramos anotar a base de robos y errores del cuadro. Era claro que nadie más de ellos sabía jugar en realidad, pero con ese pitcher, tenían suficiente para irnos derrotando. No se veía como los podríamos derrotar, cuando vino un milagro inesperado. Mientras Fito nuestro pitcher, enfrentaba a su rival de montículo, declaró que uno de los rectazos de fuego que le lanzaban era bola, y no strike como clamaba el mortífero lanzador. “¡Ni macles, fue strlike, ni macles!”. ¿Ni macles?, ¿eso qué significa?, ¿acaso este hombre era extranjero, como sospechábamos por sus características físicas? “¿Ni macles, ni macles?, ¡se dice ni madres pendejo!”, jajajajaja, las carcajadas de nuestro pitcher nos contagiaron a los demás, y el efecto se vio amplificado por la rabia que esto generaba en nuestro, hasta ahora, intocable rival. “¡Que pendejos, ustedes hablan muy bien!, ¿o qué?” Por toda respuesta a su enojo y su imponente figura, todos gritábamos, “¡Ni macles, ni macles wey, fue bola!” Todo fue algarabía a partir de ese momento, pues ante cualquier acción, tuviéramos éxito o no, la intentábamos vetar en gritando “¡Ni macles, ni macles!” Es increíble el gozo que da una victoria en un plano moral (en este caso del desmadre) ante la adversidad (en esta ocasión deportiva). Varios de nosotros, logramos en-basarnos haciendo enojar al pitcher lenguardo, haciéndolo lanzar bolas descontroladas, consiguiendo bases por bolas y un par de golpeados. No nos fueron suficientes estas argucias para revertir el marcador. Si bien no pedimos por la avalancha de carreras que nos esperábamos al inicio de la exhibición de “pedradas” al home, nos RLV 14

tuviéramos algunos contendientes, haciendo algunos encuentros de los que habíamos salido airosos. Practicábamos un deporte “raro”, casi en un nivel atlético, ganábamos y eso nos generaba un hálito de ser especiales, cosa que era casi imposible siendo de los “chaparritos” de la escuela. En medio de esta situación, nos sentíamos invencibles en ese nicho de espacio tiempo, por lo que cuando recibimos un reto de los chavos de la secundaria de mi antigua escuela primaria. De mi propia experiencia, yo sabía que siempre habían sido buenos para el futbol, y yo no recordaba a nadie que supiera jugar beisbol, por lo que parecía que esto no representaría complicación alguna. Aceptamos de buena gana, y pesábamos que sería una victoria fácil. Llegamos al campo primero, para no correr riesgo de que fuera ocupado por otros. Comenzamos a calentar y a soltar el brazo. Ya para ese momento, ya nos tirábamos rodados al cuadro y completábamos con tiros a primera o ejecutando un hipotético doble play. En eso estábamos cuando levantamos la vista ante la llegada de nuestros rivales. Nuestra mirada quedó capturada por un tipo que iba al frente, ¡era enorme! Medía cerca de 1.80, además de ser de un tono de piel moreno subido. ¡Cachirul!, fue lo que pensamos, y comenzamos a tratar de “ganar el juego en la mesa”. Este tipo era muy grande, y seguro tendría como 25 años. Durante el diálogo averiguamos que su papá era de Tulancingo y su familia se había mudado recientemente. Ni hablar, tuvimos que aceptarlo, era de nuestra edad. Nada nos hubiera preparado para lo que venía a continuación. Este gigante comenzó a lanzar a la goma, a una velocidad que nos impedía siquiera sacar el bate, y cuando lo lográbamos, apenas podíamos rozarla de foul o conectar inofensivos rodados. Era una pesadilla, completa, pues en su primer turno, este gigante de ébano le


En cuanto al futbol americano, también lo llegamos a jugar en el “Redondel”. No hubo historias épicas. No nos enfrentamos a rivales fuera de los mismos que jugábamos en el patio de la secundaria. “El Chacas” y yo comandábamos un equipo y Roberto “Pastorini” el otro. Yo siempre traté de suplir mi falta de aptitudes físicas con

mucha intensidad, y en uno de esos juegos, salté para interceptar un balón, cosa que logré y me hizo muy feliz, pero caí directamente de rodillas. Pude notar que se me hizo un agujero en el pantalón a la altura de la rodilla, y siendo la averiada prenda parte del uniforme de la escuela, sabía que recibiría un buen regaño. Mi mamá nos hacía quitarnos el uniforme y ponernos otra ropa en la casa, con la característica de que muchas de estas prendas tenían parches en los codos y rodillas, para que resistieran mas el rudo trato que les dábamos (buenos trozos de gamuza estaban disponibles de los sobrantes de los tiempos en que la zapatería de la familia había sido una tienda general). No era tiempo para quejarse y continué jugando. Me dolía, pero haciéndome el fuerte continué, hasta que sentí que el zapato izquierdo estaba “chacualeando”, cosa que era de extrañar, puesto que el terreno estaba seco y no había en principio las condiciones para escuchar este sonido acuoso. Me toqué el pantalón y al sentirlo húmedo me sentí más confuso aún, situación que para mi sorpresa, se aclaró cuando vi la palma de la mano, era líquido pero no era agua: era sangre. Me levanté el pantalón y tenía “la pierna” del pantalón y el calcetín totalmente empapado en sangre. Yo no había sentido, por lo que más que espantado estaba yo sorprendido. El juego terminó y fue héroe por el resto de la tarde. Cuando pasamos a la casa de “El Chacas” me prestó una botella de alcohol y un poco de algodón. Además de provocarme un agudo dolor y ardor, no pude remediar nada. Cuando llegué a la casa, entré con sigilo al baño y comencé a tratar de curarme, quitándome el pantalón y los calcetines (ya vería que hacer con ellos). Poco duró la secrecía, en menos de lo que les cuento, entró mi mamá, se espantó y se enojó varias veces en una secuencia muy veloz. Acto seguido, estaba yo en shorts, con un RLV 14

ganaron por 4 o 5 carreras. Ya al final, nos dimos palmadas y algunos abrazos, incluso con este terrible verdugo. Ya al final dijo varias veces “¡ni macles!” a coro con nosotros. Quedamos en organizar la revancha. Esto nunca sucedió. Con el tiempo, en una plática de mi papá con unos amigos, me enteré de donde había salido este Goliat beisbolístico. “Si el hijo de Pepe Hornedo se casó con la hija de Ramón Bragaña. ¿Ramón Bragaña, ‘El Profesor’, el pitcher cubano de loa ‘Azules’ y de ‘El Águila’ de Veracruz?”. ¡Pues con razón! La carga genética de uno de los grandiosos pitchers de los años 40 y 50 nos había llegado a escondidas al pueblo, y la habíamos enfrentado con valentía, con más espíritu con ingenio que aptitudes físicas y logramos rescatar un triunfo de esa derrota.


Energía mal aprovechada Cuando entramos a la prepa, varias veces jugamos beis, siguiendo la tradición que habían dejado Nacho mi hermano y sus amigos, que habían logrado que les compraran equipamiento para representar a la escuela en juegos contra escuadras de Pachuca y Cd. Sahagún. Ganaron un par de juegos épicos, pero perdieron por default otros tantos, pues en los juegos locales, siempre terminaron a los golpes con las porras que venían a animar a sus equipos. Por su puesto que los default resultaban del hecho que “ni de locos”, irían a los juegos de regreso para que “les pagaran” (¿o les pegaran?) la cortesía. Para cuando yo ingresé a la escuela, todo el equipo había sido sustraído por los amantes de lo ajeno. Esto lo notamos cuando, convencimos a la gente de la dirección de entrar al cuarto donde el equipo estaba en “resguardo”. Digno de una escena de tumba egipcia asaltada cuando llegaban los cándidos arqueólogos (suerte que magnifica aún más el hallazgo y la suerte de Howard Carter en la tumba de Tutankamón), todo estaba

revuelto y no quedaba nada. Por cierto que este cuarto estaba al lado del flamante laboratorio de idiomas que habían venido a instalar desde Pachuca y México. Este moderno equipo, cuando menos en mis tiempos, nunca lo utilizamos, aunque si se inauguró varias veces en actos políticos. Los partidos fueron divertidos, sobre todo porque me permitía hacer de pitcher, pues aunque no tenía brazo, tiraba un poco de curvas y sliders y lograba ponchar a bastantes de mis oponen. Ahora que lo pienso, ha sido el único juego en el que detentaba la posición más glamorosa. Considerando algunas buenas jugadas y batazos, no hubo muchas que perdurasen especialmente. En cuanto al futbol Americano, si llegamos a jugar “tochito” entre los equipos formados por otros grupos. Recuerdo algunas jugadas especialmente rudas, pues si bien estábamos los “intelectuales” del deporte, había muchos compañeros bastante rústicos y bastante rudos, que tenían como principal interés hacer tackleadas especialmente dolorosas. Quienes habíamos sido compañeros en la secundaria, habíamos quedado diseminados en diferentes grupos. “Pastorini” con los “fresas” del grupo 1 (allí se destinaban muchos estudiantes que venían de las secundarias particulares antes de que hubiesen otras opciones de bachillerato), yo en el grupo 2 (donde también había estado mi hermano y tenía fama de que allí les tocaba a los desmadrosos) y el “Moco” en el 10, grupo que a pesar de su alta numeración estaba en el turno matutino ( tradicionalmente del grupo 1 al 4 iban en la mañana y los de mayor numeración en la tarde, pero el grupo 10 fue creado para satisfacer la demanda que ese año fue sin igual). Había diferentes prados y espacios donde se podía practicar el deporte de las tackleadas, que por su puesto, como ya se imaginarán, no eran necesariamente RLV 14

vendaje improvisado camino al doctor, donde me dieron dos pequeñas puntadas en la herida, que una vez lavada, no era muy impresionante, pero tuvo que ser ampliada para extraer la pequeña piedra que aún se alojaba allí. Por su puesto que lloré, por el dolor de la rodilla, por los regaños y por el coraje de no poder contener las lágrimas iniciales (algo así como una retroalimentación). Por su puesto esto no lo conté al otro día en la escuela e incrementé mi fama como chaparrito “que no se rajaba”.


