Europa y las lenguas

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EUROPA Y LAS LENGUAS

Rafael del Moral

EUROPA Y LAS LENGUAS (Conferencia)

Universidad Rey Juan Carlos (Madrid) 29 de noviembre de 2012

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EUROPA Y LAS LENGUAS Universidad Rey Juan Carlos Rafael del Moral

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ueridos colegas, queridos estudiantes, queridos amigos: Una mujer fenicia de singular belleza, una de aquellas jóvenes dotada de proporciones áureas,

jugaba con otras amigas en la playa. Hablamos de una época lejana, de la época en que el fenicio era la lengua del Mediterráneo. Tal vez ligera de ropa, tal vez un día soleado, tal vez creyéndose solas, el omnipresente dios Zeus, que observaba sus graciosos movimientos, se encaprichó de ella sin compasión y aún con voluntad seductora, según cuentan las crónicas mitológicas. Y para conseguir los favores sin instigación, sin violencia y sin fogosidad, ingenió una astucia: se transformó en toro blanco, manso y fascinante. Y tan atractivo le pareció a la bella fenicia aquel rudo animal que se acercó a él, puso flores sobre su cuello y se atrevió a montarlo. Entonces fue cuando el falso toro


EUROPA Y LAS LENGUAS emprendió veloz carrera, cruzó el mar y condujo a su cortejada a la isla de Creta. La joven fenicia se llamaba Europa. Aquella hermosa bañista que atrajo al mismo Zeus dio nombre a nuestro suelo. Pocos conocen hoy la leyenda… ¡qué pena! Ni tampoco identifican al sex simbol de la antigüedad con nuestro viejo, torpe y fragmentado continente. Europa, nuestro espacio vital, es cuna de la cultura occidental. Las naciones europeas supervisan los asuntos mundiales desde que Colón se topó con el nuevo mundo, el que da cobijo a los europeos aventureros que construyen la América de las tres lenguas, el español, el inglés y el portugués. En los siglos XVII y XVIII las naciones europeas controlaban también la mayor parte de África, gran parte de Asia, y Oceanía. Pero esa radiante trayectoria se vio truncada por las dos guerras mundiales, y Europa quedó debilitada, y sus dominios, desprotegidos. Recogió el testigo una antigua colonia inglesa con proyecto imperial, Estados Unidos, y un país que busca imponer al mundo sus principios sociales, la Unión Soviética.

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EUROPA Y LAS LENGUAS La Guerra Fría separó el viejo continente a lo largo del Telón de Acero. Desde la caída de la Unión Soviética en 1991, La Unión Europea se expande hacia el este en busca de un imperio a la manera moderna, sin guerras, es decir, mediante la diplomacia, el respeto, la solidaridad y el entendimiento. Mientras tanto veíamos fragmentarse al país de los principios marxistas en más de quince nuevos estados. En la actualidad el viejo continente se encuentra hermanado en una nación que avanza, o que cree avanzar. Digamos, por ser optimistas, que crece sin despreciar los retrocesos. Pero lo que nadie puede evitar, según parece, mientras tanto, es que estemos fragmentados, astillados, rotos en unos cincuenta países. Más pericia y resultados hemos mostrado los humanos en aplicar con éxito nuestra inteligencia en avanzadas técnicas como la investigación espacial que nos ha desvelado recientemente los confines del universo. Tan ridículas son nuestras fronteras que en ellas descubrimos países extensos como Rusia, y otros tan

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EUROPA Y LAS LENGUAS minúsculos como Mónaco o San Marino. El astillamiento, los alambicados cotos, los límites sin límites racionales no acaban aquí. Añadamos, para ser fieles a la geografía humana, una serie de territorios sin identidad convencional que gozan de cierta autonomía, e incluso de una independencia teórica con un limitado reconocimiento internacional como Gibraltar o la isla de Man, o la autoproclamada República de Kosovo, que recientemente ha dibujado en negro intenso sus trazos de identidad separatista. Las fronteras políticas de los cincuenta países europeos y la decena de territorios están en continuo riesgo. Ni siquiera los que parecen más estables tienen asegurada su persistencia. El asentado Reino Unido condiciona su unidad a un programado referéndum en Escocia; y las ansias secesionistas de Cataluña o Córcega no están suficientemente medidas mientras penden de la fuerza o debilidad de los gobiernos, que es lo que ha sucedido siempre; y de la propagación de los pensamientos colectivos, pues es sabido y ampliamente comentado, que el comportamiento en masa tiene tanto de desconcierto, de confusión, como las

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EUROPA Y LAS LENGUAS deficiencias intelectuales, de ahí la fácil manipulación. Que nadie piense, aunque hay quien todavía no lo entienda, que cada país, cada territorio tiene su lengua. No hay más lengua propia que la heredada en los primeros años de vida. Los territorios, los dominios, las regiones, no suelen tener lengua unificada. Es difícil encontrar espacios donde las fronteras lingüísticas coincidan con las administrativas. Si hemos hablado de unos sesenta países o territorios ¿habría que hablar de otras tantas lenguas? Sí. Descubrimos en Europa unas sesenta lenguas, pero ninguna de ellas se identifica claramente con el territorio de la nación. Tenemos un laberinto aún mayor que el de las fronteras administrativas. Rara vez un país se tiñe del tono, del acento, del deje, de la afinidad de una sola lengua. El alemán se esparce por Austria y Suiza; el francés por Bélgica, Suiza y también Italia, y el catalán por Cataluña, pero traspasa las fronteras comunitarias hacia Aragón, Comunidad Valenciana, islas Baleares e incluso Murcia; y también traspasa las fronteras nacionales para introducirse en Francia, An-