carcajadas, gritó “¡anotación!”, azotó el balón en “las diagonales”, y se fue para su lado del campo. Nosotros seguimos usando la explanada. Los prados se habían convertido en una especie de areneros, que impedían una buena tracción, por lo que nos íbamos a un costado de los límites de la escuela. Allí siempre había con quién jugar. Una de las jugadas más famosas por su infortunio que me tocó atestiguar, fue cuando Ricardo, “La Zandunga”, receptor del grupo 10, recibió un pase y lo atrapó de forma increíble, pero al iniciar su carrera a la anotación, metió el pie en un invisible agujero, que albergaba una de las llaves de paso del sistema de irrigación de los prados. Yo lo veía en forma lateral, y puede apreciar cuando su pie se sumió, y luego la pierna hizo una torsión muy antinatural y después se escuchó un tronido, de muy bajo volumen pero “seco”. El balón salió volando, pero nadie hizo por él. Se revolcaba y no había que saber de medicina para saber que algo se había roto allí. Varios compañeros lo cargaron colocando los brazos del lesionado en torno a su cuello, mientras él iba dando saltitos con el pie que le quedaba bueno, y el otro lo llevaba en ángulo y colgando. El diagnóstico fue un tendón roto, que lo hizo asistir en muletas y con una férula por el resto del curso. Esto no hizo sino acrecentar los deseos de otros jóvenes gladiadores por demostrar su “hombría” en un deporte con tantos riesgos. En otra ocasión, logré formar una escuadra formada exclusivamente con compañeros de mi salón, lo cual era un logro, porque en realidad no les interesaba jugar. La cohesión se logró porque estábamos retando al grupo 1, y en esta ocasión, teníamos superioridad física, pero esto demostró que no era una ventaja en RLV 14

adecuados para practicarlo, mejor dicho, eran espacios que presentaban muchos problemas y obstáculos. En tiempos de Nacho mi hermano, ellos jugaban en la explanada principal, frente a la dirección, y a pesar de las prohibiciones y castigos, ellos no se arredraban. La solución que encontró en su momento la administración, fue poblar de múltiples jardineras y bancas de fierro colado (de esas que hacen en la “Ferrería de Apulco”). Desde luego que esto representó un reto, que lejos de desanimar la práctica del juego, la hizo aún más apetecible, pues los corredores, receptores y tackleadores hacían acrobacias y piruetas para librar los obstáculos. Una jugada que se volvió legendaria, fue cuando al “Locovich” (homónimo del personaje de “Los Autos Locos”, ya mencionado en otros relatos), fue tacleado por los tobillos mientras conducía el balón a la “zona de anotación” (en realidad una zona de pasto que estaba demarcada por una minúscula barda de 15 centímetros). Lejos de arrojar el balón para meter las manos, colocó la cabeza en posición de embestir mientras se proyectaba hacia el suelo. Golpeó la el perfil de cemento con plena frente, lo que provocó un rebote de la cabeza hacia atrás, y con la inercia, su cuerpo de proyecto dentro de la zona con pasto, quedando casi todo su torso en el pasto y de la cintura a las piernas en el cemento. Se quedó inmóvil por varios segundos, entre el estupor y los gritos ahogados de sus compañeros. Formaron un pequeño círculo en torno a él, y cuando comenzaban dilucidar si debían ir a la dirección (seguro los expulsarían), llamar a la cruz roja o tan sólo echarse a correr, se levantó “Locovich” con la frente sangrando. Por unos instantes no sabían si golpearía a quién lo tackleo, si se pondría a llorar (poco probable dado su record) o ni siquiera sería capaz de hablar (por el potencial daño cerebral). Se limitó a reír a


tochdown (ya no recuerdo cuantos nos habían anotado). Sin importar que nuestro compañero que intentaba hacer el regreso fuera tackleado rápidamente, 5 o 6 compañeros embistieron al 85. Se escucharon los quejidos con claridad, se levantaron estos salvajes riéndose y lanzándose miradas de complicidad. Nuevamente, en la reunión la estrategia fue la misma “todos contra el 85”. “¡Hut, hut!”, grité con firmeza, haciéndole de quarterback. Tuve que correr a mi derecha y lanzar muy defectuosamente. “¡Uuuuuugghhhh!”. Alcancé escuchar un quejido profundo y ahogado, mientras veía con desesperación como mi pase resultaba incompleto y muy lejos del receptor objetivo. Cuando giré la cabeza a mi izquierda, pude ver como de entre una nube de polvo, se volvían a levantar los miembros de esta implacable jauría y dejaban al 85 tendido en el terreno. Durante la siguiente docena de jugadas, sin importar que estuviéramos a la ofensiva o a la defensiva, si nos interceptaban un pase o nos anotaban, la estrategia era la misma: sobre el 85. Ya en el borde del paroxismo, el 85 salió de la posición de running back corriendo hacia atrás de la línea, y aunque la jugada se desarrolló como un pase, el infortunado corredor fue perseguido como si llevara el balón y estuviera a punto de hacer la anotación que cambiara el destino del juego, fue derribado y tuvo que soportar el peso de 4 o 5 rivales. En ese momento el juego estuvo a punto de cambiar de Americano a Box, pero afortunadamente los ánimos se clamaron (en eso teníamos ventaja). Lalo se me acercó y me dijo “que eso ya eran chingaderas”, tan sólo pude argumentar que ellos mismos habían despertado a la fiera dormida. Sin mediar más palabras, el encuentro se dio por terminado. La contabilidad de anotaciones, avasalladoramente en contra, el orgullo recuperado, el disfrute RLV 14

realidad. Era difícil controlarlos: cruzaban la línea de golpeo antes de tiempo, lanzaban el balón muy “bombeado” lo cual provocaba intercepciones, o bien perdían el balón en las carreras cuando trataban de embestir a los rivales y ellos se limitaban a quitarles el balón con una esgrima casi quirúrgica. David derrotaba a Goliat, y yo en particular recibía las burlas, por entender el juego y sufrir la derrota. Mis compañeros en realidad lo tomaban a desmadre, otra actitud de mayor competencia habría existido en el caso del futbol. En particular, las burlas eran especialmente crueles por parte de Mario y Lalo, dos hermanos que a pesar de su corta estatura, había que admitir que eran fuertes, además de representar la amplia gama genotípica en una misma familia: Mario era moreno subido y Lalo bastante descolorido. Pues resulta que las pullas y burlas del “Iodex” y del “Ungüento”, apodos con los que se hacía referencia a la notoria diferencia de la pigmentación de su piel. Pero las burlas fueron demasiadas y sacaron a mis compañeros de su letargo anímico. No había tiempo de aprender a jugar o de hacer una Hollywoodesca jugada que los pusiera en su lugar (como “Golpe Bajo” o el “Los Reemplazos”), por lo que el equipo tomó una estrategia más rudimentaria, poco efectiva en lo deportivo, pero con un objetivo muy claro en lo anímico: que les duelan las costillas como a nosotros el orgullo. Cuando hicimos huddle, hubo cruces de miradas entre el “Chino”, el “Tiburón” el “Perro” y otros compañeros del equipo, no recuerdo quién lo dijo, pero se escuchó con seriedad y determinación: “todos contra el 85”. Mario usaba un jersey blanco y negro que tenía ese número, por más que hice intentos de persuadirlos que eso no nos llevaría a ganar el juego, no fui escuchado. La primera embestida se dio cuando regresábamos la patada (o mejor dicho, lanzamiento) de despeje del último


El “Torta Bowl” La última de las reseñas, la dedico también al futbol americano, pero en una variedad que no era común en aquel entonces: tochito femenil. Varias eran las féminas que tenían fama de rudas y que a veces participaban en algún tochito con hombres, como la “Yogui” (ya mencionada alguna vez por su performace frente a la cafetería “Wendolyn”), el “Niño sin pilín” o la “Guajolota” (apodada así por su frondosa vista posterior, que era magnificada por su gran estatura). A mí me llegó la noticia como un rumor, que mientras algunas chicas del grupo 1 lanzaban el balón, habían recibido burlas de otras compañeras del grupo 4, por la falta de fuerza con la que lo hacían. Al parecer se hicieron de palabras, y los ánimos estaban subiendo de tono, pero al parecer durante este dialogo alguien propuso una forma de zanjar las diferencias: un partido entre puras chavas. La noticia corrió como reguero de pólvora, habría partido el viernes al terminar las clases (cuando menos oficialmente, pues a toda hora habíamos grupos que nos “volábamos” alguna materia y nos dedicábamos a jugar). La verdad es que entre las chicas de los dos salones no se conseguía reunir suficientes jugadoras, por lo que hubo una febril actividad de reclutamiento, que se extendió a los grupos del turno vespertino y de los grados inferiores (nosotros ya éramos los “grandes” de quinto semestre). Durante toda la semana se comentó mucho el encuentro, que a pesar de no ser uno de los

deportes más populares levanto clamor entre los preparatorianos, sobre todo porque fue convenientemente bautizado como el “Torta Bowl”. El partido fue una grata sorpresa, pues las chicas demostraron en lo general más disciplina y conocimiento de las reglas, y aunque se seguían las reglas del “tocado”(es decir no había bandera o pañuelo), esto no impidió que hubiese muy buenas tackleadas. Habíamos muchos en las bandas presenciando el encuentro, había porras, gritos y sobre todo desmadre. Se gritaban apodos, se hacían bromas respecto a la forma en la que corría tal o cual jugadora, pero más que nada, de las aparatosas caídas que se propinaban en las reñidas jugadas a lo largo del juego. Varios compañeros se habían ofrecido a fungir como cuerpo arbitral, lo cual evitaba que “la sangre llegara al río”. Pero esto no atemperaba los duelos personales, pues a fin de cuentas el encuentro surgió como resultado de las burlas que se hicieron entre algunas participantes. El duelo más interesante fue el que se generó entre el “Niño sin pilín” y Tere la hermana del “Locovich”. Este no surgió por alguna situación previa al encuentro, sino al calor del mismo. Físicamente, estas rivales resultaban muy contrastantes. Como su apodo lo indica, el “Niño sin pilín” tenía una conducta varonil o “machorra” (como decía mi abuelita), usaba el pelo corto y tenía la espalda muy ancha, aunque el tamaño y forma de su trasero dejaban en claro que con todo y todo, era mujer. Por otro lado, la hermana del “Locovich” era muy guapa, muy femenina, usaba el pelo corto, era espigada y tenía un muy bonito cuerpo. Cuando comenzó el juego, a todos nos llamó mucho la atención que Tere se hubiese enrolado en una actividad que nos parecía no le iba del todo bien. Pero conforme comenzaron las acciones comenzaron a demostrarnos el porqué: la menor de 5 hermanos, que incluían al RLV 14

totalmente a nuestro a favor (después de todo, en mi pueblo se disfrutan diversiones como las peleas de gallos y la lucha libre).