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EUROPA Y LAS LENGUAS dorra y al noroeste de la isla de Cerdeña. Tampoco es el alemán la lengua única de Alemania, donde convive con el sorbio, lengua eslava de la región de Lusacia, y el danés, lengua germánica de la región de Schleswig-Holstein. Y si queremos ser exhaustivos, tendríamos que añadir los más de dos millones de hablantes de turco, y el millón de serbocroatas, entre otros.. Pero busquemos la unidad. Todas las lenguas europeas, excepto cinco, proceden de la misma: la indoeuropea. Las cinco externas son el húngaro, el finés y el estonio, que pertenecen a la familia fino-húngara. El vasco, que ha sobrevivido a las convulsiones aislado y refugiado en caseríos; y el turco, vivo y activo en un rincón de Europa desde que Constantinopla fue conquistada por los otomanos. El indoeuropeo, lengua primitiva más sospechada que comprobada, se fragmentó en otras lenguas a las que tampoco podemos darles claramente un nombre. De manera genérica las llamamos protocelta, protoeslavo, protogermánico, es decir, prototipos de lenguas celtas, eslavas o germánicas que fueron los que luego se volvieron a frag-

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EUROPA Y LAS LENGUAS mentar en las actuales lenguas celtas, eslavas o germánicas. Por eso rusos, bielorrusos y ucranianos se entienden, y también polacos, checos, serbios y croatas. Todos ellos son herederos de una antigua lengua eslava que se fragmentó en tres ramas, y estas ramas en otras lenguas cuyos hablantes aún pueden entenderse. Similar parentesco comparten el inglés, alemán, holandés, danés, sueco, noruego y frisio, lenguas herederas de un germánico primitivo. De las lenguas celtas, que fueron las que ocuparon el centro de Europa y las más usadas y generalizadas hace unos dos mil quinientos años, solo quedan cuatro, el irlandés, el escocés, el galés y el bretón. Así se acaban las hegemonías, o dicho en latín, lengua de los artífices de su aniquilamiento, sic transit gloria mundi. Aquellas victorias sobre los galos, que hoy son conocidas a través de la crónicas de Julio César, nos parecen, merecidas, singulares, resultado de un ejército ordenado. Ignoramos la versión de los celtas que tenían tanto miedo a la escritura que pensaban que lo redactado cobraba vida propia. Si tuviéramos

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EUROPA Y LAS LENGUAS las crónicas de los vencidos como tenemos hoy las de otras masacres europeas o americanas, tal vez hablaríamos del holocausto celta. Remitámonos, sin necesidad de ir muy lejos en los ejemplos, a las crónicas y testimonios de la conquista del huevo mundo o a las referidas al exterminio del pueblo judío o el soviético, ya durante el siglo XX. La lengua celta de los galos fue sustituida por el latín. Sabemos que el galo existía gracias a unos cientos de inscripciones en piedra, cerámica y otros artefactos como láminas de plomo, y también monedas, encontrados por toda la antigua Galia, que fue especialmente la actual Francia, pero también partes Bélgica, Alemania, Italia y Suiza. Eso que enuncio con tanta facilidad, no fue un proceso cómodo. El galo debió sobrevivir cinco o seis siglos más después de las guerras de Julio César. Durante ese periodo buena parte de la población sabría utilizar las dos lenguas, galo y latín, con gran destreza, y luego los hablantes abandonaron la lengua autóctona que ya no les servía o les servía poco. El latín no era más sencillo, ni más musical, ni más amado por las gentes. El galo también hubiera po-

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EUROPA Y LAS LENGUAS dido ser un excelente instrumento de comunicación mantenido hasta hoy. El latín ganó terreno porque fue la lengua del ejército vencedor. Y durante muchos siglos las legiones romanas y sus generales dominaron, desplazaron o eclipsaron a las lenguas celtas. La misma buena suerte había corrido el griego que, además de ser una lengua sabiamente cultivada por sus escritores, viajó en la mochila del ejercito de Alejandro Magno y ensombreció a lenguas tan importantes como el persa, el fenicio o el egipcio. El fenicio había sido, como el inglés de hoy, lengua del comercio, y tal alto grado de desarrollo alcanzó, que sirvió de base para inventar la escritura moderna. También el latín se instaló junto al milenario egipcio por la época en que César conquistaba las Galias. Fue por entonces cuando la lengua de las pirámides quedó herida de muerte. Quiero decir con todos estos ejemplos que las lenguas se extienden con los ejércitos vencedores. Así se instaló el árabe en el norte de África y desplazó al latín, y también, durante muchos siglos, desplazó al latín de Hispania, pero una heredera de aquél hablada en Castilla tuvo