El juego estaba muy emocionante, y la verdad es que el “Niño sin pilín” demostró ser una buena corredora, buscaba sus huecos en la línea y toda la cosa. Los ánimos comenzaron a calentarse bastante, cuando en una de estas escapadas, una de las defensoras clamaba haber dado una nalgada a la veloz corredora y que esta no se había detenido. La discusión subió de tono, y la solución que hallaron las participantes fue tajante: se dejarían de payasadas y pasarían a jugar tackleado. Luego de esta temeridad, el juego comenzó a ponerse más rudo para las participantes y más divertido para los morbosos espectadores. Todo parecía indicar que este era el entorno adecuado para que la reina de la rudeza se saliera con la suya, pero en desenlace fue muy sorprendente. El juego estaba empatado a 3 anotaciones, por supuesto no había goles de campo ni puntos extra y no se llevaba control de reloj: cada equipo tenía una ofensiva, y si no anotaba, daba paso a la ofensiva rival. Las rudas se encontraban como a unas diez yardas de anotar, y si lo lograban, terminaba el juego. Todos sabíamos que el balón lo iba a

correr el “Niño sin pilín”, a quién prácticamente no habían podido detener en todo el juego. Luego de recibir el centro, siempre en formación escopeta, la quarter back previsiblemente entregó el balón a su corredora estrella. La jugada se desarrolló por el lado derecho de la línea de golpeo, que en la dirección en que atacaban las rudas, daba hacia los límites de la Prepa con la carretera que va a Santiago. El “Niño sin pilín” rompió con facilidad los intentos de la línea frontal por tacklearla, se enfiló corriendo por la banda y parecía que nadie la detendría. Repentinamente (cuando menos para mí), apareció Tere en una trayectoria oblicua, que la colocaba fuera del campo de la concentrada corredora. Se lanzó en un salto felino, como cuando algún superhéroe va a emprender el vuelo, sin dudar, sin frenarse. El golpe fue pleno, arriba de la cintura en uno de los costados. La corredora salió de vertical, sus piernas por obra de la inercia parecían seguir adelante, pero se levantaron del suelo cuando el torso se fue a la izquierda por obra del impacto. Fue un tremendo costalazo, que hizo que soltara el balón. Continuó rodando hacia la izquierda, se veían su piernas y brazos extendidos y azotándose como látigos entre una nube de polvo. Repentinamente, levantó las piernas en una vertical casi perfecta y comenzó a desaparecer como si la tierra la engullera: ¡había caído en la zanja que corría al lado de la barda limítrofe de la escuela! ¡Que madrazo! Los gritos y exclamaciones iniciaron en la emoción, transitaron por el asombro, provocaron risas, pero transitaron a la alarma, pues el “Niño sin pilín” no salía de la zanja. Muchos espectadores corrimos a asomarnos, pus temíamos que se hubiera lastimado. Lentamente vimos como sobresalía el torso esta acróbata involuntaria y para asombro de todos, ¡tenía el torso prácticamente desnudo! La camisa vaquera se le había hecho tiras, RLV 14

“Locovich” debieron ser un excelente campo de entrenamiento para sobrevivir a la rudeza. Tere comenzó a correr el balón con mucha destreza, situación que hizo que los celos de otras participantes menos atractivas se contentasen en ella. Fue cuestión de tiempo para que el “Niño sin pilín” se concentrara no en detener la jugada, sino en infligir el mayor dolor posible a Tere: pese a que era tocado, esta hombruna jugadora no “podía” detenerse y en lugar de tan sólo tocar a su rival, terminaba por derribarla dándole un empujón o frenándose súbitamente cuando era perseguida. Después de un par de jugadas en que Tere cayó aparatosamente a manos de su ruda rival, todos pensábamos que ella sería prudente y se retiraría del campo.


como falda de hawaiana, y se veían unos firmes pechos contenidos por un brassiere negro. Alguna de sus compañeras, le paso un suéter, mientras nos decía, mirones, pendejos y algunos otros improperios. Nos quedó claro que era más femenina de lo que pensábamos, de hecho era claro que su habitual vestimenta de pantalones de mezclilla y camisas vaqueras fuera cambiada por faldas o vestidos, revelarían un muy llamativo cuerpo. En toda la confusión, nadie vio que una de las chicas del equipo de las “técnicas” se había llevado el balón hasta las diagonales del campo de las rudas, y con esto se declaraban ganadoras de la primera edición del “Torta Bowl”. Tere dirigía lentamente hacia sus compañeras, con un trote ligero, sin hacer celebraciones, y en forma espontánea, varios compañeros la alcanzaron y la levantaron en hombros, llevándola con el resto de su equipo. La victoria se tornó épica, y aunque hasta donde yo sé este clásico no se celebró más que esa única vez, esta jugada final lo hizo perdurable en la memoria de muchos de los que nos tocó presenciarlo. Hasta donde recuerdo, no hubo represalias o rencillas entre estas dos gladiadoras. Lo único que recuerdo, es que durante el semestre posterior al encuentro, el “Niño sin pilín” resultó con su “domingo siete”, lo cual fue una demostración contundente de que tan sólo era de modales rudos, pero definitivamente toda una mujer. No

puedo dejar de pensar que tal vez la muestra que ese día hizo del esplendor de su juvenil cuerpo aquel día, aceleró su proceso de transformarse en una madre precoz.

Tiempo extra Ciertamente la práctica que de los deportes en mi pueblo, y en mis tiempo era rústica y heroica. El tener un árbitro uniformado, o una cancha de basquetbol con duela eran cosas que vimos cuando la vida nos llevó al gimnasio de los mineros en Real del Monte o cuando comenzamos a estudiar en la Universidad. Visto de esta forma, que un deportista que llegue a niveles de competencia mundial salga de este entorno, es casi tan complicado como colocar un hombre en la luna. Lo bueno, es que en el proceso, nos divertíamos lo suficiente como para que esto no nos preocupara.

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Haciéndole al cuento Víctima del Bullying Felipe Kadik

Cuando escuché por primera vez esos nombres (Bull y Ying) entre los

día sustraje la pistola de mi padre y en la noche entré a hurtadillas a la secu. Dormí en el tercer piso atrás de los tinacos abrazando mi arma y al día siguiente desde las alturas estuve esperando a Bull y a Ying

pero eso me confundía porque en todo caso, orientales a fin de cuentas, serían: ella Yin, la parte femenina y él Yang, la parte masculina. En cuanto noté la forma tan salvaje y constante en que amedrentaban a un compañero de salón pensé que sería más correcto apodarlos a él: Pete y a ella: Bull ("Pitbull" en conjunto porque eran literalmente unos perros para el acoso). Lo anterior me pareció muy divertido y me acerqué a preguntarles si se llamaban así: Pete y Bull o ya de perdida Bull y Ying... Craso error. No les hizo maldita la gracia y de inmediato me convertí en su víctima: Me demostraron que los murmullos eran acerca del bullying que practicaban en pareja: me bloquearon socialmente, me hostigaron, me manipularon, me coaccionaron, me excluyeron, me intimidaron, me agredieron y me amenazaron. No sabía porqué hacían eso pero duró mucho tiempo el acoso y al final… ME HARTARON. No tenía alternativa. Debía por fuerza acabar con esa situación tan irritante. De raíz. Un buen

pacientemente. En cuanto salieron al patio y los vi haciendo una ridícula tabla gimnásticalevantando ambos unos cartones les apunté a la cabeza. El primer y sorpresivo disparo dio en los sesos de Bull. Y antes de que alguien dijera la palabra: "Tokyo" el segundo disparo ya estaba haciendo sinapsis entre las neuronas de Ying. Todos los demás alumnos corrieron en desorden pero resulté un excelente tirador. En ese momento saboreé el poder y comprendí a Bull y a Ying: Ya no podría detenerme. Así siguieron cayendo en orden: Ishi, Ni, Shan, Shi, Go, Roku, Shichi , Hachi, Kyu, Ju… No, no eran sus nombres. No sabía ni siquiera quiénes eran. Lo que hice al disparar fue ir contando en japonés mis objetivos. Fueron en total 12 alumnos masacrados: Bull, Ying y otros diez. El trece fue siempre mi número de mala suerte: Olvidé cargar con una decimotercera bala para suicidarme o matar al director que como todo un kamikaze subía corriendo las escaleras veloz y directamente hacia mí. Le lancé la pistola a RLV 14

murmullos de mis compañeros de la secu pensé que ella era Bull y él Ying


la cabeza pero con un movimiento de aikido la esquivó el viejo zorro

contra los orientales, ellos son los que vienen a mí desde el Oriente de

oriental. Fue entonces que me arrojé al vació. ¡Sayonara!. Siempre fui

manera irremediable como el Sol viene todas las mañanas ¿Qué interés

más inteligente que ese estúpido anciano....

podía tener además yo en acabar con alguien a quien por lógica le quedaba ya muy poco tiempo de vida? ¡No tiene ningún chiste! ¿y usando

... Mis cálculos fallaron: No morí al lanzarme desde el tercer piso. En ese momento iba pasando una anciana oriental y amortiguó mi caída. Solamente perdí el conocimiento. ¿Ella? Ella perdió también el conocimiento: oriental y occidental, TODO el conocimiento y hasta la vida. Fue mi decimotercera víctima ¿Ya había dicho que el trece es mi número de mala suerte? Yo no quise matarla ¡Lo juro! Yo no tengo nada

mi cuerpo como arma? ¡No es divertido!… El doctor interrumpe mis pensamientos y jura y perjura: a) Que nunca existieron Bull y Ying. Al menos no ahora (¡Valiente consuelo!). b) Que yo no soy japonés (¡Arigato!) y c) Que ésa NO era MI escuela (¿Ahora los orientales son los dueños de las escuelas? ¿qué sigue?). Además me inventa que ya soy demasiado grande para estar en la secundaria. La verdad yo estoy muy confundido. Tendré que hacer algo para desaparecer a ese doctor oriental.Es alguien que me acosa y eso comienza a irritarme demasiado.

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Liberen a Wi y Lee Felipe Kadick

Japón. Hice una travesura. El maestro (un sensei místico) pensó que habían sido: Wi y Lee. Los castigó en el patio, cargando unas cartulinas sin información lo cual era la mayor ofensa pues significaba que lo que hacían era: NADA. Después los desapareció ante los atónitos ojos de los demás alumnos. Simplemente se desvanecieron en eso, en la nada. "Nada son y a la nada van", fueron las palabras del sensei. Nos dijo a todos que pensaba regresarlos al día siguiente pero esa noche sufrió un accidente automovilístico y muró. Y ahi quedaron Wi y Lee ante mis ojos. Yo era el único que podía verlos. Sus familiares y amigos los buscaron por todas partes y nunca pudieron encontrarlos. Ahora, veinte años despues de ese suceso he regresado al Japón.

¡Por favor que alguien libere a Wi y Lee y me libere a mi de este terrible sentimiento de culpa! "

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Sucedió hace veinte años. Era yo un estudiante de intercambio en

Donde existía la antigua escuela ahora hay un parque. En donde estaba el gimnasio ahora hay una gran fuente. Y en el centro de esa gran fuente las figuras de ectoplasma de dos yokais o fantasmas japoneses que solamente yo puedo ver: Wi y Lee aún están ahí, levantando sus dos cartulinas que no dicen nada, castigados injustamente por un error mío. Y creo que al final el sensei si sabía quién había cometido la travesura y todo lo hizo para castigarme a mí. Wi y Lee aparecen todas las noches en mis pesadillas cargando con un castigo que merecia yo.


La falsa formación Alex Hernández

La escuela estaba justo en el límite entre Lindavista y Zacatenco, es decir, entre las elegantes casas a la orilla de las amplias y arboladas avenidas como la de la calle de Riobamba, y las casas a medio terminar al lado del terregoso deportivo de La Rioja; de un lado las casas de colores sobrios y elegantes, y del otro las de colores grises y rojizos propios del tabicón y el ladrillo. Suponiendo que en algún lugar de la escuela fuera palpable la lucha de clases, sería en el salón de música. Ese era el territorio en donde se confrontaban la música popular de Rigo Tovar y su Costa Azul o el Acapulco Tropical contra el rock duro de KISS; la música disco de los chavos relajientos, y la música clásica de los que iban a clases particulares de piano o de violín por las tardes. Excepto que como nos ha demostrado la experiencia, la lucha de clases es una fantasía fruto de un excesivo reduccionismo. Alejandra vivía en una pequeña vecindad de la zona popular. Usaba faldas bien por debajo de la rodilla, lo que era signo inequívoco de ser hija de padre celoso. Era la mala cara de Don Carrizo, el padre de Alejandra, lo que ahuyentaba a los pretendientes, y no lo largo de su falda. Porque si bien la falda era larga, estaba bien ceñida, y Alejandra ya la llenaba de forma plena.

David Nava era el arquetipo del bailarín de barrio. La experiencia de un número infinito de fiestas del pueblo de Zacatenco que empezaban los viernes por la noche y se prolongaban hasta las madrugadas del lunes le permitían moverse con pasos ágiles entre los ritmos tropicales. Esa misma experiencia le daba una sonrisa confiada que encantaba a sus compañeras. David invitó a Alejandra a una de las charangas del barrio, y quiso la casualidad que uno de los invitados fuera el papá de Alejandra, lo que permitió la aceptación de la cita. Alejandra bailó con David hasta las calmaditas, porque el alcohol distrajo el celo de Don Carrizo. Ahí Alejandra descubrió que la cadencia constante y el roce de los cuerpos provocaban un calorcito que nublaba la razón. La invitación que le hizo Dieguito a la tardeada de música disco no tuvo obstáculos paternos, porque la fiesta fue en el patio de la iglesia. Aunque Dieguito se rebelaba a la adolescencia con comportamientos infantiles, era precisamente ese aniñamiento el que le hacía atractivo a las muchachas de la clase, que lo veían frágil y protegible. Alejandra bailó RLV 14

Música

Pepe Becerra tocaba el piano como nadie. Tejía su red de pequeño seductor con piezas de Beethoven que nos ponían melancólicos a algunos y receptivas a otras. El caso es que Alejandra era sentimental, y las notas del Claire de Lune se deslizaban sinuosas entre sus jóvenes emociones, provocando la inexplicable inquietud que le hacía cruzar y descruzar las piernas durante los siete interminables minutos en los que Pepe Becerra se lucía ante todos con el beneplácito de la maestra Martha. Fue así como Alejandra aceptó tomar una malteada con él en la fuente de sodas del Woolworth. El primer beso fue suave como la vainilla y el Claire de Lune.


Más difícil que ir a la tardeada disco fue la escapada al hoyo fonqui que le propuso Ernesto Bautista, y del todo imposible evitar el regaño y el castigo físico que Don Carrizo ejecutó sin piedad al descubrir la llegada de Alejandra a las dos de la mañana, envuelta en los aromas eucalípticos que absorbió entre las fumarolas densas escuchadas mientras tocaban las tres almas en mi mente. A pesar de la paliza, no hubo arrepentimiento, porque el efecto hipnótico de los ritmos cadentes y repetitivos del blues mientras ocurría el faje de rigor, dejó en ella una sensación de interrogante y certeza simultánea. En fin, que durante el castigo quedó restringida y vigilada: pasaba las mañanas en la escuela y las tardes en su casa. En uno de los festivales escolares que rompían el ir y venir de los días conoció a Felipe Barbas, quien se ponía un grueso poncho de lana proveniente de Chiconcuac y tocaba canciones andinas con quena y zampoña. Al sonido, Alejandra imaginaba que surcaba los aires, que aventaba piedras a tanquetas estacionadas en las plazas de Buenos Aires y Santiago, y que eran mucho más que dos mientras recorría las barbas de Felipe. Poco a poco conoció más personas y más músicas. Lo que resultó fue que desarrolló una desconcertante habilidad: podía hacer una lectura precisa de la personalidad de alguien por las músicas que le habitan. Y podía conocer, sin proponérselo, las músicas que estaban dentro de cada persona. El precio era alto, porque entrar en las profundidades musicales de las personas es una empresa no exenta de peligros, de amarguras pero sobre todo, en la mayoría de los casos resultaba de un tedio ensordecedor.

Por ejemplo. Subía al camión que la llevaba de su casa a la escuela y junto al sonido del motor y el de la estación de radio elegida por el chofer para mal de los demás, junto al sonido de las pláticas a gritos entre los pasajeros y los sonidos de la calle que se filtraban por las ventanas del camión, Alejandra escuchaba retumbar las músicas que emitían todas las personas que atestaban el camión. Cuando le trató de explicar a su madre lo que le ocurría, cosa de por sí difícil, se encontró con el miedo de su madre a cualquier cosa extraña. Diablo de muchacha, pensaba Doña Carrizo, porqué no puede ser normal como sus primas, que en vez de dar preocupaciones a sus papás ya andan ensayando para su vals de quince años. Ha de ser por sus amiguitos que quien sabe que mañas le metieron, sobre todo el mariguano con el que se escapó aquella vez. Puesto el diagnóstico, el remedio fue otra tunda y más encierro de castigo. Aprendió a mantener en secreto su facultad. Pero nos conoció. Nos sigue descubriendo.

Física Fernando era la única persona de la escuela que entendía la mecánica cuántica. Eso lo convertía en la estrella de todos los concursos académicos y por tanto, en el alumno más apreciado por el director Márquez. Fue en uno de esos concursos que se ganó un paseo a Acapulco. Logró convencer a sus padres y a los de sus mejores amigos que les dejaran ir solos en ese viaje, utilizando el encanto que ejerce en los padres el prestigio del estudiante ejemplar. RLV 14

todas las coreografías simples pero divertidas inventadas por Dieguito, y aunque no estaba en la fila del frente, notó que las miradas se centraban en ella. Sintió por primera vez la electricidad no del deseo, sino de ser deseada. Y tuvo conciencia del poder que encerraba.


Además de entender las paradojas del espacio-tiempo y del ser o no ser del átomo, era el mejor nadador del grupo. Así que cuando Rogelio lo retó a una breve carrera de natación en las orillas del Pacífico, la pequeña pandilla que lo acompañaba dio por descontado que Fernando ganaría.

Educación física

Pero Fernando no regresó a la playa. Primero se les olvidó a todos que seguía en el mar, asumiendo que habría llegado a la orilla mucho antes que Rogelio, quien había despachado media caguama y se encontraba dormido en una tumbona. Después empezaron los gritos y las búsquedas en los cuartos del hotel, en los baños, en las cercanías. Luego, pero ya muy entrada la tarde, llegaron los rescatistas, la policía, una ambulancia. Helicópteros y lanchas recorrieron la zona, pero nadie lo volvió a ver.

No creo que exista en el mundo nadie capaz de enseñar la técnica correcta de lanzamiento de disco montada en unos tacones de doce centímetros. Exceptuando a la maestra Pilar. La gracia de la demostración se complementaba con unos ajustados pantalones vaqueros, sus lentes obscuros de mosca y su pelo largo. También organizaba bailables, en honor a las madres o al embajador del país cuyo nombre llevaba la escuela.

Todos habíamos notado que la mamá de Fernando era una mujer guapa. Muy guapa. Lo notamos desde antes de la tragedia, desde que fuimos conscientes de que las muchachas de nuestra edad empezaban a tener algo que ahora nos inquietaba, pero que la mamá de Fernando tenía en grado sumo. Cuando se organizó la misa de cuerpo ausente en memoria de Fernando nos aturdió el contraste de su rostro pálido con el negro del luto cerrado. Estaba más guapa que nunca.

Todos los improvisados bailarines pasábamos frente al palco donde sonreía complacido el prohombre Márquez.

Nadaba. Y cantaba. Decían algunos que se quedaban castigados, o se ocultaban en algún rincón para verla, o se saltaban la barda de la escuela para atestiguar que nadaba desnuda en esa hora en que la luz tiene el color del violeta oscuro de los sueños. Algunos entraron a nadar con ella. Pero como Fernando, ninguno salió.

Entonces se celebraba una extraña ceremonia nocturna. El invitado debía conducir uno de los camiones escolares por una ruta que recorría las calles de Lindavista, llevándole de regreso a la escuela. En una de las esquinas le esperaba Pilar, quien subía al camión con grandes dificultades debido a los tacones de doce centímetros y la falda oscura que debía acomodar para alcanzar los escalones. Sentado en los asientos del fondo, Márquez simplemente observaba. Pilar no tomaba su asiento, sino que se colocaba entre el invitado y el volante, para iniciar una sesión de sentadillas sobre el conductor, operación con no poco grado de dificultad dado que el camión se encontraba en movimiento. El camión circulaba lentamente hasta ingresar al patio de la escuela. En una pared utilizada como pantalla, se proyectaban escenas de El triunfo de la voluntad. En una lenta coreografía, Pilar y el invitado bajaban del RLV 14

La imagen de la mamá de Fernando empezó a ejercer presión sobre nuestros sueños cuando se corrió el rumor de que entraba en la alberca de la escuela por las tardes, cuando se supone que ya no había nadie. Como si entrar en la alberca la pusiera en contacto con el medio en el que desapareció Fernando.