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EUROPA Y LAS LENGUAS la fortuna de ser la lengua de los ejércitos de Fernando III y de Isabel I de Castilla, que de haber sido la de las huestes catalanohablantes de Jauma primer d’Aragó, también llamado Jauma el Conqueridor, tal vez sería hoy el catalán, y no la nuestra, la lengua de Extremadura y del Andalucía. Doy estos ejemplos a favor del entendimiento, del razonamiento, de la justeza en la reflexión. Pero imaginemos, solo imaginemos, que los americanos y los rusos no nos hubieran prestado tan valiosa ayuda militar, y que los ejércitos de Hitler, triunfantes en sus proyectos anexionistas, se adueñan del territorio pretendido. Tal vez hoy nadie pondría en duda la condición del alemán como lengua unificadora de Europa. Lengua de los gobernantes, lengua de la administración, lengua de la enseñanza media y de las brillantes universidades, única lengua subvencionada en las publicaciones generales y en las periódicas, multiplicada en cadenas de televisión y radio, y única autorizada en todo el dominio para los carteles y rótulos, y gestionada desde Berlín y capacitada para ensombrecer otras hablas

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EUROPA Y LAS LENGUAS regionales y periféricas como el italiano o el español. Entiendo que es difícil imaginar, pero tal vez un cambio de régimen pacífico habría atenuado el absolutismo hitleriano sin prescindir del alemán como lengua soberana por una razón eminentemente práctica: todo imperio necesita una lengua unificadora. No podemos rendirnos a la imaginación. Hemos llegado al siglo XXI así, con este perfil, con los atuendos que conocemos, con los rasgos citados y no de otra manera más romántica o deseada. Podría ser otra cosa, pero hemos llegado a este puzle donde tampoco podemos decir que las lenguas se distribuyan como un mosaico porque es sabido que junto a dominios monolingües aparecen otros de dos lenguas. No llamaremos bilingües a los hablantes de estos territorios, sino ambilingües. La distinción bilingüe - ambilingüe contribuye al entendimiento. Veamos las razones. En territorios o regiones de dos lenguas como el País de Gales, Alsacia o el País Vasco, todos los hablantes se expresan sin dificultad en inglés, francés o español respectivamente, y algunos de ellos (tal vez un 20% en el país de

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EUROPA Y LAS LENGUAS Gales, un 40% en Alsacia y un 30% en Euskadi) son también capaces de hacerlo con igual o muy parecida destreza en galés, alsaciano o vasco, que son las lenguas propias de la región. Diremos así que Londres, París y Madrid son ciudades monolingües porque en ellas hay una sola lengua de referencia. Pero Cardiff, Estrasburgo o San Sebastián son ciudades ambilingües porque muchos de sus habitantes se expresan y entienden con amplia destreza el galés y el inglés; el alsaciano y el francés; el eusquera y el español. No decimos que algunos hablantes de estas demarcaciones han elegido hablar dos lenguas, no. Lo que ha sucedido es que, por razones históricas (guerras, anexiones, invasiones, acuerdos, tratados… ) una lengua, la perteneciente a los más poderosos, ha entrado en el territorio de otra y se espera que la desplace. Muchos oriundos, acuciados por las circunstancias, abandonan la propia, pero otros la mantienen. Las decisiones se producen en los cambios de generación. Como los gobernantes y los inmigrantes no dejan de aportar savia nueva con la lengua invasora, ambas conviven hasta que la oriunda, más débil, desaparece. El proceso

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EUROPA Y LAS LENGUAS puede durar varias generaciones, varios siglos. Así murió el dalmático en 1898, desplazado por el serbocroata; así desapareció el córnico y el manés, desplazados por el inglés; y así parece que va a morir en breve el casubio, anegado por el polaco. Para facilitar una mejor comprensión de estos tan sutiles asuntos, mucho más delicados en un país como el nuestro, llamaremos lengua independiente a aquella que se nutre esencialmente de hablantes monolingües, como el inglés, el alemán, el francés, el español o el italiano, y lengua dependiente o condicionada a aquella de hablantes ambilingües, es decir, autóctonos que disponen de la lengua propia más otra que se instala para completar las necesidades comunicativas. Son, por tanto, lenguas condicionadas el galés, el alsaciano y el vasco, que necesitan al inglés, al francés o al español, respectivamente, pero también el tártaro, apoyado en el ruso, o el véneto que no puede prescindir del italiano, o el casubio que necesita todavía al polaco. El ambilingüismo no es una moda contemporánea,

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EUROPA Y LAS LENGUAS sino una transición obligatoria en los cambios lingüísticos de las regiones. Cuando los romanos se propusieron, y luego consiguieron, hacer de Hispania una provincia más de su imperio, se instalaron en un territorio que fue primero ambilingüe íbero-latino, y luego los hablantes se quedaron con la lengua más útil para satisfacer sus necesidades comunicativas y fueron olvidando el íbero hasta su desaparición. La lengua condicionada por lo general, sufre un proceso de enfermedad más o menos grave que ha de acabar con la muerte. Así está sucediendo, por ejemplo, con el labortano y el suletino, que son lenguas vascas habladas en el sur de Francia y preparadas para su extinción porque sus hablantes prefieren convivir, sin remilgos, en francés, lengua que consideran más útil. En las variedades vascas hispanas, sus habitantes, sin embargo, parecen mostrar mayor arraigo a la lengua de sus antepasados con independencia de la universalidad, de la utilidad o de otros principios que siempre han inspirado a los pueblos. El hecho es que la vieja y dulce Europa, que tuvo