Era sabido que cada año, poco antes de concluir el curso, Pilar y Márquez convocaban a un elegido, seleccionado entre los alumnos candidatos a la graduación.


Frente a la pantalla que mostraba los cuerpos atléticos de los alemanes, se ejecutaba una lenta danza de todas las disciplinas olímpicas. Pilar lanzaba el disco sobre sus tacones de 12 centímetros. Simulaba el vuelo del salto largo, la brazada de mariposa, la cadencia de la carrera de fondo. Para la Copa de las Naciones, montaba al invitado con brío, esquivando los obstáculos que se habían colocado en el patio. La prueba final, es decir, la danza final, era el tiro con arco. Ahí terminaba la representación y todo volvía a ser real. Sólo entonces Márquez se retiraba, sin revelar ni el menor de sus pensamientos.

Taller de Electrónica El fetiche de Xavier eran los recortes de las mujeres desnudas que aparecían en la tercera página de la edición vespertina del periódico Ovaciones. El mejor lugar para esconderlos era en los libros de texto, en donde su madre no los descubriría ni por error. Los talleres eran actividades que en teoría procuraban enseñar un oficio que les permitiera a los alumnos subsistir en caso que no pudiesen continuar con sus estudios. En la práctica eran prolongados tiempos de holganza que se podían utilizar para planear y ejecutar desmanes. Éstos eran tolerados siempre y cuando no se rebasara cierto nivel de ruido y cierto nivel de destrucción. La pérdida de un billete de cien pesos era uno de esos eventos que no se podían tolerar. La decisión del gordo Guillermo fue cerrar el galerón del taller de electrónica hasta que o bien el billete apareciera espontáneamente, o bien apareciera vía una inspección minuciosa de las

mochilas de los alumnos. Libro por libro y hoja por hoja. Lo cual bien pensado era una estupidez, puesto que el billete bien podía estar en el calzón o en el zapato de cualquiera de los alumnos. Precisamente ese día Xavier llevaba el libro de Español en donde guardaba sus preciados recortes. Cuando inició la inspección, Xavier quedó frente a un dilema terrible. La revisión de la mochila implicaba el posible descubrimiento de los recortes de las mujeres desnudas, con el escarnio grupal que por descontado acompañaría el descubrimiento. Pero al mismo tiempo, todo intento de esconder los recortes podría despertar las sospechas de que Xavier estuviera maniobrando para esconder el billete de cien pesos. Por si fuera poco, la sesión del taller duraba tres horas, tiempo que se asemejaba a una eternidad de espera frente al juicio, oscilando de la culpa de los pecados de la carne a la culpa de los pecados (no cometidos) del fraude. Todos pasaron ante el gordo Guillermo, que examinaba los libros y los cuadernos parsimoniosamente. Entre burlón y severo comentaba los hallazgos en los cuadernos de los demás. La angustia se incrementaba según pasaban los minutos y pasaban a revisión. No hay día que se interrumpa la revisión.

Matemáticas Eusebio enseñaba los elementos del teorema de Pitágoras calculando el largo de la sombra que arroja la columna de Pio Nono sobre la plaza principal de Jamay a las 5:30 de la tarde de un día 6 de agosto. Justo ese día, pero más de treinta años antes, Eusebio vacío la carga de su Smith and Wesson calibre 45 al Teniente de Caballería Juan Zaragoza, RLV 14

camión. Pilar se recostaba. El invitado debía realizar una serie de lentísimas lagartijas sobre Pilar.


Por ningún motivo podía permitirse Eusebio la entrega de su arma. Equivaldría a la entrega de su honra, y si una cosa le había exigido su padre era la preservación del honor familiar. Antes morir. Entrégame la pistola y esto aquí se acaba. No te la puedo entregar pero me puedo ir déjame ir y se acabó el problema no hay problema no ha habido problema. Ya no me puedo echar para atrás ya te la pedí y ora me la das. Ya no hubo más palabras, sólo el estruendo de la Smith and Wesson 45 y el ruido seco del cuerpo del Teniente de Caballería Juan Zaragoza golpeando contra el suelo. Luego dos disparos más y dos cuerpos más cayendo, lo de los dos soldados que acompañaban al teniente. Un par de segundos de silencio y después el alboroto de la gente tratando de ponerse a salvo. La redención para Eusebio no estaba en la cárcel. Estuvo en las matemáticas. Primero consiguió su puesto de maestro, como se consiguen muchas cosas en nuestro sistema escolar, con las amistades correctas. Pero a diferencia de otros maestros que se dedicaban a perder el tiempo, Eusebio se convirtió en un verdadero profesor. Se afanó en entender bien el álgebra y la trigonometría y escribió sus propios cuadernos de ejercicios, que publicaba en ediciones costeadas por el mismo y que vendía a sus alumnos por una cantidad simbólica. Cuando el hijo de Márquez le exigió que le acreditara el curso por ser el hijo de quien era, ninguno se extrañó que la nueva edición de su cuaderno de ejercicios incluyera la variación del problema del cálculo de la sombra, pero ahora basado en la sombra proyectada por el asta bandera del patio escolar una mañana a las 10:30 en lugar de la estatua de Pio Nono a las 5:30 de la tarde.

Geografía El sentido de la geografía es el mejor conocimiento de la realidad, muchachos. Así se presentó la maestra Vallejo. Fue su frase de batalla. Lo que no resultaba tan fácil era procurar una experiencia práctica de la aplicación de la geografía. Lo de menos era memorizar países y capitales, ríos y cordilleras. Pero eso no tenía otra consecuencia que, si uno se esforzaba lo suficiente, lograría ser la marisabidilla del grupo. Si acaso, serviría para ganar algún concurso de conocimientos generales. Entonces, ¿cómo conseguir que la clase de geografía realmente sirviera para conocer mejor la realidad? La maestra Vallejo nos propuso un método de tres pasos: primero, conocer todo lo posible de un lugar estudiando sus mapas. Los mapas eran el centro de ese conocimiento, porque casi todos pensábamos en mapas si escuchábamos la palabra “geografía”. La segunda fase consistía en trasladarse al lugar y conocerlo. Y la tercera, a partir del conocimiento adquirido por los libros y por la experiencia, trazar un nuevo mapa, un mapa personal del lugar. El lugar propuesto por la maestra Vallejo para poner en práctica su método fue el Valle del Mezquital. El día previo para la visita nos proyectó en el pequeño auditorio de la escuela un documental de la áspera vida en el Mezquital. Lo que más nos llamó la atención no fue la violencia casi natural, casi indolente ejercida contra los otomíes, sino unos jóvenes campesinos reunidos en el kiosko de un pueblo solitario y polvoriento, que tocaban la canción de las “Agujetas de color de rosa”.

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cuando éste trató de desarmar públicamente a Eusebio pretextando la guarda del orden público, pero provocando en los hechos un estremecimiento de la realidad.


Para el segundo episodio, aprovechamos que se aproximaban las vacaciones de invierno, y en cuanto éstas empezaron, reunimos los elementos que teníamos y tomamos un camión en la Central del Norte rumbo a Tepeji del Río, una pequeña ciudad que constituye la entrada al Valle del Mezquital. El plan era recorrer a pie desde Tepeji hasta la ciudad de Ixmiquilpan en un tiempo planeado de aproximadamente una semana. Entre ambas poblaciones median unos ochenta kilómetros, y nuestros cálculos planteaban recorridos de un poco más de diez kilómetros diarios. El camino nos permitiría observar un cuerpo de agua considerable, la presa Requena; un paso por Tula, el gran centro ceremonial Tolteca, varios poblados que suponíamos nos permitirían aprovisionarnos y descansar por las noches, y además la observación de varias cañadas y cerros que además nos permitirían observar la flora y fauna del lugar. Al segundo día nos perdimos. En vez de seguir por la carretera que llevaba directamente de Tepeji a Tula, decidimos cortar camino por un cerro y dejamos de tener certeza del lugar en el que estábamos. Al tercer día nos quedamos sin alimentos y al cuarto, sin agua.

Al quinto día encontramos dos magueyes, uno enorme y en floración, con un quiote que medía unos 5 o 6 metros. Al pie del segundo maguey se encontraba una mujer joven, casi una niña que sonreía mientras nos observaba. Veo la sed en su rostro, muchachos. Necesitan un descanso. Tomen de ésta aguamiel, que es agua y alimento y descanso al mismo tiempo. ¿Cómo te llamas? le preguntamos. Me llamo Mayahuel, pero eso no importa, tomen muchachos, tomen y siéntense aquí conmigo. Lo que sigue ya ha sido narrado por otros, hace milenios y hace pocos años, y ha sido dicho de mejor forma. Un primer adormecimiento y después un continuo de imágenes y sensaciones y sonidos, Un infinito de personas, de flores, cenzontles y aves de colores, agaves en todas las gamas, obscuridades y luminosidades. Es hora que no terminamos de trazar el mapa de lo que nos fue revelado.

Historia En flores y en cantos capturamos a los guerreros de Ticomán, y se llevaron a los nuestros. En flores y en cantos que resonaron durante días mientras Tenochtitlán era destruida. En flores y en cantos para un nuevo dios que nos hizo sus soldados. En flores y en cantos que se apropiaron los nuevos señores. En flores y en cantos los mandamos a la chingada. Hoy viven el infierno de no ser. RLV 14

En fin. El primer problema era ubicar al Valle del Mezquital. Los mapas de que disponíamos llegaban a la división política de los estados, y con grandes dificultades pudimos conseguir un mapa de los municipios de Hidalgo. Pero era más difícil saber cuáles de esos municipios correspondían al Valle del Mezquital. Descubrimos que este lugar no se correspondía con el mapa político. Tampoco encontramos un mapa del país Otomí. Los Otomíes aparecían como palabras, no como personas. La situación era esta: teníamos un mapa del estado de Hidalgo y de sus municipios occidentales, un mapa de la hidrografía y otro de orografía del país.


En flores y en cantos somos. Y hoy les recibimos, hermanos y amigos. In xóchitl in cuicatl.