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EUROPA Y LAS LENGUAS cierta unidad lingüística con los primitivos indoeuropeos, que tuvo amplio entendimiento con el celta antiguo, o al menos eso es lo que suponemos, y con los romanos, y eso está más atestiguado, es hoy un laberinto de estados y estadillos, lenguas y hablas, unas junto a otras y unas sobre otras, sin que nadie sepa lo que habría que hacer para un mejor entendimiento. ¿Cómo atenuar el galimatías?¿Cómo entendernos desde el respeto a todas las lenguas o con la selección de una o alguna de ellas? ¿Cómo liberarnos de los obstáculos de la babelización? La primera propuesta, en una observación lógica, sería el establecimiento de una lengua común vehicular que se añada a la propia, que todos los europeos estudien y que se institucionalice como lengua oficial internacional. La segunda, a falta de un acuerdo para la primera, el respeto a todas las lenguas existentes. Se hace necesario para ello coordinarlas con un buen sistema para la traducción o interpretación. Y la tercera, considerando que las lenguas son bienes

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EUROPA Y LAS LENGUAS naturales del hombre, dejar que sea la propia necesidad natural la que nos saque del embrollo, aunque este tercer procedimiento sea tan lento y complejo como engorroso. 1. PROPUESTA DE LENGUA VEHICULAR Las lenguas vehiculares aparecen con espontaneidad cada vez que una comunidad plurilingüe la necesita. Así se erigió el griego por el Mediterráneo, el suajili por el centro de África, y el inglés por el mundo entero. Nadie la ha autorizado. Nadie le ha concedido el privilegio, ni la ha elevado de categoría, y al mismo tiempo lo hemos hecho todos, que es lo que suele suceder con los cambios lingüísticos. Nadie decide qué palabras debemos usar y cuáles no, somos los propios hablantes, en conjunto, quienes las elegimos y les concedemos, sin ponernos de acuerdo, el valor que mejor se ajusta a nuestras necesidades. Los europeos hemos elegido al inglés como lengua de comunicación. Pero no al inglés en su dominio absoluto, porque tampoco lo necesitamos, sino al inglés… pera salir del paso. Ese nivel que supera el de principiante y que re-

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EUROPA Y LAS LENGUAS sulta suficiente para salir airoso. Así se han adaptado siempre las lenguas a los hablantes, en la medida en que se han necesitado. Los suecos, que tienen una lengua de menor tradición cultural y escrita que los franceses o españoles, han elegido añadir a su lengua el inglés como lengua de transmisión cultural. Por eso es raro encontrar a un sueco que no domine ampliamente su lengua y la británica. Pero el inglés tiene dos dificultades como lengua de aprendizaje o lengua adquirida. La primera es la indefinición vocálica, tan compleja para los oídos de hablantes no germánicos. Y la segunda es una tara fundada en el absurdo conservadurismo de los británicos que impide racionalizar la ortografía. Esa endiablada exigencia entorpece el estudio y la comprensión, y son pocas las voces que piden una racionalización de la escritura inglesa. Como todas las lenguas ajenas son mucho más difíciles que la propia, a finales del siglo XIX se alzaron voces que reclamaban una lengua universal vehicular fácil de aprender y utilizar. El esperanto, ideada por el médico polaco Ludwig Zamenhof, alcanzó más difusión que otras como

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EUROPA Y LAS LENGUAS interlingua o volapuk. El mérito consistió en idear la gramática más simple que puede concebirse, el léxico más accesible a la mayoría de los hablantes occidentales, y los sonidos mejor adaptados a la fonética común. Con todo ello Zamenhof propuso un sistema que superaba con creces las dificultades de aprendizaje de cualquier otro, y que en muy pocas horas de acercamiento puede servir como instrumento útil de comunicación entre los hablantes más dispares del planeta. Su interés no se refugia tanto en su finalidad unificadora, aunque también, sino en los rasgos que la definen como una lengua sencilla de rapidísimo aprendizaje. Como las lenguas añadidas al patrimonio genético se suelen aprender desde la escritura, y no de oído, diremos que el esperanto utiliza el alfabeto latino compuesto por veintiocho letras. No hay grafías mudas, todas se pronuncian. Parece una obviedad, pero no lo es, en absoluto. Un principio tan elemental ya supera a todos los alfabetos del mundo. El acento recae, sistemáticamente, en la penúltima sílaba. El léxico básico consta de quince mil raíces, las más

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EUROPA Y LAS LENGUAS coincidentes de las lenguas indoeuropeas. El noventa y cinco por ciento son de origen greco-latino o anglosajón, de fácil combinación para aumentar el vocabulario mediante la composición de palabras. Su gramática es útil y sencilla, sin excepciones. Los nombres toman el sufijo [-o], los adjetivos [-a], los verbos [-i] y los adverbios [-e]. Una misma raíz sirve, por tanto, para formar cuatro tipos de palabras: brilo, brila, brili, brile significa respectivamente brillo, brillante, brillar, brillantemente. Y si a esta regla, que no tiene excepción alguna, añadimos doce más, ya conocemos la gramática en su totalidad. Como conocemos, por nuestra propia lengua, buena parte de las raíces, ya solo necesitamos practicar y ganar soltura. Por los años 1970 se enseñaba en unas seiscientas escuelas y se utilizaba en más de treinta universidades. Varias emisoras de radio emitían en esperanto, una de ellas en Pekín. Contaba con sedes para esperantistas en más de sesenta países, entre ellos España, donde asistí a encuentros y sesiones. Llegaron a censarse decenas de miles de esperantistas, la mayor parte de ellos en el este de Europa