Civismo La amistad del señor C y el señor N se forjó al amparo de la convicción de que era necesario resistir a una autoridad casi todo-poderosa y casi absolutamente corrupta. Frente a esa encarnación del mal era necesario resistir con integridad personal, con honestidad, con valores y con valor. Al paso de un par de generaciones, el nieto del señor C, Jesús C llegó a la cima del poder político. La situación en la que era posible ejercer un poder opuesto al maligno. El nieto del señor N, Antonio N, no fue tan afortunado. A pesar de talentos y estudios, su mundo estaba al punto de la destrucción. Una tarde del último verano de la presidencia de Jesús C, cuando la soledad se empezaba a filtrar entre las paredes de la casa presidencial ante la llegada del nuevo astro, Jesús C recibió a Antonio N. Jesús se compadeció sinceramente de la difícil situación de Antonio, y decidió que honraría a través de Antonio, un pacto de lealtad establecido entre los abuelos. “Ve con mi hermano Felipe, él te va a ayudar”.

I No te preocupes, yo te voy a ayudar. Pero necesito que tú también me ayudes. A partir de mañana tienes un proyecto, voy a llamar al gobernador G, es un idiota pero yo le conseguí un presupuesto. Me tienes que dar el 30 por ciento de lo que cobres, pero todo tiene que ser en efectivo.

II Acompáñame a ver a unos amigos. Son una partida de malnacidos, pero nos van a invitar a comer. Aquí los señores nos van a escoltar, los semáforos no existen para nosotros, ellos abren las calles.

III Terminemos el día. Aquí hay unas señoritas que nos van a hacer compañía.

Química

Felipe recibió a Antonio en su casa de negocios. Escuchó de las dificultades de Antonio más bien con desapego, distraídamente, atendiendo simultáneamente a otros asuntos.

Cornelius utilizaba traje de tres piezas, lentes de armazón delgado y sombrero de fieltro riguroso cuando el uso del sombrero ya era un anacronismo. Su apariencia apacible ocultaba una personalidad nerviosa. RLV 14

Felipe no tenía mayor activo, ni gracia, ni otro atributo relevante que no fuera el de ser hermano de su hermano.

El principio básico de la química es que bajo ciertas circunstancias las sustancias cambian, se transmutan y aunque conservan algunas de sus propiedades, como la masa, otras se pierden en definitiva. Y naturalmente, se obtienen nuevas propiedades. Así lo planteo Cornelius desde la primera clase.


Sabía que sus capacidades de químico, es decir, de alquimista, excedían en mucho lo que se necesitaba para dar clases en secundaria.

Siendo tan buen químico, a Cornelius se le estaba olvidando la segunda ley de la termodinámica.

Mary preparaba tortas, jugos y licuados en un local justo enfrente de la escuela. Además de preparar jugos siempre frescos con una gran variedad de frutas, Mary ofrecía permutaciones de las variedades de frutas y verduras que además tenían propósitos diversos. Podría decirse que más que un puesto de jugos, el puesto de Mary era una farmacia de medicina tradicional. Para la gastritis, Mary preparaba mezclas basadas en sábila y manzana. Para la indigestión, extractos de ciruela. Para los males del riñón, esencias de piña y palo azul. Para la gripa, extractos de cítricos con miel. Para el mal de amores, un tónico de agua de rosas con almendras. Para el desgano, un preparado de plátanos con papaya y nueces. La fama de los jugos de Mary era extensa y bien ganada en toda la zona.

Mary, en cambio, poseía la entrada diaria en las entrañas de Cornelius. Y en su voluntad. Los influjos marianos lograron una sucesión ininterrumpida de victorias de Mary en el ritual de la mañana.

Siendo grande la simpatía que le causaba Mary, a Cornelius no dejaba de parecerle rústica. Le parecía que una mujer como Mary, con sus gracias pero sin sus defectos, sería la merecida joya para compensar sus largos años de afanes y soltería. Lo que se propuso Cornelius, como buen alquimista, fue la transformación de Mary. Puesto que presiento que está en mis alcances, he de convertir al agua en vino, la sencillez en esplendor. No será labor fácil, ni de empeños menores, pero lo he de conseguir.

Literatura y lengua nacional Revueltas lleva un apellido muy grande, tanto como la carga etílica a la que se sometía. El orgullo de su apellido y el tufo de alcohol lo acompañaban a clase junto a libros de Proust y Kafka, pero también junto a un ejemplar de La Prensa que utiliza en conjunto con unos lentes oscuros para dormitar el fastidio de tener que presentarse en el salón de clase como condición para recibir su cheque. Calvo incipiente, de barba sin bigote, voz gruesa y lentes que ocultaban apenas su mirada resentida, Revueltas había escrito un par de cuentos muy buenos en el suplemento cultural de un periódico importante, que fueron ignorados por completo. Y después, absolutamente nada. Aún así, era un tirano. La lectura de dos libros mensuales era obligatoria. La exposición de sandeces propias de los alumnos poco habituados a expresarse por escrito era castigada con escarnio público. Siendo justos, Revueltas había leído todos los libros que dejaba leer, y los comprendía en profundidad. Esta era una diferencia sustancial con el resto de los profesores de lengua nacional, que ni siquiera habían leído los relatos de los libros de texto. RLV 14

Uno de los rituales de todas las mañanas era la visita de Cornelius al puesto de Mary para beber su menjurje diario. Pocos años antes Mary fue alumna de Cornelius. El pacto establecido con Mary era que siempre debía de tratarse de una mezcla nueva. Si Cornelius adivinaba las sustancias empleadas, Mary le invitaba la bebida. Pero si fallaba, y puesto que Mary conocía sus manías en el salón, el castigo era que Cornelius se obligaba a dar su clase sin sombrero, saco y chaleco. Al paso del tiempo, el ritual se convirtió en un duelo diario, provisto de diversión pero también de cierta tensión. Tan importante como conocer las noticias del día era saber el resultado del duelo diario entre los dos alquimistas.

A final de cuentas, Cornelius fue el matraz de las voluntades y experimentos de Mary.


Así lo hizo. Y presentó los mejores trabajos. No sólo resúmenes estúpidos de los que ya había leído cientos en su vida. Luis se las arreglaba para preparar pequeños ensayos en los que dejaba evidente un pensamiento original, una comprensión y un diálogo creativo con los libros, cosa por demás extraordinaria en un alumno de secundaria. Revueltas le tuvo cierta simpatía. Y cierto rencor. La simpatía se acabó cuando Luis le solicitó transferir la calificación del curso a la maestra Elena, con quien se había inscrito y en lo que ella estaba de acuerdo. Con su voz grave y con una sonrisa irónica, Revueltas le ofreció la calificación mínima. Te mereces un seis. Tú no te arriesgaste a inscribirte conmigo, así que no corriste los riesgos de los demás. Pero eso es injusto, usted sabe que el diez me lo gané, que mis trabajos son los mejores. Lo siento, pero las reglas las pongo yo, no tú. ¿Ah sí? Pues vaya a chingar a su madre, borracho de mierda. El exabrupto casi le cuesta la secundaria a Luis. Puesto que fue expulsado un mes, el sindicato de maestros justificó el reprobarlo en todos los cursos. Un verano de extraordinarios y un hostigamiento del claustro de profesores hicieron que el resto de la secundaria fuera un suplicio. A final de cuentas, el episodio pasó. Luis estudió medicina y desde muy pronto, se caracterizó por escuchar atentamente a sus pacientes y sus historias, y escribirlas minuciosamente. Ese fue el combustible de relatos, novelas y ensayos que Luis publicó cada vez con mayor frecuencia.

Muy pronto Revueltas notó la presencia editorial de Luis. Una ira sagrada se cocinaba en su pecho. Cada que leía los textos de Luis y reconocía su innegable talento, su tez pasaba en instantes del rojo fuego al verde biliar. Cuando se le otorgó a Luis un importante premio que además le proporcionaba tranquilidad financiera para dedicarse a la escritura, Revueltas celebró pactos fáusticos para detener la humillación de la que sólo él era consciente, pero sin ninguna consecuencia práctica: Luis seguía ascendiendo y Revueltas seguía con su vida miserable de profesor de secundaria. Nadie conoce su derrota, y eso es lo que la hace más amarga.

Biología El hecho biológico más relevante, el fundamental, es el de la capacidad de reproducción. La gran herencia de Linneo fue la clasificación de los ejemplares biológicos. Las taxonomías determinaban el orden natural, la clasificación natural. Por parte de Darwin recibíamos la explicación de la diversidad a ser clasificada no como un hecho divino, sino natural. Mas como adolescentes, el hecho importante y atrayente es el de la reproducción. Como reflejo de un conservadurismo de caricatura, las ideas de Darwin en los libros de texto apenas fueron tomadas en cuenta. Pero cuando se repartieron los primeros libros de texto con dibujos de genitales, muchos padres se alarmaron. Don Alonso Vidal se limitó a arrancar las páginas ofensoras del libro de su hijo y habló con la maestra Lilia para solicitarle – exigirle sería más preciso- que excusara a su hijo de atender a las clases en las que se tratara del tema. RLV 14

Luis era uno de los pocos jóvenes que realmente se interesaba por la literatura. Entre la pazguata maestra Elena, que no había leído un solo libro de valía en su vida, pero que venía recomendada por el inspector de zona, y el calvario de los exabruptos y las tareas inclementes que recetaba Revueltas, Luis se decidió por lo segundo.


Por ello, todos los alumnos del 5° B imaginábamos que la maestra Lilia era la protagonista de todos los chistes en los que había maestras y niños involucrados en situaciones eróticas, como el famoso chinito o como el siempre presente Pepito. Pero no eran las minifaldas su característica principal. Si lo era su ética de maestra, que le hacía del todo imposible aceptar que un alumno quedara sin instrucción completa. Por otra parte, la petición de Don Alonso debía ser atendida. Así fue como Alonsito Vidal se ausentó de las clases en las que se expuso el tema de la reproducción humana, pero en cambio recibió instrucción personal por parte de la maestra Lilia durante los recreos del resto del año escolar.

Inglés Mientras la maestra de inglés fue Miss Gladys la clase no fue sino una secuencia vacía de repeticiones de reglas de gramática incomprensibles, igual de incomprensibles si hubiesen sido dictadas en español. Muy distinto fue el caso cuando llegó la maestra Evangelina, con métodos de enseñanza similares pero con una novedad recibida con entusiasmo: el proyecto de escribir una carta en inglés a un amigo por correspondencia. Existía una agencia llamada International Youth Service que proporcionaba por un dólar una dirección de otro joven, hombre o mujer, del país de tu elección.