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EUROPA Y LAS LENGUAS y en Asia. Más de mil sociedades locales aunaron sus esfuerzos para extender su práctica. Las Naciones Unidas y la UNESCO concedieron espacios al esperanto en sus publicaciones. Y alcanzó alto grado de uso en China, en Estados Unidos, en Polonia y en Rusia, principalmente, aunque también en muchos más países. La lengua, que aún utilizan algunos nostálgicos, resulta simpática, y también la idea. Nos gusta pensar en una lengua internacional para todos. Pero si alguna asociación o poder político se propusiera promocionarlo, el esperanto tendría dos serías dificultades: la carencia de transmisión familiar y la falta de biblioteca. No me refiero a las obras que se hayan podido traducir, que son muchas, sino a las que hubieran podido crear sus usuarios. Ese fue siempre el punto débil de las lenguas, porque a las palabras en imágenes acústicas se las lleva el viento, las escritas permanecen, marcan y dan forma a la historia. La década de 1980 marcó el inicio de su decadencia. Su desarrollo se vio frenado por las dificultades para obte-

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EUROPA Y LAS LENGUAS ner un reconocimiento oficial, por ciertos recelos que asimilaron su contenido y finalidad con el de otras doctrinas, y sobre todo por la paulatina y tenaz propagación del inglés. Hemos visto cómo el cambio de lengua en un territorio es casi siempre el resultado de una situación más o menos violenta, de luchas, de conquistas, de imposiciones. Lo saben muy bien los gobiernos dictatoriales o nacionalistas. La prohibición, el cierre, la imposición, el desprecio, la humillación, es el camino para empujar a la lengua vecina. ¿Cómo podía el esperanto hacerse un hueco en la sociedad? ¿Qué lengua no ha llegado a un dominio después de una victoria social, cultural o política? Sin hablantes de lengua materna, y sin hablantes monolingües, los esperantistas no tenían fuerza alguna, ni protección, ni futuro. Dicen que en su periodo más próspero pudo alcanzar, y tal vez superar, los diez millones de hablantes.

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2. PROPUESTA SOCIO-POLÍTICA Los Estados Unidos de América, la Unión Soviética, Francia, España, el Islam y el Imperio romano procuraron unificar sus dominios territoriales con medios más o menos persuasivos, y eligieron como lenguas de unificación al inglés, el ruso, el francés, el español, el árabe o el latín. En nuestra época y por primera vez en la historia de los pueblos un nuevo proyecto-estado, la Unión Europea, versión moderna de los antiguos imperios, busca la unidad en la diversidad. Y esta vez no lo acompaña un ejército, sino medios pacíficos y magnánimos protegidos en principios de igualdad. Los constructores de la Unión Europea, tan carentes de armamento como armados de principios solidarios, apuestan por la unidad en la diversidad. Países como India, más rico que Europa en etnias y hablas, y también en habitantes, solo tiene al hindi y al inglés como lenguas nacionales oficiales, aunque la tendencia es el reconocimiento regio-

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EUROPA Y LAS LENGUAS nal de muchas más, nunca alcanzará a las doscientas del país. La política lingüística de la Unión Europea fue fijada por el Tratado de Roma en 1957. Las lenguas oficiales de los países miembros, decía aquella carta fundacional, lo serían automáticamente de la Comunidad Europea. Por entonces eran seis: Alemania, Bélgica, Francia, Holanda, Italia y Luxemburgo. Este último había renunciado a una de sus tres lenguas, el luxemburgués. La recién nacida comunidad se instituía, por tanto, con cuatro oficiales: alemán, italiano, francés y holandés. En 1973 firmaron su adhesión Dinamarca, Gran Bretaña e Irlanda; en 1981 Grecia; y cinco años más tarde España y Portugal. Con quince miembros las lenguas oficiales aumentaron a once. Recordemos, con generosidad para el escéptico, que Irlanda había renunciado a una de sus lenguas oficiales, el irlandés. En el año 2009 la Unión Europea ya tenía veintisiete estados miembros.

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EUROPA Y LAS LENGUAS El artículo veintidós de la Carta de los Derechos Fundamentales, adoptada en 2000, declara el respeto a la diversidad lingüística; y el artículo veintiuno prohíbe la discriminación de las leguas. El principio se aplica igualmente a las lenguas regionales y minoritarias. En diciembre de 2007 todos los Estados miembros de la UE firmaron el Tratado de Lisboa por el que los Jefes de Estado o de Gobierno se comprometían a respetar el patrimonio de la diversidad cultural y lingüística, y a velar por la conservación y el desarrollo del patrimonio cultural europeo. Cada estado miembro estipula, en la adhesión, el idioma o los idiomas que desea se declaren lenguas oficiales. Las lenguas actuales son veintitrés: alemán, búlgaro, castellano, checo, danés, eslovaco, esloveno, estonio, finés, francés, griego, húngaro, inglés, irlandés, italiano, letón, lituano, maltés, neerlandés, polaco, portugués, rumano y sueco. Nunca imperio alguno tuvo consideración tan delicada con las lenguas de sus administrados, y esto es, no lo dudemos, un bien para el respeto y la convivencia.

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EUROPA Y LAS LENGUAS Pero tiene sus inconveniencias. El número de combinaciones de traducción posibles es el resultado de multiplicar el número de lenguas, que son veintitrés, por el mismo número menos uno. Obtenemos así quinientas seis combinaciones, que son las necesidades en traductoresintérpretes. En una reunión de veintitrés jefes de estado o representantes tendrían que estar pendientes de lo que dicen y traducirlo de inmediato quinientos seis intérpretes. La Unión Europea cuenta hoy con unos tres mil traductores-intérpretes, y es conocida la generosidad de las instituciones internacionales en el momento de la remuneración. ¿Qué presupuesto lo soporta? ¿Cómo gestionar la burocracia? ¿Cómo establecer los protocolos? La Unión Europea, por otra parte, se manifiesta firme partidaria de la enseñanza y aprendizaje de idiomas como medio para potenciar la comprensión mutua entre los europeos, pero es imposible que nadie aprenda los veintitrés. Y también financia y promueve proyectos destinados a proteger y fomentar las lenguas regionales y minoritarias. Se ha fijado, además, el ambicioso objetivo de conseguir

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EUROPA Y LAS LENGUAS que el mayor número posible de europeos sea capaz de hablar dos idiomas además del propio. El veintiocho por ciento de los ciudadanos europeos dice conocer dos lenguas además de la propia, según cifras de la unión. El desafío es ampliar esta base mediante un esfuerzo sostenido que consiste en animar, y en su caso propiciar, el aprendizaje. Quedan incluidas las lenguas condicionadas sean o no oficiales. Estos hablantes ambilingües son en la Unión unos cincuenta millones. La posibilidad de entenderse y comunicarse en más de un idioma es ya, como hemos dicho, una realidad cotidiana para la mayoría de la población del planeta, particularmente en el arcoíris de las mil doscientas lenguas africanas, y deseable para todos los ciudadanos europeos. Las lenguas facilitan una visión más amplia y respetuosa del mundo y su entorno, propician la formación y mejoran los contactos. La mitad de los ciudadanos de la Unión Europea afirma estar capacitado para mantener una conversación por lo menos en un idioma además de su lengua materna. Los porcentajes difieren según los países y los grupos sociales.

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EUROPA Y LAS LENGUAS Y si contamos a los ciudadanos necesariamente ambilingües, las cifras se falsean. En Hungría, el Reino Unido, España, Italia y Portugal la mayoría de los hablantes sólo domina su lengua materna. Los hombres, los jóvenes y la población urbana, más dados a hablar un idioma extranjero, siempre según las estadísticas, superan a mujeres, ancianos y población rural. El artículo veintiuno del tratado constitutivo de la Comunidad Europea dispone que todo ciudadano de la Unión pueda dirigirse por escrito a cualquiera de las instituciones u organismos en una de las lenguas mencionadas en el artículo trescientos catorce, y recibir una contestación en la misma lengua. De manera más general los ciudadanos de los países miembros tienen derecho a contribuir a la integración europea, se les alienta a ejercerlo y a han de poder hacerlo en su propio idioma. La posibilidad de que cada uno de los participantes en una reunión, en una convención o en el parlamento europeo hable en su propia lengua es fundamental para la legitimidad democrática.

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EUROPA Y LAS LENGUAS Si Europa evoluciona hacia una federación de regiones podría orientarse hacia el predominio del inglés en coexistencia de una pluralidad de pequeñas lenguas como el siciliano, el corso, el bretón, el occitano… mientras que el alemán, el francés, el italiano o el español serían lentamente conducidos a un estatus de lenguas centrales, a caballo entre unas y otras. Aún así los protocolos, las situaciones enfrentadas, las dificultades para respetar a lenguas especialmente minoritarias no son nada fáciles de superar. 3. PROPUESTA HISTÓRICO-PRÁCTICA Y llegamos ahora a la tercera propuesta, la que llamamos histórico práctica porque se inspira en la tendencia natural de los hombres para superar los problemas de entendimiento. La babelización es una sanción para nuestra especie. Así lo entendieron nuestros antepasados. Cuando la humanidad fue consciente de la fragmentación de las lenguas, se protegió, sin política alguna, en un principio que ha inspirado a la evolución: los progresos naturales en búsqueda

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EUROPA Y LAS LENGUAS constante del entendimiento, incluso en contra del abandono de las lenguas menos útiles. Tan natural es el nacimiento de una flor como la desaparición de los dinosaurios, y también son naturales los huracanes, las lluvias torrenciales y el final de las especies. ¿Tendríamos que dejar morir lo menos útil a favor de lo más práctico? Y mientras tanto… ¿Quién se atreve a poner freno a las decisiones que significan integración? ¿Tendrían que astillarse las conciencias de los alemanes que todavía no han permitido a los millones de turcos que habitan su país fundar colegios y universidades para atender los derechos básicos de su lengua familiar que es el turco? ¿Tendrían que añadir en Francia la enseñanza en árabe para atender las necesidades de los cuatro millones de franceses originarios del Magreb que todavía siguen utilizándolo? ¿Habría que añadir por ello al árabe en la Unión Europea? Los grandes principios que pueden parecer moralmente intachables, pueden conducirnos hacia la ineficacia o la parálisis. Y sin embargo debemos actuar con respeto.