Toño inició con un primer contacto sólo para cumplir con la obligación. Su primera amiga fue una joven turca de Estambul de nombre Özlem Berk. Una primera carta escrita con timidez fue contestada con entusiasmo por Özlem, y así resultó que al cabo de unas cuantas semanas Toño encontraba palabras en inglés para describir lo que pasaba en su mundo. Al intercambio epistolar con Özlem siguieron contactos con muchachas de todo el mundo. Tal como ocurre con las amistades personales, en la mayoría de los casos se trataba de contactos efímeros, una o dos cartas y el desinterés de ambas partes se hacía evidente. Pero en otros casos algo ocurría que las sensibilidades coincidían, las conversaciones fluían ágiles y libres y entonces todo era enviar cartas extensas para esperar con ansia las respuestas de esas amigas con las que soñaba: Valeria Cassar Camargo, que después emprendería carrera como modelo en su natal Río de Janeiro. Angelika Racher, quien vivía en una granja cercana a Vöcklabruck, y cuya familia se dedicaba al cultivo de la miel. Mary Ann Dieter, quien vivía en las cercanías de Portland y que mandó fotos de la explosión del volcán Santa Elena tomadas desde el rancho de su padre. María Zandonai, que escribía desde Buenos Aires sobre las dificultades de vivir la ausencia de su padre y el dolor de su madre. Wenche Hausten, quien combatía el sobrepeso, la depresión y el frío con extensos textos a su corresponsal. Maribel, oriunda de Jaén, quien le contaba de sus veraneos en Benidorm, Benicasim y el norte de Marruecos. Susan, de Nueva Gales del Sur, que veía otro volcán, el Warning, desde su pueblo. Barbara, de Stafford, quien clamaba por la superioridad de este pueblo sobre Stratford-upon-Avon, aunque no contaba con una súper estrella nacida en el lugar y por ello recibía mucho menos turismo. Pero nadie como Özlem. No sólo era bellísima, sino que tenía gracia, inteligencia y gentileza. ¡Qué contraste con sus compañeras de la escuela! ¿Qué era esto que sentía Toño por Özlem, que sin haberla visto, sin haber escuchado su voz, pensaba en ella a todas horas del día? ¿Sería ese influjo mítico que transforma la realidad? La de Toño estaba transformada, RLV 14

La maestra Lilia era una mujer morena de rasgos finos, labios gruesos y cabello ondulado en tonos castaños con tintes dorados. Lo que recordábamos sus alumnos es que usaba minifaldas.


irremediablemente sus pensamientos corrían a Estambul y se imaginaba de la mano con Özlem paseando a la orilla del Bósforo. Si setenta naciones habían cruzado ese estrecho, Toño sería el representante de otra nación más, el mexicano que se planta frente a la Hagia Sofía para conocer y conquistar a su princesa turca.

madre, que como católica militante seguramente entraría en estado de alarma por el devenir del alma de sus nietos. Porque ya Toño daba por hecho que tendría sus hijos con Özlem, aunque aún no resolvía de qué forma los educarían. Seguro que hablarían inglés. Pero ¿dónde vivirían? ¿Cuál fe los acogería?

Para Toño, la afinidad estaba explicada por la situación de frontera de los dos países. Si Turquía estaba en medio de Asia y Europa, México era el cruce de Norteamérica y Sudamérica. Su unión, cosa predestinada, era en realidad la unión de cuatro universos culturales. Un hipermestizaje.

La carta del mal llegó de forma inesperada. En atención a su gran amistad, Özlem le contó los detalles de un feliz noviazgo que iniciaba con un joven de su instituto. Toño reprobó inglés y cuatro materias más. No volvió a escribir cartas.

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Así que Toño ahorro afanosamente para ir a Turquía. No le asustaban ni las leyendas del Expreso de Media Noche, ni la segura oposición de su


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La Sociedad de los poetas nonatos La despedida Ricardo Malváes

Y le besé los pechos antes de despedirme

Y anunciaba la llegada de una estación y el fin de una inocencia. Y aun así, seguí fingiendo no saber nada, no decir nada.

Miré sus ojos que me contemplaban… y me llamaban. La noche caía y se sintió llegar el otoño, Qué brisa tan fresca, que brisa tan perversa.

Le acaricié el cabello antes de despedirme. Qué esbelta figura apareció tras la cortina celeste de esos encajes del azar. Y entre esos hilos de color maple le volví a decir adiós, ya sin contemplación.

Juré no decir nada, ni a mi más anhelado sueño, pero… me traicionó...

Ella me seguía viendo y… sin palabras, nos comunicamos, con un beso en silencio.

Mis ojos se nublaron al ver salir una luz de la hojarasca que caía sin capricho

El viento que sopló de nuevo nos hizo uno, los tres en un suspiro, un solo aliento. RLV 14

Jugué de nuevo a no oír nada, pero un suspiro me devolvió a la tierra.


Le tuve que decir adiós antes que cayera la noche. Y me tuve que despedir en el preciso instante en que la comulgué. Adiós, vida sin sabor. Adiós, delicia encantada. Adiós automatismo.

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Y… me dio la bienvenida, justo en el momento… de amanecer.


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Mi Magui Salvador Hernández

Gentil damita de ideas finas Ojitos negros que me fascinan Con sus miradas que iluminan Mi negra senda llena de espinas

Es mi Magui un gran tesoro Ideal sublime que añoro Y la quiero con decoro Así es mi Magui y la adoro.

Negros rizos perfumados

9 de junio de 1961

Que dan vida a sus cabellos Y solo el viento juega en ellos No los dejan ser tocados

Boquita dulce y graciosa Manos suaves, piel canela Y un cuerpecito de gacela

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Con sus andares de diosa.


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Harmonia circensis Alex Hernández

Bestia de carga:

En una lejana etapa de mi vida

fui un burro pintado como cebra

viví en un circo.

sobre mis lomos llevaba los tesoros

El día que me presenté pidiendo trabajo

más no conoce el burro de su carga.

más no logré engañar a nadie

me atendió un hombre de trato adusto y mirada vidriosa

Bestia abusiva

me dijo que podía empezar

la más devastadora y cruel

como una de las bestias del circo.

capaz de todo exceso para torcer las voluntades.

Y vaya si encarné la gama de las bestias: fui bestia domesticada

Me dieron el puesto de payaso

un perro falderillo

y aunque intenté la gracia

con un ridículo sombrero y tutú

Pierrot fue siempre mi papel.

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ojos desorbitados y ansia de galleta.


Más natural con mi talante

Mi cuerpo se estiró

mute en los monstruos del asombro:

y con mis dientes

cubrí mi cuerpo de pelambre

mordía todos los miembros de mi cuerpo.

para un retrato de Arbus; me amputé las manos

Llegué a los límites de lo alcanzable

y con mis pies

dominio de los bolos, las esferas

repartí algodón de azúcar

podía andar el cable más delgado

a cambio de dinero

y mi concentración era bastante

lo que hizo las delicias

para cruzar entre dos torres de iglesia

de toda la familia.

entre dos rascacielos entre dos mares, entre dos lunas.

Fui enano y canté con voz tipluda. Fui gigante de movimientos lerdos

Tomé una bolsa

que calculaba ecuaciones al momento.

en la que puse mis escasas pertenencias

También mujer barbuda

un mazo de cartas adivinatorias

tormento de los hombres,

el libro de lecciones de física de Feynman

hombre increíblemente gordo

dos calzoncillos

desparramando deseos y sueños,

y una corbata para las grandes ocasiones.

y fortachón que alzaba RLV 14

el peso del remordimiento.


Fui testigo de siete milagros

aquel era un tiempo

morí en santidad y cuando abrí los ojos

en el que hobos, clochards y vagabundos

estuve de nuevo frente al circo

formamos una nación de caballeros.

para con humildad pedir trabajo.

RLV 14

Subí a los trenes, viví bajo los puentes


Al valle de las calacas Corrido de Joe Cocker Paco Olvera

Antes de cortar el pavo ,

Para cantar su canción.

Y sin aviso oportuno,

Regaló su voz potente,

Nos abandonó don Joe Coker,

En compactos y en acetatos,

Cantante como ninguno.

Dándole un “chance” a la “peace” 9,

2

Dejó recuerdos pa’ rato. Cantó a “Perros Rabiosos e Ingleses” 3, Y a “Muchachas Honky Town” 4,

Nos sorprendió en los noventas,

Con “Pequeña ayuda de amigos” 5,

“Corazón desencadenado” 10,

Tocaban rete-chingón.

Superando alcohol y drogas, Siguió cantando inspirado.

Andaba como puro Beatle 6,

O con su cuate Bob Dylan 8,

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O con puro Rolling Stone 7,


Salidas del corazón,

1 Cantarla a ritmo de corrido (“chun tata, chun tata”)

Trasformaba las canciones,

2 Joe Cocker murió el 22 de diciembre de 2014, 2 días antes de navidad

A todos nos hacía soñar,

3 Refiriéndose a su álbum “Mad dogs and Englishmen”, título homónimo de la canción compuesta por Noel Coward

Con fabulosas versiones 11.

4 Hizo un gran cover de “Honky Tonk Women” Estuvo dos veces en Woodstock 12, El Fillmore 13 lo ponía hasta el full, Y a todas las muchachas les dijo, “You are so beautiful” 14

5 Hizo un cover icónico de “With a Little help from my fiends” 6 Varios covers adicionales de los Beatles, “Let it be”, “She Came in Through the Bathroom Window" 7 Cantó con Mick Jagger, Keith Richards la version de “Honky Tonk Women” 8 Hizo covers de Bob Dylan, como “Girl from the North Country"

Cuando me bajen pa’l hoyo,

9 Hizo un cover “Give Peace A Chance”

“Amigos échenme una manita” 15,

10 En los noventas tuvo el hit “Unchain my heart”

Con Mr. Cocker cantando,

11 Ya mencionado, la mayor parte de sus covers fueron buenísimas

Y todo mundo bailando.