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EUROPA Y LAS LENGUAS Y mientras encontramos una solución, tenemos claro, en una mirada al pasado, que las políticas lingüísticas han sido raras o inexistentes en la historia. Las lenguas fuertes han eclipsado a las débiles que han ido muriendo sin piedad como los guerreros en las batallas, las especies en medios hostiles y los paisajes en los cambios climáticos. Y cada vez que las civilizaciones han necesitado comunicarse, han buscado recursos en la medida en que la necesidad de comunicación se ha hecho importante. Así, en una familia cuyos progenitores tienen lenguas propias distintas, los hijos son ambilingües. En una comunidad integrada, los ciudadanos manejan con la misma habilidad dos lenguas. Y en un mundo globalizado, los hablantes plurilingües, sin que gobierno alguno lo imponga, eligen una lengua vehicular útil. De esa misma manera nuestros antepasados eligieron el francés en los siglos que nos preceden, al árabe en la Edad Media, al latín en el dominio romano, y otras muchas como el arameo, fenicio o el sumerio en las épocas en que fue necesario.

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EUROPA Y LAS LENGUAS Las lenguas identifican a los individuos con su grupo y esa identidad solo ha desaparecido en la historia cuando los hombres han buscado, una generación tras otra, lenguas comunes: el latín para matrimonios íbero-romanos, el español para los inca-hispánicos, el francés para los francosenegaleses... Esa es la tendencia natural de la historia. La lengua de los conquistadores o colonizadores nunca ha ganado adeptos por la fuerza, de la misma manera que el joven que no quiere estudiar matemáticas no hay quien lo convenza por mucho que le aprieten en el cuello o le supriman las bondades familiares. Es posible que el error esté en creer que las lenguas son un patrimonio de sus hablantes a la manera de un monumento histórico, con independencia de quiénes las hablan, de quienes las practican. Hemos de entender que las lenguas están al servicio de los hombres. Si el instrumento que más puede ayudarme a jugar al tenis, y lo tengo, es una raqueta, no elijo un martillo, ni un palo, ni siquiera una pala de ping-pong. Si dispongo de un tractor para arar la tierra, no utilizaré una yunta

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EUROPA Y LAS LENGUAS de bueyes, si el instrumento que más me sirve para hablar con mi hermano es el bretón, lo usaré, pero si cuando salgo a la calle o visito a mis amigos no todos hablan bretón, pero sí francés, elegiré esta lengua. Cuando el hablante de bretón viaja a San Sebastián y quiere preguntar a qué hora juega al futbol la Real Sociedad contra al Olimpique de Lyon, lo hará, probablemente, en inglés, que es la mejor raqueta en ese momento. Y sin embargo en nuestro Senado utilizan, por razones políticas, la pala de ping-pong para jugar al tenis. Una lengua debe protegerse cada vez que sus hablantes lo necesitan. Pero no debe mantenerse artificialmente inflada, en supervivencia antinatural, alimentada con oxígeno y suero. Debemos procurarle, eso sí, protección; y ennoblecerla en su uso cada vez que sea necesario y, sobre todo, cada vez que sea útil. Diremos, por tanto, que no hay lenguas más importantes que otras porque no hay personas más importantes que otras, todas merecen el mismo respeto. Pero desde el punto de vista de sus funciones y sus representaciones, las

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EUROPA Y LAS LENGUAS lenguas son profundamente desiguales. Intentemos racionalizar esta afirmación mediante la vía histórico-natural. Cada ciudadano europeo conoce y usa tres tipos de lenguas: la familiar, la administrativa o nacional y la internacional. Para el londinense, la lengua familiar coincide con la nacional y la internacional o vehicular. Solo necesita una, el inglés. Por eso los británicos, no sé si ustedes lo han experimentado, son los hablantes más monolingües del mundo. Ellos mismos descubren cómo los demás aprenden su lengua, y no sienten la necesidad de ser diestros en lenguas extranjeras. El habitante de Varsovia, de Budapest o de Roma necesita, digámoslo con escaso rigor científico y más bien con una subjetiva descripción sociológica, necesitan, digo, una lengua y media. Es decir, la familiar, que coincide con la nacional (polaco, húngaro e italiano) y conocer suficientemente el inglés para necesidades parciales: leer algún artículo, consultar una página web o entenderse en inglés con

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EUROPA Y LAS LENGUAS un colega de otra lengua a nivel medio, es decir, sin profundizar excesivamente en la conversación. Los europeos que heredan en familia la lengua bretona, o el calabrés o el catalán, necesitan, espero que ustedes me entiendan, una lengua más, la de la nación. Y no la pueden elegir. Es también lengua propia de hecho y por derecho. No es una herencia familiar, pero sí histórica, o si quieren la podemos llamar herencia social. Hay quien dice que puede darse el caso de un bretón, calabrés o catalán que no conozca la lengua de la nación, es decir, el francés para el bretón, el italiano para el calabrés y el español o el francés para el catalán según pertenezca a uno u otro país. Sería malintencionado decir que hay bretones o catalanes que pueden hacer su vida solo en bretón o catalán. No es imposible. Harían solo una parte de su vida si no disponen del otro instrumento de comunicación. Pero queda aún el tercer instrumento: el inglés. Y no puede cambiarlas. Si un hablante de gallego o de alsaciano quiere añadir libremente una lengua para añadirla a su patrimonio intelectual, tendrá que ser la cuarta. Las otras