12 Uno de los únicos artistas que se presentó en las dos ediciones del legendario festival

Paco Olvera

14 Gran versión a gran canción de Billy Preston

Enero 2015

15 Una propuesta de traducción azteca para “With a Little help from my friends”

RLV 14

Con respeto a Mr. Cocker

13 También grabó un disco de las “The complete Fillmore East concerts”, icónico changarro de rock en Manhatan


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Gooood Nigth Vietnam Paco Olvera

comienzo o me imagino una tormenta de creatividad y alegría, recuerdo este grito, que era lanzado por Robin Williams en su caracterización del "airman Adrian Cornauer, in the Cronauer hour". Claramente yo quería ser como él, haciendo bromas cínicas y creativas alrededor de todos y todo cuanto me rodeara. Inmediatamente pasó a pensar en el profesor John Keatting, su personaje que también había estudiado en "Hellton" (Wellton) academy y enseñaba a sus alumnos mucho más que una aburrida asignatura, mostrando el gozo de vivir y descubrir las cosas. Fue en esta película que lloré como un "tonto de capirote" (como dijo alguna vez mi querido amigo Alex luego de ver "Ghost"), porque él era yo, o yo creía ser él cuando daba clases, cuando lo vi subirse al escritorio de su salón de clase de Inglés, el corazón casi se me sale del pecho, pues tenía un par de meses que yo había hecho algo similar ante mi clase de programación avanzada, tratando de ilustrar como se vería un arreglo de células que morían, sobrevivían o nacían de acuerdo al algoritmos del juego de la vida de Conway, que a su vez me había sido enseñado por mi admirado profesor de introducción a la programación, Rafael Saavedra Barrera. Pero cuando en la trama de la película, él comienza a hacer que los alumnos suban al escritorio para que ellos vieran el mundo de otra forma, tenía ganas de salir corriendo y gritar, ¡eso ya lo hice, eso ya lo

hice, que chingón!, pues para finalizar mi ilustración del juego de la vida, le invité a mis alumnos a visualizar el arreglo de células subiendo sobre el escritorio ellos mismos.

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“Gooooood Mooorning Vietnaaaaam!” Cada ocasión que yo mismo


Lo primero que vi de él fue su participación en “La vida de Garp”, conde hace un gran papel en una trama en la que su nacimiento es el resultado de una fugaz relación de su madre (Glen Close), que siendo enfermera, decide aliviar la tremenda erección de un soldado inconsciente, que a la postre muere, y que lo único que sabe de él es el nombre que estaba en el uniforme “T.S. Garp”. De la trama de esa película recuerdo cuando una

avioneta se incrusta en su casa, y cuando su mujer le dice que hay que se vayan de allí, Garp dice que por el contrario, “esta casa ya tuvo su desgracia, por lo tanto debemos quedarnos”. Después vi algunos capítulos de “Mork del planeta Ork” (Mork & Mindy), pero admito que no me pareció especialmente gracioso.

Luego vino la ya mencionada “La sociedad de los poetas muertos”, que fue fuente de inspiración para dar el nombre a nuestra sección de “Los poetas nonatos” en la Letrónica de Ventoquipa, así como a nuestro club de intercambio de conocimiento en temas de computación: “La zoociedad de los programadores muertos”. Carpe Diem, aprovecha el día, sean libres pensadores, aprendan poesía para conquistar a las mujeres, no califiquen la poesía usando el cuadrante de grandeza vs perfección como el eminente doctor J. Evans Pritcchard pues no se trata del American Bandstand, las lecciones son múltiples e inolvidables, incluyendo los riesgos de un adolecente cuando va más rápido que sus sueños. Si bien algunas de sus bromas podrían considerarse muy “gringas”, como poner a RLV 14

No seguí su carrera con devoción, pero muchas de mis apariciones en las películas me hacían pensar en mí mismo y sin ningún recato admito que es una de mis grandes inspiraciones (aprovecho para disculparme por no incluirlo en mi lista de inspiradores del número de los "Padres del demadre" de la RLV). Muchas de mis bromas son gags que él hacía, o inspiradas en él. En "Fisher King" me fascina su despliegue de locura, "Oh Lydia, oh Lydia, oh Lyidia the tatoo Lady!", la escena del vals en la Grand Central Station (que alguna vez conté en mis relatos de Nueva York), o el hecho de que las ocasiones que he estado en el Central Park de la Big Apple me da por tararear "I love New York in June, what about you?". No sé si es la edad, o por lo mucho que me inspiraba su forma de echar desmadre, pero cuando escuche de su muerte, me dio por llorar, lo sentí como una pérdida personal y cercana.


“Good Morning Vietnam”, recomendada por cierto por mi querido amigo Alex, nos llevó a un mundo conflagrado por la guerra donde el humor de un DJ en el radio y el rock and roll rescataban a los soldados cuando menos por breves minutos de ese terrenal infierno. La escena que utiliza la versión del gran Louis Armstrong de “What a wonderfull world” como fondo para una serie de desgarradoras imágenes de la guerra, logra una imagen indeleble que representa en forma impecable la contradicción general que fue esta intervención militar. El desmadre que plastifica cuando altera una conferencia con Richard Nixon, quién originalmente responde la pregunta, ¿qué opina de los vietnamitas?, y es cambiada por Williams haciendo de Cronauer, ¿qué opina de sus testículos?: “son amarillos, pequeños y sin ningún propósito”. Adicional a estas escenas, el partido de béisbol que juega usando unos palos como bates y frutas como pelotas, me grabó en la mente “California Sun”, como una canción de puro gozo y fiesta. De por aquella época, tuve la oportunidad de identificar un personaje que Robin hizo para una película animada, “Ferngully”. Allí le da vida al murciélago Batty Koda, que escapó de un laboratorio de pruebas hacia la selva donde habitan las hadas del bosque. Canta un rap y trata de advertir a las hadas del peligro que representan los humanos, pero cada que trata de hacerlo, literalmente lo ponen en corto circuito con un electrodo que le dejaron como herencia en el laboratorio. En “Despertares” (Awakenings), hace una mancuerna increíble con Robert De Niro, en un papel serio y maravilloso, sosteniendo un duelo de actuación con quién luego averigüé fue gran amigo y

compañero de desmadre, junto con John Belushi, ¡esas deben haber sido borracheras! (aunque nosotros tenemos nuestras historias). La ya también mencionada “Pescador de Ilusiones” trae una gran actuación de un personaje trágico, que por momentos es bufo al esconder una gran tragedia que nos revela en conjunto con Jeff Bridges a lo largo de la película, en un ciclo de pecado, arrepentimiento y redención. La fábula del “Fisher King” es maravillosa, que al describir como el bufón encuentra el grial para dar de beber a un hombre sediento y no en busca de la gloria, me recuerda a las lecciones de mi abuelita: hay unos que corretean la liebre y otros que sin correr la alcanzan. “Hook” me gustó, pero no me maravilló tanto, pero en eso llegó “Aladdin”. Un dechado de desmadre, bromas, comedia, que sin verlo, permitía sentirlo.

Siempre me impresionó saber que lo dejaban que hiciera las escenas como a él se le antojaba y después hacían los dibujos de acuerdo a los que resultaba, situación que se caricaturiza en “La señora Doubtfire”, RLV 14

John Wayne a hacer del rey Lear, en general logra un papel inspirador, gracioso y universal. Como resultado de esa película, busqué y comencé a leer “Five centuries of English verse”, a conocer algunos textos de Henry David Thoreau, Walt Whitman o Henry H. Longfellow. De esa forma el señor Williams y su inspirado papel me hicieron querer ser mejor maestro y además conocer la expresión lírica en un idioma diferente al que aprendí al nacer.


Después lo vi en “Jumanji”, “Jack” y en “Flubber” (el nuevo profesor “Voligoma”). Siempre me era agradable verlo, pero en esos papeles ya no me dejaron una impresión profunda como los otros. Tuve que esperar a “Good Will Hunting” para verlo de nuevo en plenitud, dónde hace un magnífico papel de psicoanalista que “mete en cintura” al niño genio muy bien retratado por Matt Damon. La escena donde recrea el jonrón de Carlton Fisk ante Cincinati la disfruté mucho, pues esa fue una de las primeras series mundiales que vi “de cabo a rabo” y me acuerdo muy bien de esa jugada, aunque a mí en particular me impresionó más cuando Bernie Carbo desobedece las señales y en lugar de dar un toque, hace el swing completo y pega jonrón, situación que no le evitó ser multado por desobedecer al entrenador. Admito que “Patch Adams” y “El hombre bicentenario” me gustaron, pero me comenzaron a parecer que lo encasillaban. Hubo algunas que se me pasaron, como “Jakob the Liar” o “One hour photo”, que entendí que fueron buenas a secas. En “Insomnia” disfruté el papel de psicópata que hace al lado de Al Pacino, demostrando nuevamente que era un gran actor, no solo un gran cómico. Me gustó verlo como presidente de Estados Unidos, cosa que en principio hubiera parecido increíble. En “Una noche en el museo”, representado a Teddy Roosvelt, o mejor dicho a su figura en el museo, y con más seriedad en “The Buttler”, donde vuelve a compartir con Forrest Whitaker, que le acompaña como el cabo Garlick en “Good Morning Vietnam”, pero ahora personificando a David Dwigth Eisenhower. Pensé que está sería una nueva veta en su carrera y que esta continuaría por mucho más tiempo, pero como muchos, tan sólo al momento de su muerte fue cuando averigüé la terrible depresión que le aquejaba como resultado del alzheimer que lo aquejaba. Como siempre, para los que no seguimos las revistas y programas de chismes, nos fue revelada una dura y oscura trayectoria de adicciones, rehabilitaciones y en general, desmadre

desorbitantes, que lo llevó a tener tres matrimonios y una vida azarosa. Admito que a pocos días de su muerte viajé a Estados Unidos y compre el especial del “National Enquirer”, el “Alarma” del primer mundo y me enteré de muchos chismes y tal vez más de los que hubiera yo querido saber. “Si se murió por depresión el hombre más alegre del mundo, ¿Qué nos queda a los demás?”. Eso fue lo que pensé cuando supe de su muerte. Supongo que algo así sintió mi abuelita cuando se le murió su “Perico” Infante. También me sentí triste y extraño cuando su hijo lanzó la primera bola en uno de los juegos de la serie mundial del 2014, que fue ganada por sus adorados Gigantes, y al ver como se comportaba su heredero, me pareció que se parecía mucho a él, y también me pareció trágico que por mi mente pasará que tal vez estaba imitando a su padre, o bien que sin imitarlo, ya no tenga derecho a ser él mismo porque una horda de criticones como yo no le conferimos el derecho de ser como él quiera, y por tanto a condenado a ser la sombra de su padre. Murió Garrik, “cambiadme la receta”, hubiese recomendado Juan de Dios Peza, ni hablar, pero que no descanse en paz, que eche desmadre en la eternidad, con su cuate Belushi y que nos prepare el escenario en el círculo del paraíso destinado a los “adictos a las carcajadas”, como él mismo se declaraba. Oh Capitan, my Capitan! Gooood Nigth Vietnam!

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cuando su personaje es despedido de un estudio por no apegarse a los diálogos.


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