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EUROPA Y LAS LENGUAS tres, gallego, español, inglés; o bien alsaciano, francés, inglés son invariables. Observemos ahora cómo a pesar de que Estados Unidos, el país imperial del siglo XX y XXI, suscita, como todos los poderosos, grandes desprecios, y también el Reino Unido, no por eso la humanidad repudia a la lengua anglosajona. Ni los países árabes, tan enfrentados con norteamerica, ni los países que aún mantienen dictaduras comunistas como Bielorrusia o Venezuela, e incluso los países que se oponen a la política exterior belicista, prescinden del inglés como lengua añadida a su patrimonio cultural. Hoy nadie pone en duda la necesidad de aprender inglés y ni siquiera la obligación de utilizarlo. Y esta es, a mi juicio, la situación natural de Europa, la tendencia natural sin los artificios (no criticables, por supuesto), de la Unión Europea. CONCLUSIONES Vistas estas tres propuestas, descubrimos que ni la lengua unitaria, ni la traducción-interpretación, ni el dejar-

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EUROPA Y LAS LENGUAS se llevar por la tradición natural de las gentes son soluciones definitivas. No parecen existir propuestas que satisfagan plenamente nuestros deseos de entendimiento y unidad. Principios tan intachables de aprendizaje por una parte e interpretación y traducción por otra, encajan mal con una realidad enmarañada. Ni aprender una lengua es tan fácil o llevadero como promulgan las autoridades europeas, ni la traducción se muestra como el medio más eficaz en el entendimiento, ni la comunicación con la segunda o tercera lengua del individuo llega a ser siempre tan fluida. Recordemos que muchos son los hablantes que dicen hablar lenguas que apenas balbucean, que quienes las hablan lo hacen en distintos grados de destreza no siempre habilitados para cualquier tipo de comunicación, que los hábitos fónicos en una lengua extranjera solo se adquieren en una edad temprana, que las lenguas que no se cultivan acaban por desaparecer de la memoria y, por no prolongar la lista de inconveniencias, muchísimos son los europeos que sin dejar de estudiar inglés años y años no se muestran

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EUROPA Y LAS LENGUAS diestros más allá de sus necesidades inmediatas, que no son sino aquellas que practican. Sin teorizar excesivamente sobre el asunto recordemos también que ni los encuentros internacionales de estudiantes o profesores son tan satisfactorios como se sospecha, ni las reuniones internacionales tan cordiales. Sin embargo todas las lenguas merecen el mismo respeto. Hemos olvidado, menos mal, esa despreciativa consideración de dialectos. Hoy los lingüistas entienden que todas las lenguas son dialectos en relación a la originaria. Así el italiano, el francés y el español se dice que son dialectos del latín. Y el andaluz, el canario y el mexicano, dialectos del español. (Pausa) Con una belleza mediterránea, la enamorada de Zeus, la vieja y bella Europa, camina hacia la unidad en busca de una lengua común sin menospreciar, lo hemos dicho, a las lenguas minoritarias, ni siquiera a las lenguas muy minoritarias como el mirandés, especie de asturiano hablado en la localidad portuguesa de Miranda del Duero, o el aranés,

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EUROPA Y LAS LENGUAS lengua del Valle de Arán en los Pirineos. Ninguna de las dos supera, tal vez, los cinco mil hablantes, pero figuran entre las lenguas protegidas de la Unión Europea. Europa puede entenderse con una lengua común, con tres mil intérpretes, o con los trabalenguas de siempre, pero nunca la diversidad lingüística ha de ser una dificultad para el entendimiento. Hay otras trabas mayores. Nos cuesta creer que es tan fácil aprender a hablar una lengua cuando se necesita, como difícil hacerse con ella sin necesidad o por imposición. Las lenguas no se imponen, ni se obligan. Fluyen dóciles cuando las necesitamos, se adormecen cuando no nos hacen falta. La humanidad ha adaptado las lenguas a sus proyectos, y lo seguirá haciendo, con toda naturalidad, y difícilmente se pondrá freno a una idea, a un plan, a un deseo por carecer del adecuado instrumento de comunicación. Dejemos que fluyan lenguas y entendimiento, que cada cual use y proyecte la que más se acomode a sus necesidades, sin menospreciar ni marginar a la lengua que el vecino, con inteligencia o sin ella, considere que es más in-

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EUROPA Y LAS LENGUAS teresante usar en cada momento. Mientras tanto no sabemos, ni nadie lo ha dicho, si Zeus habló en griego para seducir a aquella chica joven y bella que descubrió en la playa, o si lo hizo en fenicio, lengua de la agasajada, o si tal vez, para entenderse y procrear tres hijos, Minos, Radamantis y Sarpedón, no necesitaron utilizar instrumento alguno… de comunicación. Muchas gracias.

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